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Aventuras y desventuras húmedas: Primera etapa (3)

Por la mañana, apenas perdieron el tiempo. Se asearon rápido, con las maletas ya preparadas y desayunaron en la misma mesa de la noche anterior. El lugar se veía de una forma muy diferente. Las luces iluminaban mucho más el recinto y los susurros se habían intercambiado por conversación a un volumen mucho mayor.
Sergio pidió sin dudar un cola-cao, algo que hizo reír a Carmen que había pedido un café. Por mucho que hubiera pensado la noche anterior que Sergio había crecido, todavía seguían siendo muy joven.
Dio el primer sorbo de café, dándose cuenta de que la leche se había enfriado, algo que para Carmen le quitaba todo lo bueno al brebaje. Sin embargo, decidió tomarlo de esa forma, aunque su sobrino le dijo que lo cambiase, ella contestó que no era necesario, que lo tomaría así. Pero de pronto, Sergio girándose hacia el camarero le llamó la atención.
—Perdón, le podría traer leche caliente a mi esposa, es que se le ha enfriado.
Carmen se quedó sorprendida y arqueó una ceja en gesto de perplejidad, no por la poca vergüenza de su sobrino para exigir algo, sino por el comentario en sí. Al final, cuando el camarero se alejó unos cuantos metros, no evitó que una sonrisa muy curiosa se dibujase en su rostro.
—¿Desde ayer sigo siendo tu esposa? ¡Eres un caradura! Y como me gusta, sin duda, te pareces a mí.
—Ya que me confundieron con un hombre florero, pues se me ha ocurrido aparentarlo un poco y no se está nada mal. Además, que si ahora le digo “mi tía”, quedaría aún más extraño.
—No tienes remedio hijo… y que pena que no viváis más cerca ¡Dios! Como te hubiera malcriado.
Terminaron deprisa el desayuno y Sergio sin dejar que Carmen tocase las maletas siquiera, metió estas en el coche para acto seguido, poner rumbo hacia el pueblo. El reloj de muñeca de Carmen, marcaba las 10 de la mañana cuando el coche arrancó de nuevo pisando el asfalto. Sentada en el asiento del copiloto, con buena música de fondo y una grata compañía, se sentía dichosa, aunque el calor que comenzaba a aparecer en el ambiente cambiaría la situación.
—No entiendo una cosa tía. ¿Cómo nos puede tomar como pareja? O sea, me refiero que sí, tenemos edades diferentes y eso, pero tampoco hemos hecho nada que nos tomara como tal, ¿no?
—Ya te dije Sergio, los que estaban allí eran pareja. Además cariño, tampoco harías nada si estuvieras cenando con tu novia, ¿qué te ibas a comer la boca delante de todos? Como mucho te sujetas la mano, lanzas miradas y ya. En las habitaciones es donde se hacen cosas más íntimas. Y te lo vuelvo a repetir, hay cosas peores que tú y yo, una mujer como yo, aún podría ligarse a un “yogurin” —dijo con la voz llena de orgullo.
—Que sí tía, si eso no lo dudo, pero no es lo habitual.
—¡Ay, mi vida…! Lo habitual no siempre es lo mejor. —Sergio la miró extrañado, no entendía muy bien el significado— lo digo porque a veces el amor lo puedes encontrar en cualquier lado y con cualquier edad.
Sergio asintió terminando la conversación, dejando que la música de la radio sonara durante un tiempo y disfrutar de ese “silencio”. Dentro del coche, aunque ninguno de los dos hablara, ambos sentían lo mismo, una comodidad que ninguna otra persona les podría proporcionar en ese momento. Ninguno de los dos entendía ese extraño sentimiento, aunque no le tenían que dar un motivo, simplemente debían disfrutarlo.
—¿El tío cuando vuelve? —dijo Sergio rompiendo el silencio.
—Siendo sincera, no lo sé, ni él tampoco, quizá en una semana o quizá en más, me ha dicho que las negociaciones son pesadas. —era un tema que no le agradaba tratar.
—Cuando vuelva, si sigo aquí, me paso y así le veo.
—Te vuelvo a decir, que si quieres puedes quedarte en casa, no hay ningún problema, no vas a ser ningún estorbo, vamos ni mucho menos.
—No tía, de verdad, además que así cuando llegue el tío estáis solos. Después de no verle durante tanto tiempo estarás con ganas de estar con él.
—Sí.
No mentía. Carmen tenía ganas de estar cerca de su marido, pero en el fondo, sabía que la relación llevaba fría desde hacía muchos años y no era lo mismo. Podría decir que más que marido y mujer, eran dos conocidos que habían tomado la decisión de vivir juntos. Sergio sintió que la palabra que salía de la boca de su tía, no iba acorde con lo que sentía.
—Aunque si quieres… el primer día lo puedo pasar contigo, además que mis amigos todavía no estarán.
—¡Vamos, faltaría más! Es que eso lo daba por hecho. Además, que la casa es grande y cuando estoy sola se me cae encima, me muero de soledad allí dentro de verdad.
Ya habían recorrido más de la mitad del viaje. Carmen se había quedado callada, el comentario de Sergio le removió algo por dentro. Ella y su marido no estaban bien, era un hecho. Tampoco la situación iba a desencadenar un divorcio, no tenían la edad para hacer esas cosas, o eso pensaba ella, sin embargo, la distancia que les separaba era mucho mayor de la que les unía.
Carmen no se dio cuenta de cómo tenía el rostro. Concentrado, tenso, similar a una roca, con la vista perdida en el horizonte. Sergio al instante que la vio notó que algo no iba bien, ya que esa cara, era la misma que ponía su madre y ella solía ponerla a menudo.
—Oye tía, ¿estás bien?
—Sí, sí, cariño —volviendo en sí y sacando una falsa sonrisa— claro que sí, solo estaba pensando.
—¿Puedo preguntarte en qué?
—Nada en mis cosas, la casa, las niñas, problemas de madre ya sabes —intentó disimular.
—Es que tienes la misma cara que pone mi madre, incluso os ponéis un poco pálidas cuando estáis así y arrugáis el entrecejo de una forma feísima.
Carmen se miró en el espejo del coche y vio que lo que decía su sobrino era cierto. El rostro había palidecido y su moreno de piscina ahora era nada más que una sombra, era evidente que algo la pasaba. “¿Cómo no se me va a poner esta cara?”, pensaba mientras recordaba como su marido cada vez tenía más viajes. Algunos se alargaban más de la cuenta por diversos motivos, todas las dudas que le surgían en cada partida eran pocas.
Nunca le habían dado buenas sensaciones los viajes, pero ahora con más edad y con una cabeza más madura, sabía que siempre que viajaba, aparte de negocios, pasaban más cosas. Era innegable, había pruebas que no se podían ocultar aunque ella tratara de no asumirlo.
—No sé, me habrá dado una bajada de azúcar o algo, no te preocupes.
Sergio tocó la pierna de su tía sintiendo que las cosas no iban bien. No podía ser solo coincidencia que las dos hermanas tuvieran el mismo gesto, si su madre lo ponía por problemas, su tía seguro que también.
—De verdad tía, ¿Estás bien? ¿Paramos si quieres?
—No, no, cariño, tira de verdad, todo bien.
En su mente siempre aparecían las imágenes de su marido en un burdel, disfrutando en otro lugar lo que podía obtener en casa. “Al menos de postín, no en uno de mala muerte” se consolaba ella, mientras se lo imaginaba rodeado de sus colegas de negocios, brasileños, suecos, italianos… daba lo mismo.
La película que se rodaba en su mente siempre era la misma, donde el teórico hombre de su vida acababa gozando de placeres que luego en casa ella no disfrutaba. ¿Cuántas veces lo había pensado estos años? No sabría decirlo, aunque cada vez era más frecuente porque sabía que era real. Se había vuelto tal rutina que siempre que le decía que tenía que marchar, Carmen lo imaginaba entrando por la puerta del club de alterne.
Apenas tenían relaciones, algunas después de una fiesta y casi siempre cuando estaban bebidos. Le costaba horrores admitirlo, pero la imagen de Pedro con otras mujeres, seguramente mucho más jóvenes que ella, le volvía loca de rabia. Sentía tal ira, tal traición que siempre que entraba en ese bucle, acababa hundida… humillada.
Sus ojos se humedecieron sin remedio, no podía evitarlo aunque lo intentó. Contuvo sus sentimientos luchando con todo su orgullo, no quería llorar delante de su sobrino, sin embargo la primera lágrima cayó.
Trató rápidamente de limpiársela sin que Sergio lo notase. Pero por supuesto que Sergio se dio cuenta y sin decir nada, tomó la siguiente salida, estacionando en una gasolinera cercana.
—¿Qué ha pasado?, ¿He dicho o hecho algo malo?
—Por favor, mi vida, ¡No! Son cosas de tu tía, nada más.
—Si lo dices en voz alta igual te sientes mejor, a mí me vino bien contarte lo de Marta “la zo… de mi ex”. —Carmen no pudo evitar reírse, los jóvenes pensaban que todo era tan fácil.
Mientras miraba a su sobrino, contemplaba sus ojos llenos de infinita ternura, preocupación e interés, y entonces, la segunda lágrima descendió por su rostro.
Pensó que podría darle una oportunidad a la idea de Sergio, estaba tan a gusto junto a él, que no era tan descabellado… ¿Por qué no?
—No es tan fácil cariño, son cosas de pareja, tu tío y yo nos hemos distanciado y me da pena. No es que nos vallamos a divorciar ni mucho menos, pero es duro.
—¿Es por eso entonces? —preguntó Sergio con preocupación.
—Sí, bueno… pero, ¿qué hacemos hablando de esto Sergio?, no te quiero entretener con mis cosas de vieja loca, no te quiero dar el viaje. —rio aunque otra lágrima le recorrió el pómulo por el mismo camino que las anteriores. Uno de sus dedos la recogió para secarla en el pantalón.
—Tía, si no te ayuda la familia ¿quién lo va a hacer?
Carmen pasó su mano por el rostro de su sobrino con dulzura, en verdad se había convertido en un joven caballero. Se había dado cuenta en unas pocas miradas que su tía estaba afligida, que algo la devoraba por dentro y se había detenido solo para escucharla, para estar con ella en un momento de tristeza.
La mujer se dio cuenta de que sus ojos azules, húmedos por las lágrimas lo miraban de otra forma. Al volante de ese pequeño coche, se veía tan gentil, tan puro, tan atento, tan… apuesto.
—Eres un sol, Sergio. Es muy duro lo que te voy a decir —tragó saliva con la esperanza que las palabras no dolieran tanto— Con este distanciamiento, pienso que tu tío puede estar… —las palabras no le fluían, decirlas era más difícil que pensarlas. Por mucha saliva que tragara su garganta parecía un desierto— puede que esté en un hotel como en el que hemos estado… pero no con una sobrina, ¿me comprendes?
—Entiendo —asintió el chico escondiendo la sorpresa por lo que escuchaba.
—No es la primera vez que lo pienso y bueno, no es que sea con “amigas”, sino… será con… prosti… —no quería acabar la palabra. Se llevó las manos al rostro para tratar de tapar la vergüenza que sentía, no lo soportaba— no es que tenga a una enamorada en cada lugar como un marinero. Quizá eso me dolería más, pero esto… me parte el corazón.
—No creo que sea así, el tío es buena gente.
—Claro que lo es, pero hasta la buena gente puede hacerlo, el sexo es independiente a la personalidad de las personas. Si eres hombre sabrás que lo que tenéis ahí abajo, muchas veces piensa por sí solo.
Eso Sergio lo entendía, ¿quién le hubiera dicho que su ex, tan buena que era con él, iba a jugársela de esa manera?, comprendía a las mil maravillas lo que Carmen le contaba. Sin contar el tema del “cerebro de abajo” ese sí que lo conocía bien y sabía lo independiente que podía a llegar a ser con el resto del cuerpo.
—No sé cómo apoyarte tía, solo te puedo decir que no pienses en ello, que seguramente son suposiciones, nada más, ¿necesitas algo de mí?
—¿Un abrazo? —dijo ella poniendo una media sonrisa y un rostro algo aniñado tras el fluir de las lágrimas.
Por supuesto, su sobrino se lo dio. La rodeó con sus brazos notando el calor que su tía emanaba y como su respiración comenzaba a convertirse en sollozos. Carmen hizo lo propio rodeándole con fuerza sin querer soltarle, como si fuera su único punto de apoyo en la tierra. El joven, que no encontraba más palabras añadir, le dio un beso fraternal entre su pelo para tratar de calmarla.
Después de un minuto ininterrumpido de estar juntos sin centímetros de por medio, Carmen se sentía realmente reconfortada, algo que no se hubiera imaginado. Se había quitado un peso de encima y era su sobrino quien la había ayudado. El efecto había sido tan rápido, algo tan sorprendente como si se tratase de dos amigos inseparables, de esos por los cuales podrías dar tu vida que ellos te la devolverían.
Los brazos de Carmen se abrieron soltando a su sobrino y ambos se miraron con una sonrisa en el rostro. A la mujer se le disiparon las ganas de llorar y aunque tenía claro que en algún momento volverían, sentía que habían sido recluidas a lo más hondo de su ser. No quería volver a llorar por ese tema nunca más.
Había soltado el ancla que la ataba y no la dejaba aceptar los sucesos. Esas dudas, en dos frases y en un abrazo habían sido liberadas… y casi curadas. Le seguirían doliendo, no cabía duda, pero de otra forma y de lo que estaba segura es que jamás volvería a sufrir esa angustia y dolor.
Sin embargo, Sergio sintiendo la misma plenitud que su tía, sentía algo más. El roce del abrazo, el sentir el aroma tan cercano de Carmen, su calor, su corazón, todo, le había hecho que una parte se activara. Cuando sus cuerpos se juntaron por completo algo paso, los pechos de su tía se colocaron contra el suyo y los sintió por completo.
No pudo evitarlo, la sangre sin pedir permiso, comenzó a bombear hacia abajo. No se permitía estropear un momento tan bonito y mientras Carmen se miraba al espejo limpiándose los últimos rastros de humedad, él se concentraba como si del peor examen se tratase para detener la erección. El cerebro de abajo…
Salieron de su parada rumbo de nuevo a la carretera y al de un rato de conducción, justo al comienzo de un puerto, por desgracia encontraron caravana. Las obras en la calzada, solo habían dejado un carril abierto para pasar y el embotellamiento de unir tres carriles en uno, era terrible.
Parados, con el asfalto caliente, la montonera de coches y el calor de agosto, aquello se había convertido en una parrilla. Por supuesto, con el incesante calor ya dentro con ellos, Sergio se dio cuenta por primera vez, que importante podía ser el aire acondicionado en el coche.
—Pues nos ha tocado, ya me hice a la idea que alguna pillábamos —dijo el joven deteniendo el coche.
—Odio las caravanas, no hay nada peor, mira que para ir a veros no me topé con ninguna.
—Que va tía, lo peor es el calor que hace. Casi es mediodía y estoy asado.
—Yo ya llevo sudando un buen rato… —se podía leer en su tono lo incómoda que estaba.
El coche se encontraba parado y apenas se movía unos metros cada minuto. Los carriles pasaron de ser tres a ser dos y Sergio supuso que las obras estarían cerca, se equivocaba. Sin poder soportarlo más, se quitó la camiseta y la dejó en la parte de atrás hecha un ovillo.
—¡¿Qué hace 50 grados?! —unos 40 podía ser, pero no tantos— No aguanto, ¡Qué calor!
Carmen que estaba con la chaqueta puesta, se la tuvo que quitar, quedando solamente con la camisa blanca de “buena tela”. Sentía que el pantalón se le pegaba a la piel, el sudor empezaba a ser una lata, no podía con ello. Todo eso, sumado al calor que comenzaba a entrar sin parar en el coche, hizo que Carmen comenzara a tener la sensación de estar en un ataúd con ruedas.
—Hace un calor de mil demonios —matizó.
—Lo peor, será llegar al pueblo y que hará frío —los dos rieron— tía es verte y me da un calor… ¿No te asas?
—Sí, pero ¿qué le voy a hacer?, por la ventanilla entra calor y el aire acondicionado solo da calor.
—De acondicionado no tiene nada, solo es aire. Pues ponte cómoda, que vamos a estar aquí un buen rato, nos hemos duchado para nada.
—¿Qué quieres que haga? ¿Me tiro el agua por la cabeza? —decía ella simulando con la botella cerrada que lo hacía.
—También estará caliente… —rieron ambos. Felicidad parecía que no les faltaba. Sergio añadió— quítate algo.
—Sí claro, me quito algo y que me vea todo el mundo, quita, quita.
Sergio se quedó con cara de circunstancia sin entender esa vergüenza que tenía su tía. Su madre en alguna ocasión similar, se había quitado la camiseta, quedándose en sujetador delante de ellos y nadie de otros coches se fijaba, “y eso que tiene pechos para que la miren…”.
El joven accionó el intermitente y según le dejaron paso, se colocó en el carril de la derecha, el otro que todavía seguía abierto. Quedándose sin conductores en el lado del copiloto, solo el arcén y monte virgen.
—¿Así mejor? —preguntó el chico.
—Que no, Sergio, ¡¿Cómo me voy a quitar la ropa?!
—Nadie te va a ver, como mucho algún conejo, vas a ser la comidilla de los animalitos del bosque.
—Prefiero ir así —acabó diciendo algo sonrojada sabiendo que se moriría de calor.
—Como veas, tía, yo ahora voy mucho mejor, solo para tu información.
No llegaron a transcurrir más de diez minutos, el coche se había vuelto una barbacoa, pareciendo incluso que se estaba mejor fuera que dentro, algo insufrible. Apenas habían avanzado 30 metros y a Carmen el sudor le caía en grandes gotas por la frente surcando sus pómulos sin que diera la sensación de inmutarse. Sin embargo, las sentía como punzadas en su rostro, no aguantaba más.
—Es insoportable —dijo aunque su vergüenza, orgullo o algo que ni ella sabía que era, le seguía manteniendo con la camisa y el pantalón.
—Yo he mejorado, tengo calor, pero mejor —sin la camiseta el aire ardiendo que entraba por la ventanilla no le agobiaba tanto.
—No me mientes ¿verdad?
—Tócame el brazo, toca —Carmen pasó la mano por donde decía su sobrino, su piel estaba cálida, pero no húmeda— ni una gota.
—No lo aguanto, estos pantalones están calados y la camisa se me está pegando a la piel todo el rato, que sensación más... más…
Sergio la dedicó una mirada, Carmen sabía lo que le estaba diciendo con esos ojos, sabía lo que tenía que hacer. Sin embargo por alguna razón basada en la moralidad o en a saber qué no se decidía. El muchacho se giró y buscó en su mochila mientras el coche seguía parado, sacando de ella un bañador corto que se lo pasó a Carmen.
—Esto es lo único que tengo, tía cámbiate, hazme el favor —le dijo con voz seria.
La mujer dudó con el bañador en la mano si hacerle caso a su sobrino. Aunque su agonía era mayor que su pudor, en un momento de decisión comenzó a desabrocharse el pantalón. Se lo bajó de manera rápida y nerviosa, pensando que en ese momento el mundo entero prestaría atención a lo que sucedía en el coche. Sin embargo al vestirse, el mundo seguía tal cual y ningún informativo prestó atención a sus piernas desnudas, su vergüenza había sido una tontería.
—Mucho mejor —dijo resoplando— esto es otra cosa —incluso se quitó los zapatos dejando los pies al aire con todas las uñas pintadas.
—Te lo dije, es que con ese pantalón largo te iba a dar algo. Estás muy sudada, bebe agua que a ver si te vas a deshidratar.
Después de un trago de agua, Carmen vio que lo que le había dicho su sobrino tenía un efecto rápido, parecía que no se equivocaba con sus suposiciones y sin pensar en quien la vería esta vez, le dijo.
—¿Tienes una camiseta holgada y que transpire, cariño?
—Que va, si no ya me la habría puesto, todas son normales, si tuviera alguna de un equipo de futbol o esas que dan de publicidad en alguna carrera…
—Una pena… —Carmen se apartó el pelo algo mojado del rostro y añadió— bueno, ahora mi vida, no mires, ¿vale?
—¿Por qué?
Carmen se alzó la camisa por los hombros y la sacó con algo de gracilidad, a pesar de que estaba mojada y la piel la intentó retener. Sergio que no había retirado la vista, no pudo evitar ver la lencería de encaje preciosa que llevaba y como sus pechos parecían tan mullidos como cuando los notó contra su cuerpo minutos atrás.
La mirada se detuvo en el tiempo. Con anterioridad había observado los senos de su tía ocultos bajo el bañador, casi todos los veranos en la piscina de su casa echaba una ojeada. Sabía que eran bonitos, no le cabía duda. Pero en ese momento, con aquella lencería, experimentó una sensación de estar ante el mejor busto que sus ojos habían contemplado. Entendió que no tenía tanta razón al decir que ver a alguien en bañador o ropa interior es lo mismo.
—Ostras, perdón —dijo Sergio en voz baja algo avergonzado.
—Tranquilo, no pasa nada —le contestó Carmen ajena a esa mirada que Sergio le dedicó. Mientras se ponía la camisa estirada por encima para que no se le viera el sujetador añadió— así está mejor. No hay ni comparación, ¡Qué cambio!
—Mira que no hacerme caso...
—Es que hijo, una tiene su pudor —algo sonrojada.
—Tía, no creo que nadie te mire, la gente está pendiente de cabrearse por el calor, como mucho te pondrán el ojo 1 o 2 segundos. Y si miran, pues que se alegren la vista y ya.
Los dos siguieron callados en el coche contemplando la caravana apenas sin moverse, extendiéndose a lo lejos de forma interminable. Apenas pasaron 10 minutos, que Sergio vio la siguiente salida, algo se encendió en su mente y una gran idea surgió.
—Tía no sé cuánto más estaremos aquí, ¿quieres hacer un alto? Total, mejor estar fuera del coche, ¿no crees?
—¿Tienes algo en mente? —preguntó intrigada. ¡Qué bien se encontraba con el bañador y su camisa sacada!
—Si cogemos esta salida, en 10 minutos estaremos en un pantano. Solíamos parar cuando era pequeño e íbamos a ver a la abuela. Si te apetece, nos podemos dar un chapuzón.
—Pues… —por su mente pasó el decir que no, que le apetecía llegar a casa, pero otra Carmen salió de su encierro. Una que olvidó hace muchos años y le dijo ¿Quién te espera en casa?— ¿por qué no? Mejor que aquí vamos a estar. Que lleguemos a la tarde no importa, nadie nos espera.
Los dos rieron y después de 20 minutos exageradamente largos, tomaron la salida para dirigirse al pantano.
CONTINUARÁ

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