Años atrás, en cumplimiento de mi deber profesional fui destacado a la serranía peruana, ahí compartí hospedaje con una colega, docente como yo.
Tras meses de rutinaria labor pedagógica, el día de maestro, en mi habitación, brindamos con el pisco que los padres de familia nos habían obsequiado. Agotada la conversación de temas sindicales y reinvindicaciones salariales - y con las copas demás- le dije de sopetón: colega, te pelo la concha. Ella lucía una blusa blanca y un falda marrón -horribles colores del colegio- ¿Cómo sabes que necesito rasurármela?, me pregunto riendo; los pelos se te salen del calzón, lo vi cuando cruzaste la pierna, le mentí.
Quizá agotada por la rutina o animada por el trago, se bajó la falda sin mucho ruego, su calzón negro que contrastaba con sus muslos blancos rodó enrollado por el suelo.
Agua y jabón. Se echó y abrió las piernas como si estuviera en labor de parto. Su panocha de 35 años era negra y peluda, los vellos subían casi hasta su ano. Ya enjabonada le acomodé con los dedos los labios resbaladizos de su vagina, ella tembló; ella disfrutaba cada rastrillada, lo sé, porque apretaba los dedos cruzados de sus pies. Cuando terminé de talar la selva, regocijado observé que su clítoris estaba inusualmente rojo y erecto.
Toalla. Yo secaba su concha pelada con paciencia y cuidado, su vulva estaba hinchada y su clítoris sobresalía erecto como la yema de una rama; soplaba sobre su vulva y pasaba la toalla, esto provocó que un rocío de humedad iluminara su concha, esa humedad se convirtió seguidamente en un hilillo de líquido transparente que llenó verticalmente su vulva; estaba realmente excitada, cuando ella sentía mis dedos me acercaba la concha tratando de obtener mayor presión. Adivinando, presioné su clítoris, ella tomó mi muñeca y presionó más, su vagina respondió con unos espasmos, ella respiraba fuerte, los espasmos aumentaron, de pronto, el hilillo incoloro fue desplazado por un torrente de líquido lechoso que salía borboteando de su vagina. El líquido rodeó su ano, pero luego, por la cantidad, lo inundó igualmente. Fue espectacular ver esa concha vomitar como un volcán enardecido esa leche femenina que salía burbujeante.
Cuando salió del trance, mi colega se deshizo en disculpas por el cobertor manchado, en 10 años de matrimonio nunca me había sucedido, se exculpó; confieso que fue una disculpa halagadora. Al día siguiente me trajo el cobertor lavado y perfumado, lo olí mientras me lo entregaba y le dije, me gustaba más con el olor de tu vagina. Ella me frunció el ceño, como las maestras cuando resuelves erróneamente un ejercicio matemático.
Tras meses de rutinaria labor pedagógica, el día de maestro, en mi habitación, brindamos con el pisco que los padres de familia nos habían obsequiado. Agotada la conversación de temas sindicales y reinvindicaciones salariales - y con las copas demás- le dije de sopetón: colega, te pelo la concha. Ella lucía una blusa blanca y un falda marrón -horribles colores del colegio- ¿Cómo sabes que necesito rasurármela?, me pregunto riendo; los pelos se te salen del calzón, lo vi cuando cruzaste la pierna, le mentí.
Quizá agotada por la rutina o animada por el trago, se bajó la falda sin mucho ruego, su calzón negro que contrastaba con sus muslos blancos rodó enrollado por el suelo.
Agua y jabón. Se echó y abrió las piernas como si estuviera en labor de parto. Su panocha de 35 años era negra y peluda, los vellos subían casi hasta su ano. Ya enjabonada le acomodé con los dedos los labios resbaladizos de su vagina, ella tembló; ella disfrutaba cada rastrillada, lo sé, porque apretaba los dedos cruzados de sus pies. Cuando terminé de talar la selva, regocijado observé que su clítoris estaba inusualmente rojo y erecto.
Toalla. Yo secaba su concha pelada con paciencia y cuidado, su vulva estaba hinchada y su clítoris sobresalía erecto como la yema de una rama; soplaba sobre su vulva y pasaba la toalla, esto provocó que un rocío de humedad iluminara su concha, esa humedad se convirtió seguidamente en un hilillo de líquido transparente que llenó verticalmente su vulva; estaba realmente excitada, cuando ella sentía mis dedos me acercaba la concha tratando de obtener mayor presión. Adivinando, presioné su clítoris, ella tomó mi muñeca y presionó más, su vagina respondió con unos espasmos, ella respiraba fuerte, los espasmos aumentaron, de pronto, el hilillo incoloro fue desplazado por un torrente de líquido lechoso que salía borboteando de su vagina. El líquido rodeó su ano, pero luego, por la cantidad, lo inundó igualmente. Fue espectacular ver esa concha vomitar como un volcán enardecido esa leche femenina que salía burbujeante.
Cuando salió del trance, mi colega se deshizo en disculpas por el cobertor manchado, en 10 años de matrimonio nunca me había sucedido, se exculpó; confieso que fue una disculpa halagadora. Al día siguiente me trajo el cobertor lavado y perfumado, lo olí mientras me lo entregaba y le dije, me gustaba más con el olor de tu vagina. Ella me frunció el ceño, como las maestras cuando resuelves erróneamente un ejercicio matemático.
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