Que soy muy puta, a la luz de loshechos y por el tiempo que me conocen, ya no debe ser una novedad para nadie.Con el tiempo hubo cosas que me pasaron, justamente por puta, de las cuales nosolo que no me arrepiento sino que también las atesoro como gratos recuerdos deun inevitable camino hacia lo que hoy en día soy...una hembra en constante,permanente e inagotable celo.
Enel tiempo que llevo en este adorable espacio de encuentro virtual he recibidocientos de preguntas por privado que me fueron motivando cada vez más acomenzar esta serie de relatos que hoy comienza y, providencia mediante, no tendráfinal a la vista.
Yes así como me decidí a comenzar el relato como corresponde, desde el comienzo.Un comienzo que tuvo lugar allá por el inicio de este milenio en mi GeneralAcha natal y que ha tenido como coprotagonistas una seguidilla de amigos,amigos con derecho, noviecitos de turno, lisos y llanos desconocidos y algúnque otro pariente lejano (o no tanto) que me ha hecho la segunda en todas miscorrerías sexuales que tuvieron fin cuando decidí migrar a Buenos Aires para ejercercomo diseñadora gráfica y ampliar aúnmás mis horizontes del placer carnal, incluyendo mujeres y parejas. Claro que, en mis pagos, no pudedesenvolverme a mis anchas por el pudor que los lugares del interior aúngeneran en sus habitantes. Como todos saben, pueblo chico, infiernogrande...pero esa es otra historia.
Yaunque nadie es profeta en su tierra puedo jactarme de tener un númeroconsiderable de aventuras y eventos curiosos para deleite de todos ustedes, misnuevos y queridos lectores.
Imaginosus ojos recorriendo la pantalla, ansiosos por conocer esos detallesescabrosos, lascivos y hasta deliciosamente repugnantes de la vida sexual deuna chica sin pudores que, haciendo uso de sus atributos, se dispuso aconseguir lo que realmente quería.
Estahistoria que me dispongo a narrarles no fue la primera como tal, pero sí lesdiría que fue la primera que me generó lo que, tiempo después, se convertiríaen una adicción, el morbo por sentirme el objeto de deseo de cualquierhombre...
Yasí fue que un cumpleaños cualquiera, una salida tranqui, una noche sindemasiado para contar se convirtió en la llave que abriría la puerta alfantástico y atrapante mundo del sexo sin compromiso.
Entrecopas en un living habitado por una decena de invitados inicié conversación conun hombre que, para mis tiernos diecinueve, era considerablemente másexperimentado que yo. Rondaría los treinta, de contextura media y charlainteresante, decía haber recorrido el mundo y tener un sinnúmero de habilidadesque poco me importaban pero que, en un contexto aburrido y poco motivador, meatraía lo suficiente como para mantenerme atenta a su relato.
Sibien hubo gestos insinuantes y algún que otro doble sentido entre risas ymiradas pícaras, no podría decirles que este sujeto haya intentado seducirme oinvitarme a algo más. Simplemente desplegó todas sus herramientas para acapararmi atención y, para mí, eso fue suficiente.
Yade madrugada y cansada por el trajín de una semana de estudio, decidí poner fina la velada y con los saludos de rigor me retiré sin pena ni gloria. Supuse queel sujeto en cuestión haría un mínimo esfuerzo por mantener el contacto através del número telefónico pero se limitó a una cálida despedida que no pasóde eso.
Nopuedo decirles que me retiré desilusionada, pero sí algo confundida. En esemomento sentí que yo no había estado a la altura, o que le resulté aburrida oinsulsa debido a mi diálogo adolescente. Sea cual haya sido el motivo, me fuipensado que los “más maduros” no eran para mí.
Caminéderecho por Gral. Roca inmersa en mis pensamientos, atravesé la plaza y alllegar a Avellaneda se acercó un auto que detuvo su marcha justo delante de mí.
- Me hubieras avisado que ibascaminando... me hubiera ofrecido a llevarte, dale subí! – escuché desde elinterior del auto amarillo con vidrios polarizados.
Penséque la suerte había estado de mi lado aquella vez. Hoy puedo decirles que sindarme cuenta había exhibido mis de condiciones de cazadora...
Conalgo de dudas subí y me senté en el asiento del acompañante. Comencé a sentirque mi corazón se agitaba y mi respiración se entrecortaba.
- Decime dónde vivís así te alcanzo- dijoamablemente el casi desconocido conductor que tomó derecho por Avellaneda, enesas horas desierta.
- Seguí derecho por esta, yo te aviso... –alcancé a responder sabiendo que mi voz estaría notoriamente alterada por laexcitación y el nerviosismo del momento.
Sinceramenteno sé qué me venía diciendo en el afán de cortar el momento tenso, perorecuerdo que me hablaba con voz tranquila y amena. Sin perder tiempo me abrí elescote de la blusa que llevaba puesta dejando al descubierto mis suaves yturgentes pechos de adolescente...
- Pará acá...- le dije al mismo tiempo quecon mi mano izquierda comencé a tocar suavemente el bulto de su entrepierna.
- Epa! Te parece que hagamos algo así? –me dijo con bastante asombro.
- Pará acá, te dije.- le respondí conmayor decisión al tiempo que mi mano ejercía una presión mucho más notoria yrítmica sobre sobre aquel espacio suave y caliente que se forma entre laspiernas de un hombre sentado. (Continuará)
Enel tiempo que llevo en este adorable espacio de encuentro virtual he recibidocientos de preguntas por privado que me fueron motivando cada vez más acomenzar esta serie de relatos que hoy comienza y, providencia mediante, no tendráfinal a la vista.
Yes así como me decidí a comenzar el relato como corresponde, desde el comienzo.Un comienzo que tuvo lugar allá por el inicio de este milenio en mi GeneralAcha natal y que ha tenido como coprotagonistas una seguidilla de amigos,amigos con derecho, noviecitos de turno, lisos y llanos desconocidos y algúnque otro pariente lejano (o no tanto) que me ha hecho la segunda en todas miscorrerías sexuales que tuvieron fin cuando decidí migrar a Buenos Aires para ejercercomo diseñadora gráfica y ampliar aúnmás mis horizontes del placer carnal, incluyendo mujeres y parejas. Claro que, en mis pagos, no pudedesenvolverme a mis anchas por el pudor que los lugares del interior aúngeneran en sus habitantes. Como todos saben, pueblo chico, infiernogrande...pero esa es otra historia.
Yaunque nadie es profeta en su tierra puedo jactarme de tener un númeroconsiderable de aventuras y eventos curiosos para deleite de todos ustedes, misnuevos y queridos lectores.
Imaginosus ojos recorriendo la pantalla, ansiosos por conocer esos detallesescabrosos, lascivos y hasta deliciosamente repugnantes de la vida sexual deuna chica sin pudores que, haciendo uso de sus atributos, se dispuso aconseguir lo que realmente quería.
Estahistoria que me dispongo a narrarles no fue la primera como tal, pero sí lesdiría que fue la primera que me generó lo que, tiempo después, se convertiríaen una adicción, el morbo por sentirme el objeto de deseo de cualquierhombre...
Yasí fue que un cumpleaños cualquiera, una salida tranqui, una noche sindemasiado para contar se convirtió en la llave que abriría la puerta alfantástico y atrapante mundo del sexo sin compromiso.
Entrecopas en un living habitado por una decena de invitados inicié conversación conun hombre que, para mis tiernos diecinueve, era considerablemente másexperimentado que yo. Rondaría los treinta, de contextura media y charlainteresante, decía haber recorrido el mundo y tener un sinnúmero de habilidadesque poco me importaban pero que, en un contexto aburrido y poco motivador, meatraía lo suficiente como para mantenerme atenta a su relato.
Sibien hubo gestos insinuantes y algún que otro doble sentido entre risas ymiradas pícaras, no podría decirles que este sujeto haya intentado seducirme oinvitarme a algo más. Simplemente desplegó todas sus herramientas para acapararmi atención y, para mí, eso fue suficiente.
Yade madrugada y cansada por el trajín de una semana de estudio, decidí poner fina la velada y con los saludos de rigor me retiré sin pena ni gloria. Supuse queel sujeto en cuestión haría un mínimo esfuerzo por mantener el contacto através del número telefónico pero se limitó a una cálida despedida que no pasóde eso.
Nopuedo decirles que me retiré desilusionada, pero sí algo confundida. En esemomento sentí que yo no había estado a la altura, o que le resulté aburrida oinsulsa debido a mi diálogo adolescente. Sea cual haya sido el motivo, me fuipensado que los “más maduros” no eran para mí.
Caminéderecho por Gral. Roca inmersa en mis pensamientos, atravesé la plaza y alllegar a Avellaneda se acercó un auto que detuvo su marcha justo delante de mí.
- Me hubieras avisado que ibascaminando... me hubiera ofrecido a llevarte, dale subí! – escuché desde elinterior del auto amarillo con vidrios polarizados.
Penséque la suerte había estado de mi lado aquella vez. Hoy puedo decirles que sindarme cuenta había exhibido mis de condiciones de cazadora...
Conalgo de dudas subí y me senté en el asiento del acompañante. Comencé a sentirque mi corazón se agitaba y mi respiración se entrecortaba.
- Decime dónde vivís así te alcanzo- dijoamablemente el casi desconocido conductor que tomó derecho por Avellaneda, enesas horas desierta.
- Seguí derecho por esta, yo te aviso... –alcancé a responder sabiendo que mi voz estaría notoriamente alterada por laexcitación y el nerviosismo del momento.
Sinceramenteno sé qué me venía diciendo en el afán de cortar el momento tenso, perorecuerdo que me hablaba con voz tranquila y amena. Sin perder tiempo me abrí elescote de la blusa que llevaba puesta dejando al descubierto mis suaves yturgentes pechos de adolescente...
- Pará acá...- le dije al mismo tiempo quecon mi mano izquierda comencé a tocar suavemente el bulto de su entrepierna.
- Epa! Te parece que hagamos algo así? –me dijo con bastante asombro.
- Pará acá, te dije.- le respondí conmayor decisión al tiempo que mi mano ejercía una presión mucho más notoria yrítmica sobre sobre aquel espacio suave y caliente que se forma entre laspiernas de un hombre sentado. (Continuará)
12 comentarios - Me convencí de ser muy puta...(1º Parte)