Mi nombre es Daniela, madre y una consumada adicta al sexo. Tuve un incipiente inicio sexual de mano de mi primer pololo y sus amigos, después conocí el verdadero placer del sexo gracias al amante de mi mamá, mi padre biológico, Alejandro. Después de mucho sexo con él me embaracé y así fue como ideó el plan de hacer creer al esposo de mi mamá, mi padre de crianza (A quien en adelante me referiré como Padre o Papá), que ese hijo era suyo, claro, después de tener sexo con él. Eso fue hace un año y después no hice otra cosa que sumergirme más y más en mi depravada perversión. Y me gustó.
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El parto fue a finales de enero. Tiempo después de eso la mayoría de mi cuerpo había vuelto a la normalidad excepto mis tetas.
El poder de tener tetas. Toda esa atención que tenía sobre mí. Todos muriendo por probarlas. Jóvenes, viejos, flacos, gordos, incluso hombres en mi propia familia. Mi papá era el peor de ellos, tan obsesionado con la pornografía y, sobre todo, con el porno de tetas grandes. Cada vez que revisaba el historial de navegación en el computador de la casa encontraba muchas visitas a sitios de videos pornográficos en donde las tetas grandes eran lo primero que encontraba, tal vez no sabía cómo borrar su historial, tal vez lo dejaba ahí para que yo lo viera. Quizás su obsesión se desencadenó al tener a su pequeña hijita con un par grande de tetas tan cerca, hijita con la cual hace algunos meses había cruzado la línea que ningún padre debe cruzar y como resultado de eso había embarazado, o al menos eso era lo que él creía. Yo tampoco hacía algo para aliviar sus deseos. Cada día sacaba partido de mis curvas usando ropa ajustada o escotada e incluso algunos días me recostaba en el patio de nuestra casa a tomar el sol en topless.
Un día en que mi hermana y mi mamá habían salido a pasear con mi hijo, aproveché el tiempo a solas para entretenerme un poco con papá. No fue difícil tentarlo, solo me topé con él mientras salía de su habitación, yo usaba shorts cortos y la parte de arriba de un viejo bikini, que me quedaba pequeño en mis ya desarrolladas tetas. Lo saludé y después de que, como de costumbre, mirara mis tetas le dije, “Papá, ¿estás mirando mis tetas?”. Se puso nervioso, trató de negarlo, pero antes de que pudiese seguir balbuceando incoherencias le dije, “Aquí están si quieres verlas”. Bajé el bikini y quedó debajo de ambas tetas, dándole una vista de mi pecho en todo su esplendor. “Mi amor, ¿Qué haces?”, se apresuró a preguntarme. “No me digas que no te gustan, te he visto mirarlas muchas veces y sólo quería que por fin las vieses”, respondí sonriendo inocentemente. “¿Quieres chuparlas?”, pregunté mientras él no despegaba su mirada de mi pecho. “Mi amor, ya dijimos que no podíamos hacer esto de nuevo”, dijo mientras levantaba las manos, pero las detenía exageradamente. “Tenemos poco tiempo, si quieres hacerlos vas a tener que hacerlo ahora”, dije.
Vi lo duro que estaba a través de su pantalón. Mi pecho se llenó de una inocente compasión, como si su pene fuera un gatito bebé encerrado en una jaula, quería rescatarlo, liberarlo de los pantalones y el cierre. Jugueteé con el botón y su cierre y solté un grito de frustración cuando vi que el pene también estaba encerrado detrás de unos calzoncillos. Tiré de los pantalones cortos.
“¿Qué quieres?”, preguntó papá. Lo miré a la cara. En parte sorprendida de que todavía estuviera allí, en parte sorprendida de que tuviera que preguntar. ¿No era obvio lo que quería, quería liberar su pene, no todos querrían liberar un pene erecto? Parecía inútil hablar y dejé escapar un gruñido animal primitivo. Me sentía tan conectada conmigo misma, mis instintos, mi deseo, mi naturaleza, no era necesario hablar. Tiré de la cintura de los pantalones cortos de nuevo, empujándolos hacia abajo exponiendo la punta de su pene.
“Bien, bien”, él dijo. Se levantó de la mesa de café y se bajó los pantalones, su pene se levantó y rebotó hacia adelante. Me arrodillé frente al pene y froté suavemente mi dedo a lo largo de su eje.
Papá volvió a sentarse en la mesa de café. Ahora su pene tenía exactamente la misma altura que mis tetas. Presioné mis tetas hacia adelante hasta que envolvieron su pene por completo. Era suave y tierno, quería cuidar de su pene y hacerlo sentir seguro y suave, pero también estaba muy caliente, a mis tetas realmente parecía gustarle su pene. Era como si estuvieran hechas para él, como si mi escote estuviera diseñado específicamente para abrazar su pene. Con mis manos empujé mis pechos más juntos, haciendo mi escote aún más exuberante y suave y luego comencé a moverme hacia arriba y hacia abajo como si el pene me estuviera penetrando el escote, aunque era yo quien hacía todo el movimiento.
Papá no hizo mucho. Él simplemente se inclinó hacia atrás y miró mi escote, jadeando suavemente y soltando un gemido de vez en cuando. Me entregué de lleno a ello, todo se sentía tan natural, tan absolutamente necesario. Mis tetas necesitaban esto, ese pene necesitaba esto, el mundo necesitaba esto.
Seguía haciéndole la paja con mis tetas, disfrutaba sintiendo su pene mientras movía mis tetas hacia arriba y hacia abajo, una mancha húmeda de líquido preseminal resbaladiza contra mi piel.
La respiración de Papá se volvía cada vez más irregular. “Oh, sí…”, murmuró. Entonces su respiración se detuvo y dejó escapar un fuerte gemido mientras eyaculaba. Su semen rociando mis pechos, cálidos puntos húmedos por toda mi piel.
Eso fue todo, esa fue la primera vez que hice una paja con las tetas.
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El parto fue a finales de enero. Tiempo después de eso la mayoría de mi cuerpo había vuelto a la normalidad excepto mis tetas.
El poder de tener tetas. Toda esa atención que tenía sobre mí. Todos muriendo por probarlas. Jóvenes, viejos, flacos, gordos, incluso hombres en mi propia familia. Mi papá era el peor de ellos, tan obsesionado con la pornografía y, sobre todo, con el porno de tetas grandes. Cada vez que revisaba el historial de navegación en el computador de la casa encontraba muchas visitas a sitios de videos pornográficos en donde las tetas grandes eran lo primero que encontraba, tal vez no sabía cómo borrar su historial, tal vez lo dejaba ahí para que yo lo viera. Quizás su obsesión se desencadenó al tener a su pequeña hijita con un par grande de tetas tan cerca, hijita con la cual hace algunos meses había cruzado la línea que ningún padre debe cruzar y como resultado de eso había embarazado, o al menos eso era lo que él creía. Yo tampoco hacía algo para aliviar sus deseos. Cada día sacaba partido de mis curvas usando ropa ajustada o escotada e incluso algunos días me recostaba en el patio de nuestra casa a tomar el sol en topless.
Un día en que mi hermana y mi mamá habían salido a pasear con mi hijo, aproveché el tiempo a solas para entretenerme un poco con papá. No fue difícil tentarlo, solo me topé con él mientras salía de su habitación, yo usaba shorts cortos y la parte de arriba de un viejo bikini, que me quedaba pequeño en mis ya desarrolladas tetas. Lo saludé y después de que, como de costumbre, mirara mis tetas le dije, “Papá, ¿estás mirando mis tetas?”. Se puso nervioso, trató de negarlo, pero antes de que pudiese seguir balbuceando incoherencias le dije, “Aquí están si quieres verlas”. Bajé el bikini y quedó debajo de ambas tetas, dándole una vista de mi pecho en todo su esplendor. “Mi amor, ¿Qué haces?”, se apresuró a preguntarme. “No me digas que no te gustan, te he visto mirarlas muchas veces y sólo quería que por fin las vieses”, respondí sonriendo inocentemente. “¿Quieres chuparlas?”, pregunté mientras él no despegaba su mirada de mi pecho. “Mi amor, ya dijimos que no podíamos hacer esto de nuevo”, dijo mientras levantaba las manos, pero las detenía exageradamente. “Tenemos poco tiempo, si quieres hacerlos vas a tener que hacerlo ahora”, dije.
Vi lo duro que estaba a través de su pantalón. Mi pecho se llenó de una inocente compasión, como si su pene fuera un gatito bebé encerrado en una jaula, quería rescatarlo, liberarlo de los pantalones y el cierre. Jugueteé con el botón y su cierre y solté un grito de frustración cuando vi que el pene también estaba encerrado detrás de unos calzoncillos. Tiré de los pantalones cortos.
“¿Qué quieres?”, preguntó papá. Lo miré a la cara. En parte sorprendida de que todavía estuviera allí, en parte sorprendida de que tuviera que preguntar. ¿No era obvio lo que quería, quería liberar su pene, no todos querrían liberar un pene erecto? Parecía inútil hablar y dejé escapar un gruñido animal primitivo. Me sentía tan conectada conmigo misma, mis instintos, mi deseo, mi naturaleza, no era necesario hablar. Tiré de la cintura de los pantalones cortos de nuevo, empujándolos hacia abajo exponiendo la punta de su pene.
“Bien, bien”, él dijo. Se levantó de la mesa de café y se bajó los pantalones, su pene se levantó y rebotó hacia adelante. Me arrodillé frente al pene y froté suavemente mi dedo a lo largo de su eje.
Papá volvió a sentarse en la mesa de café. Ahora su pene tenía exactamente la misma altura que mis tetas. Presioné mis tetas hacia adelante hasta que envolvieron su pene por completo. Era suave y tierno, quería cuidar de su pene y hacerlo sentir seguro y suave, pero también estaba muy caliente, a mis tetas realmente parecía gustarle su pene. Era como si estuvieran hechas para él, como si mi escote estuviera diseñado específicamente para abrazar su pene. Con mis manos empujé mis pechos más juntos, haciendo mi escote aún más exuberante y suave y luego comencé a moverme hacia arriba y hacia abajo como si el pene me estuviera penetrando el escote, aunque era yo quien hacía todo el movimiento.
Papá no hizo mucho. Él simplemente se inclinó hacia atrás y miró mi escote, jadeando suavemente y soltando un gemido de vez en cuando. Me entregué de lleno a ello, todo se sentía tan natural, tan absolutamente necesario. Mis tetas necesitaban esto, ese pene necesitaba esto, el mundo necesitaba esto.
Seguía haciéndole la paja con mis tetas, disfrutaba sintiendo su pene mientras movía mis tetas hacia arriba y hacia abajo, una mancha húmeda de líquido preseminal resbaladiza contra mi piel.
La respiración de Papá se volvía cada vez más irregular. “Oh, sí…”, murmuró. Entonces su respiración se detuvo y dejó escapar un fuerte gemido mientras eyaculaba. Su semen rociando mis pechos, cálidos puntos húmedos por toda mi piel.
Eso fue todo, esa fue la primera vez que hice una paja con las tetas.
2 comentarios - 2009.01 Cambios