Esta es la historia de Naiara, Rocío y Valeria, tres hermanas que viven en un pueblo en el cual sus vidas van cambiando a medida que diferentes personas se involucran con ellas, ayudándolas a descubrir nuevos límites y llevándolas por diferentes caminos de placer. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…
CAPITULO 1
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Intervención 1: La madame (Mateo)
Las cosas en el pueblo son mucho más tranquilas y relajadas, pocas preocupaciones, quilombos divertidos y siempre hay fiestas o jodas por cualquier razón. Para un pibe como yo, cuyo padre tiene muchísima plata y no quiso irse a estudiar a la ciudad para quedarse trabajando en el negocio familiar, la vida está solucionada. En pocas horas puedo agarrar el auto y estar en la ciudad con mis amigos o puedo quedarme acá y disfrutar de la tranquilidad y la naturaleza. Lo único malo de vivir en un pueblo tan chico es que las minas lindas escasean y la gran mayoría de ellas se van a los 18 años para estudiar. No es que me haga el agrandado, pues tan solo tengo 19 años, pero en este último año que pasé en el pueblo me di cuenta de eso y tuve que aprovechar.
Valeria es una de las pendejas más hermosas de acá y yo siempre le había echado un ojo cuando solía cruzármela en la escuela. Cuando yo estaba en el último año, logré que me diera bola un par de veces y transamos alguna que otra vez, sin embargo la cosa no prosperó hasta varios meses después. Ella se estaba viendo con un pibito de otro pueblo y a la vez se corría el rumor de que andaba en algo con un compañero de curso. Después de terminar la secundaria y de decidir quedarme en el pueblo para trabajar en la farmacia de mi padre, me la jugué un poco más y le propuse ir a tomar algo. Así, empezamos a salir de vez en cuando y luego de varias idas y vueltas nos pusimos de novios.
Pero la verdad es que nuestra relación es bastante endeble. Vale es una pendeja bastante histérica y agrandada, que suele tener ataques chiquilines muy seguidos y que después se cree madura cuando en realidad no lo es. Es divertida, graciosa, alocada y un as de póker a la hora del sexo, pero no deja de ser una pendeja con mentalidad de piba de 18 años. Está cursando el último año de secundaria y eso hace que piense todo el tiempo en fiestas, en tomar alcohol y en hacerse la rebelde frente a sus padres. De hecho, estoy muy seguro que aceptó ser mi novia ya que ellos me odian, me detestan y tienen una visión horrible de mí. Su hermana más grande, Rocío, está de novia con uno de los pibes más perfectos del pueblo y lo aman a él y estoy seguro que desearían que su hija menor estuviera con alguien como él.
A mí, sinceramente, me chupa un huevo lo que ellos piensen, porque yo cuando estoy con Vale la paso bien. Nos divertimos juntos, hacemos cosas que a veces uno las haría con amigos y no con su pareja, solemos ser bastante respetuosos con los tiempos del otro y cogemos bastante seguido. El único problema es que Valeria se comporta constantemente como una pendeja y vive calentándose con otros pibes, transándoselos en boliches y cogiéndoselos a la vista de todo el mundo. Y lo que más me molesta de ello, es que todo el pueblo se entera de lo que hace y yo termino siendo un cornudo bárbaro, figura que desearía evitar. Hace tan solo una semana, en la fiesta que hicieron los de 5to año por el último primer día de clases, se fue a la habitación con uno de sus compañeros, Gian Franco, y se lo cogió mientras todos estaban de joda en el patio de la casa. Obviamente la noticia corrió más rápido que maratonista y al día siguiente yo ya me había enterado de lo que había hecho.
- ¡Sos una pelotuda! ¡Otra vez me cagaste con el boludo ese!- Le dije enojado cuando nos juntamos a hablar después de contarle que sabía lo que había pasado.
Ella me pidió perdón, me dijo que se había puesto muy en pedo y que en realidad había sido Gian Franco quien se la había encarado a ella. Claramente no era capaz de hacerse cargo de lo que hacía y eso me daba más bronca aún, ya que era obvio que ella lo había ido a buscar a él. Sin embargo, Valeria sabía mi punto débil y no tardó en hacerme un poquito de puchero y en arrodillarse adelante mío para chuparme la pija hasta sacarme la leche con su boca. Lo sé, no era la mejor forma de resolver las cosas. Pero prefería mil veces que me hicieran un pete por sentirse culpable a tener que pelearme con ella y arriesgarme a no coger. Es que, a decir verdad, yo tampoco soy el novio más fiel del mundo.
Cecilia Moreau, conocida en el pueblo como “la madame” por su apellido de origen francés, en una mina de unos 50 años que se vino a vivir al pueblo hace ya un tiempo cuando se casó con un terrateniente de la zona. La mina siempre fue una concheta terrible, le encanta estar impecable, lucir ropa nueva a diario y exhibir sus atributos de una forma única. Desde que se mudó al pueblo con su nuevo marido que empezó a correrse el rumor de que a la madame le gustaba divertirse con pendejos. Un pibe que hoy en día tiene 26 años y que tenía 18 cuando ella recién había llegado, hizo correr la bola de que se la había cogido y que era toda una fiera en la cama. Sin embargo, su marido, un tipo de mucha plata y poder en la zona, se encargó de desmentir esos rumores en más de una oportunidad y el pibe terminó falleciendo en un accidente de auto muy dudoso.
Los años pasaron y la idea de la madame cogiéndose a pendejos iba creciendo poco a poco y era tema de conversación en todo grupo de pibes que alcanzaba la mayoría de edad. Se decía que su modus operandi era siempre el mismo, encontraba un amante que cumplía 18 años, lo amoldaba a sus gustos particulares y se lo cogía por un tiempo hasta que se aburría de él y se buscaba un nuevo aprendiz. La sola idea de ser parte de ese grupo selecto de pibes que estaba con ella volvía loco a todo pendejo del pueblo cada vez que la veíamos pasar en su auto de primer nivel. El problema era que si no guardabas un secreto de ultratumba, ella y su marido se encargaban de que la pasaras muy mal, como lo hicieron con quien habría sido su primer alumno.
A los pocos días de haber cumplido 18 años, me encontraba trabajando en la farmacia de mi viejo cuando ella llegó para pedirme un medicamente muy específico que solíamos encargar a la ciudad. Le dije que como era con encargo, que volviera a pasar a la semana para ver si lo habíamos conseguido. Sin embargo, Cecilia decidió que era mejor que le diera mi número de teléfono así me escribía para preguntarme si ya había llegado. Pasaron unos días y eso hizo, me mandó un mensaje para ver si su medicamente ya estaba disponible, pero el mismo todavía no había llegado. Días más tarde volvió a escribirme, pero en esa oportunidad fue mucho más atrevida y se animó a llamarme “mi amor” al principio de la consulta. Como tampoco teníamos el remedio que necesitaba, me escribió al poco tiempo un tercer mensaje y tras decirle que habíamos recibido el medicamente, me pidió que se lo llevara a la casa.
No era un servicio que nosotros brindáramos, pero se trataba de la madame y no iba a perder la oportunidad de irme hasta la casa y verla en vivo. Salí de la farmacia dejando al empleado solo y fui hasta su casa, la cual estaba algo alejada del centro. Toqué el timbre y ella me abrió el portón, por lo que entré por el largo camino hasta la casa. Se abrió la puerta principal y a pesar de que era Septiembre, Cecilia me estaba esperando con una bikini muy reveladora. Me dijo que pasara, así buscaba tranquila la plata para pagarme el remedio. Me tiré el lance y le dije que el delivery no estaba incluido y ella entonces hizo algo que no esperaba. Me pagó la parte del medicamente con plata y me ofreció otro medio de pago por las molestias por habérselo llevado hasta la casa.
Desde ese día me convertí en uno de sus aprendices. La metodología era siempre la misma: la madame me mandaba un mensaje diciendo la hora y el lugar del encuentro (que siempre solía ser a las 16 hs y en una calle algo alejada del centro), nos subíamos a su auto y manejaba hasta su casa para llevarme a una habitación en la plantaba baja que tenía las cortinas siempre cerradas. Allí hacíamos de todo lo que ella quisiera. Su objetivo era enseñarme cosas nuevas, utilizarme para darse placer y demostrarme la fiera que había adentro suyo. Mi fin principal era disfrutar de esa yegua que me cogía de manera única y me dejaba complacido al máximo.
Esa tarde, después de reprocharle a mi novia que me había engañado con su amigo y de que me hiciera un pete para reparar parte del daño, me escapé de la farmacia y me fui hasta la esquina que habíamos acordado con Cecilia. Su auto apareció unos minutos más tarde de la hora pactada y ni bien me subí, me recibió con su habitual “Hola pendejo” que ya hacía que se me pusiera dura la verga. Manejó en silencio por varios minutos hasta su casa y luego de entrar fuimos directo a la habitación de la planta baja que no veía la luz. “Ponete cómodo que yo me voy a refrescar un poquito” me dijo saliendo de la habitación y yo enseguida me empecé a sacar la ropa hasta quedar en bóxer. Pasaron unos segundos y la puerta volvió a abrirse y yo me quedé atónito.
Cecilia entró vestida con un corpiño y una bombacha de encaje blanco que le quedaba hermoso. El color tostado de su piel hacía resaltar la pureza de la ropa y eso denotaba mucho más. El corpiño le quedaba perfecto por encima de sus tetas operadas bien firmes y duritas y la tanguita se le metía adentro de la cola divina y ejercitada que tenía. Dio unos pasos hacia la cama, giró para que pudiera ver cómo le quedaba el conjunto y se subió a la cama para acomodarse encima de mí. “¿Hace mucho que no ves a tu noviecita?” me preguntó la muy zorra pues le encantaba la idea de que yo me acostara con ella a pesar de estar de novio. Le dije que la había visto esa mañana, pero que no tenía sexo con ella desde hacía unos días y eso le provocó una sonrisa macabra que me la puso aún más dura.
Los labios de la madame tocaron los míos y mi cuerpo tembló por completo. Poco a poco los besos se fueron volviendo súper caliente y mojados y sus manos comenzaron a recorrer todo mi cuerpo. Le encantaba tocarme, manosearme y disfrutar de mis músculos, algo que ella no tenía en su marido, un gordo desagradable bastante más grande que ella. Fue bajando con su boquita divina por mi pecho y mi estómago y cuando llegó a mi cintura se encargó de agarrarme la pija por encima del bóxer. “Me encanta lo rápido que te ponés así” me dijo y me desprendió de lo último que me quedaba de ropa. Rápidamente tomó mi pija y empezó a pajearme lentamente, recorriendo con sus dedos toda mi carne y sintiéndola bien firme en su mano. Me regaló una sonrisa divina y agachó la cabeza para hacer magia con sus labios.
Si me gustaba como Valeria, una pendeja inexperta de 18 años me chupaba la pija, la madame me volvía loco. Sus labios bien carnosos (y seguramente operados) se movían sutilmente por encima de mi verga recorriéndola con muchísimas ganas. Sus dedos no me soltaban ni un segundo y con ellos me iba pajeando a la misma velocidad que movía su boca. Con su otra mano, arañaba mi cuerpo, cosquilleaba mis piernas y acariciaba mus huevos haciéndome temblar por completo. Su boca se llenaba de saliva y esta caía despacio por mi pija bien dura cada vez que ella quería, para luego recolectarla toda con su lengua. Era una experta por completo y eso me encantaba, me la ponía al palo y lo disfrutaba como nunca.
Pero así como yo recibía de su parte, tenía que devolver el favor y la madame era una mujer muy exigente. La primera vez que se lo hice, me interrumpió al menos cuatro veces para corregirme la técnica y enseñarme como le gustaba. Con el correr de los meses fui aprendiendo y después de seis meses de ser su amante, sabía muy bien lo que le gustaba. Me acosté entre sus piernas mientras ella se quitaba la ropa interior y lo primero que hice fue darle besos bien babosos sobre los muslos y en la cintura. Le encantaba que la fuera calentando de a poco y que pasara varias veces por encima de su entrepierna antes de concentrarme en ella. Eso fue lo que hice esa tarde de marzo mientras la oscura habitación se iba calentando poco a poco.
Una vez que la tuve a mi merced y que se retorcía de ganas con cada beso que le daba, pasé mi lengua encima de su conchita y le mojé toda la zona. “¡Mmm!” gimió ella. Le encantaba regalarme sus gemidos cuando hacía las cosas bien y eso me volaba la cabeza. Empecé a chuparle la conchita de forma lenta, suave, utilizando la puntita de mi lengua primero y las yemas de mis dedos para rozarle los labios. Habían sido tantas las veces que la madame me había dicho lo que le gustaba, que ya tenía bien en claro cuando debía subir hasta su clítoris, cuando debía dejar caer saliva en su cuerpo y cuando tenía que comenzar a jugar con mis deditos. A diferencia de Valeria, la cual gemía y gritaba por cualquier cosa, mi maestra era mucho más exigente y escuchar un suspiro de su parte era señal de que estabas haciendo las cosas muy bien.
Pasaron varios minutos y yo fui sintiendo como su conchita se iba mojando de a poco. Su cintura empezaba a moverse al ritmo de mi lengua, la cual aceleraba lentamente y disminuía cuando notaba que ella me lo pedía. Sus manos recorrían su propio cuerpo, haciéndose cosquillas sobre los costados y llevándoselas a las tetas para agarrárselas con ganas. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, de la cual salían leves gemidos cada vez que mis movimientos daban en el blanco. Mis dedos no tardaron en aparecer en la escena y poco a poco fui jugando con ellos hasta mojarlos en el interior de su cuerpo. La madame empezó a gemir con más ganas, a morderse los labios de vez en cuando y revolear su cintura frenéticamente hacia todos lados. Esa tarde me lucí entre sus piernas.
El beneficio de hacer las cosas bien se vio reflejado segundos después, cuando ella me tiró violentamente a la cama, me puso un preservativo a las apuradas y se sentó sobre mi cintura introduciendo mi pija adentro de su conchita. Si había algo que la madame sabía hacer muy bien era cabalgar pendejos y le encantaba. Puso mis manos a la altura de mi pecho y haciendo fuerza sobre este empezó a moverse violentamente encima de mí. Sus tetas operadas, se quedaron firme frente a mis ojos y apenas se movían con cada salto que daba. Yo las miraba tentadísimo, pero esperé a que ella me diera la orden de poder tocarlas, para apoyar mis manos sobre ellas y comenzar a jugar con mis dedos sobre sus pezones. La clave era obedecer siempre a la maestra y no abusar de la confianza del momento.
La madame me cabalgó por varios minutos, alterando el ritmo de sus movimientos y la forma en la que su cintura iba y venía. Se sentaba sobre mi cuerpo para dibujar círculos encima mío, daba saltos veloces que venían acompañados de gemidos y revoleaba su cintura en todas direcciones mientras yo miraba fanático sus tetas. Lo mejor de todo era que a ella le encantaba observarte a los ojos y ver la cara de estúpido que ponías mientras que gozaba de tu cuerpo. Sin lugar a dudas la hacía sentir poderosa y salvaje y eso era parte de su placer y es por eso que a mí me encantaba haberme convertido en uno de sus pendejos. Me cogió muchísimo tiempo en esa posición, gozando y disfrutando de mi cuerpo como quiso.
- Vení pendejito, cogeme toda.- Me pidió poniéndose en cuatro y llamándome con voz firme.
Rápidamente me coloqué de tras de ella y luego de admirar su culo por unos segundos, metí mi verga adentro de su conchita empapada y empecé a darle con todas mis ganas. Apoyé mis manos sobre su cintura y sujetándola con firmeza comencé a cogerla a toda velocidad. Movía mi cuerpo hacia adelante y hacia atrás como loco, tratando de que mi verga entrara y saliera por completo de su cuerpo. A ella le encantaba eso, le encantaba que me volviera una bestia cuando me pedía que me la cogiera. Sus gemidos y gritos no tardaron en aparecer y completaron la escena de una manera perfecta. “¡Mmm sí! ¡Dale pendejo! ¡Cogeme con ganas!” decía la muy trola sintiendo mi pija clavarse bien a fondo de su cuerpo.
Pero ella es demasiado dominante para disfrutar de ese momento por mucho tiempo. Tan solo unos minutos después de eso, me llevó a un sillón bastante grande que había en la habitación y me hizo sentar en él para colocarse encima de mí dándome la espalda. Su conchita, la cual estaba toda empapada, recibió mi verga una vez más y la madame comenzó a saltar de nuevo sobre mi cuerpo. Sus manos se apoyaron en los apoyabrazos del sillón y con fuerza se impulsaba hacia arriba para caer dando golpes sobre mi pija totalmente dura. Yo me relajé sobre el mismo y me dediqué a disfrutar de ese hermoso espectáculo que mi maestra me estaba dando.
- ¡Si pendejo! ¡Te voy a acabar toda la pija! ¡Te la voy a mojar toda!- Gritaba con cada salto que daba y eso me ponía cada vez más loco.
La madame no tardó en acabar segundos más tarde y violentamente cayó sobre mi cuerpo apoyando su espalda en mi pecho. Sentí como toda mi entrepierna se humedecía y como mis huevos se mojaban del flujo de su cuerpo, haciéndome sentir un excelente aprendiz. Me permitió agarrarle las tetas y se las empecé a manosear mientras que ella seguía retorciéndose de placer y disfrutando del orgasmo que acababa de obtener gracias a mí. Sus gemidos no cesaban y de su boca seguían saliendo frases bien calientes que me hacían la cabeza y ponían mi pija bien dura a latir adentro de su cuerpo.
Pero la cosa no había terminado, pues había un morbo hermoso que la madame tenía y que cumplía siempre que nos encontrábamos. Le encantaba que le tiraran la leche encima de su cuerpo y eso era la frutilla del postre. Por lo general ella escogía el lugar y sus tetas parecían ser su favorito, pero en esa oportunidad me dio a mí a elegir, algo que había hecho muy pocas veces. Claramente, le confesé que quería llenarle la boca de semen y ella me regaló una sonrisa morbosa que hizo que aguantara muy poco cuando volvió a arrodillarse en frente mío. Tan solo unos segundos más tarde, la madame tenía mi pija en su boca nuevamente y con apenas unos movimientos, logró hacerme acabar un cantidad impresionante de leche que fue a parar toda a su boca. Cerró los labios, la tragó y me enseñó la lengua para demostrarme que ella también podía ser muy servicial cuando se lo proponía.
Luego de eso, fui al baño privado de la habitación para bañarme, me cambié lo más rápido que pude y salí para encontrarme a Cecilia completamente vestida en el hall de entrada de la casa. “¿Estás listo? ¿Te llevo?” me preguntó como hacía todas y cada una de las veces que nos encontrábamos para coger, pero en esa oportunidad le dije que prefería volver caminando. Ella aceptó y luego de decirme que esperara su próximo mensaje, me abrió la puerta y me despidió con un beso en la mejilla. Comencé a caminar por el camino que daba hasta el portón y cuando llegué al mismo vi que el auto de su marido estaba estacionado del otro lado. Giré la cabeza y paseando por el patio, encontré al gordo desagradable que sin lugar a dudas me había visto pasar por en frente suyo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al saber que el marido de la madame era cómplice de todo eso.
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