Todavía recuerdo, como si hubiese sidoayer, aquella mañana de viernes en la cual todo comenzó. Era el último día declases antes de los exámenes finales, así que me levanté temprano, me di unaducha activadora y bajé a desayunar. Cuando entré en la cocina, no tenía ideade que lo que estaba a punto de ver cambiaría mi vida para siempre. Nosospechaba yo que allí mismo, en el seno de mi hogar, me iba a encontrar decara a la perdición, ni que ésta iba a tener la forma del culo de mi madre.
¡Y qué culo! Ella estaba parada contrala mesada lavando unas piezas de vajilla –las cuales calculé que habíancontenido el desayuno de mi padre, lo que me permitió contemplarla unosinstantes desde atrás. Mis ojos rápidamente descendieron por su espalda,cubierta por una sexy musculosa blanca, para posarse incrédulos sobre susapretadas calzas de color azul claro, las cuales llevaba bien incrustadas en elmedio del orto. Quedé congelado. Nunca la había visto vestida de manera tanprovocativa. La impresión fue tan fuerte que no pude evitar dejar escapar unsuspiro, el cual hizo que ella notara mi presencia. Entonces giró su cabeza y,mientras dejaba una taza sobre el seca-platos, me dio los buenos días. Yoretribuí su saludo y comencé a prepararme un café sin poder dejar de observarlela cola. Luego pregunté:
–¿Es ropa nueva? Te ves bien –bien putase veía.
Ella agradeció mi elogio con una ampliasonrisa mientras me confirmaba que era ropa de estreno.
–¿Cómo me queda? –me preguntóllevándose las manos a su cintura en pose de modelo.
–A ver… una vueltita –le dije mientrasmi mano trémula, producto de la excitación, dejaba la taza de café sobre lamesada, volcando parte de su contenido.
Entonces giró sobre si mismamostrándome ese cuerpo espectacular, de generosas curvas, desconocido hasta esemomento para mí. A la mitad de su giro pude contemplar cómo se le marcaba eldiminuto triangulito de la braguita perdiéndosele completamente en el ojete.Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo: mi madre, esa inocente amade casa siempre tan recatada y pudorosa, ¡estaba usando tanga! y la exhibíaante su propio hijo con el mayor descaro. Las nalgas hinchadísimas de su culorespingón estiraban la tela de la calza hasta un punto crítico, quedando alborde de correr el mismo destino que las camisas del increíble Hulk. Cuandocompletó su vuelta reparé en sus dos enormes y redondas ubres, que parecían queiban a escapar de su escotada musculosa. “¿Dónde tenía escondidos ese par demelones?”, me preguntaba inmerso en mi perplejidad.
–Estás divina, ma –se escapórepentinamente de mis labios.
Ella se sonrojó levemente y meagradeció el piropo dejando escapar una risita nerviosa, a la cual yo retribuícon una de igual calibre.
–¿Y papá? –pregunté buscando romper elsilencio incómodo que había generado mi comentario.
–Se acaba de ir a su trabajo –merespondió.
“Qué suertudo hijo de puta”, pensé,invadido por la envidia de descubrir que dormía todas las noches al lado desemejante monumento de hembra.
Al rato partí hacia la facultad. Medespedí de mi madre dándole una última ojeada a su cuerpazo. Todavía me costabareconocerla. Era como si alguien, de pronto, le hubiese inflado el culo y lastetas al punto de explotar. Estaba que se partía de buena.
Ese día, luego de las últimas ytediosas clases del semestre, salí a pasear con mi novia. Recuerdo que mientrascaminaba junto a ella, en algún momento, miré de reojo a unas promotoras quevestían sus características calzas ajustadas e inmediatamente la imagen de mimadre se apoderó de mi cabeza. Quedé estupefacto. No podía creer que fueranunas trolas con calzas metidas en el orto las que me la recordaran. A partir deese momento ya no pude escuchar a mi novia, sólo asentía de vez en cuando paradisimular mi súbito desinterés. Su otrora dulce voz se había transformado en unruido desagradable que martilleaba mi cabeza, la cual había sido invadida porla imagen del cuerpo de mi madre. Sólo quería que pasara el tiempo para volverrápido a mi casa y disfrutar de esa voluptuosidad recién revelada.
Después de unas cuantas horas defastidio, por fin pude despedirme de mi novia, no sin antes prometerle quesaldríamos esa misma noche. Al regresar a casa lo primero que hice fue entraren la cocina buscando otra imagen igual a aquella que me había puesto a mil; yno fui defraudado. Allí estaba de nuevo mi vieja, en el mismo lugar, pero estavez estaba leyendo. Lo hacía inclinada hacia adelante, con sus antebrazosapoyados en la mesada. Sus piernas formaban un leve ángulo obtuso con sutronco, lo que generaba una vista aún más espectacular de su tremendo culazo,que quedaba apuntando directo hacia mí, enfundado en aquella calza azulapretadísima y totalmente incrustada en el orto. Sus grandes y redondas nalgaslucían bien separadas por una oscura y larga canaleta central, la cual sedevoraba furiosamente la tela de la calza. Yo no quería ser delatado nuevamentepor alguna exclamación impropia, así que decidí hacer patente mi presencia:
–Hola… volví.
–Hola ¿Cómo te fue? –me dijo ella sinapartar la vista de su lectura.
–Bien…
Y busqué la forma de alargar laconversación, sólo para justificar mi superflua presencia en la cocina. Asíque, sin sacarle los ojos del orto, le pregunté:
–¿Qué estás leyendo?
–¿Desde cuándo te interesan mislecturas? –me respondió con aparente suspicacia.
–¿No estarías más cómoda sentada en unsillón? –le dije yo con defensivo sarcasmo.
Ella me miró, sonrió e hizo un tenuegesto de negación con su cabeza, y no se movió, siguió ofreciéndome una postalde su increíble culazo. En ese momento tuve la perturbadora sensación de que loestaba haciendo a propósito, de que me estaba provocando. Imaginé que me habíaestado esperando sólo para mostrarme el culo. Yo no sabía que excusa inventarpara seguir ahí parado mirándole el ojete; y no fui muy original:
–¿Y papá?
–Hoy vuelve más tarde: va a jugar altenis con sus amigos del club.
“Pero qué pedazo de gil, ir apajerear por ahí teniendo esta diosa en casa, y vestida como putita. Yo laestaría garchando todo el día. No le sacaría la pija ni para dormir”, pensé. Esque las mujeres así necesitan mucha pija; y si te distraes, aunque sólo sea porun minuto, se buscan otra. También me preguntaba si mi viejo daría la talla.Calculé que para satisfacer a una mujer con un cuerpo como ese había que tenertremenda pija y el rendimiento de un actor porno.
No sé qué fue lo que me pasó por lacabeza en ese momento, quizá un posible drive de derecha de mi viejo jugandocon sus amigos, lo cierto es que sin siquiera pensar lo que estaba haciendo, meacerqué a ella y le metí una fuerte palmada en la cola: ¡Pafff!
–¡¿Qué hacés tarado?! –exclamósorprendida mientras enderezaba su cuerpo y llevaba su mano hacia la nalgaafectada.
Quizá producto de los nervios, no se meocurrió otra reacción más que comenzar a reír.
–Te dije que era mejor el sillón: másseguro –le dije ahogándome en mi propia carcajada.
Ella me miró seria, con rostrovengativo, entrecerrando sus ojos como quien piensa “ésta me las vas a pagar”,y se marchó hacia el living. A pesar del gesto adusto, se fue a paso lento,contoneando su cuerpo en forma exagerada, mostrándome semejante orto ymeneándolo como una puta.
Yo no dejé de pensar en ella el restodel día. Seguro que me estaba provocando la hija de puta. Seguro que le excitabaver cómo me calentaba su hermoso culo. Todavía no entendía cómo me habíaanimado a darle una nalgada, lo cierto es que mi mano aún conservaba en sumemoria la firmeza de ese glúteo macizo. Esa noche, argumentando algún tipo decansancio extremo, o quizá un malestar estomacal, cancelé la salida con minovia y en su lugar me hice cinco pajas en honor al culazo de mi vieja.
Al día siguiente, ni bien me desperté,bajé corriendo las escaleras en busca de más argumentos que me permitieranjalarme la pija con verdadero fundamento. Mi madre estaba preparando elalmuerzo, así que me dirigí raudo hacia la cocina. De pasada salude a mi padreque estaba en la sala principal mirando televisión. Al llegar a mi destino medesayuné con la mala noticia de que mi vieja ese día llevaba un vestuariodecente, como acostumbraba usar antes de su repentino emputecimiento, queparecía haber sido sólo de un día. Pensé que quizá se había avergonzado tras mipalmada irreverente del día anterior. La saludé disimulando mi lógica decepción:
–Buen día.
–Buen día nada, estoy enojada. Ayer tepasaste del límite –me musitó sin voltearse a verme, y confirmando mi teoría.
–Perdoname, ma, fue una broma.
Luego de unos instantes de silencio, meofrecí a ayudarla en sus labores, un poco como forma de compensarla por miosadía y otro poco para cambiar de tema.
–Si querés colaborar podés cortar elpasto del fondo, que está larguísimo –me dijo tras breve vacilación y señalandocon su dedo, a través de la ventana, el desorden vegetal reinante.
–Creí que lo iba cortar papá.
–Tu padre está como tarado mirandotele. Parece que no lo mueve nadie de ahí.
–Está bien, yo me encargo, ¿dónde estála máquina?
–Está rota desde hace meses, si no yalo hubiese cortado yo. Por ahí están las tijeras.
Así fue que marché al patio del fondopara cumplir con las encomendadas labores de jardinero. No había pasado ni unahora cuando ya me encontraba exhausto, con los verticales rayos del sol delmediodía partiéndome la cabeza y habiendo logrado levantar apenas una modestísimamontaña de pasto que no le hacía mella a toda la maleza que había crecidodurante meses. Mi madre, al verme sufrir, se apiadó de mí y me alcanzó un vasode agua. Yo le agradecí el gesto mientras me secaba el sudor de la frente. Ellase ofreció a ayudarme:
–¿Querés que te vaya juntando el pasto?–me dijo.
–Eso estaría genial –le respondí.
Entonces trajo una bolsa, pero antes deque pusiera manos a la obra, pregunté y advertí:
–¿No te vas a cambiar?, te vas aensuciar la ropa.
–¿Y qué querés que me ponga? Esta ropaes vieja.
–Yo diría que algo más adecuado aloficio de jardinero –le dije con tono gracioso.
–Mmmm, está bien, ya vuelvo –me dijocon una sonrisa maliciosa que me excitó un poco.
Al cabo de unos minutos se apareció consu ropa de fajina, la cual casi me provoca un desmayo.
–¿Así estoy bien? –me dijo con sonrisapícara.
Y vaya si estaba bien. La muy hija deputa se había puesto nuevamente la calza azul, tan ajustada al cuerpo que pordelante le marcaba la concha en forma por demás obscena y por detrás se leenterraba toda en el orto. Arriba llevaba puesta una remera ajustada de unatela tan fina que dejaba entrever sus grandes y erectos pezones en medio de suserguidas ubres carentes de todo sostén. “¡Mierda, que puta!”, pensé. Había vueltoa su vestuario de zorra y con mayor atrevimiento. Quería excitarme, sin duda, ya la muy putita parecía importarle tres carajos que mi viejo anduviera en lavuelta.
Al verla con su vestuario tan alejadoal del oficio de jardinero, mi verga se levantó inmediatamente debajo de misholgados pantalones. Sólo atiné a tomar la tijera y seguir cortando el pastodesordenadamente. Ella –haciéndose la boluda– se agachó a recoger el pasto enforma tan sugerente que rayó lo obsceno. Lo hizo dándome la espalda y sinflexionar las rodillas, asegurándose, con un comentario banal, de que yoestuviera viéndole esos enormes glúteos macizos. Éstos parecían dos pelotas debásquet imposibles de disimular para la delgada tela de la calza.
–¿Ya puedo juntar? –me dijo.
Le adiviné una sonrisa perversaacompañando el comentario. Sólo pude esbozar un lacónico “si”, arrastrandobastante la ese.
A esa altura tenía la pija queexplotaba. No podía creer que mi propia madre me coqueteara de manera tanprocaz. Pensé nuevamente en el cornudo de mi viejo: su mujer afuera pidiéndomea gritos que me la garchara y él adentro, mirando la tele como un boludo. Estepensamiento me excitó sobremanera. Las tijeras cayeron de mis manos y sóloquedé contemplando el imponente culo de mi madre, totalmente hipnotizado por suvoluptuosidad. Ella, estando aún agachada en medio de su faena, volteó surostro repentinamente y descubrió mis ojos clavados en su curvadaparticularidad.
–¿Qué hacés? ¿Me estás mirando la cola?
–No… perdón… yo…
–¡Che, atrevido, soy tu madre! –me dijocon tono algo risueño y quizá algo concupiscente.
Entonces se incorporó frente a míabrazando la pila de pasto que había recogido y, al ver que yo no reaccionaba,me la arrojó encima de mi cabeza.
–¡Ahora sí estamos a mano! –exclamó mientrasreía como una nena.
Recién allí reaccioné: me incorporé conun ágil salto e intenté agarrarla.
–¿Ah, sí?, ahora vas a ver, ¡vení acá!–le grité intentando tomarla de sus brazos.
–No, noo –dijo ella a las risas yhuyendo de mis garras.
Entonces corrió hacia el interior de lacasa. Yo le seguí los pasos pensando “si te agarro no te salvás”. La perseguípor toda la planta baja de la casa en esa especie de juego histérico. Laalcancé en el living, justo donde estaba mi viejo, que se había dormido mirandola tv. Recuerdo que ella grito un fuerte “¡nooo!” al sentir que estabaatrapada. Mi viejo no mutó: tenía el sueño tan profundo como el de una piedra.Entonces tomé a mi madre de la cintura con una mano y con la otra empecé analguearla fuerte.
–¡Basta, basta, noo, vas a despertar atu padre! –decía ella.
Pero yo estaba tan caliente que no meimportó que mi viejo estuviera a unos pocos metros. Lejos de aflojar, lo quehice fue bajarle la calza lo suficiente como para seguirle dando paafff paafffa su culo desnudo. Por primera vez tuve una vista del marmóreo culo de mi madreen cuero y perfectamente entangado. El minúsculo hilito dental blanco quellevaba puesto dejaba sus preciosas nalgas totalmente al aire. Su piel eratersa y sin irregularidades de ningún tipo. Pude sentir la contundencia de esoscachetes macizos, durísimos. Tan duros que tenía que darle con todas misfuerzas para hacerlos temblar con mis latigazos. ¡Qué hija de puta, qué pedazode culo! ¿Cómo no lo había descubierto antes?
–¡Basta, me duelee! –suplicaba al verque yo no aflojaba con las nalgadas.
Como era previsible, el fuerte sonidode los cachetazos y los gritos de mi madre terminaron por despertar a mi viejo,quien no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Imaginen la situación: eltipo se despierta de pronto y se encuentra con la imagen de su esposa con elculo al aire y siendo nalgueada sin piedad por su propio hijo. ¡Era muy fuerte!
–¿Qué hacen? –preguntó. Estaba perplejoy totalmente confundido. No era para menos.
–Nada viejo, tu mujercita se portó maly la estoy castigando, vos seguí durmiendo tranquilo.
Ella no dijo nada, pero se notaba a lalegua que estaba gozando de lo lindo. Parecía estar como en trance, con lamirada perdida y con una cara de puta que ni les cuento. Para colmo yo leseguía dando con saña a sus nalgas de acero. La situación parecía insostenible.Sin embargo, mi elocución fue tan natural que a mi viejo le causó gracia. Se veque lo tomó como un juego inocente y comenzó a reírse a carcajadas por loridículo de la situación. Mi madre se notó visiblemente molesta.
–¿De qué te reís pelotudo? –le increpó.
Yo también me empecé a reír. Ellaaprovechó para zafarse definitivamente y subir las escaleras rumbo a su cuartoa paso rápido y enojado, mientras intentaba levantarse la calza con ladificultad lógica que le imponía el apuro, sumado al volumen de su tremendoculazo. Les juro que forcejeó contra la indefensa prenda por más de diezescalones, cinchando con sus dos manos desesperadamente, estirando la telahacia arriba, y ni aun así logró cubrirse todo el orto la muy puta. Llegóarriba con medio ojete afuera.
Mi rostro contemplando esas nalgotas alaire, enrojecidas por mis azotes, bamboleándose en las escaleras, debería serla más viva expresión del deseo. ¡Qué delicia, por Dios! Quedé embobado. Se mecaía la baba y ni siquiera intenté disimularlo.
–Ja ja, ¿qué fue lo que te hizo paramerecer el castigo? –preguntó mi viejo, que a esa altura yo no sabía si seestaba haciendo el boludo o efectivamente lo era.
–Me hizo un desastre con el pasto,viejo –le dije con total cinismo.
Pero lo que me había hecho en realidadla muy trola era provocarme hasta el extremo mostrándome el culo todo el tiempocon calzas ajustadas y diminutas tangas, usando remeras que le marcaban lastetas y jugando como una nena buscona. Era una PUTA con mayúsculas. Desde esemomento me quedé con la idea fija de tener a esa culona en mi cama sí o sí.Ella quería ser mi mujer y yo la iba a complacer como fuera, aunque para eso tuvieraque deshacerme del boludo de mi viejo.
CONTINUARÁ...
¡Y qué culo! Ella estaba parada contrala mesada lavando unas piezas de vajilla –las cuales calculé que habíancontenido el desayuno de mi padre, lo que me permitió contemplarla unosinstantes desde atrás. Mis ojos rápidamente descendieron por su espalda,cubierta por una sexy musculosa blanca, para posarse incrédulos sobre susapretadas calzas de color azul claro, las cuales llevaba bien incrustadas en elmedio del orto. Quedé congelado. Nunca la había visto vestida de manera tanprovocativa. La impresión fue tan fuerte que no pude evitar dejar escapar unsuspiro, el cual hizo que ella notara mi presencia. Entonces giró su cabeza y,mientras dejaba una taza sobre el seca-platos, me dio los buenos días. Yoretribuí su saludo y comencé a prepararme un café sin poder dejar de observarlela cola. Luego pregunté:
–¿Es ropa nueva? Te ves bien –bien putase veía.
Ella agradeció mi elogio con una ampliasonrisa mientras me confirmaba que era ropa de estreno.
–¿Cómo me queda? –me preguntóllevándose las manos a su cintura en pose de modelo.
–A ver… una vueltita –le dije mientrasmi mano trémula, producto de la excitación, dejaba la taza de café sobre lamesada, volcando parte de su contenido.
Entonces giró sobre si mismamostrándome ese cuerpo espectacular, de generosas curvas, desconocido hasta esemomento para mí. A la mitad de su giro pude contemplar cómo se le marcaba eldiminuto triangulito de la braguita perdiéndosele completamente en el ojete.Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo: mi madre, esa inocente amade casa siempre tan recatada y pudorosa, ¡estaba usando tanga! y la exhibíaante su propio hijo con el mayor descaro. Las nalgas hinchadísimas de su culorespingón estiraban la tela de la calza hasta un punto crítico, quedando alborde de correr el mismo destino que las camisas del increíble Hulk. Cuandocompletó su vuelta reparé en sus dos enormes y redondas ubres, que parecían queiban a escapar de su escotada musculosa. “¿Dónde tenía escondidos ese par demelones?”, me preguntaba inmerso en mi perplejidad.
–Estás divina, ma –se escapórepentinamente de mis labios.
Ella se sonrojó levemente y meagradeció el piropo dejando escapar una risita nerviosa, a la cual yo retribuícon una de igual calibre.
–¿Y papá? –pregunté buscando romper elsilencio incómodo que había generado mi comentario.
–Se acaba de ir a su trabajo –merespondió.
“Qué suertudo hijo de puta”, pensé,invadido por la envidia de descubrir que dormía todas las noches al lado desemejante monumento de hembra.
Al rato partí hacia la facultad. Medespedí de mi madre dándole una última ojeada a su cuerpazo. Todavía me costabareconocerla. Era como si alguien, de pronto, le hubiese inflado el culo y lastetas al punto de explotar. Estaba que se partía de buena.
Ese día, luego de las últimas ytediosas clases del semestre, salí a pasear con mi novia. Recuerdo que mientrascaminaba junto a ella, en algún momento, miré de reojo a unas promotoras quevestían sus características calzas ajustadas e inmediatamente la imagen de mimadre se apoderó de mi cabeza. Quedé estupefacto. No podía creer que fueranunas trolas con calzas metidas en el orto las que me la recordaran. A partir deese momento ya no pude escuchar a mi novia, sólo asentía de vez en cuando paradisimular mi súbito desinterés. Su otrora dulce voz se había transformado en unruido desagradable que martilleaba mi cabeza, la cual había sido invadida porla imagen del cuerpo de mi madre. Sólo quería que pasara el tiempo para volverrápido a mi casa y disfrutar de esa voluptuosidad recién revelada.
Después de unas cuantas horas defastidio, por fin pude despedirme de mi novia, no sin antes prometerle quesaldríamos esa misma noche. Al regresar a casa lo primero que hice fue entraren la cocina buscando otra imagen igual a aquella que me había puesto a mil; yno fui defraudado. Allí estaba de nuevo mi vieja, en el mismo lugar, pero estavez estaba leyendo. Lo hacía inclinada hacia adelante, con sus antebrazosapoyados en la mesada. Sus piernas formaban un leve ángulo obtuso con sutronco, lo que generaba una vista aún más espectacular de su tremendo culazo,que quedaba apuntando directo hacia mí, enfundado en aquella calza azulapretadísima y totalmente incrustada en el orto. Sus grandes y redondas nalgaslucían bien separadas por una oscura y larga canaleta central, la cual sedevoraba furiosamente la tela de la calza. Yo no quería ser delatado nuevamentepor alguna exclamación impropia, así que decidí hacer patente mi presencia:
–Hola… volví.
–Hola ¿Cómo te fue? –me dijo ella sinapartar la vista de su lectura.
–Bien…
Y busqué la forma de alargar laconversación, sólo para justificar mi superflua presencia en la cocina. Asíque, sin sacarle los ojos del orto, le pregunté:
–¿Qué estás leyendo?
–¿Desde cuándo te interesan mislecturas? –me respondió con aparente suspicacia.
–¿No estarías más cómoda sentada en unsillón? –le dije yo con defensivo sarcasmo.
Ella me miró, sonrió e hizo un tenuegesto de negación con su cabeza, y no se movió, siguió ofreciéndome una postalde su increíble culazo. En ese momento tuve la perturbadora sensación de que loestaba haciendo a propósito, de que me estaba provocando. Imaginé que me habíaestado esperando sólo para mostrarme el culo. Yo no sabía que excusa inventarpara seguir ahí parado mirándole el ojete; y no fui muy original:
–¿Y papá?
–Hoy vuelve más tarde: va a jugar altenis con sus amigos del club.
“Pero qué pedazo de gil, ir apajerear por ahí teniendo esta diosa en casa, y vestida como putita. Yo laestaría garchando todo el día. No le sacaría la pija ni para dormir”, pensé. Esque las mujeres así necesitan mucha pija; y si te distraes, aunque sólo sea porun minuto, se buscan otra. También me preguntaba si mi viejo daría la talla.Calculé que para satisfacer a una mujer con un cuerpo como ese había que tenertremenda pija y el rendimiento de un actor porno.
No sé qué fue lo que me pasó por lacabeza en ese momento, quizá un posible drive de derecha de mi viejo jugandocon sus amigos, lo cierto es que sin siquiera pensar lo que estaba haciendo, meacerqué a ella y le metí una fuerte palmada en la cola: ¡Pafff!
–¡¿Qué hacés tarado?! –exclamósorprendida mientras enderezaba su cuerpo y llevaba su mano hacia la nalgaafectada.
Quizá producto de los nervios, no se meocurrió otra reacción más que comenzar a reír.
–Te dije que era mejor el sillón: másseguro –le dije ahogándome en mi propia carcajada.
Ella me miró seria, con rostrovengativo, entrecerrando sus ojos como quien piensa “ésta me las vas a pagar”,y se marchó hacia el living. A pesar del gesto adusto, se fue a paso lento,contoneando su cuerpo en forma exagerada, mostrándome semejante orto ymeneándolo como una puta.
Yo no dejé de pensar en ella el restodel día. Seguro que me estaba provocando la hija de puta. Seguro que le excitabaver cómo me calentaba su hermoso culo. Todavía no entendía cómo me habíaanimado a darle una nalgada, lo cierto es que mi mano aún conservaba en sumemoria la firmeza de ese glúteo macizo. Esa noche, argumentando algún tipo decansancio extremo, o quizá un malestar estomacal, cancelé la salida con minovia y en su lugar me hice cinco pajas en honor al culazo de mi vieja.
Al día siguiente, ni bien me desperté,bajé corriendo las escaleras en busca de más argumentos que me permitieranjalarme la pija con verdadero fundamento. Mi madre estaba preparando elalmuerzo, así que me dirigí raudo hacia la cocina. De pasada salude a mi padreque estaba en la sala principal mirando televisión. Al llegar a mi destino medesayuné con la mala noticia de que mi vieja ese día llevaba un vestuariodecente, como acostumbraba usar antes de su repentino emputecimiento, queparecía haber sido sólo de un día. Pensé que quizá se había avergonzado tras mipalmada irreverente del día anterior. La saludé disimulando mi lógica decepción:
–Buen día.
–Buen día nada, estoy enojada. Ayer tepasaste del límite –me musitó sin voltearse a verme, y confirmando mi teoría.
–Perdoname, ma, fue una broma.
Luego de unos instantes de silencio, meofrecí a ayudarla en sus labores, un poco como forma de compensarla por miosadía y otro poco para cambiar de tema.
–Si querés colaborar podés cortar elpasto del fondo, que está larguísimo –me dijo tras breve vacilación y señalandocon su dedo, a través de la ventana, el desorden vegetal reinante.
–Creí que lo iba cortar papá.
–Tu padre está como tarado mirandotele. Parece que no lo mueve nadie de ahí.
–Está bien, yo me encargo, ¿dónde estála máquina?
–Está rota desde hace meses, si no yalo hubiese cortado yo. Por ahí están las tijeras.
Así fue que marché al patio del fondopara cumplir con las encomendadas labores de jardinero. No había pasado ni unahora cuando ya me encontraba exhausto, con los verticales rayos del sol delmediodía partiéndome la cabeza y habiendo logrado levantar apenas una modestísimamontaña de pasto que no le hacía mella a toda la maleza que había crecidodurante meses. Mi madre, al verme sufrir, se apiadó de mí y me alcanzó un vasode agua. Yo le agradecí el gesto mientras me secaba el sudor de la frente. Ellase ofreció a ayudarme:
–¿Querés que te vaya juntando el pasto?–me dijo.
–Eso estaría genial –le respondí.
Entonces trajo una bolsa, pero antes deque pusiera manos a la obra, pregunté y advertí:
–¿No te vas a cambiar?, te vas aensuciar la ropa.
–¿Y qué querés que me ponga? Esta ropaes vieja.
–Yo diría que algo más adecuado aloficio de jardinero –le dije con tono gracioso.
–Mmmm, está bien, ya vuelvo –me dijocon una sonrisa maliciosa que me excitó un poco.
Al cabo de unos minutos se apareció consu ropa de fajina, la cual casi me provoca un desmayo.
–¿Así estoy bien? –me dijo con sonrisapícara.
Y vaya si estaba bien. La muy hija deputa se había puesto nuevamente la calza azul, tan ajustada al cuerpo que pordelante le marcaba la concha en forma por demás obscena y por detrás se leenterraba toda en el orto. Arriba llevaba puesta una remera ajustada de unatela tan fina que dejaba entrever sus grandes y erectos pezones en medio de suserguidas ubres carentes de todo sostén. “¡Mierda, que puta!”, pensé. Había vueltoa su vestuario de zorra y con mayor atrevimiento. Quería excitarme, sin duda, ya la muy putita parecía importarle tres carajos que mi viejo anduviera en lavuelta.
Al verla con su vestuario tan alejadoal del oficio de jardinero, mi verga se levantó inmediatamente debajo de misholgados pantalones. Sólo atiné a tomar la tijera y seguir cortando el pastodesordenadamente. Ella –haciéndose la boluda– se agachó a recoger el pasto enforma tan sugerente que rayó lo obsceno. Lo hizo dándome la espalda y sinflexionar las rodillas, asegurándose, con un comentario banal, de que yoestuviera viéndole esos enormes glúteos macizos. Éstos parecían dos pelotas debásquet imposibles de disimular para la delgada tela de la calza.
–¿Ya puedo juntar? –me dijo.
Le adiviné una sonrisa perversaacompañando el comentario. Sólo pude esbozar un lacónico “si”, arrastrandobastante la ese.
A esa altura tenía la pija queexplotaba. No podía creer que mi propia madre me coqueteara de manera tanprocaz. Pensé nuevamente en el cornudo de mi viejo: su mujer afuera pidiéndomea gritos que me la garchara y él adentro, mirando la tele como un boludo. Estepensamiento me excitó sobremanera. Las tijeras cayeron de mis manos y sóloquedé contemplando el imponente culo de mi madre, totalmente hipnotizado por suvoluptuosidad. Ella, estando aún agachada en medio de su faena, volteó surostro repentinamente y descubrió mis ojos clavados en su curvadaparticularidad.
–¿Qué hacés? ¿Me estás mirando la cola?
–No… perdón… yo…
–¡Che, atrevido, soy tu madre! –me dijocon tono algo risueño y quizá algo concupiscente.
Entonces se incorporó frente a míabrazando la pila de pasto que había recogido y, al ver que yo no reaccionaba,me la arrojó encima de mi cabeza.
–¡Ahora sí estamos a mano! –exclamó mientrasreía como una nena.
Recién allí reaccioné: me incorporé conun ágil salto e intenté agarrarla.
–¿Ah, sí?, ahora vas a ver, ¡vení acá!–le grité intentando tomarla de sus brazos.
–No, noo –dijo ella a las risas yhuyendo de mis garras.
Entonces corrió hacia el interior de lacasa. Yo le seguí los pasos pensando “si te agarro no te salvás”. La perseguípor toda la planta baja de la casa en esa especie de juego histérico. Laalcancé en el living, justo donde estaba mi viejo, que se había dormido mirandola tv. Recuerdo que ella grito un fuerte “¡nooo!” al sentir que estabaatrapada. Mi viejo no mutó: tenía el sueño tan profundo como el de una piedra.Entonces tomé a mi madre de la cintura con una mano y con la otra empecé analguearla fuerte.
–¡Basta, basta, noo, vas a despertar atu padre! –decía ella.
Pero yo estaba tan caliente que no meimportó que mi viejo estuviera a unos pocos metros. Lejos de aflojar, lo quehice fue bajarle la calza lo suficiente como para seguirle dando paafff paafffa su culo desnudo. Por primera vez tuve una vista del marmóreo culo de mi madreen cuero y perfectamente entangado. El minúsculo hilito dental blanco quellevaba puesto dejaba sus preciosas nalgas totalmente al aire. Su piel eratersa y sin irregularidades de ningún tipo. Pude sentir la contundencia de esoscachetes macizos, durísimos. Tan duros que tenía que darle con todas misfuerzas para hacerlos temblar con mis latigazos. ¡Qué hija de puta, qué pedazode culo! ¿Cómo no lo había descubierto antes?
–¡Basta, me duelee! –suplicaba al verque yo no aflojaba con las nalgadas.
Como era previsible, el fuerte sonidode los cachetazos y los gritos de mi madre terminaron por despertar a mi viejo,quien no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Imaginen la situación: eltipo se despierta de pronto y se encuentra con la imagen de su esposa con elculo al aire y siendo nalgueada sin piedad por su propio hijo. ¡Era muy fuerte!
–¿Qué hacen? –preguntó. Estaba perplejoy totalmente confundido. No era para menos.
–Nada viejo, tu mujercita se portó maly la estoy castigando, vos seguí durmiendo tranquilo.
Ella no dijo nada, pero se notaba a lalegua que estaba gozando de lo lindo. Parecía estar como en trance, con lamirada perdida y con una cara de puta que ni les cuento. Para colmo yo leseguía dando con saña a sus nalgas de acero. La situación parecía insostenible.Sin embargo, mi elocución fue tan natural que a mi viejo le causó gracia. Se veque lo tomó como un juego inocente y comenzó a reírse a carcajadas por loridículo de la situación. Mi madre se notó visiblemente molesta.
–¿De qué te reís pelotudo? –le increpó.
Yo también me empecé a reír. Ellaaprovechó para zafarse definitivamente y subir las escaleras rumbo a su cuartoa paso rápido y enojado, mientras intentaba levantarse la calza con ladificultad lógica que le imponía el apuro, sumado al volumen de su tremendoculazo. Les juro que forcejeó contra la indefensa prenda por más de diezescalones, cinchando con sus dos manos desesperadamente, estirando la telahacia arriba, y ni aun así logró cubrirse todo el orto la muy puta. Llegóarriba con medio ojete afuera.
Mi rostro contemplando esas nalgotas alaire, enrojecidas por mis azotes, bamboleándose en las escaleras, debería serla más viva expresión del deseo. ¡Qué delicia, por Dios! Quedé embobado. Se mecaía la baba y ni siquiera intenté disimularlo.
–Ja ja, ¿qué fue lo que te hizo paramerecer el castigo? –preguntó mi viejo, que a esa altura yo no sabía si seestaba haciendo el boludo o efectivamente lo era.
–Me hizo un desastre con el pasto,viejo –le dije con total cinismo.
Pero lo que me había hecho en realidadla muy trola era provocarme hasta el extremo mostrándome el culo todo el tiempocon calzas ajustadas y diminutas tangas, usando remeras que le marcaban lastetas y jugando como una nena buscona. Era una PUTA con mayúsculas. Desde esemomento me quedé con la idea fija de tener a esa culona en mi cama sí o sí.Ella quería ser mi mujer y yo la iba a complacer como fuera, aunque para eso tuvieraque deshacerme del boludo de mi viejo.
CONTINUARÁ...
6 comentarios - Mi madre
http://www.poringa.net/posts/relatos/2912458/La-putisima-madre-capitulo-1.html
Así no tengo que esperar la continuación jaja
https://www.todorelatos.com/relato/57148/
fijate la fecha. Es mio de hace mil años.
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fijate la fecha. Es mio de hace mil años.