No dejes de pasar por mi mejor post
http://www.poringa.net/posts/imagenes/4084661/Mi-amada-esposa.html
No te vas a arrepentir!
MORENA
(PARTE 1 DE 2)
Todo se remonta a mi infancia, cuando mi madre me inscribió en una escuela de patinaje artÃstico en un modesto club de barrio.
Fue en esos años, cuando una deja de ser niña y empieza a querer ser mujer, nuevas compañeras, nuevas amistades, nuevas aventuras, cuando dejamos las muñecas y empezamos a ver a los chicos con otros ojos.
Entre todas, Morena se transformarÃa en mi mejor amiga, confidente, esas con las que compartes todos tus secretos, hasta los más Ãntimos, esos que no le cuentas a tu madre, ni al cura en confesión de domingo.
Una niña alegre, desinteresada, cómplice, una petisa muy bonita.
Ya entrada nuestra adolescencia, empezaron los noviazgos, mi primer beso, la pérdida de mi virginidad, mi primer amor, mi primer desengaño, mis primeros amores, mis primeras lágrimas. También descubrirÃa que Morena habÃa tomado otro camino, a ella le gustaban las chicas, se declaraba lesbiana, un secreto que no muchas sabÃamos, en su familia nadie lo sospechaba, y era algo que a ella la avergonzaba sobremanera, pero confiaba en mi ese gusto por otras mujeres.
Una tarde como tantas, habÃamos salido de compras de amigas, fuimos a un shopping y paramos en un bar un tanto apartado por un par de cafés y unas facturas.
Hablábamos cosas de mujeres, pero de pronto ella me hizo un juego tan viejo como la humanidad, y pequé de ingenua, empezó a pestañar fingiendo que algo se habÃa metido en su ojo, y me pidió que la ayudara, que viera que tenÃa, me acerqué lo suficiente para estar a su alcance, solo para que ella se estirara de golpe y me diera un tremendo beso, juntando sus labios con los mÃos.
Me aparté espantada mirando el entorno, me puse roja de vergüenza, que diablos le pasaba, por qué habÃa hecho eso? Fue cuando me confesó que se habÃa enamorado de mÃ, fue de repente, de improviso, no sabÃa que decir, que hacer, como reaccionar, no estaba preparada para eso, ella se rio de mi cara, me dijo que solo la dejara amarme en silencio, asà que solo le advertÃ, podÃa darle mi amistad, mi cariño, mi comprensión, pero no podÃa darle amor, lo mÃo eran los chicos, y me parecÃa sumamente cruel aventurarla a algo que jamás sucederÃa.
Y yo la dejé pasar la barrera de ese primer beso, lo confieso, nos enredamos en inocentes aventuras sexuales, me gustó jugar su juego, aunque siempre tuve claro que era solo eso, porque todo estaba claro, yo ponÃa sexo, pero ella ponÃa sexo y amor.
Mi placer no iba más lejos que eso, placer, y lo dejaba en claro cada vez que podÃa, nunca sentirÃa amor por Morena.
Pasaron algunos años más, ya tenÃa veinte, nuestros juegos lésbicos siguieron siendo un secreto guardado bajo siete llaves, fue cuando conocà Milton Vargas un chico mayor que yo, que en ese momento estaba recibiéndose de médico, el me impactó a primera vista, un tipo inteligente, de mente avispada, de proporciones justas, de cabellos oscuros y tez morena, donde resaltan dos ojazos cafés que me atraen como un faro atrae a un barco en medio de la noche.
De manos grandes y masculinas, de caminar cansino, con una colita respingada que no puedo evitar pasar por alto, de mirar penetrante y sonrisa peligrosa, ese tipo de hombre al que si le mantienes la mirada es probable que te enrede en su tela araña…
Me enamoré perdidamente de él, mi doctor, mi compañero, mi amante y… mi esposo.
Nos casamos un quince de abril, con una hermosa ceremonia rodeados de parientes, afectos, conocidos, donde no podÃa faltar Morena, mi mejor amiga, la cómplice de nuestro secreto, el mejor guardado, porque no pude contarle sobre eso a Milton, nunca lo supo, ni lo sabe, ni lo sabrá.
Pasaron algunos años más, y naturalmente los juegos con Morena habÃan terminado, ahora era una mujer casada y mi vida lógicamente habÃa cambiado, seguimos siendo excelentes amigas, y nos mantuvimos en contacto, aunque mas no sea por un mail, porque cada una siguió su camino en la vida.
Llegados mis treinta, con mi vida amorosa en pleno auge y con la búsqueda de nuestro primer niño, y ya un tanto distanciada de Morena, solo se dio un encuentro…
Ella hacÃa más de un mes que con insistencia decÃa que tenÃa que hablar conmigo, algo importante, algo que no podÃa esperar, algo que en ese momento no le di mucha importancia, pero hacÃa rato que no nos veÃamos, y dado que Milton viajarÃa a un congreso médico a Francia, pues quedamos en cenar a solas como en los viejos tiempos.
Era un sábado quince de mayo, a pesar de que debÃamos estar en pleno otoño hacÃa un calor insoportable, propio de verano, lleno de humedad haciendo la sensación en la piel insoportable.
Solo me puse un jean celeste, con una remera blanca, zapatillas del mismo tono y mi bolso de mano lleno de todas las cosas tÃpicas de mujeres, mi móvil, la llave del coche, un vino fino y el postre que habÃa preparado en la tarde.
Morena vivÃa en un coqueto loft en la mejor zona de la ciudad, ella vivÃa sola y el sueldo de su empleo le sobraba para darse una vida de lujos. Lejos de los hombres, su homosexualidad seguÃa siendo tabú, algo que jamás le contarÃa a su familia.
Al llegar, toqué el portero y sentà su voz al otro lado, me permitió el ingreso, y me dirigà por el corredor haciendo equilibrios entre la botella, el postre y mi bolso.
Subà al ascensor y en el silencio del lugar, mientras subÃa a su departamento solo hice memoria, hacÃa más de dos años que no nos veÃamos cara a cara, y que solo hablábamos por WhatsApp, tal vez demasiado tiempo para dos amigas tan Ãntimas, demasiado Ãntimas.
Al llegar, ella abrió la puerta y me tomó por sorpresa en un eterno y profundo abrazo, me besó la mejilla y sus ojos se empañaron en lágrimas que se esforzó por contener
Soy una tonta…
Sentenció mientras con el revés de sus dedos intentaba evitar que se corriera el rÃmel. Yo solo la observé en silencio, la enana, porque Morena apenas medÃa un metro y medio, estaba sobre unas botas negras a la rodilla, con finÃsimos tacos de más de veinte centÃmetros, no sé cómo diablos no se mataba parada ahà arriba.
Ella siempre habÃa sido muy coqueta y sus hermosa piel lucÃa un bronceado envidiable, seguà observando en silencio, un vestido suelto, lo justo para no apretarla para cortarle la respiración, pero al mismo tiempo para marcar sus formas, en un violeta furioso, sus pezones puntiagudos se marcaban demasiado, dejándome adivinar que no llevaba sostén, sin mangas, sostenido por los hombros con unas cadenitas doradas, lucÃa una gargantilla en el cuello con una enorme letra M, su rostro se mostraba alegre, perfectamente maquillado, sus cabello castaño oscuro recogido en una enorme cola de caballo, y sus orejas lucÃan unos largos pendientes dorados con piedras violáceas, haciendo juego con el vestido.
Morena estaba delgada, habÃa bajado de peso, era evidente, supuse que estaba en alguna dieta, pero se veÃa mejor de lo que la recordaba.
El rostro de mi amiga era una jugueterÃa, y en ese momento, mientras acomodábamos las cosas que habÃa traÃdo percibà que ella tenÃa otras intenciones, por lo que tuve la necesidad de decirle
Morena, no lo tomes a mal, pero…
No encontraba las palabras para decirle lo que querÃa decirle sin herir sus sentimientos, pero ella se adelantó cortando mis palabras
Hey! tranquila… no te preocupes, somos amigas, no hay trampas en este encuentro, no voy a comerte, lo juro!
Al decir esto ella levantó su mano derecha, como dando solemnidad a su juramento, me sacó una carcajada y ambas nos reÃamos como tontas.
Nos sentamos a cenar, habÃa preparado un pollo agridulce que estaba para chuparse los dedos, dejó mi vino en la heladera, trajo uno propio, dijo que yo era su invitada y que querÃa agasajarme, asà que comimos, bebimos, nos reÃmos, charlamos, recordamos nuestra adolescencia, nuestras locuras, ese beso que me habÃa robado, nuestras revolcadas a escondidas, le conté de mi vida de esposa, que ya no me cuidaba porque querÃa quedar embarazada, de Milton, de sus viajes, de su profesión, ella habló de su trabajo, de su vida, de su soledad, porque ella siempre estaba sola, y fue cuando me dijo mirándome a los ojos
Creo que yo siempre estaré sola… porque yo solo tengo ojos para una mujer…
En ese momento un silencio sepulcral cubrió el lugar, ya no hubo risas, ni recuerdos, no supe que decir, y ella no dejaba de mirarme fijamente, hasta que apoyando su mano en la mÃa dijo para romper el hielo
Bueno, bueno… comemos el postre?
Asentà con la cabeza, sin obviar el detalle que nuevamente ella tenÃa sus ojos enjuagados en lágrimas…
Comimos la crema helada que habÃa traÃdo, hicimos sobremesa, Morena trajo un par de cafés y encendió un cigarrillo, maldito vicio, odiaba que fumara tanto, se lo hice saber, pero solo sonrió sin dar respuesta, en verdad respondió con una nueva pitada, como no dando importancia a mi reclamo.
Y bueno, obviamente, se habÃa hecho tarde debÃa regresar a casa, pero habÃa que lavar las cosas, no la dejarÃa que ella fregara todo, nos dirigimos a la cocina, ella llevaba los platos y cubiertos sucios, yo por detrás con los vasos y otras cosas más.
Fue cuando pasarÃa algo que no venà venir, algo que no imaginaba, descubrirÃa el motivo por el cual Morena hacÃa tiempo insistÃa para que charlemos a solas...
No habÃamos llegado a dejar las cosas, cuando de repente mi amiga se encorvó como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, dejando escapar un grito contenido de dolor, los platos sucios cayeron al piso partiéndose en miles de trozos y apenas pudo sostenerse de la mesada para no ir ella también a parar el suelo, casi tirando las cosas que yo traÃa fui a ayudarla desesperada
Morena, Morena!!! Que te pasa? no me asustes!!!
CONTINUARA
Puedes escribirme con tÃtulo ’MORENA’ a dulces.placeres@live.com
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No te vas a arrepentir!
MORENA
(PARTE 1 DE 2)
Todo se remonta a mi infancia, cuando mi madre me inscribió en una escuela de patinaje artÃstico en un modesto club de barrio.
Fue en esos años, cuando una deja de ser niña y empieza a querer ser mujer, nuevas compañeras, nuevas amistades, nuevas aventuras, cuando dejamos las muñecas y empezamos a ver a los chicos con otros ojos.
Entre todas, Morena se transformarÃa en mi mejor amiga, confidente, esas con las que compartes todos tus secretos, hasta los más Ãntimos, esos que no le cuentas a tu madre, ni al cura en confesión de domingo.
Una niña alegre, desinteresada, cómplice, una petisa muy bonita.
Ya entrada nuestra adolescencia, empezaron los noviazgos, mi primer beso, la pérdida de mi virginidad, mi primer amor, mi primer desengaño, mis primeros amores, mis primeras lágrimas. También descubrirÃa que Morena habÃa tomado otro camino, a ella le gustaban las chicas, se declaraba lesbiana, un secreto que no muchas sabÃamos, en su familia nadie lo sospechaba, y era algo que a ella la avergonzaba sobremanera, pero confiaba en mi ese gusto por otras mujeres.
Una tarde como tantas, habÃamos salido de compras de amigas, fuimos a un shopping y paramos en un bar un tanto apartado por un par de cafés y unas facturas.
Hablábamos cosas de mujeres, pero de pronto ella me hizo un juego tan viejo como la humanidad, y pequé de ingenua, empezó a pestañar fingiendo que algo se habÃa metido en su ojo, y me pidió que la ayudara, que viera que tenÃa, me acerqué lo suficiente para estar a su alcance, solo para que ella se estirara de golpe y me diera un tremendo beso, juntando sus labios con los mÃos.
Me aparté espantada mirando el entorno, me puse roja de vergüenza, que diablos le pasaba, por qué habÃa hecho eso? Fue cuando me confesó que se habÃa enamorado de mÃ, fue de repente, de improviso, no sabÃa que decir, que hacer, como reaccionar, no estaba preparada para eso, ella se rio de mi cara, me dijo que solo la dejara amarme en silencio, asà que solo le advertÃ, podÃa darle mi amistad, mi cariño, mi comprensión, pero no podÃa darle amor, lo mÃo eran los chicos, y me parecÃa sumamente cruel aventurarla a algo que jamás sucederÃa.
Y yo la dejé pasar la barrera de ese primer beso, lo confieso, nos enredamos en inocentes aventuras sexuales, me gustó jugar su juego, aunque siempre tuve claro que era solo eso, porque todo estaba claro, yo ponÃa sexo, pero ella ponÃa sexo y amor.
Mi placer no iba más lejos que eso, placer, y lo dejaba en claro cada vez que podÃa, nunca sentirÃa amor por Morena.
Pasaron algunos años más, ya tenÃa veinte, nuestros juegos lésbicos siguieron siendo un secreto guardado bajo siete llaves, fue cuando conocà Milton Vargas un chico mayor que yo, que en ese momento estaba recibiéndose de médico, el me impactó a primera vista, un tipo inteligente, de mente avispada, de proporciones justas, de cabellos oscuros y tez morena, donde resaltan dos ojazos cafés que me atraen como un faro atrae a un barco en medio de la noche.
De manos grandes y masculinas, de caminar cansino, con una colita respingada que no puedo evitar pasar por alto, de mirar penetrante y sonrisa peligrosa, ese tipo de hombre al que si le mantienes la mirada es probable que te enrede en su tela araña…
Me enamoré perdidamente de él, mi doctor, mi compañero, mi amante y… mi esposo.
Nos casamos un quince de abril, con una hermosa ceremonia rodeados de parientes, afectos, conocidos, donde no podÃa faltar Morena, mi mejor amiga, la cómplice de nuestro secreto, el mejor guardado, porque no pude contarle sobre eso a Milton, nunca lo supo, ni lo sabe, ni lo sabrá.
Pasaron algunos años más, y naturalmente los juegos con Morena habÃan terminado, ahora era una mujer casada y mi vida lógicamente habÃa cambiado, seguimos siendo excelentes amigas, y nos mantuvimos en contacto, aunque mas no sea por un mail, porque cada una siguió su camino en la vida.
Llegados mis treinta, con mi vida amorosa en pleno auge y con la búsqueda de nuestro primer niño, y ya un tanto distanciada de Morena, solo se dio un encuentro…
Ella hacÃa más de un mes que con insistencia decÃa que tenÃa que hablar conmigo, algo importante, algo que no podÃa esperar, algo que en ese momento no le di mucha importancia, pero hacÃa rato que no nos veÃamos, y dado que Milton viajarÃa a un congreso médico a Francia, pues quedamos en cenar a solas como en los viejos tiempos.
Era un sábado quince de mayo, a pesar de que debÃamos estar en pleno otoño hacÃa un calor insoportable, propio de verano, lleno de humedad haciendo la sensación en la piel insoportable.
Solo me puse un jean celeste, con una remera blanca, zapatillas del mismo tono y mi bolso de mano lleno de todas las cosas tÃpicas de mujeres, mi móvil, la llave del coche, un vino fino y el postre que habÃa preparado en la tarde.
Morena vivÃa en un coqueto loft en la mejor zona de la ciudad, ella vivÃa sola y el sueldo de su empleo le sobraba para darse una vida de lujos. Lejos de los hombres, su homosexualidad seguÃa siendo tabú, algo que jamás le contarÃa a su familia.
Al llegar, toqué el portero y sentà su voz al otro lado, me permitió el ingreso, y me dirigà por el corredor haciendo equilibrios entre la botella, el postre y mi bolso.
Subà al ascensor y en el silencio del lugar, mientras subÃa a su departamento solo hice memoria, hacÃa más de dos años que no nos veÃamos cara a cara, y que solo hablábamos por WhatsApp, tal vez demasiado tiempo para dos amigas tan Ãntimas, demasiado Ãntimas.
Al llegar, ella abrió la puerta y me tomó por sorpresa en un eterno y profundo abrazo, me besó la mejilla y sus ojos se empañaron en lágrimas que se esforzó por contener
Soy una tonta…
Sentenció mientras con el revés de sus dedos intentaba evitar que se corriera el rÃmel. Yo solo la observé en silencio, la enana, porque Morena apenas medÃa un metro y medio, estaba sobre unas botas negras a la rodilla, con finÃsimos tacos de más de veinte centÃmetros, no sé cómo diablos no se mataba parada ahà arriba.
Ella siempre habÃa sido muy coqueta y sus hermosa piel lucÃa un bronceado envidiable, seguà observando en silencio, un vestido suelto, lo justo para no apretarla para cortarle la respiración, pero al mismo tiempo para marcar sus formas, en un violeta furioso, sus pezones puntiagudos se marcaban demasiado, dejándome adivinar que no llevaba sostén, sin mangas, sostenido por los hombros con unas cadenitas doradas, lucÃa una gargantilla en el cuello con una enorme letra M, su rostro se mostraba alegre, perfectamente maquillado, sus cabello castaño oscuro recogido en una enorme cola de caballo, y sus orejas lucÃan unos largos pendientes dorados con piedras violáceas, haciendo juego con el vestido.
Morena estaba delgada, habÃa bajado de peso, era evidente, supuse que estaba en alguna dieta, pero se veÃa mejor de lo que la recordaba.
El rostro de mi amiga era una jugueterÃa, y en ese momento, mientras acomodábamos las cosas que habÃa traÃdo percibà que ella tenÃa otras intenciones, por lo que tuve la necesidad de decirle
Morena, no lo tomes a mal, pero…
No encontraba las palabras para decirle lo que querÃa decirle sin herir sus sentimientos, pero ella se adelantó cortando mis palabras
Hey! tranquila… no te preocupes, somos amigas, no hay trampas en este encuentro, no voy a comerte, lo juro!
Al decir esto ella levantó su mano derecha, como dando solemnidad a su juramento, me sacó una carcajada y ambas nos reÃamos como tontas.
Nos sentamos a cenar, habÃa preparado un pollo agridulce que estaba para chuparse los dedos, dejó mi vino en la heladera, trajo uno propio, dijo que yo era su invitada y que querÃa agasajarme, asà que comimos, bebimos, nos reÃmos, charlamos, recordamos nuestra adolescencia, nuestras locuras, ese beso que me habÃa robado, nuestras revolcadas a escondidas, le conté de mi vida de esposa, que ya no me cuidaba porque querÃa quedar embarazada, de Milton, de sus viajes, de su profesión, ella habló de su trabajo, de su vida, de su soledad, porque ella siempre estaba sola, y fue cuando me dijo mirándome a los ojos
Creo que yo siempre estaré sola… porque yo solo tengo ojos para una mujer…
En ese momento un silencio sepulcral cubrió el lugar, ya no hubo risas, ni recuerdos, no supe que decir, y ella no dejaba de mirarme fijamente, hasta que apoyando su mano en la mÃa dijo para romper el hielo
Bueno, bueno… comemos el postre?
Asentà con la cabeza, sin obviar el detalle que nuevamente ella tenÃa sus ojos enjuagados en lágrimas…
Comimos la crema helada que habÃa traÃdo, hicimos sobremesa, Morena trajo un par de cafés y encendió un cigarrillo, maldito vicio, odiaba que fumara tanto, se lo hice saber, pero solo sonrió sin dar respuesta, en verdad respondió con una nueva pitada, como no dando importancia a mi reclamo.
Y bueno, obviamente, se habÃa hecho tarde debÃa regresar a casa, pero habÃa que lavar las cosas, no la dejarÃa que ella fregara todo, nos dirigimos a la cocina, ella llevaba los platos y cubiertos sucios, yo por detrás con los vasos y otras cosas más.
Fue cuando pasarÃa algo que no venà venir, algo que no imaginaba, descubrirÃa el motivo por el cual Morena hacÃa tiempo insistÃa para que charlemos a solas...
No habÃamos llegado a dejar las cosas, cuando de repente mi amiga se encorvó como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, dejando escapar un grito contenido de dolor, los platos sucios cayeron al piso partiéndose en miles de trozos y apenas pudo sostenerse de la mesada para no ir ella también a parar el suelo, casi tirando las cosas que yo traÃa fui a ayudarla desesperada
Morena, Morena!!! Que te pasa? no me asustes!!!
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