Nunca pensé que un día fuera a dar a conocer lo que me ocurrió hace ya algún tiempo, aunque lo recuerdo como si fuera hoy mismo. Por entonces yo rondaba los cincuenta años y mi mujer es diez años más joven que yo.
Vivimos en una casa antigua que se comunica con la cochera a la que también se puede acceder por otra calle. Esta cochera es bastante grande por lo que en un lado de ella yo había instalado una cama pequeña donde me suelo acostar la siesta muchos días en el verano, pues allí se está muy fresquito.
Ocurrió que un día que estaba limpiando un poco aquello, apareció bajo la cama un trocito de plástico que enseguida vi que se trataba de una parte de la envuelta que llevan los preservativos.
Como yo no suelo usarlos me mosqueé un poco y continué buscando el trozo que faltaba, pero no apareció, aunque tras mucho mirar pude descubrir unas manchas en el suelo de terrazo un poco sospechosas, eran dos o tres gotas ya resecas que me parecieron restos de un polvo.
Ya bastante intrigado empecé a pensar que allí solo podía haber entrado mi mujer y si las manchas eran de lo que me imaginaba, es que alguien se la estaba tirando, por lo que decidí descubrir qué ocurría, y para ello tenía que observar mucho todo lo que sucediera en casa.
Lo primero que hice fue acondicionar un buen escondite que sería un estrecho trastero que se había hecho en la pared del fondo para disimular la forma irregular de la cochera y que por suerte era de ladrillos sin lucir, por lo que no me fue muy difícil hacer un par de agujeros disimulados con los agujeros de los ladrillos y desde los que se veía todo el local. Para ello estuve probando los mejores emplazamientos para que no me quedara ningún ángulo sin visión.
Ahora había que descubrir cuándo ocurría, pero no cabía duda que debía ser por la tarde que era cuando ella no trabajaba. Así me estuve tardes enteras en aquel escondite sin que ocurriese nada. Habría transcurrido más de un mes cuando un día un poco antes de la hora de la comida me extrañó que mi mujer me preguntara si aquella tarde iba a ir a algún sitio. Ya iba a contestarle que no, cuando me vino a la cabeza que podría tratarse del tema.
− Sí, − le mentí − Quería ir a pescar. ¿Por qué me lo preguntas?
− Por nada − contestó ella − Quería que fuéramos a buscar unas cosas al supermercado, pero es igual ya iremos otro día que no tengas qué hacer.
Yo me dije que ese era el día, así que cuando me pareció anuncié que me marchaba. Ella sabía que el lugar donde iba a pescar era un embalse al que se tardaba en llegar casi a una hora desde mi casa, de modo que contaba con al menos cuatro horas que duraría mi ausencia. Salí con el coche y lo dejé aparcado, a cierta distancia, volví andando, entré en la cochera y me escondí en el lugar preparado. Pero pasaba el tiempo, llevaba allí casi una hora y nadie acudía, ya me estaba cansando y pensé que me había equivocado, cuando siento un pequeño murmullo y me puse en observación. Un hombre traía a mi mujer de la mano como con prisa y nada más llegar se puso por detrás de ella colocando ambas manos en sus pechos por fuera de la ropa mientras ella echaba los cerrojos por el interior en ambas puertas de acceso a aquel lugar. Bien estudiado, de esta manera nadie los pillaba.
Me sorprendió, pero a la vez me tranquilizó el conocer quién era el acompañante, se trataba de un primo suyo que entonces estaba separado de su mujer. Digo me tranquilizó porque al tratarse de su primo pensé que no había amor entre ellos y no peligraría mi vida de pareja, porque la verdad yo quiero mucho a mi mujer y no la perdería por nada del mundo.
Poco duró el tocar las tetas por fuera, porque en la misma posición que estaba por la espalda de mi mujer vi como le metía las manos por debajo de la ropa y subiéndole la camisa se las sacó mientras la besaba en el cuello. Ella se dejaba hacer sin decir nada, solo sonreía. Él se las besaba ahora o se las chupaba porque estaba de espaldas y no podía apreciarlo bien. Pero no tardó tampoco mucho en esta actividad porque el tío debía estar calentísimo, ya que cogiendo en volandas a mi mujer, que de ahora en adelante llamaré Ana, la llevó a la cama y le quitó rápidamente el pantalón a la vez que las bragas echándola de espaldas. Enseguida se desnudó y subiéndose encima se la empezó a meter como con avaricia. Así permanecieron un rato con violentos apretones hasta que ella le dijo algo y él la sacó y buscó algo en su ropa. Entonces pude apreciar su miembro, no es que fuera muy grande, pero se veía derecho y duro como un palo. Traía un condón en la mano, se lo colocó y volvió a clavársela en la misma posición, que empezaron, él encima de ella. Pude observar sus caras y se lo estaban pasando de maravilla. Al cabo de un rato cambiaron de posición, mi mujer se subió encima de él pero se colocó de espaldas. Debido a la posición en que estaba la cama ahora veía perfectamente frente a mi el conejo de Ana. Ahora ella fue la encargada de metérselo con suavidad empezando un lento bamboleo que nunca había hecho conmigo.
Él, lo nombraré como R., se levantaba hasta quedar sentado tras de ella cogido de las tetas, luego se tumbaban los dos, ella apoyaba toda la espalda sobre él y volvían a levantarse haciendo una especie de balancín. Debía estar muy rico porque lo notaba en los ojos de ella, mientras veía como se le clavaba el miembro hasta atrás. Sus tetas se movían arriba y abajo con sus pezones de punta y una cara de placer inmenso.
Luego Ana se levantó y se dio la vuelta, volvió a colocarse el miembro con sus manos para cabalgarlo ahora frente a él. Pude verla por detrás y aprecié ese culo tan maravilloso que tenía como nunca lo había apreciado. ¡Qué mujer tan bonita tenía!
En ese momento me di cuenta de que yo estaba muy excitado con una tremenda erección.
Ellos continuaban, lo estuvieron haciendo un buen rato a ritmo lento para ir acelerando cada vez más, se oían perfectamente los jadeos, sabían que nadie los podía oír. Entonces Ana se inclinó sobre él hasta tocar sus bocas y aprecié que R., levantaba el culo dándole embestidas muy deprisa hasta que quedó completamente parado. Entonces pensé que se había corrido. Ella permaneció abrazada sobre él durante un buen rato. Luego se retiró de su cuerpo y aprecié cómo R,. se levantó de la cama y se quitó el preservativo, aseándose con unas toallitas que sacó de su ropa. Ana permanecía en la cama y él se tumbó a su lado abrazándola, ambos todavía desnudos. Así continuaron por espacio de casi media hora jugueteando con las piernas el uno con el otro y hablando de forma distendida aunque no les entendía muy bien lo que se decían, si acaso me pareció que mi mujer le decía “tonto”.
Un poco después R., se incorporó un poco hasta sentarse, Ana permanecía echada boca arriba toda espatarrada, él le dijo algo sonriendo mientras señalaba el conejo y se acercó tocándole por allí y ella ni se movió, seguía tan fresca enseñándole el chocho sin inmutarse. Luego él se acercó aún más y le dio unos besos en la propia almeja para después empezar a chupársela durante un buen rato hasta hacerla que cerrase sus piernas apretándole la cabeza, seguramente al producirle el orgasmo.
R., se levantó a buscar algo y volvió abriendo otro condón, mientras Ana seguía boca arriba con las piernas abiertas.
Pronto el intruso estuvo listo para iniciar un nuevo revolcón, se la volvió a meter y ella ni se movió dejando el trabajo para él. Ahora ya lo hacían de manera más pausada se notaban las penetraciones lentas y hasta el fondo, acompañándose ambos en el ritmo a la vez que se besaban y acariciaban, él a veces le cogía el culo con ambas manos para profundizarla más creo yo. Ana le dijo algo y él paró y se la sacó. Entonces ella se puso de rodillas como los perritos, yo sé que es su posición favorita. Él se arrodilló detrás de ella y se la volvió a introducir.
Desde mi posición veía el movimiento de sus pechos atrás y adelante a cada embestida, oía el sonido que se producía al golpearla en las nalgas. Poco después empezó a darle más fuerte hasta que ella quedó derrumbada en la cama con su amante tendido sobre ella. Pero no duró mucho más, vi que él se arqueaba y ponía cara de placer. Se había vuelto a correr. Ahora la sacó enseguida y todavía con el condón puesto, de rodillas al lado de mi mujer, besaba tiernamente una y otra nalga varias veces y siguió besando sus espaldas hasta tumbarse boca abajo junto a ella. Así permanecieron un ratito hasta que se fueron incorporando lentamente para comenzar a vestirse. Ana debía tener todavía ganas de juerga porque sólo se había colocado las braguitas y aprovechando que R., estaba de espaldas, se le subió por detrás para que la cogiera a cuestas, medio desnuda. Así lo hizo él, pero la volvió a tirar en la cama y le debió morder en los pezones porque ella chilló, aunque luego le hacía algunas caricias.
Ya pensaba yo que se la tiraría por tercera vez cuando se levantaron y siguieron vistiéndose. Ella colocó cuidadosamente la cama y luego descorrió el cerrojo que antes había puesto y desaparecieron de mi vista.
Yo permanecí en mi escondite y en vista de mi excitación no tuve más remedio que acariciar mi duro pene, no hizo falta mucho, porque enseguida empezó a escupir.
Allí mismo empecé a pensar qué diferente había sido ese hombre a mi, a la hora hacer el amor, yo terminaba, me daba la vuelta y a dormir, sin preocuparme de acariciar o ser tierno con mi mujer. Finalizando el acto finalizaba todo. Y decidí que debía cambiar porque no quería perderla y me alegraba haber presenciado esa infidelidad para darme cuenta de que le tenía que dedicar más cariño.
Cuando me pareció oportuno salí de la cochera y regresé con el coche a casa como otros días. Ana estaba tranquila como siempre.
Aquella noche por probarla quise hacerle el amor pero ella se excusó diciéndome que no tenía muchas ganas, que lo dejáramos para otro día.
Al otro día aprovechando que ella suela dejar su móvil donde quiera, se lo cogí y comprobé las llamadas recibidas, a media mañana tenía una de su primo, seguramente para pedirle cita. En las llamadas efectuadas tenía una a su primo al medio día, seguramente para decirle que sí cuando yo le notifiqué que me iba de pesca y otra por la tarde cuando ya me había ido, para decirle que ya había salido de casa, pienso yo.
Durante mucho tiempo vigilé el lugar de sus encuentros para ver si volvían, incluso dejé algunas trampas en la cama pero no pude volver a sorprenderlos, aunque seguro que lo hicieron alguna vez más, y sé que en casa de él no podía ser porque vivía con sus padres y una hermana y siempre había alguien en casa.
Luego tuve la suerte de que R., había encontrado una pareja para irse a vivir lejos de allí.
Yo he cambiado y dedico más atención a mi mujer especialmente antes y después del acto. Ella está encantada creo. La veo feliz. En uno de esos momentos de intimidad hablamos de nuestra iniciación en el sexo. ¿Y sabéis quién me confesó que había sido su primer hombre? Su primo por supuesto. Por lo visto sus padres veraneaban juntos cuando eran pequeños y ellos tenían mucho tiempo para jugar solos y experimentar y lo hicieron varias veces e incluso cuando fueron mayores de edad un par de veces decía ella.
Bueno y por sugerencia de mi mujer alguna vez lo hicimos en la cama de la cochera y no sabéis cómo se me ponía a mi el juguete.
Vivimos en una casa antigua que se comunica con la cochera a la que también se puede acceder por otra calle. Esta cochera es bastante grande por lo que en un lado de ella yo había instalado una cama pequeña donde me suelo acostar la siesta muchos días en el verano, pues allí se está muy fresquito.
Ocurrió que un día que estaba limpiando un poco aquello, apareció bajo la cama un trocito de plástico que enseguida vi que se trataba de una parte de la envuelta que llevan los preservativos.
Como yo no suelo usarlos me mosqueé un poco y continué buscando el trozo que faltaba, pero no apareció, aunque tras mucho mirar pude descubrir unas manchas en el suelo de terrazo un poco sospechosas, eran dos o tres gotas ya resecas que me parecieron restos de un polvo.
Ya bastante intrigado empecé a pensar que allí solo podía haber entrado mi mujer y si las manchas eran de lo que me imaginaba, es que alguien se la estaba tirando, por lo que decidí descubrir qué ocurría, y para ello tenía que observar mucho todo lo que sucediera en casa.
Lo primero que hice fue acondicionar un buen escondite que sería un estrecho trastero que se había hecho en la pared del fondo para disimular la forma irregular de la cochera y que por suerte era de ladrillos sin lucir, por lo que no me fue muy difícil hacer un par de agujeros disimulados con los agujeros de los ladrillos y desde los que se veía todo el local. Para ello estuve probando los mejores emplazamientos para que no me quedara ningún ángulo sin visión.
Ahora había que descubrir cuándo ocurría, pero no cabía duda que debía ser por la tarde que era cuando ella no trabajaba. Así me estuve tardes enteras en aquel escondite sin que ocurriese nada. Habría transcurrido más de un mes cuando un día un poco antes de la hora de la comida me extrañó que mi mujer me preguntara si aquella tarde iba a ir a algún sitio. Ya iba a contestarle que no, cuando me vino a la cabeza que podría tratarse del tema.
− Sí, − le mentí − Quería ir a pescar. ¿Por qué me lo preguntas?
− Por nada − contestó ella − Quería que fuéramos a buscar unas cosas al supermercado, pero es igual ya iremos otro día que no tengas qué hacer.
Yo me dije que ese era el día, así que cuando me pareció anuncié que me marchaba. Ella sabía que el lugar donde iba a pescar era un embalse al que se tardaba en llegar casi a una hora desde mi casa, de modo que contaba con al menos cuatro horas que duraría mi ausencia. Salí con el coche y lo dejé aparcado, a cierta distancia, volví andando, entré en la cochera y me escondí en el lugar preparado. Pero pasaba el tiempo, llevaba allí casi una hora y nadie acudía, ya me estaba cansando y pensé que me había equivocado, cuando siento un pequeño murmullo y me puse en observación. Un hombre traía a mi mujer de la mano como con prisa y nada más llegar se puso por detrás de ella colocando ambas manos en sus pechos por fuera de la ropa mientras ella echaba los cerrojos por el interior en ambas puertas de acceso a aquel lugar. Bien estudiado, de esta manera nadie los pillaba.
Me sorprendió, pero a la vez me tranquilizó el conocer quién era el acompañante, se trataba de un primo suyo que entonces estaba separado de su mujer. Digo me tranquilizó porque al tratarse de su primo pensé que no había amor entre ellos y no peligraría mi vida de pareja, porque la verdad yo quiero mucho a mi mujer y no la perdería por nada del mundo.
Poco duró el tocar las tetas por fuera, porque en la misma posición que estaba por la espalda de mi mujer vi como le metía las manos por debajo de la ropa y subiéndole la camisa se las sacó mientras la besaba en el cuello. Ella se dejaba hacer sin decir nada, solo sonreía. Él se las besaba ahora o se las chupaba porque estaba de espaldas y no podía apreciarlo bien. Pero no tardó tampoco mucho en esta actividad porque el tío debía estar calentísimo, ya que cogiendo en volandas a mi mujer, que de ahora en adelante llamaré Ana, la llevó a la cama y le quitó rápidamente el pantalón a la vez que las bragas echándola de espaldas. Enseguida se desnudó y subiéndose encima se la empezó a meter como con avaricia. Así permanecieron un rato con violentos apretones hasta que ella le dijo algo y él la sacó y buscó algo en su ropa. Entonces pude apreciar su miembro, no es que fuera muy grande, pero se veía derecho y duro como un palo. Traía un condón en la mano, se lo colocó y volvió a clavársela en la misma posición, que empezaron, él encima de ella. Pude observar sus caras y se lo estaban pasando de maravilla. Al cabo de un rato cambiaron de posición, mi mujer se subió encima de él pero se colocó de espaldas. Debido a la posición en que estaba la cama ahora veía perfectamente frente a mi el conejo de Ana. Ahora ella fue la encargada de metérselo con suavidad empezando un lento bamboleo que nunca había hecho conmigo.
Él, lo nombraré como R., se levantaba hasta quedar sentado tras de ella cogido de las tetas, luego se tumbaban los dos, ella apoyaba toda la espalda sobre él y volvían a levantarse haciendo una especie de balancín. Debía estar muy rico porque lo notaba en los ojos de ella, mientras veía como se le clavaba el miembro hasta atrás. Sus tetas se movían arriba y abajo con sus pezones de punta y una cara de placer inmenso.
Luego Ana se levantó y se dio la vuelta, volvió a colocarse el miembro con sus manos para cabalgarlo ahora frente a él. Pude verla por detrás y aprecié ese culo tan maravilloso que tenía como nunca lo había apreciado. ¡Qué mujer tan bonita tenía!
En ese momento me di cuenta de que yo estaba muy excitado con una tremenda erección.
Ellos continuaban, lo estuvieron haciendo un buen rato a ritmo lento para ir acelerando cada vez más, se oían perfectamente los jadeos, sabían que nadie los podía oír. Entonces Ana se inclinó sobre él hasta tocar sus bocas y aprecié que R., levantaba el culo dándole embestidas muy deprisa hasta que quedó completamente parado. Entonces pensé que se había corrido. Ella permaneció abrazada sobre él durante un buen rato. Luego se retiró de su cuerpo y aprecié cómo R,. se levantó de la cama y se quitó el preservativo, aseándose con unas toallitas que sacó de su ropa. Ana permanecía en la cama y él se tumbó a su lado abrazándola, ambos todavía desnudos. Así continuaron por espacio de casi media hora jugueteando con las piernas el uno con el otro y hablando de forma distendida aunque no les entendía muy bien lo que se decían, si acaso me pareció que mi mujer le decía “tonto”.
Un poco después R., se incorporó un poco hasta sentarse, Ana permanecía echada boca arriba toda espatarrada, él le dijo algo sonriendo mientras señalaba el conejo y se acercó tocándole por allí y ella ni se movió, seguía tan fresca enseñándole el chocho sin inmutarse. Luego él se acercó aún más y le dio unos besos en la propia almeja para después empezar a chupársela durante un buen rato hasta hacerla que cerrase sus piernas apretándole la cabeza, seguramente al producirle el orgasmo.
R., se levantó a buscar algo y volvió abriendo otro condón, mientras Ana seguía boca arriba con las piernas abiertas.
Pronto el intruso estuvo listo para iniciar un nuevo revolcón, se la volvió a meter y ella ni se movió dejando el trabajo para él. Ahora ya lo hacían de manera más pausada se notaban las penetraciones lentas y hasta el fondo, acompañándose ambos en el ritmo a la vez que se besaban y acariciaban, él a veces le cogía el culo con ambas manos para profundizarla más creo yo. Ana le dijo algo y él paró y se la sacó. Entonces ella se puso de rodillas como los perritos, yo sé que es su posición favorita. Él se arrodilló detrás de ella y se la volvió a introducir.
Desde mi posición veía el movimiento de sus pechos atrás y adelante a cada embestida, oía el sonido que se producía al golpearla en las nalgas. Poco después empezó a darle más fuerte hasta que ella quedó derrumbada en la cama con su amante tendido sobre ella. Pero no duró mucho más, vi que él se arqueaba y ponía cara de placer. Se había vuelto a correr. Ahora la sacó enseguida y todavía con el condón puesto, de rodillas al lado de mi mujer, besaba tiernamente una y otra nalga varias veces y siguió besando sus espaldas hasta tumbarse boca abajo junto a ella. Así permanecieron un ratito hasta que se fueron incorporando lentamente para comenzar a vestirse. Ana debía tener todavía ganas de juerga porque sólo se había colocado las braguitas y aprovechando que R., estaba de espaldas, se le subió por detrás para que la cogiera a cuestas, medio desnuda. Así lo hizo él, pero la volvió a tirar en la cama y le debió morder en los pezones porque ella chilló, aunque luego le hacía algunas caricias.
Ya pensaba yo que se la tiraría por tercera vez cuando se levantaron y siguieron vistiéndose. Ella colocó cuidadosamente la cama y luego descorrió el cerrojo que antes había puesto y desaparecieron de mi vista.
Yo permanecí en mi escondite y en vista de mi excitación no tuve más remedio que acariciar mi duro pene, no hizo falta mucho, porque enseguida empezó a escupir.
Allí mismo empecé a pensar qué diferente había sido ese hombre a mi, a la hora hacer el amor, yo terminaba, me daba la vuelta y a dormir, sin preocuparme de acariciar o ser tierno con mi mujer. Finalizando el acto finalizaba todo. Y decidí que debía cambiar porque no quería perderla y me alegraba haber presenciado esa infidelidad para darme cuenta de que le tenía que dedicar más cariño.
Cuando me pareció oportuno salí de la cochera y regresé con el coche a casa como otros días. Ana estaba tranquila como siempre.
Aquella noche por probarla quise hacerle el amor pero ella se excusó diciéndome que no tenía muchas ganas, que lo dejáramos para otro día.
Al otro día aprovechando que ella suela dejar su móvil donde quiera, se lo cogí y comprobé las llamadas recibidas, a media mañana tenía una de su primo, seguramente para pedirle cita. En las llamadas efectuadas tenía una a su primo al medio día, seguramente para decirle que sí cuando yo le notifiqué que me iba de pesca y otra por la tarde cuando ya me había ido, para decirle que ya había salido de casa, pienso yo.
Durante mucho tiempo vigilé el lugar de sus encuentros para ver si volvían, incluso dejé algunas trampas en la cama pero no pude volver a sorprenderlos, aunque seguro que lo hicieron alguna vez más, y sé que en casa de él no podía ser porque vivía con sus padres y una hermana y siempre había alguien en casa.
Luego tuve la suerte de que R., había encontrado una pareja para irse a vivir lejos de allí.
Yo he cambiado y dedico más atención a mi mujer especialmente antes y después del acto. Ella está encantada creo. La veo feliz. En uno de esos momentos de intimidad hablamos de nuestra iniciación en el sexo. ¿Y sabéis quién me confesó que había sido su primer hombre? Su primo por supuesto. Por lo visto sus padres veraneaban juntos cuando eran pequeños y ellos tenían mucho tiempo para jugar solos y experimentar y lo hicieron varias veces e incluso cuando fueron mayores de edad un par de veces decía ella.
Bueno y por sugerencia de mi mujer alguna vez lo hicimos en la cama de la cochera y no sabéis cómo se me ponía a mi el juguete.
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