Era viernes. Había sido un día duro en la oficina. A unos cuantos nos tocó trabajar hasta muy tarde para tratar de sacar adelante un marrón de última hora. Lo que en un principio iba a ser, según mi jefe, "poca cosa, seguro que se resuelve en un par de horas o poco más", acabó llevándonos a salir de la oficina muy de madrugada.
Mis compañeros se fueron directamente a casa, con sus mujeres o sus novias. Yo era el único soltero, por lo que mi plan era bastante más triste. Me iría a casa, abriría una botella de whisky y me emborracharía viendo alguna peli porno de mi videoteca particular. Seguramente me haría dos o tres pajas viendo cómo una rubia de bote siliconada se comía una polla irrealmente gigantesca.
Me metí en el coche y emprendí el viaje a casa. Empecé a pensar lo que me esperaba al llegar. La casa se me caería encima. Era desolador llegar y encontrarla completamente vacía. A menudo echaba de menos compartir mi vida con una mujer, pero no lograba encontrar a ninguna merecedora de tal puesto. Quizás era culpa de mi elevado nivel de exigencia, quizás fuera porque la soledad me iba volviendo cada vez más huraño y reservado. El caso es que actualmente mi única compañía en noches como aquella eran mi botella de licor y la rubia siliconada de la pantalla del televisor.
Así, perdido en mis pensamientos, no me di cuenta de que entraba en un conocido parque de mi ciudad, el cual era frecuentado por familias felices con sus niños durante el día y por mujeres de mala vida al anochecer. No solía pasar por allí a aquellas horas, puesto que nunca había tenido que salir tan tarde de trabajar, así que observé la escena con atención.
El parque parecía dividido en zonas. Estaba la zona de las españolas, a continuación la de las mujeres del este, continuando por las de color y terminando por las latinas. Todas ellas eran diferentes en raza pero similares en su comportamiento y apariencia. Prendas minúsculas dejaban a la vista casi la totalidad de sus cuerpos. Sus facciones y movimientos dejaban entrever que habían ingerido algún tipo de sustancia alucinógena, cuando no varias.
La verdad es que lejos de resultar excitantes, la sensación que me provocaban era de lástima. Pero no por ellas, sino por el ambiente que las rodeaba. Desde siempre había aborrecido la prostitución. Me había hecho a mí mismo la firme promesa de que nunca pagaría a cambio de sexo.
Y la visión de aquellas mujeres famélicas y demacradas, excesivamente maquilladas y escasamente vestidas, no hacía más que contribuir a mi decisión. Sin duda, mi rubia siliconada era una opción mucho mejor para pasar la noche, a pesar de que en cierto modo también representaba alguna forma de pagar por sexo.
De pronto, tras un rato conduciendo, y cuando pensaba que ya había dejado atrás aquella zona de deprimente depravación humana, accedí a una nueva zona donde había más mujeres ofreciéndose como mercancía. Me sorprendió que estuvieran apartadas del resto. Además, en este caso estaban mezcladas mujeres de todas las etnias anteriores. Compartían cuneta españolas fogosas con preciosidades rubias del este, voluptuosas negras y mulatas, y sensuales latinas.
Ciertamente la silicona era mucho más abundante en esa zona que en la que acababa de dejar atrás. Quizás eso era lo que las diferenciaba: las mujeres de esta zona debían de ser más "profesionales", llegando a modificar sus cuerpos quirúrgicamente para resultar más atractivas.
De repente la vi. Estaba un poco apartada del resto, pero resaltaba por encima de todas. Era alta, altísima, rubia, de ojos claros y labios carnosos.
Su cuerpo era perfecto. Los pechos eran redondos y grandes, sin ser exagerados, las caderas anchas y las piernas largas, amplias y perfectamente torneadas. Vestía un top apretado y una minifalda cortísima y súper ajustada. Fumaba junto a la carretera a la espera de que alguien parase a hablar con ella.
Me la quedé mirando. Nuestras miradas se cruzaron al pasar junto a ella. Sus ojos me siguieron mientas avanzaba con el coche. Algo en ella me impedía apartar los ojos de los suyos. A punto estuve de salirme de la carretera. Paré en un claro más adelante y traté de recuperar el control sobre mí mismo. Después de un rato lo conseguí. No entendía cómo aquella mujer podía haberme afectado tanto.
Después de unos minutos de duda decidí volver a donde estaba ella. Necesitaba volver a verla. Di un rodeo con el coche y volví a acceder a la zona donde la vi por primera vez. En un principio no logré encontrarla, hasta que la descubrí asomada a la ventana de un coche. Sin duda estaba llegando a un acuerdo con un posible cliente. Eso me tranquilizó.
Seguramente se subiría a aquél coche y así yo podría volver a casa a pasar lo que quedaba de noche en compañía de mi botella y mi rubia siliconada. Pero no fue así. En un momento dado ella giró su cabeza y me miró. Una sonrisa se dibujó en su cara antes de volver la cabeza hacia la ventanilla abierta.
Finalmente la ventanilla se cerró y ella se echó hacia atrás mientras el coche abandonaba la zona a toda prisa. Giró su cabeza hacia mí y me hizo una señal para que me acercara. Lo hice instintivamente, parando el coche junto a ella.
Inmediatamente se acercó a la ventanilla del acompañante y la golpeó para que la bajara. Al hacerlo se asomó por ella. Era realmente preciosa. Sus ojos verdes brillaban en una cara afilada de facciones suaves. La boca era amplia, de labios carnosos. Su piel ere sin imperfecciones de ningún tipo (arrugas, estrías, venillas,...). El generoso escote dejaba entrever unos pechos redondos y grandes.
Al hablar lo hizo con un acento latino extremadamente sexy, yo diría que venezolano.
Hola, guapo.
No podía apartar la vista de aquel rostro tan hermoso. Sus ojos brillaban con una luz extraña. En su boca se dibujaba una sonrisa que mostraba unos dientes perfectos, iluminando toda la noche. El viento movía su larga melena rubia deslizando un mechón de cabello por su frente. Era, sin duda, la cosa más bonita que había visto nunca.
¿Se te comió la lengua el gato?
De repente me di cuenta de que me había quedado embobado mirándola, sin contestarle.
Perdona, se me fue el santo al cielo
Ya veo. ¿Y cómo te llamas, guapo?
Jorge. Me llamo Jorge.
Hola, Jorge. Yo soy Vania. ¿Es la primera vez que vienes por aquí?
Sí, sí. Es la primera vez.
Se nota. Pero tranquilo, que no mordemos. Somos casi como cualquier otra chica que conozcas
Bueno, te puedo asegurar que no conozco a ninguna chica como tú.
Estoy segura. ¡Ja, ja, ja! Y, dime, ¿qué te apetece hacer?
Pues la verdad es que no lo sé. Realmente no tenía pensado venir, así que ni siquiera sé si tengo dinero.
¿Cómo? ¿Me estás tomando el pelo? Mira, guapo, te vas a hacerle perder el tiempo a tu puta madre.
Empezó a darse media vuelta dispuesta a marcharse. No podía permitirlo, así que eché mano de mi cartera y la saqué rápidamente.
¡Espera, espera! Mira, tengo...
Ella se detuvo mientras yo rebuscaba en la cartera. Me miraba con una mezcla de curiosidad y desprecio. Finalmente encontré un billete y lo saqué.
20. Tengo 20. Supongo que no es mucho, pero, ¿qué me ofreces por eso?
Pues hombre, la verdad es que no es mucho. Pero como eres muy guapo y me has caído bien, creo que por ese precio te voy a comer la polla. ¿Te apetece? Es mi especialidad, y además dicen que nosotras lo hacemos mejor que nadie. Será por eso de que sabemos perfectamente cómo os gusta que os lo hagan.
Hombre, desde luego a mí me parece perfecto.
Entonces ella abrió la puerta del coche y se sentó junto a mí. Volvía a sonreír con aquella sonrisa cálida y perfecta.
¿Te parece bien que lo hagamos aquí, o quieres ir a algún otro sitio?
Miré a mi alrededor. El sitio parecía tranquilo, aunque había algunas otras mujeres cerca. Supuse que en cualquier momento podía llegar algún otro coche y seguramente me moriría de la vergüenza. Decidí que era mejor buscar algún sitio más apartado.
La verdad es que prefiero que nos movamos a un sitio más tranquilo. Es que me da un poco de corte.
Ja, ja. Eres un encanto. Vale, elige sitio, pues.
Conduje el coche un poco más allá, hasta el lugar donde paré anteriormente tras haberla visto por primera vez.. Me detuve junto al tronco de un gran árbol. Aquel parecía, sin duda un lugar tranquilo.
¿Te parece bien aquí?
Sí, parece buen sitio. Aunque a mí me da un poco igual un sitio u otro. ¿Empezamos?
Cuando quieras.
Vale, pues relajate, cariño.
Se giró hacia mí y puso una mano en mi rodilla. Fue subiendo hacia mi entrepierna mientras clavaba sus ojos verdes en los míos. Eran unos ojos increíbles. De un verde marino intenso. Casi parecían de gato.
Cuando llegó a mi paquete comenzó a acariciarlo por encima del pantalón mientras se lamía los labios con la lengua. Me desabrochó la bragueta y el pantalón e introdujo la mano bajo los calzoncillos. Mi polla salió fuera dando un respingo. Las caricias que me acababa de hacer, junto con la excitación que me producía aquella situación y su propia presencia habían provocado que se pusiera bastante dura.
Mmmm. Qué rica se ve.
Se dedicó a masturbarla lentamente sin dejar de mirarla. Sus manos estaban frías y su tacto era muy suave. Eran unas manos grandes, así que abarcaba todo el grosor de mi polla sin problemas.
Pasado un rato intentó bajarme los pantalones. Me incorporé levemente para facilitarle la tarea y se detuvo cuando llegaron hasta mis rodillas.
Ahora mi polla y mis muslos quedaban a la vista. Ella se agachó y se metió mi polla en la boca mientras la sujetaba con una mano. Sus pechos quedaron apoyados en mi muslo. Los noté muy duros y firmes. Empezó a succionar mi capullo mientras recorría con los dedos el resto de mi verga, arriba y abajo. Luego fue metiéndosela cada vez más dentro mientras la cubría con saliva, que iba distribuyendo ayudándose de la lengua.
La sensación era increíble. Tenía la cabeza de aquella preciosidad entre mis piernas y la veía subir y bajar. Sentía su lengua recorriendo cada centímetro de mi polla, mientras sus dedos la pajeaban y sus manos acariciaban y estrujaban mis huevos. De vez en cuando se sacaba la polla de la boca y la recorría con la lengua, ensalivándola, y la restregaba contra sus labios y su cara. Otras veces la golpeaba contra su lengua y la pajeaba rápidamente y con fuerza mientras me miraba con sus ojos de gata, volviéndome loco.
No pude aguantar mucho. Al cabo de un rato de intenso placer sentí cómo mis huevos empezaban a bombear semen, que recorría mi polla y salía disparada a borbotones directa hacia la cara de Vania. Ella se había sacado mi polla de la boca y la pajeaba con fuerza mientras me corría. Esto provocó que mi semen se esparciera por toda su cara y sus pechos.
Cuando terminó la lluvia de semen ella siguió masturbándome un rato. A continuación se metió de nuevo la polla en la boca y la chupó lentamente. Fue limpiándola concienzudamente. La restregaba contra su cara y sus pechos, recogiendo el semen que había caído en ellos, y luego la lamía y succionaba hasta tragarse cada gota.
Cuando se incorporó, y casi sin aliento, cogí mi cartera y volví a sacar el billete de 20, entregándoselo a Vania. Ella lo cogió y lo guardó entre sus pechos.
Ha sido increíble, en serio
Ya te lo dije.
Es cierto. Desde luego, creo que han sido los 20s mejor gastados de toda mi vida.
Bueno, mi amor, pues ya sabes dónde estoy si quieres repetir.
Ten por seguro que volveré.
Y era cierto. Aquella preciosa mujer y su increíble mamada habían acabado de golpe con todos mis prejuicios. Tenía que repetir aquella experiencia cuanto antes.
En ese instante, Vania se acercó a mí, me besó dulcemente en los labios y se bajó del coche. Yo me fui a casa. Finalmente sí que abrí mi botella y también puse la peli. Me hice mis dos pajas de rigor. Pero, aunque mis ojos miraban a la rubia de la pantalla, mi mente sólo veía la cabeza de Vania subiendo y bajando entre mis piernas.
Después de aquello volví varias veces al parque. Vania siempre estaba allí. A veces tenía que esperar incluso algunas horas hasta que terminaba con algún servicio. Pero finalmente acababa apareciendo. Siempre me recibía con esa sonrisa encantadora y un "Hola, mi amor" que provocaban el primer respingo de mi polla en los pantalones.
A continuación entraba en el coche, me besaba y nos íbamos a algún lugar apartado donde me hacía una mamada cada día más increíble que el día anterior. A veces lo hacía dentro del coche, aunque otras nos bajábamos y me lo hacía apoyado en un árbol, sentado en una piedra o tumbado en el suelo.
Un día que Vania no estaba aparqué el coche en la cuneta y me recosté en el asiento dispuesto a esperar. De repente se acercó una mujer al coche, golpeando mi ventana. Era una mujer bastante fea, aunque he de reconocer que tenía un cuerpo casi perfecto.
Lo siento, estoy esperando a Vania.
Lo sé, te veo venir casi cada día a verla.
¿Y entonces qué quieres?
Pues avisarte de que hoy no va a venir. Está enferma.
Dios mío. ¿Es algo grave?
No. Algo debió sentarle mar y se pasó el día vomitando. Le han recomendado unos días de reposo.
Vaya. Pues gracias por el aviso.
Si quieres, yo puedo hacerte el servicio esta noche. Vania habla muy bien de ti y de tu polla.
No, gracias.
Vamos, te cobraré la mitad.
He dicho que no. Ni por diez.
¿Diez? Mira, encanto, con diez no tienes ni para pagar el tiempo que llevo hablando contigo.
¿Pero cómo? Si Vania me cobra veinte por chupármela.
¡¡Veinte!! ¡¡Dios mío!! Está mucho más pillada por ti de lo que imaginaba.
¿A qué te refieres?
Encanto, Vania es el premio gordo. Es tan cara que sólo los ricachones pueden pagar sus servicios. Su nombre es casi mítico en nuestra profesión. Viene al parque porque quiere, porque no le hace falta. Tiene una cartera de clientes fijos que le hacen ganar tanta pasta durante el día que por las noches podría quedarse en casita descansando.
Pero no lo entiendo. Entonces...
Pues está claro: entonces, se ha pillado por ti.
¿Y por qué no me ha dicho nada?
Eso tendrás que preguntárselo a ella, pero supongo que porque no imagina que pueda haber nada más entre vosotros aparte de las mamadas en el coche.
Aquella conversación me dejó estupefacto. Le estuve dando vueltas a la cabeza durante todo el camino a casa. Los siguientes días volví al parque, pero ella no aparecía. Debía seguir enferma o, lo que es peor, se habría enterado de mi conversación con su amiga y no quería hablar conmigo.
Estaba a punto de desistir en mi intención de volver a verla cuando, de repente, la vi.
Estaba en la cuneta, donde siempre, sentada en una silla plegable y fumando. No miraba a la carretera, lo cual era un poco extraño. No parecía estar buscando clientes. Acerqué el coche a ella e hice sonar el claxon para llamar su atención. Levantó la cabeza. Tenía una expresión sombría. Cuando me vio su cara se iluminó. Una sonrisa se dibujó en su boca y sus ojos empezaron a brillar. Se levantó de un salto y se acercó al coche.
Hola, mi amor.
Hola, preciosa. Sube.
Abrió la puerta y se sentó junto a mí. Nos besamos y luego conduje a un lugar apartado, como de costumbre. Pero esa vez, cuando empezó a inclinarse sobre mí, la frené con una mano y la miré a los ojos.
No, Vania, espera. Tenemos que hablar.
Ya. Imagino de qué quieres hablar. Paola me ha contado vuestra conversación.
¿Y bien?
Pues supongo que ya lo sabes: me gustas.
Y tú a mí, Vania. Por eso tenemos que hablar.
¿Pero hablar de qué, Jorge? ¿De nosotros? ¿De tener una relación?
Por ejemplo.
Pero eso es imposible. ¿Tu eres consciente de lo que va a implicar para ti tener como pareja a una mujer como yo?
Bueno, eso es algo sobre lo que prefiero no pensar. Es mejor irlo descubriendo día a día. Y lo superaremos juntos.
Eres un encanto, en serio.
Me abrazó y me besó. Esta vez fue un beso largo, dulce, tierno. Sus pechos se apretaron contra mi. Noté la dureza de sus pezones. Acarició mi pelo con las manos sin separar su boca de la mía.
Vamos a mi casa, Vania.
Lo que tú quieras, mi amor.
Conduje rápidamente, no tenía tiempo que perder. Ella no apartaba sus ojos de mí. De vez en cuando acariciaba su rodilla y su muslo. Ella ponía su mano sobre la mía, acariciándola a su vez.
Finalmente llegamos a mi casa. Nos besamos en el ascensor mientras subíamos a mi apartamento. Una vez allí nos dirigimos directamente al dormitorio.
Vania me lanzó sobre la cama y literalmente me arrancó la ropa. Quedé desnudo y tumbado boca arriba. Mi polla tiesa como un palo apuntaba al techo. Ella la cogió con una mano, empezó a acariciarla y luego me hizo una de aquellas increíbles mamadas.
Después de un rato me incorporé y le levanté el top, dejando sus hermosos pechos a la vista. Se lo saqué por la cabeza y me dediqué a jugar con sus tetas. Las acaricié, las besé, las lamí y las mordí alternativamente.
Vania jadeaba y me acariciaba mientras yo disfrutaba de sus pechos. Con una mano tenía agarrada mi polla y seguía masturbándola. La mamada anterior y ahora aquellas caricias me tenían al borde del orgasmo. La sangre inundaba mi polla y mi cabeza, nublando mis pensamientos. Sólo podía pensar en hacerle el amor a aquella mujer. Acerqué mis labios a los suyos, cogí su cabeza y la besé con pasión.
De repente noté que el movimiento del brazo con el que Vania me estaba masturbando se producía también en el otro brazo. No es que yo la tenga pequeña, creo que no es así, pero desde luego no da para masturbarla con dos manos a la vez. Extrañado, me separé un poco de Vania y miré hacia abajo. Me quedé completamente atónito.
Yo estaba de rodillas. También arrodillada frente a mí estaba Vania, la mujer más hermosa que haya conocido jamás. Con una mano acariciaba mi polla tiesa. Tenía la minifalda remangada hasta la cintura y las braguitas en las rodillas. Con la otra mano agarraba lo que, tras unos instantes de desconcierto, logré identificar como su propia polla. Sí, sin duda era una polla. Estaba tiesa como un palo y ella la masturbaba con rapidez. Su capullo estaba hinchado y morado, y de él escapaban unas gotas de líquido.
La miré extrañado. Ella clavó en mí sus ojos, sin comprender. De repente sus ojos se abrieron de par en par, igual que lo hizo su boca en una mueca de sorpresa.
Dios mío. ¡¡No lo sabías!! ¿Pero cómo es posible?
No sabía qué decir.
¡Pero si fuiste a nuestra zona del parque! ¿Cómo es posible que no lo supieras? Todo el mundo sabe que esa es nuestra zona, la zona de los travestis.
Nada. Imposible. Por más que lo intentaba no lograba articular palabra. Ante mi silencio, Vania se bajó de la cama. De espaldas a mí, volvió a colocarse las braguitas y la falda y cogió su top. Se lo introdujo por la cabeza y terminó de vestirse. Sin decir nada más se dirigió hacia la puerta. Yo no podía hacer nada más que mirarla.
De repente, cuando la vi desaparecer fuera de mi habitación, alguna especie de interruptor debió de activarse en mi cerebro, porque por fin pude reaccionar. Salí corriendo detrás de ella y la alcancé cuando ya estaba a punto de abrir la puerta de la calle. La empujé para que no pudiera abrirla y la obligué a mirarme. Ella trató de girar la cabeza pero se lo impedí con mis dedos. Sus ojos brillaban por las lágrimas.
No quiero que te vayas.
Ahora lo entiendo. Era demasiado bonito para ser verdad. Tú nunca supiste que era un hombre.
¿Cómo podía imaginarlo? Eres demasiado perfecta.
Tranquilo. Me iré y no volverás a verme nunca más. Supongo que ahora lo único que sentirá por mí será asco.
Agarré su cabeza entre mis manos y la miré fijamente a los ojos. Lo que veía era una cara preciosa de una mujer preciosa. Bajé la mirada, recorriendo su cuerpo. Sus pechos eran perfectos, como el resto de su cuerpo. Sin duda, un cuerpo de mujer. Un cuerpo perfecto de mujer. No importaba lo que hubiera bajo aquella falda. lo que tenía ante mí era la mujer más hermosa que hubiera conocido. La besé. Después de un rato, ella me devolvió el beso.
Mientras nos besábamos fui recorriendo todo su cuerpo con mis manos, disfrutando de su calor y su tacto. Acaricié su pelo, su espalda, sus pechos, su cintura, su culo, sus muslos,... Finalmente metí mi mano en su entrepierna. Su polla estaba tiesa bajo sus braguitas. Ella dio un respingo y trató de apartarse de mí, aunque yo se lo impedí.
No tienes por qué hacer esto, Jorge.
Quizás no, pero quiero hacerlo.
Volví a besarla mientras introducía mi mano en sus braguitas y agarraba su polla. La masturbé con torpeza. Nunca había masturbado otra polla que no fuera la mía y no sabía cómo hacerlo. Ella se agitaba. Aquello no iba bien. Decidí pensar en aquella polla como en la mía propia. Entonces la cosa pareció mejorar. Vania se relajó y comenzó a jadear. Sus besos se volvieron más intensos. La conduje de nuevo al dormitorio.
Bueno, ahora tendrás que guiarme. Yo no tengo experiencia en esto.
Tranquilo, mi amor, déjame a mí.
Me empujó hacia la cama, quedando de nuevo tumbado boca arriba. Ella acarició mi polla hasta que recuperó su dureza anterior. Entonces se desnudó completamente. Por fin pude ver aquel cuerpo perfecto desnudo frente a mí. Los pechos redondos y duros se erguían sobre un vientre liso y ligeramente musculoso. Las caderas redondas y abultadas daban paso a unas piernas largas y delgadas, de muslos fuertes. Y allí, en medio de todo, su verga tiesa apuntaba directamente a mi cara. Me la quedé mirando y la agarré. La acaricié y volví los ojos hacia los de Vania. Ella me sonrió.
Con un suave empujón volvió a tumbarme sobre la cama. Se sentó encima mío de espaldas a mí. Cogió mi polla con la mano y la dirigió hacia su culo. Cuando estuvo colocada en la entrada del mismo se dejó caer, clavándose mi verga hasta el fondo. Soltó un gemido de placer. Apoyó sus manos en mis rodillas y comenzó a follarme lentamente.
Ante mí veía su espalda delgada, encorvada sobre mis piernas. La columna se marcaba perfectamente entre sus omóplatos. Su larga melena rubia saltaba arriba y abajo. No dejaba de jadear y de gemir. Desplacé mis manos desde su cintura hasta sus pechos, acariciando su espalda durante el recorrido. Los agarré y los estrujé, pellizcando sus pezones. Ella se echó hacia atrás, apoyando ahora sus manos en mi pecho.
Bajé por su vientre hasta localizar su polla. Estaba durísima. La agarré con fuerza, notando cómo palpitaba entre mis dedos. La masturbé rápidamente y con fuerza. Vania empezó a gritar y a agitar la cabeza, sin dejar de follarme. El ritmo de sus cabalgadas fue subiendo en velocidad e intensidad.
Mi polla rozaba las paredes de su culo proporcionándome un placer alucinante.
De repente Vania cambió sus movimientos. En lugar de moverse arriba y abajo, para follarse mi polla, empezó a mover sus caderas adelante y atrás, aumentando la velocidad y el recorrido de mi paja. Se echó de nuevo hacia delante, encorvándose sobre mis muslos.
Levantó la cabeza, lanzó un gemido largo e intenso y sentí cómo su polla saltaba entre mis manos. Noté cómo bombeaba chorros de semen, que fueron cayendo sobre la cama y también sobre mis muslos. Vania seguía gimiendo. Movía la cabeza de lado a lado con los ojos cerrados.
Dios. Dios. Dios. Qué bueno.
Cuando por fin pudo recuperarse se sacó mi polla, se giró y me besó. Agarró mi polla con la mano y la acarició, mientras bajaba la cabeza hasta ella. Me hizo la mejor mamada que me había hecho hasta entonces. Me corrí abundantemente. Ella dirigió los chorros por todo su cuerpo, especialmente sobre sus pechos y su vientre. Finalmente se tumbó junto a mí en la cama
.
Nuestras pollas estaban ahora fláccidas y húmedas. Ella seguía agarrando la mía. Yo cogí la suya con los dedos y la examiné. Vania me miró intrigada y expectante.
Vaya, a ver cómo explico yo ahora esto. ¡Mi novia la tiene más grande que yo!
Ambos nos reímos durante un buen rato. Cuando nos recuperamos hicimos de nuevo el amor. Con el tiempo, fuimos descubriendo distintas formas de disfrutar de nuestros cuerpos. Ella me enseñó a hacer cosas que jamás pensé que llegaría a hacer con una polla que no fuera la mía. Algunas incluso no las hubiera hecho ni con la mía. No soy gay. No me gustan los hombres. Simplemente, mi novia tiene polla. Es una mujer preciosa y maravillosa con la que disfruto el sexo de una forma nueva e igualmente excitante.
Mis compañeros se fueron directamente a casa, con sus mujeres o sus novias. Yo era el único soltero, por lo que mi plan era bastante más triste. Me iría a casa, abriría una botella de whisky y me emborracharía viendo alguna peli porno de mi videoteca particular. Seguramente me haría dos o tres pajas viendo cómo una rubia de bote siliconada se comía una polla irrealmente gigantesca.
Me metí en el coche y emprendí el viaje a casa. Empecé a pensar lo que me esperaba al llegar. La casa se me caería encima. Era desolador llegar y encontrarla completamente vacía. A menudo echaba de menos compartir mi vida con una mujer, pero no lograba encontrar a ninguna merecedora de tal puesto. Quizás era culpa de mi elevado nivel de exigencia, quizás fuera porque la soledad me iba volviendo cada vez más huraño y reservado. El caso es que actualmente mi única compañía en noches como aquella eran mi botella de licor y la rubia siliconada de la pantalla del televisor.
Así, perdido en mis pensamientos, no me di cuenta de que entraba en un conocido parque de mi ciudad, el cual era frecuentado por familias felices con sus niños durante el día y por mujeres de mala vida al anochecer. No solía pasar por allí a aquellas horas, puesto que nunca había tenido que salir tan tarde de trabajar, así que observé la escena con atención.
El parque parecía dividido en zonas. Estaba la zona de las españolas, a continuación la de las mujeres del este, continuando por las de color y terminando por las latinas. Todas ellas eran diferentes en raza pero similares en su comportamiento y apariencia. Prendas minúsculas dejaban a la vista casi la totalidad de sus cuerpos. Sus facciones y movimientos dejaban entrever que habían ingerido algún tipo de sustancia alucinógena, cuando no varias.
La verdad es que lejos de resultar excitantes, la sensación que me provocaban era de lástima. Pero no por ellas, sino por el ambiente que las rodeaba. Desde siempre había aborrecido la prostitución. Me había hecho a mí mismo la firme promesa de que nunca pagaría a cambio de sexo.
Y la visión de aquellas mujeres famélicas y demacradas, excesivamente maquilladas y escasamente vestidas, no hacía más que contribuir a mi decisión. Sin duda, mi rubia siliconada era una opción mucho mejor para pasar la noche, a pesar de que en cierto modo también representaba alguna forma de pagar por sexo.
De pronto, tras un rato conduciendo, y cuando pensaba que ya había dejado atrás aquella zona de deprimente depravación humana, accedí a una nueva zona donde había más mujeres ofreciéndose como mercancía. Me sorprendió que estuvieran apartadas del resto. Además, en este caso estaban mezcladas mujeres de todas las etnias anteriores. Compartían cuneta españolas fogosas con preciosidades rubias del este, voluptuosas negras y mulatas, y sensuales latinas.
Ciertamente la silicona era mucho más abundante en esa zona que en la que acababa de dejar atrás. Quizás eso era lo que las diferenciaba: las mujeres de esta zona debían de ser más "profesionales", llegando a modificar sus cuerpos quirúrgicamente para resultar más atractivas.
De repente la vi. Estaba un poco apartada del resto, pero resaltaba por encima de todas. Era alta, altísima, rubia, de ojos claros y labios carnosos.
Su cuerpo era perfecto. Los pechos eran redondos y grandes, sin ser exagerados, las caderas anchas y las piernas largas, amplias y perfectamente torneadas. Vestía un top apretado y una minifalda cortísima y súper ajustada. Fumaba junto a la carretera a la espera de que alguien parase a hablar con ella.
Me la quedé mirando. Nuestras miradas se cruzaron al pasar junto a ella. Sus ojos me siguieron mientas avanzaba con el coche. Algo en ella me impedía apartar los ojos de los suyos. A punto estuve de salirme de la carretera. Paré en un claro más adelante y traté de recuperar el control sobre mí mismo. Después de un rato lo conseguí. No entendía cómo aquella mujer podía haberme afectado tanto.
Después de unos minutos de duda decidí volver a donde estaba ella. Necesitaba volver a verla. Di un rodeo con el coche y volví a acceder a la zona donde la vi por primera vez. En un principio no logré encontrarla, hasta que la descubrí asomada a la ventana de un coche. Sin duda estaba llegando a un acuerdo con un posible cliente. Eso me tranquilizó.
Seguramente se subiría a aquél coche y así yo podría volver a casa a pasar lo que quedaba de noche en compañía de mi botella y mi rubia siliconada. Pero no fue así. En un momento dado ella giró su cabeza y me miró. Una sonrisa se dibujó en su cara antes de volver la cabeza hacia la ventanilla abierta.
Finalmente la ventanilla se cerró y ella se echó hacia atrás mientras el coche abandonaba la zona a toda prisa. Giró su cabeza hacia mí y me hizo una señal para que me acercara. Lo hice instintivamente, parando el coche junto a ella.
Inmediatamente se acercó a la ventanilla del acompañante y la golpeó para que la bajara. Al hacerlo se asomó por ella. Era realmente preciosa. Sus ojos verdes brillaban en una cara afilada de facciones suaves. La boca era amplia, de labios carnosos. Su piel ere sin imperfecciones de ningún tipo (arrugas, estrías, venillas,...). El generoso escote dejaba entrever unos pechos redondos y grandes.
Al hablar lo hizo con un acento latino extremadamente sexy, yo diría que venezolano.
Hola, guapo.
No podía apartar la vista de aquel rostro tan hermoso. Sus ojos brillaban con una luz extraña. En su boca se dibujaba una sonrisa que mostraba unos dientes perfectos, iluminando toda la noche. El viento movía su larga melena rubia deslizando un mechón de cabello por su frente. Era, sin duda, la cosa más bonita que había visto nunca.
¿Se te comió la lengua el gato?
De repente me di cuenta de que me había quedado embobado mirándola, sin contestarle.
Perdona, se me fue el santo al cielo
Ya veo. ¿Y cómo te llamas, guapo?
Jorge. Me llamo Jorge.
Hola, Jorge. Yo soy Vania. ¿Es la primera vez que vienes por aquí?
Sí, sí. Es la primera vez.
Se nota. Pero tranquilo, que no mordemos. Somos casi como cualquier otra chica que conozcas
Bueno, te puedo asegurar que no conozco a ninguna chica como tú.
Estoy segura. ¡Ja, ja, ja! Y, dime, ¿qué te apetece hacer?
Pues la verdad es que no lo sé. Realmente no tenía pensado venir, así que ni siquiera sé si tengo dinero.
¿Cómo? ¿Me estás tomando el pelo? Mira, guapo, te vas a hacerle perder el tiempo a tu puta madre.
Empezó a darse media vuelta dispuesta a marcharse. No podía permitirlo, así que eché mano de mi cartera y la saqué rápidamente.
¡Espera, espera! Mira, tengo...
Ella se detuvo mientras yo rebuscaba en la cartera. Me miraba con una mezcla de curiosidad y desprecio. Finalmente encontré un billete y lo saqué.
20. Tengo 20. Supongo que no es mucho, pero, ¿qué me ofreces por eso?
Pues hombre, la verdad es que no es mucho. Pero como eres muy guapo y me has caído bien, creo que por ese precio te voy a comer la polla. ¿Te apetece? Es mi especialidad, y además dicen que nosotras lo hacemos mejor que nadie. Será por eso de que sabemos perfectamente cómo os gusta que os lo hagan.
Hombre, desde luego a mí me parece perfecto.
Entonces ella abrió la puerta del coche y se sentó junto a mí. Volvía a sonreír con aquella sonrisa cálida y perfecta.
¿Te parece bien que lo hagamos aquí, o quieres ir a algún otro sitio?
Miré a mi alrededor. El sitio parecía tranquilo, aunque había algunas otras mujeres cerca. Supuse que en cualquier momento podía llegar algún otro coche y seguramente me moriría de la vergüenza. Decidí que era mejor buscar algún sitio más apartado.
La verdad es que prefiero que nos movamos a un sitio más tranquilo. Es que me da un poco de corte.
Ja, ja. Eres un encanto. Vale, elige sitio, pues.
Conduje el coche un poco más allá, hasta el lugar donde paré anteriormente tras haberla visto por primera vez.. Me detuve junto al tronco de un gran árbol. Aquel parecía, sin duda un lugar tranquilo.
¿Te parece bien aquí?
Sí, parece buen sitio. Aunque a mí me da un poco igual un sitio u otro. ¿Empezamos?
Cuando quieras.
Vale, pues relajate, cariño.
Se giró hacia mí y puso una mano en mi rodilla. Fue subiendo hacia mi entrepierna mientras clavaba sus ojos verdes en los míos. Eran unos ojos increíbles. De un verde marino intenso. Casi parecían de gato.
Cuando llegó a mi paquete comenzó a acariciarlo por encima del pantalón mientras se lamía los labios con la lengua. Me desabrochó la bragueta y el pantalón e introdujo la mano bajo los calzoncillos. Mi polla salió fuera dando un respingo. Las caricias que me acababa de hacer, junto con la excitación que me producía aquella situación y su propia presencia habían provocado que se pusiera bastante dura.
Mmmm. Qué rica se ve.
Se dedicó a masturbarla lentamente sin dejar de mirarla. Sus manos estaban frías y su tacto era muy suave. Eran unas manos grandes, así que abarcaba todo el grosor de mi polla sin problemas.
Pasado un rato intentó bajarme los pantalones. Me incorporé levemente para facilitarle la tarea y se detuvo cuando llegaron hasta mis rodillas.
Ahora mi polla y mis muslos quedaban a la vista. Ella se agachó y se metió mi polla en la boca mientras la sujetaba con una mano. Sus pechos quedaron apoyados en mi muslo. Los noté muy duros y firmes. Empezó a succionar mi capullo mientras recorría con los dedos el resto de mi verga, arriba y abajo. Luego fue metiéndosela cada vez más dentro mientras la cubría con saliva, que iba distribuyendo ayudándose de la lengua.
La sensación era increíble. Tenía la cabeza de aquella preciosidad entre mis piernas y la veía subir y bajar. Sentía su lengua recorriendo cada centímetro de mi polla, mientras sus dedos la pajeaban y sus manos acariciaban y estrujaban mis huevos. De vez en cuando se sacaba la polla de la boca y la recorría con la lengua, ensalivándola, y la restregaba contra sus labios y su cara. Otras veces la golpeaba contra su lengua y la pajeaba rápidamente y con fuerza mientras me miraba con sus ojos de gata, volviéndome loco.
No pude aguantar mucho. Al cabo de un rato de intenso placer sentí cómo mis huevos empezaban a bombear semen, que recorría mi polla y salía disparada a borbotones directa hacia la cara de Vania. Ella se había sacado mi polla de la boca y la pajeaba con fuerza mientras me corría. Esto provocó que mi semen se esparciera por toda su cara y sus pechos.
Cuando terminó la lluvia de semen ella siguió masturbándome un rato. A continuación se metió de nuevo la polla en la boca y la chupó lentamente. Fue limpiándola concienzudamente. La restregaba contra su cara y sus pechos, recogiendo el semen que había caído en ellos, y luego la lamía y succionaba hasta tragarse cada gota.
Cuando se incorporó, y casi sin aliento, cogí mi cartera y volví a sacar el billete de 20, entregándoselo a Vania. Ella lo cogió y lo guardó entre sus pechos.
Ha sido increíble, en serio
Ya te lo dije.
Es cierto. Desde luego, creo que han sido los 20s mejor gastados de toda mi vida.
Bueno, mi amor, pues ya sabes dónde estoy si quieres repetir.
Ten por seguro que volveré.
Y era cierto. Aquella preciosa mujer y su increíble mamada habían acabado de golpe con todos mis prejuicios. Tenía que repetir aquella experiencia cuanto antes.
En ese instante, Vania se acercó a mí, me besó dulcemente en los labios y se bajó del coche. Yo me fui a casa. Finalmente sí que abrí mi botella y también puse la peli. Me hice mis dos pajas de rigor. Pero, aunque mis ojos miraban a la rubia de la pantalla, mi mente sólo veía la cabeza de Vania subiendo y bajando entre mis piernas.
Después de aquello volví varias veces al parque. Vania siempre estaba allí. A veces tenía que esperar incluso algunas horas hasta que terminaba con algún servicio. Pero finalmente acababa apareciendo. Siempre me recibía con esa sonrisa encantadora y un "Hola, mi amor" que provocaban el primer respingo de mi polla en los pantalones.
A continuación entraba en el coche, me besaba y nos íbamos a algún lugar apartado donde me hacía una mamada cada día más increíble que el día anterior. A veces lo hacía dentro del coche, aunque otras nos bajábamos y me lo hacía apoyado en un árbol, sentado en una piedra o tumbado en el suelo.
Un día que Vania no estaba aparqué el coche en la cuneta y me recosté en el asiento dispuesto a esperar. De repente se acercó una mujer al coche, golpeando mi ventana. Era una mujer bastante fea, aunque he de reconocer que tenía un cuerpo casi perfecto.
Lo siento, estoy esperando a Vania.
Lo sé, te veo venir casi cada día a verla.
¿Y entonces qué quieres?
Pues avisarte de que hoy no va a venir. Está enferma.
Dios mío. ¿Es algo grave?
No. Algo debió sentarle mar y se pasó el día vomitando. Le han recomendado unos días de reposo.
Vaya. Pues gracias por el aviso.
Si quieres, yo puedo hacerte el servicio esta noche. Vania habla muy bien de ti y de tu polla.
No, gracias.
Vamos, te cobraré la mitad.
He dicho que no. Ni por diez.
¿Diez? Mira, encanto, con diez no tienes ni para pagar el tiempo que llevo hablando contigo.
¿Pero cómo? Si Vania me cobra veinte por chupármela.
¡¡Veinte!! ¡¡Dios mío!! Está mucho más pillada por ti de lo que imaginaba.
¿A qué te refieres?
Encanto, Vania es el premio gordo. Es tan cara que sólo los ricachones pueden pagar sus servicios. Su nombre es casi mítico en nuestra profesión. Viene al parque porque quiere, porque no le hace falta. Tiene una cartera de clientes fijos que le hacen ganar tanta pasta durante el día que por las noches podría quedarse en casita descansando.
Pero no lo entiendo. Entonces...
Pues está claro: entonces, se ha pillado por ti.
¿Y por qué no me ha dicho nada?
Eso tendrás que preguntárselo a ella, pero supongo que porque no imagina que pueda haber nada más entre vosotros aparte de las mamadas en el coche.
Aquella conversación me dejó estupefacto. Le estuve dando vueltas a la cabeza durante todo el camino a casa. Los siguientes días volví al parque, pero ella no aparecía. Debía seguir enferma o, lo que es peor, se habría enterado de mi conversación con su amiga y no quería hablar conmigo.
Estaba a punto de desistir en mi intención de volver a verla cuando, de repente, la vi.
Estaba en la cuneta, donde siempre, sentada en una silla plegable y fumando. No miraba a la carretera, lo cual era un poco extraño. No parecía estar buscando clientes. Acerqué el coche a ella e hice sonar el claxon para llamar su atención. Levantó la cabeza. Tenía una expresión sombría. Cuando me vio su cara se iluminó. Una sonrisa se dibujó en su boca y sus ojos empezaron a brillar. Se levantó de un salto y se acercó al coche.
Hola, mi amor.
Hola, preciosa. Sube.
Abrió la puerta y se sentó junto a mí. Nos besamos y luego conduje a un lugar apartado, como de costumbre. Pero esa vez, cuando empezó a inclinarse sobre mí, la frené con una mano y la miré a los ojos.
No, Vania, espera. Tenemos que hablar.
Ya. Imagino de qué quieres hablar. Paola me ha contado vuestra conversación.
¿Y bien?
Pues supongo que ya lo sabes: me gustas.
Y tú a mí, Vania. Por eso tenemos que hablar.
¿Pero hablar de qué, Jorge? ¿De nosotros? ¿De tener una relación?
Por ejemplo.
Pero eso es imposible. ¿Tu eres consciente de lo que va a implicar para ti tener como pareja a una mujer como yo?
Bueno, eso es algo sobre lo que prefiero no pensar. Es mejor irlo descubriendo día a día. Y lo superaremos juntos.
Eres un encanto, en serio.
Me abrazó y me besó. Esta vez fue un beso largo, dulce, tierno. Sus pechos se apretaron contra mi. Noté la dureza de sus pezones. Acarició mi pelo con las manos sin separar su boca de la mía.
Vamos a mi casa, Vania.
Lo que tú quieras, mi amor.
Conduje rápidamente, no tenía tiempo que perder. Ella no apartaba sus ojos de mí. De vez en cuando acariciaba su rodilla y su muslo. Ella ponía su mano sobre la mía, acariciándola a su vez.
Finalmente llegamos a mi casa. Nos besamos en el ascensor mientras subíamos a mi apartamento. Una vez allí nos dirigimos directamente al dormitorio.
Vania me lanzó sobre la cama y literalmente me arrancó la ropa. Quedé desnudo y tumbado boca arriba. Mi polla tiesa como un palo apuntaba al techo. Ella la cogió con una mano, empezó a acariciarla y luego me hizo una de aquellas increíbles mamadas.
Después de un rato me incorporé y le levanté el top, dejando sus hermosos pechos a la vista. Se lo saqué por la cabeza y me dediqué a jugar con sus tetas. Las acaricié, las besé, las lamí y las mordí alternativamente.
Vania jadeaba y me acariciaba mientras yo disfrutaba de sus pechos. Con una mano tenía agarrada mi polla y seguía masturbándola. La mamada anterior y ahora aquellas caricias me tenían al borde del orgasmo. La sangre inundaba mi polla y mi cabeza, nublando mis pensamientos. Sólo podía pensar en hacerle el amor a aquella mujer. Acerqué mis labios a los suyos, cogí su cabeza y la besé con pasión.
De repente noté que el movimiento del brazo con el que Vania me estaba masturbando se producía también en el otro brazo. No es que yo la tenga pequeña, creo que no es así, pero desde luego no da para masturbarla con dos manos a la vez. Extrañado, me separé un poco de Vania y miré hacia abajo. Me quedé completamente atónito.
Yo estaba de rodillas. También arrodillada frente a mí estaba Vania, la mujer más hermosa que haya conocido jamás. Con una mano acariciaba mi polla tiesa. Tenía la minifalda remangada hasta la cintura y las braguitas en las rodillas. Con la otra mano agarraba lo que, tras unos instantes de desconcierto, logré identificar como su propia polla. Sí, sin duda era una polla. Estaba tiesa como un palo y ella la masturbaba con rapidez. Su capullo estaba hinchado y morado, y de él escapaban unas gotas de líquido.
La miré extrañado. Ella clavó en mí sus ojos, sin comprender. De repente sus ojos se abrieron de par en par, igual que lo hizo su boca en una mueca de sorpresa.
Dios mío. ¡¡No lo sabías!! ¿Pero cómo es posible?
No sabía qué decir.
¡Pero si fuiste a nuestra zona del parque! ¿Cómo es posible que no lo supieras? Todo el mundo sabe que esa es nuestra zona, la zona de los travestis.
Nada. Imposible. Por más que lo intentaba no lograba articular palabra. Ante mi silencio, Vania se bajó de la cama. De espaldas a mí, volvió a colocarse las braguitas y la falda y cogió su top. Se lo introdujo por la cabeza y terminó de vestirse. Sin decir nada más se dirigió hacia la puerta. Yo no podía hacer nada más que mirarla.
De repente, cuando la vi desaparecer fuera de mi habitación, alguna especie de interruptor debió de activarse en mi cerebro, porque por fin pude reaccionar. Salí corriendo detrás de ella y la alcancé cuando ya estaba a punto de abrir la puerta de la calle. La empujé para que no pudiera abrirla y la obligué a mirarme. Ella trató de girar la cabeza pero se lo impedí con mis dedos. Sus ojos brillaban por las lágrimas.
No quiero que te vayas.
Ahora lo entiendo. Era demasiado bonito para ser verdad. Tú nunca supiste que era un hombre.
¿Cómo podía imaginarlo? Eres demasiado perfecta.
Tranquilo. Me iré y no volverás a verme nunca más. Supongo que ahora lo único que sentirá por mí será asco.
Agarré su cabeza entre mis manos y la miré fijamente a los ojos. Lo que veía era una cara preciosa de una mujer preciosa. Bajé la mirada, recorriendo su cuerpo. Sus pechos eran perfectos, como el resto de su cuerpo. Sin duda, un cuerpo de mujer. Un cuerpo perfecto de mujer. No importaba lo que hubiera bajo aquella falda. lo que tenía ante mí era la mujer más hermosa que hubiera conocido. La besé. Después de un rato, ella me devolvió el beso.
Mientras nos besábamos fui recorriendo todo su cuerpo con mis manos, disfrutando de su calor y su tacto. Acaricié su pelo, su espalda, sus pechos, su cintura, su culo, sus muslos,... Finalmente metí mi mano en su entrepierna. Su polla estaba tiesa bajo sus braguitas. Ella dio un respingo y trató de apartarse de mí, aunque yo se lo impedí.
No tienes por qué hacer esto, Jorge.
Quizás no, pero quiero hacerlo.
Volví a besarla mientras introducía mi mano en sus braguitas y agarraba su polla. La masturbé con torpeza. Nunca había masturbado otra polla que no fuera la mía y no sabía cómo hacerlo. Ella se agitaba. Aquello no iba bien. Decidí pensar en aquella polla como en la mía propia. Entonces la cosa pareció mejorar. Vania se relajó y comenzó a jadear. Sus besos se volvieron más intensos. La conduje de nuevo al dormitorio.
Bueno, ahora tendrás que guiarme. Yo no tengo experiencia en esto.
Tranquilo, mi amor, déjame a mí.
Me empujó hacia la cama, quedando de nuevo tumbado boca arriba. Ella acarició mi polla hasta que recuperó su dureza anterior. Entonces se desnudó completamente. Por fin pude ver aquel cuerpo perfecto desnudo frente a mí. Los pechos redondos y duros se erguían sobre un vientre liso y ligeramente musculoso. Las caderas redondas y abultadas daban paso a unas piernas largas y delgadas, de muslos fuertes. Y allí, en medio de todo, su verga tiesa apuntaba directamente a mi cara. Me la quedé mirando y la agarré. La acaricié y volví los ojos hacia los de Vania. Ella me sonrió.
Con un suave empujón volvió a tumbarme sobre la cama. Se sentó encima mío de espaldas a mí. Cogió mi polla con la mano y la dirigió hacia su culo. Cuando estuvo colocada en la entrada del mismo se dejó caer, clavándose mi verga hasta el fondo. Soltó un gemido de placer. Apoyó sus manos en mis rodillas y comenzó a follarme lentamente.
Ante mí veía su espalda delgada, encorvada sobre mis piernas. La columna se marcaba perfectamente entre sus omóplatos. Su larga melena rubia saltaba arriba y abajo. No dejaba de jadear y de gemir. Desplacé mis manos desde su cintura hasta sus pechos, acariciando su espalda durante el recorrido. Los agarré y los estrujé, pellizcando sus pezones. Ella se echó hacia atrás, apoyando ahora sus manos en mi pecho.
Bajé por su vientre hasta localizar su polla. Estaba durísima. La agarré con fuerza, notando cómo palpitaba entre mis dedos. La masturbé rápidamente y con fuerza. Vania empezó a gritar y a agitar la cabeza, sin dejar de follarme. El ritmo de sus cabalgadas fue subiendo en velocidad e intensidad.
Mi polla rozaba las paredes de su culo proporcionándome un placer alucinante.
De repente Vania cambió sus movimientos. En lugar de moverse arriba y abajo, para follarse mi polla, empezó a mover sus caderas adelante y atrás, aumentando la velocidad y el recorrido de mi paja. Se echó de nuevo hacia delante, encorvándose sobre mis muslos.
Levantó la cabeza, lanzó un gemido largo e intenso y sentí cómo su polla saltaba entre mis manos. Noté cómo bombeaba chorros de semen, que fueron cayendo sobre la cama y también sobre mis muslos. Vania seguía gimiendo. Movía la cabeza de lado a lado con los ojos cerrados.
Dios. Dios. Dios. Qué bueno.
Cuando por fin pudo recuperarse se sacó mi polla, se giró y me besó. Agarró mi polla con la mano y la acarició, mientras bajaba la cabeza hasta ella. Me hizo la mejor mamada que me había hecho hasta entonces. Me corrí abundantemente. Ella dirigió los chorros por todo su cuerpo, especialmente sobre sus pechos y su vientre. Finalmente se tumbó junto a mí en la cama
.
Nuestras pollas estaban ahora fláccidas y húmedas. Ella seguía agarrando la mía. Yo cogí la suya con los dedos y la examiné. Vania me miró intrigada y expectante.
Vaya, a ver cómo explico yo ahora esto. ¡Mi novia la tiene más grande que yo!
Ambos nos reímos durante un buen rato. Cuando nos recuperamos hicimos de nuevo el amor. Con el tiempo, fuimos descubriendo distintas formas de disfrutar de nuestros cuerpos. Ella me enseñó a hacer cosas que jamás pensé que llegaría a hacer con una polla que no fuera la mía. Algunas incluso no las hubiera hecho ni con la mía. No soy gay. No me gustan los hombres. Simplemente, mi novia tiene polla. Es una mujer preciosa y maravillosa con la que disfruto el sexo de una forma nueva e igualmente excitante.
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