Autor desconocido
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Cap. I
Yo pertenezco a una familia de provincia de clase media,
unidos todos por el cariño fraternal que florece de manera natural cuando se
vive en armonía. Por lo menos así transcurrieron los primeros años de mi vida,
cuando yo era aún muy pequeñita, y hasta la fecha guardo en mi mente gratos
recuerdos de esa primera infancia, cuando podíamos jugar todos juntos en el
campo, pues vivíamos en una especie de aldea habitada tan solo por unas cuantas
familias que se hallaba un poco alejada del pueblito más cercano, quizás como
unos cuatro o tal vez cinco kilómetros. Y es precisamente en este período de mi
vida donde quiero ubicar mi historia e iniciar mi relato.
Mi padre abandonó a mi madre cuando yo tenía como ocho años y
jamás regresó. Así que mi madre junto con mis dos hermanos mayores se tuvieron
que dedicar a las labores del campo para poder sostenernos. Recuerdo que cuando
tenía yo aproximadamente diez años, me iba a la escuela con mi hermana María,
que acababa de cumplir los doce, y mi hermano Pepe, que en ese tiempo andaría
más o menos por los dieciséis o diecisiete. Mi madre siempre nos encargaba con
Pepe, ya que teníamos que recorrer caminando los cinco kilómetros que nos
separaban del pueblo hasta donde se hallaba la escuela más cercana. Todos los
días muy temprano salíamos de casa y nos íbamos por un caminito real hasta el
pueblo, teniendo que pasar obligadamente por zonas boscosas y solitarias que
daban el aspecto como de selva virgen. En realidad se trataba de una región muy
hermosa por la abundantísima vegetación, el imponente verdor de los árboles y la
multiforme presencia de diversos tipos de aves silvestres. No obstante ser un
camino solitario el que teníamos que recorrer a diario, de vez en cuando nos
encontrábamos con algunos aldeanos que se dirigían también al pueblo para vender
sus productos, o bien con gentes que regresaban a sus hogares después de haber
realizado alguna labor en los campos agrícolas.
Los primeros recuerdos que tengo de esa etapa de mi vida son
variados, pero lo que quiero contar aquí fue justamente cómo se manifestó mi
despertar sexual, ya que a esa edad yo estaba completamente ajena e ignorante de
esas cosas. Pienso sin embargo que el destino se encargó de que fuera
aprendiendo todas esas cosas sin que realmente lo hubiera deseado y me iniciara
como casi siempre ocurre, de manera circunstancial, en el exquisito y delicioso
ardor del sexo, que se mete en la sangre sin nuestro permiso con las primeras
experiencias, particularmente cuando éstas suceden en los albores de la
pubertad. Todo empezó uno de tantos días en que los tres retornábamos por la
tarde de la escuela. Yo, como la más pequeña, era lógicamente la más cuidada por
María y Pepe, pero también era la más ingenua, y mis dos hermanos se
aprovechaban de mi inocencia. En esa ocasión en que nos dirigíamos a casa y
hallándonos como a mitad del camino, en medio de unos mangales preciosos y
exhuberantes rodeados de extensos y tupidos matorrales que se mecían al viento
con majestuosidad, de pronto nos desviamos hacia una parte mucho más boscosa y
apartada, donde no nos podía ver la poca gente que pasaba por el camino real.
Habiendo arribado a un mangal escondido entre la hermosa vegetación, donde sólo
se podía escuchar el bello canto de los pájaros, mi hermana María me dijo:
-Angelita…espéranos aquí sentadita debajo de este árbol,
que Pepe y yo iremos a cortar algunos mangos para que comamos nosotros y para
llevarle a mamá.
Como yo era obediente con mis hermanos (mamá siempre me
recomendaba eso), le contesté que sí. Entonces ellos, dejando sus mochilas junto
a mi, se metieron dentro de los matorrales en busca de la fruta. Yo permanecí
sentadita por largo rato esperando a que volvieran, pero ellos se tardaron
demasiado. Casi estaba a punto de meterme entre el espesor de la maleza para ir
a buscarlos cuando escuché pasos que regresaban. Había transcurrido quizás como
una hora, por lo cual les dije que mamá se preocuparía por nuestra tardanza. Yo
me di cuenta que María y Pepe tenían la ropa como desarreglada y un poco sucia,
pero como cada quien traía una buena cantidad de mangos en las manos supuse que
se debía a eso.
Entonces Pepe me explicó:
-Es que nos tardamos porque estuvimos escogiendo los mejores
mangos para llevar. Pero no te apures, Angelita…tú no le digas nada a
mamá….. yo le diré el motivo de nuestro retardo.
Cuando llegamos a casa mamá se puso contenta al ver los
deliciosos mangos que le llevamos, y seguramente se olvidó del asunto del
horario, pues no nos preguntó nada.
Al día siguiente, al retornar nuevamente de la escuela, nos
volvimos a desviar hacia el mismo lugar, y otra vez María me pidió que me
quedara a esperarlos mientras ellos iban a cortar mangos. Sinceramente aquella
idea ya no me agradó mucho, pues el día anterior se habían demorado tanto que yo
me había sentido muy sola y hasta medio asustada. Le dije eso a María, pero Pepe
intervino diciéndome que esta vez no tardarían tanto. Yo, de mala gana, asentí
con la cabeza afirmativamente. Una vez más ellos demoraron demasiado, por lo que
cuando regresaron les amenacé con decirle todo a mi madre, que me dejaban solita
en el bosque y no me llevaban con ellos. María reaccionó de inmediato,
abrazándome con ternura, y diciéndome que no le dijera yo nada a mamá, que ellos
me cuidarían, y que en adelante mejor me llevarían con ellos. Por esa respuesta
yo me puse contenta y desistí en mi empeño.
Sin embargo la siguiente ocasión sucedió lo mismo, sólo que
esta vez Pepe me convenció para que los esperara mientras ellos se iban,
regalándome como premio una paletita de dulce que se me había venido antojando
por todo el camino. Con ese regalo que tanto anhelaba accedí gozosa. Quiero ser
sincera al decir que yo ni siquiera me imaginaba que ellos pudieran ir a hacer
cosas ocultas, pues repito que mi inocencia era absoluta hasta ese momento. No
sabía nada de sexo y cualquier cosa que tuviera que ver con eso estaba fuera del
conocimiento de mi mente. No obstante, aquel día iba a sucederme algo que
cambiaría por completo y para siempre mi forma de pensar al respecto. No habían
pasado ni quince minutos de haberse metido mis hermanos entre el monte, cuando
escuché pasos provenientes del espesor del bosque. Al principio mi corazón saltó
de susto al saberme sola, pero no tuve tiempo de nada porque me dí cuenta que un
hombre al que yo no conocía se acercaba caminando hacia donde yo me encontraba
sentada chupando mi paleta. El señor se encaminó directamente hacia donde me
hallaba, diciéndome:
-Hola, niña….que andas haciendo solita por aquí….?
-No estoy sola…..estoy esperando a mis hermanos le
respondí para darme seguridad-.
-Ah….y donde están ellos?
-Fueron para allá…. “dije señalando hacia el tupido bosque-
-Y que andan haciendo allá?
-Cortando mangos….
-Ah…ya veo…y te dejaron solita…?
-Si….pero no tardan en volver “le mentí, un poco
preocupada-
-Vamos…no tengas miedo…yo te acompañaré hasta que regresen…. ¿Te parece bien?
-Bueno…si usted quiere…. le dije sin malicia alguna-
El se sentó frente a mí sudoroso, pues parecía venir de trabajar del campo, aunque en realidad yo jamás lo había visto.
Este hombre tendría tal vez unos treinta y tantos años de edad y era un tipo de rostro sonriente, que al observarlo como que daba confianza.
Al ver las mochilas en el piso me preguntó:
-Vienen de regreso de la escuela, no?
-Si. le respondí-
-Y por donde queda tu casa?
-En la ranchería Rosales.
-Ahh…la ranchería Rosales….si, la conozco,…está un poco lejos todavía.
-Si, como a mitad de camino.
Entonces el hombre me preguntó:
-Oye…. y como te llamas?
-Angela.
-Hmm…que bonito nombre…Angelita…
Yo le sonreí, recobrando un poco la confianza.
-Oye Angelita…. me dijo-, yo te quiero decir algo…
-¿Qué?
-¿Cuánto te dan para gastar en la escuela?
-Oh…casi nunca me dan nada porque somos pobres….sólo a veces, cuando hay, me dan veinte centavos.
-Hmmm….bueno, pues yo te daré cinco pesos.
-¿Cinco pesos?….pero…por qué? “le dije emocionada, pues
para mí esa cantidad en los tiempos de mi infancia era demasiado dinero-.
-Imagínate todo lo que podrías comprar en la escuela con todo ese dinero dijo reiterativamente-
-Huuuy…pues muchísimas cosas -le contesté, riendo-
compraría muchas golosinas, palomitas, raspados y hasta barquillos con nieve fría….
-Así es, Angelita….pero dime…..te los quieres ganar?
-Pues…..no sé si deba….
-Y por qué no?…quién lo va a saber…?
-No…no es eso….bueno, está bien….pero qué quiere usted
que haga…? “le respondí animada-
-Bueno, pues….sólo tienes que hacer lo que yo te
diga…..quieres ganártelos…?
-Si….qué es?
-Mira Angelita…“dijo volteando hacia todos lados, como para asegurarse si habían regresado mis hermanos-
no se trata de nada malo.
Como te decía….solamente tienes que hacer lo que yo te diga…. y ya.
-Bueno…pero qué es?…. quiere que le vendamos los mangos?
-No…no es eso…es otra cosita…y será muy rápido…ya lo verás… dijo sacando los cinco pesos y ofreciéndomelos.
Yo, emocionada de ver el dinero y debido a la inocencia
propia de la niña que era, estiré la mano y cogí aquella preciosa moneda,
jubilosa por tenerla para mí. Entonces el señor me dijo:
-Quédatela…es para ti….
-De verdad?….ay, gracias, señor….pero ahora dígame qué
tengo que hacer…
-Es sólo una cosita….pero no se lo vayas a decir a tus
hermanos, ni a tu mamá, ni a nadie, eh?
-No lo diré.
-Tampoco les enseñes la moneda….esa escóndela donde solamente tú sepas.
-Si…claro….porque si no, ellos me pedirán dinero, verdad
señor?
-Exactamente, Angelita….eres muy lista…..gástalo tú
solita….todo es para ti….
-Si….está bien….pero ya dígame qué tengo que hacer….
-Bueno,….no es nada malo….anda, ven aquí me dijo,
alargando sus sudados brazos hacia mi-
Yo me levanté del suelo y me acerqué hasta quedar frente a él.
-Lo que quiero es que hagas todo lo que yo te diga….pero
tiene que ser rápido, antes de que regresen tus hermanos.
-Si?….por qué?
-Porque no quiero que ellos se den cuenta de nada…..ahora
dime….quieres hacerlo?
-Pues…..si. le respondí, volviendo a admirar la moneda que tenía en mis manos-
A esas alturas, con toda seguridad aquel desconocido ya se
había dado cuenta perfectamente de mi total inocencia, que con aquella breve plática y la aceptación del dinero había quedado de manifiesto, así que aprovechándose del momento y de las circunstancias, me dijo:
-Mira, Angelita….tú solamente deja que yo te haga una cosita y ya….está bien?
-Si.“le contesté convencida y contenta, guardando la moneda
en la bolsita de mi vestidito blanco-
-Ven….acércate más….que te sentaré en mis piernas.
-Eso es todo?… Le pregunté, dando unos pasos hacia él
hasta quedar pegada a sus piernas, mientras él permanecía sentado sobre la
hierba.
-Si…eso es todo….
El hombre aquél me tomó de la cintura. Yo traía puesto un vestidito blanco corto, pues a esa edad mamá solía vestirme de esa manera, ya que en esos tiempos en las escuelas aún no se usaban uniformes.
El hombre me jaló con suavidad hacia él acercándome lo más que pudo y comenzó a tallarme con sus manos mis piernitas,
provocando en mí una reacción de instintivo rechazo. Al darse cuenta de ello el hombre volvió a la carga diciéndome con tono de voz muy
suave:
-No quieres ganarte los cinco pesos, Angelita?….anda linda,
déjate hacer….no tengas miedo que no te haré ningún daño.
-De verdad?….lo promete usted…? -le pregunté dudosa-
-Claro que sí….ya te lo dije….solo quiero que te sientes
por un ratito sobre mis piernas…
-Y eso será todo….?
-Si, linda….eso será todo….quieres ganarte el dinero, si
o no?
-Si. le contesté pensando en los cinco pesos que ya tenía
guardados y que por ningún motivo estaba dispuesta a perder-.
-Muy bien….entonces déjate hacer y ya….de acuerdo?
-Bueno…. “le dije-
Habiendo recobrado la confianza y teniéndome de pie muy cerca
de él, retornó de nuevo a hacerme aquellas caricias sobre la piel de mis
piernitas, todo ello con una suavidad que desde el principio, para ser sincera,
me había comenzado a gustar. Yo me dejé hacer con toda mansedumbre y sin
protestar más todo aquello, confiando en lo que él me había prometido: que no me
haría daño. Lentamente siguió frotando sus manos por encimita de mis piernas,
centrándose particularmente en la zona interior de mis muslos, especialmente de
las rodillas hacia arriba, subiendo poco a poco sus manos hacia la región
genital donde quedaban mis calzoncitos, tocando después con mucha suavidad mis
nalguitas y la parte frontal de mi pubis aún imberbe y sin vellosidad alguna,
por encima de la telita de algodón de mi pantaletita. Yo sentía su respiración
agitada enfrente de mi cara, sobre mis sienes y mi pecho; y aún más, podía
percibir el penetrante olor a sudor que despedía su cuerpo, mientras él se
concentraba en prodigarme aquellas deliciosas y tiernas caricias, las primeras
que yo experimentaba, pero que quizás por esa razón comenzaron a despertar en mi
interior un sentimiento dulce y excitante hasta entonces desconocido, que me
producía un agitamiento en mi pecho haciendo más rápida mi respiración, como
jamás lo había sentido antes.
Las manos del hombre subían y bajaban sin cesar por la parte
superior de mis piernas, yendo luego a explorar con manifiesto interés la región
frontal de mi chochito, apretándome ligeramente lo abultado de mi traserito,
para luego regresar de nuevo al monte de venus del centro de mi pubis.
Yo cerraba los ojos ante las sensaciones tan placenteras generadas por tales caricias, sin poder ocultar el gozo que sentía,
echando mi cabecita hacia atrás y exhalando leves gemidos de placer que no podía impedir ante la audacia exploratoria de las manos de aquel hombre. Él se dio cuenta sin duda de que me
estaba calentando al máximo, pues de inmediato y al ver mi reacción, dirigió sus manos hacia la parte alta donde quedaba el elástico de mi pantaleta comenzando a deslizarlas poquito a poco hacia abajo hasta alcanzar con ellas mis rodillas,
dejándomelas precisamente a la mitad de mis piernas. Teniendo ya a su
disposición y sin protección alguna mis intimidades inexploradas y las
reconditeces de mi inviolada cavidad frontal, se dedicó ahora a frotar
suavemente sus gruesos dedos sobre la parte de enfrente de mi sonrosado
triángulito, que se hallaba desprovisto totalmente de vello púbico, lo que con
toda seguridad era una de las cosas que más le agradaba tocar, pues se
concentraba precisamente en esa zona, mientras yo le escuchaba jadear y gemir
con increíble deleite, sin apartar sus temblorosas manos de aquel sitio
prohibido. Yo, en realidad, ya no oponía resistencia alguna, pues debo confesar
que todo aquello, tan novedoso para mí, me agradaba demasiado; antes al
contrario, lo que deseaba en el fondo era que continuara acariciando mi rajadita
como me lo estaba haciendo. Así que sin poder evitarlo yo reaccioné de la manera
como él seguramente esperaba, arqueando un poco mi cuerpo y abriendo lo más que
pude mis piernitas, con la finalidad de que él pudiera tocarme a sus anchas y
sin obstáculos mi anhelante chochito, dándole la mayor libertad posible.
Advirtiendo de inmediato mi alterado estado de excitación, el
hombre aprovechó el momento para meterme su dedo más chiquito entre los pliegues
de mis labios vaginales, mientras pronunciaba muy cerca de mis oídos palabras
dulces que me provocaban cada vez mayor confianza y placer, sintiendo a todo lo
largo de mi cuerpo una sensación de deleite que me ponía la carne como de
gallina. Exaltado por el intenso deseo y sin poder esperar más, el hombre
dirigió sus manos hacia la bragueta de su pantalón, se bajó con rapidez el
cierre, y con una de sus manos ví cuando se sacó de adentro un pedazote de carne largo y grueso, totalmente parado, que de reojo admiré por primera vez,
aunque no pude evitar experimentar internamente cierta reacción de temor y de miedo al darme cuenta de lo inmensamente grande y grueso que era.
No obstante ello y hallándome prisionera de una total calentura hasta el momento desconocida debido
a aquellas novedosas y excitantes caricias, yo no dije nada sino que le dejé
hacer, deseando sin saber por qué, poder sentir de alguna forma aquel trozo de
carne caliente y endurecido sobre alguna parte de mi piel, y en especial, entre
esa región escondida que se encuentra oculta entre mis piernitas. El hombre me
atrajo hacia él suavemente, de frente, presionando con sus manos sobre mis
hombros hacia abajo como para que yo me fuera sentando sobre sus piernas.
Instintivamente yo obedecí cegada por la pasión del momento, y me fui dejando
caer poco a poco sobre aquel falo duro y de cabeza roja y babeante, mientras él
doblaba ahora con su mano su pene hacia abajo, no con el fin de metérmelo, sino
de que quedara precisamente como acostado entre mis verijas, y de esa manera
poder frotármelo por fuera, sobre la piel íntima de mi rajita y mi culito, sin que aquel invasor se introdujera dentro de mí, pues tal vez se daba cuenta de que yo, a mi corta edad, posiblemente no aguantaría aquél pene tan enorme dentro
de mis vírgenes entrañas.
Así que una vez que me hallé sentada sobre sus piernas, y sintiendo con toda claridad su caliente y enhiesta verga pegada por fuera entre
mis carnes íntimas, el hombre comenzó a moverse y a moverme a mí sobre su cuerpo,
primero con suavidad, en un ritmo realmente delicioso que minutos después se hizo más violento, hasta que escuché unos gritillos de placer que
salían de su boca, no pudiendo evitar el urgente espasmo de su descarga sobre la
reconditez de la piel de mis intimidades. Por largos e interminables minutos me
mantuvo sujeta a él, completamente repegada a su miembro tan duro como un palo,
mientras sentía cómo se derramaba abundantemente en leche llenándome la parte de
fuera de mi papayita y mi culito con aquel delicioso y exquisito néctar de
blanco licor . Pasados aquellos instantes de brama indecible llegó por fin el
final, y poniéndome de pie y levantándose él también, me dijo:
-Ya….ya terminé, Angelita….ya viste?….eso era todo…
-Ya? Le contesté suspirando profundamente-, y sin dejar dejar de admirar aquella enorme herramienta que le colgaba de entre las piernas, y que
estaba ahora llena de abundantes pelos humedecidos de leche, donde sobresalían
por la parte de abajo un par de huevos aún inflamados por el placer.
-Si….ahora vamos a limpiarnos rápido….porque pueden volver tus hermanos.
-Ajá…-le contesté-, sin dejar de admirar su verga larga y gruesa, ahora media aguada.
Diciendo esto, inmediatamente se dio a la tarea de asearme
con algunas hojas que recogió del piso, para después hacer él lo mismo,
procediendo luego a guardar su pene, ya no tan endurecido, pero no por eso menos
grandioso, dentro de su pantalón. Acto seguido me subió las pantaletas de mis
rodillas a la cintura y me dijo:
-Bueno, Angelita….ya terminamos….ahora tengo que irme….
-Me dejará solita aquí le respondí
-Si….es mejor así….no quiero que ellos me vean……pero
no te preocupes, linda….tus hermanos ya no deben tardar….
-Mmmmm…..bueno, está bien….
-Oye, Angelita, dime una cosa…..
-Que?
-Vienes muy seguido por aquí con tus hermanos?
-Si…..casi todos los días.
-Y siempre te dejan solita?
-Si….ellos siempre se van y me dejan a mí cuidando de las
mochilas.
-Bueno, bueno…..mira, a lo mejor algún día de éstos te veo
nuevamente por aquí….. y te ganas otros cinco pesos….que te parece?
Mis ojos se iluminaron de contento.
-De verdad….?
-Si….de verdad….pero dime….te gustaría…..?
-Si….claro que me gustaría.
-Muy bien….pues entonces, yo te buscaré por aquí….de
acuerdo?
-Si.
-Ah….y recuerda, Angelita….ni una palabra a nadie.
-Si….descuide….no diré nada.
-Qué buena niña eres, Angelita…..está bien que seas así.
Y dándome un beso en la mejilla en señal de despedida, se
alejó rápidamente por entre los tupidos matorrales del bosque hasta perderse de
vista. Pasados varios minutos, escuché los pasos y las voces de mis hermanos que
regresaban, mientras yo continuaba absorta recordando aquellos momentos tan
deliciosos que acababa de vivir, y dispuesta por supuesto a no decir
absolutamente a nadie lo ocurrido. Una vez más pude cerciorarme de que Pepe y
María regresaban tarde (aunque ahora, lógicamente, no les reproché nada por su
tardanza), viendo que traían la ropa sucia de zacate y hierbas, pero en esta
ocasión me guardé de hacer algún comentario.
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Cap. I
Yo pertenezco a una familia de provincia de clase media,
unidos todos por el cariño fraternal que florece de manera natural cuando se
vive en armonía. Por lo menos así transcurrieron los primeros años de mi vida,
cuando yo era aún muy pequeñita, y hasta la fecha guardo en mi mente gratos
recuerdos de esa primera infancia, cuando podíamos jugar todos juntos en el
campo, pues vivíamos en una especie de aldea habitada tan solo por unas cuantas
familias que se hallaba un poco alejada del pueblito más cercano, quizás como
unos cuatro o tal vez cinco kilómetros. Y es precisamente en este período de mi
vida donde quiero ubicar mi historia e iniciar mi relato.
Mi padre abandonó a mi madre cuando yo tenía como ocho años y
jamás regresó. Así que mi madre junto con mis dos hermanos mayores se tuvieron
que dedicar a las labores del campo para poder sostenernos. Recuerdo que cuando
tenía yo aproximadamente diez años, me iba a la escuela con mi hermana María,
que acababa de cumplir los doce, y mi hermano Pepe, que en ese tiempo andaría
más o menos por los dieciséis o diecisiete. Mi madre siempre nos encargaba con
Pepe, ya que teníamos que recorrer caminando los cinco kilómetros que nos
separaban del pueblo hasta donde se hallaba la escuela más cercana. Todos los
días muy temprano salíamos de casa y nos íbamos por un caminito real hasta el
pueblo, teniendo que pasar obligadamente por zonas boscosas y solitarias que
daban el aspecto como de selva virgen. En realidad se trataba de una región muy
hermosa por la abundantísima vegetación, el imponente verdor de los árboles y la
multiforme presencia de diversos tipos de aves silvestres. No obstante ser un
camino solitario el que teníamos que recorrer a diario, de vez en cuando nos
encontrábamos con algunos aldeanos que se dirigían también al pueblo para vender
sus productos, o bien con gentes que regresaban a sus hogares después de haber
realizado alguna labor en los campos agrícolas.
Los primeros recuerdos que tengo de esa etapa de mi vida son
variados, pero lo que quiero contar aquí fue justamente cómo se manifestó mi
despertar sexual, ya que a esa edad yo estaba completamente ajena e ignorante de
esas cosas. Pienso sin embargo que el destino se encargó de que fuera
aprendiendo todas esas cosas sin que realmente lo hubiera deseado y me iniciara
como casi siempre ocurre, de manera circunstancial, en el exquisito y delicioso
ardor del sexo, que se mete en la sangre sin nuestro permiso con las primeras
experiencias, particularmente cuando éstas suceden en los albores de la
pubertad. Todo empezó uno de tantos días en que los tres retornábamos por la
tarde de la escuela. Yo, como la más pequeña, era lógicamente la más cuidada por
María y Pepe, pero también era la más ingenua, y mis dos hermanos se
aprovechaban de mi inocencia. En esa ocasión en que nos dirigíamos a casa y
hallándonos como a mitad del camino, en medio de unos mangales preciosos y
exhuberantes rodeados de extensos y tupidos matorrales que se mecían al viento
con majestuosidad, de pronto nos desviamos hacia una parte mucho más boscosa y
apartada, donde no nos podía ver la poca gente que pasaba por el camino real.
Habiendo arribado a un mangal escondido entre la hermosa vegetación, donde sólo
se podía escuchar el bello canto de los pájaros, mi hermana María me dijo:
-Angelita…espéranos aquí sentadita debajo de este árbol,
que Pepe y yo iremos a cortar algunos mangos para que comamos nosotros y para
llevarle a mamá.
Como yo era obediente con mis hermanos (mamá siempre me
recomendaba eso), le contesté que sí. Entonces ellos, dejando sus mochilas junto
a mi, se metieron dentro de los matorrales en busca de la fruta. Yo permanecí
sentadita por largo rato esperando a que volvieran, pero ellos se tardaron
demasiado. Casi estaba a punto de meterme entre el espesor de la maleza para ir
a buscarlos cuando escuché pasos que regresaban. Había transcurrido quizás como
una hora, por lo cual les dije que mamá se preocuparía por nuestra tardanza. Yo
me di cuenta que María y Pepe tenían la ropa como desarreglada y un poco sucia,
pero como cada quien traía una buena cantidad de mangos en las manos supuse que
se debía a eso.
Entonces Pepe me explicó:
-Es que nos tardamos porque estuvimos escogiendo los mejores
mangos para llevar. Pero no te apures, Angelita…tú no le digas nada a
mamá….. yo le diré el motivo de nuestro retardo.
Cuando llegamos a casa mamá se puso contenta al ver los
deliciosos mangos que le llevamos, y seguramente se olvidó del asunto del
horario, pues no nos preguntó nada.
Al día siguiente, al retornar nuevamente de la escuela, nos
volvimos a desviar hacia el mismo lugar, y otra vez María me pidió que me
quedara a esperarlos mientras ellos iban a cortar mangos. Sinceramente aquella
idea ya no me agradó mucho, pues el día anterior se habían demorado tanto que yo
me había sentido muy sola y hasta medio asustada. Le dije eso a María, pero Pepe
intervino diciéndome que esta vez no tardarían tanto. Yo, de mala gana, asentí
con la cabeza afirmativamente. Una vez más ellos demoraron demasiado, por lo que
cuando regresaron les amenacé con decirle todo a mi madre, que me dejaban solita
en el bosque y no me llevaban con ellos. María reaccionó de inmediato,
abrazándome con ternura, y diciéndome que no le dijera yo nada a mamá, que ellos
me cuidarían, y que en adelante mejor me llevarían con ellos. Por esa respuesta
yo me puse contenta y desistí en mi empeño.
Sin embargo la siguiente ocasión sucedió lo mismo, sólo que
esta vez Pepe me convenció para que los esperara mientras ellos se iban,
regalándome como premio una paletita de dulce que se me había venido antojando
por todo el camino. Con ese regalo que tanto anhelaba accedí gozosa. Quiero ser
sincera al decir que yo ni siquiera me imaginaba que ellos pudieran ir a hacer
cosas ocultas, pues repito que mi inocencia era absoluta hasta ese momento. No
sabía nada de sexo y cualquier cosa que tuviera que ver con eso estaba fuera del
conocimiento de mi mente. No obstante, aquel día iba a sucederme algo que
cambiaría por completo y para siempre mi forma de pensar al respecto. No habían
pasado ni quince minutos de haberse metido mis hermanos entre el monte, cuando
escuché pasos provenientes del espesor del bosque. Al principio mi corazón saltó
de susto al saberme sola, pero no tuve tiempo de nada porque me dí cuenta que un
hombre al que yo no conocía se acercaba caminando hacia donde yo me encontraba
sentada chupando mi paleta. El señor se encaminó directamente hacia donde me
hallaba, diciéndome:
-Hola, niña….que andas haciendo solita por aquí….?
-No estoy sola…..estoy esperando a mis hermanos le
respondí para darme seguridad-.
-Ah….y donde están ellos?
-Fueron para allá…. “dije señalando hacia el tupido bosque-
-Y que andan haciendo allá?
-Cortando mangos….
-Ah…ya veo…y te dejaron solita…?
-Si….pero no tardan en volver “le mentí, un poco
preocupada-
-Vamos…no tengas miedo…yo te acompañaré hasta que regresen…. ¿Te parece bien?
-Bueno…si usted quiere…. le dije sin malicia alguna-
El se sentó frente a mí sudoroso, pues parecía venir de trabajar del campo, aunque en realidad yo jamás lo había visto.
Este hombre tendría tal vez unos treinta y tantos años de edad y era un tipo de rostro sonriente, que al observarlo como que daba confianza.
Al ver las mochilas en el piso me preguntó:
-Vienen de regreso de la escuela, no?
-Si. le respondí-
-Y por donde queda tu casa?
-En la ranchería Rosales.
-Ahh…la ranchería Rosales….si, la conozco,…está un poco lejos todavía.
-Si, como a mitad de camino.
Entonces el hombre me preguntó:
-Oye…. y como te llamas?
-Angela.
-Hmm…que bonito nombre…Angelita…
Yo le sonreí, recobrando un poco la confianza.
-Oye Angelita…. me dijo-, yo te quiero decir algo…
-¿Qué?
-¿Cuánto te dan para gastar en la escuela?
-Oh…casi nunca me dan nada porque somos pobres….sólo a veces, cuando hay, me dan veinte centavos.
-Hmmm….bueno, pues yo te daré cinco pesos.
-¿Cinco pesos?….pero…por qué? “le dije emocionada, pues
para mí esa cantidad en los tiempos de mi infancia era demasiado dinero-.
-Imagínate todo lo que podrías comprar en la escuela con todo ese dinero dijo reiterativamente-
-Huuuy…pues muchísimas cosas -le contesté, riendo-
compraría muchas golosinas, palomitas, raspados y hasta barquillos con nieve fría….
-Así es, Angelita….pero dime…..te los quieres ganar?
-Pues…..no sé si deba….
-Y por qué no?…quién lo va a saber…?
-No…no es eso….bueno, está bien….pero qué quiere usted
que haga…? “le respondí animada-
-Bueno, pues….sólo tienes que hacer lo que yo te
diga…..quieres ganártelos…?
-Si….qué es?
-Mira Angelita…“dijo volteando hacia todos lados, como para asegurarse si habían regresado mis hermanos-
no se trata de nada malo.
Como te decía….solamente tienes que hacer lo que yo te diga…. y ya.
-Bueno…pero qué es?…. quiere que le vendamos los mangos?
-No…no es eso…es otra cosita…y será muy rápido…ya lo verás… dijo sacando los cinco pesos y ofreciéndomelos.
Yo, emocionada de ver el dinero y debido a la inocencia
propia de la niña que era, estiré la mano y cogí aquella preciosa moneda,
jubilosa por tenerla para mí. Entonces el señor me dijo:
-Quédatela…es para ti….
-De verdad?….ay, gracias, señor….pero ahora dígame qué
tengo que hacer…
-Es sólo una cosita….pero no se lo vayas a decir a tus
hermanos, ni a tu mamá, ni a nadie, eh?
-No lo diré.
-Tampoco les enseñes la moneda….esa escóndela donde solamente tú sepas.
-Si…claro….porque si no, ellos me pedirán dinero, verdad
señor?
-Exactamente, Angelita….eres muy lista…..gástalo tú
solita….todo es para ti….
-Si….está bien….pero ya dígame qué tengo que hacer….
-Bueno,….no es nada malo….anda, ven aquí me dijo,
alargando sus sudados brazos hacia mi-
Yo me levanté del suelo y me acerqué hasta quedar frente a él.
-Lo que quiero es que hagas todo lo que yo te diga….pero
tiene que ser rápido, antes de que regresen tus hermanos.
-Si?….por qué?
-Porque no quiero que ellos se den cuenta de nada…..ahora
dime….quieres hacerlo?
-Pues…..si. le respondí, volviendo a admirar la moneda que tenía en mis manos-
A esas alturas, con toda seguridad aquel desconocido ya se
había dado cuenta perfectamente de mi total inocencia, que con aquella breve plática y la aceptación del dinero había quedado de manifiesto, así que aprovechándose del momento y de las circunstancias, me dijo:
-Mira, Angelita….tú solamente deja que yo te haga una cosita y ya….está bien?
-Si.“le contesté convencida y contenta, guardando la moneda
en la bolsita de mi vestidito blanco-
-Ven….acércate más….que te sentaré en mis piernas.
-Eso es todo?… Le pregunté, dando unos pasos hacia él
hasta quedar pegada a sus piernas, mientras él permanecía sentado sobre la
hierba.
-Si…eso es todo….
El hombre aquél me tomó de la cintura. Yo traía puesto un vestidito blanco corto, pues a esa edad mamá solía vestirme de esa manera, ya que en esos tiempos en las escuelas aún no se usaban uniformes.
El hombre me jaló con suavidad hacia él acercándome lo más que pudo y comenzó a tallarme con sus manos mis piernitas,
provocando en mí una reacción de instintivo rechazo. Al darse cuenta de ello el hombre volvió a la carga diciéndome con tono de voz muy
suave:
-No quieres ganarte los cinco pesos, Angelita?….anda linda,
déjate hacer….no tengas miedo que no te haré ningún daño.
-De verdad?….lo promete usted…? -le pregunté dudosa-
-Claro que sí….ya te lo dije….solo quiero que te sientes
por un ratito sobre mis piernas…
-Y eso será todo….?
-Si, linda….eso será todo….quieres ganarte el dinero, si
o no?
-Si. le contesté pensando en los cinco pesos que ya tenía
guardados y que por ningún motivo estaba dispuesta a perder-.
-Muy bien….entonces déjate hacer y ya….de acuerdo?
-Bueno…. “le dije-
Habiendo recobrado la confianza y teniéndome de pie muy cerca
de él, retornó de nuevo a hacerme aquellas caricias sobre la piel de mis
piernitas, todo ello con una suavidad que desde el principio, para ser sincera,
me había comenzado a gustar. Yo me dejé hacer con toda mansedumbre y sin
protestar más todo aquello, confiando en lo que él me había prometido: que no me
haría daño. Lentamente siguió frotando sus manos por encimita de mis piernas,
centrándose particularmente en la zona interior de mis muslos, especialmente de
las rodillas hacia arriba, subiendo poco a poco sus manos hacia la región
genital donde quedaban mis calzoncitos, tocando después con mucha suavidad mis
nalguitas y la parte frontal de mi pubis aún imberbe y sin vellosidad alguna,
por encima de la telita de algodón de mi pantaletita. Yo sentía su respiración
agitada enfrente de mi cara, sobre mis sienes y mi pecho; y aún más, podía
percibir el penetrante olor a sudor que despedía su cuerpo, mientras él se
concentraba en prodigarme aquellas deliciosas y tiernas caricias, las primeras
que yo experimentaba, pero que quizás por esa razón comenzaron a despertar en mi
interior un sentimiento dulce y excitante hasta entonces desconocido, que me
producía un agitamiento en mi pecho haciendo más rápida mi respiración, como
jamás lo había sentido antes.
Las manos del hombre subían y bajaban sin cesar por la parte
superior de mis piernas, yendo luego a explorar con manifiesto interés la región
frontal de mi chochito, apretándome ligeramente lo abultado de mi traserito,
para luego regresar de nuevo al monte de venus del centro de mi pubis.
Yo cerraba los ojos ante las sensaciones tan placenteras generadas por tales caricias, sin poder ocultar el gozo que sentía,
echando mi cabecita hacia atrás y exhalando leves gemidos de placer que no podía impedir ante la audacia exploratoria de las manos de aquel hombre. Él se dio cuenta sin duda de que me
estaba calentando al máximo, pues de inmediato y al ver mi reacción, dirigió sus manos hacia la parte alta donde quedaba el elástico de mi pantaleta comenzando a deslizarlas poquito a poco hacia abajo hasta alcanzar con ellas mis rodillas,
dejándomelas precisamente a la mitad de mis piernas. Teniendo ya a su
disposición y sin protección alguna mis intimidades inexploradas y las
reconditeces de mi inviolada cavidad frontal, se dedicó ahora a frotar
suavemente sus gruesos dedos sobre la parte de enfrente de mi sonrosado
triángulito, que se hallaba desprovisto totalmente de vello púbico, lo que con
toda seguridad era una de las cosas que más le agradaba tocar, pues se
concentraba precisamente en esa zona, mientras yo le escuchaba jadear y gemir
con increíble deleite, sin apartar sus temblorosas manos de aquel sitio
prohibido. Yo, en realidad, ya no oponía resistencia alguna, pues debo confesar
que todo aquello, tan novedoso para mí, me agradaba demasiado; antes al
contrario, lo que deseaba en el fondo era que continuara acariciando mi rajadita
como me lo estaba haciendo. Así que sin poder evitarlo yo reaccioné de la manera
como él seguramente esperaba, arqueando un poco mi cuerpo y abriendo lo más que
pude mis piernitas, con la finalidad de que él pudiera tocarme a sus anchas y
sin obstáculos mi anhelante chochito, dándole la mayor libertad posible.
Advirtiendo de inmediato mi alterado estado de excitación, el
hombre aprovechó el momento para meterme su dedo más chiquito entre los pliegues
de mis labios vaginales, mientras pronunciaba muy cerca de mis oídos palabras
dulces que me provocaban cada vez mayor confianza y placer, sintiendo a todo lo
largo de mi cuerpo una sensación de deleite que me ponía la carne como de
gallina. Exaltado por el intenso deseo y sin poder esperar más, el hombre
dirigió sus manos hacia la bragueta de su pantalón, se bajó con rapidez el
cierre, y con una de sus manos ví cuando se sacó de adentro un pedazote de carne largo y grueso, totalmente parado, que de reojo admiré por primera vez,
aunque no pude evitar experimentar internamente cierta reacción de temor y de miedo al darme cuenta de lo inmensamente grande y grueso que era.
No obstante ello y hallándome prisionera de una total calentura hasta el momento desconocida debido
a aquellas novedosas y excitantes caricias, yo no dije nada sino que le dejé
hacer, deseando sin saber por qué, poder sentir de alguna forma aquel trozo de
carne caliente y endurecido sobre alguna parte de mi piel, y en especial, entre
esa región escondida que se encuentra oculta entre mis piernitas. El hombre me
atrajo hacia él suavemente, de frente, presionando con sus manos sobre mis
hombros hacia abajo como para que yo me fuera sentando sobre sus piernas.
Instintivamente yo obedecí cegada por la pasión del momento, y me fui dejando
caer poco a poco sobre aquel falo duro y de cabeza roja y babeante, mientras él
doblaba ahora con su mano su pene hacia abajo, no con el fin de metérmelo, sino
de que quedara precisamente como acostado entre mis verijas, y de esa manera
poder frotármelo por fuera, sobre la piel íntima de mi rajita y mi culito, sin que aquel invasor se introdujera dentro de mí, pues tal vez se daba cuenta de que yo, a mi corta edad, posiblemente no aguantaría aquél pene tan enorme dentro
de mis vírgenes entrañas.
Así que una vez que me hallé sentada sobre sus piernas, y sintiendo con toda claridad su caliente y enhiesta verga pegada por fuera entre
mis carnes íntimas, el hombre comenzó a moverse y a moverme a mí sobre su cuerpo,
primero con suavidad, en un ritmo realmente delicioso que minutos después se hizo más violento, hasta que escuché unos gritillos de placer que
salían de su boca, no pudiendo evitar el urgente espasmo de su descarga sobre la
reconditez de la piel de mis intimidades. Por largos e interminables minutos me
mantuvo sujeta a él, completamente repegada a su miembro tan duro como un palo,
mientras sentía cómo se derramaba abundantemente en leche llenándome la parte de
fuera de mi papayita y mi culito con aquel delicioso y exquisito néctar de
blanco licor . Pasados aquellos instantes de brama indecible llegó por fin el
final, y poniéndome de pie y levantándose él también, me dijo:
-Ya….ya terminé, Angelita….ya viste?….eso era todo…
-Ya? Le contesté suspirando profundamente-, y sin dejar dejar de admirar aquella enorme herramienta que le colgaba de entre las piernas, y que
estaba ahora llena de abundantes pelos humedecidos de leche, donde sobresalían
por la parte de abajo un par de huevos aún inflamados por el placer.
-Si….ahora vamos a limpiarnos rápido….porque pueden volver tus hermanos.
-Ajá…-le contesté-, sin dejar de admirar su verga larga y gruesa, ahora media aguada.
Diciendo esto, inmediatamente se dio a la tarea de asearme
con algunas hojas que recogió del piso, para después hacer él lo mismo,
procediendo luego a guardar su pene, ya no tan endurecido, pero no por eso menos
grandioso, dentro de su pantalón. Acto seguido me subió las pantaletas de mis
rodillas a la cintura y me dijo:
-Bueno, Angelita….ya terminamos….ahora tengo que irme….
-Me dejará solita aquí le respondí
-Si….es mejor así….no quiero que ellos me vean……pero
no te preocupes, linda….tus hermanos ya no deben tardar….
-Mmmmm…..bueno, está bien….
-Oye, Angelita, dime una cosa…..
-Que?
-Vienes muy seguido por aquí con tus hermanos?
-Si…..casi todos los días.
-Y siempre te dejan solita?
-Si….ellos siempre se van y me dejan a mí cuidando de las
mochilas.
-Bueno, bueno…..mira, a lo mejor algún día de éstos te veo
nuevamente por aquí….. y te ganas otros cinco pesos….que te parece?
Mis ojos se iluminaron de contento.
-De verdad….?
-Si….de verdad….pero dime….te gustaría…..?
-Si….claro que me gustaría.
-Muy bien….pues entonces, yo te buscaré por aquí….de
acuerdo?
-Si.
-Ah….y recuerda, Angelita….ni una palabra a nadie.
-Si….descuide….no diré nada.
-Qué buena niña eres, Angelita…..está bien que seas así.
Y dándome un beso en la mejilla en señal de despedida, se
alejó rápidamente por entre los tupidos matorrales del bosque hasta perderse de
vista. Pasados varios minutos, escuché los pasos y las voces de mis hermanos que
regresaban, mientras yo continuaba absorta recordando aquellos momentos tan
deliciosos que acababa de vivir, y dispuesta por supuesto a no decir
absolutamente a nadie lo ocurrido. Una vez más pude cerciorarme de que Pepe y
María regresaban tarde (aunque ahora, lógicamente, no les reproché nada por su
tardanza), viendo que traían la ropa sucia de zacate y hierbas, pero en esta
ocasión me guardé de hacer algún comentario.
1 comentarios - Mi inolvidable iniciación I