Se conocieron usando una web de sexo casual. Ambos con un carácter de mierda. Demás o menos la misma edad. El mismo origen social. No podían hablar de temas serios. Opinaban de forma opuesta sobre todo. Ella feminista. Él machista. Una de River. Uno de Boca. Alfajores de Mardel ella. Alfajores de La Angostura él. Así con todo. Lo único que los unía era descubrir el morbo sexual de sus cuerpos adormecidos por años de convivencia, con sus primeras y únicas parejas. En ese primer encuentro, ella lo intimidó. Lo acorraló contra el espejo del telo de medio pelo al que habían ido. Ella estaba descubriendo que le gustaban las pijas largas y gordas. Y la de él, era de esas. Le pegó la mamada de su vida. Al menos hasta ese día. Le chupó la verga con devoción, con ganas. Con deseo. Era evidente para él, que no lo hacía por compromiso. No. Ella se tomó todo el tiempo del mundo. Recorrió con su boca carnosa, cuanto lugar se le ocurrió. Sopesó esos huevos oscuros y pesados con la punta de su lengua tibia. Los lamió como si fueran chupetines llolypop de cereza. Succionaba. Ruidosamente. La saliva los volvía brillantes. Pero más brillantes eran sus ojos mirándola. Después se entretuvo en su glande. Delicioso. Caliente. Suave. Goteando precum. Gotas que a ella la enardecían aún más. Él no quería acabar. Pero ella se negaba a dejarlo ir. La tomó de las manos y la tiró en la cama. Estaba aún a medio vestir. Una tanga negra escandalosamente pequeña para el mar de lujuria de sus carnes. Mojada y perdida en esa concha carnosa y empapada. Ella en un ataque de vergüenza quiso cubrirse con la sábana. Ella daba, pero le faltaba aprender a recibir. Él la dejó desnuda y vulnerable. Acarició toda esa carne que quemaba. Corrió a un costado la pequeña tela negra, vio ese clítoris hinchado del mismo color que su boca mamandolo. Lo besó. Ella quiso cerrar las piernas. No la dejó. Empezó a lamerla. Sus jugos sabían a sal. A hembra deseante. Sus piernas temblaban con cada ataque de su boca en esa concha rabiosa. La barba creciente de su mentón, rozaba sus labios y ella se acercaba más y más al orgasmo. Hasta que ya no lo pudo evitar. Tres dedos cogiéndola, y su boca succionando su botón del placer, y un grito animal saliendo de su garganta, anunciaron un orgasmo bestial. Ahí mismo la cogió. Bombeó dentro de ella rápidamente. Sintiendo en la pija las contracciones de su acabada. Cuando ya le faltaba nada para terminar él, la sacó, y golpeando su clítoris llegó a su Nirvana. Se elevaba viéndola tan puta y tan terrena, agarrándose los pezones en un nuevo orgasmo. En la habitación sólo se escuchaba la respiración agitada de ambos. Olía a sexo. Se veía la desnudez de unos amantes que nunca serían tapa de revista. Se abrazaron. El acunándola. Adormilados. Él rozando sus pezones duros y oscuros. Ella refregándose contra la pija de él. Hasta que entre sus nalgas, nuevamente se endureció. Nuevamente tuvo hambre. Se la volvió a mamar. Suave. Limpiando los rastros de semen y de su propio flujo. Recorriendo las venas marcadas con la punta de la lengua. Alternando entre lametones y chupadas profundas, en las que intentaba que su garganta se acostumbrara a tanta verga. A tanto macho. Él comenzó a masturbarla. Acariciaba ese punto rugoso dentro de ella. Suavemente. Gozando con la chupada y los espasmos de esa concha golosa. Quiso probarla otra vez, nunca había lamido a una mujer que tuviera en ella, su semen. Ella se acomodó sobre su cara. Y él abrió su carne y la devoró. Se chupaban con deseo. Con desesperación. Ella le idolatraba la pija, y él le adoraba la concha. Y así acabaron ambos. Se dieron jugos y semen. Se dieron. Para cuándo salieron del telo, estaban discutiendo otra vez, por vaya a saber qué. Él silenció su diatriba con un beso hondo y animal. Dicen que los que se pelean, un poco se quieren. Hoy ya no discuten. Él quería que fuera más sumisa y ella ya no podía desandar ese camino. En mundos distintos, de vez en cuando se recuerdan, amantes sin poder ser amigos, aprendiendo juntos a gozar.
0 comentarios - Amantes pero nunca amigos