Hola de nuevo, una vez más les traigo un relato de nuestra pareja feliz, que al igual que otros tantos antes compartidos, es real, y al igual que en otras oportunidades, sólo cambie los nombres ya que priorizamos la reserva y el anonimato de nuestras identidades.
Una vez ella fue Carla, otras veces Mora, hoy es Valentina, y al igual que otras oportunidades, cosa no menos importante, sigue siendo la misma puta que me enamoró hace ya más de quince años.
Para quienes no nos han leído antes, les cuento que tenemos 40 y 41 años respectivamente, y aunque suene vanidoso, la verdad es que tanto ella como yo, hemos sabido mantener las buenas apariencias físicas a pesar del paso del tiempo. Valentina se preocupa de cumplir sin excusas su rutina de ejercicios diarios, y yo salgo a correr diariamente unos cinco kilómetros, acompañados de una buena alimentación, sin excesos más que el sexo, y por voluntad y deseos propios, no autoimpuestos ni por motivos estéticos. Pero la verdad es que les deseo a los jóvenes llegar a las cuatro décadas tan bien llevados como mi flaca.
Valentina hace ya seis meses, trabaja remotamente desde casa por cuestiones que no son ajenas a ninguno de ustedes, la pandemia. Mediante mails, salas de zoom semanales con los ejecutivos de las distintas áreas y video llamadas, ha podido mantener la productividad cumpliendo con las medidas protocolares de su empresa.
Al principio le fue un tanto tedioso tener que cumplir horario desde casa, la falta de costumbre y la dispersión fueron quizás los principales motivos, pero luego, como buen marido que soy, le fuimos agregando sazón y descubriendo el gustito al asunto, tan así, que uno de los viernes que tenía una reunión de directorio por zoom, hice que se pusiera solo una camisa y maquillaje, pero desnuda desde la cintura para abajo, mientras que le hice según ella por veinte minutos mientras hablaban de auditoría, presupuesto y objetivos trimestrales, la mejor chupada de concha de su vida, al tiempo que me pajeaba debajo del escritorio y veía como el rubor natural de sus mejillas se encendían.
Pero yo a diferencia de ella, trabajo como supervisor para la región de una importante empresa multinacional de ventas, y debido a la misma causa, el segundo semestre del pasado año, tuve que viajar más de lo de costumbre al interior para ponernos a punto en distintas medidas a tomar el primer semestre de éste año, ya que el anterior, como era previsible, no se cumplió con los objetivos delineados.
Era diciembre, si mal no recuerdo el martes 8, viaje por el resto de la semana y volví el sábado 12 a media tarde. Esos cuatro días la extrañe mucho, y como era de esperar viniendo de Valentina, paso atormentándome con fotos y deseos de que estuviera en casa, diciéndome que se haría coger con cualquiera con tal de que la saciaran, y haciéndome prometerle en vano que no me iría más tantos días.
Ese sábado llegue a eso de las 15 horas, recuerdo que salude a Jacinto el veterano portero que me abrió la puerta cuando me vio llegar con el carry on y le pregunté sí sabía si mi mujer estaba en casa:
- Si señor, hace un par de horas la ayude a subir las bolsas del supermercado, llegó pasado el mediodía.
Cuando entre al apartamento escuché el reconfortante grito de alegría de Valentina al verme, vino corriendo y me hizo un “koala” abrazándome con piernas y brazos y llenándome de los besos que tanto me habían hecho falta esos días. Estaba de entrecasa, con una remera negra de los Beatles, minifalda negra de algodón y sandalias bajas con cintas de cuero que iban trepando por su pantorrilla casi hasta la rodilla. El sentir e imaginar su concha contra mi bragueta, sumado a los días de abstinencia que cargaba y los vívidos y eléctricos juegos de su lengua en mi boca, me llevaron a sentir dolor en la pija de tan dura que me la puso. Como pude la sostuve con una mano, solté la valija y la agarre de las nalgas con ambas manos, comenzando a la vez que le acariciaba sus lisas, firmes y robustas nalgas, a subirle la pollera para descubrir que no llevaba ropa interior debajo, y darme cuenta que lo que me había dicho en broma durante toda la semana por mensajes, no distaba tanto de la realidad.
- Si serás puta… me acabo de dar cuenta que estás vestida así para mostrarle tu culo desnudo y parado de gatita en celo a Jacinto que te ayudo a subir las bolsas del supermercado… le dije caliente y jadeante al oído al tiempo que empezaba a meterle el dedo anular en la concha que hervía y chorrea sobre mi dedo sus jugos lubricantes.
- Jacinto lo vio tonto, pero sólo vos me lo vas a coger papi…
Nunca llegamos al cuarto, la cogí encima de la mesa del comedor y me acabe a los pocos minutos ya que estaba muy caliente. Se bajó de la mesa, me llevó tomado por su mano al sillón, me hizo sentar, se puso de rodilla entre mis piernas, y tomándome con las dos manos el tronco, comenzó a chuparme y succionar la cabeza de mi pija, bombeando todo resquicio de semen que me quedara por salir, y si bien comenzó dándome cosquillas al principio, le tenía tantas ganas guardada, que en treinta segundos sentí como empezaba a calentarme y a ponerse duro de vuelta. Siguió chupándola pero con delicadeza en cortos movimientos arriba y abajo, mientras con una mano me torneaba el tronco al ritmo en que se movía su boca, y con la otra que se había esculpido, me acariciaba los huevos y comenzaba a jugar haciendo círculos con un dedo en mi culo.
No se cuanto hacía que me había metido medio el dedo en el culo, pero no fueron más de algunos segundos y me acabe de nuevo, con la salvedad que ahora, se la trago toda, me la lamio por el tronco y me dijo
- Te extrañaba papi…
Almorzamos, hicimos sobremesa en el sofá, miramos una peli, merendamos, y como corolario de un día perfecto, me invitó a salir a cenar afuera. Sin negarlo, y menos con las sorpresas que puede dar la noche, me fascinó la idea y casi al instante me puse en marcha. Como Valentina demora en sus aprontes cuidando hasta el más mínimo detalle, decidí bañarme primero. Me recorté la barba facial y también al ras mi entrepierna, me di una reconfortante ducha y me depile el falo y los testículos. Jean, remera, zapatilla, y un poco de “invictus” de Paco Rabbane, y en menos de 30 minutos estaba pronto.
Me puse a hacer zapping, y al cabo de una hora y media le grite desde el living a mi mujer que seguía de aprontes:
- Son 20:30 valentina! Demoras?
Me contesta por WhatsApp, con la foto del encabezado:
- Ya estoy pronta papi!
Al instante comencé a sentir el taconeo que se acercaba al living y se hizo presente en el portal de entrada:
- Vos eras mi cena bebé?
- Yo soy el postre papi, si querés pedimos unas pizzas y aprovechamos mejor la noche… y fue al baño de invitados al lado de la puerta de ingreso, a espalda del sillón donde me encontraba y que hizo desnucarme para ver el bamboleo de sus glúteos que asomaban del babydoll.
Se puso a maquillar de rojo bermellón sus labios mientras me miraba por el espejo con esa cara de puta viciosa en que se transforma, pude sentir como mi verga me dolía de lo dura que estaba luchando con mi jeans, por lo que me tomé la libertad de quitármelo y enfilar al baño al tiempo que me pajeaba con aquella escena de película porno. Le puntee el culo con mi pija y pude sentir como mi glande hervía entre sus nalgas, dejó el labial, me sacó las manos de la tanga que empezaba a bajar, me cacheteo de forma correctiva por mi atrevimiento, me hizo recostar contra la pileta, se puso en cuclillas y comenzó a chuparme la verga al tiempo que lo escupía primero para lubricarlo. Acompañando el movimiento con la mano sobre mi tronco, se la tragaba hacia arriba y abajo mientras gimoteaba con la boca llena de verga. chupármela
Se alejaba, la miraba, la escupía, comenzaba a pajearme mientras me lameteaba los huevos y me miraba con su mirada perversa, y cuando sentía que mi glande palpitaba de color casi morado con ganas de venirse, la soltaba, y de lejos solo me pasaba la lengua por la punta de la cabeza hasta que me bajaba la leche y comenzaba a chuparla de nuevo. La hice pararse y chupármela inclinada apoyándose en sus rodillas. Comencé a cogerle la boca, me escupí los dedos, y pasando mi brazo por sobre su espalda, comencé a tocarle la concha subiendo arriba y abajo y pasando por su culo que se estremecía y guiñaba cada vez. De repente suena el timbre de casa a tal punto que me sorprendió, le saqué la boca de la pija y ella se paro haciéndose la sorprendida:
- Oops! Llegó la pizza… quédate escondido acá que tengo que darle la propina al señor.
Mis ojos brillaron y me pegué a la pared al lado de la puerta del baño para espiar la, con mi pija al palo, a punto de explotar. Siento que abre la puerta y le dice “pasa, pasa…” da un portazo, siento el ruido del envoltorio e imagino que Valentina había agarrado el pedido.
- Quieres cobrarte la propina de acá?
Le escucho decir, y siento el ruido de la hebilla del cinto del repartidor que aún me imaginaba su estética. Me asomo con cuidado por la puerta, y veo que el repartidor estaba de espalda, con el culo al aire que valentina arañaba con sus uñas largas y rojas. No la había terminado de saborear, cuando veo que la agarra de los pelos y la levanta. Escucho un chillido agudo de mi mujer, más de puta que de dolor, él le dice:
- Date vuelta putita…
- Si señor… como usted diga…
Por las dudas de ser descubierto en el movimiento, dejo de mirar y comienzo a pajearme con el sonido de palmas de su ingle contra el culo de mi mujer. Tenía que regular las jaladas porqué sentía que me iba a venir en cualquier momento:
- No! El culo no señor! Escucho decir a mi mujer quejosa.
- Vos dijiste que me cobrara, esto es lo que cobro putita. Le dijo el repartidor de unos 30 años, delgado, de pelo largo castaño atado con una colita y con los pantalones en los tobillos.
- Es muy pijudo, me va a doler!
Mi mujer, le pedía por favor que no, y me asomo por si tenía que rescatarla. Veo que le suplicaba pero no se movía, es mas, ahora sus manos se abrían las nalgas dándole vía libre a su culito estrecho que aún recordaba su latir en mi dedo. Lo veo hacer movimientos cuidadosos hasta que se la metió hasta los huevos y comenzó a embestirla como un animal. Fueron cuatro o cinco embestidas y escucho gemir al socio como queriendo aguantar el polvo inevitable.
Me escondo de nuevo, y siento que mi mujer lo despide de la puerta al tiempo que la cierra y la tranca. Salgo con mi pija venosa y latiente a su encuentro, me toma de la mano y me tira en el sillón, con una pata encima y la otra de pie, comienza a sentarse en mi cara y me tapa la cara con su concha húmeda e hirviente. Puedo sentir como la LECHE del repartidor le sale como una crema del culo y recorre el tabique de mi nariz, me la agarra y me pajea al tiempo que me dice con su mejor tono de nena puta:
- Se acabó enseguida el señor papi, sácame la calentura.
La lamia toda y podía sentir su clítoris duro como un botón, se para y se sienta de espaldas a mi en mi pija, comenzando a cabalgarla como una vaquera. Le meto mi dedo gordo en su culo que me guiña de lejos y se resbala por los restos de leche del invitado. Comienza a gemir y cabalgar más rápido, se escupe la palma de la mano y comienza masajearme los huevos que me hacen estallar en un grito al unísono con ella mientras nos acabábamos.
El próximo polvo fue en el cuarto, de postre de la pizza tibia y chiclosa que había pedido media hora atrás.
Espero hayan disfrutado del relato tanto como yo del momento. Siempre son bienvenidos sus comentarios cachondos, combustible imaginativo del día a día. ;)
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