En invierno de 2020 volví al gimnasio. Empecé a ir lunes, miércoles y viernes. Dos días de esos salgo a la hora en que están entrando a entrenar las formativas del club, los sub20. Al mes de estar ahí, comenzó a ir en mi horario un pibe de ese plantel, a entrar en calor antes de su entrenamiento en la cancha.
La cosa es que no me sacaba la mirada de encima, aunque estuviéramos en puntas opuestas del gimnasio. Me miraba por los espejos, y yo lo miraba a él. A veces levantaba 30 kilos mientras me miraba, no se preocupaba por concentrarse ni nada.
Una tarde, yo me puse en el piso a hacer unos ejercicios de piernas, donde tenía que abrirlas, y él se puso adelante en otra máquina que nunca antes lo había visto usar. Desde ahí, quedaba yo acostado y él parado firme, a dos metros de distancia, y obvio que no paraba de mirarme.
Para saber si estaba loco yo o si había algo, empecé a abrir la piernas de forma media exagerada y hasta a agarrarme el bulto para ver cómo reaccionaba. Sin dudarlo, el pibe empezó a hacer más fuerte su ejercicio y largaba unos gemidos. Me hirvió todo al sentir eso y verlo ejercitar.
Al levantarme e irme, él estaba descansando al lado de la máquina, y a pesar de que yo podía pasar bien quise aprovechar para tocarlo -como pidiendo permiso- para ver si lo podía provocar más. Ni siquiera me di vuelta a ver su reacción.
Esa tensión sexual me hizo hasta olvidarme de la veterana que va en el mismo horario, a mantenerse hecha una diosa milf, ahora había puesto mis ojos en ese otro. Tuve una fantasía donde nos íbamos a duchar al mismo tiempo y lo pajeaba fuerte hasta hacerlo acabar, pero ¿será posible? En estos meses se me dio un enorme gusto por hacer acabar a extraños anónimos, gente que no sé quiénes son, no sé sus historias, nada. Solo quiero verlos acabar, y que se vayan con esa sonrisa que divide entre tímido, sonrojado y satisfecho.
Semanas después el gimnasio cerró temporalmente por el covid, y no lo vi más. Hasta hace poco, que reabrió, y al segundo día él estaba ahí. Atento como siempre, mirando fijo. No se le pasó nada la calentura, y a mí tampoco.
¿Qué tengo que hacer? Decir en voz alta que voy al vestuario, esperando que me siga, que me encuentre ya sin remera y sin pantalón sentado y ver qué hace. Le llevo como diez años, quizá yo deba dar el primer paso y ser esa gran anécdota que nunca se animará a contarle a nadie.
La cosa es que no me sacaba la mirada de encima, aunque estuviéramos en puntas opuestas del gimnasio. Me miraba por los espejos, y yo lo miraba a él. A veces levantaba 30 kilos mientras me miraba, no se preocupaba por concentrarse ni nada.
Una tarde, yo me puse en el piso a hacer unos ejercicios de piernas, donde tenía que abrirlas, y él se puso adelante en otra máquina que nunca antes lo había visto usar. Desde ahí, quedaba yo acostado y él parado firme, a dos metros de distancia, y obvio que no paraba de mirarme.
Para saber si estaba loco yo o si había algo, empecé a abrir la piernas de forma media exagerada y hasta a agarrarme el bulto para ver cómo reaccionaba. Sin dudarlo, el pibe empezó a hacer más fuerte su ejercicio y largaba unos gemidos. Me hirvió todo al sentir eso y verlo ejercitar.
Al levantarme e irme, él estaba descansando al lado de la máquina, y a pesar de que yo podía pasar bien quise aprovechar para tocarlo -como pidiendo permiso- para ver si lo podía provocar más. Ni siquiera me di vuelta a ver su reacción.
Esa tensión sexual me hizo hasta olvidarme de la veterana que va en el mismo horario, a mantenerse hecha una diosa milf, ahora había puesto mis ojos en ese otro. Tuve una fantasía donde nos íbamos a duchar al mismo tiempo y lo pajeaba fuerte hasta hacerlo acabar, pero ¿será posible? En estos meses se me dio un enorme gusto por hacer acabar a extraños anónimos, gente que no sé quiénes son, no sé sus historias, nada. Solo quiero verlos acabar, y que se vayan con esa sonrisa que divide entre tímido, sonrojado y satisfecho.
Semanas después el gimnasio cerró temporalmente por el covid, y no lo vi más. Hasta hace poco, que reabrió, y al segundo día él estaba ahí. Atento como siempre, mirando fijo. No se le pasó nada la calentura, y a mí tampoco.
¿Qué tengo que hacer? Decir en voz alta que voy al vestuario, esperando que me siga, que me encuentre ya sin remera y sin pantalón sentado y ver qué hace. Le llevo como diez años, quizá yo deba dar el primer paso y ser esa gran anécdota que nunca se animará a contarle a nadie.
2 comentarios - Él me tienta en las duchas del club