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mudanza II

http://www.poringa.net/posts/relatos/3960441/Mudanza.html


El día anterior a nuestro casamiento, los cuatro vecinos decidieron darnos una sorpresa. Roxy ya tenía en casa el vestido de novia y a estos tipos no se les ocurrió mejor idea que “bendecir” el traje para que ella pudiera lucirse con él en la iglesia. Llegaron a nuestra casa y le hicieron poner el vestido a Roxy (se veía hermosa con el atuendo puesto) y me dijeron a mí que lo iban a “curar” de una manera especial. Damián, Benítez, Alfonso y Carlos, con las chotas fuera del pantalón, rodearon a mi novia que se había agachado frente a todos ellos y comenzó a pajearlos suavemente, mientras les daba lengüetazos a las cabezas de las pijas. Me miraba con su mejor cara de atorranta y me decía:
-Mi amor, ellos van a bendecir mi vestido con un líquido muy especial, ¿sabés cuál es?
Los demás se cagaban de risa, mientras mi novia seguía con el suave movimiento de sus manos sobre sus vergas. Así, entre pajeos y chupadas, los cerdos le acabaron encima del vestido, ese con el que me iba a jurar amor eterno al día siguiente. El velo quedó completamente empapado de semen, y Roxy chupaba de allí todo lo que podía. Yo lloré aquella vez porque no pensé que Roxy llegara a tanto. Digo, es cierto que cogía con cualquiera y frente a mis narices, pero creía que Roxy respetaba el valor simbólico de nuestra futura unión. Lo del vestido me resultó tremendamente ofensivo, aunque no por eso iba a cancelar mi compromiso con ella. Tal es así que al otro día nos casamos, por iglesia, con fiesta y todos los chiches. Ya en el Registro Civil, Carlos y el “mono” se la cogieron en el baño (porque, por supuesto, todos ellos, más una veintena de sus amigos, vinieron al casamiento). Durante la ceremonia en la iglesia no tuve más remedio que dar el “sí” frente a todos con Roxy a mi lado luciendo el traje todo sucio de leche de estos zánganos. Cuando el cura dijo las tradicionales palabras de “puede besar a la novia”, tuve que descubrir ese velo con manchas de semen (tocándolo con mis manos, por supuesto), y me dio profundo asco. Para peor, cuando el cura sostuvo el también tradicional “puede besar a la novia”, Roxy me corrió la boca y me hizo darle un beso en la mejilla, primero porque Damián le había dicho el día anterior que yo ya no podía besarla más en los labios, y segundo porque en sus mejillas había semen seco del “mono” y de Carlos, que se lo habían dejado después de la cogida en el baño del civil, hacía algunas horas. Es más, en el momento anterior, cuando hube de ponerle el anillo, lo sentí resbaloso frente al tacto de mis manos. ¡Luego caí en la cuenta que la hija de puta de mi novia me lo había sacado a hurtadillas para que los dos degenerados me lo llenaran de esperma!
Más tarde, en la fiesta, la cosa se transformó en un descontrol gigante. Si bien la que ahora era mi esposa debía disimular un poco porque estaba presente su familia (la mía no le preocupaba mucho, ciertamente), se las ingeniaba para ir por todos los pisos del salón para coger con cualquiera de los machos amigos y conocidos del “mono” Damián, y también con él, por supuesto. Hasta masturbaba tipos en los rincones, de forma disimulada. Mi suegra, por su parte, estaba horrorizada con la presencia de estos sujetos en la fiesta y se acercaba para echarme la culpa por haberlos invitado. Mi suegro la secundaba y repetía, como tantas otras veces, que yo no era el hombre indicado para su hija. Así siguió la cosa hasta que los familiares se fueron. Ahí mi esposa Roxy se soltó más y se hizo coger por mis primos (Raúl, Gerardo y Daniel) y hasta por mis amigos (Rubén, el Colo, Santiago, Darío, Marcelo y Abelardo). Todos juntos se la dieron en medio del salón. El Colo estaba como sacado, repetía insistentemente: “¡a esta puta le voy a reventar el culo!” Y así lo hizo. Y así lo hicieron todos. Porque los mozos, el barman, el DJ, los fotógrafos, y los de seguridad también aprovecharon para hacerle el culito a Roxy. Ahí se sumaron Damián y los vecinos. También el dueño del salón, un viejo gordo de bigotes que tenía una verga importante. El final de la fiesta fueron 60 o 70 tipos acabando encima de mi mujer. Y todos gritándole “puta” y “comilona”. A mí me llamaban también de dos maneras: “cornudo” y “guampudo”. Mis amigos, por su parte, se fueron del salón felicitándome por la puta que tenía ahora como esposa, y más de uno sincerándose conmigo y diciéndome que hacía rato que tenía ganas de cogérsela. Mi mujer no daba más, pero me prometió que iba a dejar que me masturbara después en el hotel observándola mientras dormía. Eso sí, sin hacer demasiado ruido para no despertarla.


Las vacaciones-luna de miel con Roxy fueron inolvidables, aunque para mí en un sentido mucho peor que para ella. Bah, ella la pasó bomba, haciéndose encular por una decena de hombres. Habíamos ido a República Dominicana por gentileza de mi suegro, que nos había regalado el viaje. Ya en el comedor del hotel, el primer día, Roxy se fijó en dos hombres negros que estaban sentados muy cerca de nuestra mesa. Los llamó y los sorprendió de una:
-Chicos, estoy con mi esposo de luna de miel, pero como mi macho en Buenos Aires no quiere que yo coja con él, aunque a mí tampoco me interesa hacerlo, les aclaro, necesito que ustedes me hagan el favor, ¿puede ser?
Los tipos captaron la onda del asunto enseguida (la del macho corneador y el cornudo sometido), mientras me miraban de reojo sonriendo.
-¿Tienen amigos? -les preguntó Roxy.
-Todos los que tú quieras, preciosa -le contestó el más corpulento de los dos, que debía medir como dos metros.
Es así como Roxy se bajó a una treintena de negros en una semana. Se la cogían en el hotel o en algunas casas aledañas, propiedad de alguno de los tipos. Cuando íbamos a la playa revoloteaba todo alrededor; la hija de puta estaba infartante, luciendo una diminuta bikini, con unas tetas y un orto espectacular. Se estaba poniendo cada vez mejor la guacha. Es como si la pija y la leche en cantidad le mejoraran cada vez más su figura. Ahí la abordaban decenas de tipos, aunque rechazaba a algunos, increíblemente, porque decía que en este viaje iba a coger sólo con negros, en la medida de lo posible, claro. Un día que estábamos tomando sol (una vez llegó al colmo de broncearse con semen, recuerdo), me dijo:
-Mi amor, mi cornudito, le voy a pedir  a Dami allá en Buenos Aires que me organice para mi cumple una fiesta sólo con hombres negros. Que sean 40 o 50, no sé. Él, que es morocho, va a ser el único no-negro que va a estar presente ese día. ¡Me quiero atragantar con porongas y leche de negro! -exclamaba y abría los brazos como celebrando.
Cuando faltaban tres días para volver a Buenos Aires, Roxy pidió que adelantáramos el regreso, porque extrañaba mucho a los vecinos, especialmente a Damián:
-Pero mi vida -le dije- tenemos tres días más pagos de estadía aquí en Santo Domingo (yo la pasaba un poquito menos mal que en Buenos Aires, por otro lado).
-Ya sé cornudo, pero tenés que entender, me hace falta la verga de Dami, la extraño. Tengo unas ganas locas de mimarla y acariciarla; no puedo soportar más tiempo lejos de ese monumento de pija. Es cierto que ya cogí y me tragué la leche de no sé qué cantidad de negros acá, pero la de Dami es única, mi amor.
La última noche fue antológica. Un entrar y salir de machos negros de la habitación del hotel de manera impresionante. Al final entraba cualquiera: hasta los mozos de las habitaciones se la cogieron, fueran estos blancos o negros. También pasaron por su concha y su culito el conserje y el gerente del hotel, dos viejos degenerados, pero con pijas bastante pequeñas. Durante el desenfreno de la orgía, y aprovechando que ni Damián ni los vecinos estaban allí, pelé la pija y pretendí unirme a todos los que se amontonaban en la habitación para ponérsela o hacerse tirar la goma por Roxy. Un negro me frenó en seco y me advirtió:
-No, tú no puedes cornudo, lo tienes prohibido.
Seguí por entre la muchedumbre sin importarme mucho lo que me dijo ese negro, perdido por la excitación del momento. Allí, cuando me acercaba en medio del tumulto, llegué a ver que en cuatro patas sobre la cama estaba Roxy con una verga en el culo, una en la concha, dos en la boca y que pajeaba a dos más, todas pijas de negros, casualmente. Cuando me vio y adivinó mis intenciones con mi pequeña pija afuera, se salió de esa maraña de penes, se me acercó furiosa y me pegó un cachetazo:
-Ya vas a ver cuando se entere Damián, pelotudo -me amenazó.
Todos hicieron silencio y a mí me invadió un profundo miedo. No quería que los vecinos se enteraran que yo pretendía tocar o coger a Roxy, porque sabía que eran capaces de hacerme cualquier cosa. Después de unos segundos de incómodo silencio, la orgía continuó, no sin antes unas palabras de mi esposa:
-Perdonen al imbécil, ya va a tener su merecido en casa.
Y todo siguió su curso, por supuesto. Al final de la noche, era increíble el olor a macho, semen, flujos, sudor y encierro dentro de la habitación. Habían pasado una interminable cantidad de tipos, la mayoría negros, que se habían beneficiado a Roxy en patota. Ella estaba feliz, aunque no me hablaba por lo que había pasado hacía un rato. Estaba llena de esperma y con todos sus agujeros rotos. Yo, por mi parte, tenía ahora la difícil tarea de convencerla de que no hablara de lo sucedido con los vecinos en Buenos Aires. Para eso tendría que apelar a bajísimos recursos, y a algunos de los más humillantes que pueda haber.


Cuando volvimos a casa, ni bien abrí la puerta de entrada con todo el equipaje cargando, vimos a los vecinos que estaban en las escalones del pasillo tomando un par de botellas de cerveza. Como de costumbre, bastante chupados. Roxy se acercó feliz, invadida por la emoción, al encuentro con los turros estos.
-¡Chicos! –Exclamó- estoy contenta de volver a verlos, los extrañé -les dijo en tono cariñoso- y fundió su cuerpo en un abrazo con ellos, que aprovechaban para manosearla toda de arriba-abajo, dándole todos besos de lengua. Ella tampoco perdía la ocasión y les manoteaba el ganso a los cuatro. Murmuraba emputecida:
-A sus porongas también las extrañé…
-¡Sííi, puta! -Le decían ellos a coro.
Me ignoraron completamente. Roxy sólo se dirigió a mí para ordenarme que llevara las maletas a casa.
-Llevalas y dejalas en la pieza, cornudo.
-Obedecí, por supuesto, mientras los demás la metían, entre manoseos, dentro de su aguantadero para darle la “bienvenida”. Esa noche no volvió a dormir. Se quedó cogiendo con los cuatro hasta las siete de la mañana, momento en el que apareció, con cara de cansada y oliendo a escabio, porro y sexo. Yo me preparaba para ir al laburo, y en eso me dice:
-Acordate lo que hablamos en el viaje de vuelta, cornudo.
Cómo olvidar esa charla. Le rogué de forma patética, llorando como una mariquita que no le contara al “mono” Damián lo que pasó en el hotel. Ella no accedía, y eso me desesperaba todavía más. El resto de los pasajeros del avión escuchaban mis súplicas y entre los extranjeros, alguno que entendía español se cagaba de risa. Menos mal que había bastantes gringos en el viaje, que no entendían lo que yo le imploraba a Roxy (no obstante, se cogió a tres de esos gringos en el baño del avión, mientras yo convencía a la azafata, desde afuera, que Roxy estaba descompuesta). Por fin aflojó un poco y me dijo que lo iba a pensar. Luego de dormir un par de horas durante el vuelo, desperté y Roxy me soltó sin más trámite:
-Bueno guampudo, vas a tener que acceder a algunas exigencias si querés que no le cuente a Dami lo del hotel. Primero vas a tener que poner el departamento del centro a mi nombre, y segundo vas a tener que entregarme tu sueldo, para que yo lo administre. Esas son las dos condiciones. Por otro lado, sabés que hace rato dejé el laburo y pienso también dejar la facultad, ya que Dami quiere que me dedique a tiempo completo a los nuevos planes que él tiene para mí, y de los que hablamos antes de mi casamiento con vos y antes de este viaje a Santo Domingo. Esos planes incluyen la posibilidad certera de prostituirme. Me contó que ya tiene apalabrados a varios camioneros de la zona (vivimos en la zona fabril de Parque Patricios, donde están los galpones de donde salen los camiones hacia el resto de las provincias) para convertirlos en mis clientes. Además me anticipó también que vos ya no vas a dormir más conmigo, porque ahora que soy una puta casada necesito un macho en serio con el que dormir en una cama, y ese macho va a ser él, por supuesto.
-Pero Roxy… ¿yo donde voy a dormir? –le inquirí pensando en que ahora sí, la posibilidad de mudarnos había quedado definitivamente trunca.
-Ay, mi cielo, no te preocupes. Dami ya lo pensó y llegó a la conclusión que lo mejor es que hables con el dueño de la casa y le alquiles la casucha que está en la terraza.
-Roxy, esa casita es muy chica, está llena de bártulos viejos y tiene olor a encierro de 50 años, no me podés hacer esto…
-Yo no te hago nada, mi amor; es mi macho el que lo dispuso y sus órdenes no se discuten. A menos que quieras contrariarlo…
-¡No, Roxy, no! -le imploré con un profundo cagazo- no le digas nada, por favor…
-Ja, ja, ja -rió ella- buen chico. Además, mi vida, te vas a arreglar. Vas a ver qué vas a estar más tiempo ocupado sirviéndoles tragos a mis machos y a los clientes que aparezcan por la casa que ahí adentro. Por otro lado, vas a tener que buscar algún laburo de fin de semana para pagar ese alquiler.
-¡Pero Roxy! -protesté.
-Sin chistar cornudo. Agradecé que Dami te quiere cerca porque dice que todavía le servís para hacerle de forro, que si no te pega un voleo en el orto que no me ves nunca más en tu vida –me aseveró ella.
-¡No, Roxy, no! -dije con desesperación. No soportaba la idea de perderla, cualquier cosa menos eso. Estaba tan arrogante últimamente que me dolía mucho su maltrato; sin embargo, también estaba más hermosa que de costumbre, más segura de sí misma, más hembra. Yo, por el contrario, cada vez más pajero, más boludo, más cagón y más inseguro.
-Bueno, entonces portate bien guampas. Y preparate porque desde ahora voy a ser el doble de atorranta de lo que fui hasta hoy. Dami me hizo entender, además, que ahora que estoy casada vos tenés que ser más cornudo que antes. Tu cornamenta la vas a lucir en todo momento y en todo lugar. Por eso voy a ir a tu oficina a dejarme coger por tus compañeros de trabajo, por tus jefes, y por quien sea.
Y así fue, nomás. En esa semana se la cogió todo el personal de la oficina, incluyendo a los dos jefes de piso. Hasta se animó a tortear con la secretaria, aunque a Roxy no le entusiasmara tanto la cosa. “Es solamente para que te sientas un cornudo total”, me repetía. Los llevé a todos a casa para que la poseyeran, por exigencia del “mono”. Hasta le dieron los empleados de limpieza, que eran como seis. Se la cogieron todos juntos, pero eso sí, en una habitación de servicio de la oficina, “porque les daba más morbo”, según me dijeron. Pasé a ser, desde ese momento, el boludo de la oficina. Hasta me hicieron colocar un cartel en mi cubículo de trabajo que decía: “soy el único infeliz que no se coge a su esposa”. Me perdieron el respeto que me tenían y pasé a oficiarles a casi todos de cadete. Me mandaban a limpiar los baños, inclusive. Hacia fines de enero, por su parte, Roxy festejó su cumpleaños número 23 y el “mono” le regaló lo que ella tanto quería: una cantidad importante de negros para enfiestarla. No sé donde los consiguió el degenerado ese, pero logró reunir 12 negros nigerianos (ella hubiese preferido que fueran más, es cierto) con portentosas pijas para llenar todos los dilatados agujeros de mi mujer. Digo que no sé donde los consiguió porque en ese momento no había tantos negros africanos viviendo en el país. La cuestión es que los negros y Damián fueron el obsequio de Roxy en un nuevo aniversario de su nacimiento. Nada de flores ni pulseras, señores; ¡porongas negras!, que era lo que a Roxy volvía tan pero tan loquita. A la fiesta de cumpleaños tradicional, por su parte, Roxy no me invitó. Festejó primero con los vecinos y con algunas amigas de ella que sabían que yo era tremendo corneta. Los escuchaba desde la pieza de la terraza como gritaban y le cantaban el feliz cumpleaños a Roxy todos juntos. Luego, por fin las amigas se fueron de joda con los otros vecinos y a Roxy la dejaron sola con el “mono” y los 12 negros, para que pudiera “soplar las velitas” a su gusto. Me contó al día siguiente que no dejó cosa por hacer en esa orgía. Le desgarraron el ano metiéndole tandas de dos pijas, le metían las vergas en la oreja sólo por diversión, abría bien los ojos para que los negros y Damián le acabaran en las retinas, y cuando pararon para comer, ella agregó semen que había juntado de todos ellos para condimentar una ensalada mixta. Más puta, imposible.


Roxy comenzó al poco tiempo su carrera de puta (paga). La hubieran visto: todo el día dentro de la casa en ropa interior y con zapatos de puta (de esos de taco que usan las actrices porno). Los camioneros pasaban y pasaban por la casa durante todo el día. Yo me iba a laburar temprano a la mañana y a esa hora ya había camiones estacionando enfrente o en la puerta de casa con tipos que venían a cogerse a mi esposa. Los tipos entraban y le daban la guita directamente a Damián, (“mi administrador”, como solía decir Roxy). Pero no sólo entraban camioneros, también otros tipos: viejos, gordos, flacos, pendejos de la secundaria que querían debutar; en fin, cualquier tipo de macho, y machos de todos los tipos. En ese 1995 se convirtió en un depósito de esperma. A veces, los camioneros la contrataban para llevarla de viaje a alguna provincia un fin de semana, y ella iba, con el permiso de su macho, por supuesto. Allí la enfiestaban grupos enteros de camioneros, sobre todo arriba de los camiones, cuando volvían de dejar algún cargamento y se juntaban varios choferes. Una vez contó que la llevaron a un camping en Concordia, Entre Ríos, donde habría unos 150 camioneros aproximadamente, y que se aburrieron tanto de cogerla un sábado, que simplemente la usaron de chupapijas al día siguiente. La utilizaban sólo para vaciarse en su boca. Ella tenía que acercarse a ellos mientras jugaban a las cartas o escabiaban, y ahí nomás abrirles la bragueta y tirarles la goma. Otros elegían un camino más rudo, la tomaban por su cabeza y le incrustaban la verga hasta la garganta, hasta que la leche le rebosaba por toda la boca. Se convirtió, en ese fin de semana, en la campeona de las chupapijas. Tuve que volver a llevarla al hospital el lunes siguiente cuando volvió de Concordia, y los médicos tuvieron que sacarle medio litro de semen de su estómago. Ya por ese entonces, Roxy dormía con su macho y yo en la pieza de la terraza. Había agarrado un laburo en el zoológico vendiendo garrapiñadas los fines de semana y con eso me pagaba el alquiler y la comida. El dueño de la casa, por su parte, había accedido a regañadientes a alquilármelo. Sólo porque Damián le entregó a Roxy para que se la cogiera el tipo aflojó. “Agradecele a tu mujer, cornudo, que todavía tenés donde vivir”, me verdugueaba el dueño. La primera vez que le entregué el sueldo a Roxy -un viernes por la noche- me dijo muy suelta de cuerpo:
-Se lo tenés que llevar a Damián, el es el que me administra.
-¡¿Qué?! -grité yo- ni en pedo. Yo te dije que te lo daba a vos, no a él.
-Cornudo, él es mi macho, prácticamente mi dueño. Te sugiero que se lo lleves ahora, lo quiere antes del 10 de cada mes y ya estamos a ocho, así que apurate –me advirtió ella.
No -le dije con firmeza-. En todo caso, llevaselo vos o hacé lo que quieras.
-Bueno, está bien -sostuvo ella- pero no sé si me lo va a aceptar. Él quiere que vos, como buen guampudo, le lleves el sueldo.
Roxy fue hasta casa (donde yo vivía con ella hasta hace poco tiempo) y habló con el “mono”. Al rato volvió y me tocó la puerta.
-No hay caso cornetín, quiere que vos se lo alcances.
-No, yo no se lo voy a dar. Es más, se lo voy a decir ahora mismo.
-Bajé las escaleras de la terraza y subí las que dan en dirección a mi antiguo departamento, pero vi que el “mono” había bajado y estaba en la puerta de la casa que compartía con los otros rufianes, hablando con Alfonso, así que lo fui a buscar allí. Él estaba por entrar a la casa cuando lo encaré, lleno de nervios:
-Mono, ¿por qué me hacés esto?, ¿no te alcanza con que Roxy te lleve mi sueldo?
-¿Me dijiste “mono”? –me espetó.
Ahí me di cuenta de la tontería que había cometido. Lo había encarado y mal, llamándolo por el apodo, cuando él no me había dado nunca confianza para hacerlo. Estaba más avergonzado porque me sentía en falta, que cagado por alguna reacción violenta que pudiera tener. Él insistió:
-¿Me dijiste “mono”, la concha de tu madre?
Me pegó tal castañazo en el rostro que caí al suelo de repente. Ahí sí que empecé a tener miedo. De adentro de la casa salió Carlos, que aprovechó para patearme varias veces en el estómago mientras estaba tirado. Me toqué la cara y estaba sangrando. Era mi nariz, que el “mono” se había encargado de partir de un bollo. En eso baja mi mujer las escaleras de forma desesperada. “Me va a defender”, pensé para mis adentros. “Les va a poner un poco los puntos a estos tipos, les va a decir que se fueron de mambo”, seguramente. Sin embargo, cuando ella baja y me ve tirado y sangrando, inmediatamente mira hacia Carlos y Damián que continuaban parados en el pasillo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Sin decir nada, y cambiando la expresión de su cara por otra más severa, me ordenó secamente: “subí”. Me incorporé, nadie hablaba en el pasillo, excepto yo que me quejaba por lo bajo a causa del tratamiento recibido. Una vez en la terraza, mi mujer me susurró al oído: “viste pedazo de nabo, los provocaste y así te fue. Tuviste tu merecido finalmente. Ahora bajale el sueldo a Dami enseguida antes de que suba y te desfigure para toda la cosecha”. Obedecí de inmediato. Junté la guita que le había dado a Roxy y fui hasta lo de Damián. Me hizo pasar Alfonso, que había visto y escuchado todo lo que pasó desde el principio. Le pidió a Carlos que estaba dentro de la casa que se tranquilice, porque me vio y casi se me viene al humo. Le dijo que yo venía “a pagar el alquiler”, nada más. Alfonso me pidió que tomara asiento porque Damián ya vendría. Yo lo hice pensando que serían sólo unos minutos. Me equivocaba. Me tuvo dos horas y media allí. Apareció en un momento dado con cara de dormido. ¡El hijo de puta me dejó esperando allí y se fue dormir un rato! Eran como las doce de la noche, yo tenía hambre, y era la hora en la que empezaban a caer los machos a la casa para cogerse a mi mujer (los viernes el “mono” la entregaba pero no por dinero). Me dijo después de sentarse:
-Mirá cornudo, si le digo a tu señora que me tenés que bajar el sueldo me lo bajás ¿entendés?, no me quiero poner jodido porque con los muchachos, si se nos canta las bolas, te hacemos aparecer tirado en una zanja. ¿Te crees que no sé qué te la quisiste coger en la luna de miel? ¿Te pensás que soy boludo? Por eso, no me rompas más las pelotas y me traés la guita acá ni bien te garpen en la oficina. Si te pagan el cinco, me la alcanzás el cinco, ¿estamos?
Agaché la cabeza y dije que sí. Luego escuché el sonido del timbre y el bullicio desde la calle. Era una nueva jauría de tipos dispuestos a convertir a Roxy en la reina de las putas.
-Ahora tomatelás que me quiero divertir. Hoy tu mujer nos va a sacar punta en las pijas con ese culo recontra cogido que tiene. Eso sí, preparate porque hay muchos machos para atender hoy ¿eh?
Me fui sin chistar, como buen corneta. Esa noche fue de las peores. Me forrearon de la peor forma, me escupían cuando pasaba a servir las bebidas y me decían “cornudo” todo el tiempo (ese pasó a ser mi nombre de pila, casi). Además, la casa se llenó de machos como nunca, y Roxy parecía no dar abasto. La casa de los vecinos (allí fue la fiesta) estaba repleta de tipos, no cabía más nadie por una cuestión de espacio físico. Además, había una humareda impresionante de cigarrillo y también de marihuana, con un fuerte olor a sexo y sudor. En un momento a Roxy le empezó a sangrar el culo de tanto que la penetraban. Sin embargo, los tipos la seguían culeando igual, y ella gritaba que era la puta más grande del continente, y que si Damián le decía que se hiciera coger por todos los machos del país, lo iba a hacer sin problemas, porque era su putita personal. Los machos seguían llegando y los que estaban adentro salían un rato a la calle porque ya no podían respirar allí. Yo me ahogaba, mientras Roxy cataba la leche de todos los tipos presentes. Esa noche sí que le tendrían que haber otorgado el campeonato de chupapijas, porque mamó tanta verga que la boca le quedó entumecida de tanto chupar.
-¡Que reverenda trola que soy! -gritaba Roxy- quiero más pijas bebés, ¡quiero semen, hijos de puta! ¡Háganme un hijo entre todos!
Y los machos deliraban. Pero por fin terminó aquella noche y pude descansar un rato. Un par de horas nada más, porque enseguida me tenía que levantar para ir al laburo de los fines de semana en el zoológico.
Al lunes siguiente, tenía que hacer el trámite para cederle a Roxy el departamento del centro. Quedamos en encontrarnos en una esquina del centro de la ciudad, muy cerca de la escribanía donde firmaríamos la transferencia. Cuál fue mi sorpresa al llegar, que la veo abrazada y a los arrumacos con el “mono”, sobre la entrada a un edificio a pocos metros de la esquina.
-Hola -le dije sorprendido y asustado- ¿te vino a acompañar? – Pregunté- El “mono” me miraba divertido. Era claro que él tenía el control de la situación.
-No, mi amor. Dami vino porque es el principal beneficiario. Vos le vas a hacer la transferencia del departamento a él, porque, como ya sabés, además de mi macho entregador, es también el que administra mis asuntos, así que quien mejor que él para encargarse del cuidado del departamento.
-¡No Roxy, no me podés humillar así! Pedime cualquier otra cosa pero no esto-vociferé suplicante.
-Como quieras mi vida. Pero olvidate de todo, y mejor a casa no regreses, porque ya no tiene sentido que aparezcas por allí si no te vas a hacer cargo de tus deberes matrimoniales. Después de eso te saco todo en un juicio de divorcio.
Me partió en dos. Yo la seguía amando, pese a todo, y no iba a renunciar a ella jamás. El sólo hecho de verla me producía alegría. La amaba como a nada en el mundo. Era patético, pero era así. Entonces, pensé: “si pierdo con ella un juicio de divorcio, su macho se va a apoderar igual del departamento, porque ya es su dueño. Además la pierdo a ella para siempre, así que para el caso es lo mismo, se lo cedo a él y ya está”. La transferencia la hicimos en media hora, con la escribana y algunos de sus colaboradores cagandose de risa disimuladamente por lo absurdo de la situación. Firmamos todo y ya: el departamento estaba a nombre del “mono”. Cuando salíamos del edificio, con macho y puta abrazados y haciéndose caricias mutuamente, Roxy se dirige a mí como quien no quiere la cosa:
-Mi amor, quiero empezar a usar el auto.
-Pero si vos no sabés manejar, Roxy.
-¿Y quién dijo que yo voy a manejar? Es para que me lleve Dami, cielo. Dale las llaves a él y la semana que viene le firmás la transferencia del auto también.
-¡¿Qué?! ¡No! Olvidate, yo no voy a hacer eso.
-Dale cornudo -intervino Damián- no vamos a esperar hasta llenar el papeleo que es un quilombo. Me lo entregás ahora y más adelante me firmás.
Los acompañé hasta donde había dejado estacionado el auto. Le di las llaves al “mono” y éste abrió las puertas. Roxy se preparaba sonriente para subir al coche. Una vez arriba, el “mono” me dice:
-Chau cornudo, nos vemos después en casa.
-¿Qué, me van a dejar acá?, ¿no puedo subir con ustedes?
-No macho, hoy me quiero llevar a Roxy a un telo para festejar este momento. Nos vamos a uno que conozco por Panamericana. Queremos estar solos. Otro día te alcanzamos.
Arrancó el motor y se fueron. Y yo me quedé ahí, como un pelotudo y al borde de las lágrimas. Ya no tenía ni mina, ni casa, ni sueldo, ni auto. Aquella vez volví en colectivo del centro, mi nuevo medio de transporte a partir de ese día. Y encima, al regresar a la casa le tenía que hacer de forro a los vagos de los vecinos en sus juergas sexuales. Por su parte, Damián y Roxy no aparecieron hasta el jueves. Después me enteré que la había llevado a un campamento de motoqueros en Olavarría, donde, por supuesto, Roxy fue la puta de todos hasta el hartazgo.


Y así pasaron dos años, hasta el 97. En ese tiempo fui un despojo humano al servicio de los vividores hijos de puta de los vecinos. El “mono” Damián se transformó también en mi dueño, y yo tenía que hacerle de sirviente. Roxy habrá tragado varios litros de semen en ese período. Ya era conocida en el barrio como “la rubia tira gomas”. Cualquiera en la calle la tomaba por el brazo y se hacía chupar la garlopa por ella por apenas unos mangos. Roxy los mamaba en la calle misma, en algún huequito escondido donde todo pasara desapercibido. Esa guita, desde ya, iba al bolsillo de Damián, por más que fuera poca plata. Roxy se prostituía también en la casa, y con la plata de mis sueldos y la que hacía ella poniendo el culo y la concha, Damián y Carlos se transformaron en pequeños comerciantes. Abrieron una pizzería en el barrio donde además de pizza, faina y empanadas vendían falopa de toda clase, sobre todo cocaína. Roxy tomaba cada vez más alcohol y comenzó a tomar merca. Se la cogía cualquiera que le pudiera conseguir un poco. A mí, por su parte, me echaron del laburo que tenía en la oficina en octubre de ese año. Ya estaba desprestigiado a causa de mi cornudez. Entonces, como Damián pensó que ya no le serviría para nada, me echó a patadas en el culo de la casa tirándome mis pocas pertenencias a la vereda. A Roxy le preocupó muy poco, porque en ese momento alguien, cualquiera, le estaba usando la boca para descargarse, como se había hecho costumbre últimamente. Y me fui a la mierda, lleno de tristeza, porque supuse que nunca más iba a ver a mi amada Roxana. Le pedí al “mono” que tan solo me dejara despedirme de ella, pero no hubo caso, no me lo permitió. Mi vida se tornaba más solitaria y gris que cuando empezó todo esto, allá por el 94.
Menos mal que mi viejo me hizo la gamba y me acurrucó en su casa. Aunque eso no sirvió para tapar mi desconsuelo. Tampoco haber conseguido un laburo en una distribuidora poco tiempo después. Extrañaba mucho a Roxy, tal es así que en el 99, un amigo, el Colo (sí, ese que le reventó el orto a mi mujer en la fiesta de nuestro casamiento), me dijo que la vio dando vueltas por una villa del Bajo Flores, cuando pasó con un auto. Inmediatamente tuve la tentación de ir a verla, desafiando las imposiciones de Damián, que le había prohibido tajantemente que tuviera contacto conmigo nuevamente. Le pregunté al Colo donde quedaba el lugar y fui decidido a verla, aunque también tenía miedo por no saber con qué me iba a encontrar después de todo. Llegué al lugar y le pregunté a una señora que estaba en la puerta de una casilla si había visto a una chica con la descripción de Roxy. La mujer me contestó con evidente acento boliviano:
-Ah, sí, es la chica rápida de la casilla 9. Mira, vas por este pasillo, y a la vuelta, allí la vas a encontrar.
Me llené de valor para tocar a la puerta mientras me acomodaba la camisa. Toqué y la puerta se abrió sola. Escuché gemidos que provenían de su interior y decidí entrar para ver qué onda. En eso la veo a Roxy tumbada sobre una cucheta recibiendo verga de un gordo todo sucio. El gordo se da cuenta de mi llegada, se da vuelta, y me grita:
-¡Eh, Boludo!, me la estoy garchando yo ahora, esperá tu turno.
Salí y esperé afuera. Algunas caras alrededor me observaban con desconfianza; sabían perfectamente que yo no era de allí. Por suerte Roxy salió en seguida y atrás de ella el gordo sucio, que le tocó el culo lascivamente antes de irse, mientras ella sonreía. Roxana estaba bastante demacrada, si bien su figura seguía siendo atractiva, y vestía un baby doll transparente que permitía que se le viera la bombacha y el corpiño. Parecía una prostituta con varias décadas de oficio. No obstante, me recibió con una sonrisa y me hizo pasar. Yo estaba visiblemente emocionado y afligido a la vez. Es que la había pescado “trabajando” (cogiendo con un gordo inmundo) y aceptando que vivía en esas precarias condiciones. Pero la alegría de volver a verla, aunque sea en ese estado de situación, me llenaba de ansiedad e ilusión, sobre todo porque tenía la secreta esperanza de recuperarla. Seguía siendo yo, en el fondo, el mismo adolescente enamorado de toda la vida. Enamorado de ella, por supuesto.
-Pasá -me dijo ella- ahora vivo acá.
-¿Qué te pasó Roxy? -le pregunté de forma retórica.
-Me pasó la vida, Fede. Hace seis meses que dejé la casa de Parque Patricios y terminé acá, después que Damián se cansó de mí y me vendió a un tipo de acá de la villa que trabaja para un puntero político de la zona. Yo no me hubiese ido nunca de su lado, ni del resto de los chicos, pero Dami resolvió que lo mejor era esto y yo acepto completamente su decisión. Si él lo hizo por algo es. Si él me prohibió volver a ver a mi familia también debe ser por algo. Es cierto que ya el clima en la casa se estaba poniendo cada vez más pesado, porque me fajaba a cada rato y hasta me hacía violar en banda cuando me agarraba la loca. Todo eso pasó cuando vos te fuiste. Por eso maldije ese día. Sólo por eso, ¿sabés? porque ahí se acabó el juego que antes nos tenía a todos unidos, donde vos eras el pato de la boda. Entonces se empezaron a dar situaciones donde yo ya no gozaba tanto como antes. Una vez, por ejemplo, me llevaron entre los cuatro vecinos al baño de hombres de la estación de trenes de constitución, y se quedaron cuidando en la puerta que no entrara ni la cana ni los guardias de seguridad. Entonces yo tenía que chuparles las pijas a todos los tipos que desfilaban por ese baño. Así estuve toda una tarde completa, como una especie de letrina humana. Me acababan, me orinaban, y después me hacían tragar todo -algo que siempre me gustó, por otra parte- aunque me encontraba sola en ese baño, sin vos, sin ellos, y sin nadie de confianza. A veces los veía de reojo a los chicos espiar y cagarse de risa desde la puerta. Algunos de los tipos que entraban, además de acabarme y orinarme, me golpeaban fuerte, con saña. Otros me escupían con gargajos de mocos y varios llegaron a meter mi cabeza dentro de uno de esos inodoros todos sucios, llenos de gérmenes, de bacterias, de meo y de mierda. Me sentía como lo que era en verdad: una puta rastrera de la peor calaña. Cuando salí de ese baño, ni Damián, ni Carlos, ni el resto de los chicos estaba allí. Estaba hecha una piltrafa, toda sudada, meada y cubierta de leche y restos de mierda. Fue algo muy loco, Fede, aunque en el fondo yo lo disfrutaba porque era Damián quien me lo hacía. ¡Y a la verga del “mono” yo la adoro, no la discuto! Y te voy a decir más: ¡Me encantó que me rebajara siempre a la categoría de puta de la más baja escoria! ¡Justo a mí, que siempre fui una nena de Papá!
Yo tenía ganas de devolver. Era un horror lo que me estaba contando. Ella prosiguió:
-El 98, no sabés, fue todo un desconche. Ya me cogía cualquiera y ni sabía quién usaba mi cuerpo. Me tuve que hacer un aborto ese año y no sé de quién, o de quienes. Además, aprovecharon el departamento del centro, ese que vos le entregaste a Damián, para prostituirme. Una vez, trajeron cinco perros dogo al departamento y me dijeron: “¿así que a vos te gustan los animalitos, revisarlos, no es cierto, putita?; bueno, hoy te van a revisar ellos a vos”. Me hicieron coger por los cinco perros, Fede. Los dogo me inundaban la concha y el culo con su leche, pero Damián y Carlos no se conformaron con eso y me hicieron juntar en un plato el semen de los perros que me salía de la concha y del culo, y luego me lo hicieron lamer y sorber en cuatro patas, como si fuera yo la perrita. Por ese departamento habrá desfilado el 80 % de la población masculina del planeta, ja, ja. Venían contingentes enteros de machos de todos los lugares para darme verga y semen. Turistas alemanes, inmigrantes rumanos recién llegados, paraguayos de Constitución, negros africanos, daneses con sus cámaras de fotos, en fin, lo que te imagines. Es que los tipos venían porque otros los recomendaban, y de esa forma me cogió todo el que quiso. Una vez Dami me lo llenó de negros al departamento. Negros africanos, ¿no te acordás que esa era mi fantasía? Bueno, creo que aquella vez atendí cerca de 500 negros por una embarcación congoleña que estaba varada en el puerto. Los mulatos a los dos días de estar acá tenían ganas de ponerla y alguien les dijo que yo era la mejor de las putitas de Buenos Aires. Se turnaban para venir a cogerme, en tandas de 40 y 50, de forma continuada. En esa semana desayuné semen de negro, almorcé semen de negro, merendé semen de negro, y cené semen de negro. Te lo digo textualmente, porque me servían su leche a todas horas y me ponían un babero para que no se me escapara nada. ¡Eso sí que fue hermoso!  
Sin embargo, no todas fueron buenas. La merca me tenía totalmente ida, y eso me trajo muchas complicaciones. Un día Damián decidió que ya no me cogería más, debido a mi estado patético de adicción. Yo sufrí muchísimo por eso. Parecía que ahora le daba asco tocarme. La última vez le tuve que pedir por favor que me permitiera, al menos, tirarle la goma. Apenas accedió a dejarse masturbar. Yo lo hice como atolondrada y apurada, ansiosa como siempre por poseer esa verga fantástica, que fue el objeto de mi perdición desde la primera vez que la vi. Cuando por fin acabó lamí su leche como una desenfrenada. Él se salió de la silla donde estaba sentado, empezó a acomodarse la bragueta y se fue. Yo me agaché a limpiar con la lengua los restos de semen que habían caído al piso de la habitación. Esa fue la última vez que tuve algo con él, hace casi un año. Después se consiguió otra putita a la que odié desde el primer día. Con ella atendían en la pizzería y salían a pasear los domingos. Yo pensaba matarla, y creo que algunos de los chicos adivinaron mis intenciones. Entonces Damián y Carlos me vendieron a este tipo llamado Miguel, que me consiguió esta casilla donde vivo ahora. Recuerdo el día que me trajeron por primera vez, hace ya seis meses. Vine con Damián y Carlos, y entre los dos me sujetaron del pelo después de bajar de tu antiguo auto, y me pusieron de rodillas y me arrastraron por el suelo ofreciéndome casa por casa por toda la villa. Tocaban las puertas y donde atendía algún macho sólo o varios machos solos, Damián y Carlos les decían que yo era una putita barata y obediente. Como muestra yo les tenía que tirar la goma ahí nomás, en la puerta de la casa. Cuando los tipos acababan, se quedaban perplejos viendo como yo me relamía degustando su lechita. Algunos decían que lo iban a pensar, eso de comprarme. Así estuvimos varias horas hasta que dimos con este Miguel, que finalmente me compró y me convirtió en la putita de la villa. Desde ahí que cualquiera me coge por lo que sea: un plato de comida, guita, o un poco de merca para pasar el día. La goma la tiro de onda, a cualquiera y a cualquier hora. No importa que esté dormida o haciéndome un aborto –como el que me hice el mes pasado, y no sé de qué macho o de qué cantidad de machos-, las pijas se chupan todas, me ordena Miguel. Por supuesto estoy sidosa, y todo el mundo acá lo sabe, pero creo firmemente que lo estoy desde aquellas orgías en la casa, donde cualquiera me cogía sin protección, ni nada; bah, vos te acordarás bastante bien je, je. Pero no me arrepiento de nada, porque mi macho Damián así lo quiso. Yo sé que él ahora es un comerciante exitoso, y que vive con otra mina, pero en su momento me convirtió en su puta y me hechizó con su verga ¡por Dios, que cosa hermosa, como la extraño! Es más, siento que lo estoy traicionando ahora por estar hablando con vos, cuando me hizo jurar que nunca más lo haría.
En eso pasa un colectivo con un montón de tipos que iban para la cancha, cantando y haciendo ruido. Lo vimos desde la ventana de la casucha. El micro iba desbordado.
-Me haría reventar el culo y la concha por todos esos tipos hasta desangrarme con tal de tener aunque sea una foto de la pija de Damián -comentó Roxy.
Escuchar eso fue demasiado para mí. Comprendí que tenía que irme. En eso entra en la casucha un tipo de 50 años, más o menos, regordete y con bigotes.
-Él es Miguel, mi nuevo macho –me anunció Roxy.
-¿Y este quién es?- pregunta el tipo.
-Es Federico, mi marido, je je- soltó divertida Roxy -con destellos de esa jovialidad que siempre la había caracterizado.
-Ah, flor de cornudo sos entonces -me dijo despreocupado Miguel- Y además el único que no se coge a esta atorranta, ja, ja.
Roxy rió por el comentario. Yo, en tanto, me limité a hacer silencio. No estaba para hacerme mucho el loco en esas circunstancias.
-Oíme flaco -me dice el tipo- ¿te acordás del “mono”? bueno, me habló de vos alguna vez, y si se entera que estuviste acá, te revienta de un corchazo. Si vos no querés que yo diga nada me vas a tener que dejar algo: guita, reloj, lo que tengas. Si no bancate las consecuencias después…
-Roxy, decile que soy amigo tuyo –atiné a balbucear con preocupación.
-¡Qué amigo, papanatas! -me tiró Roxana- si sos el mismo cornudo infeliz de siempre. Dale la guita y tomatelás porque yo te puedo hacer reventar el culo por 200 negros acá adentro.
Me asusté por el cambio brusco de Roxy en su trato conmigo. El clima se tornaba espeso y comenzaba a tener miedo.
-Es cierto -dice Miguel cagandose de risa- a ella se lo reventaron el mismo día que llegó acá. No sé si fueron 200 negros, pero 100 había seguro, ¿te acordás Roxy?
-Sí, me cogieron en el descampado de acá a la vuelta, de noche -aseveró ella.
-Bueno, dale, dejá todo y rajate. Si no llamo a los pibes y mirá que empiezan a caer de a varios ¿eh? No te vas a poder sentar después de tanta poronga en el orto…
Roxy se empezó a reír a carcajadas, como disfrutando del momento.
-Y aparte de la cogida que te van a pegar los negros acá, después te va a ir a buscar el “mono” y te va a cagar a cuetazos, je, je –agregó Miguel.
Dejé todas mis pertenencias allí, en la casilla. Plata, reloj, una pulsera, y el anillo de mi casamiento. Incluso me vi obligado a entregar la camisa, el pantalón y una campera de jean. Tuve que salir corriendo, en camiseta y en calzoncillos de la villa. Menos mal que un tachero me levantó a dos cuadras de ahí. Se estaba haciendo de noche y yo semidesnudo por la calle. Me salvé de pedo. Le tuve que rogar al taxista para que me llevara a casa, después de convencerlo de que me había cruzado con una patota y me habían desvalijado.


A Roxy no la volví a ver, pero tuve noticias de su muerte por intermedio de una antigua amiga suya a la que un día me encontré en la calle, y que consiguió el dato a través de otra persona. Roxana falleció en 2006, a los 34 años de edad, sidosa hasta la médula. Me dijo su amiga que murió en el hospital Piñeiro, del Bajo Flores, por una neumonía muy avanzada. Tenía las defensas muy bajas desde hacía tiempo. Aunque el dato más siniestro se reflejó en el parte médico al cual yo accedí tiempo después. Decía el informe que su vagina estaba completamente negra, con cientos de gusanos pequeños que le caminaban por alrededor. En la boca presentaba numerosas infecciones, algunas indescifrables hasta para los mismos profesionales del hospital. Su culo no corrió mejor suerte: el compendio también hablaba de una profunda desgarradura anal. Sin embargo, el día que me enteré de su muerte, una profunda tristeza me invadió. Yo todavía la amaba, pese a todo. Era un amor incurable, incondicional. Todavía hoy, cada mañana cuando despierto, recuerdo su figura hermosa, su carita de ángel y su simpatía colosal. Me cuesta mucho creer que se transformó en un despojo humano al servicio de los caprichos sexuales de cualquier cerdo. Y digo que la amaba y la amo pese a todo, porque una vez tuve oportunidad de hablar con uno de los médicos que la atendió en sus últimos días, y me comentaba que ella murmuraba, ya moribunda y tirada en el piso de la sala del hospital sobre unas sábanas roñosas (porque no había camas disponibles), la siguiente frase: “quiero la de Dami; te amo monito”.
Podría ahondar en detalles sobre los últimos años de la vida de Roxy (a los que accedí por intermedio de fuentes cercanas a la gente de la villa), pero no creo que agreguen más a lo que ya expuse durante todo este trayecto. Solamente decir que fueron años muy tristes para ella, de mucha degradación, en los que estuvo muy enferma y aguantando los maltratos de este Miguel (y los maltratos de cualquiera que la poseyera por un momento). Si hasta me contaron que se paraba en un semáforo de una de las esquinas de la villa, ofreciéndose a los tipos que paraban con los autos, a los que les proponía una tirada de goma a cambio de alguna moneda para comprar algo de comida.
Finalmente, hoy, a ocho años de su partida, el recuerdo de Roxy sigue siendo muy fuerte para mí. No volví a tener pareja, porque nunca estuve preparado para intentar rehacer mi vida con otra persona. Creo que ella siempre será la única, aunque ya no esté, lamentablemente. Fue lo más importante que me pasó en la vida; fue todo para mí. Como también creo que para ella, el “mono” Damián se había transformado también en todo: su macho, su entregador, su dueño, y en definitiva, el hombre que decidió su destino final.


FIN  

4 comentarios - mudanza II

arielmont84 +1
Que se suicide el flaco, no sirve pa mierda 😂
ValenJR +2
Si es real que murió, se festeja en el país