VALEN (1 y 2)
Una de las cosas lindas que tiene ir de picnic nocturno con tu novio es que te vestís con faldita corta “para él”, mostrás toda la noche las piernas y dejás que la imaginación de los hombres de alrededor vuele un poquito. Después, es cuestión de esperar que el cuerno tome un poco demás.
A esos recreos y en esos horarios suelen ir hombres grandes, que por experiencia propia resultan los más hijos de puta y, por cuestiones de edad y círculo, son del tipo de hombre que nunca me cruzo.
Estos lugares son ideales para detectar machos de los buenos.
Cuando el cornudo se pasa de alcohol (y si no le veo intenciones, lo empujo a que lo haga; una mujer sabe cómo) los machos de alrededor empiezan a caer como moscones al dulce, siempre con las buenas intenciones de ayudar a la pobre parejita porque “el hombre de la casa” no puede sostenerse solo.
No me los cojo ahí, está lleno de gente (aunque alguna vez lo hice en los baños de hombres), pero todo ese circo sirve para conocerlos, detectarlos, cruzar miradas y medirlos. Y dejar que me miren. Porque cuando vienen, siempre casualmente cruzo las piernas demás, o me subo sin querer el ruedo de la pollera, si no es muy corta. Suelo sentarme bien erguida sacando culo como una hormiga, los ojos se le van al culo, no lo pueden evitar. Y ya charlando con los que se acercan subo las dos piernas al banco. Fantasean con espiarme bajo la pollera, y a veces los dejo. Pero de mínima, me ven los muslos explotando y ya ponerle las dos piernas arriba y apuntando a ellos es prácticamente una invitación. Y por supuesto —y más importante— escucho atentamente lo que me dicen. Las palabras, pero muy especialmente los tonos.
En esas kermeses siempre, pero siempre, me traigo tres o cuatro teléfonos nuevos de machazos que me van a servir leche durante todo el año.
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La playa y el mar me encantan pero me gustan más cuando voy con mi novio. Ir sola no es lo mismo. Sí, sola me la paso garchando. Y sí, por supuesto mucho más que cuando el cuerno está todo el día al lado mío espantando tipos. Pero les juro que se disfruta más cuando estoy con él. Saber que confía en mí. Saber que es capaz de ir cuatro veces en una tarde a traerme algo del departamento a cinco cuadras, solo para que los chicos de la carpita de al lado me vayan cogiendo por turnos. No sé, llámenme romántica, pero prefiero ir a la playa con mi novio.
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Lo bueno de tener un novio con auto es que vas seguido a la estación de servicio. Y lo bueno de la estación de servicio es que el playero es Fernando, un mulato colombiano que está para partirlo en ocho: alto, ancho, fibroso y muy muy bonito. Y con una tranca que parece una de las mangueras con la que surte nafta. Todas conocen a Fernando. Es el que se coge a mis amigas, que en general son las novias del amigo del cuerno. Apenas mi novio se compró el auto me dijeron que a ese moreno no me lo podía perder. Y así fue. Y así sigue siendo.
El pobre cornudo se debe creer que tengo cistitis, porque cada vez que vamos a cargar nafta me ve ir para el baño. Fernando ya me conoce, y conoce el protocolo (inventado por mis amigas), así que antes o después, también va allí. No son cogidas largas, apenas 15 minutos. Pero con ese cuarto de hora alcanza para arrancarme un orgasmo y depositarme la leche adentro para que se la lleve al cuerno. A veces, como hoy, me saco una foto al entrar al bañito, para publicar en el Instagram y refregárselo a mi novio, aunque nunca lo sepa.
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Chicas, si un amigo del cornudo se les hace el difícil, arréglenselas para mostrarles la bombacha. Si es como casualmente, mejor. No sé qué tienen estos tontos con las bombachas fisgoneadas de contrabando —como si nunca hubieran visto una en su vida—, pero eso cambia la ecuación. En aquel viaje que hicimos con el amigo del cuerno, me le insinué de diez maneras diferentes, y siempre se mantuvo leal. Hasta que en una parada me puse a tontear en la carretera, le dije al cuerno que me saque una foto y revolé las piernas para todos lados para que el amigo me viera algo de la ropita interior.
No falla.
A la noche, en el parador que dormimos haciendo escala para seguir al otro día, el amigo me empernó contra la pared de la habitación mientras el pelotudo de mi novio, a dos metros, dormía como un tronco.
Me llenó primero de verga, después me llenó de gemidos y gritos, que silenció tapándome la boca mientras me bombeaba, y finalmente me llenó de leche, que traté de retener lo más posible hasta acostarme nuevamente con el futuro padre de los hijos que le haga.
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Lo bueno de ser la novia del hijo del dueño de la heladería es que tu suegro te da la mejor crema apenas te ve necesitada. Y yo con el cuerno vivo necesitada, si la tiene del tamaño de un dedal.
Paso el local durante la tarde con el cuerno para disimular, hablamos cosas normales, de la familia y estas pavadas, pero con el suegro nos cruzamos miradas incendiarias. Cuando voy con mi novio me visto tranquila, como en la foto. Pero después, a la noche, cinco minutos antes de cerrar, aparezco sola (ya dejé al cuerno durmiendo como un bebé) y vestida re puta.
Mi suegro me sonríe como un lobo y cierra todo a las apuradas. El primer polvo me lo echa ahí mismo en el salón, desesperado, en uno de los bancos largos y acolchados. El segundo, con más tiempo, lo trabaja más y es el que me provoca los mejores orgasmos de la semana.
Y bueno, también se deslecha adentro, como buen macho.
—Ahí va, puta, ahí va la leche para el cuerno.
—Sí, suegro, sí… Hágale un hermanito…
Y el viejo en vez de apenarse se calienta más y me acaba entre insultos y nalgadas.
Si creen que el helado engorda, no quieran saber lo que engordé los nueve meses que siguieron.
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Amo el verano, amo la playa, y amo ir de vacaciones con el cuerno. Pero sobre todo amo ir con su familia, porque aunque no lo crean, soy muy familiera.
Especialmente cuando con nosotros vienen mi suegro y el hermano mayor del cornudo, que portan tremendas pijas y la usan como los dioses (más que nada el viejo).
No sé cómo hacen, supongo lo tendrán arreglado, porque a veces tienen una coordinación de comando SEAL. Casi todos los veranos es lo mismo: alquilamos un departamentito con dos habitaciones, una para el cuerno y quien les habla, y otra para mi suegro y mi cuñado. Pero si piensan que la acción está a la noche, cruzándome de pieza, están equivocados.
Acá los hijos de puta se las van arreglando para comprometer al cuerno a hacer distintas cosas con cada uno de ellos, pero dejando afuera al otro. Así, un día mi suegro se lo lleva a pescar bien temprano y lo trae después del mediodía, y me dejan sola con mi cuñado, que apenas escucha el auto irse ya me está hundiendo la pija desde atrás. Me garcha toda la mañana, hasta que escuchamos el auto de regreso. Más tarde mi cuñado se llevará al cornudo a hacer otra cosa, lo que sea, porque esto dura casi toda la semana de vacaciones. Una día lo llevan a las inmobiliarias a recorrer las casitas en venta (como para comprar), otra vez a visitar la fábrica de alfajores, otro día a llevar el auto al mecánico. Cuestión que van alternando y me van garchando una vez cada uno, generalmente un día cada uno. Pero mi novio es tan pelotudo —ay, quise decir confiado— que varias veces lo han sarpado los dos en el mismo día.
Me gusta cuando me cogen los dos, pero sobre todo mi suegro porque es más cariñoso, me bombea desde atrás, manoseándome los muslos y diciéndome cositas románticas:
—¡Cómo te gusta la pija, pedazo de puta…! Yo sabía que ibas a convertir a mi hijo en el rey de los cornudos…
Yo le digo que no, que con el suegro no son cuernos, porque todo queda en familia. Eso le da morbo y me bombea con mayor violencia, lo que a su vez provoca que yo acabe casi de inmediato. Después es su turno y me la vuelca adentro, entre insultos y tironeos de cabello, y yo trato de apretar abajo para escurrirlo y retener la mayor cantidad de leche de macho que pueda. Para cuando venga mi novio.
Porque siempre pienso en mi novio.
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Para mí, ir a la casa del tío del cuerno es como ir a Disney. Vive en unos monoblocks enormes, esos edificios gigantescos que son un barrio en sí mismos y están unos al lado de los otros a la vera de alguna autopista, generalmente pensados para gente trabajadora de recursos medio bajos. Algunos dicen que esos edificios son peligrosos, y la verdad es que no. Claro que tenés que ser de ahí, o que ya sepan que estás con alguien de ahí. La primera vez que fui me dio un poquito de miedo, para qué negarlo. Pero iba con mi cornudito amado, que si bien cualquier tipo le garcha a la novia, es muy valiente. Él conoce el barrio, de tanto ir a lo del tío cuando era más chico.
A mí el tío me recibe como una hija más. Sobre todo cuando el cuerno desaparece dos horas y entonces me hace upa sobre sus rodillas y me da la leche en mamadera. Porque mi novio aprovecha la visita a los monoblocks para también visitar a su mejor amigo de la infancia, que vive en el edificio de al lado. Y yo me quedo sola en casa del tío, supuestamente viendo Netflix. Siempre dice que se va un rato y no aparece como por dos horas. Me gustaría que sea más formal con los horarios, así los garches serían menos apurados y sin estar con la oreja atenta a los ruidos que vaya a hacer el cuerno al entrar. No me quejo, el tío tiene una tranca de burro que compensa cualquier incomodidad, pero cuando me tiene arrodillada y me toma de los brazos hacia atrás, o me agarra de los pelos para bombearme más hijadeputamente, me pierdo, y en ese momento podría entrar mi novio montado sobre un rinoceronte que yo no me enteraría. Y eso es peligroso, no me gustaría que mi novio se piense que es un cornudo.
Por suerte la última vez que fuimos, el tío se avivó y le puso a la puerta una traba de esas que permite abrir apenas unos centímetros. Con la excusa de un robo en el edificio le hizo creer al cuerno que era por seguridad, y no para que el pelotudo no entre directo y nos sorprenda cogiendo en la cama. Así que desde ahora ya cogemos más relajados, yo llevo lencería sexy en la cartera y le hago el showcito, que lo vuelve loco, y cogemos como dos animales. Ahora si quiere puede acabarme en la cara, y no únicamente adentro. Total, hay tiempo de ir al baño a lavarme y hasta cambiarme, si llega mi novio.
Porque me gusta recibir a mi novio hecha una princesita. Él se lo merece.
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Chicas, consíganse un novio que viva pendiende de cómo se ven físicamente. Sí, ya sé, eso es un poco superficial. Pero antes de desechar la idea déjenme explicarles. Un novio frívolo es muy fácil de convertir en cornudo. Les va a comprar ropa sexy que van a estrenar con los machos, les va a pagar clases de salsa o alguna de esas cosas, que es como si te pagaran tu propio amante. Y lo mejor, te va a pagar el gimnasio cuando le digas que te ves con un poquito de panza.
Respecto de esto, lo primero que se tiene que saber es que no hay que buscar el mejor gimnasio, sino el que tenga más tipos en la onda de lo que vos buscás: veinteañeros, treintañeros, veteranos potables, tipos de guita… lo que sea que te guste. También podés ir probando, mes a mes, diferentes gimnasios; total, el que paga es el cuerno.
A mí me gustan los de treinta y pico, así que me elijo el gimnasio más caro con ese perfil. No es necesario que sea el más caro; yo prefiero que sea el más caro porque de esa manera siento que mi novio es más pelotudo (y por consiguiente, más cornudo). Pero eso va en gustos.
Le hago comprar ropa deportiva bien de puta, y se la muestro y le hago el showcito para que se crea que me visto así para él, cuando en realidad le estoy mostrando con qué armas voy a atrapar a los machos que le van a coger a su mujer.
Y después de todo eso… ¡al gimnasio!
La manera más fácil y divertida de bajar esos kilitos de más es haciendo cornudo al pelotudo superficial de tu novio. Esto está comprobado casi científicamente. Así que una vez en el gym, utilizo uno o dos días para pararle el culito a todos, charlar con los que se le adivinan bultos más prominentes, provocar con miradas asesinas, comenzar a hacer chistes doble intencionados… Para el tercer día ya me empiezan a garchar en el cuartito de trastos. No todos. Seguramente uno, nada más. Eso es suficiente. Te garcha dos o tres días seguidos y antes de la semana vas a ver que los demás se te empiezan a insinuar con estrategias burdas y casi obscenas. Acá el truco es siempre sonreír y aceptar a todos. Incluso si hay alguno que no te gusta del todo. Si aceptás sin ningún “pero” a los primeros tres, cuatro o cinco, en una semana todo el gimnasio, incluidos los turnos a los que no vas, se enteran que sos la putita nueva del gym. Se te van a regalar todos. Vas a empezar a recibir mensajes de wasap de gente que ni siquiera sabías que iba al gimnasio. Y ahí, claro, sí empezás a elegir. Y a exigir: foto de la verga, mínimo. Porque tampoco es cuestión de engañar a tu novio con otro idiota pito corto como él. Una debe mantenerse leal al pelotudo. Perdón, al cornudo. Perdón, al amor de nuestras vidas...
Al dueño o gerente del gimnasio, no importa si te gusta o no, conviene aceptarle la insinuación. Si ese tipo está en el pool de machos que te garchan, vas a poder usar el gym como si fuera tu casa. O la casa del cuerno. Te van a garchar todo el día ahí, las veces que quieras, y nunca te van a echar ni te van a venir con boludeces de la imagen del gimnasio y tonterías morales. Al dueño hay que cogérselo, chicas. Aunque sea un gordo feo (tranquilas, generalmente tienen cuerpazos, están en ese ambiente desde adolescentes). Porque si no, terminás en el telo más cercano, y es un garrón pues no todos tienen dinero para gastar en hoteles una vez por día; y además, entre ir y venir, se pierde tiempo precioso que bien se podría usar en garcharse a algún otro vergón.
Porque la idea es bajar esos kilitos de más que al cornudo le hiciste creer que tenés, y él también quiere que bajes.
Así que en el fondo, todo esto es para él.
Así que en el fondo, todo esto es para él.
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A veces pasa que te invitan a un evento, o una joda donde sabés que va a estar llena de machos con altísimas chances de que te enfiesten y, claro, no vas a ir con el cornudo. La estrategia, esto tenés que saberlo, no es decirle que no querés que vaya, sino dibujársela como una salida de chicas a la que estás obligada a ir. Una despedida de soltera no es recomendable. Una salida de apoyo a una amiga que rompió, es lo ideal. Te hacés la que vas casi de mala gana, por obligación, con la promesa de que apenas puedas zafar, te volvés a sus brazos.
Él debe saber que vas a un boliche. Por si justo te cruzás a algún conocido suyo. Pero no importa, después vas al VIP y nadie podrá ver cómo te garchan entre tres tipos. Ya en el boliche le vas mandando mensajes de que tenés poca señal, como para acostumbrarlo a lo que después le vas a hacer creer que pasará. Y una vez en el VIP, esto es vital, le mandás una foto tuya sola, en el sillón, por ejemplo. Son importantes dos cosas: que te vea sola, sin siquiera amigas, y que no te vea triste. Que te vea sola es simplemente para que la imagen dé soledad y él inconscientemente se compadezca de vos. Y no poner carita triste es porque los cornudos tampoco son tan boludos (bueno, sí, pero no para estas cosas). Si sobreactuás, el inconsciente les va a decir que hay algo raro, así que sonreí o payaseá. A lo sumo poné cara de alegría obligada. Pero nunca triste.
Después apagá el celular y que los brasileros que conociste en el shopping y te invitaron a su VIP, te garchen de uno en uno… o todos juntos.
Ah, también es mucho muy importante que antes de llegar a casa te limpies toda la leche que te tiraron en la cara y en las tetas, y la que se te fue escurriendo por entre las piernas.
Ah, también es mucho muy importante que antes de llegar a casa te limpies toda la leche que te tiraron en la cara y en las tetas, y la que se te fue escurriendo por entre las piernas.
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Otro lugar donde se consiguen viejos hijos de puta —además de los recreos al aire libre que les comenté en la ocasión anterior— es en las fiestas familiares. Me refiero a las fiestas grandes, importantes, formales. Cumpleaños de 15, casamientos y aniversarios de los abuelos. Y no estoy diciendo de andar seduciendo a los familiares directos, ojo. Tengan en cuenta que una fiesta así puede ser terreno minado. Con los tíos y el suegro no conviene avanzar. Pero sí hay que estar atentas a si avanzan ellos.
En estas fiestas suelen ir parientes lejanos, tíos que no conoce nadie, amigos del suegro, gente sin vínculo familiar pero que han sido invitados por protocolo (como un jefe, un socio o ese vecino que una vez prestó plata para que el banco no remate). A esos suelo atacar. Con disimulo, claro, pero una ya sabe hasta qué punto mostrarse bien putita. Les cuento que casi siempre sale bien, y la vez que el tipo elegido tiene la moral inconveniente, no es alguien de tanta confianza como para ir con el chisme a tu novio. Es más, lo más probable es que ni lo conozca al pobre cuerno.
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Lo bueno de vivir en un edificio es que tienen encargados (o porteros, según el país). Y ustedes se preguntarán: a quién le importa el encargado, si yo solo quiero llenarle la frente de astas a mi amado noviecito. Es que con ese tipo tienen garantizada de por vida las coartadas de todos los garches en el edificio.
Les digo cómo son las cosas: más tarde o más temprano se va a saber que son las putitas del edificio. De ahí a los chismes, y de los chismes a los oídos del cornudo, es solo cuestión de tiempo. Es que ir de un piso al otro vestida de puta, con tacos y maquillada no engaña a nadie (solo al cuerno). Y los horarios “extraños” para salir de la casa de tal o cual vecino, imposibles de disimular.
Entonces la mejor estrategia es contar con el encargado. Cuando el chisme llegue a los oídos del cornudo —por ejemplo, que tal día a la tarde te vieron entrar al 4F y no salir durante dos horas—, vos le vas a decir a tu novio que ese día estuviste en tu departamento, con el portero arreglando la calderita o la persiana del living. Es una fija que el cuerno va a ir a constatar tu relato con el mismo portero. Lo hará con disimulo, pero lo va a hacer. Y ahí, el encargado (que por supuesto también te coge) va a corroborar tus dichos, dándote la coartada.
En mi caso, yo ya soy oficialmente la putita del edificio desde hace año y medio, me garcho como a quince vecinos y ya ni lo disimulo, me visto re puta a diario para andar por el vecindario, me les regalo a los vecinos que me gustan, hablo todo el tiempo con doble intención y siempre me hago quedar (supuestamente en chiste) como una trolita.
Las vecinas envidiosas que no se animan a hacer lo que yo hago le cuentan a mi novio que me vieron vestida de trola en los pasillos, que me vieron entrar en lo de tal vecino, que me escucharon gemir y acabar como una puta toda la tarde en lo de 3C, etc. Todo es verdad, y cuando mi novio me viene a decir algo, siempre sincronizo mi coartada con el encargado: que estuve encerrada media tarde en el ascensor, que el encargado estuvo en casa (como ya les dije), que esa tarde me fui al gimnasio, etc. Cuando el cuerno va a constatar mi relato, el encargado le dirá que me tuvo que sacar del ascensor después de una hora intentando abrir la puerta, que fue a revisar las cortinas, o que me vio salir del edificio vestida con leggins deportivos y remera y me vio volver tres horas después. El cuerno regresa contento y confiado a los brazos de mamita, sin sospechar nunca que entre las piernas todavía me chorrea la lechita tibia del vecino de abajo.
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Una de las cosas que me gusta de tener un novio es vestirme bien decente, con un jean y una camisola como la de mi mamá. Claro, tiene que ser un novio cornudo, de esos que nunca se enteran de nada; si no, mucha gracia no tiene.
Vestirte decente no es tan malo como suena. De vez en cuando tenés que ir de parientes y está bueno matar dos pájaros de un tiro: que tu novio no sospeche lo putita que sos, y que sus familiares te vean como la nena buena que siempre fuiste.
Después, cuando no estás con él, invariablemente siempre (o casi) te vestís re sexy, incluso provocativa en ocasiones. Porque al gimnasio no vas a ir en jogging, como las viejas. Te clavás unas leggins bien metidas en culo para que todos los chicos admiren lo que se pueden perforar con tan solo animarse a hablar. Si vas de compras no vas a ir con una falda hasta los tobillos tipo Sarah Key. La mini es casi obligación. Lo mismo cuando vas a la facultad: shortcito re clavado entre los cachetitos y remerita que te marque bien las tetas.
Lo hermoso de todo esto, además de que recibís insinuaciones y papelitos con teléfonos todo el tiempo, es ver la cara del cornudo cuando te ve salir sin él con ese tipo de ropa. Nunca es para él, siempre es para el mundo. Si te hace algún reclamo, no te hagas demasiado cargo de nada. No pierdas la sonrisa, despedilo con besito en la frente y seguí tu día. Luego, al regreso, con él en casa, otra vez a vestirse decente. Las reacciones de los cornudos (bueno, al menos del mío y de los novios de algunas de mis amigas) son de lo más interesantes. Porque les gusta verte sexy —tampoco es que salís a la calle recontra puta—, así que no pueden decirte nada. Solo que con ellos no. Y ahí viene lo divertido: cuando tenés una fiesta o salida con él y sus amigos, ahí sí ponete ropita bien bien bieeeen sexy, la que siempre reclama que uses con él. En el 80 por ciento de los casos no le va a gustar, especialmente si sus amigos son bien piratas o alguna vez le dijiste que tal o cual chico eran “re lindos”. Entonces ahí hasta le podés echar en cara al pobre cuerno que es un histérico, que se la pasa diciéndote que con él no te vestís linda y que cuando lo hacés, se queja. Y para hacerlo sentir culpable, te ponés otra vez decente para esa salida, aunque te pida que te vuelvas a vestir de puta.
Por los amigos no te preocupes. Son gente que ya conocés y van a darse cuenta que estás disponible con lo que digas y con lo que exprese tu cuerpo, más que con la ropa que tengas encima.
Les digo: los cornudos son las más interesantes, divertidas y manipulables personitas de todo el mundo. No cambiaría a mi novio ni por Brad Pit.
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Lo que hacemos siempre con el cuerno —perdón, con mi novio— los fines de semana que estamos aburridos y sin plata, es ir a los concesionarios de autos importados de alta gama, y hacer como que vamos a comprar uno.
Miramos varios y antes que el cuerno elija un sedan o una camioneta, yo me corto sola y termino eligiendo una coupé. Me encapricho, si es necesario. Con el verso de la compra, el cuerno pide probarlo. No lo dejan, claro, pero el vendedor puede llevarlo a dar una vuelta. En general los vendedores no quieren, nos ven muy chicos y se avivan que no vamos a comprar nada, pero cuando la negociación está a punto de fracasar, salto yo y con mi mejor vocesita y carita de nena buena (y fácil), me le insinúo al vendedor, incluso tomándole un brazo con mis dos manos y acercándole mucho mis pechos (si es necesario hasta rozándolo con ellos), y le digo que después de llevarlo a mi novo me tiene que llevar a mí.
No falla jamás.
Al cuerno siempre lo llevan a dar una vuelta manzana. Y a mí también, pero a la cochera de la concesionaria que está girando la esquina. Suelen meter el auto en el rincón más oscuro, tiran el asiento para atrás y…
—A chupar, putita…
Siempre me dicen así, no sé por qué. Tal vez porque les vengo agarrando el ganzo desde que me senté en el auto. Así que ahí voy, a mamar, que es de las cosas que más me gustan. Tomar las vergas desde la base, rodear el tronco y pajear mientras cabeceo sobre la pija y escucho al vendedor de turno gemir. Pero no hay mucho tiempo así que enseguida me toman de los pelos, me levantan de la mamada dejando un hilo de baba entre el glande y mi boquita de princesa, y me tiran sobre el asiento reclinado. Un día lo vamos a romper, porque se me montan desde atrás y me empiezan a garchar con fuerza. Por la conchita siempre, si hubiera más tiempo les pediría que entren también por atrás, pero todo no se puede. Me dan bomba, me llenan de pija, me manosean el culo y las tetas, si voy bien escotada. No hay manera de no acabar, aunque el garche sea breve. Pienso en el cuerno esperando solo y como un pelotudo en la concesionaria y me acabo toda, justo cuando el vendedor también se me viene adentro.
—¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! —me gritan siempre. Y me bombean con tanta furia que me sacuden contra el asiento de cuero y me hacen rebotar como una muñeca de goma—. ¡Puta! ¡Puta! ¡Putaaaahhhh!
Me empiezan a vaciar la leche adentro así como estamos, yo de espaldas a ellos, dándoles la cola. Los vendedores casi siempre me hincan los dedos de sus manotas en las nalgas hasta blanquearlas, y me clavan y perforan con violencia criminal. Como bestias.
—¡Te lleno, putón…! ¡Te lleno para que le lleves la leche al cuernooohhhhh…!!!
—¡Síííí…! ¡Acabame…! ¡Hacele un hijo así un día lo trae a ver los autos mientras me cogés con todos tus compañeros!
No sé por qué me sale decir todas esas cosas. Debe ser porque no hago más que pensar en mi novio y la familia que algún día vamos a formar.
♠ — Fin — ♠
fuente: rebelde G
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