Para mis 4 queridos lectores:
Acá van los capítulos 13 a 14 de "La casa en la playa". Para aquellos que arrancan por acá, les pido disculpas porque el relato es laargo. El relato, continuación de "Las vías", está ambientado en la década del 70 en una muy conocida playa de la provincia de Buenos Aires. Los personajes y la historia son 100% ficticios. Espero que les guste.
13.- Lucas
La crema "Culo Roto" era una receta que Eze había encontrado en una de las revistas gay de su viejo, la preparaba él mismo con hojas de Aloe Vera de su abuela, unas gotitas de xilocaína de la que se usa cuando los bebés comienzan a cortar los dientes, un machacado de hojas de malva de una maceta que tenía en su casa y algunas cremas que le birlaba a su madre y a su hermana. Esa noche los chicos pudieron comprobar que la BA era realmente efectiva y que Eze podía gozar de su culito como si nada hubiera pasado.
Saciado en todos el hambre de hombre, ya les comenzaba a picar el bagre, el sol estaba bien arriba y era hora de comenzar a preparar los chori. Dejaron de zarandear las bolas, se vistieron con short y remera y mientras el local reavivaba el fuego, Ezequiel comenzó a preparar la picada.
-Siempre vos cerca del salamín, Eze, si no te lo dan por el culo, lo tenés que pelar y picar, pero siempre el salamín cerca tuyo .
Eze sonriendo comenzó a lamerlo como si fuera una pija.
- Si vos jodé pero si no fuera porque tenés el culito escoriado, seguro ya estabas viendo si te calzaba con piolín y todo.
- Veo que no tienen un concepto muy alto de mi erotismo, un salamín es algo demasiado grasa para mi elegante culito. Si fuera un lever, puede ser,.... o un salchichón, mmmmmmm!!!!
El comentario se extendió a los largos y gruesos chorizos parrilleros que Mati estaba acomodando sobre la parrilla, pero el pibe de Flores lo cortó enseguida: ¡a mí no me gustan blandos!
Las brasas fueron haciendo lentamente su trabajo. Mientras, sentados en ronda los 4 amigos engullían despacio los trocitos de salame y queso, con un poco de pan y bastante del mismo rosado que bebieron en la pizzería. El vino también había estado guardado entre los matorrales, el previsor e inteligente Lucas había enterrado las botellas a 50 cm en la arena para mantenerlo mejor que en una conservadora de vinos. La temperatura del rosado era la justa, el sabor, perfecto. Lucas sabía venir a las lagunitas durante los días soleados de invierno, a veces inclusive con una carpa se pasaba un par de días, las más de las veces sino todas acompañado sólo de sus libros. El lugar le gustaba por su silencio, su soledad, y porque era un rinconcito que tenía paz y belleza, los tamariscos le daban su verdor perenne, lo proveían de leña, sombra en verano y refugio del viento en invierno, las lagunitas le daban agua súper pura de lluvia todo el año y la playita escondida resguardo y tranquilidad. ¿Qué más pedir? En cada viaje dejaba algo para tener cuando se presentara la ocasión, entonces entre los tamariscos ya tenía un mini mercado de no-perecederos: especias, sal, yerba, azúcar, café instantáneo, vino, whisky, fernet, arroz, fósforos... de todo.
Los tres porteños comenzaron a tirarle la lengua a Lucas para que contara su historia. En realidad, Lucas no era de San Clemente sino de Dolores. Allá estaban sus padres, sus amigos... y Silvia, su novia. Cuando terminó la secundaria decidió venir un verano a probar suerte a San Clemente con su novia para hacer unos pesos y costearse la facultad.
Una amiga de ella les prestó el depa de los padres y ahí se pasaron de diciembre a marzo, culeando a lo loco por supuesto. Lucas enseguida consiguió laburo en la pizzería, y su novia en una casa de ropa. Pero abril se vino con toda la lluvia, Silvia no se bancó más la monotonía y el frio de San Clemente fuera de temporada y se tuvieron que volver.
Al año siguiente Silvia no quiso seguirlo, discutieron y terminaron la relación. Ya el depa de la amiga no estaba disponible, así que alquiló un sucucho espantoso pero barato a 25 cuadras de la playa, una mezcla de rancho y casita, con techo de chapa, ventanas chiquitas, piso de cemento y baño elemental en un terreno grandote, alambrado viejo por los cuatro costados y media docena de eucaliptos inmensos. En la pizzería lo esperaban, así que el laburo estaba asegurado. Laburaba de lunes a domingo, sin parar, ya que la temporada estaba a full y el gallego le pagaba muy bien las horas extras.
En la pizzería laburaba también Antonio, un chico de Madariaga que venía por la temporada. Alto, trigueño, de sonrisa franca y hablar campechano, pueblerino y abundante. Enseguida se hicieron amigos. Como la pizzería cerraba de 3 a 6 de la tarde y de ahí seguía hasta las 2 de la mañana, había que usar la tarde para descansar un rato y pegarse una ducha para estar fresco para el servicio de la noche. Como la casa de Lucas estaba lejos, Antonio lo invitó a que viniera a dormir la siesta a su departamento, que estaba bastante cerca de la pizzería. Lucas aceptó feliz. Había una sola cama y el calor en el depa era infernal, por lo que ambos chicos dormían en bolas o casi, en la misma cama, pero todo bien, nadie pensaba en nada raro, o casi. Lucas comenzó a mirar con interés a su amigo y a llenarse de sensaciones sugestivas, no es que pusiera los ojos en él con morbo, pero en esas casi tres horas casi en bolas todos los días, era imposible no mirarlo. Antonio tenía un cuerpo bellísimo, musculoso, fuerte, pecho y piernas velludos, una pija gorda y cabezona perdida en un matorral negro brillante y un culo bien masculino, macizo y casi sin vellos, como su espalda, que era perfecta y grande.
Cuando llegó marzo se acabaron las horas extras y las propinas se cayeron como calzón de puta. El alquiler del depa era caro y Antonio estaba pensando en volverse a Madariaga. Lucas pagaba mucho menos por su casita lejana, pero también le costaba pagar, por lo que se le ocurrió proponerle a Antonio que se viniera a vivir con él y pagaban el alquiler y los gastos a medias. Antonio aceptó de inmediato y así un domingo de fines de marzo mudaron todas sus cosas en la chata del gallego al rancho del lejano oeste donde vivía Lucas. La semana siguiente la pizzería iba a estar cerrada por vacaciones - ahora que había poco y nada de trabajo, el gallego aprovechaba para a visitar a su hija a Buenos Aires-, así que iban a tener tiempo para acomodarse.
En la casa había un solo dormitorio y una sola cama. -Che-, le dijo Antonio, -que durmiéramos la siesta en la misma cama, vaya y pase, pero si vamos a vivir ahora los dos juntos acá, los vecinos van a pensar mal-. Lucas estuvo de acuerdo y le propuso que cuando cobraran el sueldo fueran al baratija a comprar un par de camas de una plaza usadas, y que mientras tanto, si le preocupaba tanto el tema de lo que pensaran los vecinos, él se ofrecía a dormir en el sillón desvencijado del comedor. Antonio, inteligente le dijo que no hacía falta, que podían dormir los dos juntos como en todas las siestas, pero "por si venían vecinos de visita" armara una cama en el sillón para que pareciera que él dormía allí. ¡Trato hecho!
Ya el clima se había puesto frío, así que esa primera noche pusieron las dos únicas frazadas que tenían y usaron una sábana a modo de cortina para bajar el chiflete que entraba por el marco de la añosa ventana. Ninguno tenía pijama y dormir vestidos era incómodo, así que se metieron en la cama en slips y medias esperando que con el calor humano la cosa mejorara. Conversaron mucho esa noche, la luz apagada, Lucas le contó de su ex novia y Antonio también de la ex suya, ya que también se habían dejado cuando él se vino a San Clemente. Antonio, mucho menos reservado que Lucas, le contó de sus aventuras sexuales y de las cositas que hacía con su novia en Madariaga, de cómo hacían temblar los maizales y de lo loca que se ponía cuando se la daba por el culo. Habían empezado con el anal en la semana de regla, pero al final a su ex le gustaba tanto o más que por la concha, así que con la excusa de que el condón le raspaba la chucha, muchas veces se ponía en cuatro entre los choclos, Antonio se la daba por el culo y la loca gritaba hasta espantar a las perdices. Lucas, callado, recordaba que jamás su ex le había pedido por atrás y que a él tampoco se le había ocurrido, si bien se daba cuenta que en la cama mandaba siempre su novia y que él sólo la servía y cumplía sus pedidos, sin pensar demasiado en su propio placer.
La charla se fue haciendo más espaciada y el silencio de a poco se fue tornando en respiración pausada. Lucas se volteó hacia afuera y se quedó dormido. Luego de un tiempo, quizás un par de horas, Lucas despertó sin frío. Antonio estaba durmiendo pegado a su espalda, con un brazo sobre su hombro. El pecho tibio de su amigo le resultó deliciosamente agradable y escuchar su suave respiración en su cuello también. De pronto se dio cuenta que la pija de su amigo estaba apoyada en su culo, esa carne gorda y cabezona le parecía más grande aún. Las sensaciones sugestivas volvieron a invadirlo. ¡No!, él no era puto, se tenía que correr, porque dormir juntos está bien, pero dejar que te apoyen la pija ya es pasarse de la raya. Pero... en el fondo no se sentía incómodo. Lo que lo molestaba un poco era que su culo sentía como un cosquilleo, como que su raja estaba nerviosa. ¡No!, él no era puto. Trató de volver a dormir, imposible, la neuralgia de sus nalgas lo tenía a mal traer. ¿Estaría tibia como el pecho de Antonio?, ¿y eso que te importa?, le gritaba su cabeza, pero comenzó a darse cuenta que su culito se manejaba por su cuenta y no por lo que le dictaba su cerebro, o al menos su parte consciente. Al fin no pudo evitar más la curiosidad y el deseo irracional, con muchísimo cuidado le bajó por delante el slip a Antonio y por detrás el suyo para que la pija de Antonio se apoyara en sus nalgas. Si, estaba igual de tibia, pero no transmitía sólo calor, había algo diferente, de hecho, la neuralgia de su culo al contacto con la carne de Antonio, se multiplicó por 10. ¿Sería puto?, nooo!!, pero... la novia de Antonio se volvía loca por la pija, pero es lógico, era una mina!, peor aún, tenía concha, pero prefería por el culo. Pero... una cosa es el culo de una mujer y otra el culo de un hombre, no digas pavadas, los culos, más grandes, más chicos, más peludos, menos peludos, son la misma cosa. Pero... debe ser horrible que te metan eso en el culo, y entonces si fuera tan feo, ¿por qué todos dicen que cada vez hay más putos?, ¿por qué el chiste no tan chiste que el que la prueba una vez, no la deja más? Pero..., pero nada, Antonio está dormido y nadie se va a enterar, mejor me saco un poco más la duda. Con una mano entonces se abrió un cachete y con la otra se llevó la pija casi fláccida de Antonio a su esfínter. Wow!, un espasmo eléctrico le recorrió todo el cuerpo. Se asustó un poco y se quedó quieto. Qué rico se sentía. Con el calor de sus nalgas la pija de Antonio comenzó a pararse. ¿Se despertaría? Mejor lo dejaba ahí. Se levantó despacio de la cama y fue al baño, se tocó el culo y lo sintió mojado, ¿por qué? Intentó mear, pero no podía, se miró la pija y la peló, tenía un poco de pre-seminal, recién lo notaba, mmm, ¡qué feo!, no quiero que me guste. Al fin decidió hacerse una paja, le saltó mucho más rápido que lo acostumbrado, se lavó y volvió a la cama. Antonio seguía durmiendo plácidamente en la misma posición, entonces para evitar volver a apoyar su culo contra la pija de su amigo, se acostó del otro lado, y así, culo con culo bien separados, en seguida se durmió.
Antonio se levantó primero, a eso de las 9, preparó el mate y el pan con dulce de leche y lo fue a despertar. Como si nada. Lucas, más que contento porque su aventurita de la noche había pasado desapercibida para su compañero. Ese medio día se premiaron con un asadito para festejar la nueva extraña pareja. Doña Teresa, la vecina de enfrente vino por la tarde a traer unas tortas fritas y conocer al nuevo vecino. Quedó encantada con Antonio y, cuando vio la cama armada sobre el sofá destartalado, lo retó a Lucas por lo mal que trataba a su amigo, no lo podía hacer dormir ahí. Le explicaron que era por unos días, hasta que cobraran y pudieran comprar una cama. Los dos chicos felices de su previsión, con doña Teresa no se jodía, porque lo que ella veía o escuchaba en pocas horas lo sabía todo el barrio.
Ya la noche comenzaba a caer temprano y, en ese barrio que conservaba mucho de campo, con pocas casas, iluminación más que miserable en las calles y muchos árboles, la oscuridad se notaba mucho más rápido. En la tele prehistórica sólo se veía el canal local y, con suerte y adivinando las imágenes, un canal de Mar del Plata, así que no había mucho para hacer. Leyeron un rato, escucharon música en la radio, cenaron los restos del asado y, ¿que más quedaba?, irse temprano a la cama.
Lucas se desvistió un poco nervioso, esperaba que su culo esta noche no le volviera a jugar una mala pasada.
La charla enseguida se encaminó por los carriles que abandonaron la noche anterior cuando se quedaron dormidos. Esta vez Antonio quiso saber de las cositas que Lucas hacía con su novia, y Lucas comenzó a contar, con un poco de vergüenza, lo que hacía con su novia. Mientras contaba se iba dando cuenta de lo poco que él gozaba cogiéndola por lo que en realidad la monotonía de su relato no era por exceso de vergüenza sino por sobre todo por falta de entusiasmo. Antonio no llegó a percibir el estado interior de Lucas, solamente creía que hablaba tan quedo y falto de excitación por simple decoro y caballerosidad y hasta sintió un poco de culpa por haber sido tan explícito con el relato de lo que hacía con su novia. Evidentemente Lucas era todo un caballero y él un fauno calentón, pero como fauno que era, no pudo dejar de preguntarle a Lucas si le daba por el culo a la novia. Lucas confesó que nunca había cogido a una mina por el culo (en realidad, fuera de su tiempo con Silvia, sus relaciones sexuales se podían contar con los dedos de una mano, pero Antonio no tenía por qué saberlo), y que nunca se había animado porque ni siquiera sabía cómo hacerlo sin lastimar a la mina en lo físico y en lo emocional. Antonio entonces tomó la batuta y comenzó a darle una clase de penetración anal: hacerle el culo a una mina es re-fácil, si la mina te da el culo es porque está re-caliente y seguro tiene la concha bien mojada, entonces agarrás juguito de la misma chucha y con eso le lubricás el culo, se la vas metiendo despacito y seguro que no hay mina que no le entra hasta las bolas casi sin dolor o al menos con un dolor que la calentura le deja soportar. Ahora con los tipos es más difícil, hay que lubricarlos y dilatarlos bien porque si nó los podés hacer llorar del dolor, y además la pija te queda colorada y dolorida. Lucas no podía creer lo que escuchaba. Antonio acababa de confesar que se había cogido a un puto, o a varios, aunque tal vez, sólo para hacerse el canchero, hablaba por lo que le habían contado. Casi en broma entonces, creyendo poner en apuros morales a su amigo, con su mejor tono de voz de macho piola y comprensivo de esas cosas, le preguntó: -Entonces vos Anto te cogiste alguna vez a un puto? Antonio ni se inmutó, naturalmente le respondió que se había cogido a unos cuantos y que, como dice el cantito de la cancha "de a poquito de a poquito de a poquito...", él la había roto el culo a cuanto pendejo puto o con ganas de serlo había en Madariaga. Lucas asombrado, y con su culo ya más que nervioso, pidió detalles, y Antonio comenzó a explayarse a gusto. Menos mal que aún era temprano, porque el relato fue largo.
14.- Antonio
Antonio solía pasar muchos fines de semana en la chacra de un tío, hermano de la madre, Juan Pedro, un tipo divino, bon vivant, solterón, bohemio, de unos 40 años, amante del buen rock and roll y de la pintura de Dalí, al que durante largas tardes trataba de imitar, en un caballete que ponía en la galería del caserón de la chacra. No era grande la chacra, unas pocas hectáreas, unos pocos corderos y unos pocos cerdos que vendía en las carnicerías del pueblo, algo de maíz, un pequeño criadero de truchas para los restaurantes de la costa, algo de factura de cerdo súper VIP, unas pocas holando para hacer unos quesos especiales que mandaba a Buenos Aires, lo necesario para vivir bien, sin grandes lujos ya que el tío no tenía intenciones de volverse rico. La casona de la chacra era increíble, sin duda remanente de alguna gran estancia que luego fue dividida y vendida, señorial, casi un castillo francés, amoblada exquisitamente y desmesurada para su único habitante, ya que el tío vivía solo, con dos peones que hacían casi todo el trabajo de la chacra. Pero inclusive éstos no vivían en la mansión, sino en la casa de los peones, que estaba a 100 metros y que, también de otros tiempos, podía albergar a 20, pero que era toda para Mancha y Gato, como Juan Pedro llamada a sus "peoncitos".
Uno de esos fines de semana de verano, Antonio no dejaba de romperle las bolas al tío para ir a pescar algún bagre al arroyo, pero el hombre estaba ensimismado en su caballete tratando de que el culo de Gala le quedara tan bien pintado como le quedaba a su esposo, por lo que pocas ganas tenía de cambiar pinceles por lombrices. Sin sacar los ojos de la tela le dijo que fuera con Mancha y Gato. Los peoncitos estaban tomando fresco sentados debajo de uno de los eucaliptos del parque, Gato masticando una hoja verde del árbol (el mejor desodorante bucal que existe), y Mancha tirando piedritas a una lata que había colocado a unos metros.
Cuando escucharon la propuesta de Anto, cuchichearon algo entre ellos, sonriendo, y enseguida aceptaron.
Fueron a buscar un par de cañas al galpón y se encaminaron al arroyo, que distaba un par de kilómetros de la casa. Apenas arrancaron, Mancha y Gato comenzaron a hablar de sexo, de cómo le habían dado por el culo a tal mina, de que tal otra era más puta que las gallinas, que al quintero de La Amanecida le decían tres pies y que para coger se tenía que poner un pañuelo a mitad de la pija como tope porque sinó reventaba a las minas, que se comentaba que el hijo de doña Ester era puto.., todo con lujo de detalles que iban poniendo cachondo a Antonio. Llegados al arroyo, Mancha mandó a Gato que fuera a buscar lombrices al montecito. Gato con un tono de voz casi seductor, que confundió a Antonio, mirándolo directo a los ojos, penetrante, extraño, le preguntó "Me acompañás?". Salieron para el monte y cuando estaban bien en la espesura, Gato le pidió que se detuvieran para mear. Peló su verga y se puso tranquilamente a mear a la vista de Antonio que, con discreción, por curiosidad nada más, trataba de mirársela. Luego de la sacudida final, Gato, se puso de frente a Antonio y sonriendo y mostrándosela le dijo -¿viste que linda pija que tengo? - Antonio, siguiendo la broma, le retrucó -no tan linda como la mía-, A ver?, pelá si sos macho!, Antonio, que seguía medio cachondo por la charla, no tuvo el menor problema en sacar su gorda herramienta. Gato levantó las cejas cuando vio el grosor del palo, pero no se amedrentó. -Viste huevón?, la mía es más larga, bien larguita como le gusta a los putitos como vos. - Anto, prendido a la joda, no se iba a quedar callado - Yo putito?, pero si se nota que se te hace agua la boca por chuparmela!-, Ay siii!!!, respondió Gato haciéndose el marica y arrimándose a Antonio en tren fingido de comenzar a chupársela, pero el tren de fingido no tenía nada, y antes que Antonio pudiera reaccionar, el Gato tenía su pija dentro de la boca. -Pará Gato, que hacés?, soltá-, pero el Gato estaba con los ojos cerrados mamando con todo. -Dale, largá Gato, no me hagás enojar-, pero el Gato seguía. Y la verdad, a Antonio la mamada le estaba gustando y si bien protestaba y le pedía al Gato que cortara, su pija se iba poniendo cada vez más dura. Un último -pará por favor- y después sólo ayes y quejidos de placer. Se había entregado, el Gato sabía hacer bien su trabajo y pudo quebrar todos los prejuicios del heterosexual Antonio, con algo que ningún hombre puede resistir, el sexo oral, porque, con los ojos cerrados, ¿quién puede saber si te la chupa una hembra o un macho?
Cuando el Gato percibió que ya Antonio estaba en las nubes, sin dejar de chupar se fue aflojando la ropa y en un santiamén la pija de Antonio dejó su boca sólo para comenzar a recibir el franeleo de las nalgas morenas del Gato. Imposible resistir, Antonio, ya en furor, apoyó al Gato contra un tronco y comenzó a clavarlo con fuerza, bestialmente. A pesar que su culito estaba bien entrenado, el dolor era intenso, pero las palabrotas que le decía Antonio con cada embestida compensaban cualquier dolor: tomá puto, la querías?, ahi la tenés trolo!, te voy a hacer sangrar el culo marica, tomá!, tomá!, tomá! A medida que el culo fue dilatando y lubricándose, la sensación en la pija de Antonio se fue haciendo cada vez más placentera, más eléctrica, más abarcadora. Ya no había lugar para los insultos sino para los ayes de placer, mutuos, porque el Gato también gozaba a full ahora y ahora era él el que hablaba: siii, dámela toda, soy tu putita, rompeme el culo, dale, toda, toda, llename de tu leche de machoooo! En pocos minutos la cosa había pasado de casi una violación a una cama deliciosamente compartida, que terminó como tenía que terminar: con el culo del Gato desbordando de leche (Antonio llevaba meses sin coger) y con la leche de su pija regando el árbol en el que estaba apoyado.
Para terminar exitosamente la conversión de hetero a bi/homo, el Gato sabía que tenía que evitar el síndrome de culpa post cogida, así que mientras estaba aún gorda dentro de él, le dio una tremenda franela moviendo sus nalgas, cerrando su esfinter para aumentar la presión y apoyándose con fuerza contra el pubis de Antonio. El resultado fue el esperado, Antonio aún tenía mucha leche dentro, así que volvió a calentarse, se le paró nuevamente y comenzó a darle un mete y saca suave. Bingo!, pensó el Gato, que entonces comenzó a hablarle: -te gustó machote?, -más o menos Gato, pero al que quiere se le da, - en serio?, por eso me la estás dando de vuelta?, - yo no le niego un vaso de agua a nadie, puto!, -querés ver cómo coge un puto?, sacate la ropa y acostate que vas a saber lo que es el culito de un puto! Antonio, cachondazo, en un minuto estaba en bolas acostado en el piso con la pija como mástil. El Gato se montó despacito en su palo, no porque no le entrara sino porque quería hacerle sentir a Antonio cada milímetro de penetración. Como buen paisano, resultó mejor jinete de pija que de potros y en cinco minutos Antonio estaba completamente entregado, quejándose como jamás se había quejado, completamente estático, mientras el Gato galopaba expertamente su verga, acariciaba su pecho y franeleaba sus pezones. Más que galope era trote, porque justamente el Gato quería que fuera largo y que el placer continuo terminar por resquebrajar la armadura hetero de Antonio. El éxito estuvo seguro cuando Antonio comenzó a decirle -Ay Gatito, así, así, seguí Gatito, mmm que rico que estás, que culito nene! , así, así, cométela toda que me ponés loco Gatito, porfa, sacame la leche con ese culito hermoso, putito! El Gato, sonriendo satisfecho, le preguntó -¿soy un puto de mierda ahora?, -no, no, no Gatito, perdoname, no sabía, esto es divino, te voy a coger todos los días, siempre, siempre, ahhh! El gato cerró el esfínter y aceleró el galope, en pocos minutos Antonio volvió a vaciarse dentro de ese culito que le estaba enseñando a ser puto. Se separaron despacito y se quedaron los dos, lado a lado apoyados sobre un tronco caído. Acariciándose el bajo vientre, relajado como nunca, Antonio, sonriendo, miró al peoncito y le dijo - ¡me violaste Gato!, y el Gato, sonriendo también, -yo te violé, pero a mí me duele el culo, ¿cómo es eso, Anto?
Los dos rieron. La primera preocupación de Antonio fue - ¿Y ahora qué le vamos a decir al Mancha?, -no te preocupes, - lo tranquilizó el Gato, -Mancha es tan puto como yo.
Allí Antonio se enteró que Mancha y Gato, además de atender las tareas de la chacra, también atendían a su tío, solterón no porque le faltaron oportunidades, sino porque le gustaban los hombres. Su bohemio tío era gay y, salvo que hubiera visitas, todas las tardes le daba por el culo al Gato y todas las noches se cogía a Mancha, sin fallar un sólo día. Y que además tenía una cábala: para que las cosas le fueran bien, tenía que comenzar el mes con el culo roto. Loco, ¿no?, pero cada primer día hábil del mes, luego de la cena, el tío Juan los esperaba en su cuarto, con una tanga, medias y porta ligas negro y esa noche Gato y Mancha se lo cogían de todas las maneras posibles y le daban leche por todos los agujeros. Ésa era la única noche que dormían los tres juntos. El resto del mes, el tío ni se dejaba tocar el culo, pero esa noche, era la reina de las putas. El gato terminó con -si no me creés, abrile el último cajón de la derecha del ropero, ahí vas a encontrar la lencería y una cajita con las fotos que nos sacamos con la Polaroid. Dejá todo como está, no toques nada. Antonio no lo podía creer, pero alguna vez se animó y encontró la tanga y encontró las fotos y todo lo que el Gato dijo.
Cuando volvieron al arroyo, el Mancha ya tenía tres bagres grandotes sacudiéndose. Los recibió con una sonrisa socarrona, y mirando al Gato, mientras apuntaba con el mentón para el lado de Antonio, le preguntó -¿dejaste algo para mí? El Gato, serio, respondió, - Antonio es un machazo, tuvo para mí, tiene para vos y para 6 más como vos, ¿qué te creés?, el sobrino del patroncito es semental como el patroncito!
No hubo más polvos esa tarde, pero los tres se hicieron tan amigos que no hubo fin de semana que no salieran juntos a algún lado y que no le sacaran a Antonio un poco de leche fresca. El Gato tenía una habilidad especial para detectar toda clase de hombres de gustos especiales: casados con ganas de probar, solteros deseosos de machos, jóvenes que buscaban iniciación. Esto a pesar de lo pacato, tradicionalista y rígido de la sociedad de Madariaga, o tal vez por eso mismo. Si eran activos, el Gato se hacía cargo, si eran pasivos, Antonio tomaba la posta. Mancha en cambio, por un respeto que el tío no le pedía, rara vez se encamaba con alguno. Así, con la ayuda del Gato, Antonio había pasado por tantos culos de macho que ya había perdido la cuenta. Si el tío Juan lo sabía o no, siempre fue una incógnita. A él nunca le hizo el menor comentario.
(continuará)
Acá van los capítulos 13 a 14 de "La casa en la playa". Para aquellos que arrancan por acá, les pido disculpas porque el relato es laargo. El relato, continuación de "Las vías", está ambientado en la década del 70 en una muy conocida playa de la provincia de Buenos Aires. Los personajes y la historia son 100% ficticios. Espero que les guste.
13.- Lucas
La crema "Culo Roto" era una receta que Eze había encontrado en una de las revistas gay de su viejo, la preparaba él mismo con hojas de Aloe Vera de su abuela, unas gotitas de xilocaína de la que se usa cuando los bebés comienzan a cortar los dientes, un machacado de hojas de malva de una maceta que tenía en su casa y algunas cremas que le birlaba a su madre y a su hermana. Esa noche los chicos pudieron comprobar que la BA era realmente efectiva y que Eze podía gozar de su culito como si nada hubiera pasado.
Saciado en todos el hambre de hombre, ya les comenzaba a picar el bagre, el sol estaba bien arriba y era hora de comenzar a preparar los chori. Dejaron de zarandear las bolas, se vistieron con short y remera y mientras el local reavivaba el fuego, Ezequiel comenzó a preparar la picada.
-Siempre vos cerca del salamín, Eze, si no te lo dan por el culo, lo tenés que pelar y picar, pero siempre el salamín cerca tuyo .
Eze sonriendo comenzó a lamerlo como si fuera una pija.
- Si vos jodé pero si no fuera porque tenés el culito escoriado, seguro ya estabas viendo si te calzaba con piolín y todo.
- Veo que no tienen un concepto muy alto de mi erotismo, un salamín es algo demasiado grasa para mi elegante culito. Si fuera un lever, puede ser,.... o un salchichón, mmmmmmm!!!!
El comentario se extendió a los largos y gruesos chorizos parrilleros que Mati estaba acomodando sobre la parrilla, pero el pibe de Flores lo cortó enseguida: ¡a mí no me gustan blandos!
Las brasas fueron haciendo lentamente su trabajo. Mientras, sentados en ronda los 4 amigos engullían despacio los trocitos de salame y queso, con un poco de pan y bastante del mismo rosado que bebieron en la pizzería. El vino también había estado guardado entre los matorrales, el previsor e inteligente Lucas había enterrado las botellas a 50 cm en la arena para mantenerlo mejor que en una conservadora de vinos. La temperatura del rosado era la justa, el sabor, perfecto. Lucas sabía venir a las lagunitas durante los días soleados de invierno, a veces inclusive con una carpa se pasaba un par de días, las más de las veces sino todas acompañado sólo de sus libros. El lugar le gustaba por su silencio, su soledad, y porque era un rinconcito que tenía paz y belleza, los tamariscos le daban su verdor perenne, lo proveían de leña, sombra en verano y refugio del viento en invierno, las lagunitas le daban agua súper pura de lluvia todo el año y la playita escondida resguardo y tranquilidad. ¿Qué más pedir? En cada viaje dejaba algo para tener cuando se presentara la ocasión, entonces entre los tamariscos ya tenía un mini mercado de no-perecederos: especias, sal, yerba, azúcar, café instantáneo, vino, whisky, fernet, arroz, fósforos... de todo.
Los tres porteños comenzaron a tirarle la lengua a Lucas para que contara su historia. En realidad, Lucas no era de San Clemente sino de Dolores. Allá estaban sus padres, sus amigos... y Silvia, su novia. Cuando terminó la secundaria decidió venir un verano a probar suerte a San Clemente con su novia para hacer unos pesos y costearse la facultad.
Una amiga de ella les prestó el depa de los padres y ahí se pasaron de diciembre a marzo, culeando a lo loco por supuesto. Lucas enseguida consiguió laburo en la pizzería, y su novia en una casa de ropa. Pero abril se vino con toda la lluvia, Silvia no se bancó más la monotonía y el frio de San Clemente fuera de temporada y se tuvieron que volver.
Al año siguiente Silvia no quiso seguirlo, discutieron y terminaron la relación. Ya el depa de la amiga no estaba disponible, así que alquiló un sucucho espantoso pero barato a 25 cuadras de la playa, una mezcla de rancho y casita, con techo de chapa, ventanas chiquitas, piso de cemento y baño elemental en un terreno grandote, alambrado viejo por los cuatro costados y media docena de eucaliptos inmensos. En la pizzería lo esperaban, así que el laburo estaba asegurado. Laburaba de lunes a domingo, sin parar, ya que la temporada estaba a full y el gallego le pagaba muy bien las horas extras.
En la pizzería laburaba también Antonio, un chico de Madariaga que venía por la temporada. Alto, trigueño, de sonrisa franca y hablar campechano, pueblerino y abundante. Enseguida se hicieron amigos. Como la pizzería cerraba de 3 a 6 de la tarde y de ahí seguía hasta las 2 de la mañana, había que usar la tarde para descansar un rato y pegarse una ducha para estar fresco para el servicio de la noche. Como la casa de Lucas estaba lejos, Antonio lo invitó a que viniera a dormir la siesta a su departamento, que estaba bastante cerca de la pizzería. Lucas aceptó feliz. Había una sola cama y el calor en el depa era infernal, por lo que ambos chicos dormían en bolas o casi, en la misma cama, pero todo bien, nadie pensaba en nada raro, o casi. Lucas comenzó a mirar con interés a su amigo y a llenarse de sensaciones sugestivas, no es que pusiera los ojos en él con morbo, pero en esas casi tres horas casi en bolas todos los días, era imposible no mirarlo. Antonio tenía un cuerpo bellísimo, musculoso, fuerte, pecho y piernas velludos, una pija gorda y cabezona perdida en un matorral negro brillante y un culo bien masculino, macizo y casi sin vellos, como su espalda, que era perfecta y grande.
Cuando llegó marzo se acabaron las horas extras y las propinas se cayeron como calzón de puta. El alquiler del depa era caro y Antonio estaba pensando en volverse a Madariaga. Lucas pagaba mucho menos por su casita lejana, pero también le costaba pagar, por lo que se le ocurrió proponerle a Antonio que se viniera a vivir con él y pagaban el alquiler y los gastos a medias. Antonio aceptó de inmediato y así un domingo de fines de marzo mudaron todas sus cosas en la chata del gallego al rancho del lejano oeste donde vivía Lucas. La semana siguiente la pizzería iba a estar cerrada por vacaciones - ahora que había poco y nada de trabajo, el gallego aprovechaba para a visitar a su hija a Buenos Aires-, así que iban a tener tiempo para acomodarse.
En la casa había un solo dormitorio y una sola cama. -Che-, le dijo Antonio, -que durmiéramos la siesta en la misma cama, vaya y pase, pero si vamos a vivir ahora los dos juntos acá, los vecinos van a pensar mal-. Lucas estuvo de acuerdo y le propuso que cuando cobraran el sueldo fueran al baratija a comprar un par de camas de una plaza usadas, y que mientras tanto, si le preocupaba tanto el tema de lo que pensaran los vecinos, él se ofrecía a dormir en el sillón desvencijado del comedor. Antonio, inteligente le dijo que no hacía falta, que podían dormir los dos juntos como en todas las siestas, pero "por si venían vecinos de visita" armara una cama en el sillón para que pareciera que él dormía allí. ¡Trato hecho!
Ya el clima se había puesto frío, así que esa primera noche pusieron las dos únicas frazadas que tenían y usaron una sábana a modo de cortina para bajar el chiflete que entraba por el marco de la añosa ventana. Ninguno tenía pijama y dormir vestidos era incómodo, así que se metieron en la cama en slips y medias esperando que con el calor humano la cosa mejorara. Conversaron mucho esa noche, la luz apagada, Lucas le contó de su ex novia y Antonio también de la ex suya, ya que también se habían dejado cuando él se vino a San Clemente. Antonio, mucho menos reservado que Lucas, le contó de sus aventuras sexuales y de las cositas que hacía con su novia en Madariaga, de cómo hacían temblar los maizales y de lo loca que se ponía cuando se la daba por el culo. Habían empezado con el anal en la semana de regla, pero al final a su ex le gustaba tanto o más que por la concha, así que con la excusa de que el condón le raspaba la chucha, muchas veces se ponía en cuatro entre los choclos, Antonio se la daba por el culo y la loca gritaba hasta espantar a las perdices. Lucas, callado, recordaba que jamás su ex le había pedido por atrás y que a él tampoco se le había ocurrido, si bien se daba cuenta que en la cama mandaba siempre su novia y que él sólo la servía y cumplía sus pedidos, sin pensar demasiado en su propio placer.
La charla se fue haciendo más espaciada y el silencio de a poco se fue tornando en respiración pausada. Lucas se volteó hacia afuera y se quedó dormido. Luego de un tiempo, quizás un par de horas, Lucas despertó sin frío. Antonio estaba durmiendo pegado a su espalda, con un brazo sobre su hombro. El pecho tibio de su amigo le resultó deliciosamente agradable y escuchar su suave respiración en su cuello también. De pronto se dio cuenta que la pija de su amigo estaba apoyada en su culo, esa carne gorda y cabezona le parecía más grande aún. Las sensaciones sugestivas volvieron a invadirlo. ¡No!, él no era puto, se tenía que correr, porque dormir juntos está bien, pero dejar que te apoyen la pija ya es pasarse de la raya. Pero... en el fondo no se sentía incómodo. Lo que lo molestaba un poco era que su culo sentía como un cosquilleo, como que su raja estaba nerviosa. ¡No!, él no era puto. Trató de volver a dormir, imposible, la neuralgia de sus nalgas lo tenía a mal traer. ¿Estaría tibia como el pecho de Antonio?, ¿y eso que te importa?, le gritaba su cabeza, pero comenzó a darse cuenta que su culito se manejaba por su cuenta y no por lo que le dictaba su cerebro, o al menos su parte consciente. Al fin no pudo evitar más la curiosidad y el deseo irracional, con muchísimo cuidado le bajó por delante el slip a Antonio y por detrás el suyo para que la pija de Antonio se apoyara en sus nalgas. Si, estaba igual de tibia, pero no transmitía sólo calor, había algo diferente, de hecho, la neuralgia de su culo al contacto con la carne de Antonio, se multiplicó por 10. ¿Sería puto?, nooo!!, pero... la novia de Antonio se volvía loca por la pija, pero es lógico, era una mina!, peor aún, tenía concha, pero prefería por el culo. Pero... una cosa es el culo de una mujer y otra el culo de un hombre, no digas pavadas, los culos, más grandes, más chicos, más peludos, menos peludos, son la misma cosa. Pero... debe ser horrible que te metan eso en el culo, y entonces si fuera tan feo, ¿por qué todos dicen que cada vez hay más putos?, ¿por qué el chiste no tan chiste que el que la prueba una vez, no la deja más? Pero..., pero nada, Antonio está dormido y nadie se va a enterar, mejor me saco un poco más la duda. Con una mano entonces se abrió un cachete y con la otra se llevó la pija casi fláccida de Antonio a su esfínter. Wow!, un espasmo eléctrico le recorrió todo el cuerpo. Se asustó un poco y se quedó quieto. Qué rico se sentía. Con el calor de sus nalgas la pija de Antonio comenzó a pararse. ¿Se despertaría? Mejor lo dejaba ahí. Se levantó despacio de la cama y fue al baño, se tocó el culo y lo sintió mojado, ¿por qué? Intentó mear, pero no podía, se miró la pija y la peló, tenía un poco de pre-seminal, recién lo notaba, mmm, ¡qué feo!, no quiero que me guste. Al fin decidió hacerse una paja, le saltó mucho más rápido que lo acostumbrado, se lavó y volvió a la cama. Antonio seguía durmiendo plácidamente en la misma posición, entonces para evitar volver a apoyar su culo contra la pija de su amigo, se acostó del otro lado, y así, culo con culo bien separados, en seguida se durmió.
Antonio se levantó primero, a eso de las 9, preparó el mate y el pan con dulce de leche y lo fue a despertar. Como si nada. Lucas, más que contento porque su aventurita de la noche había pasado desapercibida para su compañero. Ese medio día se premiaron con un asadito para festejar la nueva extraña pareja. Doña Teresa, la vecina de enfrente vino por la tarde a traer unas tortas fritas y conocer al nuevo vecino. Quedó encantada con Antonio y, cuando vio la cama armada sobre el sofá destartalado, lo retó a Lucas por lo mal que trataba a su amigo, no lo podía hacer dormir ahí. Le explicaron que era por unos días, hasta que cobraran y pudieran comprar una cama. Los dos chicos felices de su previsión, con doña Teresa no se jodía, porque lo que ella veía o escuchaba en pocas horas lo sabía todo el barrio.
Ya la noche comenzaba a caer temprano y, en ese barrio que conservaba mucho de campo, con pocas casas, iluminación más que miserable en las calles y muchos árboles, la oscuridad se notaba mucho más rápido. En la tele prehistórica sólo se veía el canal local y, con suerte y adivinando las imágenes, un canal de Mar del Plata, así que no había mucho para hacer. Leyeron un rato, escucharon música en la radio, cenaron los restos del asado y, ¿que más quedaba?, irse temprano a la cama.
Lucas se desvistió un poco nervioso, esperaba que su culo esta noche no le volviera a jugar una mala pasada.
La charla enseguida se encaminó por los carriles que abandonaron la noche anterior cuando se quedaron dormidos. Esta vez Antonio quiso saber de las cositas que Lucas hacía con su novia, y Lucas comenzó a contar, con un poco de vergüenza, lo que hacía con su novia. Mientras contaba se iba dando cuenta de lo poco que él gozaba cogiéndola por lo que en realidad la monotonía de su relato no era por exceso de vergüenza sino por sobre todo por falta de entusiasmo. Antonio no llegó a percibir el estado interior de Lucas, solamente creía que hablaba tan quedo y falto de excitación por simple decoro y caballerosidad y hasta sintió un poco de culpa por haber sido tan explícito con el relato de lo que hacía con su novia. Evidentemente Lucas era todo un caballero y él un fauno calentón, pero como fauno que era, no pudo dejar de preguntarle a Lucas si le daba por el culo a la novia. Lucas confesó que nunca había cogido a una mina por el culo (en realidad, fuera de su tiempo con Silvia, sus relaciones sexuales se podían contar con los dedos de una mano, pero Antonio no tenía por qué saberlo), y que nunca se había animado porque ni siquiera sabía cómo hacerlo sin lastimar a la mina en lo físico y en lo emocional. Antonio entonces tomó la batuta y comenzó a darle una clase de penetración anal: hacerle el culo a una mina es re-fácil, si la mina te da el culo es porque está re-caliente y seguro tiene la concha bien mojada, entonces agarrás juguito de la misma chucha y con eso le lubricás el culo, se la vas metiendo despacito y seguro que no hay mina que no le entra hasta las bolas casi sin dolor o al menos con un dolor que la calentura le deja soportar. Ahora con los tipos es más difícil, hay que lubricarlos y dilatarlos bien porque si nó los podés hacer llorar del dolor, y además la pija te queda colorada y dolorida. Lucas no podía creer lo que escuchaba. Antonio acababa de confesar que se había cogido a un puto, o a varios, aunque tal vez, sólo para hacerse el canchero, hablaba por lo que le habían contado. Casi en broma entonces, creyendo poner en apuros morales a su amigo, con su mejor tono de voz de macho piola y comprensivo de esas cosas, le preguntó: -Entonces vos Anto te cogiste alguna vez a un puto? Antonio ni se inmutó, naturalmente le respondió que se había cogido a unos cuantos y que, como dice el cantito de la cancha "de a poquito de a poquito de a poquito...", él la había roto el culo a cuanto pendejo puto o con ganas de serlo había en Madariaga. Lucas asombrado, y con su culo ya más que nervioso, pidió detalles, y Antonio comenzó a explayarse a gusto. Menos mal que aún era temprano, porque el relato fue largo.
14.- Antonio
Antonio solía pasar muchos fines de semana en la chacra de un tío, hermano de la madre, Juan Pedro, un tipo divino, bon vivant, solterón, bohemio, de unos 40 años, amante del buen rock and roll y de la pintura de Dalí, al que durante largas tardes trataba de imitar, en un caballete que ponía en la galería del caserón de la chacra. No era grande la chacra, unas pocas hectáreas, unos pocos corderos y unos pocos cerdos que vendía en las carnicerías del pueblo, algo de maíz, un pequeño criadero de truchas para los restaurantes de la costa, algo de factura de cerdo súper VIP, unas pocas holando para hacer unos quesos especiales que mandaba a Buenos Aires, lo necesario para vivir bien, sin grandes lujos ya que el tío no tenía intenciones de volverse rico. La casona de la chacra era increíble, sin duda remanente de alguna gran estancia que luego fue dividida y vendida, señorial, casi un castillo francés, amoblada exquisitamente y desmesurada para su único habitante, ya que el tío vivía solo, con dos peones que hacían casi todo el trabajo de la chacra. Pero inclusive éstos no vivían en la mansión, sino en la casa de los peones, que estaba a 100 metros y que, también de otros tiempos, podía albergar a 20, pero que era toda para Mancha y Gato, como Juan Pedro llamada a sus "peoncitos".
Uno de esos fines de semana de verano, Antonio no dejaba de romperle las bolas al tío para ir a pescar algún bagre al arroyo, pero el hombre estaba ensimismado en su caballete tratando de que el culo de Gala le quedara tan bien pintado como le quedaba a su esposo, por lo que pocas ganas tenía de cambiar pinceles por lombrices. Sin sacar los ojos de la tela le dijo que fuera con Mancha y Gato. Los peoncitos estaban tomando fresco sentados debajo de uno de los eucaliptos del parque, Gato masticando una hoja verde del árbol (el mejor desodorante bucal que existe), y Mancha tirando piedritas a una lata que había colocado a unos metros.
Cuando escucharon la propuesta de Anto, cuchichearon algo entre ellos, sonriendo, y enseguida aceptaron.
Fueron a buscar un par de cañas al galpón y se encaminaron al arroyo, que distaba un par de kilómetros de la casa. Apenas arrancaron, Mancha y Gato comenzaron a hablar de sexo, de cómo le habían dado por el culo a tal mina, de que tal otra era más puta que las gallinas, que al quintero de La Amanecida le decían tres pies y que para coger se tenía que poner un pañuelo a mitad de la pija como tope porque sinó reventaba a las minas, que se comentaba que el hijo de doña Ester era puto.., todo con lujo de detalles que iban poniendo cachondo a Antonio. Llegados al arroyo, Mancha mandó a Gato que fuera a buscar lombrices al montecito. Gato con un tono de voz casi seductor, que confundió a Antonio, mirándolo directo a los ojos, penetrante, extraño, le preguntó "Me acompañás?". Salieron para el monte y cuando estaban bien en la espesura, Gato le pidió que se detuvieran para mear. Peló su verga y se puso tranquilamente a mear a la vista de Antonio que, con discreción, por curiosidad nada más, trataba de mirársela. Luego de la sacudida final, Gato, se puso de frente a Antonio y sonriendo y mostrándosela le dijo -¿viste que linda pija que tengo? - Antonio, siguiendo la broma, le retrucó -no tan linda como la mía-, A ver?, pelá si sos macho!, Antonio, que seguía medio cachondo por la charla, no tuvo el menor problema en sacar su gorda herramienta. Gato levantó las cejas cuando vio el grosor del palo, pero no se amedrentó. -Viste huevón?, la mía es más larga, bien larguita como le gusta a los putitos como vos. - Anto, prendido a la joda, no se iba a quedar callado - Yo putito?, pero si se nota que se te hace agua la boca por chuparmela!-, Ay siii!!!, respondió Gato haciéndose el marica y arrimándose a Antonio en tren fingido de comenzar a chupársela, pero el tren de fingido no tenía nada, y antes que Antonio pudiera reaccionar, el Gato tenía su pija dentro de la boca. -Pará Gato, que hacés?, soltá-, pero el Gato estaba con los ojos cerrados mamando con todo. -Dale, largá Gato, no me hagás enojar-, pero el Gato seguía. Y la verdad, a Antonio la mamada le estaba gustando y si bien protestaba y le pedía al Gato que cortara, su pija se iba poniendo cada vez más dura. Un último -pará por favor- y después sólo ayes y quejidos de placer. Se había entregado, el Gato sabía hacer bien su trabajo y pudo quebrar todos los prejuicios del heterosexual Antonio, con algo que ningún hombre puede resistir, el sexo oral, porque, con los ojos cerrados, ¿quién puede saber si te la chupa una hembra o un macho?
Cuando el Gato percibió que ya Antonio estaba en las nubes, sin dejar de chupar se fue aflojando la ropa y en un santiamén la pija de Antonio dejó su boca sólo para comenzar a recibir el franeleo de las nalgas morenas del Gato. Imposible resistir, Antonio, ya en furor, apoyó al Gato contra un tronco y comenzó a clavarlo con fuerza, bestialmente. A pesar que su culito estaba bien entrenado, el dolor era intenso, pero las palabrotas que le decía Antonio con cada embestida compensaban cualquier dolor: tomá puto, la querías?, ahi la tenés trolo!, te voy a hacer sangrar el culo marica, tomá!, tomá!, tomá! A medida que el culo fue dilatando y lubricándose, la sensación en la pija de Antonio se fue haciendo cada vez más placentera, más eléctrica, más abarcadora. Ya no había lugar para los insultos sino para los ayes de placer, mutuos, porque el Gato también gozaba a full ahora y ahora era él el que hablaba: siii, dámela toda, soy tu putita, rompeme el culo, dale, toda, toda, llename de tu leche de machoooo! En pocos minutos la cosa había pasado de casi una violación a una cama deliciosamente compartida, que terminó como tenía que terminar: con el culo del Gato desbordando de leche (Antonio llevaba meses sin coger) y con la leche de su pija regando el árbol en el que estaba apoyado.
Para terminar exitosamente la conversión de hetero a bi/homo, el Gato sabía que tenía que evitar el síndrome de culpa post cogida, así que mientras estaba aún gorda dentro de él, le dio una tremenda franela moviendo sus nalgas, cerrando su esfinter para aumentar la presión y apoyándose con fuerza contra el pubis de Antonio. El resultado fue el esperado, Antonio aún tenía mucha leche dentro, así que volvió a calentarse, se le paró nuevamente y comenzó a darle un mete y saca suave. Bingo!, pensó el Gato, que entonces comenzó a hablarle: -te gustó machote?, -más o menos Gato, pero al que quiere se le da, - en serio?, por eso me la estás dando de vuelta?, - yo no le niego un vaso de agua a nadie, puto!, -querés ver cómo coge un puto?, sacate la ropa y acostate que vas a saber lo que es el culito de un puto! Antonio, cachondazo, en un minuto estaba en bolas acostado en el piso con la pija como mástil. El Gato se montó despacito en su palo, no porque no le entrara sino porque quería hacerle sentir a Antonio cada milímetro de penetración. Como buen paisano, resultó mejor jinete de pija que de potros y en cinco minutos Antonio estaba completamente entregado, quejándose como jamás se había quejado, completamente estático, mientras el Gato galopaba expertamente su verga, acariciaba su pecho y franeleaba sus pezones. Más que galope era trote, porque justamente el Gato quería que fuera largo y que el placer continuo terminar por resquebrajar la armadura hetero de Antonio. El éxito estuvo seguro cuando Antonio comenzó a decirle -Ay Gatito, así, así, seguí Gatito, mmm que rico que estás, que culito nene! , así, así, cométela toda que me ponés loco Gatito, porfa, sacame la leche con ese culito hermoso, putito! El Gato, sonriendo satisfecho, le preguntó -¿soy un puto de mierda ahora?, -no, no, no Gatito, perdoname, no sabía, esto es divino, te voy a coger todos los días, siempre, siempre, ahhh! El gato cerró el esfínter y aceleró el galope, en pocos minutos Antonio volvió a vaciarse dentro de ese culito que le estaba enseñando a ser puto. Se separaron despacito y se quedaron los dos, lado a lado apoyados sobre un tronco caído. Acariciándose el bajo vientre, relajado como nunca, Antonio, sonriendo, miró al peoncito y le dijo - ¡me violaste Gato!, y el Gato, sonriendo también, -yo te violé, pero a mí me duele el culo, ¿cómo es eso, Anto?
Los dos rieron. La primera preocupación de Antonio fue - ¿Y ahora qué le vamos a decir al Mancha?, -no te preocupes, - lo tranquilizó el Gato, -Mancha es tan puto como yo.
Allí Antonio se enteró que Mancha y Gato, además de atender las tareas de la chacra, también atendían a su tío, solterón no porque le faltaron oportunidades, sino porque le gustaban los hombres. Su bohemio tío era gay y, salvo que hubiera visitas, todas las tardes le daba por el culo al Gato y todas las noches se cogía a Mancha, sin fallar un sólo día. Y que además tenía una cábala: para que las cosas le fueran bien, tenía que comenzar el mes con el culo roto. Loco, ¿no?, pero cada primer día hábil del mes, luego de la cena, el tío Juan los esperaba en su cuarto, con una tanga, medias y porta ligas negro y esa noche Gato y Mancha se lo cogían de todas las maneras posibles y le daban leche por todos los agujeros. Ésa era la única noche que dormían los tres juntos. El resto del mes, el tío ni se dejaba tocar el culo, pero esa noche, era la reina de las putas. El gato terminó con -si no me creés, abrile el último cajón de la derecha del ropero, ahí vas a encontrar la lencería y una cajita con las fotos que nos sacamos con la Polaroid. Dejá todo como está, no toques nada. Antonio no lo podía creer, pero alguna vez se animó y encontró la tanga y encontró las fotos y todo lo que el Gato dijo.
Cuando volvieron al arroyo, el Mancha ya tenía tres bagres grandotes sacudiéndose. Los recibió con una sonrisa socarrona, y mirando al Gato, mientras apuntaba con el mentón para el lado de Antonio, le preguntó -¿dejaste algo para mí? El Gato, serio, respondió, - Antonio es un machazo, tuvo para mí, tiene para vos y para 6 más como vos, ¿qué te creés?, el sobrino del patroncito es semental como el patroncito!
No hubo más polvos esa tarde, pero los tres se hicieron tan amigos que no hubo fin de semana que no salieran juntos a algún lado y que no le sacaran a Antonio un poco de leche fresca. El Gato tenía una habilidad especial para detectar toda clase de hombres de gustos especiales: casados con ganas de probar, solteros deseosos de machos, jóvenes que buscaban iniciación. Esto a pesar de lo pacato, tradicionalista y rígido de la sociedad de Madariaga, o tal vez por eso mismo. Si eran activos, el Gato se hacía cargo, si eran pasivos, Antonio tomaba la posta. Mancha en cambio, por un respeto que el tío no le pedía, rara vez se encamaba con alguno. Así, con la ayuda del Gato, Antonio había pasado por tantos culos de macho que ya había perdido la cuenta. Si el tío Juan lo sabía o no, siempre fue una incógnita. A él nunca le hizo el menor comentario.
(continuará)
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