100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.
CAPITULO 1
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Capítulo 17:
Su mirada bajó hasta mis tetas y yo me di cuenta, pues la discreción no era una característica de su persona. Cuando volví a hablarle, sus ojos regresaron rápidamente a los míos y se notaba el morbo en su rostro. Di un paso hacia adelante, decidida a lograr mi objetivo y noté como él titubeaba al responderme. Incliné mi cuerpo sutilmente hacia adelante y dejé que mi escote se luciera aún más, sabía que esa era mi mejor arma. Él no sabía qué hacer, su mirada subía y bajaba contantemente y sus manos se aferraban con fuerza al escritorio en el que estaba apoyado. De pronto, se paró firme en frente mío y me dijo lo que verdaderamente quería, haciendo que toda mi estrategia se cayera al suelo.
Me llamo Yamila, tengo 26 años y hace poco decidí irme a vivir sola. Desde que me fui de la casa de mis padres tomé una medida desacertada atrás de la otra. El primer error que hice fue aceptar un trabajo que odiaba por el simple hecho de que me pagaban un poco más. La empresa cerró a los pocos meses y el otro puesto de trabajo al que había aplicado ya estaba ocupado por alguien más. El segundo error fue aceptar un trabajo mediocre en un call center. Era necesario, pues nada más aparecía y necesitaba la plata para pagar alquiler y poder vivir. El tercer error fue dejar mis estudios faltándome tan solo 5 materias, lo que me llevaron a que me atrasara muchísimo y perdiera el ritmo de estudio, desmotivándome por completo.
Sin embargo, el mayor error que cometí desde ese entonces fue haberme comprado un auto de más de 15 años de antigüedad. Me lo vendí un amigo de mi cuñado, con el cual tengo muy poco contacto. Lo fui a ver yo sola, creyendo que iba a poder notar los desperfectos del mismo, pero a los meses me di cuenta que había hecho una horrible inversión. Problemas con el aceite, el motor, el balanceo y otro tipo de complicaciones que fueron apareciendo a medida que avanzaban los meses. La única ventaja que veía, era que lo había comprado a muy bajo costo, por lo que tenía ahorros para pagar todos los arreglos que iban surgiendo.
Por suerte, a la vuelta de donde me mudé hay un taller bastante grande y que resultó ser mi salvación la mañana que me levanté y no logré hacer arrancar el auto. Fui hasta el taller a las corridas y le pregunté al primer chico que vi si podía darme una mano. Se trataba de un chico de 32 años llamado Manuel, el cual se acercó hasta el estacionamiento y me confirmó que tenía un problema en el motor que claramente no entendí. “¿Podes solucionarlo rápido?” le pregunté y él me dijo que sí, pero que tenía que ir al taller a buscar las herramientas. Fue más lento de lo que yo pensaba, pero por suerte, dos horas más tarde tenía el auto en marcha y unos pesos menos en la billetera.
Pero mi mala suerte con ese vehículo no se hizo esperar y tan solo dos semanas más tarde, pinché una rueda. Aproveché que estaba cerca de mi casa y manejé hasta el taller, donde volví a encontrarme con Manuel, quien me arregló la rueda que tenía un clavo enorme clavado. Mientras esperaba el arreglo, me di cuenta que Manuel era un chico muy simpático y amable. Aproveché para mirarlo mientras trabajaba y noté que tenía un buen cuerpo y una linda sonrisa y a pesar de que no era mi tipo, me sentí levemente atraída hacia él. Ese día volví a salir del taller con el auto funcionando y con un poco menos de plata en mi haber.
Los problemas empezaron a hacerse cada vez más frecuentes con el auto y en los siguientes seis meses, terminé yendo cuatro veces a que me solucionen diferentes cosas. Cada vez que me veían entrar, me saludaban como si fuera una amiga de toda la vida, pero siempre era Manuel el que me atendía a mí. La tercera vez que lo vi, llevaba una musculosa algo escotada que dejaba ver mi mayor atributo y me di cuenta que él no era para nada disimulado. En más de una oportunidad bajó su vista para verme las tetas y cuando volvía a subir la mirada, se lo veía algo sonrojado. A pesar de que me llevaba 6 años de edad, parecía sentirse intimidado por mi presencia y sobre todo por mis enormes lolas.
Al cabo de un año, tuve el mayor problema con el auto. Estando estacionado en la puerta de la casa de una amiga, alguien le arrancó el espejo del lado del conductor. Al día siguiente llevé el auto al taller y le comenté a Manuel el problema que había tenido. “¿Y el seguro no te lo cubre?” me preguntó y yo le confesé que tenía uno de los seguros más básicos para no pagar mucha plata. Lo cierto era que desde que trabajaba en el call center apenas me alcanzaba para pagar el alquiler y las cosas básicas del día a día. Muchos de mis ahorros se habían esfumado en los diferentes arreglos del auto y casi que no tenía para pagar ese nuevo arreglo y se lo hice saber a Manuel.
- No te hagás problema, veo de conseguirte un repuesto económico y de mano de obra te cobramos solo los materiales.- Me dijo y me sentí muy feliz de que hiciera lo posible para cobrarme lo mínimo.
Le agradecí algo aliviada y en el impulso de felicidad me tiré encima suyo y le di un abrazo. Ni bien me alejé, noté que Manuel me miraba fijo a las tetas y se sentía algo shockeado por lo que acababa de pasar. “¡Ay perdón! Me dejé llevar” le dije notando como sus ojos seguían clavados en mi pecho. Él me dijo que no había problema y que veía de encargarse del repuesto del espejo. Salí de la oficina del taller y cuando estaba a punto de cerrar la puerta, me di vuelta para ver que el mecánico me estaba mirando la cola muy poco disimuladamente. Cuando me percaté de ello, él se hizo el distraído y rápidamente se puso a hacer otra cosa.
Una semana más tarde, Manuel me llamó para hacerme saber que había conseguido el repuesto y que el mismo era mucho más barato de lo que habíamos hablado originalmente. A la mañana siguiente le llevé el auto al taller y me dijo que fuera a buscarlo a las 7 de la tarde, horario en el que dejaban de trabajar. Como yo salía a la misma hora del call center, le pedí si me podía esperar un rato más y me dijo que no había problema. Cuando le llevé el auto, aproveché para mostrarle un poco más mi escote, el cual era bastante importante ese día y para hacerle saber que estaba muy agradecida con él.
Llegué al taller unos veinte minutos pasado el horario y me encontré con que la persiana estaba baja y la puerta cerrada. Mi auto estaba estacionado afuera, pero la llave la tenían adentro del taller, por lo que no podía llevármelo. Al principio pensé que se había olvidado de lo que le había dicho, pero tras tocar la puerta y esperar unos segundos, me encontré con que Manuel todavía estaba adentro. Me mostró el arreglo y yo me quedé fascinada al ver que el mismo estaba excelente. Le agradecí una vez más y entramos al taller para poder arreglar el pago y llevarme la llave. Cuando pasé por la puertita de la persiana, inclinándome hacia adelante, volví a notar los ojos del mecánico en mi pecho.
Entramos a la oficina y nos paramos los dos frente al escritorio, donde él había dejado la factura preparada. El precio era más bajo del que habíamos hablado en un principio, pero el costo de mano de obra seguía siendo altísimo. Le pregunté a que se debía ese valor y me dijo que es el monto que el taller imponía. “¿Pero vos no me habías dicho que lo iban a bajar un poco?” le pregunté parándome en frente suyo y sacando pecho para ver si lograba quebrarlo de esa manera. Manuel bajó su vista hasta mis tetas y después volvió a subirla para hacer contacto con mis ojos nuevamente. Me dijo que había hecho todo lo posible, pero que el gerente le había dicho que no se podía bajar más. Sin embargo, noté como su voz temblaba mientras me decía eso y como su mirada volvía a descender hasta mi pecho para subir nuevamente, segundos más tarde.
Tratando de conseguir un descuento mayor en el pago del arreglo, me acerqué un poco más hacia él y apreté mis tetas con los brazos en el momento en el que me inclinaba sutilmente hacia adelante. “¿Y no se puede hacer algo para que el arreglo salga un poco menos?” le dije y apoyé una de mis manos en sus hombros para acariciarlo delicadamente. Era evidente que él estaba nervioso y que se sentía intimidado frente a esa situación. Pero sus ojos no podían dejar de bajar a mis lolas y sus manos parecían verse tentadas por ellas. Fue en ese momento cuando pensé en regalarle unos segundos de tacto con mi cuerpo para ver si de esa forma lograba ablandarlo.
Agarré una de sus manos con la mía y la llevé directamente a mi pecho izquierdo para que lo tocara y lo sintiera por encima de la remera. “¿Te gusta?” le pregunté y el asintió moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo. Claramente estaba haciendo eso porque Manuel era un pibe atractivo y agradable, ya que nunca lo hubiese hecho con un viejo baboso. Pero mi objetivo principal no era otro que conseguir que el mecánico me rebajara un poco el costo del arreglo. Comencé a mover lentamente su mano por encima de mi teta en forma de círculos y sentí como este la apretaba sutilmente. Había logrado ablandarlo y fue entonces cuando me animé a preguntárselo directamente.
- ¿Esto alcanza para bajar un poquito el costo?
Él titubeo y de entrada me dijo que no sabía, que tenía que hablarlo con el gerente. Me di cuenta que no había sido suficiente y tomé su otra mano para llevarla a mi pecho derecho y permitirle así sentir mis dos lolas a la vez. “¿Y esto?” le pregunté después pero él no respondió. Estaba demasiado concentrado en mis gomas, las cuales estaban siendo amasadas por sus dedos. Pero el resultado fue el mismo y Manuel me dijo que no podía hacer más nada para bajarme un poco el costo. Indignada, solté sus manos y le dije que entonces iba a tener que pedirle un plan de pagos porque no me alcanzaba la plata en ese momento.
- A menos que…- Dijo él y dio un paso hacia adelante, parándose firmemente en frente mío.
- ¿”A menos que” qué?- Le pregunté yo esperando ver cuál era su propuesta, sabiendo que iba a ser una indecente.
- A menos que me la chupes.- Dijo decidido y en mi rostro se dibujó una sonrisa.
Obviamente estaba esperando una solicitud de ese tipo y a pesar de que no la había meditado previamente, estaba dispuesta a aceptarla. “Si yo te la chupo… Vos no me cobrás la mano de obra” le negocié apoyando mi mano en su pecho y bajándola lentamente por su cuerpo. “Dale” aceptó él felizmente y me sonrió conforme con el trato que acabábamos de hacer. Sin dudarlo, me arrodillé delante suyo y mientras él se relajaba apoyándose contra el escritorio, comencé a desabrocharle el pantalón. Se lo bajé hasta las rodillas y me encontré con un bulto bastante grande que se había formado debajo del bóxer que tenía puesto. Se lo agarré por encima de la ropa y lo miré para comprobar que Manuel me seguía observando con una sonrisa en el rostro.
Rápidamente metí mi mano adentro del bóxer y saqué su pija, la cual estaba bastante dura. No era muy grande, pero si era bien gruesa y eso me calentó bastante. Empecé a pajearlo con mi mano al mismo tiempo que él se terminaba de bajar el bóxer hasta dejarlo a la altura de sus muslos. Sentía como su pija se iba poniendo cada vez más dura a medida que mis manos la iban recorriendo hacia arriba y hacia abajo. “Dale nena, chupámela” me dijo él con voz decidida y me di cuenta que el mecánico tímido y que se sonrojaba cada vez que lo pescaba mirándome las tetas había desaparecido. Saqué mi lengua y la pasé por la punta de su pija para ver su reacción, pero no se inmutó en lo más mínimos.
Entonces empecé a chupársela como yo bien sabía hacerlo y ahí noté la diferencia. Cuando metí su pija en mi boca y mis labios empezaron a tocarla, Manuel vibró por unos segundos y luego volvió a aferrarse con fuerza al escritorio. Rápidamente, comencé a mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, marcando un ritmo continuo en el que su verga bien dura salía y entraba de mi boca. Al ser tan gruesa, tenía que abrir bien grande la boca para que esta entrara en mí, pero eso parecía encantarle al mecánico que me seguía observando fascinado. Sin lugar a dudas, le encantaba la forma en la que se la chupaba y por alguna extraña razón, a mí también me calentaba la escena.
Manuel inclinó su cuerpo hacia adelante y metió una de sus manos en mi remera para empezar a manosearme las tetas mientras yo seguía deleitándome con su pija. La chupaba con más ganas, lamiéndola por fuera y metiéndomela en mi boca para comérmela hasta donde podía. Con una de mis manos lo seguía pajeando y con la otra me aferraba a su pantalón. No descuidé para nada sus huevos, los cuales le lamí con ganas al darme cuenta que le gustaba eso tras probar sutilmente. En el momento en el que mi lengua chocó contra sus testículos, Manuel lanzó un gemido de placer bien agudo, que le hizo dar cuenta de que ese era un punto clave para complacer a mi mecánico.
Cuando lo tuve a mi merced, empecé a chupársela con más ganas, moviendo mi cabeza a toda velocidad hacia adelante y hacia atrás. Mis labios subían y bajaban por su pija y de vez en cuando volvían hasta sus huevos para lamerlos por completo. Mi mano se movía como loca hacia arriba y hacia abajo encima de su pija, pajéandolo con ganas, mientras que mis ojos subían de vez en cuando para encontrarse con su mirada. Seguía escuchando sus gemidos, los cuales ya eran mucho más frecuentes y que me hacían saber que Manuel estaba a punto de llegar a la cima del placer.
- Voy a acabar, nena.- Me advirtió y enseguida me saqué su pija de la boca.
No se lo había preguntado, pero tenía bien en claro donde él quería dejarme su marca. Lo empecé a pajear a toda velocidad mientras me arrodillaba derecha en frente suyo. Apunté con su pija a mis tetas y segundos más tarde empezó la descarga. Un chorro de leche bien caliente y espesa salió dispara hacia mi cuerpo y pegó encima de mis pechos y comenzó a caer sobre ellos. El segundo chorro pegó en mi remera y el tercero volví a apuntarlo encima de mis lolas, las cuales estaban parcialmente cubiertas por mi ropa. El resto de la leche terminó cayendo en mi cuerpo, en el piso y en mi mano, la cual seguía sujetando su pija con firmeza. Mis ojos, se clavaban en el rostro de Manuel, el cual emanaba una sonrisa que indicaba que le encantaba lo que acabábamos de hacer.
Terminamos y fui al baño a limpiarme rápidamente para después salir y encontrarme con que Manuel había modificado la factura y le había sacado el costo de mano de obra. Contenta, le pagué la diferencia (la cual era menos de la mitad del precio original) y tras agarrar la llave de mi auto, salí del taller con la idea de volver a mi casa y bañarme. Cuando me subí al auto, noté que la puerta del taller volvía a abrirse y el mecánico salía con un papel. “Tu factura” me dijo y me la entregó. Yo la agarré con la mano y me puse a leerla mientras que él volvía a meterse en el taller. No me sorprendió, pero me encantó ver la firma que decía “Usted fue atendido/a por Manuel” y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Lugar n° 17: Taller mecánico
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