Somos Fernando y Cecilia, ambos somos profesionales, tenemos dos hijos y una vida sexual que me animaría a juzgar como más que aceptable, y que incluso mejoró con los años de estar juntos. Ceci es morocha, de altura media tirando a alta; tiene unas piernas largas, cierta pancita que la acompleja un poco y unos pechos enormes que en la calle suelen atraer miradas de los extraños. Dominante en la vida cotidiana le excita mucho ser sumisa en el sexo, la atraen ocasionalmente las mujeres y tiene un marcado fetiche con los hombres mayores iniciando jovencitas. Como desde hace un tiempo tengo la recurrente fantasía de ser cornudo, venía “preparándola” mirando juntos videos de DP, cuckhold, gangbang y todas esas cosas. Cuando podía, sacaba indirectamente el tema, pero ella sólo lo aceptaba como fantasía compartida y decía que ni loca quería pasar a los hechos. Sin embargo, poco a poco fui notando que el asunto la atraía cada vez más. Hace unos días un familiar nos dijo que cuidaría a los niños. Por fin podíamos disfrutar de una noche libre. Le anuncié que quería salir a un club swinger (solo a mirar, por supuesto) y también pasar la noche en un hotel. Pensé que iba a tirarme algo por la cabeza, pero aceptó. Tuvimos dos veces sexo en el hotel y llegó la hora de prepararnos para salir. Se encerró en el baño y luego de un rato salió. Jamás la había visto tan sexy: una blusa negra, suelta, minifalda negra de cuero, el pelo recogido en una colita, las uñas de manos y pies pintadas de negro y sandalias de taco muy alto, que realzaban notoriamente su cola. Debajo, me mostró, la tanga estilo tipo hilo dental que le había regalado esa misma tarde. En el club nos sentamos cerca de la barra y tomamos un par de tragos mientras iba llegando la gente y comentábamos los personajes que aparecían: las parejas, mucho más atractivas de lo que nos habíamos imaginado, y los “depredadores” que acechaban solos, algunos un poco sórdidos y otros más atractivos. Al principio Ceci estaba pudorosa: no se animaba ni siquiera a levantar la vista, y me miraba sólo a mí. Poco a poco, con la atmósfera, los tragos y el show erótico de los strippers se fue relajando y aclimatando: todavía evitaba la mirada de los hombres y las parejas que pasaban, y decía que si alguien venía a hablarnos se moriría de vergüenza. Me confesó entre risas que, mientras yo había ido al baño, una mujer se le había acercado a charlar y ella la había espantado. Nos besamos bastante y noté que no le molestaba que la tomara abiertamente del culo en medio de tanta gente. Luego del show comenzó la música. Compramos unos tragos más y salimos a la pista. A mí no me gusta bailar (menos los ritmos latinos) pero a ella sí. Sobre todo, le fascina el regaetton. Yo me movía como podía, sintiéndome un robot, mientras ella se soltaba cada vez más. No conocíamos los “códigos” del lugar pero era evidente que algo pasaba con las miradas, con la gente que de vez en cuando pasaba demasiado cerca o se ponía a bailar al lado. De a ratos Ceci me decía que alguien la rozaba y pasaba de largo. Le daba mucha vergüenza, pero seguía bailando, soltándose, dejándose llevar por la música. Yo me fui cansando de bailar y me quedaba parado en mi lugar, moviendo apenas los brazos, mientras ella bailaba. Al rato me di cuenta de que un tipo bailaba bien cerca al lado suyo: maduro, medio canoso, de buen físico. Además de intuir que podía atraerle a Ceci, porque sé el tipo de hombre que le gusta, me daba envidia lo bien que bailaba. El tipo se movía haciendo mi torpeza y mi desgano aún más evidentes. Ceci seguía bailando y él nos rondaba por momentos como una especie de tercero en la pareja, y de a ratos casi interponiéndose entre nosotros. En un momento me miró y no supe qué hacer, salvo sonreír estúpidamente. Siguió acercándose y, como Ceci no lo rechazó, ni yo hice nada para impedirlo, comenzaron poco a poco a bailar entre ellos más que ella conmigo. Primero se rozaban, y luego se acercaban más y más. De espaldas, ella comenzó a hacer el “perreo” rozándolo cada vez más. Ambos subían y bajaban sincronizados, como si se conocieran de siempre, con ella ahora apoyándose de espaldas sobre su cuerpo. Yo ya era claramente el tercero. El tipo me miró y, mientras Ceci se frotaba en él, comenzó a acariciarla de a poco mientras bailaban: primero en los hombros, luego teniéndola de la cintura, luego al costado de las caderas; pero siempre de forma sutil, ambigua, como si todo fuera parte del baile. Ceci me sonrío y yo le respondí mandándole un beso en medio de la música. Ella se contoneaba y se movía cada vez más: estaba hermosa, totalmente desinhibida, y parecía haber perdido todo pudor. Confieso que me dio un poco de celos comprobar la sintonía perfecta entre ellos, pero a la vez no podía dejar de mirarlos. Hasta que de repente, todavía bailándole de espaldas al tipo, Ceci tiró la cabeza hacia atrás y se apoyó más sobre él, mientras el tipo comenzó a acariciarla cada vez más explícitamente en la cara externa de los muslos, las caderas, los pechos, y le hundía la cara en el pelo. La visión era magnética: mi esposa fantástica, suelta, totalmente libre, moviéndose súper sexy al ritmo de la música sobre esos tacos altísimos, complementándose a la perfección con ese fulano al que jamás habíamos visto. De repente él la tomó de la mano y me dijo “Vamos a dar una vuelta”. Sentí como si me diera un shock eléctrico. No me salió ni un solo gesto. Ceci me tomó a su vez de la mano y nos dejamos llevar. Mientras avanzábamos ella volteó para atrás y me sonrió. Estaba radiante. El tipo nos llevó por un pasillo y, sorteando un guardia, entramos a una sala con luz todavía más oscura. El corazón me latía a mil por hora. Era lo que había venido a ver: en la penumbra de las luces de color, tratando de no pisar a nadie, atisbaba escenas explícitas de porno mientras el tipo nos llevaba a los sillones de una de las esquinas más alejadas. Sin decir una palabra, me sentó en un sillón como si fuera un nene y la paró a Ceci, que todavía me agarraba la mano, mirando contra la pared. Creo que ella no esperaba algo tan abrupto. Comenzó a apoyarse sobre ella, frotándose, acariciándola, manoseándola, haciéndole sentir su erección, mientras ella me apretaba nerviosa la mano. Yo no podía creer lo que veía pero le apretaba la mano fuerte, alentándola. Con la mano izquierda el tipo le giró la cabeza hacia atrás y la besó, y luego le metió la mano izquierda por debajo de la blusa, acariciándole los pechos, mientras que con la derecha le acariciaba el costado de las piernas y se refregaba contra ella. Ceci dijo “no, no… no”, pero apenas susurrando y sin mucha convicción. Mientras ella seguía resistiéndose, el tipo le mordió la parte de atrás del cuello y ahí Ceci no pudo más. Supe que ya era suya. El tipo haría con ella lo que quisiera. Mi esposa me soltó la mano y se entregó a ese tipo que le metía la mano alevosamente debajo de la falta y la acariciaba haciéndola contonearse. El tipo le desprendió el corpiño y me lo tiró en mi cara, mientras ella se dejaba manosear como si yo no estuviera: de espaldas, dominada, completamente entregada, retorciéndose de placer. De repente él la dio vuelta, contra la pared, y la puso en cuclillas. Ceci ya ni me miraba. El tipo sacó una pija imponente, bastante más gruesa que larga, totalmente erecta, y se la puso en la cara. Lo hacía de forma experta, paciente, implacable, pasándosela por todos lados menos por la boca, para volverla loca de ansiedad. Ceci lo miraba a los ojos, suplicante. Ahí recién el tipo me miró y dijo en voz bien alta: “Mirá cómo le doy de comer a tu mujer”. Y se la metió de golpe en la boca. Ceci le acariciaba los huevos con una mano y con la otra lo empujaba cada vez más adentro, para tragarse todo. Lo devoraba y se esmeraba por complacerlo desplegando todas las armas que conoce: pausaba el ritmo, aceleraba, le lamía la ingle, los huevos, el tronco, para finalmente comerse la cabeza dándole a su macho el máximo placer. El tipo gemía y yo mientras yo estaba al borde del infarto. Jamás estuve tan excitado. Él la levantó de la colita del pelo y la tiró bruscamente en cuatro patas sobre el mismo sillón donde yo estaba sentado, casi encima mío. Apenas intercambiamos una mirada fugaz mientras Ceci se agarraba con una mano del respaldo y con la otra de mi pecho, mientras él le subía la minifalda, le corría la tanga, con una mano la tomaba del pelo tirándole la cabeza hacia atrás y con la otra del culo. Ceci me dijo “Fernand…” mientras el tipo la penetró. Ceci gimió de dolor por la brusquedad. Pero el tipo no hizo caso y comenzó a moverse lentamente. Ella decía “no, no… n…”, pero era evidente que estaba gozando como una loca. El tipo sabía bien lo que hacía: comenzó a bombear con calma, despacio, acelerando de a poco, mientras Ceci se dejaba llevar y pese a la gente alrededor no lograba contener los gemidos y me agarraba la mano cada vez más fuerte. La veía a mi esposa desbocada, jadeando “¡sí, sí, más!” mientras él la montaba y aceleraba los embates, tirándole la cabeza hacia atrás para que yo apreciara bien la cara de éxtasis de mi mujer. El tipo era realmente una máquina. Ceci me miraba, gemía y decía: “ay, Dios, la tiene dura… tan dura”. Sabíamos que yo jamás hubiera podido montarla así, con esa maestría, esa resistencia, esa intensidad. Ella se retorcía, retorciéndose de placer, mientras el tipo le daba cada vez más duro y le pegaba en la cola. “¿Te gusta?”, me decía, y yo asentía hipnotizado: gozaba viendo a un verdadero macho alfa satisfaciendo a mi mujer mil veces mejor de lo que yo podría hacer jamás, y haciendo aflorar la puta que ella tiene adentro. Él aceleraba el bombeo cada vez más. Ceci se arqueaba de placer y decía “¡lo siento adentro, tan adentro!”. Se oían claramente sus huevos pegando en la cola de mi mujer, hasta que le tiró la cabeza del pelo bien atrás, como si frenara un caballo, e hizo que ella me mirase mientras gemía: “¡Acabame adentro! ¡llename de leche!”, y recibía la carga de su macho gritando “¡sí, sí, sí!”, y él daba los últimos asaltos a ese culo maltratado, mientras ella acababa temblando con los ojos cerrados. El tipo se levantó, con la enorme pija todavía dura, mojada, reluciente, agarró a mi mujer de la cabeza y se la metió en la boca: “Limpiá”, le dijo. Y Ceci lo devoró, tragándose hasta la última gota de leche. Y luego él me lanzó una mirada un poco despectiva y se fue. Mientras Ceci me miraba arrodillada, preciosa, jadeante, llena de leche, pensé que jamás me había enamorado tanto de ella.
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