El sábado es el cumple de Armando, mi vecino del quinto piso. Setenta años muy bien llevados. En realidad los cumplió el martes, pero el sábado va a ser la fiesta, el festejo a lo grande.
Obvio que yo le dí su regalo el mismo día en que se pasó a las filas de los septuagenarios. A primera hora.
Mi marido ya había abierto la oficina y ese día tenía una importante reunión con unos bodegueros mendocinos, así que salió bien temprano para tener todo preparado en cuánto llegaran.
Mientras el Ro dormía, me levanté y preparé un suculento desayuno para el agasajado. Lo puse todo en una bandeja y, en camisón y chinelas, subí a su departamento.
Desde hace tiempo que tengo la llave, por cualquier emergencia, incluídas las sexuales, así que entré y tratando de hacer el menor ruido posible fui hasta su cuarto.
La puerta estaba entreabierta, por lo que llegaba a escuchar unos suaves ronquidos. Tanteando con el pie en la oscuridad, dejo la bandeja sobre la cómoda y me siento en el borde de la cama.
Armando está tendido de costado, dándome la espalda, pero aún así el calor de su cuerpo llega hasta el mío, encendiéndome, incitándome. Deslizo una mano por encima de las sábanas y lo acaricio entre las piernas.
-Me sentiste entrar...- confirmo en un susurro, al comprobar que ya está con la pija parada.
-Ese perfume lo reconocería entre miles- asiente poniéndose boca arriba, y al hacerlo, la sábana se levanta como una carpa a la altura de su vientre.
Meto la mano por debajo, dentro del calzoncillo, y lo aprisiono en carne viva, sintiendo como late y como se estremece cuando empiezo a pajearlo.
A medida que mis caricias se hacen más intensas, la humedad también va en aumento, empapándome con su agradable pegajosidad.
"Que los cumplas feliz... Que los cumplas feliz...", le canto mientras se la meneo, sintiendo como se va ensanchando y calentando cada vez más.
Armando cierra los ojos y suelta un largo suspiro. Cuando los abre, ya se la estoy chupando, resbalando con mis labios por todo su contorno, barnizando con la lengua toda esa candente superficie que se agiganta bajo el lascivo influjo de mis besos.
Cuando ya la tiene como a mí me gusta, pletóricamente enhiesta, me saco el camisón, la bombacha y me le subo encima.
La pija encuentra enseguida el camino tantas veces trazado, hundiéndose, fluyendo a través de mi carne.
-¡Felices setenta...!- le digo con una sonrisa rebosante de satisfacción, y besándolo en la boca, lo empiezo a cabalgar.
Mis pechos se amontonan contra su cuerpo mientras me muevo arriba y abajo, ávida, trepidante, pegando un excitado grito cada vez que lo siento retumbar en mis rincones más profundos.
Armando está como nunca, con una vitalidad que se refleja en la erección que ostenta. Erección que se funde en mi intimidad como si formara parte de ella.
Él también se mueve desde abajo, confluyendo ambos en una penetración plena, íntegra, absoluta, carne contra carne, fricción acelerada y sostenida, nuestros gemidos componiendo una misma melodía.
-Es tu cumpleaños y el regalo me lo estás dando vos a mí...- le digo, llevando una mano hacia atrás para acariciarle los huevos, peludos y entumecidos, que rebotan una y otra vez contra mis gajos.
Esa caricia es el disparador.
-¡Y con yapa...!- agrego en una exclamación al sentir el semen estallando en mi interior, ahogándome con esa efusividad que resulta tan reconfortante.
Nos quedamos un rato ahí, fundidos, entre besos y caricias, compartiendo la dulce agonía del orgasmo.
Me encanta ese momento, el preciso instante en que me acaban adentro, cuando la savia natural de un hombre se mezcla con la mía, creando entre ambas su propio caudal, vivo, torrencial, beatificante.
Luego del polvo, desayunamos juntos en su cama, los dos desnudos, con los fluidos del sexo aún impregnando nuestros cuerpos.
-Espero llegar al año que viene para recibir otro regalo como éste- me dice mientras me levanto y busco por el suelo mi bombacha.
La encuentro hecha un ovillo al pie de la cama, me la pongo, haciendo restallar el elástico sobre la piel, me pongo el camisón, me calzo las ojotas y le advierto:
-Esperá hasta el sábado, que te tengo otra-
-¿Vas a venir?-
El sábado es el festejo por sus setenta, con sus amigos de toda la vida, algunos de los cuáles ya conozco
¿Acaso me lo voy a perder?
Obvio que yo le dí su regalo el mismo día en que se pasó a las filas de los septuagenarios. A primera hora.
Mi marido ya había abierto la oficina y ese día tenía una importante reunión con unos bodegueros mendocinos, así que salió bien temprano para tener todo preparado en cuánto llegaran.
Mientras el Ro dormía, me levanté y preparé un suculento desayuno para el agasajado. Lo puse todo en una bandeja y, en camisón y chinelas, subí a su departamento.
Desde hace tiempo que tengo la llave, por cualquier emergencia, incluídas las sexuales, así que entré y tratando de hacer el menor ruido posible fui hasta su cuarto.
La puerta estaba entreabierta, por lo que llegaba a escuchar unos suaves ronquidos. Tanteando con el pie en la oscuridad, dejo la bandeja sobre la cómoda y me siento en el borde de la cama.
Armando está tendido de costado, dándome la espalda, pero aún así el calor de su cuerpo llega hasta el mío, encendiéndome, incitándome. Deslizo una mano por encima de las sábanas y lo acaricio entre las piernas.
-Me sentiste entrar...- confirmo en un susurro, al comprobar que ya está con la pija parada.
-Ese perfume lo reconocería entre miles- asiente poniéndose boca arriba, y al hacerlo, la sábana se levanta como una carpa a la altura de su vientre.
Meto la mano por debajo, dentro del calzoncillo, y lo aprisiono en carne viva, sintiendo como late y como se estremece cuando empiezo a pajearlo.
A medida que mis caricias se hacen más intensas, la humedad también va en aumento, empapándome con su agradable pegajosidad.
"Que los cumplas feliz... Que los cumplas feliz...", le canto mientras se la meneo, sintiendo como se va ensanchando y calentando cada vez más.
Armando cierra los ojos y suelta un largo suspiro. Cuando los abre, ya se la estoy chupando, resbalando con mis labios por todo su contorno, barnizando con la lengua toda esa candente superficie que se agiganta bajo el lascivo influjo de mis besos.
Cuando ya la tiene como a mí me gusta, pletóricamente enhiesta, me saco el camisón, la bombacha y me le subo encima.
La pija encuentra enseguida el camino tantas veces trazado, hundiéndose, fluyendo a través de mi carne.
-¡Felices setenta...!- le digo con una sonrisa rebosante de satisfacción, y besándolo en la boca, lo empiezo a cabalgar.
Mis pechos se amontonan contra su cuerpo mientras me muevo arriba y abajo, ávida, trepidante, pegando un excitado grito cada vez que lo siento retumbar en mis rincones más profundos.
Armando está como nunca, con una vitalidad que se refleja en la erección que ostenta. Erección que se funde en mi intimidad como si formara parte de ella.
Él también se mueve desde abajo, confluyendo ambos en una penetración plena, íntegra, absoluta, carne contra carne, fricción acelerada y sostenida, nuestros gemidos componiendo una misma melodía.
-Es tu cumpleaños y el regalo me lo estás dando vos a mí...- le digo, llevando una mano hacia atrás para acariciarle los huevos, peludos y entumecidos, que rebotan una y otra vez contra mis gajos.
Esa caricia es el disparador.
-¡Y con yapa...!- agrego en una exclamación al sentir el semen estallando en mi interior, ahogándome con esa efusividad que resulta tan reconfortante.
Nos quedamos un rato ahí, fundidos, entre besos y caricias, compartiendo la dulce agonía del orgasmo.
Me encanta ese momento, el preciso instante en que me acaban adentro, cuando la savia natural de un hombre se mezcla con la mía, creando entre ambas su propio caudal, vivo, torrencial, beatificante.
Luego del polvo, desayunamos juntos en su cama, los dos desnudos, con los fluidos del sexo aún impregnando nuestros cuerpos.
-Espero llegar al año que viene para recibir otro regalo como éste- me dice mientras me levanto y busco por el suelo mi bombacha.
La encuentro hecha un ovillo al pie de la cama, me la pongo, haciendo restallar el elástico sobre la piel, me pongo el camisón, me calzo las ojotas y le advierto:
-Esperá hasta el sábado, que te tengo otra-
-¿Vas a venir?-
El sábado es el festejo por sus setenta, con sus amigos de toda la vida, algunos de los cuáles ya conozco
¿Acaso me lo voy a perder?
30 comentarios - Los 70 de Armando...
ya te veo recibiendo varias vergas el sabado...
besos
como veras yo soy una especie de paulo coelho
besos
besos
Buen relato
Sos genia,x vos m hice usuario de Poringa,antes veía cosas al azar