El capítulo anterior:
Parte 1
Llegué al cuarto de Carol asumiendo lo que acababa de escuchar. Su compañera de piso, Marta, se estaba masturbando mientras pensaba en mi. Por un lado pensé que igual no se refería a mi. Perfectamente podría conocer a otra persona con mi nombre y pensaba en esa persona mientras se tocaba. Pero ¿qué posibilidad había? Sonreí como un idiota mientras seguía pensando que me dedicaba su placer.
Como si la activase un resorte, Carol se giró y se echó sobre mi cuando me tumbé. Pues nada, le pasé un brazo por encima y a dormir. Seríamos follamigos, pero dormir así da un gustito especial. “A lo mejor quiere marcar su territorio”, pensé con una sonrisa aún más grande.
Por supuesto, no le dije nada de lo que había visto esa noche, se suponía que yo no debía saberlo, así que seguimos nuestra vida como siempre. Al día siguiente estuve trabajando casi todo el día, pero puntualmente aquella noche bajó Carol para tener sexo.
“¿Qué tal, tiarrón?”, me preguntó, y me metió un beso con lengua apenas entró por la puerta.
“Esperándote con ganas”, le dije.
Lo cierto era que no había tenido una compañera de sexo tan entregada. Me imaginé que se podía deber a la falta de folleteo que había tenido durante la pandemia, así que lo mejor sería aprovechare cada día que le apeteciera antes de que se diera por satisfecha y bajase el ritmo.
Así que la besé, metiéndole la lengua hasta la campanilla, y la levanté por el culo. Se aferró a mi como si fuera un koala y fui caminando con ella enganchada a mi cuerpo hasta que llegamos a mi cuarto, donde daríamos rienda suelta al placer.
Nos quitamos la ropa en primer lugar. Era necesario para nuestro primer juego. Carol y yo ya habíamos probado el oral, y esa noche tocaba hacerlo mutuamente.
“¿Te pones debajo?” me pidió. Por supuesto le dije que sí. Sentí su cuerpo montando encima del mío y de pronto sus manos ya estaban alrededor de mi falo. “Echaba esto de menos”, susurró. Empezó a llenarme el pene de besos antes de metérselo en la boca. Sus dedos trabajaban suavemente mis huevos. Acariciando y masajeándolos sin hacerme daño.
Así que correspondí, por supuesto. Acaricié su coñito con el índice y pronto lo tuve mojado. Hundí la cabeza entre sus piernas para disfrutar de su sabor. Tenía bien situado su clítoris, pero no lo atacaba con ganas. Exploraba por otras zonas, haciéndole crecer el deseo. Y puse las manos sobre su culo, que me gustaba mucho.
“No seas maaaaaaaalo”, protestó. Mi lengua había subido hasta su ano. No tengo ganas de dudar de la higiene de nadie, pero parecía limpiado especialmente para la ocasión. “Sabes donde me gusta”, pidió, aunque no podía evitar gemir con mi lengua en su anito. Pero decidí ser buen chico y acaricié su garbanzito con mi lengua, y ella parecía chorrear por mis cuidados. Zumito de coño antes de ir a dormir, no se me ocurría nada mejor.
“Vas a hacer que me corra”, le dije a Carol, separando solo un momento mis labios de sus labios.
Ella siguió chupándomela hasta que me corrí. Derramé mi semen en su boquita ansiosa mientras los chorros de su coñito resbalaban por la mía. Un quid pro quo. Satisfecha, empezó a girar sobre mi hasta quedar encima. Y me besó en ese momento. Era extraño, una mezcla de nuestros fluidos en ese momento. Pero qué demonios, no podía protestar por eso con mi follamiga.
“¿Qué te ha parecido?”, me preguntó.
“¿La mamada, o el beso?”, reí.
“Ambas”.
“Prefería la mamada”, dije. “Pero no me enfado por el beso. Si me das otro lo mismo ya no nos sabe a tanto”.
“A ver…”
Y volvimos a besarnos. Era algo menos asqueroso aquella vez. Pero su lengua parecía querer dominar a la mía y eso no lo podía consentir. Claro que, con ella encima, y frotando su coñito contra mi polla era bastante difícil resistirme a sus encantos.
“¿No te ha gustado mi lengua por aquí?”, le pregunté mientras le acariciaba el culo.
“Ha estado bien, pero prefiero que te centres en mi… bueno, si quieres hacerlo, no pasa nada, supongo…”
“A ver, Carol. Somos follamigos. Eso incluye la palabra “amigos”, y si me tienes que contar algo para mejorar lo que hacemos en la cama…”
“Vale. Si quieres saberlo, no he vuelto a buscar novio desde que me dejó el último. He tenido tres parejas, y con todos me ha pasado lo mismo. Empezamos en la cama, bien, muy intenso, probar de todo lo antes posible. Y cuando pillamos un poco de rutina, adiós muy buenas. Me dejaban porque ya no era lo mismo en la cama”.
“Hijos de puta”.
“Por eso. No me apetecía que probásemos todo muy rápido. Además… me duele mucho por el culo”.
“Vale. Pues te prometo no hacértelo por el culo si no quieres. Y te prometo que podemos seguir jugando y probando cosas y que no por eso voy a querer dejar de verte”.
“Más te vale. O te la muerdo”, bromeó.
Nos sentamos en la cama y tuve una idea. Me puse tras ella, con mi pene acomodado entre sus cachetes. No, no se la metí (aunque tenía ganas). Le separé las piernas y empecé a acariciar todo su cuerpo. Carol suspiraba con las caricias que le estaba dando. Subí por su vientre hasta llegar a sus tetas, y jugué con sus pezones. Ella se limitaba a aceptar que en ese momento su cuerpo era mío, aunque no tenía intención de aprovecharme de ella.
Uno de mis dedos se deslizó en su boquita, y sentí su lengua jugando con él. Mi polla se puso un poco más dura y ella parecía notarlo, pero no dijo nada. Aproveché el dedo húmedo para empezar a masturbarla, mientras que con la otra mano seguía excitando sus pezones.
“¿Esto lo habías hecho con alguno de tus ex?”
“¿Mis ex? ¿Quienes son esos?”, bromeó ella mientras se dejaba llevar por el placer. “Oye, esto me gusta pero no aguanto más. ¿Follamos?”
“Claro”
La liberé y se dio la vuelta. No tuve tiempo de nada antes de que se dejarse caer sobre mi polla, que entró limpiamente en su coñito. Empezó a subir y bajar a buen ritmo. No estaba mal poder tomarme un respiro. La dejé hacer y me empujó contra el colchón, esa noche ella mandaba. Podía ver sus tetas rebotando con cada vez que se levantaba para dejarse caer nuevamente. Qué maravilla.
“¿Te gusta?”, me preguntó sin bajar el ritmo por el que me cabalgaba.
“Mucho”, respondí, poniéndome las manos en la nuca. “Eres la mejor”
Animada aumentó el ritmo. Obviamente ella lo sabía, yo estaba a punto de correrme y era lo que buscaba. Finalmente logré eyacular mientras ella también parecía tener un orgasmo. Cuando se dejó caer sobre mí, aún tenía me falo en su interior.
“Tú eres el mejor”, me dijo.
Nos metimos en mi cama para dormir. Era extraño, porque aunque no éramos novios, se acurrucó contra mi. Su calor era más poderoso que el de mis sábanas.
La tarde siguiente subí antes a ver a las chicas. Como me sobraba un poco de tiempo, decidí ir al supermercado y comprar un poco de tiramisú. Al parecer, a las dos les gustaba mucho, pero no se atrevían a comerlo durante la pandemia, pues al salir poco de casa no les apetecía engordar. Con lo que follo con Carol, ella seguro que quema las calorías, bromeé. Debería hacer lo mismo con Marta, deseé.
Para mi sorpresa, fue Marta quien abrió la puerta.
“Vienes temprano”, me dijo con sus dotes para hablar.
“Os he traído un detalle”, dije, mostrando la bolsa y lo que había dentro. La vi relamerse.
“Muchas gracias”, repondió. “Pasa”.
Entré y dejé el tiramisú en la cocina.
“Carol no está”, me dijo, como si esperase mi pregunta.
“Oh, bueno. Puedo volver más tarde”
“¿Te da miedo quedarte conmigo?”
“Claro que no. Es solo que no te quería incomodar”.
“No pasa nada, supongo. Ya he visto que no eres un capullo”, dijo Marta. Parecía que intentaba mantenerme la mirada, pero le resultaba complicado. “Iba a poner una peli”.
“Ah, bien. ¿Cuál?”
“Waterworld. Me gustan las películas de Kevin Costner”
“Bueno. Acepto tu invitación”, le dije con una sonrisa, que ella se esforzó en devolverme.
Así que fui para el salón. Normalmente en las cenas aprovechaba uno de los grandes cojines del suelo, no me apetecía invadir el sofá en una casa ajena.
“Puedes sentarte en el sofá. Carol tardará un rato en venir”, dijo Marta mientras se agachaba en el mueble de la tele. En pleno 2020 era sorprendente ver que alguien conectara el DVD, pero a mi me llamaba más la atención su culo. Aparté la mirada justo a tiempo de que me pillara mirándoselo y ocupé un hueco en el sofá.
Puso la película y no dijimos nada. Era extraño ver así una película, había un silencio algo incómodo entre nosotros. Pero cuando llevábamos media hora de película, sentí algo en mi hombro. Marta se había dormido, y había caído sobre mi. Intenté no moverme en exceso, aunque por un lado, pensé en echarla hacia el otro lado, o se iba a dejar el cuello.
En ese momento, llegó Carol.
“Hola, Mar… ¡Uy, no sabía que ya estabas aquí!”, saludó, y bajó un poco la voz al ver que su compañera de piso se había dormido. “¿Quieres que la lleve a su cuarto?”, me preguntó en susurros.
“No te preocupes”, respondí, y en ese momento se despertó Marta.
Me temí alguna reacción exagerada por su parte, como empujarme o alejarme de ella. Pero no, para mi sorpresa solo se puso colorada y dejó un poco más de espacio entre nosotros en el sofá, sin hacer más comentarios.
“Hola, Carol. ¿Has encontrado lo que buscabas?”, le dijo.
“No. Qué mal”.
“¿Qué has ido a buscar?”
“Quería ver si había baldas para la ducha”, me explicó Carol. “Pero necesitamos que vayan por ventosa, no podemos hacer agujeros en el piso. Y no las he encontrado”.
“¿Ni por internet?”
“Son un poco feas las que he visto”, dijo Carol.
“Pues es un fastidio tener que agacharnos a por la botella de champú y de gel”, protestó Marta.
“Seguro que os encuentro algo”, dije, y saqué el móvil. Una búsqueda por Amazon… “Mirad, ¿qué os… parecen estas?”
Se habían puesto las dos a mi lado, haciéndome un sándwich. Podía ver, de reojo, el escote de Carol. Y Marta también tenía las tetas bien marcadas.
“¿No las hay en otro color?”, preguntó.
“¿Así?”
“Perfecto. ¿Tú tienes cuenta de esas de envío gratis?”
“Claro”.
“Ay, pídenoslo, porfa. Yo te lo pago”, dijo Carol. “Te lo paso por Bizum”.
“Vale, pues…” toqueteé la pantalla. “Mañana os llega”.
“Eres un sol”, dijo, y me dio un beso en la mejilla.
“Gracias”, dijo también Marta. Y juraría que estuvo a punto de darme un beso, pero creo que se contuvo.
Después de la cena, y de disfrutar del tiramisú, Carol y yo nos fuimos a su dormitorio. Por su parte, Marta dijo que se quedaría viendo la tele hasta que le entrase el sueño.
“¿Te puedo hacer una pregunta sobre Marta?”, le pregunté a Carol.
“¿Ahora?”, me dijo. Obviamente estaba deseosa de empezar.
“Es muy breve. Por lo que me comentaste. ¿A ella le gustan los tíos?”
“Entre nosotros, creo que es asexual. Salvo aquello, no me ha comentado nada jamás, de que si algún chico le gustaba ni nada”, me respondió. “Pero bueno, no me quiero meter en su vida. ¿Preguntabas por algo?”
“No. Es que no llego a entenderla del todo. Me tiene miedo, pero se ha echado la siesta sobre mi hombro…”
“Supongo que te tendrá confianza. Te ha dejado entrar sin estar yo, que ya es mucho. Creo que te elegimos muy bien”.
“¿Ah, si?”
“Claro… Y ahora, vamos. Estoy sedienta”
“¿De qué?”
Y me comió la boca. Aterrizamos en el colchón, y nos desnudamos el uno a la otra. Le quité la camiseta mientras me desabrochaba la camisa. “No me pongo sujetador para que tardes menos”, me dijo mientras admiraba sus tetas. Luego me quitó el pantalón mientras le desabrochaba la falda y nuestra ropa interior pronto aterrizó encima de su armario.
“¿Tienes alguna idea especial para hoy?”, le pregunté mientras ella jugaba con mi pene.
“Si tienes fuerzas…”, dijo con una sonrisa traviesa.
Me confesó que había buscado algunas posiciones originales del kamasutra. Así que la dejé sorprenderme. Ella se apoyó en la alfombra sobre las manos, extendiendo los brazos, y yo la levanté por la pelvis. Con mucho cuidado, metí mi falo dentro de ella. La verdad, era una posición un poco cansada.
“¿Bien?”
“Perfecto”, respondí, y sujetándola con fuerza, empecé a embestirla. En tan complicada posición era difícil hacerlo muy rápido, pero bueno. Éramos jóvenes y teníamos el cuerpo para ello. Podía verle el culito, que me encantaba, y ver cómo se extendía su espalda y su cabello rubio caía hacia abajo. Cuando vi que sus manos flaqueaban la sujeté con cuidado y la ayudé a subir.
“No me das… un respiro” jadeó con mi pene aún dentro de ella.
“¿Te gusta?”
“Mucho”, aseguró. Opté por sentarme en la cama y ella tomó las riendas, cabalgando nuevamente arriba y abajo de mi falo. No tardó mucho tiempo en que nos corriésemos.
“Estoy seguro de que has visto otras posiciones”, le dije, en una indirecta de que quería probar algo más.
“Hay otra que me apetece probar… La “Y” se llama”, me dijo.
“Cuéntame más”.
Carol se tumbó en la cama, y gateó hasta que la mitad de su cuerpo, de cintura para arriba, colgaba del borde de la cama. Me apresuré a tenderle un cojín para apoyarse mejor antes de ocupar mi posición: encima de ella y entre sus piernas, penetrándola. Íbamos más suaves en aquella ocasión.
Miré al espejo, donde me fijé en que Carol sonreía, con los ojos cerrados, disfrutando del follar. Yo acaricié todo lo que pude, y me vi a mi mismo sonreír como un idiota. Y entonces lo vi.
Carol y yo no habíamos cerrado la puerta del todo. O tal vez si, pero el caso era que había un espacio abierto que no habíamos notado. Y por ese espacio, alguien nos miraba. Los cristales delante de los ojos no me dejaban mucha duda: Marta nos estaba viendo follar.
Yo volví a mirar hacia abajo. Me excitaba el sentirme observado, pero me daba miedo que si Marta se daba cuenta, se fuera. O peor, que Carol lo notase y tuvieran una discusión por ello. Pero de vez en cuando, empecé a echar miradas de soslayo mientras seguía metiéndosela a Carol y podía aún ver a su compañera de piso mirándonos, en completo silencio, tal vez excitada.
“Un poco más”, pidió de pronto Carol. “Estoy a punto”
“Yo también”, le dije. “Voy a correrme”
“Hazlo, sí, córrete, corrámonos juntos”, pidió Carol y no tardé mucho en inundar su coñito con mi semen. Retrocedí, suavemente, con mi falo aún endurecido, y en ese momento me fijé en que los ojos de Marta desaparecían. Suavemente, tiré de Carol hacia dentro del colchón y ella se ayudó con las manos. “Te he notado especialmente animado ahora. ¿Tanto te gusta la posición?”
“Ha estado bien”, lo cual no era del todo falso. Pero añadir que me ponía ver a Marta mirándonos sería poco inteligente. “¿Te apetece que leamos ese libro juntos?”
“Me gustaría poder investigar un poco más. Pero sí… Creo que podremos leerlo juntos en algún momento”.
“Perfecto”.
Y nos echamos a dormir.
Pero nuevamente, por la noche sentí la necesidad de mear. Tienes que beber menos cuando estés aquí, pensé mientras iba al servicio. Ni me daba cuenta en ese momento, hasta que llegué al servicio, de que estaba caminando desnudo. Bueno, no tenía mucha importancia aquello. Me aseguré de limpiarme bien antes de volver al cuarto de Carol.
Y por segunda vez, algo me detuvo a la altura de la puerta de Marta. Un gemido, un suspiro. Su puerta no estaba bien cerrada. Dudé por un momento, pero me asomé. Tenía que verla. Y por un momento pensé que a lo mejor me estaba poniendo una trampa, pero no. O casi.
Ahí estaba Marta. Mostrando su cuerpo desnudo. Qué desperdicio, pensé. Marta tenía las piernas separadas, y un goloso vibrador de color rojo estaba apoyado en su coñito. Apenas se había introducido la punta pero estaba encendido. Podía ver un chorrito rebelde de sus jugos caer en su cama, mientras ella se estimulaba las tetas. Vi sus pezones desaparecer entre sus dedos mientras gemía en voz alta.
No me pude resistir. Empecé a pajearme mientras la miraba. Eran órdenes directas de mi polla, que estaba empalmada de verla. Pensé en mirar solo un rato, pero era imposible apartar la mirada. Mientras se seguía acariciando una teta, empezó a empujar dentro y fuera el vibrador. Su cuerpo se convulsionaba por su propio placer, estaba muy excitada y yo también por mirar.
Entonces alargó la mano y sacó un segundo juguete: el satysfier. Mientras se masturbaba con el vibrador empezó a aplicar el succionador en su clítoris, lo que aumentó sus gemidos. Esa guarrilla sabía montárselo muy bien. Lo gozaba mucho con esos dos juguetes y yo me seguí pajeando mientras la miraba.
Y en ese momento me di cuenta. Ella me había visto. Sus ojos se habían clavado en mi. Pero no se detuvo, sino que cerró los ojos y volvió a darse placer como hacía un momento. Podía ver el vibrador entrando y saliendo de su coñito una vez y otra y otra. Y de pronto volvió a decir mi nombre y yo no me podía controlar. Eyaculé por toda mi mano mientras la veía correrse, solo para mis ojos.
Marta no dijo nada. Se quedó ahí, derrotada. La mano del satysfier cayó en su colchón después de apagar el juguete, y lo mismo hizo con el vibrador, que resbaló suavemente hasta deslizarse fuera de su coñito. Estaba completamente empapado por sus jugos.
Yo corrí al baño a limpiarme la mano y los restos de semen que había por mi polla. Volví al dormitorio de Carol, y me horroricé: llevaba como una hora levantado. Me pregunté si acaso ella lo habría notado. Y lo que era peor: si Marta diría algo por la mañana.
Pero, pese a mis miedos, el desayuno fue del todo normal con las dos chicas. Luego me bajé a mi casa a trabajar, preguntándome si en algún momento volvería a pisar aquella casa. Tal vez decidían echarme de sus vidas después de que hablasen.
No ocurrió tal cosa. Aquella tarde, Marta pasó por mi casa. Pero su actitud era la misma de siempre: esquivando la mirada y con frases cortas. Nadie hubiera pensado que anoche nos habíamos masturbado mirándonos mutuamente.
“Tenemos unas carnes de hamburguesa que se van a poner malas”, dijo al llamar a mi puerta. “Por si quieres cenarlas con Carol”.
“Claro. Tú también… puedes venir”, le dije.
“No, aprovecho cuando cena contigo para hacer un curso de inglés”, me respondió. “Hasta luego”.
Y se marchó. Yo seguía sin entender por qué no elegía mejor la ropa, el cuerpo tan estupendo que tenía lo disimulaba completamente con aquellas prendas. Estaba buenísima. Pero bueno. Yo tenía clara una cora, y es que si mantenía mi relación de follamigo con Carol, no iba a meter la pata jugando a la vez con su compañera de piso. Había estado bien la experiencia voyeur pero no iba a hacer idioteces.
Carol llegó por la noche mientras yo preparaba la cena.
“¿Puedo decir que es raro que me des un beso al llegar si no somos pareja?”, le pregunté.
“Si no te gusta, lo dejo”, me respondió.
“Yo no he dicho que no me guste. Tus labios me encantan. Pero es peligroso distraerme mientras hago la carne”, le dije y le di la vuelta a las hamburguesas.
“Una cosa es que nuestra relación sea de sexo y otra que no te tenga un cierto cariño, ¿no crees?”
“Tienes razón. Perdona si te he molestado”.
“Quiero un masaje de los tuyos en compensación”
“Prometido”
Así que después de la cena nos fuimos a mi cuarto. Ella se desnudó y se tumbó en mi cama mientras yo me quitaba la ropa también. Iba a hacerle un masaje estimulante antes de follar. Tumbada bocabajo, yo pasé una pierna sobre ella. Mi pene se acomodó en sus cachetes y empecé a masajear su espalda. Delicada, suave como toda ella. Paseé las manos por sus brazos y volví a subir. Luego bajé un poco y empecé a acariciarle también las nalgas.
“Voy a darme la vuelta”, dijo ella, deseando que la tocase por delante.
Y empecé a masajearla así. Pasé sus piernas por encima de las mías y empecé a estimular su coñito, suavemente. Con el pulgar le localicé el clítoris, y lo estimulé con delicadeza. Cuando empecé a tocar sus tetas, ella me suplicó con la mirada. Yo no podía aguantarme las ganas, por lo que se la metí. No entera, lo suficiente para que me notase dentro de ella mientras seguía sobando sus tetas.
Pero no podía resistirme más tiempo. Me aferré a ella y se la metí por completo. Ella se abrazó a mi y disfrutó del movimiento de mi falo follándola. Gemía y disfrutaba, llenaba la habitación con sus gritos. Nos comimos las bocas mientras seguíamos disfrutando del polvo hasta que nos corrimos, con esa mezcla de nuestros fluidos que siempre resultaba.
“¿Qué tal?”, pregunté.
“Eres insaciable. Pero me gusta”, dijo. “Eres un gran amante. Mejor que mis ex”.
“¿La tengo más grande?”, pregunté presumido.
“Más o menos igual…”
“¿Crees que me voy a ofender?”
“Mi último novio la tenía de treinta centímetros”, confesó. “Pero no la usaba ni la mitad de bien que tú”.
“No iba a preocuparme. Estás conmigo aquí en vez de con él, ¿no?”, le dije.
“Eso es. Y no lo olvides”, me pidió. “Yo estoy un poco cansada, pero creo que aún puedo hacer algo por ti”.
Y mientras yo estaba tumbado bocarriba, ella me la chupaba. Era más lenta que otras veces, pero me encantaba. Su boca era estupenda y su lengua sabía jugar con mi falo muy bien. Además su forma de tratar mis huevos era excelente.
“Eres el único que me avisa cuando se va a correr”, me dijo Carol después de hacerme eyacular.
“Es lo mínimo, ¿no?”
“Sí. Por lo menos así me lo espero. Aunque empiezo a conocerte. Empiezo a saber cuándo vas a correrte”.
“¿En serio?”
“Sí. Por si se te olvida decírmelo, no te asustes. Te tengo controlado”.
Sonreí. Nos echamos a dormir a la cama.
“Mañana toca en tu casa, ¿verdad?”, le pregunté.
“Sí…”
“Podrías bajarte tú otra vez. Seguro que a Marta le fastidia escucharnos”, le sugerí.
“Ya hablé con ella. Me dijo que no pasaba nada por escucharnos”
“Bueno, vale”
“Descansa”.
Y me eché a dormir.
A la noche siguiente, Marta había preparado la cena. Y después de la misma, volvimos al dormitorio de Carol. Mi follamiga era prácticamente insaciable, pues me había prometido que ni un día sin su polvo.
“¿En qué piensas?”, me preguntó mientras le iba quitando la camiseta.
“En que mañana te quedas en mi piso. Podríamos darnos un baño”, le sugerí.
“Eso suena genial”, aceptó ella. “Pero ahora… sé mi hombre”
Esa noche tenía ganas de mi dominación. Empecé con ella tumbada, yo le puse el cojín en el culo para levantárselo y con las piernas separadas al aire, yo tenía pleno acceso a su coñito. Se la metí de un empujón y la follé mientras le sujetaba las piernas.
La escuché gemir y aumenté un poco el ritmo. Pero entonces escuché un segundo gemido. Y no era su voz.
Muy despacio, llevé mis ojos hacia la puerta. Esa vez no me equivocaba: la habíamos cerrado antes de follar, pero Marta la había abierto y nos estaba mirando. En aquel momento me pude fijar un poco mejor: tenía una mano dentro de su pantalón. Bajé la mirada para mirar a mi compañera, que no parecía darse cuenta pues tenía los ojos cerrados casi todo el tiempo. Sonreí con malicia. Así que Marta se excitaba por cómo me follaba a su compañera. Pues nos iba a ver entonces.
No tardé mucho en correrme para disfrute de Carol, cuyas piernas parecían no responderle bien después de mi follada. La atraje hacia mí y empecé a jugar con su coñito mientras nos mirábamos en el espejo. Desvié la mirada un momento, solo una fracción de segundo para asegurarme de que Marta seguía mirándonos. Y así era.
“¿Te gusta lo que hacemos, nena?”
“¿“Nena”?”, preguntó ella. “Me gusta cómo suena”.
“Así que te gusta”
“A tu nena le gusta” respondió.
“Muy bien”.
Yo también había mirado posiciones del kamasutra para aquella noche, y había visto una que me permitiría seguir controlando a nuestra visitante. Me tumbé de costado mirando directamente hacia la puerta, y atraje a Carol hacia mi, cruzada. Sus piernas pasadas por encima de mi cuerpo, su culito y su coñito en contacto con mi pene. Con cuidado de no metérsela por donde no debía, empecé a follármela.
“Cómo me gusta”, suspiró ella.
“Disfrútalo, nena”, dije, pero no me refería solo a ella. Seguía controlando que Marta nos miraba sin apartar los ojos mientras me follaba a su compañera de piso. Me pregunté en ese momento si fantaseaba estar en el lugar de Carol (que tenía sentido por haberla escuchado gimiendo mi nombre mientras se tocaba) o tal vez deseaba ser ella quien se tirase a la rubia.
Las manos de Carol me acariciaban mientras nos corríamos en aquella posición lenta pero muy placentera. Casi no tuvimos tiempo de meternos en la cama antes de dormirnos.
Pero lamentablemente, me volví a despertar por la noche. Yo había tomado una precaución: no beber en exceso para evitarme la visita al cuarto de baño. No es que no me apeteciera ver a Marta, sino que no me apetecía que Carol nos pillase. Pues el resultado fue el opuesto: tenía sed.
Lo bueno era que la cocina estaba en sentido opuesto al baño, por lo que no debía pasar por delante del dormitorio de Marta. Ni me molesté en taparme, iba a ser algo rápido. Llené un vaso del grifo y lo bebí. Qué fresquita.
Y cuando me giré, casi se me cae el vaso del susto. Marta estaba en la puerta de la cocina. No iba desnuda, pero su pijama era más fresquito que la ropa que se solía poner.
“Marta…”
Pero llevó un dedo a sus labios. El signo internacional de “cállate”. Yo no dije nada cuando ella se acercó a mi. Tuve miedo.
Y en ese momento se agachó delante de mi. Y apoyada en sus rodillas, sin decir nada, empezó a lamer mi pene. Yo no podía decir nada, estaba como hipnotizado. ¿Qué estaba pasando? Sentía la lengua de Marta estimulando mi falo. Y de pronto se lo introdujo por completo en la boca.
Notaba que se me iba poniendo cada vez más dura mientras me la chupaba. No era capaz de decir palabra. Me agarré a la encimera de la cocina, resignado, y dejé que me la mamase por un tiempo que no sabría definir.
Y recordé que Carol me había dicho que no necesitaba avisarla si me corría. Pero aquella no era Carol.
“Marta, me corrooooooo”, le avisé.
Y me corrí como un bendito en su boca. Se aseguró de no dejar ni una muestra de nuestro “crimen” en la cocina, y tragó cada gota que salía de mi falo. Cuando terminé de correrme, se volvió a levantar.
“Buenas noches”.
Y se marchó a dormir a su habitación.
CONTINUARÁ
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Parte 1
Llegué al cuarto de Carol asumiendo lo que acababa de escuchar. Su compañera de piso, Marta, se estaba masturbando mientras pensaba en mi. Por un lado pensé que igual no se refería a mi. Perfectamente podría conocer a otra persona con mi nombre y pensaba en esa persona mientras se tocaba. Pero ¿qué posibilidad había? Sonreí como un idiota mientras seguía pensando que me dedicaba su placer.
Como si la activase un resorte, Carol se giró y se echó sobre mi cuando me tumbé. Pues nada, le pasé un brazo por encima y a dormir. Seríamos follamigos, pero dormir así da un gustito especial. “A lo mejor quiere marcar su territorio”, pensé con una sonrisa aún más grande.
Por supuesto, no le dije nada de lo que había visto esa noche, se suponía que yo no debía saberlo, así que seguimos nuestra vida como siempre. Al día siguiente estuve trabajando casi todo el día, pero puntualmente aquella noche bajó Carol para tener sexo.
“¿Qué tal, tiarrón?”, me preguntó, y me metió un beso con lengua apenas entró por la puerta.
“Esperándote con ganas”, le dije.
Lo cierto era que no había tenido una compañera de sexo tan entregada. Me imaginé que se podía deber a la falta de folleteo que había tenido durante la pandemia, así que lo mejor sería aprovechare cada día que le apeteciera antes de que se diera por satisfecha y bajase el ritmo.
Así que la besé, metiéndole la lengua hasta la campanilla, y la levanté por el culo. Se aferró a mi como si fuera un koala y fui caminando con ella enganchada a mi cuerpo hasta que llegamos a mi cuarto, donde daríamos rienda suelta al placer.
Nos quitamos la ropa en primer lugar. Era necesario para nuestro primer juego. Carol y yo ya habíamos probado el oral, y esa noche tocaba hacerlo mutuamente.
“¿Te pones debajo?” me pidió. Por supuesto le dije que sí. Sentí su cuerpo montando encima del mío y de pronto sus manos ya estaban alrededor de mi falo. “Echaba esto de menos”, susurró. Empezó a llenarme el pene de besos antes de metérselo en la boca. Sus dedos trabajaban suavemente mis huevos. Acariciando y masajeándolos sin hacerme daño.
Así que correspondí, por supuesto. Acaricié su coñito con el índice y pronto lo tuve mojado. Hundí la cabeza entre sus piernas para disfrutar de su sabor. Tenía bien situado su clítoris, pero no lo atacaba con ganas. Exploraba por otras zonas, haciéndole crecer el deseo. Y puse las manos sobre su culo, que me gustaba mucho.
“No seas maaaaaaaalo”, protestó. Mi lengua había subido hasta su ano. No tengo ganas de dudar de la higiene de nadie, pero parecía limpiado especialmente para la ocasión. “Sabes donde me gusta”, pidió, aunque no podía evitar gemir con mi lengua en su anito. Pero decidí ser buen chico y acaricié su garbanzito con mi lengua, y ella parecía chorrear por mis cuidados. Zumito de coño antes de ir a dormir, no se me ocurría nada mejor.
“Vas a hacer que me corra”, le dije a Carol, separando solo un momento mis labios de sus labios.
Ella siguió chupándomela hasta que me corrí. Derramé mi semen en su boquita ansiosa mientras los chorros de su coñito resbalaban por la mía. Un quid pro quo. Satisfecha, empezó a girar sobre mi hasta quedar encima. Y me besó en ese momento. Era extraño, una mezcla de nuestros fluidos en ese momento. Pero qué demonios, no podía protestar por eso con mi follamiga.
“¿Qué te ha parecido?”, me preguntó.
“¿La mamada, o el beso?”, reí.
“Ambas”.
“Prefería la mamada”, dije. “Pero no me enfado por el beso. Si me das otro lo mismo ya no nos sabe a tanto”.
“A ver…”
Y volvimos a besarnos. Era algo menos asqueroso aquella vez. Pero su lengua parecía querer dominar a la mía y eso no lo podía consentir. Claro que, con ella encima, y frotando su coñito contra mi polla era bastante difícil resistirme a sus encantos.
“¿No te ha gustado mi lengua por aquí?”, le pregunté mientras le acariciaba el culo.
“Ha estado bien, pero prefiero que te centres en mi… bueno, si quieres hacerlo, no pasa nada, supongo…”
“A ver, Carol. Somos follamigos. Eso incluye la palabra “amigos”, y si me tienes que contar algo para mejorar lo que hacemos en la cama…”
“Vale. Si quieres saberlo, no he vuelto a buscar novio desde que me dejó el último. He tenido tres parejas, y con todos me ha pasado lo mismo. Empezamos en la cama, bien, muy intenso, probar de todo lo antes posible. Y cuando pillamos un poco de rutina, adiós muy buenas. Me dejaban porque ya no era lo mismo en la cama”.
“Hijos de puta”.
“Por eso. No me apetecía que probásemos todo muy rápido. Además… me duele mucho por el culo”.
“Vale. Pues te prometo no hacértelo por el culo si no quieres. Y te prometo que podemos seguir jugando y probando cosas y que no por eso voy a querer dejar de verte”.
“Más te vale. O te la muerdo”, bromeó.
Nos sentamos en la cama y tuve una idea. Me puse tras ella, con mi pene acomodado entre sus cachetes. No, no se la metí (aunque tenía ganas). Le separé las piernas y empecé a acariciar todo su cuerpo. Carol suspiraba con las caricias que le estaba dando. Subí por su vientre hasta llegar a sus tetas, y jugué con sus pezones. Ella se limitaba a aceptar que en ese momento su cuerpo era mío, aunque no tenía intención de aprovecharme de ella.
Uno de mis dedos se deslizó en su boquita, y sentí su lengua jugando con él. Mi polla se puso un poco más dura y ella parecía notarlo, pero no dijo nada. Aproveché el dedo húmedo para empezar a masturbarla, mientras que con la otra mano seguía excitando sus pezones.
“¿Esto lo habías hecho con alguno de tus ex?”
“¿Mis ex? ¿Quienes son esos?”, bromeó ella mientras se dejaba llevar por el placer. “Oye, esto me gusta pero no aguanto más. ¿Follamos?”
“Claro”
La liberé y se dio la vuelta. No tuve tiempo de nada antes de que se dejarse caer sobre mi polla, que entró limpiamente en su coñito. Empezó a subir y bajar a buen ritmo. No estaba mal poder tomarme un respiro. La dejé hacer y me empujó contra el colchón, esa noche ella mandaba. Podía ver sus tetas rebotando con cada vez que se levantaba para dejarse caer nuevamente. Qué maravilla.
“¿Te gusta?”, me preguntó sin bajar el ritmo por el que me cabalgaba.
“Mucho”, respondí, poniéndome las manos en la nuca. “Eres la mejor”
Animada aumentó el ritmo. Obviamente ella lo sabía, yo estaba a punto de correrme y era lo que buscaba. Finalmente logré eyacular mientras ella también parecía tener un orgasmo. Cuando se dejó caer sobre mí, aún tenía me falo en su interior.
“Tú eres el mejor”, me dijo.
Nos metimos en mi cama para dormir. Era extraño, porque aunque no éramos novios, se acurrucó contra mi. Su calor era más poderoso que el de mis sábanas.
La tarde siguiente subí antes a ver a las chicas. Como me sobraba un poco de tiempo, decidí ir al supermercado y comprar un poco de tiramisú. Al parecer, a las dos les gustaba mucho, pero no se atrevían a comerlo durante la pandemia, pues al salir poco de casa no les apetecía engordar. Con lo que follo con Carol, ella seguro que quema las calorías, bromeé. Debería hacer lo mismo con Marta, deseé.
Para mi sorpresa, fue Marta quien abrió la puerta.
“Vienes temprano”, me dijo con sus dotes para hablar.
“Os he traído un detalle”, dije, mostrando la bolsa y lo que había dentro. La vi relamerse.
“Muchas gracias”, repondió. “Pasa”.
Entré y dejé el tiramisú en la cocina.
“Carol no está”, me dijo, como si esperase mi pregunta.
“Oh, bueno. Puedo volver más tarde”
“¿Te da miedo quedarte conmigo?”
“Claro que no. Es solo que no te quería incomodar”.
“No pasa nada, supongo. Ya he visto que no eres un capullo”, dijo Marta. Parecía que intentaba mantenerme la mirada, pero le resultaba complicado. “Iba a poner una peli”.
“Ah, bien. ¿Cuál?”
“Waterworld. Me gustan las películas de Kevin Costner”
“Bueno. Acepto tu invitación”, le dije con una sonrisa, que ella se esforzó en devolverme.
Así que fui para el salón. Normalmente en las cenas aprovechaba uno de los grandes cojines del suelo, no me apetecía invadir el sofá en una casa ajena.
“Puedes sentarte en el sofá. Carol tardará un rato en venir”, dijo Marta mientras se agachaba en el mueble de la tele. En pleno 2020 era sorprendente ver que alguien conectara el DVD, pero a mi me llamaba más la atención su culo. Aparté la mirada justo a tiempo de que me pillara mirándoselo y ocupé un hueco en el sofá.
Puso la película y no dijimos nada. Era extraño ver así una película, había un silencio algo incómodo entre nosotros. Pero cuando llevábamos media hora de película, sentí algo en mi hombro. Marta se había dormido, y había caído sobre mi. Intenté no moverme en exceso, aunque por un lado, pensé en echarla hacia el otro lado, o se iba a dejar el cuello.
En ese momento, llegó Carol.
“Hola, Mar… ¡Uy, no sabía que ya estabas aquí!”, saludó, y bajó un poco la voz al ver que su compañera de piso se había dormido. “¿Quieres que la lleve a su cuarto?”, me preguntó en susurros.
“No te preocupes”, respondí, y en ese momento se despertó Marta.
Me temí alguna reacción exagerada por su parte, como empujarme o alejarme de ella. Pero no, para mi sorpresa solo se puso colorada y dejó un poco más de espacio entre nosotros en el sofá, sin hacer más comentarios.
“Hola, Carol. ¿Has encontrado lo que buscabas?”, le dijo.
“No. Qué mal”.
“¿Qué has ido a buscar?”
“Quería ver si había baldas para la ducha”, me explicó Carol. “Pero necesitamos que vayan por ventosa, no podemos hacer agujeros en el piso. Y no las he encontrado”.
“¿Ni por internet?”
“Son un poco feas las que he visto”, dijo Carol.
“Pues es un fastidio tener que agacharnos a por la botella de champú y de gel”, protestó Marta.
“Seguro que os encuentro algo”, dije, y saqué el móvil. Una búsqueda por Amazon… “Mirad, ¿qué os… parecen estas?”
Se habían puesto las dos a mi lado, haciéndome un sándwich. Podía ver, de reojo, el escote de Carol. Y Marta también tenía las tetas bien marcadas.
“¿No las hay en otro color?”, preguntó.
“¿Así?”
“Perfecto. ¿Tú tienes cuenta de esas de envío gratis?”
“Claro”.
“Ay, pídenoslo, porfa. Yo te lo pago”, dijo Carol. “Te lo paso por Bizum”.
“Vale, pues…” toqueteé la pantalla. “Mañana os llega”.
“Eres un sol”, dijo, y me dio un beso en la mejilla.
“Gracias”, dijo también Marta. Y juraría que estuvo a punto de darme un beso, pero creo que se contuvo.
Después de la cena, y de disfrutar del tiramisú, Carol y yo nos fuimos a su dormitorio. Por su parte, Marta dijo que se quedaría viendo la tele hasta que le entrase el sueño.
“¿Te puedo hacer una pregunta sobre Marta?”, le pregunté a Carol.
“¿Ahora?”, me dijo. Obviamente estaba deseosa de empezar.
“Es muy breve. Por lo que me comentaste. ¿A ella le gustan los tíos?”
“Entre nosotros, creo que es asexual. Salvo aquello, no me ha comentado nada jamás, de que si algún chico le gustaba ni nada”, me respondió. “Pero bueno, no me quiero meter en su vida. ¿Preguntabas por algo?”
“No. Es que no llego a entenderla del todo. Me tiene miedo, pero se ha echado la siesta sobre mi hombro…”
“Supongo que te tendrá confianza. Te ha dejado entrar sin estar yo, que ya es mucho. Creo que te elegimos muy bien”.
“¿Ah, si?”
“Claro… Y ahora, vamos. Estoy sedienta”
“¿De qué?”
Y me comió la boca. Aterrizamos en el colchón, y nos desnudamos el uno a la otra. Le quité la camiseta mientras me desabrochaba la camisa. “No me pongo sujetador para que tardes menos”, me dijo mientras admiraba sus tetas. Luego me quitó el pantalón mientras le desabrochaba la falda y nuestra ropa interior pronto aterrizó encima de su armario.
“¿Tienes alguna idea especial para hoy?”, le pregunté mientras ella jugaba con mi pene.
“Si tienes fuerzas…”, dijo con una sonrisa traviesa.
Me confesó que había buscado algunas posiciones originales del kamasutra. Así que la dejé sorprenderme. Ella se apoyó en la alfombra sobre las manos, extendiendo los brazos, y yo la levanté por la pelvis. Con mucho cuidado, metí mi falo dentro de ella. La verdad, era una posición un poco cansada.
“¿Bien?”
“Perfecto”, respondí, y sujetándola con fuerza, empecé a embestirla. En tan complicada posición era difícil hacerlo muy rápido, pero bueno. Éramos jóvenes y teníamos el cuerpo para ello. Podía verle el culito, que me encantaba, y ver cómo se extendía su espalda y su cabello rubio caía hacia abajo. Cuando vi que sus manos flaqueaban la sujeté con cuidado y la ayudé a subir.
“No me das… un respiro” jadeó con mi pene aún dentro de ella.
“¿Te gusta?”
“Mucho”, aseguró. Opté por sentarme en la cama y ella tomó las riendas, cabalgando nuevamente arriba y abajo de mi falo. No tardó mucho tiempo en que nos corriésemos.
“Estoy seguro de que has visto otras posiciones”, le dije, en una indirecta de que quería probar algo más.
“Hay otra que me apetece probar… La “Y” se llama”, me dijo.
“Cuéntame más”.
Carol se tumbó en la cama, y gateó hasta que la mitad de su cuerpo, de cintura para arriba, colgaba del borde de la cama. Me apresuré a tenderle un cojín para apoyarse mejor antes de ocupar mi posición: encima de ella y entre sus piernas, penetrándola. Íbamos más suaves en aquella ocasión.
Miré al espejo, donde me fijé en que Carol sonreía, con los ojos cerrados, disfrutando del follar. Yo acaricié todo lo que pude, y me vi a mi mismo sonreír como un idiota. Y entonces lo vi.
Carol y yo no habíamos cerrado la puerta del todo. O tal vez si, pero el caso era que había un espacio abierto que no habíamos notado. Y por ese espacio, alguien nos miraba. Los cristales delante de los ojos no me dejaban mucha duda: Marta nos estaba viendo follar.
Yo volví a mirar hacia abajo. Me excitaba el sentirme observado, pero me daba miedo que si Marta se daba cuenta, se fuera. O peor, que Carol lo notase y tuvieran una discusión por ello. Pero de vez en cuando, empecé a echar miradas de soslayo mientras seguía metiéndosela a Carol y podía aún ver a su compañera de piso mirándonos, en completo silencio, tal vez excitada.
“Un poco más”, pidió de pronto Carol. “Estoy a punto”
“Yo también”, le dije. “Voy a correrme”
“Hazlo, sí, córrete, corrámonos juntos”, pidió Carol y no tardé mucho en inundar su coñito con mi semen. Retrocedí, suavemente, con mi falo aún endurecido, y en ese momento me fijé en que los ojos de Marta desaparecían. Suavemente, tiré de Carol hacia dentro del colchón y ella se ayudó con las manos. “Te he notado especialmente animado ahora. ¿Tanto te gusta la posición?”
“Ha estado bien”, lo cual no era del todo falso. Pero añadir que me ponía ver a Marta mirándonos sería poco inteligente. “¿Te apetece que leamos ese libro juntos?”
“Me gustaría poder investigar un poco más. Pero sí… Creo que podremos leerlo juntos en algún momento”.
“Perfecto”.
Y nos echamos a dormir.
Pero nuevamente, por la noche sentí la necesidad de mear. Tienes que beber menos cuando estés aquí, pensé mientras iba al servicio. Ni me daba cuenta en ese momento, hasta que llegué al servicio, de que estaba caminando desnudo. Bueno, no tenía mucha importancia aquello. Me aseguré de limpiarme bien antes de volver al cuarto de Carol.
Y por segunda vez, algo me detuvo a la altura de la puerta de Marta. Un gemido, un suspiro. Su puerta no estaba bien cerrada. Dudé por un momento, pero me asomé. Tenía que verla. Y por un momento pensé que a lo mejor me estaba poniendo una trampa, pero no. O casi.
Ahí estaba Marta. Mostrando su cuerpo desnudo. Qué desperdicio, pensé. Marta tenía las piernas separadas, y un goloso vibrador de color rojo estaba apoyado en su coñito. Apenas se había introducido la punta pero estaba encendido. Podía ver un chorrito rebelde de sus jugos caer en su cama, mientras ella se estimulaba las tetas. Vi sus pezones desaparecer entre sus dedos mientras gemía en voz alta.
No me pude resistir. Empecé a pajearme mientras la miraba. Eran órdenes directas de mi polla, que estaba empalmada de verla. Pensé en mirar solo un rato, pero era imposible apartar la mirada. Mientras se seguía acariciando una teta, empezó a empujar dentro y fuera el vibrador. Su cuerpo se convulsionaba por su propio placer, estaba muy excitada y yo también por mirar.
Entonces alargó la mano y sacó un segundo juguete: el satysfier. Mientras se masturbaba con el vibrador empezó a aplicar el succionador en su clítoris, lo que aumentó sus gemidos. Esa guarrilla sabía montárselo muy bien. Lo gozaba mucho con esos dos juguetes y yo me seguí pajeando mientras la miraba.
Y en ese momento me di cuenta. Ella me había visto. Sus ojos se habían clavado en mi. Pero no se detuvo, sino que cerró los ojos y volvió a darse placer como hacía un momento. Podía ver el vibrador entrando y saliendo de su coñito una vez y otra y otra. Y de pronto volvió a decir mi nombre y yo no me podía controlar. Eyaculé por toda mi mano mientras la veía correrse, solo para mis ojos.
Marta no dijo nada. Se quedó ahí, derrotada. La mano del satysfier cayó en su colchón después de apagar el juguete, y lo mismo hizo con el vibrador, que resbaló suavemente hasta deslizarse fuera de su coñito. Estaba completamente empapado por sus jugos.
Yo corrí al baño a limpiarme la mano y los restos de semen que había por mi polla. Volví al dormitorio de Carol, y me horroricé: llevaba como una hora levantado. Me pregunté si acaso ella lo habría notado. Y lo que era peor: si Marta diría algo por la mañana.
Pero, pese a mis miedos, el desayuno fue del todo normal con las dos chicas. Luego me bajé a mi casa a trabajar, preguntándome si en algún momento volvería a pisar aquella casa. Tal vez decidían echarme de sus vidas después de que hablasen.
No ocurrió tal cosa. Aquella tarde, Marta pasó por mi casa. Pero su actitud era la misma de siempre: esquivando la mirada y con frases cortas. Nadie hubiera pensado que anoche nos habíamos masturbado mirándonos mutuamente.
“Tenemos unas carnes de hamburguesa que se van a poner malas”, dijo al llamar a mi puerta. “Por si quieres cenarlas con Carol”.
“Claro. Tú también… puedes venir”, le dije.
“No, aprovecho cuando cena contigo para hacer un curso de inglés”, me respondió. “Hasta luego”.
Y se marchó. Yo seguía sin entender por qué no elegía mejor la ropa, el cuerpo tan estupendo que tenía lo disimulaba completamente con aquellas prendas. Estaba buenísima. Pero bueno. Yo tenía clara una cora, y es que si mantenía mi relación de follamigo con Carol, no iba a meter la pata jugando a la vez con su compañera de piso. Había estado bien la experiencia voyeur pero no iba a hacer idioteces.
Carol llegó por la noche mientras yo preparaba la cena.
“¿Puedo decir que es raro que me des un beso al llegar si no somos pareja?”, le pregunté.
“Si no te gusta, lo dejo”, me respondió.
“Yo no he dicho que no me guste. Tus labios me encantan. Pero es peligroso distraerme mientras hago la carne”, le dije y le di la vuelta a las hamburguesas.
“Una cosa es que nuestra relación sea de sexo y otra que no te tenga un cierto cariño, ¿no crees?”
“Tienes razón. Perdona si te he molestado”.
“Quiero un masaje de los tuyos en compensación”
“Prometido”
Así que después de la cena nos fuimos a mi cuarto. Ella se desnudó y se tumbó en mi cama mientras yo me quitaba la ropa también. Iba a hacerle un masaje estimulante antes de follar. Tumbada bocabajo, yo pasé una pierna sobre ella. Mi pene se acomodó en sus cachetes y empecé a masajear su espalda. Delicada, suave como toda ella. Paseé las manos por sus brazos y volví a subir. Luego bajé un poco y empecé a acariciarle también las nalgas.
“Voy a darme la vuelta”, dijo ella, deseando que la tocase por delante.
Y empecé a masajearla así. Pasé sus piernas por encima de las mías y empecé a estimular su coñito, suavemente. Con el pulgar le localicé el clítoris, y lo estimulé con delicadeza. Cuando empecé a tocar sus tetas, ella me suplicó con la mirada. Yo no podía aguantarme las ganas, por lo que se la metí. No entera, lo suficiente para que me notase dentro de ella mientras seguía sobando sus tetas.
Pero no podía resistirme más tiempo. Me aferré a ella y se la metí por completo. Ella se abrazó a mi y disfrutó del movimiento de mi falo follándola. Gemía y disfrutaba, llenaba la habitación con sus gritos. Nos comimos las bocas mientras seguíamos disfrutando del polvo hasta que nos corrimos, con esa mezcla de nuestros fluidos que siempre resultaba.
“¿Qué tal?”, pregunté.
“Eres insaciable. Pero me gusta”, dijo. “Eres un gran amante. Mejor que mis ex”.
“¿La tengo más grande?”, pregunté presumido.
“Más o menos igual…”
“¿Crees que me voy a ofender?”
“Mi último novio la tenía de treinta centímetros”, confesó. “Pero no la usaba ni la mitad de bien que tú”.
“No iba a preocuparme. Estás conmigo aquí en vez de con él, ¿no?”, le dije.
“Eso es. Y no lo olvides”, me pidió. “Yo estoy un poco cansada, pero creo que aún puedo hacer algo por ti”.
Y mientras yo estaba tumbado bocarriba, ella me la chupaba. Era más lenta que otras veces, pero me encantaba. Su boca era estupenda y su lengua sabía jugar con mi falo muy bien. Además su forma de tratar mis huevos era excelente.
“Eres el único que me avisa cuando se va a correr”, me dijo Carol después de hacerme eyacular.
“Es lo mínimo, ¿no?”
“Sí. Por lo menos así me lo espero. Aunque empiezo a conocerte. Empiezo a saber cuándo vas a correrte”.
“¿En serio?”
“Sí. Por si se te olvida decírmelo, no te asustes. Te tengo controlado”.
Sonreí. Nos echamos a dormir a la cama.
“Mañana toca en tu casa, ¿verdad?”, le pregunté.
“Sí…”
“Podrías bajarte tú otra vez. Seguro que a Marta le fastidia escucharnos”, le sugerí.
“Ya hablé con ella. Me dijo que no pasaba nada por escucharnos”
“Bueno, vale”
“Descansa”.
Y me eché a dormir.
A la noche siguiente, Marta había preparado la cena. Y después de la misma, volvimos al dormitorio de Carol. Mi follamiga era prácticamente insaciable, pues me había prometido que ni un día sin su polvo.
“¿En qué piensas?”, me preguntó mientras le iba quitando la camiseta.
“En que mañana te quedas en mi piso. Podríamos darnos un baño”, le sugerí.
“Eso suena genial”, aceptó ella. “Pero ahora… sé mi hombre”
Esa noche tenía ganas de mi dominación. Empecé con ella tumbada, yo le puse el cojín en el culo para levantárselo y con las piernas separadas al aire, yo tenía pleno acceso a su coñito. Se la metí de un empujón y la follé mientras le sujetaba las piernas.
La escuché gemir y aumenté un poco el ritmo. Pero entonces escuché un segundo gemido. Y no era su voz.
Muy despacio, llevé mis ojos hacia la puerta. Esa vez no me equivocaba: la habíamos cerrado antes de follar, pero Marta la había abierto y nos estaba mirando. En aquel momento me pude fijar un poco mejor: tenía una mano dentro de su pantalón. Bajé la mirada para mirar a mi compañera, que no parecía darse cuenta pues tenía los ojos cerrados casi todo el tiempo. Sonreí con malicia. Así que Marta se excitaba por cómo me follaba a su compañera. Pues nos iba a ver entonces.
No tardé mucho en correrme para disfrute de Carol, cuyas piernas parecían no responderle bien después de mi follada. La atraje hacia mí y empecé a jugar con su coñito mientras nos mirábamos en el espejo. Desvié la mirada un momento, solo una fracción de segundo para asegurarme de que Marta seguía mirándonos. Y así era.
“¿Te gusta lo que hacemos, nena?”
“¿“Nena”?”, preguntó ella. “Me gusta cómo suena”.
“Así que te gusta”
“A tu nena le gusta” respondió.
“Muy bien”.
Yo también había mirado posiciones del kamasutra para aquella noche, y había visto una que me permitiría seguir controlando a nuestra visitante. Me tumbé de costado mirando directamente hacia la puerta, y atraje a Carol hacia mi, cruzada. Sus piernas pasadas por encima de mi cuerpo, su culito y su coñito en contacto con mi pene. Con cuidado de no metérsela por donde no debía, empecé a follármela.
“Cómo me gusta”, suspiró ella.
“Disfrútalo, nena”, dije, pero no me refería solo a ella. Seguía controlando que Marta nos miraba sin apartar los ojos mientras me follaba a su compañera de piso. Me pregunté en ese momento si fantaseaba estar en el lugar de Carol (que tenía sentido por haberla escuchado gimiendo mi nombre mientras se tocaba) o tal vez deseaba ser ella quien se tirase a la rubia.
Las manos de Carol me acariciaban mientras nos corríamos en aquella posición lenta pero muy placentera. Casi no tuvimos tiempo de meternos en la cama antes de dormirnos.
Pero lamentablemente, me volví a despertar por la noche. Yo había tomado una precaución: no beber en exceso para evitarme la visita al cuarto de baño. No es que no me apeteciera ver a Marta, sino que no me apetecía que Carol nos pillase. Pues el resultado fue el opuesto: tenía sed.
Lo bueno era que la cocina estaba en sentido opuesto al baño, por lo que no debía pasar por delante del dormitorio de Marta. Ni me molesté en taparme, iba a ser algo rápido. Llené un vaso del grifo y lo bebí. Qué fresquita.
Y cuando me giré, casi se me cae el vaso del susto. Marta estaba en la puerta de la cocina. No iba desnuda, pero su pijama era más fresquito que la ropa que se solía poner.
“Marta…”
Pero llevó un dedo a sus labios. El signo internacional de “cállate”. Yo no dije nada cuando ella se acercó a mi. Tuve miedo.
Y en ese momento se agachó delante de mi. Y apoyada en sus rodillas, sin decir nada, empezó a lamer mi pene. Yo no podía decir nada, estaba como hipnotizado. ¿Qué estaba pasando? Sentía la lengua de Marta estimulando mi falo. Y de pronto se lo introdujo por completo en la boca.
Notaba que se me iba poniendo cada vez más dura mientras me la chupaba. No era capaz de decir palabra. Me agarré a la encimera de la cocina, resignado, y dejé que me la mamase por un tiempo que no sabría definir.
Y recordé que Carol me había dicho que no necesitaba avisarla si me corría. Pero aquella no era Carol.
“Marta, me corrooooooo”, le avisé.
Y me corrí como un bendito en su boca. Se aseguró de no dejar ni una muestra de nuestro “crimen” en la cocina, y tragó cada gota que salía de mi falo. Cuando terminé de correrme, se volvió a levantar.
“Buenas noches”.
Y se marchó a dormir a su habitación.
CONTINUARÁ
CAPÍTULO SIGUIENTE PARTE 3
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