Siempre que hago el amor con mi marido quedo insatisfecha. Apenas comienza a acariciarme ya quiere meterla y eso que trato de no tocarle su miembro porque si no es capaz de descargarse en mis manos. Por eso es que cuando acaba y se retira tengo que irme al baño y autoayudarme para poder llegar al orgasmo.
Se nota que algo debe intuir porque ya hace un tiempo que me viene proponiendo introducir a otro tipo en la cama. No sé si lo hace porque piensa que de ese modo yo voy a poder satisfacerme o porque le gustaría verme con otro. Algo me dijo algún día de una fantasía que tenía al respecto.
Siempre le digo que no pero él insiste y hasta compró un consolador que suele ponerme de vez en cuando. A mí eso no me gusta mucho y generalmente me niego a que lo traiga a la cama aunque tengo que confesar que cuando me lo introduce y a pesar de la frialdad que tiene siento una excitación que no puedo parar. Muchas veces llegué al orgasmo con él adentro aunque trato de disimular lo mejor posible.
Me acuerdo que cuando era más joven siempre acababa antes que yo pero continuaba moviéndose y con el pene erecto hasta que yo terminaba. Ahora eso ya no sucede, así que me siento bastante desconsolada. No me gusta masturbarme, prefiero que sea el hombre el que me haga gozar y él ni con los dedos lo hace ya. Tampoco me la chupa más pero sí le gusta que yo se lo haga a él y casi siempre, si me descuido, me acaba en la boca. Antes me agradaba hacérselo y no dejaba que la sacara hasta exprimírsela bien, pero ahora no sé si es que estoy más vieja o desganada, producto del mal sexo que tenemos, que ni siquiera gozo con ello y nunca tomo la iniciativa. Es él el que me lo pide y yo a regañadientes se lo hago, pero no siempre.
Así que cuando insistió una vez más en traer a otro tipo a la cama le sonreí y de dije que lo creía incapaz de dejarme coger con otro delante de él porque siempre fue y es muy celoso. Le volví a reiterar que la idea no me gustaba pero que si él pensaba que la iba a pasar bien me sacrificaba y listo. Realmente yo quiero mucho a mi marido y jamás pensé en ponerle los cuernos, por eso es que ahora que ya no gozo con él como antes trato de satisfacerme sola y eso que oportunidades no me faltan si quisiera engañarlo. Por mi actividad conozco mucha gente y a muchos hombres los tuve que frenar porque se estaban insinuando demasiado y eso que yo no les doy lugar a pensar que tengo el “sí” fácil y rápidamente me abro de piernas. Le soy fiel y punto. Esa es mi manera de ser.
Como seguía con su cantinela al final le dije que aceptaba. El sólo hecho de pensar que iba a estar cogiendo con otro tipo delante suyo me producía una sensación rara en la boca, como si tuviera náuseas, pero de a poco los ratones me fueron ganando. Pensé que si él lo aceptaba tan normalmente y el tipo que me trajera resultaba de mi agrado podía probar. Por ahí realmente la pasaba bien, el temor era calentarme de tal modo con ese hombre que me enamorara y tuviera luego que separarme. No era mi intención hacerlo porque el sexo no era todo en nuestra pareja. Fuera de la cama la pasábamos realmente bien y ahora porque no me satisfacía como antes no tenía por qué alejarme de él.
Puse como condición que la persona que trajera tenía que ser un tipo sano, no fuera que metiera a un loco o degenerado en la cama y fuera una experiencia terrible. Le pedí también que no fuera un Adonis pero que tampoco fuera un contrahecho y que, sobre todo, fuera discreto.
Me dijo que había pensado en un conocido nuestro y dudé un poco. No fuera que después éste desparramara el chimento por entre los otros amigos y quedara como una puta barata. Me estaba empezando a gustar la idea de coger con otro que no fuera mi marido ya que siempre tuve sexo solamente con él y fue quien me había desvirgado, así que sería toda una experiencia para mí, pero tampoco quería que se llegara a saber que cogía con otro que no era mi marido. Sería terrible. Yo soy una profesional y me desprestigiaría mucho si llegara a oídos de algún cliente lo que había estado haciendo. Así que preferiría a un extraño que no supiera nada de mí.
Pero la duda acerca del nombre fue más fuerte que yo y le pregunté en quién había pensado. Cuando me dijo el nombre de Raúl, que era el marido de mi mejor amiga, y que era realmente buen mozo ya empecé a cambiar de idea. Me acordé que en el club contaban las mujeres, cuando su esposa no estaba presente, que éste era un pillo, que no dejaba títere con cabeza y que sí sabía hacer gozar a las hembras. Además, sabía por mi marido, quien lo veía en el vestuario cuando se duchaban después de algún partido de tenis que Raúl tenía bien puesto el apodo de “tres piernas” con que lo cargaban a veces, porque tenía una verga descomunal. Mi esposo me la había comparado con la de un actor que trabajaba en películas porno (John Holmes) y si realmente se le aproximaba en dimensiones era tremenda. Siempre pensé que algún día se la podría llegar a ver accidentalmente pero nunca de esta forma como pensaba mi esposo.
Me había agarrado tal curiosidad por verlo y hasta me da vergüenza contarlo, que un fin de semana que pasamos juntos los cuatro en su casa de la playa aproveché que tanto su mujer como mi marido estaban charlando con unos vecinos para disimuladamente entrar en el cuarto a buscar algo luego de que él había salido de la ducha. No sé qué pasaba por mi mente en ese momento pero tuve tanta mala suerte que cuando entré de golpe en el cuarto se sorprendió y se tapó raudamente sin poder verle nada. Qué desilusión, me la jugué como una muchachita calentona y al final no vi nada.
Así que acepté la propuesta de mi marido y le volví a repetir que tenía que hacerle prometer discreción y un silencio total. Me gustaba la idea de acostarme con Raúl pero no quería que se supiera. Si mi amiga se enteraba iba a arder Troya y su iría al diablo nuestra amistad de tantos años, al margen de quedar mal con el resto de nuestros amigos.
El día llegó. Aprovechamos que los chicos iban a estar ausentes durante toda la tarde de ese sábado y él le dijo a su mujer que iba a ver un partido de fútbol con mi marido. La coartada perfecta.
Cuando llegó tomamos un par de whiskies y pasamos rápidamente al dormitorio. Cuando me besó en la boca sentí que el fuego me subía. Me empezó a acariciar muy suave y cuando llegó a mi entrepierna sentí que desfallecía, hacía tanto que quería esas caricias.
Me fue desnudando él mismo mientras mi marido observaba todo. No me animaba a tocarlo y cuando me depositó suavemente sobre la cama me llevó la mano hacia su miembro que todavía fláccido era grande. Allí noté que estaba empezando a crecer y que realmente no me habían mentido.
Me dejé estar y empezó a besarme desde los pies a la cabeza mientras sus manos se aferraban a mis pechos, no me tocaba mi cuevita para nada, cuando llegaba al lugar pasaba de largo y eso me calentaba cada vez más. Mis pezones parecían reventar. Estaban tan duros y excitados que el solo roce de sus dedos me llevaba al borde del clímax. Comencé a temblar como loca.
El finalmente llevó sus dedos a mi concha y me introdujo dos en la vagina al tiempo que con el pulgar comenzaba a masajear mi botoncito delicadamente. Su lengua y sus dedos parecían multiplicarse para estimular mis centros más sensibles.
En un momento dado apoyó su cabeza sobre mi concha y me prodigó varias lamidas sobre el clítoris hasta que, finalmente, me penetró con su lengua y allí exploté sin contenerme y tuve mi primer orgasmo. Nunca había sentido nada igual. Mi marido me miraba sin entender nada.
A esta altura su miembro parecía cada vez más grande. Era descomunal, nunca había visto nada igual. Me puso debajo de él y me penetró suavemente. Pensé que no iba a poder aceptarla por sus dimensiones y hasta sentí cierto temor.
Su verga se deslizaba lentamente hacia mi interior y cuando estuvo bien adentro comenzó a entrar y salir de mi concha, avanzando con cada acometida varios centímetros hacia el fondo de mi canal. Nos estábamos acercando al orgasmo. Él continuaba bombeando y el ritmo violento de sus embestidas me resultaba ya insoportable.
Me olvidé de quién estaba encima mío y de que mi esposo estaba observando todo. Cerré mis ojos y me dejé flotar en mi orgasmo que fue algo maravilloso.
Cuando terminó se fue al baño y mientras tanto yo le indiqué a mi marido que se acercara y comencé a masturbarlo y pronto lo hice acabar. Antes de que desparramara toda su leche me metí su pija en la boca y se la dejé bien limpita. Me agradeció con la mirada.
Raúl volvió y empecé a acariciarlo suavemente y noté que su enorme miembro se ponía duro nuevamente. Yo quería gozar más y me subí arriba de él. Fue un momento glorioso porque me detuvo con una mano en el ombligo mientras me acariciaba con la otra una teta. Detenida así, bajé la vista y vi su pija bien parada y brillosa y yo misma tuve que tomar la iniciativa, me elevé sobre la rodilla, le agarré la verga del tronco, me la ubiqué a la entrada de mi vagina y me dejé caer suavemente sintiendo la entrada de cada centímetro de poronga en mi concha ávida, gozando como no había gozado jamás, mirándonos la cara y sonriendo.
Después empezó el movimiento que siguió hasta el paroxismo. ¡Qué manera de coger!. Mi marido nos miraba con cara de sorprendido y tenía su pija erecta nuevamente, así que le hice una seña para que se acercara y me la puse nuevamente dentro de mi boca -sabía que le gustaba mucho eso- y comencé a mamársela. Pronto los tres estallamos en intensos orgasmo y quedamos rendidos recostados sobre la cama sin decir palabras.
Luego de un buen rato me dieron ganas de chupar la de Raúl, así que fui girando suavemente hasta quedar en un perfecto 69. Acerqué mi cara al glande agarrando decididamente su pija por el tronco mientras le acariciaba los testículos con la otra mano. Rocé la cabeza con los labios y vi aparecer en la boquita de la verga el líquido preeyaculatorio que tenía todo el olor a macho. Yo estaba lanzada e inicié mi fellatio tragándome esa poronga descomunal, chupándosela con vigor y estremeciéndome cada vez que él bombeaba lentamente con su boca en busca de los jugos de mi concha.
Raúl me separó las piernas y comenzó a lamerme. Se lengua se metía en todos los rincones de mi concha. Me rodeaba el clítoris con sus labios y pretendía succionármelo. Mi marido dijo que quería participar y me pidió que me pusiera en cuatro patas sin dejar de chupársela a Raúl. Se arrodilló detrás de mí. Yo estaba excitadísima y le pedí por favor que me la metiera. Mi concha estaba bien expuesta y con los labios hinchados. El los separó y hundió un dedo en mi cavidad caliente y supermojada. No podía dejar de gemir y movía las caderas incitándolo a que me la pusiera de una vez pero a él no se le paraba del todo, así que seguí chupando la gruesa verga del marido de mi amiga que sí estaba dura mientras esperaba la embestida de mi marido.
No sé si por lo que estaba viendo o porque tenía que suceder a mi esposo se le paró de una manera como nunca había visto y sentido. Me la metió hasta el fondo de mi conchita húmeda y comenzó a moverse a un ritmo descomunal. Pensé que iba a desfallecer. ¡Qué zaranda me dio!. Nunca lo hubiera imaginado. Me cogía de vuelta como en los mejores días.
Mi marido estaba tan entusiasmado que me propuso cogerme por el culo mientras Raúl me la metía por la concha. No dudé un instante y rápidamente dejé de chupársela a mi amigo, me di vuelta y lo monté dejando el culito bien paradito para que mi esposo no tuviera dificultades. Para lubricarme me pasó la lengua por el agujero y me empecé a volver loca cuando me la fue metiendo despacito para no dañarme. Hacía tanto que no lo hacía por ahí que me había olvidado el placer que me producía.
Cuando agarraron el ritmo yo era un pelele entre los dos, pero nunca hubo un pelele tan feliz como yo en esos momentos. Me estaban cogiendo dos tipos al mismo tiempo. Jamás lo hubiera imaginado. Me estaban deshaciendo, pensaba que no iba a poder coger por un tiempo pero cómo los gozaba.
Ahí sí, cuando acabamos quedamos los tres extenuados y tendidos sobre la cama. Esa tarde resultó ser un momento decisivo en nuestra relación. Nunca antes habíamos compartido un secreto tan especial. Raúl se retiró prometiendo guardar silencio de todo ello no sin antes decirnos que cuando quisiéramos podíamos contar con él. Que la había pasado muy bien y esperaba que nosotros también. Por la mirada que le eché en esos momentos supongo que adivinó que yo la había pasado excelente.
Mi marido me comentó que a pesar de haber cogido con Raúl en realidad le había hecho el amor a él y dijo que esa era la fórmula y por eso su insistencia durante tanto tiempo. Yo no sé si realmente fue así porque yo gocé realmente con el otro y por momentos eran dos los que me penetraban pero si él quedó conforme con la experiencia yo no tengo por qué sacarle esa idea de su cabeza.
Desde entonces hemos tenido otros encuentros de ese tipo sin miedos y seguros de lo que sentimos
Se nota que algo debe intuir porque ya hace un tiempo que me viene proponiendo introducir a otro tipo en la cama. No sé si lo hace porque piensa que de ese modo yo voy a poder satisfacerme o porque le gustaría verme con otro. Algo me dijo algún día de una fantasía que tenía al respecto.
Siempre le digo que no pero él insiste y hasta compró un consolador que suele ponerme de vez en cuando. A mí eso no me gusta mucho y generalmente me niego a que lo traiga a la cama aunque tengo que confesar que cuando me lo introduce y a pesar de la frialdad que tiene siento una excitación que no puedo parar. Muchas veces llegué al orgasmo con él adentro aunque trato de disimular lo mejor posible.
Me acuerdo que cuando era más joven siempre acababa antes que yo pero continuaba moviéndose y con el pene erecto hasta que yo terminaba. Ahora eso ya no sucede, así que me siento bastante desconsolada. No me gusta masturbarme, prefiero que sea el hombre el que me haga gozar y él ni con los dedos lo hace ya. Tampoco me la chupa más pero sí le gusta que yo se lo haga a él y casi siempre, si me descuido, me acaba en la boca. Antes me agradaba hacérselo y no dejaba que la sacara hasta exprimírsela bien, pero ahora no sé si es que estoy más vieja o desganada, producto del mal sexo que tenemos, que ni siquiera gozo con ello y nunca tomo la iniciativa. Es él el que me lo pide y yo a regañadientes se lo hago, pero no siempre.
Así que cuando insistió una vez más en traer a otro tipo a la cama le sonreí y de dije que lo creía incapaz de dejarme coger con otro delante de él porque siempre fue y es muy celoso. Le volví a reiterar que la idea no me gustaba pero que si él pensaba que la iba a pasar bien me sacrificaba y listo. Realmente yo quiero mucho a mi marido y jamás pensé en ponerle los cuernos, por eso es que ahora que ya no gozo con él como antes trato de satisfacerme sola y eso que oportunidades no me faltan si quisiera engañarlo. Por mi actividad conozco mucha gente y a muchos hombres los tuve que frenar porque se estaban insinuando demasiado y eso que yo no les doy lugar a pensar que tengo el “sí” fácil y rápidamente me abro de piernas. Le soy fiel y punto. Esa es mi manera de ser.
Como seguía con su cantinela al final le dije que aceptaba. El sólo hecho de pensar que iba a estar cogiendo con otro tipo delante suyo me producía una sensación rara en la boca, como si tuviera náuseas, pero de a poco los ratones me fueron ganando. Pensé que si él lo aceptaba tan normalmente y el tipo que me trajera resultaba de mi agrado podía probar. Por ahí realmente la pasaba bien, el temor era calentarme de tal modo con ese hombre que me enamorara y tuviera luego que separarme. No era mi intención hacerlo porque el sexo no era todo en nuestra pareja. Fuera de la cama la pasábamos realmente bien y ahora porque no me satisfacía como antes no tenía por qué alejarme de él.
Puse como condición que la persona que trajera tenía que ser un tipo sano, no fuera que metiera a un loco o degenerado en la cama y fuera una experiencia terrible. Le pedí también que no fuera un Adonis pero que tampoco fuera un contrahecho y que, sobre todo, fuera discreto.
Me dijo que había pensado en un conocido nuestro y dudé un poco. No fuera que después éste desparramara el chimento por entre los otros amigos y quedara como una puta barata. Me estaba empezando a gustar la idea de coger con otro que no fuera mi marido ya que siempre tuve sexo solamente con él y fue quien me había desvirgado, así que sería toda una experiencia para mí, pero tampoco quería que se llegara a saber que cogía con otro que no era mi marido. Sería terrible. Yo soy una profesional y me desprestigiaría mucho si llegara a oídos de algún cliente lo que había estado haciendo. Así que preferiría a un extraño que no supiera nada de mí.
Pero la duda acerca del nombre fue más fuerte que yo y le pregunté en quién había pensado. Cuando me dijo el nombre de Raúl, que era el marido de mi mejor amiga, y que era realmente buen mozo ya empecé a cambiar de idea. Me acordé que en el club contaban las mujeres, cuando su esposa no estaba presente, que éste era un pillo, que no dejaba títere con cabeza y que sí sabía hacer gozar a las hembras. Además, sabía por mi marido, quien lo veía en el vestuario cuando se duchaban después de algún partido de tenis que Raúl tenía bien puesto el apodo de “tres piernas” con que lo cargaban a veces, porque tenía una verga descomunal. Mi esposo me la había comparado con la de un actor que trabajaba en películas porno (John Holmes) y si realmente se le aproximaba en dimensiones era tremenda. Siempre pensé que algún día se la podría llegar a ver accidentalmente pero nunca de esta forma como pensaba mi esposo.
Me había agarrado tal curiosidad por verlo y hasta me da vergüenza contarlo, que un fin de semana que pasamos juntos los cuatro en su casa de la playa aproveché que tanto su mujer como mi marido estaban charlando con unos vecinos para disimuladamente entrar en el cuarto a buscar algo luego de que él había salido de la ducha. No sé qué pasaba por mi mente en ese momento pero tuve tanta mala suerte que cuando entré de golpe en el cuarto se sorprendió y se tapó raudamente sin poder verle nada. Qué desilusión, me la jugué como una muchachita calentona y al final no vi nada.
Así que acepté la propuesta de mi marido y le volví a repetir que tenía que hacerle prometer discreción y un silencio total. Me gustaba la idea de acostarme con Raúl pero no quería que se supiera. Si mi amiga se enteraba iba a arder Troya y su iría al diablo nuestra amistad de tantos años, al margen de quedar mal con el resto de nuestros amigos.
El día llegó. Aprovechamos que los chicos iban a estar ausentes durante toda la tarde de ese sábado y él le dijo a su mujer que iba a ver un partido de fútbol con mi marido. La coartada perfecta.
Cuando llegó tomamos un par de whiskies y pasamos rápidamente al dormitorio. Cuando me besó en la boca sentí que el fuego me subía. Me empezó a acariciar muy suave y cuando llegó a mi entrepierna sentí que desfallecía, hacía tanto que quería esas caricias.
Me fue desnudando él mismo mientras mi marido observaba todo. No me animaba a tocarlo y cuando me depositó suavemente sobre la cama me llevó la mano hacia su miembro que todavía fláccido era grande. Allí noté que estaba empezando a crecer y que realmente no me habían mentido.
Me dejé estar y empezó a besarme desde los pies a la cabeza mientras sus manos se aferraban a mis pechos, no me tocaba mi cuevita para nada, cuando llegaba al lugar pasaba de largo y eso me calentaba cada vez más. Mis pezones parecían reventar. Estaban tan duros y excitados que el solo roce de sus dedos me llevaba al borde del clímax. Comencé a temblar como loca.
El finalmente llevó sus dedos a mi concha y me introdujo dos en la vagina al tiempo que con el pulgar comenzaba a masajear mi botoncito delicadamente. Su lengua y sus dedos parecían multiplicarse para estimular mis centros más sensibles.
En un momento dado apoyó su cabeza sobre mi concha y me prodigó varias lamidas sobre el clítoris hasta que, finalmente, me penetró con su lengua y allí exploté sin contenerme y tuve mi primer orgasmo. Nunca había sentido nada igual. Mi marido me miraba sin entender nada.
A esta altura su miembro parecía cada vez más grande. Era descomunal, nunca había visto nada igual. Me puso debajo de él y me penetró suavemente. Pensé que no iba a poder aceptarla por sus dimensiones y hasta sentí cierto temor.
Su verga se deslizaba lentamente hacia mi interior y cuando estuvo bien adentro comenzó a entrar y salir de mi concha, avanzando con cada acometida varios centímetros hacia el fondo de mi canal. Nos estábamos acercando al orgasmo. Él continuaba bombeando y el ritmo violento de sus embestidas me resultaba ya insoportable.
Me olvidé de quién estaba encima mío y de que mi esposo estaba observando todo. Cerré mis ojos y me dejé flotar en mi orgasmo que fue algo maravilloso.
Cuando terminó se fue al baño y mientras tanto yo le indiqué a mi marido que se acercara y comencé a masturbarlo y pronto lo hice acabar. Antes de que desparramara toda su leche me metí su pija en la boca y se la dejé bien limpita. Me agradeció con la mirada.
Raúl volvió y empecé a acariciarlo suavemente y noté que su enorme miembro se ponía duro nuevamente. Yo quería gozar más y me subí arriba de él. Fue un momento glorioso porque me detuvo con una mano en el ombligo mientras me acariciaba con la otra una teta. Detenida así, bajé la vista y vi su pija bien parada y brillosa y yo misma tuve que tomar la iniciativa, me elevé sobre la rodilla, le agarré la verga del tronco, me la ubiqué a la entrada de mi vagina y me dejé caer suavemente sintiendo la entrada de cada centímetro de poronga en mi concha ávida, gozando como no había gozado jamás, mirándonos la cara y sonriendo.
Después empezó el movimiento que siguió hasta el paroxismo. ¡Qué manera de coger!. Mi marido nos miraba con cara de sorprendido y tenía su pija erecta nuevamente, así que le hice una seña para que se acercara y me la puse nuevamente dentro de mi boca -sabía que le gustaba mucho eso- y comencé a mamársela. Pronto los tres estallamos en intensos orgasmo y quedamos rendidos recostados sobre la cama sin decir palabras.
Luego de un buen rato me dieron ganas de chupar la de Raúl, así que fui girando suavemente hasta quedar en un perfecto 69. Acerqué mi cara al glande agarrando decididamente su pija por el tronco mientras le acariciaba los testículos con la otra mano. Rocé la cabeza con los labios y vi aparecer en la boquita de la verga el líquido preeyaculatorio que tenía todo el olor a macho. Yo estaba lanzada e inicié mi fellatio tragándome esa poronga descomunal, chupándosela con vigor y estremeciéndome cada vez que él bombeaba lentamente con su boca en busca de los jugos de mi concha.
Raúl me separó las piernas y comenzó a lamerme. Se lengua se metía en todos los rincones de mi concha. Me rodeaba el clítoris con sus labios y pretendía succionármelo. Mi marido dijo que quería participar y me pidió que me pusiera en cuatro patas sin dejar de chupársela a Raúl. Se arrodilló detrás de mí. Yo estaba excitadísima y le pedí por favor que me la metiera. Mi concha estaba bien expuesta y con los labios hinchados. El los separó y hundió un dedo en mi cavidad caliente y supermojada. No podía dejar de gemir y movía las caderas incitándolo a que me la pusiera de una vez pero a él no se le paraba del todo, así que seguí chupando la gruesa verga del marido de mi amiga que sí estaba dura mientras esperaba la embestida de mi marido.
No sé si por lo que estaba viendo o porque tenía que suceder a mi esposo se le paró de una manera como nunca había visto y sentido. Me la metió hasta el fondo de mi conchita húmeda y comenzó a moverse a un ritmo descomunal. Pensé que iba a desfallecer. ¡Qué zaranda me dio!. Nunca lo hubiera imaginado. Me cogía de vuelta como en los mejores días.
Mi marido estaba tan entusiasmado que me propuso cogerme por el culo mientras Raúl me la metía por la concha. No dudé un instante y rápidamente dejé de chupársela a mi amigo, me di vuelta y lo monté dejando el culito bien paradito para que mi esposo no tuviera dificultades. Para lubricarme me pasó la lengua por el agujero y me empecé a volver loca cuando me la fue metiendo despacito para no dañarme. Hacía tanto que no lo hacía por ahí que me había olvidado el placer que me producía.
Cuando agarraron el ritmo yo era un pelele entre los dos, pero nunca hubo un pelele tan feliz como yo en esos momentos. Me estaban cogiendo dos tipos al mismo tiempo. Jamás lo hubiera imaginado. Me estaban deshaciendo, pensaba que no iba a poder coger por un tiempo pero cómo los gozaba.
Ahí sí, cuando acabamos quedamos los tres extenuados y tendidos sobre la cama. Esa tarde resultó ser un momento decisivo en nuestra relación. Nunca antes habíamos compartido un secreto tan especial. Raúl se retiró prometiendo guardar silencio de todo ello no sin antes decirnos que cuando quisiéramos podíamos contar con él. Que la había pasado muy bien y esperaba que nosotros también. Por la mirada que le eché en esos momentos supongo que adivinó que yo la había pasado excelente.
Mi marido me comentó que a pesar de haber cogido con Raúl en realidad le había hecho el amor a él y dijo que esa era la fórmula y por eso su insistencia durante tanto tiempo. Yo no sé si realmente fue así porque yo gocé realmente con el otro y por momentos eran dos los que me penetraban pero si él quedó conforme con la experiencia yo no tengo por qué sacarle esa idea de su cabeza.
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