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Diario de una puritana (Capítulo 10)

Capítulo 10: En búsqueda del “santo grial”
 

Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente.

No por lo menos cuando también podía malpensar muchas veces de ella. Y no porque una pareja esté obligada a ser perfecta, tendrá manías o defectos como cualquiera; pero el que yo percibía de ella quizá no era compatible ni aceptable; no podía haber auténtico cariño hacia alguien que percibía como hipócrita. No porque lo fuera conmigo, pero si porque vivía siendo completamente doble con casi todos los demás. Era una cualidad que me hacía vivir lleno de desconfianza, vivía convencido en que esa falsedad algún día iba a jugar en mi contra.

Pero a pesar de ello, del eterno recelo que vivía en mi cabeza, tenía una enorme dependencia hacia ella. La  había asumido como parte de mi diario vivir y me gustaba, quería ver hasta dónde podían llegar las cosas.

Tampoco voy a negar que su libidinosidad me tenía atrapado, casi adicto. A pesar de haber fornicado una y otra vez con ella, no me cansaba de hacerlo, parecía inagotable el deseo que tenía hacia la siempre deseosa y deseable Mafe.

Era de alguna manera raro porque lo que siempre me había pasado era llegar a un punto de agotamiento, de aburrimiento al coger con la misma chica. Con Mafe no me pasó eso, cada polvo fue de alguna manera memorable.  

Aunque he de confesar que las fantasías fueron agotándose, o quizá, más que agotándose, fueron cumpliéndose, por eso dejaron de ser fantasías, eran sueños cumplidos. Pero había algo que todavía no había probado, y por lo menos yo estaba ansioso de hacerlo. Quería que Mafe me entregara su culo.

Hasta ese entonces nunca lo charlamos, y mucho menos lo intentamos. Era como si existiera un pacto tácito de que era ‘campo santo’.

Cuando follábamos en cuatro, era cuando más lo deseaba, pues era en esos momentos cuando lo tenía de frente, era ahí cuando tenía ese ojal coqueteándome, como haciéndome ojitos para aventurarme a explorarlo. Pero no me atrevía a retirar mi pene de Mafe, para introducirlo a traición por su ojete. Estaba seguro de que eso le molestaría y marcaría el fin del polvo que estuviéramos echando en ese momento.

Entendía que debía convencerla, casi como la primera vez que follamos, sabía que debía llenarla de confianza y tranquilidad para tan aventurado paso. Pero no podía ser frentero tampoco, no podía decirle así como así que me entregara su culo, pues sabía que ella se iba a negar rotundamente.

Una noche, durmiendo junto a mi bella Mafe, soñé que la penetraba por allí, por su misterioso ojete, y obviamente, siendo un sueño, todo era perfecto, ella lo disfrutaba e incluso me pedía ser más agresivo en la aventura contranatura. Pero cuando desperté, me estrellé contra la realidad. Estaba allí acostado junto a Mafe, pero solamente durmiendo. Yo estaba completamente excitado por las imágenes que segundos antes se habían apoderado de mi mente. Empecé a besarla por el cuello mientras dormía, como buscando despertarla, como tratando de encender la llama de la pasión que no había estado presente en nuestro dormitorio esa noche, por lo menos hasta ese momento.

Ella despertó, y aún somnolienta estiraba su cuello y me alentaba para que la siguiera besando. Me arrimé a ella, y estando los dos acostados de medio lado, fue evidente mi miembro erecto chocando contra sus nalgas, como quien pide permiso para entrar. Empecé a acariciar lentamente sus piernas..

- ¿Te apetece una mamada?
- Es lo mínimo por haberme despertado – respondió Mafe dibujando una leve sonrisa en su bello rostro
- Pero quítate la camisa, que antes quiero besarte por la espalda, quiero consentirte como lo mereces

Tenía pensado ir bajando poco a poco, besando lentamente sus hombros, descender por su espalda hasta llegar a sus nalgas y aventurarme a darle un beso negro, advirtiendo que jamás lo había hecho, y sin saber cómo iba a reaccionar Mafe.

Comprendía que Mafe tenía que estar completamente excitada, que ella tenía que alcanzar la cúspide del deseo, para permitirme avanzar en mi intento de incursión rectal. Mientras paseaba lentamente mis labios por su espalda, le acariciaba sus piernas, les rozaba la yema de mis dedos y ocasionalmente las arañaba levemente,

Cuando le saqué las bragas, acaricié su vulva, posando la palma de mi mano sobre ella. Simultáneamente dirigí mi boca hacia su ojete. Mafe se sorprendió por completo, apretó sus nalgas una vez que sintió mis labios y mi lengua tratando de establecer contacto con su ano.

Ese freno en seco me hizo buscar tranquilizarla. Recurrí a la vieja y confiable frase de “no va a pasar nada que tú no quieras”, buscando calmarla. Volví a dirigir mi boca hacia su ojal y antes de juntarlos le dije “es solo algo que quiero probar”.

Sinceramente fue asqueroso, pero la excitación que le causé no tiene precio. Fue cuestión de segundos, de un par de pasadas de mi lengua por su ojete para verla retorcerse del placer contra el colchón. Entendí que era el momento de seguir avanzando, por lo que dirigí uno de mis dedos hacia el objetivo, pero una vez hizo el mínimo contacto, Mafe volvió a retraerse, volvió a juntar sus nalgas, como un movimiento reflejo que buscaba impedir cualquier ingreso. Le repetí de nuevo, “no va a pasar nada que tú no quieras”, aunque esta vez no tendría efecto, ya que Mafe tenía bastante claro lo que no quería que pasara. Por mi parte supe que había fracasado en mi intento por explorar su culo.

Terminamos echando un fogoso polvo de madruga, siempre era apetecible sentir la humedad de Mafe en medio de la oscuridad y a primera hora de la mañana,  pero yo quedé con esa sensación de cuenta pendiente. En mi cabeza seguía dando vueltas la palabra fracaso, pues estaba realmente obsesionado con tener sexo anal con Mafe, pero sabía que eso estaba lejos de cumplirse.

De todas formas, no iba a dejar de intentarlo. Era cuestión de ser paciente y persistir.

Más tarde esa misma mañana, ya con la luz del sol sobre nosotros, mientras desayunábamos, y antes de partir a la oficina, le pregunté a Mafe cómo se la había pasado con el polvo espontáneo de la madrugada.

- ¡Súper! Estuviste diez puntos. Me quedé tan relajadita, y terminé descansando muy bien
- A mí también me encantó, aunque me causó algo de desilusión que no me dejaras probar cosas nuevas
- ¿A qué te refieres?
- A que quise consentirte ese hermoso y respingado culito, pero me bloqueaste la entrada
- Bueno, es que eso no está hecho para eso. Para el placer y la reproducción está la vagina, y el culo para excretar.
- Quizá, pero te vi disfrutar muchísimo cuando te estimulé con mi lengua
- No fue muchísimo
- Lo habría sido si me hubieses dejado avanzar
- Se te va a hacer tarde para llegar al trabajo…
 


Mafe estaba siendo completamente recelosa con este tema, y la verdad no imaginaba la manera de ablandarla, de convencerla para cumplir esa fantasía.


Me volví un poco intenso con el tema durante esos días. Le recordé esa vieja versión suya que temía y se resistía al sexo, y que terminó cambiando casi que al extremo opuesto. Traté de convencerla comprando lubricantes, o tratando de convertir la situación en un juego. Pero parecía que no había poder humano que pudiera convencerla de acceder.

Claro que lo más sorprendente fue que su postura negativa hacia el sexo anal fue pasando del argumento de la prohibición contranatura, a un tipo de chantaje emocional. “Tú y yo no contamos con la bendición de dios, no tenemos una hipoteca, no tenemos un hijo, no tenemos nada que nos una verdaderamente. No veo por qué debo acceder a una pretensión tan osada con alguien con quien no tengo un verdadero lazo”.

Escucharle decir eso me enervó, enfurecí por completo, pues entendí su postura más como un chantaje que como cualquier otra cosa. Salí furioso de casa. Estaba sorprendido de que Mafe me estuviera sometiendo a este tipo de condicionamientos. De hecho no sabía que pretendía ¿Tener un hijo o casarnos a cambio de su culo? No estaba dispuesto a pagar un costo tan alto.

Esa tarde salí de casa a dar un paseo, a tratar de calmarme por la actitud que había tomado Mafe frente a mis deseos y nuestra relación. Tanto así que llamé a una amiga para contarle lo acontecido y pedirle consejo. Me aconsejó apelar a la ternura, llevarla a un punto de excitación total a punta de mimos, cariñitos, y tratos dulces. Yo sentía que había intentado eso y había fallado. Pensé en saciar mis deseos con una prostituta, pero rápidamente desistí de ello; nunca ha sido afecto al plan de ir de putas.

De todas formas era algo que me obsesionaba. Era una ilusión que tenía y que no estaba dispuesto a dejar desvanecer así como así. Le di muchas vueltas en mi cabeza sobre la forma de convencerla. Y tanta meditación dio sus frutos, fueron varios planes los que elucubré para conseguir mi cometido.

El primero de ellos fue por la línea de la recomendación que me dio mi amiga: ser tierno con Mafe a la hora de intentarlo.

Decidí entonces reservar una cabaña a las afueras de la ciudad, obviamente con su correspondiente adquisición de vino, cena y la típica cursilería de escribirle un mensaje de amor con pétalos de rosa sobre la cama.

Le dediqué días a pensar cada uno de los detalles de la velada. Lo primero fue comprarle un abrigo, que le regalaría en el inicio de la noche. En uno de los bolsillos introduje la reserva de la cabaña.

La reacción de Mafe al recibir el abrigo fue la esperada, no cabía de la dicha, y su embeleso fue en aumento al descubrir el tiquete de la reserva. Tomamos el coche y partimos rumbo a lo que parecía ser la noche más romántica de nuestro noviazgo y mi esperado acceso a la ‘tierra prometida’.

El sitio era realmente acogedor. Era una casa de campo en adobe, con un ligero aroma a roble, luces tenues, con un decorado rústico, chimenea en el salón principal, y un camino de pétalos de rosa a la habitación, la cual tenía su propia decoración también con pétalos de esta flor.

La cena también la encargué con antelación, y para mi satisfacción no hubo contratiempo alguno en su entrega. Es más, pasaron cerca de diez minutos desde que habíamos entrado a la cabaña y el momento en que llegó la cena.  Ensalada de escarola y peras caramelizadas como guarnición y como plato principal salmón glaseado con naranja y romero. La cena la acompañamos con un Domaine Alain Graillot Crozes, un exquisito vino tinto que bebimos al calor de la chimenea.

Realmente fue un momento romántico, que ocultaba a la perfección mi malsana intención de desvirgarle el culo a mi hermosa Mafe.

Fue tal el regocijo de Mafe, que fue ella quien empezó con una larga tanda de besos a modo de recompensa por mi romántica, y hasta entonces desinteresada, sorpresa. Nos fundimos en un fuerte abrazo que acompañamos con besos mientras caminábamos de forma tambaleante hacia el dormitorio.

Caímos sobre el colchón y continuamos besándonos por un largo rato, mirándonos a la cara con un repetitivo gesto de ternura. El ademán de acariciar la mejilla del otro también se hizo reiterativo.

Mafe se sacó la camisa, el sostén y me pidió que le besara los pechos. Acepté de inmediato, no había motivo para oponerme a tan grata petición. Me ayudé con uno de los pétalos para estimular a Mafe. Lo pasaba levemente por sobre su torso, apenas rozando su piel, mientras ella reía y me pedía frecuentemente que la besara.

Me detuve por un instante, me puse en pie y fui al salón principal en búsqueda de otra botella de vino. La destapé y volví al cuarto. Empecé a regarlo de a pocos sobre el pecho de Mafe, sobre su abdomen, sobre su pubis, quería sazonarla un poco con la sangre de Cristo

Mafe solo permanecía allí sobre la cama, casi que inmóvil, disfrutando el sentir mi lengua y los pétalos de rosa paseando por su cuerpo. Pero de repente quiso cambiar de rol, se puso en pie casi de forma abrupta y me tumbó sobre la cama. “Dime si te gusta…”, dijo ella antes de empezar a menearse mientras se sacaba lentamente los pantalones. No voy a mentir, el baile erótico no era su mayor virtud, pero debo reconocer que tuvo una gran actitud con la demostración que hizo.

Me puse en pie y la abracé para de nuevo fundirnos en un apasionado beso. Luego le pedí sentarse o acostarse en la cama, mientras yo le devolvía el espectáculo del show erótico. Tampoco creo que se me haya dado muy bien, pues era la primera vez que lo hacía, pero Mafe por lo menos se divirtió al verme hacerlo.

Eso sí, estuve siempre pendiente de tener lubricante a la mano, pues era indispensable para llevar a cabo mi plan.

Una vez quedamos desnudos nos acostamos y continuamos besándonos. Las caricias también se hicieron presentes. No sé si el tiempo se nos hizo largo o si realmente dedicamos mucho tiempo a esta introducción romántica del polvo, lo cierto es que fue verdaderamente extensa.

Como era de esperarse, la estimulación de su vagina con mis dedos y con mi boca no pudo faltar. Mafe se acostó sobre la cama, abrió un poco sus piernas y con solo su mirada me invitó a que le comiera el coño. Para mí, esto se había convertido en uno de los grandes placeres de la vida.

Empecé con unos cortos besos por sus pies para luego ir subiendo por sus tobillos hasta llegar a sus muslos y concentrarme allí por un buen rato. Mi lengua empezó a deslizarse por ellos, sintiendo su piel erizarse.

A pesar de que yo estaba buscando ser romántico y regalarle un rato inolvidable, Mafe tenía algo más de prisa. El accionar de sus manos, tomándome del pelo para clavar mi cara en su vagina, me lo confirmaba. Pero pronto volví a recorrer sus piernas, alejándome de ese objetivo rosa y caliente. Sencillamente porque quería tenerlo entre mi boca en su punto máximo de ardor.

El calor de su zona íntima empezó a emanar, y el pasar de mis dedos por sobre su  vulva confirmó la creciente humedad. Era hora de dedicarme a comer ese postre llamado clítoris.

El de Mafe era ciertamente especial, no por alguna característica concreta, sino porque lo conocía a la perfección, sabía para ese entonces como estimularlo con mi lengua, con mis dedos, mirando o sin mirar; sabía cómo manipularlo para hacerla tocar el cielo.

Ella era un adicta del contacto de mi lengua con su clítoris, por eso era bastante normal que me abrazara con sus piernas cuando mi cara se entrometía entre su pubis. Ya era un clásico de nuestros coitos que yo levantara la cara con el mentón recubierto de esos fluidos con sabor a elixir sagrado. Mafe clavaba sus uñas en el colchón mientras apretaba las sábanas y de su boca escapan un cortitos suspiros, era todo un festival

Sin embargo, esa noche fue especial por algo más, y es que Mafe se animó a darme una mamada, pero lo hizo con tal grado de perversión que terminé disfrutándola a pesar de su pobre técnica.

Fue ella quien me invitó a dejarme caer sobre la cama, y luego se abalanzó sobre mi pene para introducirlo en su boca y regalarme la que fue la mejor mamada desde que habíamos empezado a salir.

En un comienzo sus ojos se enfocaron en mi rostro, con esa mirada cómplice y pervertida de quien busca asegurarse estar dando placer a su contraparte. Pero luego sencillamente los cerró y continuó con su trabajo, como si en realidad estuviese disfrutando de tener mi miembro entre su boca. Fue inevitable descargar un poco de esperma en ese momento, pero no a causa de un orgasmo, sino de esta que va saliendo casi que de forma involuntaria antes del climax. Ese fenómeno que algunos han definido sabiamente como que “antes de llover, chispea”.

El semen corrió hacia afuera de su boca, empezó a deslizarse por una de las esquinas de su boca y a bajar por su mentón. Y aunque yo pensé que la reacción de Mafe iba a ser de asco o rechazo, sencillamente sonrió al dejar correr esa pequeña cantidad de esperma por su rostro.  

Mafe decidió que era momento de pasar de la estimulación oral al coito, por lo que se acomodó para montarme y dejó deslizar mi pene entre su humanidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al sentirme dentro, y a partir de allí empezó a sacudirse hasta terminar en una feroz cabalgata.

Tumbado en la cama y acariciando sus piernas, veía sus pequeños senos saltar al ritmo que se lo imponía el movimiento de su cuerpo. Ocasionalmente Mafe inclinaba su cabeza hacia atrás, como mirando hacia el techo, mientras dejaba que sus caderas hicieran el trabajo de marcar el ritmo y la labor de generar placer a todo su ser.

De follar en esta posición me encantaba el hecho de sentir la humedad de su pubis sobre el mío, también el hecho de jalarla hacia mí con un abrazo para sentir sus senitos rozando sobre mi pecho, o mejor aún, el hecho de poder ponerlos entre mi boca.

Mafe aguantó un buen rato montándome, pero llegó el momento en que el cansancio la venció, por lo que en un rápido movimiento se dio vuelta, quedando apoyada sobre sus rodillas, en una clara invitación a cogerla en cuatro.

Antes de penetrarla, decidí acariciarle una vez más su apetecible coño, y es que para mí era todo un delirio sentir sus fluidos en mis manos, poder sentir mis dedos deslizarse con facilidad entre su vagina era otro de mis grandes delectaciones. Mafe no se opuso, pues creo que sentía la misma obsesión que yo, aunque de su parte por mojar mis dedos con su coño. Era mutuamente apetecido.

Una vez satisfecho el deseo de sentir la humedad de su concha en mis manos, nació nuevamente la de sentirla pero con mi miembro. Así que procedí a penetrarla, y fue ahí que comprendí que se acercaba la hora de la verdad. Estaba una vez más con su ojete de frente a mí, mirándome a la cara.

Arranque lentamente, encargándome de acariciar su espalda, sus hombros y su abdomen al mismo tiempo que le penetraba. La sonoridad de sus gemidos fue en aumento a pesar de que los movimientos no eran bruscos ni severos.

Decidí entonces empezar a acariciar su ojete, por lo menos de forma superficial, a modo de primer acercamiento para tantear la situación. Mafe no reaccionó, aunque creo que desde ese momento sospechó hacia dónde iba todo.

Yo, al ver que no hubo reacción, entendí que era un gesto de condescendencia Me animé a meter la punta de mi dedo índice. Ahí sí hubo reacción de su parte, el clásico ademán de echar el cuerpo hacia adelante, juntar las nalgas y apretarlas.

- Tranquila Mafe, va a ser solo un poquito. Si no te gusta paramos

Mafe guardó silencio por unos instantes, pero luego terminó cediendo a mis pretensiones.

- Está bien. Por probar, pero seré yo quien mande
- ¡Como digas! Por cierto, traje esto para ayudarnos

Fue ahí cuando me puse en pie y tomé el pequeño frasco de lubricante entre mis manos. Sonreí, me unté un poco en los dedos y empecé a esparcirlo sobre su ojete. “Mafe, termine como termine esto, tengo que decir que te amo. Y no te lo tomes como algo menor, pues es la primera vez que lo digo sinceramente”.

Había un cierto grado de mentira en ello, pero no fue algo que dije solamente por conseguir mi cometido, realmente estaba confundido y creía poder estar realmente enamorado de Mafe.

- ¿Quieres que te lo bese?, pregunté
- Bueno, dale

Como todo estaba pensado, el lubricante tenía sabor, por lo que el beso negro no terminó siendo del todo desagradable. Mafe pareció disfrutar de mi lengua paseándose por su ojete. Un par de movimientos involuntarios me confirmaron el descontrol placentero que estaba viviendo.

Las cosas parecían ir por buen camino, así que una vez más me animé a introducir uno de mis dedos. Poco a poco mi dedo índice empezó esa misión de explorar territorio desconocido.

Por respeto a Mafe le pedí hacer una pequeña pausa para buscar una menta entre mis cosas, comerla y librarme así del mal sabor y darme la libertad de poder volver a besarla.

Una vez retomada la acción volví a esparcir un poco de lubricante en su ojete para introducir de nuevo mi dedo, esta vez a mayor profundidad. Mafe dejó escapar un par de lamentos, aunque realmente nada de qué preocuparse. Mi dedo entró del todo, se movió muy poco en su interior y luego lo fui retirando lentamente. Salió evidentemente untado de mierd*; la ‘tierra prometida’ estaba llena e la ‘greda prometida’ Era sencillamente asqueroso, pero en ese momento estaba loco perdido por terminar de ejecutar mi magistral plan.

- ¿Probamos ahora con dos deditos?
- No, vamos al grano de una vez
- ¿Segura?
- Sí, segura
- Mafe, eres lo máximo. ¡Te amo!

Claro que mi dicha iba a llegar pronto a su fin, porque una vez que entró el glande, Mafe me pidió detenerme. Así lo hice, me detuve, se lo saqué y le aplique más lubricante para de nuevo intentar la ansiada penetración anal. Sin embargo, a mitad del estrecho camino, el grito de Mafe fue desgarrador, y una vez más me pidió detenerme. Esta vez fue definitiva, pues parecía bastante adolorida, por lo que yo también sentí que era el momento de abortar la misión. De todas formas valoraba la voluntad de Mafe al pretender permitirme llevar a cabo mi plan, pero sencillamente su cuerpo y su mente no estaban preparados para ello.

- Lo siento, dijo Mafe al ver la decepción dibujada en mi rostro
- No Mafe, discúlpame tú a mí. Discúlpame por si te hice daño, y discúlpame por si te hice sentir forzada a hacer algo que no querías
- Relájate, estoy bien. Forzada no me sentí, fui yo quien aceptó el juego. Aunque es la última vez que lo intento.
- Más allá de que no pude cumplir mi fantasía, no eches en saco roto lo que te he dicho, te amo Mafe.

Mafe me besó, acarició mi mejilla y me pidió rematar el polvo que habíamos empezado y que la fantasía contranatura por poco nos arruina. Yo no podía negarme a un pedido de Mafe, más si este consistía en follarla, así que la apoyé contra una pared, la penetré y sin expresarle mi verdadero sentir, la folle con furia por la imposibilidad de haberla cogido por el culo.

A modo de recompensa Mafe me permitió correrme sobre su cara, entendiendo que ver su rostro recubierto de esperma era una de mis grandes fascinaciones. Claro que la noche no terminó ahí, pues el romanticismo del lugar, la cena y demás, fue un detonante para una velada cargada de actividad sexual y orgasmos.

Pero a pesar de que había sido una noche llena de placer y cariño, el objetivo principal no había podido cumplirse. Mafe había cambiado de postura, ya no me estaba “vendiendo” su culo a cambio de compromiso, sencillamente lo había intentado y no había resistido.

No sabía qué hacer pues mi obsesión seguía vigente y no estaba dispuesto a renunciar a cumplir mi fantasía. Estaba viviendo un verdadero tormento ya que penetrar a Mafe por el culo se me había convertido en una obstinación que no podía olvidar, y si bien había pensado en uno y otro plan para lograrla, el que había ejecutado esa noche era el mejor de todos, era mi plan A, B y C.

Bueno, sinceramente había pensado en un plan B y en un plan C, pero iban en contra de lo que pensaba, de mi esencia. El plan B era penetrarla a traición, y el plan C era embriagarla para llevar a cabo mi fantasía.

Sabía que de ninguna manera podrían salir bien, pero la obsesión me venció. Era como si me hubiese vuelto adicto a algo que nunca había probado, o por lo menos no del todo.

Lo primero que intenté fue la penetración a traición, obviamente pasado un tiempo prudente desde esa velada de romanticismo y experimentación. Fue en uno de tantos polvos ocasionales, teniendo a Mafe en cuatro, inocente de lo que iba a sentir. Fue un gesto que poco quiero recordar, pues además de haberle causado daño a Mafe, no disfrute al ser algo fugaz, agresivo y poco empático hacia una persona a la que juraba querer.

Esa acción, además de marcar el final del coito que estábamos teniendo, me causó una fuerte discusión con Mafe, y un enorme cargo de consciencia.

Mafe era excesivamente bondadosa, o quizá me quería demasiado, por lo que terminó perdonando mi abusiva intromisión. Y con su perdón desapareció mi cargo de consciencia y reapareció una vez más ese deseo malsano.

Así que llegué entonces al plan C, recurrir al licor para hacerle perder la consciencia, y así tener vía libre para hacer con ella lo que se me antojara. Claro que no era tan sencillo como suena, ya que Mafe no habituaba a beber. De hecho era muy raro que lo hiciera. Pero tampoco era una misión imposible, ya tenía en mente la forma de conseguir que Mafe y el licor se hicieran amigos íntimos por una noche.

Fue cuestión de invitar a una cena en casa a uno de mis amigos, a él y a su pareja. Mafe los aborrecía, su compañía le resultaba tediosa e incluso desesperante.

- La vamos a pasar bien, será una linda cena de parejitas. Y luego podemos rematar la noche con una salida a bailar, al cine, no sé…
- ¡Ni muerta! Vamos a comer con ellos, yo voy a poner buena cara el tiempo que dure la cena, me embriagaré, esperaremos a que se vayan, y luego me lo harás acá, sobre la mesa del comedor. Ese va a ser nuestro plan esta noche.
- Bueno, también suena bien, dije con una hipócrita sonrisa en mi cara.
 


No sé por qué Mafé le tenía tanta repulsión a Santiago y su chica. Es cierto que eran un poco friki, un tanto intensos y un poco inoportunos, pero no creo que hasta el punto de llegar a aborrecerlos. Pero bueno, esa noche iba a ser una ventaja para mí toda esa repulsión que sentía Mafe hacia ellos.

Mi mente maquiavélica quiso prever todo lo necesario para hacer realidad mi plan. De nuevo conseguí lubricante, unas mentas para el mal sabor de boca, y un buen ron, pues ese licor específicamente la embriagaba y le activaba su faceta más carnal.

Santiago y su novia, Daniela, llegaron a eso de las siete de la noche, y fue necesario solamente que cruzarán la puerta para que Mafe empezara a empinar el codo.

Yo también bebí, aunque muy poco, pues quería estar en plena forma, como un capeón, a la hora de ejecutar mi fantasía. Para mí no era tortuoso sostener una conversación con Santiago, al fin y al cabo era mi amigo, de toda la vida, aunque sinceramente si era un tipo muy raro. Era de aquellas personas que creen en hipótesis extrañas como que el sol es frío pero se siente caliente por acción de la atmósfera terrestre, y está dispuesto a gastar horas para explicar su punto y especialmente para defenderlo. También era un tipo muy devoto, aunque realmente no sé de qué religión. Era normal en él empezar a hablar de las bondades de su secta, de las innumerables “evidencias” de su fe, y de lo errado que estaban todos los demás en sus creencias o en su agnosticismo. Y así como era un radical con su dogma, lo era con sus apreciaciones o gustos por la música. Escuchar una canción de un ritmo que no soportara, libera al nazi que llevaba en su interior. Tenían todos los elementos para ser detestable, aunque yo le apreciaba, pues nuestra amistad se había forjado mucho tiempo atrás, antes de que desarrollara características de personalidad tan singulares.

El reloj empezó a correr y mi plan iba tomando forma, pues a Mafe ya se le empezaban a notar los efectos del exquisito ron que bebimos esa noche, si no recuerdo mal la marca era Arehucas, aunque puedo equivocarme.

Claro que no todo fue perfecto, pues el licor fue desinhibiendo a Mafe, lo que liberó esa cara antipática y cortante que era tan difícil de ver en ella. Yo recurrí a las indirectas para hacerle saber a Santiago y su novia que era hora de irse a casa, y aunque tardó en entenderlas, finalmente lo hizo.

Cuando ellos partieron, Mafe estaba en un alto estado de embriaguez, aunque aún le faltaban un par de tragos para perder la razón, que era lo que yo buscaba para cumplir mi plan. Bebimos esas copas de más en medio de besos y manoseos.

La hora de la verdad había llegado. La desnudé, la acaricié, e incluso la estimulé un poco con mi boca en su vagina. Aunque no dediqué mucho tiempo porque el objetivo era otro. Además ¿Qué más daba si Mafe estaba dormida? ¿Para qué tanto estímulo?

Tomé el lubricante entre mis manos y empecé a verterlo sobre su ojete. Pero cuando me disponía a introducir uno de mis dedos entre su culo, hubo algo que me frenó. Un repentino freno, uno de esos ligeros choques eléctricos que produce la mente consciente cuando advierte que se trasgreden los límites.

Empecé a cuestionarme lo que estaba haciendo, el hecho de aprovecharme del estado inconsciente de una mujer a la que supuestamente amaba. Era tan similar como el actuar de un violador. Me sentí sucio y mísero. Tanto que juzgaba a Mafe por su hipocresía, y resultaba que era yo quien realmente lo era.

No pude hacer nada. La excitación desapareció con la llegada de esos pensamientos deshonrosos. Me puse de nuevo mis pantalones. Tomé a Mafe en brazos, la llevé al dormitorio, le puse un camisón y la acosté.

Estando ya en la cama y sufriendo del insomnio típico que aqueja a quien se siente indecoroso, reflexioné una y otra vez sobre mi actuar, sobre lo que había pretendido hacer y no hice, pero especialmente sobre la autenticidad del amor que creía sentir por Mafe. Comprendí que realmente si existía un sentimiento de afecto, pues de no ser así no me habría detenido en mi mal intencionado plan. Pero dudaba seriamente que se tratara de amor. Comprendí esa noche también que Mafe era una mujer muy especial, pero yo no la merecía. Ahora solo me restaba pensar la forma de decirle a Mafe que era hora de cortar. No quería confesarle que había pretendido ejecutar tan aberrante plan, que había sido un canalla, pues quería que ella conservara un bonito recuerdo de lo que alguna vez existió entre nosotros.

Y si bien no le confesé tan rastreros pensamientos planes que tuve para ella, si le di a entender que no la merecía, que era muy poca cosa para alguien verdaderamente valioso como lo era ella.

El adiós fue doloroso para ambos. Para ella porque quizá no se lo esperaba y no quería aceptarlo, y para mí porque me había habituado a ver amaneceres y atardeceres a su lado, a delirar con el sentir de sus carnes sin encontrar el cansancio por ello, incluso a escuchar sus rezos a toda hora del día, a ser cómplice de sus convencionalismos como respuesta a su condescendencia hacia mis deseos.


Capítulo 11: La boda de ‘Piti’

El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos...


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