Por un serio problema acaecido en la empresa donde trabajaba, mi padre fue a parar a la cárcel. Yo sabía que él era un buen hombre y que, si estaba en problemas, era a causa de su jefe, que ambicioso, corrupto e inescrupuloso, había realizado diversas malversaciones de fondos. Desde la muerte de mi madre, mi padre y yo vivíamos solos y él había entrado en una gran depresión. Pasábamos por apreturas económicas y creo que eso lo hizo participar en los negocios sucios que le proponía su jefe. Finalmente, como el hilo se corta siempre por lo más delgado, fue mi padre quien debió ir preso, mientras que su jefe se fugó del país, llevando consigo una considerable cantidad de dinero. Para mi padre, la estadía en prisión era muy difícil. Acostumbrado a los ambientes de personas decentes, sufría al tener que codearse con criminales de toda clase: asesinos, narcotraficantes, secuestradores, etc., quienes por medio del soborno a celadores corruptos, mantenían un ambiente de inseguridad y terror dentro del penal. Si no aceptas lo que te dicen, estás muerto. Yo tenía entonces 18 años y iba todos los domingos a visitar a mi padre. Cada vez lo veía más demacrado y deteriorado en su salud, a causa de las miserias de la prisión. Un domingo, al visitarlo, me llevé la gran sorpresa de que estaba lastimado y presentaba varios moretones en la cara. Los matones lo habían atacado. Acongojado me retiraba al terminar la hora de visita, cuando uno de los guardias, un viejo panzón y de desagradable aspecto, se acercó a mí y me dijo: - Si quieres que mejore la situación de tu padre en prisión, vení a verme mañana por la tarde a esta dirección -y me entregó un papelito. Desconcertado, lo miré, pero él se limitó a guiñar un ojo y se fué. Todo el resto de la tarde y la noche estuve pensando en lo sucedido. Al día siguiente, decidí ir a la cita, para ver que quería . Había oído que estos tipos te piden plata a cambio de mejores condiciones para el que está preso, por lo que me sentía amargado, ya que no tenía plata, como para pagarle. Llegué a la dirección que me dió, a media tarde. Apenas toque timbre, el tipo abrió. Era un hombre de unos 60 años, bastante obeso, calvo y desalineadoy con olor a sucio, un tipo que daba asco con solo mirarlo. tenía una camisa que no se sabía si era gris o beige, abierta a la altura del ombligo, porque ya no le cerraba y de los botones de arriba salían unos pelos canosos largos. Los pantalones le caidos, en la cintura, le asomaban unos calzoncillos que nunca habrían sido blancos. Usaba unas sandalias viejas y su pelada (me sorprendió, porque hasta entonces siempre lo había visto con gorra) estaba provista de poco pelo, canoso. Me hizo pasar y dijo que se llamaba Antonio. Sin vueltear, fue al grano: si yo quería que mi padre tuviera una estadía tranquila en la carcel, sin molestias ni agresiones, yo tendría que acceder a sus deseos. Como aún no comprendía lo que él quería, se acercó con un gesto de impaciencia y colocándose detrás mío, su cuerpo se apretó contra mi culo y, para mi sorpresa, noté sus dedos gordos y torpes agarrarme la pija por encima de los pantalones. Me quedé sin respiración y sorprendido. ¿Cómo osaba hacer una cosa así aquel viejo? El hombre me agarró firmemente la pija, que ya estaba comenzando a pararse. Le pregunté con un susurro qué hacía y por respuesta, comenzó a masajearme la pija. Yo, en vez de salir de esta situación, que es lo que mi cabeza me dictaba, me quedé quieto, sintiendo aquella mano sobar mi pija, mientras que con la mano izquierda, me frotaba el culo. - ¿Bueno -preguntó-, qué contestás? Yo estaba petrificado y él subió su mano derecha y, maniobrando con agilidad, destrabó mi cinto y me bajó el cierre. Metió su mano por mi bragueta y el masaje se hizo más intenso. Mis pantalones cayeron al piso, deslizándose a lo largo de mis piernas. Su mano izquierda se pegó a una de mis nalgas, y sus dedos rozaban mi ano. - ¿Bueno -insistió-, qué me dices? Uno de sus dedos regordetes hizo presión en mi culito, tratando de entrar. Abrí las piernas, al tiempo que susurraba que era virgen y podría lastimarme. Por respuesta pasó el dedo a lo largo y ancho de mi ano, provocándome una fuerte excitación. Antonio, con la mano derecha, y al ver que yo no queria rajarme, comenzó a hacerme la paja con fuerza. Aquello era demasiado, un tipo que olía mal, asqueroso, de lo peor, me estaba metiendo un dedo en el culo, al tiempo que me masturbaba y notaba un bulto cada vez más gordo pegado a mis nalgas. - ¡Estoy esperando tu respuesta! -dijo en forma imperativa. - Bueno... yo... - Te garantizo que tu viejo va a estar bien, siempre que hagas lo yo te pida. Tengo libres los lunes de cada semana y, entonces, quiero que vengas en este mismo horario. Me sentía lleno de angustia, de miedo y, sobre todo, de una calentura para mí entonces desconocida, al tiempo que sentía su dedo cada vez más adentro de mí. Sin esperar mi respuesta, me dio vuelta, me saco violentamente la camisa y se avalanzó contra mí, apoyándome contra uno de los sillones. Entonces pense que, si me oponía, de todos modos sería violado y todo sería mejor sin violencia. Además, tal vez mi viejo la pasaría mejor. Así pues, me dejé hacer. Me metió la lengua en la boca y habría vomitado si no hubiese sentido otra vez aquellos ágiles dedos masajeandome la pija. En vez de eso, jadeaba en su boca como una puta cualquiera y me entregaba a aquella sucia caricia que comenzaba a gustarme. Despegando entonces su boca de la mía, babeando, jadeando y caliente, me brazo y comenzó a besarme las tetillas. El tipo sudaba mucho y gemía como un cerdo. Se abrió la bragueta e intentó poner su verga en contacto con la mía, pero no pudo, ya que la panza le caía casi hasta las piernas. Se levantó la parte colgante de su panza y pude verle la verga. Era una verga gorda, amoratada, que aún no estaba del todo parada, con unos huevos gordos y colgantes, que parecían de burro. El sólo pensar en tocarlo era asqueroso, pero me sentía fuera de mí, y sin que él lo pidiera, lo toqué. Nada más al notar el tacto de mi mano, su verga se paro del todo, era inmensa y gorda y me aterré. Aquello me causaba miedo, pero me estaba poniendo tan excitado, que ya no quería salir de ahi. Estaba dispuesto a someterme a sus deseos. Se abrazó a mí me apretó con fuerza, notando que yo estaba temblando. Me acarició, al tiempo que me decía que lo mejor estaba por venir, que no tuviera miedo, que iba a acariciarme como nunca me lo habían hecho y así era, porque a mí nadie me había acariciado antes. Ya lo había dicho: era virgen. Siguió besándome con su lengua llena de babas, repugnante. Tenía que tragar mucha saliva de aquel tipo, que yo trataba sin éxito de escupir, pero como me daba más se me acumulaba en mi boca. Estaba lleno de contradiciones. Que me tocara la pija, me gustaba; que me besara, no. Que me llenara de su baba, tampoco, pero tocarle su verga me excitaba. Continué haciendo ambas cosas, hasta que él me llevó al sofá. Entonces, pude ver que la casa estaba muy desordenada, llena de ropa sucia por el suelo y olía a pocilga, pero a mí me daba igual. Yo estaba en la gloria por las caricias de sus manos y casi desnudo, porque sólo tenía el pantalón y el calzoncillo arrollados en mis tobillos. Mi culito virgen apretujaba su dedo que trataba de penetrar y me sentía más y más caliente. Antes de pensarlo, me ví tumbado en el sofá con las piernas abiertas, entregado, mientras Antonio mamaba con ganas mi pene, sin dejar que me enfriara y transportándome a un paraíso de placer. Interrumpiéndo, se bajó del todo los pantalones y los calzoncillos. Poniéndose de pie, se acercó a mi cara, y me agarro de la cabeza, obligándome a mamarle la verga. Lo que sentí cuando me enchufó en la boca, no puedo ni relatarlo. Casi me atraganta. Esa verga olía a orines y me daban arcadas, pero me obligó a mamársela y, dado que el muy cerdo, no dejaba de masturbarme, comencé a mamarle, deseando que siguiera dándome placer. Para que se la chupara mejor, me agarraba la mano para levantarle la gran panza y aún bajo ésta, quedaba un buen pedazo de verga gruesa y asquerosa que yo me tenía que meter porque no paraba de ordenarme que me la metiera entera. Me di cuenta que por momentos, se ponía mas caliente, hasta que acabo dentro de mi boca. Un chorro de semen me inundó y tube de tragar para no ahogarme. Gruñendo como un cerdo, estuvo un buen rato lanzándo sus chorros de leche , hasta que, con un prolongado suspiro, se quedó quieto, a la vez que me obligó a seguirlo mamando. Lamí sin cesar y, poco a poco, noté que se le paraba de nuevo. Mientras yo hacía eso, el tipo se quitó la camisa y una de esas camisetas sin mangas, ya amarillenta del uso, que no se quitó. El olor a sudor era insoportable, pero aquello no había sido suficiente. Tiró de mis piernas y me las subío a la altura de sus hombros, volvió a subirse la panza, para que yo por mi ano notara su glande rozarme. Al sentirlo, me volvió otro estremecimiento de terror, de solo pensar que aquella verga larga y gruesa iba a penetrar en mí. El tipo gemía como un cerdo y seguía frotándome y frotándome la verga. Me acercaba al orgasmo, mientras pensaba que estaba allí, con el culo al aire, con las piernas bien abiertas, ante un tipo que ni pagando encontraría una puta. Yo me desconocía. - Vas a ver, pibe... Vas a ver cómo te meto mi verga y te va a gustar. Me tensé del miedo. Temí que aquello me iba a doler. Comenzó a acariciarme con el glande y volví a sentirme excitado, casi acabé. Entonces, empujó. De pronto, un dolor lacerante me recorrio todo el cuerpo. Grité, y sentí que se desvanecía aquel frenesí. Antonio estaba tumbado sobre mí, su barriga me presionaba y pesaba como un mueble, su verga estaba dentro de mi ano y era precisamente lo que me dolía. Él estaba quieto y susurró que me tranquilizara, que aquello pasaría pronto. Y así fué. Lentamente, comenzó meterla y sacarla que, aunque al principio fue algo molesto, luego me hizo gozar como loco. Su verga entraba y salía cada vez más rápido y fuerte, sus huevos hacían ruido contra mi culo en cada embestida que se me hacía insostenible. Jamás había sentido tanto placer en mi cuerpo. Yo temblaba, gemía y abría más el culo. Quería sentir toda su verga dentro de mí, quería más, yo mismo me sorprendí pidiéndole eso... ¡y más! y acabér fin, arrollador, incontenible, maravilloso. Un surtidor de leche brotó de mi pene. Me hizo gozar, como nunca había gozado con la masturbación. Antonio siguió el bombeo atroz. Aquel hombre estaba lleno de potencia, me calentaba mucho y sentía tanto placer que, en muy poco tiempo, acabé otra vez. Su verga seguía entrando y saliendo de mí. De pronto, noté cómo palpitaba y, a continuación, un mar de leche inundó mi recto. Se derrumbó encima mío como un plomo. Aún jadeando y con los ojos en blanco, babeaba y tenía la boca entreabierta. Me lamió todo pero ya, lejos de darme asco, estaba siendo suyo del todo. Me sacó la verga del culo y comonce a chuparcela, para sacarle hasta la ultima gota de leche. - Ya no hace falta que me lave -dijo-, me la has dejado muy limpia. Anda, vestite y andate. Y ya sabes, si quieres que tu padre esté bien, te espero el próximo lunes. Me puse la ropa rápidamente. Estaba lleno de leche que me salía del culo y chorreaba por mis piernas cada vez que me movía, lleno de babas del muy cerdo y olía casi tan mal como él. Sentí algo de verguenza y asco de mí mismo. ¿Cómo pude hacer esto con un gordo de 60 años, que no se bañaba? Llegué a casa pensando en esto, y me metí a la ducha donde, recordando lo sucedido, experimenté una erección, y me hice la paja. Pese a todo, me sentí satisfecho. Tal vez de veras estaba ayudando a mi viejo y la existencia para él en la carcel, sería más tolerable ahora. En la soledad de mi habitación, recordaba la cojida que me pego Antonio. Realmente era repugnante la idea de tener aquel oso encima de mí, sudoroso, rompiendome el culo, de aquella manera tan brutal. Pero mi culito, de tan solo recordarlo, añoraba lo sucedido. ¿Qué me estaba pasando? A quello no me gustaba, me repetía a mí mismo que no estaba bien y no se debería repetir, pero cuando pensaba en mi viejo o pasaba las manos por mi ano, no podía dejar de pensar en la tarde en la que perdí el virgo en manos de aquel gordo cerdo. De todos modos, tendría toda la semana para tomar una decisión. En esos días, aproveché cada momento para masturbarme, me metía toda clase de objetos en el culo para consolarme y calmar mi sed de ser cogido, pero nada se comparaba con aquella porornga con que Antonio había roto el culo. El domingo llegué a la cárcel a ver a mi padre y recibí la agradable noticia de que todo iba mejor y que uno de los celadores, lo trataba muy bien y lo protegía. - ¿Quién es? -le pregunté. - Es un gordo, llamado Antonio -fue su respuesta. Aliviado al comprobar que el tipo sí estaba cumpliendo su parte del trato, me dispuse a salir. Ya iba para la calle, cuando escuché su voz hablándome: - Espera -dijo con su voz ronca de borracho y fumador-, te espero mañana, ¿ He ? Sentí que los colores se me subían a la cara y él sonrió. Se acercó, poniéndose tan pegado a mí, que tocó mi pene con su mano gorda y ruda. No traté de evitarlo. Por el contrario, alargué mi mano y lo toqué, pudiendo sentir su verga en estado de semi-erección. Le sonreí y caminé hacia la salida. No pude dejar de pensar en el episodio anterior y al llegar a casa, tuve que pajearme, para calmar mi excitación. Tube de reconocer que, a partir de quel momento, ya no me queria nada, ir con mis amigos a jugar, o al cine, o a las discotecas. Lo único que quería en realidad, era revolcarme con aquel tipo y cojer con él a todas horas. Que Antonio me cojiera como una puta me había gustado de verdad, aunque no quisiera reconocerlo, y lo disfrazara sólo diciendo que lo hacía por el bienestar de mi viejo. El lunes por la tarde (por fin había llegado), fui a buscar a Antonio a su casa. Vestido con una musculosa, bermudas y un minúsculo slip que había comprado unos días antes. Toqué timbre. En cuanto abrió la puerta, comenzó a besuquearme con aquella lengua gorda y viscosa con la que jugueteaba con mi propia lengua sin ningun tipo de pudor. Me puso la mano en el pubis y, abriéndome la bragueta, le ofrecí mi pene con placer. Comenzó a masturbarme, y a restregarse contra mí y, aún con el pantalón puesto, pude sentir su verga bien parada. Me levantó en sus brazos y no parábamos de jugar con nuestras lenguas. Tras un largo intercambio de besos, me llevó al dormitorio. La cama estaba desecha, las sábanas amarillentas pero a mí nada me importaba. Estaba ido de la calentura y de las ganas de tener es verga caliente dentro mio. Antonio me sacó la musculosa y las bermudas, dejándolas caer al suelo. Me corrió a un lado el slip, dejando al descubierto mi verga erecta, hinchada de ganas de ser saciada y no se hizo esperar. Se arrodilló y sentí su lengua gorda y babosa chupándome el glande. Yo me retorcía del placer y gemía despavorido. Estaba al borde de acabar, cuando de pronto paró. Busqué con mis propias manos aquella verga que tanto ansiaba y no pude ni abrir la cremallera de su pantalón. Él mismo me tuvo que ayudar. Respiraba entrecortadamente, estaba rojo y me sonreía. - ¡Vaya! -exclamó-. ¡El nene viene hoy con ganas! Su verga estaba ante mí, tiesa, desafiante, chorreante de liquido y sin esperar, me la metí en la boca y mamé de forma golosa, con tantas ganas, necesitaba esa verga . Los dedos del hombre buscaban mi culito hambriento y yo me abrí de piernaspara que pudiera masajear mi ano. Se tumbó en la cama y me hizo ponerle mi pene en la boca. De esta forma, en actitud de 69, yo podría chuparle la verga sin piedada. Me encantaba sentir aquel bocado tan magnífico dentro de mi boca. El me decía que me la tragara entera, pero como no me cabía en la boca, tenía que hacer magia para poder ensalivarla por todo lo largo y ancho. Mientras tanto, mi culo lo tenía abierto completamente con su dedo en mi interior y retirando mi pene de su boca, comenzó a acariciarme el ano con su lengua, que me entraba y salía como si me estuviera cogiendo. Yo estaba en las nubes y, sin poder evitarlo, acabé en su boca, pero cuando notó que se iba a acabar, Antonio me levantó de encima suyo y me colocó a mí bocarriba, abriéndome bien las piernas que yo a mi vez levantaba para facilitar más el contacto. Levantó su panza que puso encima de mi pene al tiempo que su verga caliente y babosa, comenzó a restregarse en la puerta de mi culo y aquel contacto, me hacía vibrar de emoción y calentura. Una lágrima brotó de mis ojos, al sentir entrar la cabeza y abrirse paso dentro de mí. Me sentía un poco avergonzado por lo que estaba haciendo, pero a la vez sentía que la vida se me concentraba en el recto. Antonio tenía los ojos en blanco, la boca entreabierta y pensé que iba a desmayarse. De pronto, todo me dio vueltas. Los ojos se me dieron vuelta y me sentí morir. De un golpe y, sin misericordia, me la metió. ¡Qué placer sentí aquel gran trozo de carne que me llenaba entero. No quería que ese momento se terminara jamás y grité de placer. Entonces comenzó el vaivén. Él no paraba de cogerme y yo, entre jadeos, exclamaba: - ¡Cojeme papi, dame la toda, si hasta los huevos papi si.....! Y notaba que su verga iba y venía mas fuerte. Nunca soñé que esa sensación exisitiera. Esto me encantaba y fué mucho mejor que la primera vez. Perdí la noción del tiempo y me quedé vacío cuando de pronto, me la sacó. - ¡No, no! -grité. - Tranquilo -me dijo-, que aún estamos empezando. Me dió media vuelta y me puso a cuatro patas en el borde de la cama y él, desde atrás, me pellizcaba muy fuerte las tetillas. Se situó tras de mí, de pié en el suelo y de pronto volví a notar su verga dentro de mi culo. Me agarré a la almohada, que olía a rancio de no lavarla, pero para mí era como una balsa en un río revuelto, ya que si no me agarraba me caía con aquellos vaivenes que muy pronto volví a sentir. Cuando me metió la verga de nuevo, me sentí lleno, como debía estar. Me cogió durante un buen rato, al tiempo que con una mano me hacia la paja. Su verga grande entraba y salía, sin que yo sintiera dolor ni tortura, sino únicamente el más grande de los placeres, algo realmente maravilloso. Mi culo se moría de placer cuando me enterraba la verga hasta el fondo, con movimientos cada vez más rápidos y salvajes. En una embestida brutal, sentí que el viejo me llenaba el culo de leche, me bombeaba como si me taladrase, entre jadeos, tembloroso. Me pellizcaba las tetillas y yo acabé casi a la vez, con él. Me sacó la verga del culo y caí de bruces contra la cama, cansado, pero feliz, saciado y pleno. Pero él no acabó ahí. Me metió su verga en la boca y pude comprobar que aún la tenía parada. Se tumbó en la cama y me obligó a sentarme encima de su verga. Moví el culo buscando mi propio placer, buscando aquella verga, que me entraba toda y casi podía sentir que me saldría por la boca. Lo cabalgué durante un buen rato y cuando estuve a punto de acabar otra vez, sentí mi recto lleno de leche, otra vez. Con la mano terminé de pajearme y mi semen se derramó sobre su panza. Caí sobre él, que no paraba de besarme y de decirme: - Te aseguro que tu viejo la pasará muy bien mientras esté en la carcel. Y de esta manera, me quedé dulcemente dormido entre sus brazos. ¿Saben una cosa? Mi viejo cumplió ya su condena. Pero yo sigo visitando todos los lunes por la tarde, a mi carcelero.
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