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Le di orgasmos a la pendeja

Al llegar a la juntada de amigos en la casa de Carlos lo primero que hice fue buscar a Vero. Sola, en un rincón, estaba la bonita y sensual morocha de 22 años que había conocido por Facebook. 

Le di orgasmos a la pendeja

Delgada, de 1.65, el corto vestido blanco resaltaba sus sabrosos pechos, breve cintura, rica cadera y largas, esbeltas piernas. Sin perder tiempo, me acerqué a ella, saludé con un beso discreto y la invité a bailar, justo cuando una canción romántica. Aceptó. Pese a que por dentro temblaba, con seguridad rodeé su breve cintura con mis brazos y la apreté contra mi pecho. Reconocí el perfume en su piel: era “Amor Amor”, de Cacharel. Aspiré las fragancias cítricas, de rosas y jazmín, despertándome los sentidos.
Encantado, sin poder evitarlo, al sentir el contacto de sus pechos mi verga se levantó, apoyándose sobre su cuerpo. Verónica no me apartó. Entonces, suavemente, la besé.

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Ella abrió su boquita, metí mi lengua buscando la suya, nos besamos apasionadamente. Al mismo tiempo, mis manos bajaron por la delgada tela que cubría sus nalgas duras. Se las apreté delicadamente, ella gimió dulce, y una de mis manos se aventuró a la entrepierna. Alcancé a rozar su tanga, levemente húmeda.
- Vamos a una pieza - le dije, llevándola a uno de los dormitorios de la casa de mi amigo. Vero se dejó conducir.
Apenas entramos, me arrodillé para besar y lamer sus piernas.

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Un lugar maravilloso

En nuestras charlas on line, Verónica me había confesado que había tenido pocas y malas experiencias sexuales, con dos novios. “No sé, tal vez fue porque ellos eran de mi misma edad; estaban desesperados por penetrar, y cuando lo hicieron, en segundos se desahogaron y me dejaron mal...”, contó. 


“¡Jajaja! ¡Qué torpes! ¡Es lo último que se hace! Cuando un hombre está con una mujer que quiere, lo primero es hacerla que ella sienta lo mejor, y después llega el turno de uno...”, contesté esa vez.


“Bueno, por eso es que quiero estar con un hombre maduro”, sostuvo.


En esa charla por internet quedamos en encontrarnos en la casa de Carlos. Sabía que hacer con Vero.
Después de lamer y besar sus piernas, mientras ella gemía gustosa, rápidamente levanté su vestido, bajé su tanguita y dirigí mi boca y lengua a su conchita:

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- ¡Ay bebita! ¡Tenés una conchita preciosa, maravillosa! Suave, perfumada, depiladita... - exclamé radiante.


- ¿En serio te gusta? Sos el primero que me lo dice! La preparé para vos... - sostuvo, y se inclinó sobre la cama, mostrándome su espléndida colita.


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conchita

Entonces me dediqué a comer su ortito apretado, la concha de pétalos, saboreando la vulva palpitante, chupando su clítoris…

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- ¡Ay papi! ¡Qué rico lo que hacés! ¡Sos el mejor, me estoy mojando!!! - gritó

Le di orgasmos a la pendeja


Así era. De sus dulces agujeritos brotaban jugos exquisitos, empapándome la lengua, boca, toda la cara. Seguí lamiendo, hundiendo mi lengua en concha y culo, mordisqueando el botoncito rojo y duro. Aspiré sus olores, babeé su conchita, lamí una y otra vez sus ternuritas de pendeja. Verónica comenzó a agitarse en orgasmos. Sus jugos sabrosos se mezclaron con mi baba, y seguí lamiendo, besando, chupando

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- ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Seguí! ¡Soy tu yegua, tu putita, la trolita de mi papi! – exclamó entre gemidos y grititos.


Mi cara estaba enchastrada con sus jugos; mientras ella se agitaba en sucesivos orgasmos, para recuperar aliento, me dediqué a lamer sus pies, sus deditos. Giré su cuerpo para lengüetearle el precioso orto, y tuvo más espasmos de placer.
Vero se desprendió de mi para levantarse y besarme en mi boca. Su aliento quemaba, mientras le pasé mi saliva y los jugos de sus orgasmos. Esto la excitó aún más, y buscó mi pija.

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- ¡Meteme tu pijota papi! - exigió.

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Era lo que esperaba. La verga estaba al palo, en su máximo tamaño de 18 por 4,7. La puse como perrita y se la clavé en su concha, por atrás. Tan mojada estaba, tan dilatada, que el pedazote entró fácil, hasta el fondo, hasta mis bolas golpeando sus labios vaginales.
Vero cerró sus piernas, estrujándome la chota, mientras continuó gritando y corriéndose. Yo estaba cerca de acabar, y le anuncié:


- Bebita, ¡te voy a llenar de mi leche!


- ¡Si! Pero dejá algo para mi cara!


Cumplí su pedido. Largué mi primer chorro dentro de ella, saqué rápidamente la pija y se la metí en su boca. La leche continuó en su garganta y sobre su carita de ensueño.


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