Hace unos años, por cuestiones de trabajo tuve que vivir unos meses en una ciudad del interior, que más parecía un pueblo por lo chico y extremadamente tranquilo.
Una vez instalado en un departamentito alquilado por la empresa, a los pocos días de llegar, entre la población masculina de donde trabajaba, escuché en repetidas ocasiones el nombre "CINTHYA" acompañado de la palabra “NINFOMANA”, lo que despertó mi curiosidad (obviamente) pero lo tomé como simples rumores fantasiosos y/o exagerados.
Pasado un tiempo de mi llegada, un viernes a la noche regresaba caminando al departamentito luego de cenar en el único restaurante de la “ciudad” bajo una constante llovizna ya que taxis no había, a pesar que era comienzo de otoño, mucho frío no hacia aun, pero la molesta lluviecita, hacía caer un poco la temperatura.
En la esquina de donde paraba, había una pequeña plaza poco iluminada, con un par de juegos para niños, en uno de los bancos ubicado donde la penumbra era más pronunciada y por donde casualmente yo debía pasar, divisé una silueta femenina casi inmóvil, despreocupada por la persistente lluvia.
Cuando pasaba a su lado, pude escuchar que sollozaba y yo como buen samaritano, me pare a preguntarle si se sentía bien, a lo que me respondió que si en un primer momento y cuando iba a seguir camino me dijo que no, le pregunte si la podía ayudar en algo y me dijo que si podía charlar con ella, le conteste que si pero que la invitaba a tomar un café en el departamentito para protegernos de la lluvia y poder conversar mas tranquilos, ella aceptó y fuimos presurosos.
Cuando llegamos, ya a la luz, no podía creer lo que estaba viendo, morocha de pelo enrulado oscuro hasta media espalda, carita de nenita tramposa a pesar de los 24 años que confesaba, de baja estatura, calculo que no llegaba al metro sesenta, estaba vestida con una remera ajustada que marcaba unos pechos enormes, una minifalda que explotaba por una cola que si bien era grande, esta resaltaba más por su fina cintura, quedé embobado mirándola de pies a cabeza.
Mientras preparaba el café, me dijo que se llama Cinthya y ahí mi cabeza comenzó a volar. La charla discurrió sobre sus problemas del día a día, que se empeoraban por la relación con su madre y padrastro, y yo tratando de hacerla de psicólogo.
Le ofrecí que se secara ya que tenia la remera mojada y me pidió que le prestara una seca para ponerse, buscando en el placar una para darle, cuando me doy la vuelta se había sacado la remera y el corpiño y casi me caigo de espalda cuando veo las tremendas tetas que tenia, grandes, enormes pero sin estar caídas, hermosas, de gordos pezones marrones oscuros, aureolas medio grandes, se me hizo agua la boca, sin pensarlo demasiado, me fui hipnotizado a querer chupárselas y me dijo que no quería pero que si yo quería podía hacerle sexo oral. Al instante estábamos en la cama haciendo un 69 de aquellos, se la chupaba con desesperación, haciendo unas pasadas de vez en cuando por su culo (normal en mi jajaja), lo que a ella parecía no gustarle mucho.
Para no hacerla muy larga, a los minutos ya la tenía montada encima mío cabalgándome como loca, mientras clavaba sus largas y cuidadas uñas en mi pecho y espalda, pero yo ansioso por chuparle las tetas y ella que no me lo permitía, en las pocas oportunidades que las pude tocar parecían globos de cumpleaños llenos de agua, esa era la sensación al tacto.
Rodamos por la cama luchando, yo por poder lamerlas y ella por evitarlo, hasta que me dijo:“Mira, tengo una hija de 2 años y medio que ya no quiere tomar la teta, quiero dejar de tener leche y a pesar que estoy tratando, sigo haciendo mucha y si vos me las chupas, me va a seguir saliendo, si vos me prometes chupármelas y vaciarlas todas las noches, yo te dejo que lo hagas”, mi respuesta (mas que obvio) fue que lo haría encantado de la vida porque siempre fue mi fantasía chupar una tetas con leche.
Es difícil describir con palabras la manera de coger de la petisa y las acabadas que tenía mientras me montaba y le chupaba las tetas, tenia leche para alimentar a un regimiento, le salía a chorros de esos globos grandes y hermosos. Le encantaba que se las chupen y muerdan, le fascinaba morder y clavar las uñas, al punto que una vez cuando estaba acabando, me arranco un pedazo de piel de la espalda, y yo ni lo sentí estando en éxtasis con esas ubres que me volvían loco.
Primero venia todas las noches a que le vaciara las tetas, luego se sumaron las siestas también; tomaba leche en grandes cantidades, me bañaba en ella, mojaba la cama (ni me importaba dormir así); se apretaba las tetas y con el chorro de su leche me lavaba la pija; pajas turcas, rusas, cubanas o como se llamen, se facilitaban por su leche que le brotaba como de un geiser; cuando me cabalgaba se chupaba los pezones y tomaba su propia leche; la ordeñaba poniendo en un vaso luego me hacia un pete hasta hacerme acabar en ese mismo vaso, mezclaba mi leche con la suya y se la tomaba toda; ciento de locuras como esas hacíamos pero faltaba algo que me obsesionaba, no había podido hacerle esa cola divina, no aflojaba a pesar que en varias oportunidades cuando la tenía en cuatro le daba tal chupada de orto que le dejaba blando y palpitante el asterisco.
La montura era su pose favorita, una siesta estando así, se sacó la pija de la concha, se la puso en la entrada del ano y comenzó lentamente a empujar, cuando sentí su esfínter cerrarse detrás de la cabeza, ella se la sacó, se paró al lado de la cama, tomó su diminuta tanga y comenzó a limpiarse su concha flujeada, luego la contuvo en un puño, yo aún acostado sin entender lo que estaba pasando, ella se arrodillo, tomo mi mano y la depositó allí, me dio un muy largo y apasionado beso y me dijo “Amor, yo sé que vos queres hacerme la cola, esta noche te dejo que me la cojas bien y me la llenes con tu lechita pero ahora debo ir a ver a mi hija… Te Amo”, veloz se vistió, me dio otro fugaz beso y se fue.
Nunca más regresó, no volvió a aparecer, aunque sabía que no debía buscarla porque siempre supe que todo eso era momentáneo y, por sobre todo, que esa era su decisión, debo confesar que pase un par de veces por donde creía que era su casa tratando de verla pero fue en vano.
A los pocos días ya estaba tomando mi vuelo de regreso a Capital y nunca más volví a saber de la vida de Cinthya, La Petisa Lechera.
Una vez instalado en un departamentito alquilado por la empresa, a los pocos días de llegar, entre la población masculina de donde trabajaba, escuché en repetidas ocasiones el nombre "CINTHYA" acompañado de la palabra “NINFOMANA”, lo que despertó mi curiosidad (obviamente) pero lo tomé como simples rumores fantasiosos y/o exagerados.
Pasado un tiempo de mi llegada, un viernes a la noche regresaba caminando al departamentito luego de cenar en el único restaurante de la “ciudad” bajo una constante llovizna ya que taxis no había, a pesar que era comienzo de otoño, mucho frío no hacia aun, pero la molesta lluviecita, hacía caer un poco la temperatura.
En la esquina de donde paraba, había una pequeña plaza poco iluminada, con un par de juegos para niños, en uno de los bancos ubicado donde la penumbra era más pronunciada y por donde casualmente yo debía pasar, divisé una silueta femenina casi inmóvil, despreocupada por la persistente lluvia.
Cuando pasaba a su lado, pude escuchar que sollozaba y yo como buen samaritano, me pare a preguntarle si se sentía bien, a lo que me respondió que si en un primer momento y cuando iba a seguir camino me dijo que no, le pregunte si la podía ayudar en algo y me dijo que si podía charlar con ella, le conteste que si pero que la invitaba a tomar un café en el departamentito para protegernos de la lluvia y poder conversar mas tranquilos, ella aceptó y fuimos presurosos.
Cuando llegamos, ya a la luz, no podía creer lo que estaba viendo, morocha de pelo enrulado oscuro hasta media espalda, carita de nenita tramposa a pesar de los 24 años que confesaba, de baja estatura, calculo que no llegaba al metro sesenta, estaba vestida con una remera ajustada que marcaba unos pechos enormes, una minifalda que explotaba por una cola que si bien era grande, esta resaltaba más por su fina cintura, quedé embobado mirándola de pies a cabeza.
Mientras preparaba el café, me dijo que se llama Cinthya y ahí mi cabeza comenzó a volar. La charla discurrió sobre sus problemas del día a día, que se empeoraban por la relación con su madre y padrastro, y yo tratando de hacerla de psicólogo.
Le ofrecí que se secara ya que tenia la remera mojada y me pidió que le prestara una seca para ponerse, buscando en el placar una para darle, cuando me doy la vuelta se había sacado la remera y el corpiño y casi me caigo de espalda cuando veo las tremendas tetas que tenia, grandes, enormes pero sin estar caídas, hermosas, de gordos pezones marrones oscuros, aureolas medio grandes, se me hizo agua la boca, sin pensarlo demasiado, me fui hipnotizado a querer chupárselas y me dijo que no quería pero que si yo quería podía hacerle sexo oral. Al instante estábamos en la cama haciendo un 69 de aquellos, se la chupaba con desesperación, haciendo unas pasadas de vez en cuando por su culo (normal en mi jajaja), lo que a ella parecía no gustarle mucho.
Para no hacerla muy larga, a los minutos ya la tenía montada encima mío cabalgándome como loca, mientras clavaba sus largas y cuidadas uñas en mi pecho y espalda, pero yo ansioso por chuparle las tetas y ella que no me lo permitía, en las pocas oportunidades que las pude tocar parecían globos de cumpleaños llenos de agua, esa era la sensación al tacto.
Rodamos por la cama luchando, yo por poder lamerlas y ella por evitarlo, hasta que me dijo:“Mira, tengo una hija de 2 años y medio que ya no quiere tomar la teta, quiero dejar de tener leche y a pesar que estoy tratando, sigo haciendo mucha y si vos me las chupas, me va a seguir saliendo, si vos me prometes chupármelas y vaciarlas todas las noches, yo te dejo que lo hagas”, mi respuesta (mas que obvio) fue que lo haría encantado de la vida porque siempre fue mi fantasía chupar una tetas con leche.
Es difícil describir con palabras la manera de coger de la petisa y las acabadas que tenía mientras me montaba y le chupaba las tetas, tenia leche para alimentar a un regimiento, le salía a chorros de esos globos grandes y hermosos. Le encantaba que se las chupen y muerdan, le fascinaba morder y clavar las uñas, al punto que una vez cuando estaba acabando, me arranco un pedazo de piel de la espalda, y yo ni lo sentí estando en éxtasis con esas ubres que me volvían loco.
Primero venia todas las noches a que le vaciara las tetas, luego se sumaron las siestas también; tomaba leche en grandes cantidades, me bañaba en ella, mojaba la cama (ni me importaba dormir así); se apretaba las tetas y con el chorro de su leche me lavaba la pija; pajas turcas, rusas, cubanas o como se llamen, se facilitaban por su leche que le brotaba como de un geiser; cuando me cabalgaba se chupaba los pezones y tomaba su propia leche; la ordeñaba poniendo en un vaso luego me hacia un pete hasta hacerme acabar en ese mismo vaso, mezclaba mi leche con la suya y se la tomaba toda; ciento de locuras como esas hacíamos pero faltaba algo que me obsesionaba, no había podido hacerle esa cola divina, no aflojaba a pesar que en varias oportunidades cuando la tenía en cuatro le daba tal chupada de orto que le dejaba blando y palpitante el asterisco.
La montura era su pose favorita, una siesta estando así, se sacó la pija de la concha, se la puso en la entrada del ano y comenzó lentamente a empujar, cuando sentí su esfínter cerrarse detrás de la cabeza, ella se la sacó, se paró al lado de la cama, tomó su diminuta tanga y comenzó a limpiarse su concha flujeada, luego la contuvo en un puño, yo aún acostado sin entender lo que estaba pasando, ella se arrodillo, tomo mi mano y la depositó allí, me dio un muy largo y apasionado beso y me dijo “Amor, yo sé que vos queres hacerme la cola, esta noche te dejo que me la cojas bien y me la llenes con tu lechita pero ahora debo ir a ver a mi hija… Te Amo”, veloz se vistió, me dio otro fugaz beso y se fue.
Nunca más regresó, no volvió a aparecer, aunque sabía que no debía buscarla porque siempre supe que todo eso era momentáneo y, por sobre todo, que esa era su decisión, debo confesar que pase un par de veces por donde creía que era su casa tratando de verla pero fue en vano.
A los pocos días ya estaba tomando mi vuelo de regreso a Capital y nunca más volví a saber de la vida de Cinthya, La Petisa Lechera.
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