en ese momento, estando toda mojada, sin llaves y sin posibilidad de llamar a mi marido para que viniera a socorrerme, Francisco era la única persona a la que podía recurrir, sobre todo porque su balcón da con el nuestro, y fácilmente se puede pasar de uno a otro, aunque no me acordaba si había dejado la ventana abierta, pero era una buena opción. Así que me decidí y toque el timbre de su departamento.
-¿Quién es?- pregunto desde adentro, a los gritos.
-marce- le dije.
Abrió enseguida y se me quedó mirando en esa forma que no admite duda alguna respecto a sus verdaderas intenciones respecto a lo que le gustaría hacerme. Claro que esta vez su mirada era mucho más lasciva que en otras ocasiones. En ese preciso instante, con él parado enfrente, mirándome de esa manera, me di cuenta de que a causa de la mojadura se me transparentaban los pezones a través de la blusa. No supe que hacer, así que no hice nada. Le conté del robo y que si bien no quería molestarlo no tenía otra alternativa.
-Por favor bonita, faltaba más, ¿para que están los vecinos si no es para ayudarse en momentos como éste?- me dijo mientras abría la puerta y me invitaba a entrar, claro que sin dejar de mirarme como si en cualquier momento estuviera a punto de saltarme encima.
cerró la puerta y fue hacia el baño a buscar una toalla.
-Tomá, secate ricura, no quiero que te resfríes- me dijo al dármela, sin dejar de mirar mis pezones que se traslucían hinchados y puntiagudos a través de la tela mojada.
-Gracias- le dije y agarré la toalla.
Me di la vuelta, quedando de espaldas a él, y empecé a secarme pasándome la toalla por debajo de la blusa, pero tenía la ropa tan mojada que era inútil hacerlo de esa forma, entonces hice algo que no debí haber hecho, me saqué la blusa. ¡Sí, ya sé! Fue una locura, pero a veces el morbo puede más que la razón, y esta era una de esas situaciones.
No lo podía creer pero sin haberlo planificado estaba en una misma habitación con mi vecino, en corpiño, . Al parecer él no era él único que se estaba excitando con toda esa situación.
Nunca creí que pudiera llegar a ser tan trola, ya que una cosa es coger con alguien que sabes que no vas a ver nunca más en tu vida o con quién te vas a encontrar alguna que otra vez, pero otra muy distinta con tu propio vecino, con alguien que vive muy cerca tuyo, y que comparte cierta amistad con tu marido, eso ya es cosa de puta reventada. De “putita”.
Cuándo se me acercó y apoyó sus manos sobre mis hombros desnudos para ayudar a secarme, no me opuse, es más, dejé que él mismo me secara.
-Tal parece que hay más partes para secar- me dijo cuándo me di la vuelta y lo enfrenté.
Con sumo cuidado, atento a cualquier reacción que pudiera tener, llevó sus manos hacia mi espalda y me desabrochó el corpiño. Mis pechos surgieron rebosantes ante sus desbordados ojos. Yo seguía sin hacer nada, dejaba que todo lo hiciera él,
Empezó entonces a frotarme la toalla por encima de las tetas,
-Desde la primera vez que te vi supe que por dentro eras una flor de trolita- me aseguró llevando una mano hacia mi cola y apretándomela también.
Me estremecí toda al sentir sus dedos resbalando por la raya de mi culo, por sobre el pantalón, como tanteando el terreno que posteriormente habría de transitar con mayor intensidad.
Entonces hizo que me tendiera de espalda sobre el sofá, me sacó el pantalón, la tanga, y revoleando todo hacia un costado, se zambulló entre mis piernas y me empezó a chupar en una forma por demás deliciosa, cautivándome de entrada con esa lengua maravillosa que manejaba como un verdadero artesano del sexo oral.
A la vez que su lengua recorría toda mi hendidura, con sus dedos me acariciaba en el punto justo, excitándome el clítoris con una pericia formidable, como si estuviera habituado a masturbar mujeres y hacerlas acabar con el solo uso de sus dedos.
Caliente a más no poder yo movía las caderas en torno a su boca, ansiando que me comiera toda, que me devorara, entregándome por completo a ese delicioso jueguito que me situaba en el punto exacto en donde él quería tenerme.
No me dejó llegar, sino que se levantó y pelando una verga de contundentes proporciones, me la puso en la boca para que le devolviera gentilezas mientras él seguía moviendo sus dedos dentro de mí. Atrapándola con mis labios me puse a chupársela con frenesí, sintiéndola dura y caliente, degustando en mi paladar ese jugo que le salía del agujero de la punta y que tanto me complacía. La saboreaba, la paladeaba, me la tragaba, mientras sentía sus dedos explorando mi más profunda intimidad.
Se puso el preservativo y entonces sí, se me tiró encima y me la clavó sin mayores trámites, penetrándome en una forma por demás compulsiva, haciéndome soltar unos entusiastas y exaltados suspiros. Se notaba que le gustaba duro, porque así empezó a darme, sin evidenciar delicadeza alguna, cosa que yo tampoco le reclamaba, también me gusta que me cojan así, con todo, como si quisieran romperme, Y así me cogía, sin darme respiro, sin tregua, metiéndomela hasta lo más profundo, haciéndome delirar de placer con cada empuje, con cada ensarte, acelerando de a poco, cambiando el ritmo de a ratos, mostrándome en carne propia sus cualidades de consumado cogedor. Yo me abría toda para recibirlo, enlazando mis piernas alrededor de su cintura, acusando en mis entrañas el impacto de todas y cada una de sus certeras embestidas.
Luego me tuvo en cuatro patas, echada en el suelo, con la colita bien levantada, y él detrás de mí, colmándome de pija, estremeciéndome las nalgas con cada golpe, entrando y saliendo de mi cuerpo con un ritmo demoledor, como si en verdad pretendiera partirme al medio con su maciza verga como arma ejecutora.
Con cada metida y sacada me palmeaba la cola haciendo resonar la piel con fuertes y estrepitosos estallidos que se mezclaban con nuestras propias exclamaciones de placer.
No sé si les conté, pero me encanta que me den de nalgadas mientras me la meten. Si me hacen eso cuándo me cogen les estaré sumamente agradecida.
Luego, con él tendido en el suelo, me le subí encima, a caballito, cabalgándolo con todo mi entusiasmo, subiendo y bajando con mis gomas sacudiéndose frente a sus ojos, claro que él aprovechaba para chupármelas, para mordérmelas, para hacer con ellas lo que seguramente había ansiado durante tanto tiempo.
-
-¡Putita… sos mi putita… mi trolita reventada…!- me susurraba entre roncos suspiros.
La carne es débil y cuándo me dicen “putita” no puedo contenerme, no sé pero es mi talón de Aquiles, me entrego por completo cuándo me lo dicen, y en plena cogida puedo alcanzar el éxtasis al escucharlo, como con Francisco, que me mojé cuándo me lo dijo entre susurros, acabé estruendosamente, echándome un polvo de proporciones sublimes.
Mientras gozaba me quede ahí arriba, balanceándome plácidamente, ya que él todavía no había alcanzado la misma Gloria que yo, por lo que seguí un rato más, hasta que me anunció que quería acabarme en las tetas. No podía decirle que no, obviamente, se lo había prometido, así que de un salto salí de mi posición y me mantuve ahí de rodillas, entre ansiosa y expectante. Ya a punto de acabar él se levantó, se arrancó el forro y parándose a mi lado se sacudió la verga unas cuántas veces y me apuntó. Uno, dos, tres…, conté mentalmente y ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, la leche salió disparada en chorros espesos e incontenibles que me dieron en plena cara y, desde ya, en las tetas también. Cuándo terminó de eyacular se la agarré chorreando todavía y me la metí en la boca, chupándosela con frenesí, saboreando con fruición las últimas gotitas que todavía se le escapaban, deslizándome con la lengua hasta sus bolas para dejarlo completamente limpio, y seco también.
-¿Quién es?- pregunto desde adentro, a los gritos.
-marce- le dije.
Abrió enseguida y se me quedó mirando en esa forma que no admite duda alguna respecto a sus verdaderas intenciones respecto a lo que le gustaría hacerme. Claro que esta vez su mirada era mucho más lasciva que en otras ocasiones. En ese preciso instante, con él parado enfrente, mirándome de esa manera, me di cuenta de que a causa de la mojadura se me transparentaban los pezones a través de la blusa. No supe que hacer, así que no hice nada. Le conté del robo y que si bien no quería molestarlo no tenía otra alternativa.
-Por favor bonita, faltaba más, ¿para que están los vecinos si no es para ayudarse en momentos como éste?- me dijo mientras abría la puerta y me invitaba a entrar, claro que sin dejar de mirarme como si en cualquier momento estuviera a punto de saltarme encima.
cerró la puerta y fue hacia el baño a buscar una toalla.
-Tomá, secate ricura, no quiero que te resfríes- me dijo al dármela, sin dejar de mirar mis pezones que se traslucían hinchados y puntiagudos a través de la tela mojada.
-Gracias- le dije y agarré la toalla.
Me di la vuelta, quedando de espaldas a él, y empecé a secarme pasándome la toalla por debajo de la blusa, pero tenía la ropa tan mojada que era inútil hacerlo de esa forma, entonces hice algo que no debí haber hecho, me saqué la blusa. ¡Sí, ya sé! Fue una locura, pero a veces el morbo puede más que la razón, y esta era una de esas situaciones.
No lo podía creer pero sin haberlo planificado estaba en una misma habitación con mi vecino, en corpiño, . Al parecer él no era él único que se estaba excitando con toda esa situación.
Nunca creí que pudiera llegar a ser tan trola, ya que una cosa es coger con alguien que sabes que no vas a ver nunca más en tu vida o con quién te vas a encontrar alguna que otra vez, pero otra muy distinta con tu propio vecino, con alguien que vive muy cerca tuyo, y que comparte cierta amistad con tu marido, eso ya es cosa de puta reventada. De “putita”.
Cuándo se me acercó y apoyó sus manos sobre mis hombros desnudos para ayudar a secarme, no me opuse, es más, dejé que él mismo me secara.
-Tal parece que hay más partes para secar- me dijo cuándo me di la vuelta y lo enfrenté.
Con sumo cuidado, atento a cualquier reacción que pudiera tener, llevó sus manos hacia mi espalda y me desabrochó el corpiño. Mis pechos surgieron rebosantes ante sus desbordados ojos. Yo seguía sin hacer nada, dejaba que todo lo hiciera él,
Empezó entonces a frotarme la toalla por encima de las tetas,
-Desde la primera vez que te vi supe que por dentro eras una flor de trolita- me aseguró llevando una mano hacia mi cola y apretándomela también.
Me estremecí toda al sentir sus dedos resbalando por la raya de mi culo, por sobre el pantalón, como tanteando el terreno que posteriormente habría de transitar con mayor intensidad.
Entonces hizo que me tendiera de espalda sobre el sofá, me sacó el pantalón, la tanga, y revoleando todo hacia un costado, se zambulló entre mis piernas y me empezó a chupar en una forma por demás deliciosa, cautivándome de entrada con esa lengua maravillosa que manejaba como un verdadero artesano del sexo oral.
A la vez que su lengua recorría toda mi hendidura, con sus dedos me acariciaba en el punto justo, excitándome el clítoris con una pericia formidable, como si estuviera habituado a masturbar mujeres y hacerlas acabar con el solo uso de sus dedos.
Caliente a más no poder yo movía las caderas en torno a su boca, ansiando que me comiera toda, que me devorara, entregándome por completo a ese delicioso jueguito que me situaba en el punto exacto en donde él quería tenerme.
No me dejó llegar, sino que se levantó y pelando una verga de contundentes proporciones, me la puso en la boca para que le devolviera gentilezas mientras él seguía moviendo sus dedos dentro de mí. Atrapándola con mis labios me puse a chupársela con frenesí, sintiéndola dura y caliente, degustando en mi paladar ese jugo que le salía del agujero de la punta y que tanto me complacía. La saboreaba, la paladeaba, me la tragaba, mientras sentía sus dedos explorando mi más profunda intimidad.
Se puso el preservativo y entonces sí, se me tiró encima y me la clavó sin mayores trámites, penetrándome en una forma por demás compulsiva, haciéndome soltar unos entusiastas y exaltados suspiros. Se notaba que le gustaba duro, porque así empezó a darme, sin evidenciar delicadeza alguna, cosa que yo tampoco le reclamaba, también me gusta que me cojan así, con todo, como si quisieran romperme, Y así me cogía, sin darme respiro, sin tregua, metiéndomela hasta lo más profundo, haciéndome delirar de placer con cada empuje, con cada ensarte, acelerando de a poco, cambiando el ritmo de a ratos, mostrándome en carne propia sus cualidades de consumado cogedor. Yo me abría toda para recibirlo, enlazando mis piernas alrededor de su cintura, acusando en mis entrañas el impacto de todas y cada una de sus certeras embestidas.
Luego me tuvo en cuatro patas, echada en el suelo, con la colita bien levantada, y él detrás de mí, colmándome de pija, estremeciéndome las nalgas con cada golpe, entrando y saliendo de mi cuerpo con un ritmo demoledor, como si en verdad pretendiera partirme al medio con su maciza verga como arma ejecutora.
Con cada metida y sacada me palmeaba la cola haciendo resonar la piel con fuertes y estrepitosos estallidos que se mezclaban con nuestras propias exclamaciones de placer.
No sé si les conté, pero me encanta que me den de nalgadas mientras me la meten. Si me hacen eso cuándo me cogen les estaré sumamente agradecida.
Luego, con él tendido en el suelo, me le subí encima, a caballito, cabalgándolo con todo mi entusiasmo, subiendo y bajando con mis gomas sacudiéndose frente a sus ojos, claro que él aprovechaba para chupármelas, para mordérmelas, para hacer con ellas lo que seguramente había ansiado durante tanto tiempo.
-
-¡Putita… sos mi putita… mi trolita reventada…!- me susurraba entre roncos suspiros.
La carne es débil y cuándo me dicen “putita” no puedo contenerme, no sé pero es mi talón de Aquiles, me entrego por completo cuándo me lo dicen, y en plena cogida puedo alcanzar el éxtasis al escucharlo, como con Francisco, que me mojé cuándo me lo dijo entre susurros, acabé estruendosamente, echándome un polvo de proporciones sublimes.
Mientras gozaba me quede ahí arriba, balanceándome plácidamente, ya que él todavía no había alcanzado la misma Gloria que yo, por lo que seguí un rato más, hasta que me anunció que quería acabarme en las tetas. No podía decirle que no, obviamente, se lo había prometido, así que de un salto salí de mi posición y me mantuve ahí de rodillas, entre ansiosa y expectante. Ya a punto de acabar él se levantó, se arrancó el forro y parándose a mi lado se sacudió la verga unas cuántas veces y me apuntó. Uno, dos, tres…, conté mentalmente y ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, la leche salió disparada en chorros espesos e incontenibles que me dieron en plena cara y, desde ya, en las tetas también. Cuándo terminó de eyacular se la agarré chorreando todavía y me la metí en la boca, chupándosela con frenesí, saboreando con fruición las últimas gotitas que todavía se le escapaban, deslizándome con la lengua hasta sus bolas para dejarlo completamente limpio, y seco también.
1 comentarios - mi vecino en el momento justo
Van ocho puntos.