En la semana no los volví a cruzar en el gym. A decir verdad, fui yo el que no estuvo yendo. Creo que Virginia algún que otro día se los cruzó, por algún comentario que me hizo, pero no indagué mucho.
Era miércoles de nuevo, y yo ya tenía mi turno reservado para los masajes, con mi masajista predilecta.
A la hora de siempre, llegué al centro de estética, me recibió la recepcionista, simpáticamente, ya que me estaba haciendo habitué del lugar, y me acompañó nuevamente al consultorio.
S: Holaaaaaa – escuché la voz de Serena – Hay alguien acá? – preguntó porque no me veía.
Yo estaba en el baño, esperando a que llegue ella.
Y: Si si, estoy en el baño, ya salgo, cerrá la puerta con llave por favor…..
Cuando escuché la cerradura de la puerta, salí.
S: hola! No te desvestiste todavía?! – dijo sorprendida.
Y: No, y no lo voy a hacer….. – le puse suspenso al momento.
S: Por? Te vas a ir? Te sentiste incómodo? Hice algo que te molestó? – me preguntó con cierta angustia.
Y: No! Para nada!
Me miró por unos segundos en silencio, tratando de buscar una explicación, hasta que me volvió a preguntar.
S: Entonces?
Y: Resulta que hoy, voy a ser yo el masajista
S: Cómo?
Y: Así como escuchaste…… hoy voy a hacerte masajes yo a vos – Serena intentaba entender lo que le decía, y me miraba boquiabierta.
Y: Tomá, acá tenés la bata, pasá al baño a cambiarte, te espero para tu sesión de masajes….. – le dije mirándola fijo a los ojos, con una sonrisita morbosa.
Sin entender mucho lo que le decía, tomó la bata y entró al baño. Yo me dediqué a amenizar la espera, encendiendo algunas velas aromáticas de las que había en la habitación. Busqué entre los aceites que había en la mesita, alguno que en la etiqueta dijera “sensación de calor”, “estimulante sensorial”, “pasión” o algo así, para usar en el cuerpo de mi masajista.
Escuché que se abrió la puerta, y lentamente me giré para verla. Estaba parada contra el marco, con la bata puesta y el pelo suelto. Se había sacado los zapatos, por lo que estaba unos 7 u 8 centímetros más baja que cuando llegó.
S: Mirá que esto también tiene su precio….. – me quiso advertir, aunque yo ya me lo suponía.
Y: Ya lo creo que sí, pero no te preocupes por eso…. Voy a ser generoso con la propina…..
Sonriéndome con un solo lado de la boca y sin dejar de mirarme a los ojos, sensualmente caminó por delante de mí, hasta la camilla y parándose de costado a la camilla, se quitó despacito la bata. Ella estaba de espaldas hacia donde estaba yo. Dejó caer la bata suavemente al suelo. El tatuaje de arriba de la tanguita me llamó la atención, pero sin duda, lo que me volvió loco fue el tatuaje que tenía en su nalga derecha. Un beso de rush. Solo tenía puesta una tanga blanca que se perdía en la redondez de su cola. Tomó la toalla que estaba apoyada en la camilla, la pasó detrás de su cola, tapándose, y se recostó sobre la camilla, colocando su cara en el agujero. No pude ver sus pechos en su totalidad, solo una parte de costado. Demás está decir que yo ya me estaba poniendo duro.
Me acerqué despacito hacia ella, y desparramé bastante aceite por su espalda. Comencé a masajearla muy suavemente, desde abajo hacia los hombros. No se si era por el aceite, pero la piel me resultó extremadamente suave. Pude sentir cada músculo de su espalda, a la vez que sentía los huesos también. Vertebras, costillas, omóplatos. Esa espalda totalmente trabajada en el gimnasio, no tenía un gramo de grasa. Bajé por los hombros hacia los brazos. Masajeé su cuello, corriendo el pelo y me acerqué a susurrarle al oído.
Y: Te gusta así? – dije despacito.
El gemido que exhaló, lo tomé como un “SI”. Volví a la espalda, pero ahora bajando por ella. Cuando llegué a donde estaba la toalla, la salteé y bajé a los tobillos. Comencé a masajear ambas piernas al mismo tiempo, desde los tobillos, gemelos, parte de atrás de las rodillas (esto le dio algo de cosquillas y se movió un poco) y fui subiendo por sus muslos, metiendo las manos debajo de la toalla. Recorrí esas piernas todo a lo largo, unas dos o tres veces, muy despacio. Suavemente, quité la toalla, ese obstáculo que me impedía ver y admirar en toda plenitud esa cola redonda, perfecta, dorada….. Me coloqué de costado a la camilla, y con más aceite, lubriqué la cola de Serena. Habré dedicado unos diez minutos de la sesión a masajear esos glúteos. Los rodeaba con las manos, los apretujaba, empujaba con las palmas de mis manos de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, los juntaba y los separaba, la tanguita aparecía y desaparecía de mi vista. Disfruté de amasar una cola, como pocas veces en mi vida. Realmente era para disfrutar esa cola. Una cola redondita, del tamaño justo, firme, de piel suave, trabajada, y ahora con mis masajes, relajada.
Cuando consideré estar empachado de su cola, dejando una mano sobre ella, le dije que se podía girar y ponerse boca arriba, para continuar con el masaje. Ella salió de su trance, y sin mirarme se dio vuelta. Ahora su cuerpo estaba hacia arriba. Continuó con los ojos cerrados.
Por fin pude ver sus pechos. Esos pechos eran una perdición. Del tamaño de una mano a simple vista. Caían levemente cada uno hacia un costado, por el propio peso. Pezones rosados, de unos 3 centímetros de diámetro, que apuntaban hacia el techo, uno de ellos, atravesado por un delicado piercing. Su pecho derecho tenía un pequeño tatuaje de costado, cosa que no me llamó la atención, ya que su cuerpo estaba repleto de tatuajes por todos lados.
Decidí retomar los masajes desde las piernas. Volví a comenzar por los tobillos. Subiendo suavemente, con las manos aceitadas, hacia los muslos, descubrí otro tatuaje más, un ancla rodeada de rosas en su muslo izquierdo. Masajeé suavemente esa parte de sus piernas, y me salteé la tanga, para llegar a su abdomen. Desde el bordecito de la bombachita blanca, comencé a masajear su pancita. Masajear es una forma de decir, eran más bien caricias lo que le estaba brindando a ese cuerpo. Me quedé unos quince segundos jugando con el piercing del ombligo. Esa pancita de abdominales marcados quedará para siempre en mi memoria. La masajeé desde el ombligo hacia los costados, como queriendo abrirla hacia los lados, y luego seguí subiendo. Llegué a sus pechos. Tomé el aceite nuevamente, y vacié lo que quedaba del frasco entre sus tetas, con mis manos lo desparramé sobre ambos pechos, y los apretujé suavemente. Pude comprobar que no eran naturales, pero en ese momento no me importaba para nada. Lo que a simple vista pude ver, con mis manos fue refutado, esos pechos llenaban más que una mano, dos, para ser sincero. Los medí colocando mis dos manos alternadamente en cada teta, a la vez que masajeaba. Comencé a moverlos en círculos, desde adentro hacia afuera, y cuando mis dedos pulgares e índices quedaron a la altura de sus pezones, pellizqué suavemente, generando unos fuertes suspiros por parte de ella. Jugué un rato tanto con el pezón que tenía el piercing, como con el otro que no tenía nada. Sus suspiros se fueron repitiendo a lo largo de los minutos.
Una de mis manos, se desplazó, acariciando su pancita, pasando por su ombligo, hasta su pelvis. Ella relajó las piernas, provocando que se separen un poco, lo que me dio la pauta de que estaba todo bien, y podía seguir con lo que estaba haciendo. Mi mano se frenó sobre su monte de venus, aún tapado por esa tanguita blanca, y mis dedos se escabullieron por entre sus piernas, para hacer presión sobre su conchita. Sus labios vaginales solo eran separados de mis dedos por la fina tela de la tanga, que estaba cada vez más húmeda. Hice presión a la vez que movía la mano en círculos, aunque más que la mano, eran los dedos medio y anular. Con algún que otro gemido, ella me demostraba que le gustaba lo que le hacía. Subí un poco la mano, con las uñas separé el elástico de la tanga de su cuerpo, y despacito metí los dedos primero, y la mano después, en busca de esa fuente de humedad. Al llegar a su conchita, pude sentir el calor que emanaba. Con la palma de la mano apoyada sobre la pelvis, volví a hacer presión con los dedos entre sus labios, que de a poco se fueron abriendo, dándome paso, hasta llegar a poder sentir los flujos de su cuerpo. Acomodé la mano un poco más, para que la palma quede haciendo presión sobre su clítoris de forma tal que pude penetrarla primero con el dedo mayor, y luego con el anular. Un “mmmmmhhhh” largo y apagado, salió de su boca cuando la penetré con ambos dedos. Haciendo presión hacia arriba con los dedos y soltando, comencé a jugar con su concha rebalsante de néctar. Mis dedos entraban y salían despacito, subían y bajaban, hacían círculos, y ella cada vez abría más y más las piernas. Decidí entonces, sacarle la bombachita. Prácticamente la arranqué, aunque de una forma muy suave. Se presentó ante mí esa conchita humeante y húmeda, que había estado imaginando desde hace ya un tiempo. También encontré dos tatuajes más, un trébol de 4 hojas, pequeño, con la leyenda “Lucky You” (afortunado vos, sería la traducción literal, y la verdad que si…. Afortunado yo…..) y una frase “haceme lo que quieras” en cursiva, claramente toda una invitación…..
Ahora con ambas manos me dedicaría a darle placer en esa zona de su cuerpo. Separé suave pero firmemente esas piernas aceitadas, y con una de mis manos, más precisamente con dos dedos, la penetré de nuevo, y con la otra, con mi dedo pulgar, me dediqué a buscar el botoncito de placer. Me parece que lo encontré rápido, ya que al tocarlo, dio un pequeño salto en la camilla, y recién en ese momento, abrió sus ojos, se levantó un poco apoyando los codos en la camilla, y me miró, mordiéndose un labio. Me sonrió y se volvió a recostar. Los dedos que estaban dentro suyo los sentía quemar. Empecé a moverlos adentro y afuera, haciendo presión hacia la parte superior de su vagina, donde encontré ese monte rugoso que tanto placer les suele causar a las mujeres, y con el dedo pulgar de la otra mano comencé a hacer pequeños círculos sobre el clítoris. Ella gemía cada vez más, pero trataba de hacerlo lo más bajo posible, ya que si alguien llegaba a escucharnos, se podía pudrir todo. Continué con mis “masajes especiales” mientras veía que ella se había empezado a tocar los pechos. Cada instante los masajeaba con más fuerza, a la vez que notaba que su pelvis se movía como queriendo llevar mis dedos lo más adentro posible. De repente se queda quieta, y yo aprovecho para aumentar el ritmo de mis masajes. Es entonces cuando veo que con una mano se tapa la boca y los espasmos del orgasmo aparecieron. Qué manera de moverse por Dios!!!!!! Se me complicaba tener los dedos dentro suyo y aprisionar su clítoris debido a que su cuerpo se me escapaba por la forma en que se movía. Noté que se mordió los dedos índice y mayor de la mano que tenía en la boca, para no gritar calculo. Cuando bajó un poco la intensidad del orgasmo, pellizqué su clítoris entre mi dedo pulgar e índice, haciendo que vuelva a saltar en la camilla. Saqué mis dedos de su interior y, con la mano completa, masajeé su concha por fuera, como intentando calmarla.
Su respiración agitada, de a poco fue bajando. Cuando recuperó la consciencia, me miró, y se sonrió. Yo la miraba desde lejos. Veía como ese cuerpo se recuperaba de una dosis extrema de placer. Se levantó, se sentó en la camilla. Me miró y sin decir nada, comenzó a vestirse. Yo no me había dado cuenta hasta ese momento, que estaba con la verga durísima. También vi que ya era la hora que ella se tenía que ir, por lo que tomé la billetera y le di el dinero que me pareció adecuado, ella lo guardó sin mirar cuanto era. Me metí en el baño, y me duché. Obviamente tuve que masturbarme. Todavía podía sentir su perfume en mis dedos y hasta su sabor.
Era miércoles de nuevo, y yo ya tenía mi turno reservado para los masajes, con mi masajista predilecta.
A la hora de siempre, llegué al centro de estética, me recibió la recepcionista, simpáticamente, ya que me estaba haciendo habitué del lugar, y me acompañó nuevamente al consultorio.
S: Holaaaaaa – escuché la voz de Serena – Hay alguien acá? – preguntó porque no me veía.
Yo estaba en el baño, esperando a que llegue ella.
Y: Si si, estoy en el baño, ya salgo, cerrá la puerta con llave por favor…..
Cuando escuché la cerradura de la puerta, salí.
S: hola! No te desvestiste todavía?! – dijo sorprendida.
Y: No, y no lo voy a hacer….. – le puse suspenso al momento.
S: Por? Te vas a ir? Te sentiste incómodo? Hice algo que te molestó? – me preguntó con cierta angustia.
Y: No! Para nada!
Me miró por unos segundos en silencio, tratando de buscar una explicación, hasta que me volvió a preguntar.
S: Entonces?
Y: Resulta que hoy, voy a ser yo el masajista
S: Cómo?
Y: Así como escuchaste…… hoy voy a hacerte masajes yo a vos – Serena intentaba entender lo que le decía, y me miraba boquiabierta.
Y: Tomá, acá tenés la bata, pasá al baño a cambiarte, te espero para tu sesión de masajes….. – le dije mirándola fijo a los ojos, con una sonrisita morbosa.
Sin entender mucho lo que le decía, tomó la bata y entró al baño. Yo me dediqué a amenizar la espera, encendiendo algunas velas aromáticas de las que había en la habitación. Busqué entre los aceites que había en la mesita, alguno que en la etiqueta dijera “sensación de calor”, “estimulante sensorial”, “pasión” o algo así, para usar en el cuerpo de mi masajista.
Escuché que se abrió la puerta, y lentamente me giré para verla. Estaba parada contra el marco, con la bata puesta y el pelo suelto. Se había sacado los zapatos, por lo que estaba unos 7 u 8 centímetros más baja que cuando llegó.
S: Mirá que esto también tiene su precio….. – me quiso advertir, aunque yo ya me lo suponía.
Y: Ya lo creo que sí, pero no te preocupes por eso…. Voy a ser generoso con la propina…..
Sonriéndome con un solo lado de la boca y sin dejar de mirarme a los ojos, sensualmente caminó por delante de mí, hasta la camilla y parándose de costado a la camilla, se quitó despacito la bata. Ella estaba de espaldas hacia donde estaba yo. Dejó caer la bata suavemente al suelo. El tatuaje de arriba de la tanguita me llamó la atención, pero sin duda, lo que me volvió loco fue el tatuaje que tenía en su nalga derecha. Un beso de rush. Solo tenía puesta una tanga blanca que se perdía en la redondez de su cola. Tomó la toalla que estaba apoyada en la camilla, la pasó detrás de su cola, tapándose, y se recostó sobre la camilla, colocando su cara en el agujero. No pude ver sus pechos en su totalidad, solo una parte de costado. Demás está decir que yo ya me estaba poniendo duro.
Me acerqué despacito hacia ella, y desparramé bastante aceite por su espalda. Comencé a masajearla muy suavemente, desde abajo hacia los hombros. No se si era por el aceite, pero la piel me resultó extremadamente suave. Pude sentir cada músculo de su espalda, a la vez que sentía los huesos también. Vertebras, costillas, omóplatos. Esa espalda totalmente trabajada en el gimnasio, no tenía un gramo de grasa. Bajé por los hombros hacia los brazos. Masajeé su cuello, corriendo el pelo y me acerqué a susurrarle al oído.
Y: Te gusta así? – dije despacito.
El gemido que exhaló, lo tomé como un “SI”. Volví a la espalda, pero ahora bajando por ella. Cuando llegué a donde estaba la toalla, la salteé y bajé a los tobillos. Comencé a masajear ambas piernas al mismo tiempo, desde los tobillos, gemelos, parte de atrás de las rodillas (esto le dio algo de cosquillas y se movió un poco) y fui subiendo por sus muslos, metiendo las manos debajo de la toalla. Recorrí esas piernas todo a lo largo, unas dos o tres veces, muy despacio. Suavemente, quité la toalla, ese obstáculo que me impedía ver y admirar en toda plenitud esa cola redonda, perfecta, dorada….. Me coloqué de costado a la camilla, y con más aceite, lubriqué la cola de Serena. Habré dedicado unos diez minutos de la sesión a masajear esos glúteos. Los rodeaba con las manos, los apretujaba, empujaba con las palmas de mis manos de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, los juntaba y los separaba, la tanguita aparecía y desaparecía de mi vista. Disfruté de amasar una cola, como pocas veces en mi vida. Realmente era para disfrutar esa cola. Una cola redondita, del tamaño justo, firme, de piel suave, trabajada, y ahora con mis masajes, relajada.
Cuando consideré estar empachado de su cola, dejando una mano sobre ella, le dije que se podía girar y ponerse boca arriba, para continuar con el masaje. Ella salió de su trance, y sin mirarme se dio vuelta. Ahora su cuerpo estaba hacia arriba. Continuó con los ojos cerrados.
Por fin pude ver sus pechos. Esos pechos eran una perdición. Del tamaño de una mano a simple vista. Caían levemente cada uno hacia un costado, por el propio peso. Pezones rosados, de unos 3 centímetros de diámetro, que apuntaban hacia el techo, uno de ellos, atravesado por un delicado piercing. Su pecho derecho tenía un pequeño tatuaje de costado, cosa que no me llamó la atención, ya que su cuerpo estaba repleto de tatuajes por todos lados.
Decidí retomar los masajes desde las piernas. Volví a comenzar por los tobillos. Subiendo suavemente, con las manos aceitadas, hacia los muslos, descubrí otro tatuaje más, un ancla rodeada de rosas en su muslo izquierdo. Masajeé suavemente esa parte de sus piernas, y me salteé la tanga, para llegar a su abdomen. Desde el bordecito de la bombachita blanca, comencé a masajear su pancita. Masajear es una forma de decir, eran más bien caricias lo que le estaba brindando a ese cuerpo. Me quedé unos quince segundos jugando con el piercing del ombligo. Esa pancita de abdominales marcados quedará para siempre en mi memoria. La masajeé desde el ombligo hacia los costados, como queriendo abrirla hacia los lados, y luego seguí subiendo. Llegué a sus pechos. Tomé el aceite nuevamente, y vacié lo que quedaba del frasco entre sus tetas, con mis manos lo desparramé sobre ambos pechos, y los apretujé suavemente. Pude comprobar que no eran naturales, pero en ese momento no me importaba para nada. Lo que a simple vista pude ver, con mis manos fue refutado, esos pechos llenaban más que una mano, dos, para ser sincero. Los medí colocando mis dos manos alternadamente en cada teta, a la vez que masajeaba. Comencé a moverlos en círculos, desde adentro hacia afuera, y cuando mis dedos pulgares e índices quedaron a la altura de sus pezones, pellizqué suavemente, generando unos fuertes suspiros por parte de ella. Jugué un rato tanto con el pezón que tenía el piercing, como con el otro que no tenía nada. Sus suspiros se fueron repitiendo a lo largo de los minutos.
Una de mis manos, se desplazó, acariciando su pancita, pasando por su ombligo, hasta su pelvis. Ella relajó las piernas, provocando que se separen un poco, lo que me dio la pauta de que estaba todo bien, y podía seguir con lo que estaba haciendo. Mi mano se frenó sobre su monte de venus, aún tapado por esa tanguita blanca, y mis dedos se escabullieron por entre sus piernas, para hacer presión sobre su conchita. Sus labios vaginales solo eran separados de mis dedos por la fina tela de la tanga, que estaba cada vez más húmeda. Hice presión a la vez que movía la mano en círculos, aunque más que la mano, eran los dedos medio y anular. Con algún que otro gemido, ella me demostraba que le gustaba lo que le hacía. Subí un poco la mano, con las uñas separé el elástico de la tanga de su cuerpo, y despacito metí los dedos primero, y la mano después, en busca de esa fuente de humedad. Al llegar a su conchita, pude sentir el calor que emanaba. Con la palma de la mano apoyada sobre la pelvis, volví a hacer presión con los dedos entre sus labios, que de a poco se fueron abriendo, dándome paso, hasta llegar a poder sentir los flujos de su cuerpo. Acomodé la mano un poco más, para que la palma quede haciendo presión sobre su clítoris de forma tal que pude penetrarla primero con el dedo mayor, y luego con el anular. Un “mmmmmhhhh” largo y apagado, salió de su boca cuando la penetré con ambos dedos. Haciendo presión hacia arriba con los dedos y soltando, comencé a jugar con su concha rebalsante de néctar. Mis dedos entraban y salían despacito, subían y bajaban, hacían círculos, y ella cada vez abría más y más las piernas. Decidí entonces, sacarle la bombachita. Prácticamente la arranqué, aunque de una forma muy suave. Se presentó ante mí esa conchita humeante y húmeda, que había estado imaginando desde hace ya un tiempo. También encontré dos tatuajes más, un trébol de 4 hojas, pequeño, con la leyenda “Lucky You” (afortunado vos, sería la traducción literal, y la verdad que si…. Afortunado yo…..) y una frase “haceme lo que quieras” en cursiva, claramente toda una invitación…..
Ahora con ambas manos me dedicaría a darle placer en esa zona de su cuerpo. Separé suave pero firmemente esas piernas aceitadas, y con una de mis manos, más precisamente con dos dedos, la penetré de nuevo, y con la otra, con mi dedo pulgar, me dediqué a buscar el botoncito de placer. Me parece que lo encontré rápido, ya que al tocarlo, dio un pequeño salto en la camilla, y recién en ese momento, abrió sus ojos, se levantó un poco apoyando los codos en la camilla, y me miró, mordiéndose un labio. Me sonrió y se volvió a recostar. Los dedos que estaban dentro suyo los sentía quemar. Empecé a moverlos adentro y afuera, haciendo presión hacia la parte superior de su vagina, donde encontré ese monte rugoso que tanto placer les suele causar a las mujeres, y con el dedo pulgar de la otra mano comencé a hacer pequeños círculos sobre el clítoris. Ella gemía cada vez más, pero trataba de hacerlo lo más bajo posible, ya que si alguien llegaba a escucharnos, se podía pudrir todo. Continué con mis “masajes especiales” mientras veía que ella se había empezado a tocar los pechos. Cada instante los masajeaba con más fuerza, a la vez que notaba que su pelvis se movía como queriendo llevar mis dedos lo más adentro posible. De repente se queda quieta, y yo aprovecho para aumentar el ritmo de mis masajes. Es entonces cuando veo que con una mano se tapa la boca y los espasmos del orgasmo aparecieron. Qué manera de moverse por Dios!!!!!! Se me complicaba tener los dedos dentro suyo y aprisionar su clítoris debido a que su cuerpo se me escapaba por la forma en que se movía. Noté que se mordió los dedos índice y mayor de la mano que tenía en la boca, para no gritar calculo. Cuando bajó un poco la intensidad del orgasmo, pellizqué su clítoris entre mi dedo pulgar e índice, haciendo que vuelva a saltar en la camilla. Saqué mis dedos de su interior y, con la mano completa, masajeé su concha por fuera, como intentando calmarla.
Su respiración agitada, de a poco fue bajando. Cuando recuperó la consciencia, me miró, y se sonrió. Yo la miraba desde lejos. Veía como ese cuerpo se recuperaba de una dosis extrema de placer. Se levantó, se sentó en la camilla. Me miró y sin decir nada, comenzó a vestirse. Yo no me había dado cuenta hasta ese momento, que estaba con la verga durísima. También vi que ya era la hora que ella se tenía que ir, por lo que tomé la billetera y le di el dinero que me pareció adecuado, ella lo guardó sin mirar cuanto era. Me metí en el baño, y me duché. Obviamente tuve que masturbarme. Todavía podía sentir su perfume en mis dedos y hasta su sabor.
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