¿Por qué no iba a darse el gusto?
Los juegos conmigo se habían tornado intensos, y a veces suele pasar que cuando un hombre y una mujer se encuentran, se liberan, empiezan a disfrutarse en otros planos.
Cada quince días nos encontrábamos en el mismo bar, para entrar al mismo telo, y si teníamos suerte, la misma habitación.
Pero cada quince días, apenas cerrábamos la puerta, sin ningún plan pre-establecido, el juego era diferente.
Claro que siempre terminaban igual. Transpirados y hablando de cualquier cosa mientras recuperábamos el aliento, pero el tránsito desde una calma a la otra, siempre era diferente.
Algunas veces, era apasionado, con muchos besos. Otras, sutiles, con roces y escarceos. Alguna vez desaté mi furia sobre sus nalgas, para dejarlas rojas, antes de destrozarle el culo a pijazos.
Pero esta vez yo había notado una mirada distinta en ella. Perversa. Y está bien que lo confiese. Una mirada inquietante.
Me pidió que me dejara llevar, y sacó de su cartera un lazo de seda. Se ve que lo había planeado en su casa. Seguramente a la noche había visto una escena en alguna película.
Empecé a entender el juego cuando me pidió que juntara las manos, y empezó a anudar el lazo en ellas.
-Si me vas a atar, hacelo con ganas, puta- le dije provocándola
-Te voy a dejar sin ganas de putearme, maricón- dijo, y me cruzó un cachetazo en la cara, mientras me ataba fuerte las manos, y me las inmovilizaba.
Las sorpresas no acabarían ahí. También había traído una soga que enredó entre mis manos, y me colgó del gancho del perchero. Como si de una requisa policial se tratara, golpeó mis tobillos para que abriera las piernas, y apoyó su boca en mi nuca
-Así me gusta, putito. Calladito y expectante. Obediente y sumiso.
Y empezó a pasarme la lengua por detrás de mis orejas, mientras con su mano bajaba por mi vientre. Y se aferró a mi pija, apretándola con todos sus dedos.
Sentí que su boca bajaba por mi espalda. También sentí que la hundía entre mis nalgas. Y cuando por fin sentí su lengua en el centro de mi ojete, me empezó a pajear muy dulcemente.
No pude resistirme, y solté un gemido de puro placer. Su respuesta fue suspender la caricia y el beso negro. Guardé silencio, y retomó su paja suave, logrando un nuevo gemido de mi boca, y me cruzó las nalgas con un chirlo seco.
-Creí que habías entendido, putito, que no tenés permiso para gemir- me dijo mientras me cruzaba un cintazo en la cola. Suficiente para que apretara mis labios y me dejara seguir haciendo. Me clavó un dedo en el culo bien lubricado por su saliva, y me empezó a pajear violentamente. Me ordenó, porque fue eso, una orden, que acabara contra la pared. Sentía su dedo revolviéndome el culo, y su mano, pajeandome, y le di el gusto. Me sacó un orgasmo con la mano. Y con sus dedos claro.
Un chorro de leche magnífico quedó estampado en la pared. Ya no sentía los brazos, cuando me descolgó. Me tiró en la cama y empezó a mamármela para conseguir que reaccione rápidamente, y con media erección, se subió encima mío, me empezó a cabalgar, y clavándome sus uñas en mi pecho, empezó a provocarse su propio orgasmo
-dale puto, cogeme, haceme acabar, puto goloso… ¿o te crees que no me di cuenta como gozabas los dedos en tu culo? ¡Maricón!- decía, mientras la voz se le entrecortaba de gozo.
Tuvo su orgasmo, justo cuando yo estaba entusiasmándome otra vez. Se dejó caer a mi lado y me besó la boca. Mágicamente, volvía a ser la mujer dulce con la que nos dábamos placer cada quince días.
Pero algo había cambiado en su mirada. Se había vuelto dura. Brillante. Se había dado gusto de estrenar un rol, y claramente, le había gustado.
¿Por qué no darse el gusto?
Yo, de mil amores!
Los juegos conmigo se habían tornado intensos, y a veces suele pasar que cuando un hombre y una mujer se encuentran, se liberan, empiezan a disfrutarse en otros planos.
Cada quince días nos encontrábamos en el mismo bar, para entrar al mismo telo, y si teníamos suerte, la misma habitación.
Pero cada quince días, apenas cerrábamos la puerta, sin ningún plan pre-establecido, el juego era diferente.
Claro que siempre terminaban igual. Transpirados y hablando de cualquier cosa mientras recuperábamos el aliento, pero el tránsito desde una calma a la otra, siempre era diferente.
Algunas veces, era apasionado, con muchos besos. Otras, sutiles, con roces y escarceos. Alguna vez desaté mi furia sobre sus nalgas, para dejarlas rojas, antes de destrozarle el culo a pijazos.
Pero esta vez yo había notado una mirada distinta en ella. Perversa. Y está bien que lo confiese. Una mirada inquietante.
Me pidió que me dejara llevar, y sacó de su cartera un lazo de seda. Se ve que lo había planeado en su casa. Seguramente a la noche había visto una escena en alguna película.
Empecé a entender el juego cuando me pidió que juntara las manos, y empezó a anudar el lazo en ellas.
-Si me vas a atar, hacelo con ganas, puta- le dije provocándola
-Te voy a dejar sin ganas de putearme, maricón- dijo, y me cruzó un cachetazo en la cara, mientras me ataba fuerte las manos, y me las inmovilizaba.
Las sorpresas no acabarían ahí. También había traído una soga que enredó entre mis manos, y me colgó del gancho del perchero. Como si de una requisa policial se tratara, golpeó mis tobillos para que abriera las piernas, y apoyó su boca en mi nuca
-Así me gusta, putito. Calladito y expectante. Obediente y sumiso.
Y empezó a pasarme la lengua por detrás de mis orejas, mientras con su mano bajaba por mi vientre. Y se aferró a mi pija, apretándola con todos sus dedos.
Sentí que su boca bajaba por mi espalda. También sentí que la hundía entre mis nalgas. Y cuando por fin sentí su lengua en el centro de mi ojete, me empezó a pajear muy dulcemente.
No pude resistirme, y solté un gemido de puro placer. Su respuesta fue suspender la caricia y el beso negro. Guardé silencio, y retomó su paja suave, logrando un nuevo gemido de mi boca, y me cruzó las nalgas con un chirlo seco.
-Creí que habías entendido, putito, que no tenés permiso para gemir- me dijo mientras me cruzaba un cintazo en la cola. Suficiente para que apretara mis labios y me dejara seguir haciendo. Me clavó un dedo en el culo bien lubricado por su saliva, y me empezó a pajear violentamente. Me ordenó, porque fue eso, una orden, que acabara contra la pared. Sentía su dedo revolviéndome el culo, y su mano, pajeandome, y le di el gusto. Me sacó un orgasmo con la mano. Y con sus dedos claro.
Un chorro de leche magnífico quedó estampado en la pared. Ya no sentía los brazos, cuando me descolgó. Me tiró en la cama y empezó a mamármela para conseguir que reaccione rápidamente, y con media erección, se subió encima mío, me empezó a cabalgar, y clavándome sus uñas en mi pecho, empezó a provocarse su propio orgasmo
-dale puto, cogeme, haceme acabar, puto goloso… ¿o te crees que no me di cuenta como gozabas los dedos en tu culo? ¡Maricón!- decía, mientras la voz se le entrecortaba de gozo.
Tuvo su orgasmo, justo cuando yo estaba entusiasmándome otra vez. Se dejó caer a mi lado y me besó la boca. Mágicamente, volvía a ser la mujer dulce con la que nos dábamos placer cada quince días.
Pero algo había cambiado en su mirada. Se había vuelto dura. Brillante. Se había dado gusto de estrenar un rol, y claramente, le había gustado.
¿Por qué no darse el gusto?
Yo, de mil amores!
5 comentarios - Cambio de roles
yo?
de qué habla?
Gracias por comentar!
.. una esperiencia unica
cuente!!!