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El marido, la mujer y el amante. Relato + video al final.

La vida llegando a los cuarenta puede ser complicada. Más aun si tenés niños pequeños. Para Mariela parece ser un hastío. A pesar de lo bien que se conserva a su edad, y aun teniendo a su marido encima casi todos los días buscándola, provocándola, algo dentro de ella pareciera haberse extinguido. Quizá sea una etapa, piensa Franco, cuando con mucha calentura le apoya las manos encima una mañana de sábado intentando estimularla, pero ella se niega.
–Dale, juguemos. – Le ruega él – Te pago si queres ¿te gustaría que te pague? ¿Queres ser mi putita? – le pregunta excitado.
Ella lo evade y le contesta de mala gana – Te pagaría yo por dejarme tranquila.
A pesar de cierta amargura en el carácter de su mujer, Franco no se rinde. Tarde en la noche del lunes la mira y no puede dejar de pensar lo hermosa que es. Así, en situaciones cotidianas, secando los últimos platos de la cena. Mira sus brazos extendidos, su rubio cabello cayendo lacio y brillante sobre sus hombros al descubierto, su boca gruesa y bella que tanto placer solía concederle. La erección es inevitable. A pesar del tiempo juntos, esa magia de tener la pija dura al instante con solo mirarla y desearla, él no la perdió. Quiere hacérselo saber. Se acerca de atrás y la abraza apoyándosela bien entre las nalgas para que la sienta: calentita y al palo. Pero ella lo rechaza agriamente: “Estoy cansada… Acabo de acostar a los chicos, lo único que quiero es irme a dormir”.
Que difíciles son, a veces, esos momentos. ¿Por qué llegado a este punto algunas parejas siguen juntas? ¿Por los chicos? ¿Existe alguna manera de poder mantener la calentura en una pareja a pesar del largo tiempo compartido?
Pero, aunque lo parezca, la situación no es que Mariela haya perdido el deseo. No.
Mariela se reserva para el jueves.
El jueves es el día que ellos eligen para romper con la cotidianeidad. Con esa enmarañada rutina de lo familiar. El jueves es el día libre. Para ambos. Cada uno arma su plan: Cine, teatro, salida con amigos. Una abuela se queda a cargo de los chicos. Y ellos salen. Juntos. Al mismo tiempo. Pero cada uno por su lado.
Y Mariela espera con ansías ese jueves en particular. Porque esa noche ella se encuentra con su amante. El hombre que la enciende como ningún otro. El que la puede hacer estallar de placer con solo mirarla y ordenárselo. Al que disfruta de complacer hasta en el más extravagante pedido. A su amo. Por quien se muere de ganas de ser esclava una noche más…
Se citan en la habitación de un hotel, donde, al llegar, ella encuentra el ambiente preparado con música, aromas y luces al gusto de él. Un excitante conjunto de ropa reposa en la cama: su uniforme para esta noche. Mariela se desnuda lentamente, siente sus pezones endurecer por el solo hecho de estarse preparando para él y disfruta al máximo al despojarse de su ropa de mujer común, de esposa, madre y profesional. Al terminar de vestirse de sierva, la humedad de su sexo, le empapa ya los labios.
Deja para lo último, el símbolo de su entrega total: el collar de agarre. Ahora, que lo tiene puesto, sabe que tiene un dueño y se sienta en la cama a esperarlo. Pasan 10, 15 minutos. Ella no se mueve. A cada sonido que llega desde el pasillo su corazón se exalta. Cuando por fin llega el amo, ella no puede evitar un gemido y se levanta para recibirlo: - Dime, mi amo. - se ofrece.
-No me mires a los ojos – le ordena él, cortante – arrodillate.
Y mientras ella espera arrodillada, él se toma su tiempo para desplegar sobre la cama los implementos que utilizará esa noche para su adoctrinamiento.
Luego, él se sienta en la cama, y Mariela ya sabe qué tiene que hacer: se recuesta sobre sus piernas y le ofrece la cola para unas nalgadas. Él comienza por acariciar esa deliciosa piel, suave y tersa, con su tanga negra bien encajada. Y la golpea con la mano abierta. Varias veces. Ella trata de reprimir los gemidos, sabe que el amo puede disgustarse. Él toma un azotador y sigue golpeándole la cola. Ella se excita demasiado, siente que se moja, casi no puede controlar sus manos que se mueven hacia su concha.
- ¿Queres tocarte no? – pregunta él. – Hacelo. –la autoriza.
Y ella siente la humedad en sus dedos, a la vez que un escalofrío la estremece, al tocarse. Inmediatamente él la frena y le pide sus dedos mojados. Los chupa buscando sus ojos. “No me mires a la cara”. Se para. Se baja el cierre del pantalón. Le ordena sentarse en la cama. Y le acerca la pija a la boca. Eso es un premio por lo bien que viene portándose Mariela.
Ella lame el miembro. Suavemente, de a poco, al principio. Pero al escucharlo disfrutar se desespera y se lo mete entero en la boca, lo come con fervor. Por un largo rato mantienen esa pose. Entonces él, cansado de estar parado, se saca el pantalón, se recuesta en un sillón y ordena a su sierva acercarse a gatas y seguir chupándole la poronga. Ella, solícita, se esmera en tratar de darle la mejor lamida, se concentra en cada centímetro de su pija con una dedicación llena de amor y entrega. El goza con cada apoyada de lengua.
Pero el amo está insaciable esta noche, quiere probar su lealtad y no está dispuesto a ser el primero en ceder en esa posición. Pasa media hora, quizá más. Mariela chupa, aunque casi no siente las piernas, pero sigue. Él la presiona, la quiere ver ceder “Dale, chúpame bien. “
La calienta verla al límite de su posibilidad y, aun así, seguir tratando de complacerlo. Finalmente, las piernas no le responden y no puede seguir chupando.
Él, con enojo se levanta y le grita: - ¿¡Te dije que dejes de chuparme!?– Ella trata de no mirarlo directamente, sabe que está en falta y no quiere equivocarse otra vez. Él le toma la cara desde el mentón y la obliga a mirarlo, ella se esfuerza por bajar los ojos. “¿Te dije que dejes de chuparme?” le repite “ahora tengo que castigarte”. Tomándola de los hombros la levanta y la arroja sobre la cama boca abajo. Ella se pone en cuatro, pero el ata sus manos por detrás de su espalda y su cuerpo cede y queda acostada sobre la cama.
Él pone la cadena en el collar y lo sostiene con su mano izquierda mientras con la derecha agarra la tanga y la estira hasta lograr que la tela se le hunda separándole los labios de la concha. La busca, la abre más con sus dedos índice y medio y de un solo empujón se los entierra hasta el fondo. Ella reacciona estremeciéndose de placer, él estira la soga para corregirla. “No dije que puedas moverte” le aclara. Saca los dedos que salen brillantes de flujo, los huele y los chupa. Disfruta del sabor de ese elixir interno de lujuria. Vuelve a enterrarle los dedos a fondo, mientras con el pulgar le acaricia el clítoris.
Ella se esfuerza por contenerse. Trata de no mover ni un musculo, pero partes de su cuerpo reaccionan sin control. “No te muevas” insiste él estirando un poco más la cadena, disfrutando del sádico juego de excitarla hasta el límite y a la vez impedirle demostrarlo.
El rostro de Mariela pasa de rosado a colorado en los próximos segundos por la imposibilidad de expresar el placer y la sensación de ahogue del collar, pero siente el placer de estar tratando de satisfacer a su amo. Él saca nuevamente los dedos de su interior y vuelve a deleitarse con el sabor impregnado. “Me encanta” le confiesa. “Adoro el gusto de tu concha”. Y mientras vuelve a metérselos con fuerza, le pegunta “¿A vos te gusta?”
Ella siente los dedos penetrarla con tanta facilidad, está tan mojada. Del delirio casi no escucha lo que le dice su amo, la vista se le nubla un poco. Entonces percibe que le sacan los dedos y en seguida los siente cerca de su cara. Su amo quiere que pruebe el sabor que se genera por su excitación. Ella lo complace y pasa la lengua por los dedos. Distingue su propio sabor. Es ácido. Él se los empuja dentro de la boca, como recién se los metía por la concha, y con el collar la obliga a chupárselos un poco más. “¿Te gusta?” le pregunta, “A mí me encanta” le aclara. Y ella sigue chupándole los dedos, ahora, con nuevas ganas, al oírlo.
Entonces le saca la tanguita, le apoya la pija, dura y caliente sobre la cola y empieza a moverla sobre su piel, sobre su concha, sobre su ano, pare que ella sienta que prontamente será suya. Mientras estira ese juego, haciéndola desear, se desabrocha lentamente la camisa y se la saca.
Finalmente la penetra. A fondo. Le encanta sentir la sensación de introducirse dentro ella. La siente caliente. Muy caliente. Ella se mueve para permitirle poseerla mejor. Esa actitud a él le agrada. Merece un premio: le desata las manos.
Estirando la cadena, la obliga a voltear. Ella sentada sobre la cama, flexiona las rodillas, separando sus piernas, esperando ser penetrada nuevamente. Pero él le ordena acostarse. Se acerca a ella, le levanta las piernas con las manos, hasta que casi las rodillas tocan su cara. Se hunde en su entrepierna y comienza a comerle la concha. saboreándola. Con largas lengüetadas que terminan acariciando su clítoris. Ella, descontrolada, se pellizca un pezón sobre la ropa. El reacciona sacándole la mano. No la autorizó a tocarse, aún. “¿Queres liberarte de la ropa?” le pregunta, y esta vez, está dispuesto a ceder. La libera del corsét que la aprisiona, para que ella pueda acariciarse los pechos a gusto, mientras él sigue dándole placer con la lengua.
Luego, en esa posición, la penetra y estirando la cadena la obliga a ver cómo su pija se mete en ella. Él la coge con fuerza. Largo rato…
Al final de la noche, tras haberse buscado en diversas posiciones y tras varios orgasmos, con los cuerpos cansados y cubiertos de sudor, flujo y saliva, el amo la penetrandola por el culo, esfuerza cada empuje, y logra, al momento cúlmine, sacar la pija y marcarle el cuerpo con su leche. Después decide hacerle un último obsequio. Pasa la lengua por el exhausto cuerpo de Mariela, junta un poco de semen y así se acerca a su rostro y la besa. Ella, agradecida, lame el jugo de su amo servido en su propia boca.
Al rato, distendidos, ella le confiesa “Hoy la pasé genial. ¿Cuándo podremos vernos nuevamente amo?” y entre risas Franco le contesta: “Callate o te hago el culo, de nuevo, ahora mismo…”


Esta historia es la descripción de mí percepción del corto “Casados con hijos”, de Erika Lust, que forma parte de la película “Cinco historias para ella”



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1 comentarios - El marido, la mujer y el amante. Relato + video al final.

cepita22 +1
muy bueno!
martinfcd
Una sana costumbre. Gracias cepita!