Las historias mínimas son como flashes de deseo, de fantasías y de recuerdos, y la vida, entiendo yo, se trata siempre de eso: de convertir fantasías en recuerdos.
Y a los recuerdos, cuando son buenos, trato de que vuelvan a ocurrir.
Esta "historia mínima" es una mezcla de los dos. Porque ocurrió, y porque después de fantasear muchas veces con ello, volvió a ocurrir.
Fue en un hotel céntrico, lindo, céntrico, en una habitación del piso 14
Ya nos habíamos matado a besos en el lobby del hotel, en el pasillo, en el ascensor, en los sillones y, finalmente, en la cama.
Ya le había sacado un orgasmo precioso con mi boca, otro con mis dedos y, sin darle respiro, uno más con mi pija.
Ya estábamos transpirados, sonrientes, erectos, calientes, y felices de habernos vuelto a encontrar.
Ya habíamos escuchado los gemidos de placer, los gritos del éxtasis, y lamido las lubricidades de los dos cuerpos, y calmado el deseo, comenzamos otros juegos.
Así que la invité a ponerse la ropa que le había elegido para ella, y ella, tremenda perra, se paseaba por la habitación luciendo su lencería negra, provocándome para que la fotografíe.
Pero necesitábamos más. Después de tres horas de sexo intenso, necesitábamos mucho más.
Su voluptuosidad me invitaba a no detenerme, a cogerla de todas las formas que pudieran conocerse.
Me puse detrás suyo, y la llevé hasta la ventana.
Hice que pusiera sus manos en el vidrio.
Sabía que el polarizado no resistiría ese contacto. Tenía la necesidad, teníamos la necesidad de que ocurriera lo que finalmente ocurrió.
Le tomé sus nalgas con mis manos, se las abrí, y apoyé la punta de mi pija en su culo. Ella sola empujó su cola para atrás, para ensartarse en mi pija, y empezó a moverse.
Los dos vimos a la pareja que estaba en la plaza, con la mirada clavada en nuestra ventana.
Y empezamos a coger de parados, desesperados, contra la ventana, con la secreta esperanza, con la necesidad, de provocar en esa pareja que no podía dejar de mirar nuestro ventanal, y que empezaron a tocarse, disimuladamente, por encima de la ropa.
Tan lejos, pero tan cerca. Tan conectados en los movimientos de sus caderas, en los empujones de mi pija, en la caricia de su mano sobre la ropa de él, en los dedos que intentaban traspasar su calza.
Les estábamos dedicando este orgasmo, uno más de los tantos que nos habíamos procurado esa noche, a toda la ciudad, pero por sobre todo, a ellos dos.
Cuando ella se desparramó en el suelo, sobre la alfombra, haciéndose un bollito, satisfecha, le dije que ya volvía. Supo inmediatamente, de que iba a bajar a buscarlos.
Y a los recuerdos, cuando son buenos, trato de que vuelvan a ocurrir.
Esta "historia mínima" es una mezcla de los dos. Porque ocurrió, y porque después de fantasear muchas veces con ello, volvió a ocurrir.
Fue en un hotel céntrico, lindo, céntrico, en una habitación del piso 14
Ya nos habíamos matado a besos en el lobby del hotel, en el pasillo, en el ascensor, en los sillones y, finalmente, en la cama.
Ya le había sacado un orgasmo precioso con mi boca, otro con mis dedos y, sin darle respiro, uno más con mi pija.
Ya estábamos transpirados, sonrientes, erectos, calientes, y felices de habernos vuelto a encontrar.
Ya habíamos escuchado los gemidos de placer, los gritos del éxtasis, y lamido las lubricidades de los dos cuerpos, y calmado el deseo, comenzamos otros juegos.
Así que la invité a ponerse la ropa que le había elegido para ella, y ella, tremenda perra, se paseaba por la habitación luciendo su lencería negra, provocándome para que la fotografíe.
Pero necesitábamos más. Después de tres horas de sexo intenso, necesitábamos mucho más.
Su voluptuosidad me invitaba a no detenerme, a cogerla de todas las formas que pudieran conocerse.
Me puse detrás suyo, y la llevé hasta la ventana.
Hice que pusiera sus manos en el vidrio.
Sabía que el polarizado no resistiría ese contacto. Tenía la necesidad, teníamos la necesidad de que ocurriera lo que finalmente ocurrió.
Le tomé sus nalgas con mis manos, se las abrí, y apoyé la punta de mi pija en su culo. Ella sola empujó su cola para atrás, para ensartarse en mi pija, y empezó a moverse.
Los dos vimos a la pareja que estaba en la plaza, con la mirada clavada en nuestra ventana.
Y empezamos a coger de parados, desesperados, contra la ventana, con la secreta esperanza, con la necesidad, de provocar en esa pareja que no podía dejar de mirar nuestro ventanal, y que empezaron a tocarse, disimuladamente, por encima de la ropa.
Tan lejos, pero tan cerca. Tan conectados en los movimientos de sus caderas, en los empujones de mi pija, en la caricia de su mano sobre la ropa de él, en los dedos que intentaban traspasar su calza.
Les estábamos dedicando este orgasmo, uno más de los tantos que nos habíamos procurado esa noche, a toda la ciudad, pero por sobre todo, a ellos dos.
Cuando ella se desparramó en el suelo, sobre la alfombra, haciéndose un bollito, satisfecha, le dije que ya volvía. Supo inmediatamente, de que iba a bajar a buscarlos.
1 comentarios - Sexo contra la ventana
gracias por los comentarios y puntos!