Siguiendo una tradición recién creada, por tercer año consecutivo mis primos, mi hermano y yo fuimos a pasar un fin de semana en la bahía de Huatulco, un fin de semana sin presión familiar, escolar o laboral, un fin de semana sólo para divertirnos y enloquecer en un bellísimo hotel todo incluído, lleno de comida, alcohol y mujeres preciosas en bikini.
Por primera vez pudimos contratar en un hotel categorizado “only adults”, ya que mi prima menor ya tenía la suficiente edad, cuerpo y madurez para entrar en esas playas, entrar a esa exclusividad erótica que, a pesar de no ser playa nudista, hay en el aire. Parejas estrechándose sin problemas, sin preocupación de algún niño chismoso; mujeres con cuerpos maravillosos sin pudor de andar en topless, y sin la miradas sentenciosas de otras mujeres menos privilegiadas, a veces, al igual que sus colegas en hormonas, con las tetas al aire… disfrutando.
No se podía estar haciendo otra cosa en aquel hotel más que eso, disfrutar, disfrutar la tranquilidad, disfrutar las bebidas, disfrutar la arena mojada entre tus dedos y la sal del mar subiendo las piernas con cada vayven de las olas, disfrutar de los cuerpos bellos, no todos esculturales, pero sí bellos; bellos al descubrir las vestiduras de la pena y los problemas. Y entre todos esos adultos, “adultos”, y nosotros, otros “adultos” que estaban ahí para disfrutar, divertirse y comer y tomar de la dichosa barra libre all day y los bufets gurmets con los que te puedes llenar hasta explotar y vomitar sin importar, porque habrá un empleado que recogerá tus pendejadas y no habrá ningún pedo.
Llegando al hotel, bajamos del carro mis dos primas y yo, los pasajero del asiento trasero, para agarrar las maletas y hacer el check in, mi hermano y mi primo, los dos mayores, de no más de 27, se fueron a estacionar el carro y bajar las cosas que restan. Desde antes de entrar al lobi percebimos ese ambiente de playa sensiual que anuncian una serie de estatuas de figuras indefinidaddasas que asimilan cuerpo de mujeres contorcionaos… o eso es lo que veo al entrar, y junto a las estatas, cuerpos de mujeres contorsionándose de risa, hablando con sus vasos de alguna bebida exótica; algún mezcal, que tanto encanta a las extranjeras, que tanto las enloquece y las hace bailar y reir y gozar del calor mexicano. Y al final, tras una fuente de piedras volcánicas y plantas colgantes, el pequeño recibidor, con su pequeña mujer, con su pequeño y apretado vestido y una sonrisa más irritada que sensual, pero haciendo un buen trabajo vendiendo paquetes, cuartos y experiencias.
Antes de llegar a la barra del recibidor, otra mujer nos recibe con una charola de tragos exóticos, menos exóticos que los de las extranjeras junto a nosotros, y se retira con una sonrisa y una frase genérica de botones, sólo que ella tiene un pequeño y apretado vestido, sí le dejaría propina. Mi prima menor, Paola, alargó un trago y dejó su vaso a medias sobre una mesa circular.
-Voy al baño, no tardo -dijo la pequeña Pao tirando una maleta deportiva en el suelo.
-No te apures, nosotros checamos el check in -le dije.
Seguí platicando con Ramona, mi otra prima, de mi misma edad que, de niños, cuando vivíamos en la misma ciudad, fue mi compañera de travesuras y fuente de mis más fuertes deseos y fantasías; pero ahora mismo éramos dos atractivos jóvenes, tan hambrientos de lujuria y, aún con la espina del deseo incentuoso, podíamos ligar y coger sin ningún problema con cualquier persona.
-¿De acá a la alberca o al mar? -me preguntó Ramona haciendo un gesto divertido y sensual con sus ojos.
-De aquí al bar -le respondí-, después me sentaré en un camastro con un libro y una chela a ver culos todo el día.
-Hasta en la playa eres un puto friki -río-, y un total hipster.
Los dos reímos. Sí, era un hipster, pero ya me había valido de la excusa y estrategia de coquetear a alguna chica sobre las miradas de un libro, tal vez me funcione para alguna extranjera en bikini.
Antes de terminar el check in Ramona se entretuvo hablando con la recepcionista, con su adorable carácter que caracteriza a mis primos, los tres, carismáticos y habladores, muy amigables para ser parte de mi familia, o tal vez yo, mi hermano y yo, seamos demasiados antipáticos para ser de la suya. En ese divague de pensamientos volteé y vi a Paola salir del pasillo de los baños, caminar hacia nosotros con un bikini azul a dos piezas, cubierto la parte de abajo con un pareo verde limón. Mi prima no tenía un gran pecho, pero sé, siempre lo supe, que el atributo bendecido de mis primas es su trasero. Unas buenas nalgas, fuertes, grandes, redondas, que son sujetadas por unas piernas carnosas, lisas, que, aún siendo la más chica y no haya sido destino de mis fantasías, ya las había admirado. Me sonrió, miró y torció los labios de la forma más sexy que yo había visto en mi primita.
-¿Qué tal me veo?
-Muy bien, está muy bonito el bikini -le dije bajando la mirada a sus tetas, lo cuál ella respondió siguiendo el rumbo de mi mirada con una sonrisa.
-¡No pierdes el tiempo! -le dijo Ramona- espera ahora tú y yo me voy a cambiar.
-¿Qué te parece? -me pregunta Pao cuando su hermana se va.
-Muy bien, te ves muy sexy en él.
-¡No!, refiero al hotel -me dijo riendo a carcajadas.
-¡Ah! muy bien, pero falta conocer el resto -le dije riendo apenado.
-¡Sí!, falta meternos al mar y a todas sus albercas -sus 27 albercas, según el catálogo que nos dieron en la agencia-, pero gracias por el comentario, ya me quedó claro que te gustó.
Otra vez esa sonrisita sexy, pero fue interrumpida por mi primo, Paco, y mi hermano, Mateo, y la recepcionista, que no me sé ni hice el intento por aprender su nombre, que nos dio las llaves/tarjetas de las 3015 y 3016; el segundo edificio pasando el jardín de la derecha, en el tercer piso, las maletas las subían enseguida.
-¿Qué haremos? -pregunta Ramona volviendo con un traje a una pieza bajo un liviano vestido blanco, corto, que ya deseaba ver por atrás.
-Vamos a comer algo -dijo mi hermano-, después subimos cuando hayan llevado las maletas.
-Y a tomar algo -dijo mi primo, viendo con descaro a las extranjeras con sus bebidas exóticas que se reían en un idioma desconocido junto a nosotros.
-Magnífica idea -le dije, acompañándolo en el indecoroso acto de sabrosear extranjeras en traje de baño.
Fuimos al restaurante de la playa, Paola se adelantó unos pasos viendo su celular y yo no pude apartar la vista de su trasero, por debajo de su pareo se dejaba ver unas hermosas nalgas redondas, perfectamente guiadas por las líneas de su espalda y sus bellas piernas, que me invitaban a lanzarme sobre ellas, colocar mi cara en su culo y morder su suave piel... para.
-¿No es que te estás comiendo a la Pao? -me dijo Ramona riendo.
-¿Cómo crees?, Yo no hago esas cosas -le digo sonriendo.
-Si te conociera -sonrisa pícara- ¿Pero no se pusó muy buena mi hermanita?
-Uffff, ni lo digas. Tenía tiempo que no la veía… así.
-Ella sí sacó buen cuerpo -me reclamó, como si fuera mi culpa que su hermana estuviera más deseable que ella, que también era deseable.
-¿Qué dices?, si tú estás muy buena -le dije mirándola, mirada lujuriosa de adolescente-, tú estás más nalgona que la Pao.
Reimos
Llegando al restaurante nos acomodamos en una mesa y Paola se fue directo a la alberca, corriendo con sus sandalias patas de gallo y su paleo volando tras sus nalgas que, más que un rico rebote tonto, es un meneo intenso. Seguía siendo ella la primita, y nosotros, los grandes, nos dirigimos a la barra por nuestros tragos y al bufet para comer sin parar.
Ya en la mesa, platicando los cuatro de locuras, mujeres, comida y nostalgia, viendo todo tipo de cuerpo comiendo o bebiendo sin parar, regresó Paola y, acercándose a Ramona nos gritó a todos
-Mira disimuladamente al morenote que está parado junto aquella mesa -dijo haciendo una seña con los ojos.
Todos volteamos nada discretos.
-¿El del grupito de mamados sin camisa?
Junto a aquella mesa señalada habían cuatro chavos, todos guapos y marcados, nadie tenía playera, mostraban con orgullo sus esculturales cuerpos, acomodando sus brazos en modos que, más disimuladamente que nosotros volteando, se marcaban más sus músculos.
-Si.
-Están buenímos.
Todos acertamos en eso, no tienen comparación en esa lujosa palapa, plantados en el piso, tallados al calor con fuerza, merecidos. Adornaban el salón, de los ventanales entraba luz para ser admirados. Y el moreno entre ellos, con un short de mezclilla, descalzo, un color cálido y un gran bulto marcando con fuerza el short.
-¿Ya viste al moreno?
-Sí -respondió Ramona con su sonrisa cachonda.
-Está a cada rato viéndote a tí -le dijo Paola intentando copiar la mueca sensual, como una niña imitando a la madre con pintalabios o tacones, imitando la sensualidad de mujer que van aprendiendo.
-No mames, ¿neta?
-Sí -le respondió Pao, tan sensual como una mujer, mojando sus labios y torciendo las cejas. ¡Qué cara de putita! Mirando fijamente a su hermana, coqueteando con aquel monumento a la belleza, y yo con una naciente erección sin saber si era producida por esa mujer encorvada cerca de mi, con sus tetas casi voladas, ofreciéndolas, a otra, ofreciéndose a su hermana en nombre de otro; o por la presencia de aquel otro, moreno, mamado, con un paquete marcado hasta los huevos, que en conjunto se veía tan grande como una pequeña almohada, como un cojín. La erección crecía lenta y orgullosamente.
-En la alberca me fijé que me estuvo mirando uno de esos, uno de los güeros, luego miré a los otros, pero ese moreno siempre volteaba hacia acá.
De los cuatro mamados, tres eran güeros, tal vez extranjeros o norteños, no feos, muy guapos. De los demás shorts no se marcaba nada, tal vez un poco, pero no perdía el tiempo en ese círculo de testosterona de otra manera que fuera mirando el paquete de aquel moreno.
-Está buenísimo -dijo, viendo lo mismo que yo, una verga enorme y gruesa que podía ser devorada por cualquiera de sus agujeros.
En eso, entre risas, volteó para acá, volteó para mí, para Ramona y Paola, a Paco y Mateo, y a cualquier presente en aquel salón que disfrute al contemplar la belleza. Contracciona su cadera y se recarga en la mesa con las piernas abierta, una levemente fuera del eje marcado por su cadera, y se voltea apuntando hacia nosotros. Maravilloso. Una ráfaga de imágenes enormes aparecen por mi mente. Trago saliva y me mojo un poco los labios.
La tarde pasó bien, subimos a la habitación a cambiarnos, sacar un poco de líquido alcohólico del cuerpo, y continuar tomando y disfrutando. Alberca, playa, comida, mujeres, tetas, culos, el apretado paquete del moreno.
Ya en la arena, con el sol dando su último rato del día, Ramona se acerca a mi camastro, mojada, llena de arena por todo el cuerpo y el cabello suelto, justo como yo, cansada.
-Hey, ¿Viste al moreno? -me pregunta mordiéndose los labios de esa manera burlona y confianzuda que suele hacer.
-No mames, claro que lo vi.
-¿Qué te pareció? -sonriendo.
Sabroso, papucho, escultural, una bella máquina de montar y carne en la que podría comer de por vida.
-No mames, está buenísimo el cabrón -le respondo.
Ríe.
-¿Viste su pito? -mirada fija, ceja torcida, sonrisa mostrando de a pocos sus dientes, sexy.
-No mames, su pitote.
-Se veía enorme esa madre.
-We, la tendría que agarrar con las dos manos -mirada fija y lengua mojando y saboreando sus labios.
-Debe ser más grande que mi cara.
Me mira y sonriendo de más, levanta la otra ceja.
-No sé si me entraría en la boca -me dice.
-¡Pero sí que le darías unos buenos lenguetazos!, no terminarías de comer su cabeza.
Ríe.
-Eso te gustaría hacer tú, ¿verdad?
-¿Y a ti no? -río.
-¡Claro! y metérmelo en todos lados… pero no sé si me entraría una cosota así.
-Pfff -bufo-, ya lubricada y caliente te entra hasta por las orejas.
-De ahí me saldrá, pero esa madre tiene a fuerza que entrar en mi vagina.
Nos miramos, calientes con palabras, con atributos ajenos, imaginarios y deseosos. Reímos los dos.
Ya en la noche, después de cenar langosta en otro restaurante barra libre, decidimos ir a uno de los antros que tiene el hotel, decidimos ir al que no exigía etiqueta, ya que ninguno de los primos llevaba algo que no fuera playera. Mi hermano no quiso ir ya que, al igual que a mi, no le gustan los antros; ni el baile ni la música de fiesta a todo volumen, ¿si tenía alcohol en grandes cantidades a la disposición de su cuarto, para qué ir a esos lugares? Por mi parte, la calentura de la borrachera y los tragos de bikinis me animaron a ir de fiesta esa noche… ¡¿Por qué no?!
Playera negra -lo más elegante que llevaba en mi maleta-, pantalón ajustado -suelo usar muy sueltos, pero ésta vez era menester enseñar- y el vaso que no había soltado ni dejado de llenar desde el primer momento que pisé el hotel.
-¿Listo, primo? -me dijo Paco mientras terminaba de arreglarse en la habitación.
-Simón, ¿Seguro que no vas, Mateo?
-Seguro, pero tal vez baje a la playa un rato, creo que habrá un evento nocturno en la arena…
Mateo, tan enterado como siempre, callado, casi ausente, pero en donde haya culos, mira hacia allá.
Salimos de la habitación y esperamos en el pasillo a mis primas, mis primitas, las menores del clan… ahora convertidas en apreciables yeguas. Ramona y Paola, las dos altas, y con tacones se hacen notar aún más: imponentes. Ramona lleva un vestido corto, autfit playero, color crema, falda con olanes que remarca su redondo y prominente trasero, sube ajustado, con la espalda abierta en v y un escote frontal que no enseña mucho (no falta, casi no tiene). Paola, por su parte, parece lista para ir a un antro de la ciudad, lista para cazar algún desprevenido, algún señor que le pague las copas, o algo más, mientras ella se sienta en sus piernas, mientras presume sus fuertes piernas, de seguro más fuertes que las del dichoso señor, sacudiéndolas para hacer bailar esa diminuta falda negra de imitación cuero (p), ajustada a sus nalgas, que ajustan más la falda con el tamaño de su perfecto trasero, redondos muslos que inician camino hacia arriba de un cuerpo bien moldeado a base de ejercicio, el camino a su vientre descubierto (u), su espalda, su cintura, sus pequeñas tetas que se marcan de más con ese pequeño top negro (t), se ven relucientes, vibrantes, redondas, que juega en conjunto con la gargantilla negra amarrado a un aro plateado(i). Y bajo, ya que su falda disimula un liguero negro de encaje (t), que se asoma mientras el señor juega con ella, o ella juega con él, pero él juega con el liguero, lo trata de sacar, ya que él no la ve como una primita, no; pero él no ve el conjunto, el juego seductor que acompaña a esos tacones negros, tenían que ser negros también, con listones negros de cuero para asegurar su tobillo (a), listones que la envuelven, la amarran, la sostienen a su sensualidad explosiva de adolescente liberada.
Mi primita.
Ella ríe.
Camino al antro platicamos los cuatro, de a parejas o en grupo; a vista de cualquiera parecemos un grupo de amigos, cuatro apuestos jóvenes disfrutando, tal vez dos parejas swingers, como muchas de las que llegan a ese tipo de hoteles, o algunos afortunados que sacamos provecho de las vacaciones. Al llegar al club no es diferente, todos somos desconocidos deseosos de disfrute, hambrientos de placer y restregadas de sexo en la pista de baile, sedientos de aventuras y embriagados de la brisa del mar… todo locura.
Nos sentamos en una mesa circular, un sillón largo, ellas dos primero y nosotros, tomando en serio nuestro papel de no filiales, nos ofrecemos a ir por los tragos.
-¿Ya tienes alguna en la mira? -me pregunta Paco en la barra.
Tu hermana, pero no sé si podría ganarle a mi consciencia, o decidir cuál de las dos… primero.
-Todavía hay muchas, y me confundo entre güeras si no las veo con el mismo bikini de hace rato -reímos-, ¿y tú?
-Ahorita que entramos vi a una con la que andaba pendejeando en la mañana -él nunca pierde el tiempo-, voy a ver qué pedo.
-¿Quién es?
-Vestido verde, bailando por la entrada.
Tetona, castaña y unos labios hinchados. La ubiqué desde que entramos.
-Uf, sí la vi.
-¿No está muy buena?
-Y unos labios perfectos.
-Para una mamada -reímos.
Regresamos al sillón y él se sienta junto a Paola, en el extremo contrario mio, y entre nosotros las dos mujeres. Como parejas, vuelve a mi mente, o protectores. Una manada de algo, algún animal que suela andar en manada, que temen que le roben su presa… pero ellas no son eso, con cazadoras, al igual que nosotros, buscadores, al igual que todos lo presentes en aquel oscuro salón repleto de espejos.
Y en el fondo él, con su propia manada, ahora con camisas y peinados engomados, pantalones ajustados. Y él, el moreno, con una enorme protuberancia entre las piernas. Cazadores.
-¿Ya viste quién está en el fondo? -le susurro al oído a Ramona.
-No mames -¿presa?
-No te emociones -le respiro al cuello.
-No me emociono… pero me lo tengo que coger -¿o cazadora?
Se voltea y, con su aliento chocando mi cuello me susurra al oído mientras escucho el sonido de sus labios mojarse.
-¿Ya viste esa madre?
No sólo se mojan sus labios.
Acerco mi mano a su pierna y la acaricio. Si bien solíamos tener esos juegos sensuales de niños, ahora de adultos no pasaban de pláticas o historias calientes. Pero el alcohol entraba al juego.
-Tienes que medirlo y decirme cuánto mide -le digo.
-Te diré hasta donde me entra.
-Y mostrarte por donde te entra -el alcohol ha entrado al juego.
Apoya su mano a mi pierna, y la coloca sobre mi miembro duro bajo mi pantalón.
-Estoy calientísima.
-Verga, yo también -le aprieto levemente la pierna, subiendo hasta llegar al filo de su falda.
-Se nota -me aprieta la verga.
Reímos y soltamos el calor de las manos, el cuerpo caliente que sostenemos, que, quedito, nos ha invitado a pecar.
Ella voltéa hacia su hermana y yo, agarrando mi vaso, volteo hacia él, y él mira hacia mi. Mira hacia nosotros, su cabeza apunta a mi mesa, y mi cabeza a su miembro, a sus brazos cruzados y sus piernas apretadas. Sonriendo.
Las dos se paran y van a bailar (cazadoras), moviendo su culo y respingando sus faldas, coqueteando con el antro, decididas a buscar presas.
-Voy a bailar un rato -me dijo mi primo levantándose- ¿vienes?
-Voy por otro trago y lo decido.
-Maldito borracho -se ríe.
En la barra, tomando del vaso sin fondo, veo a una mujer, se ve mayor que yo, trae unos jeans ajustado y una blusa básica negra, muy pegada, que resalta sus tetas, bastante grandes, al igual que su trasero, que se mueve para todas direcciones en la pista, rebota y me incita, con sus manos juguetea su cabello y seduce a su entorno. Y me mira, me seduce a mi. Me termino mi vaso y voy tras ella.
Me acerco lentamente, cazador, me muevo con vergüenza, no sé bailar, y me sigue mirando. Cuando estoy lo suficiente cerca se voltea, me da la espalda; pero no en gesto de repudio, sino en invitación, me ofrece sus nalgas, grandes, pero, aún con lo ajustado de sus jeans, no firmes. Rebotan más, más que las de mis primas, pero no están tan grandes, pero se mueven, se acomodan en mi entrepierna y bajan, con las piernas separadas me enseña su espalda, un tatuaje en su cuello, se acoda el cabello, me mira de reojo y vuelve a subir. Desvío mi mirada y lo veo, el moreno, está con Ramona, bailando, o ella le baila a él, así como ésta desconocida a mi, se entretienen sus pasiones en la pista caliente. Esto no es baile, es sexo, ésto no es arte, es lujuria; no es seducción, es pasión en estado puro, pasión cruda en un desconocido. Se voltea y me mira, aprieta los labios, alza las manos y vuelve a bajar, apretada a mi, siento sus tetas recorrer mi cuerpo y no las dejo de ver, y volteo otra vez, y ella le baja a él, sube y se empina, siento su enorme miembro pegado al enorme trasero de mi prima, y ella sube, seductora, la sujeto con mis brazos y la pego más a mi, siento más sus tetas, quieren explotar en mi, y mi pantalon en el suyo, que sigue moviéndose, se retuerce, movimientos grotescos, nos buscamos nuestros sexos sobre la ropa, nos acomodamos para entrar, cogemos sin decirlo, sin intercambiar palabras, la beso, no sé cómo se llama, pero mi verga durísima se apoya frente a su vagina, o tal vez sólo sea frente a su estómago, pero mis manos aprietan sus nalgas, la aprieto a mi, la sigo retorciendo, y ella baja sus manos a mi cuello, se cuelga, juega con mi cabello, con mi barba, como si fuéramos amantes, apasionados sujetos que se encontraron a pecar. La suelto, me suelta, se voltea, baja y lo veo. Manos alzadas, mostrando sus triceps super marcados, sus hombros quieren romper su camisa y mi prima, al igual que yo, romper su pantalón, sólo que ella puede hacerlo, si no es que ya lo está haciendo con su trasero, que se mueve sin parar para él. Y él voltea, me mira.
La pieza termina, como si importara con qué rola nos restregamos, y, tras un beso con restregón y apretón de nalga, me dirijo hacia el baño, con la verga a punto de estallar.
El mingitorio es, en vez del cerámico individual, una larga tina empotrada en la pared con una barra de hielo adentro. Como de cantina barata de mi pueblo. Saco el pene completamente erecto y lo apunto hacia el hielo, inclinándome tantito para no salpicarme todo contra la pared, espero a que agarre su forma y me enderezo para seguir orinando. El baño está vacío, me cuesta un poco orinar en estos baños, pero estoy solo y tomado. La puerta suena, yo sigo soltando orines, y junto a mi se para alguien, no lo miro, miro directo a mi chorro amarillo chocar contra la barra de hielo, y, de un movimiento inesperado, aparece a mi derecha un gran trozo de carne, casi roza el hielo, pero se levanta tantito para impedirlo. El dueño del gran pedazo lo sujeta con una gran mano del tronco, no logra cerrarla. Me inhibo, yo agarro mi duro miembro, que ante tal cosa parece más una pluma, con tres dedos, que podrían darle dos vueltas a mi pellejo. Alzo la vista y lo miro, el moreno, que me mira a los ojos sonriendo. Es más alto que yo, pero no tanto; tal vez le llegue a las orejas, o a la nariz, o a los huevos, que es lo que quiero. Sin dejar de mirarlo suelto mi pene, que se va poniendo aún más duro y se levanta para salpicar de orines contra la pared, y sujeto el gran trozo, una gran verga morena, una barra de chocolate, venuda, no logro ni cerrar un poco mi mano, no agarro su verga, la sostengo, no la dejo caer, la acaricio, recorro con mis dedos ese gran monstruo, interminable monstruo entres mis manos, y al final su cabeza, brillante, grande como una manzana, la acaricio, juego con mis dedos mientra siento su chorro salir, se moja sus labios y levanta su mano para sujetar mi cara, acaricia mi cachete, juega com mi barba y mete dos gruesos dedos a mi boca, yo los comienzo a chupar con tanto placer, que creí sentir que mi verga iba a estallar, pero yo no dejo de apretarlo a él, a esa gran barra de chocolate macizo que me muero por comer.
En ese instante de deseo escucho la puerta abrirse, espantado suelto el garrote de la mano derecha y me volteo la cara para soltarme de sus manos; muy grosero de mi parte, pienso. Me guardo la pija en el pantalón y, acomodándome el bulto, salgo del baño. Me dirijo otra vez a la barra y compruebo la posición de mis primos: Paco bailando cerca de la entrada con la labiuda, Paola con uno de los güeros de la manada del moreno, y cerca de ella Ramona, con otro güero de su manada, disfrutando la ausencia de su compañero de baile, de aquel trozo bajo el pantalón que la hizo disfrutar, que la restregó por todo su cuerpo al bailar y la sostuvo con su mano derecha mientras orinaban juntos, que la acarició y gozó entre la mano hasta que algún borracho desconocido entró a interrumpir. Pido otra bebida, otro daiquiri -pero échale más ron-, y busco a los jeans con la que bailaba, de la que me despedí antes de compartir al compañero de mi prima; seguía bailando, pero ahora entre dos chamacos, menores que yo, bajando, acariciando a los dos, y volviendo a subir. Seducción salvaje.
Agarro el vaso y salgo a fumar.
Afuera se escucha el eco de la fiesta y a oscuras se ven las luces de colores atravesando las palmeras. El humo de mi cigarro se mezcla con el humo del hielo seco que sale del antro, parejas y grupitos van y vienen tambaleándose; todo el día bebiendo, lo que va de la noche bailando; y lo que queda de la vida -de esta vida efímera llamada paquete económico de fin de semana- lo usarán para disfrutar. Disfrutar, como lo hizo mi mano derecha acariciando ese trozón de carne maciza, como lo hicieron mis ojos con aquel monumento a la creación.
-¿Qué pedo?, ¿ya te engentaste?
“Cuando deseas algo con todas tus fuerzas, el universo conspira para que lo consigas.” Deseo el cuerpo moreno de aquel desconocido apoyándome contra alguna palmera, besándome con todas sus fuerzas y sintiendo su pene por todo su cuerpo; sentirlo con mis manos, con mis dedos, con mi lengua y mis labios; sentir su cuerpo marcadísimo con mi piel desnuda, con los pelos de mi cuerpo, sus nalgas deportistas, su pubis rasurado y otra vez su verga colgante, y mi cara recibiendo toda su carne. Malditas frases de superación pendejas. Maldito alquimista tarado y con una narrativa pobre. Maldito Paco, que te apareces cuando deseo con todas mis fuerzas que seas aquel moreno sin nombre.
-Simón, fue mucho restriegue para mi.
Paco ríe.
-No creas, también pa´mi. El puto ruido me desespera un montón; ya estoy dando el viejazo.
Paco, el mayor del clan. No llega a los treinta, pero ya tiene pequeña familia, con una pequeña niña a la que cuida con mucho amor. Un matado trabajo de maestro, que no le da tiempo para escapar a divertirse, como solía hacerlo en su juventud, su juventud de hace unos pocos años. Por eso mismo Laura, Laurita, su mujer, riquísima y callada mujer, le da chance de hacer estos viajes de descanso. De seguro sabe lo que pasa, se ha de dar color que en sus viajes a la playa con sus primos se mete al cuarto con alguna, o algunas extranjeras para recordar su pasado de cazador furtivo, de pistolero pisteador voraz de la ciudad. No por nada en la familia Paco tiene fama de ojo alegre, y no por nada nuestras anécdotas y pláticas siempre son tan fluidas.
-Pfff, ya has de extrañar toda la mamada.
-Neeeee, mamadas tengo un chingo en casa.
Reímos.
-¿Quieres bajar a la playa? de seguro ya está tu hermano en algún culto sexoso.
-¿No quieres esperar a tus hermanas? -recuerda que están bailando/restregándose con aquella manada de mamados, con aquel moreno vergón al que quiero seguir viendo toda la noche.
-Ahorita les mando un mensaje para avisarles.
Saca su celular y textea, me roba un cigarro y platicamos, esperamos la respuesta de las menores, algún “ahora vamos” que signifique “sólo me como a éste cabrón”. Ellos, Paco, Ramona y Paola eran una familia muy unida, muy cariñosos y protectores unos con otros, pero eso no coartaba las libertades y confianza que se tenían. Ya eran niñas grandes, eran una mujeres y eso lo sabía Paco, pero también sabía que ellas dos se podían defender de cualquiera que se quisiera sobrepasar; eran grandes y fuertes sin dejar de tener sus deseosos cuerpos, eran calientes tanto en la cama como en la vida. Eso, lo de la calentura en la cama, lo sabía Paco por la confianza que se tenían, la apertura que manejaban en su casa que convertían lo sexual en cariño, no en un sentido incestuoso -sé que lo estás pensando, maldito pervertido que lees este relato-, sino en familiar. Tan natural era verse desnudos como desayunar juntos, las caricias como los abrazos, y las pláticas sexuales como las escolares, que casi siempre iban unidas una a las otras.
-Dicen que al rato nos alcanzan.
Espero que traigan al moreno.
En la playa hay una fogata y música electrónica sonando. Olor a tabaco y petate en el ambiente se disipa, sube y se hace uno con las estrellas. Junto a la fogata hay muchas parejas y grupitos, más parejas, algunos bailando y otros sentados, todos bebiendo. Mateo está incorporado en un grupito, tres mujeres y un chavo, casi de la misma altura de mi hermano; o son extranjeros o norteños. Nos acercamos y nos presentan: Julia, castaña, tetas grandes, bikini verde a dos piezas; Cristina, morena piernona, con una cadera que abulta su pareo azul, como su bikini; y Andrea, castaña, pelo corto y sin nada busto que mostrar, pero con un sexy bikini negro de listones envolviendo su delgado cuerpo y la mano de Juan, su novio, un moreno de barba de candado sosteniendo un cigarro con los labios y a ella por el costado. No eran extranjeros, vivían en el norte, Julia y Cristina eran de Acapulco, la pareja de Monterrey, se la pasaban viajando de playa en playa cuando encontraban alguna promoción. No tenían que ahorrar todo el año para ir un fin de semana a descansar de la vida tercermundista. Eran alegres y fiesteros
Bebimos y fumamos, platicamos y lanzábamos miradas coquetas a todos los “adultos” descansando en aquella playa. Menuda mentira, seguíamos siendo un puñado de adolescentes que buscábamos sexo, hasta los señores con escasas canas, panzas de fuera y sandalias con calcetas lo eran y lo buscaban. Éramos los calientes. Bailábamos en extraños movimientos de éxtasis, respirabamos brisa del mar y lujuria ambiental.
Perdidos entre la música Andrea me jala del brazo, con una sonrisa me aparta del calor del fuego central y me lleva junto a una sombrilla, bajo la oscuridad de un tejido de palma junto a Juan, sentado sobre la arena.
-Tu hermano me dijo que te gusta.
Su cuerpo era hermoso, delgado y curvado, sus ojos oscuros brillaban en la noche playera, su sonrisa era al juego de toda ella, hermosa. Saca un cigarro de su bolso y me lo pasa. Conozco ese olor, fresco, candente; olor a placer, a deseo. La miro, miro a Juan, los dos me sonríen, saco mi encendedor del bolsillo, me tumbo en la arena y enciendo el cigarro.
Tras un par de caladas en silencio me animo a hablar.
-¿Cuánto llevan juntos?
Andrea voltea a Juan y regresa a mi.
-Haremos cinco años en julio, pero nos conocemos de casi toda la vida.
Los dos sonríen.
-¿Cómo se conocieron?
-De niños en casa de Andrea -dice Juan-, mis padres me llevaron a una reunión de ellos.
Los dos relucen.
-Desde que lo vi dije: Oh, pero qué guapo niño. No pude dejar de verlo, pero el muy mamón se la pasaba escondido con sus papás. Hasta que mi mamá le dijo que si quería ver mi colección de insectos.
-¿Qué? -reí con sorpresa.
-¡Sí!, me llevó a un cuarto todo aterrador con mariposas en las paredes, hormigas en peceras y una enorme tarántula en un frasco.
-Y el muy marica se espantó cuando saqué a Isabel, así se llamaba mi tarántula macho, ¡No quiso tocarla!
Los dos rieron sin parar.
-Pero ahora no quiere dejar de tocar mi arañita -dijo Andrea acariciando la mano que Juan tenía en su entrepierna y volteando para besarlo.
-¡Era aterradora! Una niña con fachas de niño y un cuarto lleno de insectos, me iba a querer comer.
-Y sí que te quiero comer.
Andrea agarró a Juan de la nuca y se lo acercó para besarlo, mientras él la acariciaba por donde podía, pasando su mano suavemente, pero con una pasión bellísima, por todo su cuerpo. Mientras el cigarro se consumía entre mis dedos y una erección crecía en mi pantalón lleno de arena.
Se soltaron y se echaron a reír, le pasé el cigarro a Juan y Andrea acercó su mano a mi pierna.
-¿Tú tienes novia? -me preguntó ella.
-No.
Sus ojos eran hermosos, tenía un lunar en su ojo izquierdo, que le daba peculiaridad a aquella mujer con cuerpo de niñita que se calentaba junto a mi.
-¿Alguna razón? -me preguntó Juan-, porque estás muy guapo para no tener.
Sonrío, dejó escapar el humo y me pasó el cigarro.
-Por el momento disfruto estar soltero.
-¿Y lo disfrutas bien?
Le jalo, asiento con la cabeza y se lo regreso.
Andrea me mira de nuevo, sonríe y se lanza a mis labios. La tomo de la nuca y la aprieto a mi, siento su lengua en mis labios y su piel en mis manos. Suave. Recorro su cuerpo con delicadeza, acaricio su cabello y, al soltar nuestras bocas, la miro sonreír.
Sin levantar su mano de mi pierna se voltea hacia Juan y le devora la boca con pasión, sube su mano en mi pierna hasta llegar a mi pene, lo acaricia, lo aprieta y Juan estira su brazo para pasarme el cigarrillo. La abraza con las dos manos y ella sigue estrujando mi miembro, fumo y la acaricio, paso mis manos por su piel, acaricio sus piernas y sus glúteos, meto mi mano por su bikini y Juan la levanta un poco para acomodarla, para acomodármela a mi. Suelta mi verga y la levanto para subirla a mis piernas. Le beso el cuello y siento su boca -no sé de quién de los dos- mordiendo suavemente mi oreja. Muero. La aprieto más a mi y, con la mano que no sostiene el cigarro, busco su sexo, empapado de placer, con un poco de pelo cubriendo la entrada, pero que no logra marcarse en el bikini.
Desprenden su boca y, agarrando el cigarrillo de mis dedos, se mueve de un lado a otro, restregando su pequeño trasero en mi pene. Voltea su rostro a mi, me besa y me lanza una oleada de humo en la cara. Le aprieto las tetas con las dos manos y le comienzo a comer el cuello. Se estremece, goza, lanza pequeños gemidos tras una sonrisa caliente y una mirada a su novio, que sigue fumando de la bacha a punto de acabar.
-¿Quieres ir a nuestra habitación un rato? -me pregunta Juan, mientras Andrea le saca el pene del traje de baño y lo acaricia.
-Sí -gimo sin dejar de acariciarle las hermosas tetitas a su novia.
Subimos a su habitación, que está en el edificio H, justo frente al mar, con una terraza con jacuzzi y una cama a la que nos tiramos recién entramos. Andrea se sube en mi y se quita el bikini. Sus tetas le brincan y no las dejo de mirar.
-¿Te gustan?
-Están hermosas -le digo.
-Eso mismo le digo yo -me dice Juan, acercándose a su novia por detrás y besándole el cuello con amor-. Voy al baño, ustedes sigan.
-Sí, mi amor -le contesta Andrea.
Se abalanza a mi, me besa y la subo con las manos en sus nalgas para colocar sus tetas en mi cara, las chupo, las beso y las como. Juego con ellas mientras me quita la playera. Baja y me quita el pantalón, dejando salir mi pene totalmente erecto; lo agarra con la mano, juega con él, me mira y se lo lleva directo a su boca. Me hace una mamada impresionante, mientras su novio sale del baño totalmente desnudo, con la verga a medio palo, pero va creciendo mientras se acerca a nosotros, viendo cómo su novia le come el pito a otro cabrón en la cama que de seguro él pagó -maldito pensamiento machista que pasa por mi mente. Agarra a Andrea por la cintura y, sin que ella deje de chuparme la vida, la levanta hasta dejar su miembro sobre sus nalgas. Su pene, a comparación del cuerpo de su novia, era grande, un buen tamaño y grueso, no tan grande como el del moreno, pienso, no del grosor de tal cosa que no podía sujetarlo con una mano, ni de tal tamaño que podría llenar mi cara sin estar al palo completamente. No le cuelga como a él, no le brilla, su cabeza no es una bella manzana de placer, fruto prohibido que todos quisieran comer; pero él, Juan, tiene a esa hermosa mujer de las piernas, incrustándole la verga sin parar mientras ella sigue succionándome, y a mi me crece cada vez más dentro de su boca al pensar en él.
Andrea saca mi pene de su boca y me mira, Juan la empuja hacia mi, y con gimoteos y sonrisas llega a mi boca para besarla. Sabor a mi, a mi miembro, a pene lubricado con saliva y líquido preseminal, a lo que de seguro sabe el pene, el monstruo de aquel moreno.
Siento los huevos de Juan chocar contra mi pito, Juan la suelta y la deja caer en mi, luego acomoda mi pene y lo deja en la entrada de la vagina de su novia. Caliente, húmeda, chorreando por otro cabrón que no soy yo, y me monta. Le abre el culo mientras nos seguimos besando, y se lo come, le mete la lengua y la pasa por sus nalgas. La siento, la lengua de Juan en mi pene, sube por la vagina penetrada de su novia y sigue lamiendo su culito. Ella sale de mi y levanta el culo para su novio, él la vuelve a penetrar mientras me sigue besando. Pero siento sus manos sobre mi pene, me lo acaricia, toca mi glande y yo quiero explotar, el placer me quiere ganar, pero Juan coloca algo sobre mi pene, me pone un condón, que sin pedirlo, ni mirarlo, lo ha sacado de alguna parte de su habitación. Claro, la seguridad de su novia ante todo. Eso sí es amor. La besa en la espalda y la vuelve a introducir en mi, me monta con pasión, sujeto sus tetas y la embisto con furia hasta que me estremezco en un orgasmo. Ella me sonríe, me besa, se saca el condón y lo tira al suelo, se da la vuelta y queda de espaldas sobre mi, tengo su cuello en mi cara, su cabello largo a penas me estorba para besarla, y mis dedos recorren su sexo. En eso siento presión, Juan se sube en ella, dejándome hasta abajo de la cama de cuerpos, y siento su pene rozar mi mano, lo introduce, la penetra y yo sigo jugando con su vagina, le acaricio el clítoris y su pene al mismo tiempo. Ella se levanta y nos acomoda, me mantiene abajo, pero se voltea para quedar frente a mi pene, en un 69, y me la comienza a mamar. Juan sin esperar la comienza a coger otra vez, dándome con los huevos en la cara, mientras yo juego con mi lengua en sus sexos. Juan saca su verga de Andrea y yo se la agarro y la meto a mi boca, mientras su novia hace lo mismo con mi pene. Logro meter una gran cantidad de carne en mi garganta, ya que la posición me permite estirarla y recibir más, juego con mi lengua su cabeza y, cuando siento una leve más de lubricación, me la saco y la introduzco a la vagina de Andrea. Andrea saca mi pene de su boca y suelta un largo gemido, mientras veo como Juan se retuerce levemente y un chorro incoloro se escurre en mi cara, lo saboreo, luego unas gotas de jugo de Juan caen. Lo agarro de las nalgas y lo aprieto más a Andrea mientras paso mi lengua por la sagrada unión de sus sexos amorosos frente a mi, los saboreo, consumo todo rastro de placer y ella, tras ahogar su grito en silencio, vuelve succionar mi pene un rato hasta acabar.
Después de risas y un porro me visto, me ofrecen cariñosamente quedarme, pero yo niego, quiero salir, fumar un cigarro, llegar a mi cuarto y seguir pensando en el trozo de carne que deseo comerme.
Antes de irme beso a Andrea, un largo beso, amoroso, suave, me acaricia la cara y yo sus nalgas desnudas. Me abraza y me agradece, yo a ellos y salgo de la habitación.
...
Por primera vez pudimos contratar en un hotel categorizado “only adults”, ya que mi prima menor ya tenía la suficiente edad, cuerpo y madurez para entrar en esas playas, entrar a esa exclusividad erótica que, a pesar de no ser playa nudista, hay en el aire. Parejas estrechándose sin problemas, sin preocupación de algún niño chismoso; mujeres con cuerpos maravillosos sin pudor de andar en topless, y sin la miradas sentenciosas de otras mujeres menos privilegiadas, a veces, al igual que sus colegas en hormonas, con las tetas al aire… disfrutando.
No se podía estar haciendo otra cosa en aquel hotel más que eso, disfrutar, disfrutar la tranquilidad, disfrutar las bebidas, disfrutar la arena mojada entre tus dedos y la sal del mar subiendo las piernas con cada vayven de las olas, disfrutar de los cuerpos bellos, no todos esculturales, pero sí bellos; bellos al descubrir las vestiduras de la pena y los problemas. Y entre todos esos adultos, “adultos”, y nosotros, otros “adultos” que estaban ahí para disfrutar, divertirse y comer y tomar de la dichosa barra libre all day y los bufets gurmets con los que te puedes llenar hasta explotar y vomitar sin importar, porque habrá un empleado que recogerá tus pendejadas y no habrá ningún pedo.
Llegando al hotel, bajamos del carro mis dos primas y yo, los pasajero del asiento trasero, para agarrar las maletas y hacer el check in, mi hermano y mi primo, los dos mayores, de no más de 27, se fueron a estacionar el carro y bajar las cosas que restan. Desde antes de entrar al lobi percebimos ese ambiente de playa sensiual que anuncian una serie de estatuas de figuras indefinidaddasas que asimilan cuerpo de mujeres contorcionaos… o eso es lo que veo al entrar, y junto a las estatas, cuerpos de mujeres contorsionándose de risa, hablando con sus vasos de alguna bebida exótica; algún mezcal, que tanto encanta a las extranjeras, que tanto las enloquece y las hace bailar y reir y gozar del calor mexicano. Y al final, tras una fuente de piedras volcánicas y plantas colgantes, el pequeño recibidor, con su pequeña mujer, con su pequeño y apretado vestido y una sonrisa más irritada que sensual, pero haciendo un buen trabajo vendiendo paquetes, cuartos y experiencias.
Antes de llegar a la barra del recibidor, otra mujer nos recibe con una charola de tragos exóticos, menos exóticos que los de las extranjeras junto a nosotros, y se retira con una sonrisa y una frase genérica de botones, sólo que ella tiene un pequeño y apretado vestido, sí le dejaría propina. Mi prima menor, Paola, alargó un trago y dejó su vaso a medias sobre una mesa circular.
-Voy al baño, no tardo -dijo la pequeña Pao tirando una maleta deportiva en el suelo.
-No te apures, nosotros checamos el check in -le dije.
Seguí platicando con Ramona, mi otra prima, de mi misma edad que, de niños, cuando vivíamos en la misma ciudad, fue mi compañera de travesuras y fuente de mis más fuertes deseos y fantasías; pero ahora mismo éramos dos atractivos jóvenes, tan hambrientos de lujuria y, aún con la espina del deseo incentuoso, podíamos ligar y coger sin ningún problema con cualquier persona.
-¿De acá a la alberca o al mar? -me preguntó Ramona haciendo un gesto divertido y sensual con sus ojos.
-De aquí al bar -le respondí-, después me sentaré en un camastro con un libro y una chela a ver culos todo el día.
-Hasta en la playa eres un puto friki -río-, y un total hipster.
Los dos reímos. Sí, era un hipster, pero ya me había valido de la excusa y estrategia de coquetear a alguna chica sobre las miradas de un libro, tal vez me funcione para alguna extranjera en bikini.
Antes de terminar el check in Ramona se entretuvo hablando con la recepcionista, con su adorable carácter que caracteriza a mis primos, los tres, carismáticos y habladores, muy amigables para ser parte de mi familia, o tal vez yo, mi hermano y yo, seamos demasiados antipáticos para ser de la suya. En ese divague de pensamientos volteé y vi a Paola salir del pasillo de los baños, caminar hacia nosotros con un bikini azul a dos piezas, cubierto la parte de abajo con un pareo verde limón. Mi prima no tenía un gran pecho, pero sé, siempre lo supe, que el atributo bendecido de mis primas es su trasero. Unas buenas nalgas, fuertes, grandes, redondas, que son sujetadas por unas piernas carnosas, lisas, que, aún siendo la más chica y no haya sido destino de mis fantasías, ya las había admirado. Me sonrió, miró y torció los labios de la forma más sexy que yo había visto en mi primita.
-¿Qué tal me veo?
-Muy bien, está muy bonito el bikini -le dije bajando la mirada a sus tetas, lo cuál ella respondió siguiendo el rumbo de mi mirada con una sonrisa.
-¡No pierdes el tiempo! -le dijo Ramona- espera ahora tú y yo me voy a cambiar.
-¿Qué te parece? -me pregunta Pao cuando su hermana se va.
-Muy bien, te ves muy sexy en él.
-¡No!, refiero al hotel -me dijo riendo a carcajadas.
-¡Ah! muy bien, pero falta conocer el resto -le dije riendo apenado.
-¡Sí!, falta meternos al mar y a todas sus albercas -sus 27 albercas, según el catálogo que nos dieron en la agencia-, pero gracias por el comentario, ya me quedó claro que te gustó.
Otra vez esa sonrisita sexy, pero fue interrumpida por mi primo, Paco, y mi hermano, Mateo, y la recepcionista, que no me sé ni hice el intento por aprender su nombre, que nos dio las llaves/tarjetas de las 3015 y 3016; el segundo edificio pasando el jardín de la derecha, en el tercer piso, las maletas las subían enseguida.
-¿Qué haremos? -pregunta Ramona volviendo con un traje a una pieza bajo un liviano vestido blanco, corto, que ya deseaba ver por atrás.
-Vamos a comer algo -dijo mi hermano-, después subimos cuando hayan llevado las maletas.
-Y a tomar algo -dijo mi primo, viendo con descaro a las extranjeras con sus bebidas exóticas que se reían en un idioma desconocido junto a nosotros.
-Magnífica idea -le dije, acompañándolo en el indecoroso acto de sabrosear extranjeras en traje de baño.
Fuimos al restaurante de la playa, Paola se adelantó unos pasos viendo su celular y yo no pude apartar la vista de su trasero, por debajo de su pareo se dejaba ver unas hermosas nalgas redondas, perfectamente guiadas por las líneas de su espalda y sus bellas piernas, que me invitaban a lanzarme sobre ellas, colocar mi cara en su culo y morder su suave piel... para.
-¿No es que te estás comiendo a la Pao? -me dijo Ramona riendo.
-¿Cómo crees?, Yo no hago esas cosas -le digo sonriendo.
-Si te conociera -sonrisa pícara- ¿Pero no se pusó muy buena mi hermanita?
-Uffff, ni lo digas. Tenía tiempo que no la veía… así.
-Ella sí sacó buen cuerpo -me reclamó, como si fuera mi culpa que su hermana estuviera más deseable que ella, que también era deseable.
-¿Qué dices?, si tú estás muy buena -le dije mirándola, mirada lujuriosa de adolescente-, tú estás más nalgona que la Pao.
Reimos
Llegando al restaurante nos acomodamos en una mesa y Paola se fue directo a la alberca, corriendo con sus sandalias patas de gallo y su paleo volando tras sus nalgas que, más que un rico rebote tonto, es un meneo intenso. Seguía siendo ella la primita, y nosotros, los grandes, nos dirigimos a la barra por nuestros tragos y al bufet para comer sin parar.
Ya en la mesa, platicando los cuatro de locuras, mujeres, comida y nostalgia, viendo todo tipo de cuerpo comiendo o bebiendo sin parar, regresó Paola y, acercándose a Ramona nos gritó a todos
-Mira disimuladamente al morenote que está parado junto aquella mesa -dijo haciendo una seña con los ojos.
Todos volteamos nada discretos.
-¿El del grupito de mamados sin camisa?
Junto a aquella mesa señalada habían cuatro chavos, todos guapos y marcados, nadie tenía playera, mostraban con orgullo sus esculturales cuerpos, acomodando sus brazos en modos que, más disimuladamente que nosotros volteando, se marcaban más sus músculos.
-Si.
-Están buenímos.
Todos acertamos en eso, no tienen comparación en esa lujosa palapa, plantados en el piso, tallados al calor con fuerza, merecidos. Adornaban el salón, de los ventanales entraba luz para ser admirados. Y el moreno entre ellos, con un short de mezclilla, descalzo, un color cálido y un gran bulto marcando con fuerza el short.
-¿Ya viste al moreno?
-Sí -respondió Ramona con su sonrisa cachonda.
-Está a cada rato viéndote a tí -le dijo Paola intentando copiar la mueca sensual, como una niña imitando a la madre con pintalabios o tacones, imitando la sensualidad de mujer que van aprendiendo.
-No mames, ¿neta?
-Sí -le respondió Pao, tan sensual como una mujer, mojando sus labios y torciendo las cejas. ¡Qué cara de putita! Mirando fijamente a su hermana, coqueteando con aquel monumento a la belleza, y yo con una naciente erección sin saber si era producida por esa mujer encorvada cerca de mi, con sus tetas casi voladas, ofreciéndolas, a otra, ofreciéndose a su hermana en nombre de otro; o por la presencia de aquel otro, moreno, mamado, con un paquete marcado hasta los huevos, que en conjunto se veía tan grande como una pequeña almohada, como un cojín. La erección crecía lenta y orgullosamente.
-En la alberca me fijé que me estuvo mirando uno de esos, uno de los güeros, luego miré a los otros, pero ese moreno siempre volteaba hacia acá.
De los cuatro mamados, tres eran güeros, tal vez extranjeros o norteños, no feos, muy guapos. De los demás shorts no se marcaba nada, tal vez un poco, pero no perdía el tiempo en ese círculo de testosterona de otra manera que fuera mirando el paquete de aquel moreno.
-Está buenísimo -dijo, viendo lo mismo que yo, una verga enorme y gruesa que podía ser devorada por cualquiera de sus agujeros.
En eso, entre risas, volteó para acá, volteó para mí, para Ramona y Paola, a Paco y Mateo, y a cualquier presente en aquel salón que disfrute al contemplar la belleza. Contracciona su cadera y se recarga en la mesa con las piernas abierta, una levemente fuera del eje marcado por su cadera, y se voltea apuntando hacia nosotros. Maravilloso. Una ráfaga de imágenes enormes aparecen por mi mente. Trago saliva y me mojo un poco los labios.
La tarde pasó bien, subimos a la habitación a cambiarnos, sacar un poco de líquido alcohólico del cuerpo, y continuar tomando y disfrutando. Alberca, playa, comida, mujeres, tetas, culos, el apretado paquete del moreno.
Ya en la arena, con el sol dando su último rato del día, Ramona se acerca a mi camastro, mojada, llena de arena por todo el cuerpo y el cabello suelto, justo como yo, cansada.
-Hey, ¿Viste al moreno? -me pregunta mordiéndose los labios de esa manera burlona y confianzuda que suele hacer.
-No mames, claro que lo vi.
-¿Qué te pareció? -sonriendo.
Sabroso, papucho, escultural, una bella máquina de montar y carne en la que podría comer de por vida.
-No mames, está buenísimo el cabrón -le respondo.
Ríe.
-¿Viste su pito? -mirada fija, ceja torcida, sonrisa mostrando de a pocos sus dientes, sexy.
-No mames, su pitote.
-Se veía enorme esa madre.
-We, la tendría que agarrar con las dos manos -mirada fija y lengua mojando y saboreando sus labios.
-Debe ser más grande que mi cara.
Me mira y sonriendo de más, levanta la otra ceja.
-No sé si me entraría en la boca -me dice.
-¡Pero sí que le darías unos buenos lenguetazos!, no terminarías de comer su cabeza.
Ríe.
-Eso te gustaría hacer tú, ¿verdad?
-¿Y a ti no? -río.
-¡Claro! y metérmelo en todos lados… pero no sé si me entraría una cosota así.
-Pfff -bufo-, ya lubricada y caliente te entra hasta por las orejas.
-De ahí me saldrá, pero esa madre tiene a fuerza que entrar en mi vagina.
Nos miramos, calientes con palabras, con atributos ajenos, imaginarios y deseosos. Reímos los dos.
Ya en la noche, después de cenar langosta en otro restaurante barra libre, decidimos ir a uno de los antros que tiene el hotel, decidimos ir al que no exigía etiqueta, ya que ninguno de los primos llevaba algo que no fuera playera. Mi hermano no quiso ir ya que, al igual que a mi, no le gustan los antros; ni el baile ni la música de fiesta a todo volumen, ¿si tenía alcohol en grandes cantidades a la disposición de su cuarto, para qué ir a esos lugares? Por mi parte, la calentura de la borrachera y los tragos de bikinis me animaron a ir de fiesta esa noche… ¡¿Por qué no?!
Playera negra -lo más elegante que llevaba en mi maleta-, pantalón ajustado -suelo usar muy sueltos, pero ésta vez era menester enseñar- y el vaso que no había soltado ni dejado de llenar desde el primer momento que pisé el hotel.
-¿Listo, primo? -me dijo Paco mientras terminaba de arreglarse en la habitación.
-Simón, ¿Seguro que no vas, Mateo?
-Seguro, pero tal vez baje a la playa un rato, creo que habrá un evento nocturno en la arena…
Mateo, tan enterado como siempre, callado, casi ausente, pero en donde haya culos, mira hacia allá.
Salimos de la habitación y esperamos en el pasillo a mis primas, mis primitas, las menores del clan… ahora convertidas en apreciables yeguas. Ramona y Paola, las dos altas, y con tacones se hacen notar aún más: imponentes. Ramona lleva un vestido corto, autfit playero, color crema, falda con olanes que remarca su redondo y prominente trasero, sube ajustado, con la espalda abierta en v y un escote frontal que no enseña mucho (no falta, casi no tiene). Paola, por su parte, parece lista para ir a un antro de la ciudad, lista para cazar algún desprevenido, algún señor que le pague las copas, o algo más, mientras ella se sienta en sus piernas, mientras presume sus fuertes piernas, de seguro más fuertes que las del dichoso señor, sacudiéndolas para hacer bailar esa diminuta falda negra de imitación cuero (p), ajustada a sus nalgas, que ajustan más la falda con el tamaño de su perfecto trasero, redondos muslos que inician camino hacia arriba de un cuerpo bien moldeado a base de ejercicio, el camino a su vientre descubierto (u), su espalda, su cintura, sus pequeñas tetas que se marcan de más con ese pequeño top negro (t), se ven relucientes, vibrantes, redondas, que juega en conjunto con la gargantilla negra amarrado a un aro plateado(i). Y bajo, ya que su falda disimula un liguero negro de encaje (t), que se asoma mientras el señor juega con ella, o ella juega con él, pero él juega con el liguero, lo trata de sacar, ya que él no la ve como una primita, no; pero él no ve el conjunto, el juego seductor que acompaña a esos tacones negros, tenían que ser negros también, con listones negros de cuero para asegurar su tobillo (a), listones que la envuelven, la amarran, la sostienen a su sensualidad explosiva de adolescente liberada.
Mi primita.
Ella ríe.
Camino al antro platicamos los cuatro, de a parejas o en grupo; a vista de cualquiera parecemos un grupo de amigos, cuatro apuestos jóvenes disfrutando, tal vez dos parejas swingers, como muchas de las que llegan a ese tipo de hoteles, o algunos afortunados que sacamos provecho de las vacaciones. Al llegar al club no es diferente, todos somos desconocidos deseosos de disfrute, hambrientos de placer y restregadas de sexo en la pista de baile, sedientos de aventuras y embriagados de la brisa del mar… todo locura.
Nos sentamos en una mesa circular, un sillón largo, ellas dos primero y nosotros, tomando en serio nuestro papel de no filiales, nos ofrecemos a ir por los tragos.
-¿Ya tienes alguna en la mira? -me pregunta Paco en la barra.
Tu hermana, pero no sé si podría ganarle a mi consciencia, o decidir cuál de las dos… primero.
-Todavía hay muchas, y me confundo entre güeras si no las veo con el mismo bikini de hace rato -reímos-, ¿y tú?
-Ahorita que entramos vi a una con la que andaba pendejeando en la mañana -él nunca pierde el tiempo-, voy a ver qué pedo.
-¿Quién es?
-Vestido verde, bailando por la entrada.
Tetona, castaña y unos labios hinchados. La ubiqué desde que entramos.
-Uf, sí la vi.
-¿No está muy buena?
-Y unos labios perfectos.
-Para una mamada -reímos.
Regresamos al sillón y él se sienta junto a Paola, en el extremo contrario mio, y entre nosotros las dos mujeres. Como parejas, vuelve a mi mente, o protectores. Una manada de algo, algún animal que suela andar en manada, que temen que le roben su presa… pero ellas no son eso, con cazadoras, al igual que nosotros, buscadores, al igual que todos lo presentes en aquel oscuro salón repleto de espejos.
Y en el fondo él, con su propia manada, ahora con camisas y peinados engomados, pantalones ajustados. Y él, el moreno, con una enorme protuberancia entre las piernas. Cazadores.
-¿Ya viste quién está en el fondo? -le susurro al oído a Ramona.
-No mames -¿presa?
-No te emociones -le respiro al cuello.
-No me emociono… pero me lo tengo que coger -¿o cazadora?
Se voltea y, con su aliento chocando mi cuello me susurra al oído mientras escucho el sonido de sus labios mojarse.
-¿Ya viste esa madre?
No sólo se mojan sus labios.
Acerco mi mano a su pierna y la acaricio. Si bien solíamos tener esos juegos sensuales de niños, ahora de adultos no pasaban de pláticas o historias calientes. Pero el alcohol entraba al juego.
-Tienes que medirlo y decirme cuánto mide -le digo.
-Te diré hasta donde me entra.
-Y mostrarte por donde te entra -el alcohol ha entrado al juego.
Apoya su mano a mi pierna, y la coloca sobre mi miembro duro bajo mi pantalón.
-Estoy calientísima.
-Verga, yo también -le aprieto levemente la pierna, subiendo hasta llegar al filo de su falda.
-Se nota -me aprieta la verga.
Reímos y soltamos el calor de las manos, el cuerpo caliente que sostenemos, que, quedito, nos ha invitado a pecar.
Ella voltéa hacia su hermana y yo, agarrando mi vaso, volteo hacia él, y él mira hacia mi. Mira hacia nosotros, su cabeza apunta a mi mesa, y mi cabeza a su miembro, a sus brazos cruzados y sus piernas apretadas. Sonriendo.
Las dos se paran y van a bailar (cazadoras), moviendo su culo y respingando sus faldas, coqueteando con el antro, decididas a buscar presas.
-Voy a bailar un rato -me dijo mi primo levantándose- ¿vienes?
-Voy por otro trago y lo decido.
-Maldito borracho -se ríe.
En la barra, tomando del vaso sin fondo, veo a una mujer, se ve mayor que yo, trae unos jeans ajustado y una blusa básica negra, muy pegada, que resalta sus tetas, bastante grandes, al igual que su trasero, que se mueve para todas direcciones en la pista, rebota y me incita, con sus manos juguetea su cabello y seduce a su entorno. Y me mira, me seduce a mi. Me termino mi vaso y voy tras ella.
Me acerco lentamente, cazador, me muevo con vergüenza, no sé bailar, y me sigue mirando. Cuando estoy lo suficiente cerca se voltea, me da la espalda; pero no en gesto de repudio, sino en invitación, me ofrece sus nalgas, grandes, pero, aún con lo ajustado de sus jeans, no firmes. Rebotan más, más que las de mis primas, pero no están tan grandes, pero se mueven, se acomodan en mi entrepierna y bajan, con las piernas separadas me enseña su espalda, un tatuaje en su cuello, se acoda el cabello, me mira de reojo y vuelve a subir. Desvío mi mirada y lo veo, el moreno, está con Ramona, bailando, o ella le baila a él, así como ésta desconocida a mi, se entretienen sus pasiones en la pista caliente. Esto no es baile, es sexo, ésto no es arte, es lujuria; no es seducción, es pasión en estado puro, pasión cruda en un desconocido. Se voltea y me mira, aprieta los labios, alza las manos y vuelve a bajar, apretada a mi, siento sus tetas recorrer mi cuerpo y no las dejo de ver, y volteo otra vez, y ella le baja a él, sube y se empina, siento su enorme miembro pegado al enorme trasero de mi prima, y ella sube, seductora, la sujeto con mis brazos y la pego más a mi, siento más sus tetas, quieren explotar en mi, y mi pantalon en el suyo, que sigue moviéndose, se retuerce, movimientos grotescos, nos buscamos nuestros sexos sobre la ropa, nos acomodamos para entrar, cogemos sin decirlo, sin intercambiar palabras, la beso, no sé cómo se llama, pero mi verga durísima se apoya frente a su vagina, o tal vez sólo sea frente a su estómago, pero mis manos aprietan sus nalgas, la aprieto a mi, la sigo retorciendo, y ella baja sus manos a mi cuello, se cuelga, juega con mi cabello, con mi barba, como si fuéramos amantes, apasionados sujetos que se encontraron a pecar. La suelto, me suelta, se voltea, baja y lo veo. Manos alzadas, mostrando sus triceps super marcados, sus hombros quieren romper su camisa y mi prima, al igual que yo, romper su pantalón, sólo que ella puede hacerlo, si no es que ya lo está haciendo con su trasero, que se mueve sin parar para él. Y él voltea, me mira.
La pieza termina, como si importara con qué rola nos restregamos, y, tras un beso con restregón y apretón de nalga, me dirijo hacia el baño, con la verga a punto de estallar.
El mingitorio es, en vez del cerámico individual, una larga tina empotrada en la pared con una barra de hielo adentro. Como de cantina barata de mi pueblo. Saco el pene completamente erecto y lo apunto hacia el hielo, inclinándome tantito para no salpicarme todo contra la pared, espero a que agarre su forma y me enderezo para seguir orinando. El baño está vacío, me cuesta un poco orinar en estos baños, pero estoy solo y tomado. La puerta suena, yo sigo soltando orines, y junto a mi se para alguien, no lo miro, miro directo a mi chorro amarillo chocar contra la barra de hielo, y, de un movimiento inesperado, aparece a mi derecha un gran trozo de carne, casi roza el hielo, pero se levanta tantito para impedirlo. El dueño del gran pedazo lo sujeta con una gran mano del tronco, no logra cerrarla. Me inhibo, yo agarro mi duro miembro, que ante tal cosa parece más una pluma, con tres dedos, que podrían darle dos vueltas a mi pellejo. Alzo la vista y lo miro, el moreno, que me mira a los ojos sonriendo. Es más alto que yo, pero no tanto; tal vez le llegue a las orejas, o a la nariz, o a los huevos, que es lo que quiero. Sin dejar de mirarlo suelto mi pene, que se va poniendo aún más duro y se levanta para salpicar de orines contra la pared, y sujeto el gran trozo, una gran verga morena, una barra de chocolate, venuda, no logro ni cerrar un poco mi mano, no agarro su verga, la sostengo, no la dejo caer, la acaricio, recorro con mis dedos ese gran monstruo, interminable monstruo entres mis manos, y al final su cabeza, brillante, grande como una manzana, la acaricio, juego con mis dedos mientra siento su chorro salir, se moja sus labios y levanta su mano para sujetar mi cara, acaricia mi cachete, juega com mi barba y mete dos gruesos dedos a mi boca, yo los comienzo a chupar con tanto placer, que creí sentir que mi verga iba a estallar, pero yo no dejo de apretarlo a él, a esa gran barra de chocolate macizo que me muero por comer.
En ese instante de deseo escucho la puerta abrirse, espantado suelto el garrote de la mano derecha y me volteo la cara para soltarme de sus manos; muy grosero de mi parte, pienso. Me guardo la pija en el pantalón y, acomodándome el bulto, salgo del baño. Me dirijo otra vez a la barra y compruebo la posición de mis primos: Paco bailando cerca de la entrada con la labiuda, Paola con uno de los güeros de la manada del moreno, y cerca de ella Ramona, con otro güero de su manada, disfrutando la ausencia de su compañero de baile, de aquel trozo bajo el pantalón que la hizo disfrutar, que la restregó por todo su cuerpo al bailar y la sostuvo con su mano derecha mientras orinaban juntos, que la acarició y gozó entre la mano hasta que algún borracho desconocido entró a interrumpir. Pido otra bebida, otro daiquiri -pero échale más ron-, y busco a los jeans con la que bailaba, de la que me despedí antes de compartir al compañero de mi prima; seguía bailando, pero ahora entre dos chamacos, menores que yo, bajando, acariciando a los dos, y volviendo a subir. Seducción salvaje.
Agarro el vaso y salgo a fumar.
Afuera se escucha el eco de la fiesta y a oscuras se ven las luces de colores atravesando las palmeras. El humo de mi cigarro se mezcla con el humo del hielo seco que sale del antro, parejas y grupitos van y vienen tambaleándose; todo el día bebiendo, lo que va de la noche bailando; y lo que queda de la vida -de esta vida efímera llamada paquete económico de fin de semana- lo usarán para disfrutar. Disfrutar, como lo hizo mi mano derecha acariciando ese trozón de carne maciza, como lo hicieron mis ojos con aquel monumento a la creación.
-¿Qué pedo?, ¿ya te engentaste?
“Cuando deseas algo con todas tus fuerzas, el universo conspira para que lo consigas.” Deseo el cuerpo moreno de aquel desconocido apoyándome contra alguna palmera, besándome con todas sus fuerzas y sintiendo su pene por todo su cuerpo; sentirlo con mis manos, con mis dedos, con mi lengua y mis labios; sentir su cuerpo marcadísimo con mi piel desnuda, con los pelos de mi cuerpo, sus nalgas deportistas, su pubis rasurado y otra vez su verga colgante, y mi cara recibiendo toda su carne. Malditas frases de superación pendejas. Maldito alquimista tarado y con una narrativa pobre. Maldito Paco, que te apareces cuando deseo con todas mis fuerzas que seas aquel moreno sin nombre.
-Simón, fue mucho restriegue para mi.
Paco ríe.
-No creas, también pa´mi. El puto ruido me desespera un montón; ya estoy dando el viejazo.
Paco, el mayor del clan. No llega a los treinta, pero ya tiene pequeña familia, con una pequeña niña a la que cuida con mucho amor. Un matado trabajo de maestro, que no le da tiempo para escapar a divertirse, como solía hacerlo en su juventud, su juventud de hace unos pocos años. Por eso mismo Laura, Laurita, su mujer, riquísima y callada mujer, le da chance de hacer estos viajes de descanso. De seguro sabe lo que pasa, se ha de dar color que en sus viajes a la playa con sus primos se mete al cuarto con alguna, o algunas extranjeras para recordar su pasado de cazador furtivo, de pistolero pisteador voraz de la ciudad. No por nada en la familia Paco tiene fama de ojo alegre, y no por nada nuestras anécdotas y pláticas siempre son tan fluidas.
-Pfff, ya has de extrañar toda la mamada.
-Neeeee, mamadas tengo un chingo en casa.
Reímos.
-¿Quieres bajar a la playa? de seguro ya está tu hermano en algún culto sexoso.
-¿No quieres esperar a tus hermanas? -recuerda que están bailando/restregándose con aquella manada de mamados, con aquel moreno vergón al que quiero seguir viendo toda la noche.
-Ahorita les mando un mensaje para avisarles.
Saca su celular y textea, me roba un cigarro y platicamos, esperamos la respuesta de las menores, algún “ahora vamos” que signifique “sólo me como a éste cabrón”. Ellos, Paco, Ramona y Paola eran una familia muy unida, muy cariñosos y protectores unos con otros, pero eso no coartaba las libertades y confianza que se tenían. Ya eran niñas grandes, eran una mujeres y eso lo sabía Paco, pero también sabía que ellas dos se podían defender de cualquiera que se quisiera sobrepasar; eran grandes y fuertes sin dejar de tener sus deseosos cuerpos, eran calientes tanto en la cama como en la vida. Eso, lo de la calentura en la cama, lo sabía Paco por la confianza que se tenían, la apertura que manejaban en su casa que convertían lo sexual en cariño, no en un sentido incestuoso -sé que lo estás pensando, maldito pervertido que lees este relato-, sino en familiar. Tan natural era verse desnudos como desayunar juntos, las caricias como los abrazos, y las pláticas sexuales como las escolares, que casi siempre iban unidas una a las otras.
-Dicen que al rato nos alcanzan.
Espero que traigan al moreno.
En la playa hay una fogata y música electrónica sonando. Olor a tabaco y petate en el ambiente se disipa, sube y se hace uno con las estrellas. Junto a la fogata hay muchas parejas y grupitos, más parejas, algunos bailando y otros sentados, todos bebiendo. Mateo está incorporado en un grupito, tres mujeres y un chavo, casi de la misma altura de mi hermano; o son extranjeros o norteños. Nos acercamos y nos presentan: Julia, castaña, tetas grandes, bikini verde a dos piezas; Cristina, morena piernona, con una cadera que abulta su pareo azul, como su bikini; y Andrea, castaña, pelo corto y sin nada busto que mostrar, pero con un sexy bikini negro de listones envolviendo su delgado cuerpo y la mano de Juan, su novio, un moreno de barba de candado sosteniendo un cigarro con los labios y a ella por el costado. No eran extranjeros, vivían en el norte, Julia y Cristina eran de Acapulco, la pareja de Monterrey, se la pasaban viajando de playa en playa cuando encontraban alguna promoción. No tenían que ahorrar todo el año para ir un fin de semana a descansar de la vida tercermundista. Eran alegres y fiesteros
Bebimos y fumamos, platicamos y lanzábamos miradas coquetas a todos los “adultos” descansando en aquella playa. Menuda mentira, seguíamos siendo un puñado de adolescentes que buscábamos sexo, hasta los señores con escasas canas, panzas de fuera y sandalias con calcetas lo eran y lo buscaban. Éramos los calientes. Bailábamos en extraños movimientos de éxtasis, respirabamos brisa del mar y lujuria ambiental.
Perdidos entre la música Andrea me jala del brazo, con una sonrisa me aparta del calor del fuego central y me lleva junto a una sombrilla, bajo la oscuridad de un tejido de palma junto a Juan, sentado sobre la arena.
-Tu hermano me dijo que te gusta.
Su cuerpo era hermoso, delgado y curvado, sus ojos oscuros brillaban en la noche playera, su sonrisa era al juego de toda ella, hermosa. Saca un cigarro de su bolso y me lo pasa. Conozco ese olor, fresco, candente; olor a placer, a deseo. La miro, miro a Juan, los dos me sonríen, saco mi encendedor del bolsillo, me tumbo en la arena y enciendo el cigarro.
Tras un par de caladas en silencio me animo a hablar.
-¿Cuánto llevan juntos?
Andrea voltea a Juan y regresa a mi.
-Haremos cinco años en julio, pero nos conocemos de casi toda la vida.
Los dos sonríen.
-¿Cómo se conocieron?
-De niños en casa de Andrea -dice Juan-, mis padres me llevaron a una reunión de ellos.
Los dos relucen.
-Desde que lo vi dije: Oh, pero qué guapo niño. No pude dejar de verlo, pero el muy mamón se la pasaba escondido con sus papás. Hasta que mi mamá le dijo que si quería ver mi colección de insectos.
-¿Qué? -reí con sorpresa.
-¡Sí!, me llevó a un cuarto todo aterrador con mariposas en las paredes, hormigas en peceras y una enorme tarántula en un frasco.
-Y el muy marica se espantó cuando saqué a Isabel, así se llamaba mi tarántula macho, ¡No quiso tocarla!
Los dos rieron sin parar.
-Pero ahora no quiere dejar de tocar mi arañita -dijo Andrea acariciando la mano que Juan tenía en su entrepierna y volteando para besarlo.
-¡Era aterradora! Una niña con fachas de niño y un cuarto lleno de insectos, me iba a querer comer.
-Y sí que te quiero comer.
Andrea agarró a Juan de la nuca y se lo acercó para besarlo, mientras él la acariciaba por donde podía, pasando su mano suavemente, pero con una pasión bellísima, por todo su cuerpo. Mientras el cigarro se consumía entre mis dedos y una erección crecía en mi pantalón lleno de arena.
Se soltaron y se echaron a reír, le pasé el cigarro a Juan y Andrea acercó su mano a mi pierna.
-¿Tú tienes novia? -me preguntó ella.
-No.
Sus ojos eran hermosos, tenía un lunar en su ojo izquierdo, que le daba peculiaridad a aquella mujer con cuerpo de niñita que se calentaba junto a mi.
-¿Alguna razón? -me preguntó Juan-, porque estás muy guapo para no tener.
Sonrío, dejó escapar el humo y me pasó el cigarro.
-Por el momento disfruto estar soltero.
-¿Y lo disfrutas bien?
Le jalo, asiento con la cabeza y se lo regreso.
Andrea me mira de nuevo, sonríe y se lanza a mis labios. La tomo de la nuca y la aprieto a mi, siento su lengua en mis labios y su piel en mis manos. Suave. Recorro su cuerpo con delicadeza, acaricio su cabello y, al soltar nuestras bocas, la miro sonreír.
Sin levantar su mano de mi pierna se voltea hacia Juan y le devora la boca con pasión, sube su mano en mi pierna hasta llegar a mi pene, lo acaricia, lo aprieta y Juan estira su brazo para pasarme el cigarrillo. La abraza con las dos manos y ella sigue estrujando mi miembro, fumo y la acaricio, paso mis manos por su piel, acaricio sus piernas y sus glúteos, meto mi mano por su bikini y Juan la levanta un poco para acomodarla, para acomodármela a mi. Suelta mi verga y la levanto para subirla a mis piernas. Le beso el cuello y siento su boca -no sé de quién de los dos- mordiendo suavemente mi oreja. Muero. La aprieto más a mi y, con la mano que no sostiene el cigarro, busco su sexo, empapado de placer, con un poco de pelo cubriendo la entrada, pero que no logra marcarse en el bikini.
Desprenden su boca y, agarrando el cigarrillo de mis dedos, se mueve de un lado a otro, restregando su pequeño trasero en mi pene. Voltea su rostro a mi, me besa y me lanza una oleada de humo en la cara. Le aprieto las tetas con las dos manos y le comienzo a comer el cuello. Se estremece, goza, lanza pequeños gemidos tras una sonrisa caliente y una mirada a su novio, que sigue fumando de la bacha a punto de acabar.
-¿Quieres ir a nuestra habitación un rato? -me pregunta Juan, mientras Andrea le saca el pene del traje de baño y lo acaricia.
-Sí -gimo sin dejar de acariciarle las hermosas tetitas a su novia.
Subimos a su habitación, que está en el edificio H, justo frente al mar, con una terraza con jacuzzi y una cama a la que nos tiramos recién entramos. Andrea se sube en mi y se quita el bikini. Sus tetas le brincan y no las dejo de mirar.
-¿Te gustan?
-Están hermosas -le digo.
-Eso mismo le digo yo -me dice Juan, acercándose a su novia por detrás y besándole el cuello con amor-. Voy al baño, ustedes sigan.
-Sí, mi amor -le contesta Andrea.
Se abalanza a mi, me besa y la subo con las manos en sus nalgas para colocar sus tetas en mi cara, las chupo, las beso y las como. Juego con ellas mientras me quita la playera. Baja y me quita el pantalón, dejando salir mi pene totalmente erecto; lo agarra con la mano, juega con él, me mira y se lo lleva directo a su boca. Me hace una mamada impresionante, mientras su novio sale del baño totalmente desnudo, con la verga a medio palo, pero va creciendo mientras se acerca a nosotros, viendo cómo su novia le come el pito a otro cabrón en la cama que de seguro él pagó -maldito pensamiento machista que pasa por mi mente. Agarra a Andrea por la cintura y, sin que ella deje de chuparme la vida, la levanta hasta dejar su miembro sobre sus nalgas. Su pene, a comparación del cuerpo de su novia, era grande, un buen tamaño y grueso, no tan grande como el del moreno, pienso, no del grosor de tal cosa que no podía sujetarlo con una mano, ni de tal tamaño que podría llenar mi cara sin estar al palo completamente. No le cuelga como a él, no le brilla, su cabeza no es una bella manzana de placer, fruto prohibido que todos quisieran comer; pero él, Juan, tiene a esa hermosa mujer de las piernas, incrustándole la verga sin parar mientras ella sigue succionándome, y a mi me crece cada vez más dentro de su boca al pensar en él.
Andrea saca mi pene de su boca y me mira, Juan la empuja hacia mi, y con gimoteos y sonrisas llega a mi boca para besarla. Sabor a mi, a mi miembro, a pene lubricado con saliva y líquido preseminal, a lo que de seguro sabe el pene, el monstruo de aquel moreno.
Siento los huevos de Juan chocar contra mi pito, Juan la suelta y la deja caer en mi, luego acomoda mi pene y lo deja en la entrada de la vagina de su novia. Caliente, húmeda, chorreando por otro cabrón que no soy yo, y me monta. Le abre el culo mientras nos seguimos besando, y se lo come, le mete la lengua y la pasa por sus nalgas. La siento, la lengua de Juan en mi pene, sube por la vagina penetrada de su novia y sigue lamiendo su culito. Ella sale de mi y levanta el culo para su novio, él la vuelve a penetrar mientras me sigue besando. Pero siento sus manos sobre mi pene, me lo acaricia, toca mi glande y yo quiero explotar, el placer me quiere ganar, pero Juan coloca algo sobre mi pene, me pone un condón, que sin pedirlo, ni mirarlo, lo ha sacado de alguna parte de su habitación. Claro, la seguridad de su novia ante todo. Eso sí es amor. La besa en la espalda y la vuelve a introducir en mi, me monta con pasión, sujeto sus tetas y la embisto con furia hasta que me estremezco en un orgasmo. Ella me sonríe, me besa, se saca el condón y lo tira al suelo, se da la vuelta y queda de espaldas sobre mi, tengo su cuello en mi cara, su cabello largo a penas me estorba para besarla, y mis dedos recorren su sexo. En eso siento presión, Juan se sube en ella, dejándome hasta abajo de la cama de cuerpos, y siento su pene rozar mi mano, lo introduce, la penetra y yo sigo jugando con su vagina, le acaricio el clítoris y su pene al mismo tiempo. Ella se levanta y nos acomoda, me mantiene abajo, pero se voltea para quedar frente a mi pene, en un 69, y me la comienza a mamar. Juan sin esperar la comienza a coger otra vez, dándome con los huevos en la cara, mientras yo juego con mi lengua en sus sexos. Juan saca su verga de Andrea y yo se la agarro y la meto a mi boca, mientras su novia hace lo mismo con mi pene. Logro meter una gran cantidad de carne en mi garganta, ya que la posición me permite estirarla y recibir más, juego con mi lengua su cabeza y, cuando siento una leve más de lubricación, me la saco y la introduzco a la vagina de Andrea. Andrea saca mi pene de su boca y suelta un largo gemido, mientras veo como Juan se retuerce levemente y un chorro incoloro se escurre en mi cara, lo saboreo, luego unas gotas de jugo de Juan caen. Lo agarro de las nalgas y lo aprieto más a Andrea mientras paso mi lengua por la sagrada unión de sus sexos amorosos frente a mi, los saboreo, consumo todo rastro de placer y ella, tras ahogar su grito en silencio, vuelve succionar mi pene un rato hasta acabar.
Después de risas y un porro me visto, me ofrecen cariñosamente quedarme, pero yo niego, quiero salir, fumar un cigarro, llegar a mi cuarto y seguir pensando en el trozo de carne que deseo comerme.
Antes de irme beso a Andrea, un largo beso, amoroso, suave, me acaricia la cara y yo sus nalgas desnudas. Me abraza y me agradece, yo a ellos y salgo de la habitación.
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1 comentarios - Placer en la playa (Pt1)