En capítulos anteriores...
Tarde prohibida con la hermanita || (Otra) tarde prohibida con la hermanita || Mi madre salió el fin de semana... || Playita con la hermana
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Poco antes de la mierda de la cuarentena esta, logré encontrar un piso para mudarme. Nada demasiado ostentoso. Dos habitaciones, un salón-cocina y el cuarto de baño. Suficiente para mi… y mi hermanita Leire. Después de hacerle entender que el dormitorio grande sería para mi, ya que yo iba a poner más dinero para el alquiler, quedamos con el casero. Nos gustó lo que vimos, así que no tardamos en firmar el contrato. Nos mudamos justo el día anterior al decreto del estado de alarma.
“Oye, ¿no te parece extraño que mamá nos haya dejado mudarnos ahora que está la situación así?”, preguntó Leire. Habíamos llevado todas nuestras cosas y estas aún estaban en las cajas.
“¿Extraño? Para nada”.
“Normalmente se hubiera puesto histérica. Pero de pronto nos anima a que vivamos nuestra vida por ahí…”
“Leire, ¿en serio te lo tengo que explicar?”
“¿El qué?”
“¿Por qué mamá aceptaría tan a gusto quedarse la casa solo para ella?”, le pregunté. Ella no me entendía. “Vale. ¿A dónde crees que se iba los fines de semana que nos dejaba solos?”
“… No jodas”.
“Pues claro que sí. Tiene por ahí un amigo… o varios, no sé”, le dije. “Alguna vez le he escuchado hablando con alguno. Como soy casi invisible pues me enteraba de esas conversaciones”.
“¡Y luego se tiró dos horas hablándome de que debía conservar la virginidad todo el tiempo posible!”, protestó mi hermana.
“Bueno. Tú y yo hemos salido de mamá, su tren de la virginidad pasó hace mucho”, dije mientras me reía. “Pero ya da igual. Ella tiene su espacio, y nosotros el nuestro”.
Pasamos los primeros días intentando poner un poco de orden en aquel caos de cajas. Yo lo primero que me tuve que dar prisa fue en montarme un puesto de trabajo improvisado en mi dormitorio, ya que en la empresa nos habían ordenado hacer teletrabajo. Así que me lo dejé bien conectado, de forma que por las mañanas podría ocuparme de hacer aquello por lo que me pagaban y por las tardes, libraría (reducción de jornada, que al fin y al cabo es mejor que quedarme sin trabajo). Por su parte, Leire andaba sin un trabajo muy estable. Cobraba de pequeños blogs que le pagaban un euro el artículo. Pero bueno, al menos ganaba algo de pasta.
Así que acordamos que ella compraría por las mañanas y haría la comida. Yo me ocuparía de las cenas, y de volver a comprar si hubiera faltado algo. Se bromea mucho con el tema del “nuevo porno” a base de mascarillas y guantes de protección, pero hablando en tono serio, no se me ocurre nada que me pueda poner menos cachondo. Es feo a la vista, incómodo de poner, y de quitar correctamente ni te cuento.
El caso es que pasaron los primeros días sin gran novedad. Lo cierto era que con lo de no poder salir de casa, estábamos los dos bastante desganados de todo. Así que nos quedábamos por la tarde tumbados en el sofá, trillando Netflix. Así estuvimos más o menos el primer mes. Llamábamos puntualmente a nuestra madre para que supiera que todo iba bien, y por lo demás, éramos mutuamente nuestro mayor contacto.
Creo que fue entonces un miércoles cuando yo andaba reunido por Skype. Normalmente trabajaba con la puerta cerrada, para evitar ruidos, pero ese día cometí el error de dejarla abierta. Estaba interviniendo cuando en ese momento escuché una gran blasfemia:
“¡ME CAGO EN DIOS YA!”
Me quedé mudo, y lo peor es que en la reunión, por el micrófono, se había escuchado todo. Me preguntaron si quería ir a ver qué pasaba, pero les dije que no. Terminamos apenas diez minutos después, y según colgué fui hacia la puerta. Me encontré con las bolsas abandonadas a su suerte. Fui para el pequeño comedor y ahí estaba Leire, respirando furiosamente.
“Hey. ¿Qué ha pasado?”, le pregunté.
“¡Que estoy hasta el coño ya de todo esto! ¡De la puta compra, del puto encierro y de la madre que parió a todos!”
“Relax. Es normal que…”
“¡Cállate! Claro, el señor se pasa el día trabajando, y por eso no puede ir a la compra. Para eso me has traído, ¿no? ¡Para que sea la puta chacha! ¡Pues paso! ¡Si quieres comer, hoy cocinas tú!”
Sin decirle ni una palabra más, me enfundé los guantes y limpié la compra. Luego, con el portátil del trabajo al lado, empecé a preparar la comida. Aquel día no comimos juntos. Yo me puse a comer a mi hora, y me pasé el resto de la tarde a mi bola. Un poquito de música y un buen libro. Leire creo que solo salió de su cuarto para comer (que lo hizo en la cocina) y para ir al servicio. La dejé a su bola. Sabía que podía tener un mal día como cualquier otra persona. Pero sus palabras me habían enfadado y como hablase con ella podríamos haber discutido muy fuerte.
Llegó la noche y Leire no salía del dormitorio, por lo que me preparé un hot-dog para cenar, y viendo que nada me interesaba en demasiado en aquel momento, fui para mi habitación. La escuché salir en ese momento. Cobarde…
Al día siguiente me levanté a mi hora habitual y volví a mi rutina de trabajo después del desayuno. Leire seguía sin dar señales de vida. Tal vez debería preocuparme por ella, pero después de comer. Si ella estaba enfadada, era su derecho, como era el mío el de mantener mi trabajo. Empecé a trabajar en un informe que me provocaba demasiado sueño. Tenía que apartar la vista con frecuencia de la pantalla para no quedarme dormido. Pensé en ponerme algo de música queme mantuviera despierto.
Y un olor a café me terminó de despertar. Una mano apareció y dejó la taza encima de mi mesa. Me di la vuelta para ver a Leire, que me miraba con una cara de profunda pena.
“¿No estará envenenado?”, le pregunté.
Ella se rió y me dio un abrazo. Me manchó la manga de la camiseta. Estaba llorando.
“Perdóname, perdóname…”, sollozó. “Ayer estaba muy mal y lo pagué contigo… lo de ir a comprar es terrible, no hay más que gilipollas histéricos… la tuve con dos viejos que casi me golpean con el bastón…”
“No pasa nada… está bien…”
“No, no está bien. Vinimos para poder estar a nuestro aire, hacer lo que quisiéramos, y voy te digo esas cosas tan horribles. Perdóname”
“Te perdono. Pero no lo hagas de nuevo, ¿vale? Yo también estoy un poco nervioso con la mierda de situación esta, y como empecemos así, nos vamos a terminar matando”
“Lo sé. Te quiero mucho”, me dijo, y me dio un beso en la mejilla. “¿Muy ocupado?”
“Un poco… Tengo una reunión y tengo que acabar un informe para ello. Y me da mucho sueño”
“Creo que sé cómo mantenerte despierto”
Y me puso la mano sobre el paquete. Fue tan espontáneo que de verdad se me puso muy dura. Me miró con ojos golosos. Suspiré.
“Tengo que trabajar”, le dije.
“Y yo ya he dejado la comida hecha”, me respondió. “¿Por qué no dejas que te mime un poco? No hemos hecho nada desde que estamos encerrados”. Empezó a bajar hasta quedar de rodillas frente a mi, debajo de la mesa. “¿Nunca has pensado en tener una secretaria atractiva para hacer cosas sucias?”, insinuó.
“Me hubiera encantado. Pero no la tengo. Tengo una hermanita que me tiene que dejar trabajar…”, bromeé.
“Deja que lo intente al menos”, me propuso, ronroneando. Apoyó la cabeza sobre mi entrepierna. “Echo de menos nuestras tardes locas”.
Y como no me opuse, empezó a bajarme el pantalón. Yo no dije nada, y me limité a intentar seguir mi trabajo. Realmente la mano de Leire masajeando mi pene era un estimulante y ya no me quedaba dormido. El problema era que me ponía cachondo y tampoco me podía centrar en el informe. Y menos aún cuando mi hermana empezó a jugar con su boca. De momento no me había quitado la ropa interior, así que no era un gran problema. Aproveché para degustar el café que me había preparado. Estaba bueno.
“Leire… cuando termine la reunión acabaré la jornada. Después de comer podemos hacerlo… pero ahora tengo que trabajar”, le dije. Había terminado el informe justo a tiempo y en dos minutos empezaría la videoconferencia.
“Vale. Yo sigo entretenida”, me respondió. Me besaba por toda la zona.
“Tienes que irte, en serio… No puedo trabajar contigo ahí abajo”.
“¡Te llaman!”, exclamó cuando saltó el aviso de videollamada entrante en el ordenador.
“¡Vete!”
Pero no me hizo caso, de modo que tuve que aceptar la llamada y aparentar normalidad ante un compañero… y dos compañeras que tenían un cuerpo de escándalo.
“¡Hola!”, saludó una de ellas. “¿Cómo lleváis el encierro?”
“Pues bastante… bien” suspiré. Joder, Leire. Me había bajado el bóxer y había empezado a chupármela. Sin hacer ruido, afortunadamente, o nos pillarían por el micrófono. Yo encima no podía mutearlo pues me tocaba hablar con frecuencia. Pensaba que lo estaba disimulando lo bastante bien hasta que, a los veinte minutos de reunión, alguien me dijo.
“¿Te encuentras bien? No tienes buen aspecto”.
“Pues ahora que lo dices… hoy me he levantado con dolor de cabeza…”, respondí. Mi respiración se agitaba. “Creo que cuando acabemos me voy a echar un rato…”
“¡A ver si vas a tener coronavirus!”
“Toco madera, pero no lo creo…”, dije. Mierda. Me iba a correr. No, no, no…
“Pues escucha, creo que hemos terminado. Mañana podemos continuar, ya que quiero repasar lo que nos ha dicho Juanjo. ¿Os parece a las diez?”
“Perfecto”, fue la respuesta general.
“Hasta mañana entonces”.
“¡Hasta mañana!”
Colgué y en ese momento me corrí como un bendito. Fue demasiado, al parecer, pues Leire tuvo problemas. Rápidamente tomé la taza y se la puse al lado, permitiéndole escupir mi semen sin hacer un estropicio en el suelo.
“Gracias…”, me dijo.
“A ti”, respondí. Había sido una buena mamada, y además… “Me ha dado mucho morbo. No era tan mala idea de lo la secretaria”.
“Lo sabía”, sonrió.
“Pero aún así, me has desobedecido”, inquirí. “Así que voy a tener que castigarte”.
“¿Ah, sí?”, preguntó con una falsa voz inocente.
“Quítate el pijama”, ordené. “Vuelvo en seguida”.
Fui con la taza al cuarto de baño, eché agua a presión y lo eché por el lavabo. Luego eché bien de jabón y la dejé a remojo. Volví a mi dormitorio para encontrarme a Leire ya preparada, como yo le había indicado. Estaba sin pijama, solo con un sujetador y unas bragas a juego en color negro. Estaba preciosa. Me esperaba de pie, con las piernas juntas y las manos detrás de la espalda.
“Hola, jefe”, dijo. Aunque era un juego, se lo tomaba muy en serio. Su tono de voz era formal, como si de verdad estuviéramos trabajando. Pues bien, seguiríamos el juego.
“Señorita Leire, ¿le parece apropiada era forma de vestir para venir a trabajar?”, le pregunté.
“¿No le gusta? Me lo compré expresamente para usted”, respondió en tono sensual.
“No es usted una chica decente. Le dije que debía trabajar, y me ha estado provocando. No puede ser así. Debo castigarla”.
“Sí, señor”, respondió ella. Yo me senté en la cama.
“Túmbese. Sobre mis piernas”, le indiqué. Y Leire asintió y se acomodó encima de mis piernas, de forma que sus tetas no se aplastasen contra mi, sino que quedaran libres. O eso intentó, pues una de mis manos se ocupó de acariciárselas por debajo del sujetador.
“No sea malo, por favor”, me pidió, nuevamente en ese tono falsamente inocente que tan cachondo me ponía.
“Usted ha sido mala”, le respondí y sin previo aviso le di un azote.
“¡Ay! Perdóneme”, me pidió mientras le acariciaba el culo.
“Pida perdón”, exigí y volví a azotarla.
“¡Perdóneme!”
Le dí varios azotes. Algunas veces le daba dos o tres seguidos. Otras, me esperaba mientras le acariciaba los cachetes. Los notaba calientes, resultado de mis actos. Pero ella seguía pidiéndome perdón, así que continué dándole más azotes, hasta que…
“¡Estufa!”, gritó.
En ese momento me detuve. Levanté mis manos y le permití ponerse en pie. “Estufa” era la palabra de seguridad. Su salvaguarda. Si en algún momento nuestra juego se le hacía muy pesado, o difícil de aguantar, podía decirlo y yo me detendría en el acto. La palabra se nos había ocurrido por lo caliente que le dejaba el culo cada vez que la azotaba. La tomé de las manos y la acerqué a mi, pegando la cabeza a su vientre y acariciándole con la yema de los dedos su culo colorado.
“¿Estás bien? ¿Te duele mucho?”, le pregunté.
“No, tranquilo”, respondió ella y me acarició la cabeza. “Solo quería otro juego… jefe”.
“Así que está usted traviesa”, le dije, entendiendo que el juego no había terminado. “Pues tendré que seguir su castigo”. Y me puse de pie frente a ella. “De rodillas. Ya”, le ordené. Y ella se arrodilló, completamente sumisa. “Abra la boca”, dije. Y, traviesa, apenas separó los labios unos milímetros. “No me haga repetírselo”, susurré mientras le acariciaba los labios con el pulgar. “¿Sabe lo que le voy a hacer?”, le dije mientras me sacaba el pene del pantalón y le acariciaba con él los labios.
“Me va a castigar”, respondió Leire, que parecía ansiosa por chupármela.
“Eso es”
E introduje mi falo en su boca. Leire no hacía gran cosa. Se limitaba a chupármela, a jugar con la lengua. Yo tenía el control de la situación. Le estaba follando la boca. Le sujetaba la cabeza. Con mucho cuidado ante todo. No quería hacerle daño. Pero ya que me había puesto en riesgo durante la reunión mamándomela, creo que ahora tenía derecho a poder disfrutarlo. Además ella misma me lo hacía de maravilla.
Poco a poco lo hice con más ganas. Lo estaba disfrutando mucho. Y los ruiditos que hacía mi hermana con su boca me ponían más cachondo. En esa tarde íbamos a follar mucho y recuperar el tiempo perdido en aquellas semanas en que no habíamos podido hacer nada. Quería correrme dentro de ella. Y de pronto sentí que me apretaba las piernas fuertemente con las uñas.
De modo que la liberé. Nos habíamos dado cuenta de que una palabra de seguridad estaba bien, pero en situaciones como aquella en la que tenía la boca ocupada, no era posible que pronunciara nada. Por eso establecimos una segunda señal. Las uñas. Nunca las tenía muy largas, así que podía clavármelas sin dejarme una marca considerable o hacerme mucho daño. Simplemente un gesto que a mi me permitiría dejarla descansar.
“Hermanito… ¿Qué te pasa hoy, que estás desatado?”, bromeó.
“¿Me he pasado?”
“Tranquilo. Solo te he detenido antes de no poder con ello”, me respondió. “Pero no vas a follarme así”
“¿Por qué no?”
“Porque estabas a punto de correrte”.
De modo que me agarró la polla y empezó a pajearme, apuntando directamente hacia su cara y sus tetas. No me quejé, por supuesto, sino que me relajé para disfrutarlo. Hacía cosas muy buenas por mi. El chico que saliera con ella y se convirtiera en su novio sería muy afortunado. No solo por el sexo, no nos malentendamos. Es una buena chica, agradable, simpática, guapa, inteligente… Una así buscaba para mi en realidad. Pero claro, Leire no podía ser. No estaba tan loco.
Me dejé llevar por su pajeo hasta que eyaculé finalmente. Un chorrito cayó sobre su lengua, mientras que el resto manchó su cuerpecito. Buf, qué bien me había sentado aquello. Pero no me había dado cuenta hasta ese momento de que le había pringado todo el sujetador.
“Lo siento…”, acerté a decir.
“No te preocupes. Voy a limpiarme”.
“¿Te ayudo?”
“No”, dijo, y sonrió. “Espérame aquí”.
Así que la esperé mientras me acomodaba para ella. Me quité toda la ropa y dejé que cayera al suelo. No me importaba mucho en ese momento si se arrugaba. No tardó mucho en volver mi hermanita, completamente desnuda. Se había dado un agua limpiándose los restos de mi “obra”. Estaba completamente preparada para continuar.
“Bueno, es mi turno”, dije mientras la empujaba hacia mi mesa. La sujeté por el culo y la aupé dejándola encima de la madera.
“Pero yo te quiero dentro”, protestó, pues iba besando sus piernas desde abajo hacia arriba y ya sabía a qué llevaba aquello. Me acercaba a su coñito.
“Me tendrás. Pero mira”, le dije y le acaricié los labios vaginales. “Estás muy mojada”
“Por eso mismo… Métemela…” pidió, “por favor… hazlo… ¡Fóllame!”, suplicaba.
Cedí a sus peticiones. Me quedé de pie delante de ella y suavemente mi polla entró en ella. Sonrió. Cerró las piernas alrededor de mi espalda.
“Mucho mejor así…”, dijo, había suavizado su tono de voz. “Me gusta que me folles”
“¿Seguro que estás bien?”, le pregunté. Me preocupaba aquella actitud.
“Sí… necesitaba esto…”, dijo suspirando. Mi pene se movía despacio dentro de ella. “Estaba muy estresada por esta situación, hermanito… esto me alivia…”
“Pues luego vas a estar mejor cuando te coma el coño. Porque no te vas a librar”, le dije al oído.
“Me encantará. Pero ahora se bueno… empótrame, haz que me corra…”
“Tus deseos son órdenes”.
Sujeté con fuerza sus caderas y empecé a moverme rápidamente. No iba a contenerme, era lo que ella quería. Esta vez sin interrupciones. La escuchaba gemir cada vez cada vez que se la clavaba, se echó hacia adelante y nos fundimos en un beso en el que nuestras lenguas pelearon por tener el control, pero ella no podía conmigo. Sus piernas flaquearon en cierto momento y me liberaron, pero me pedía más y más no me negué. Seguí haciéndola mía hasta que me corrí finalmente. Ella sonrió satisfecha con el resultado.
“Oye, pero ¿tú te has corrido?”
“Hace rato. Cuando solté las piernas”, me respondió jadeando.
“Si lo sé…”
“Hubieras parado pero yo no quería”, me respondió y se puso de pie. Pero tuve que sujetarla pues le fallaron las piernas. “Gracias”.
“Espera”, dije, y la levanté en brazos. “¿A dónde te llevo?”
“A tu cama, si te parece bien”, dijo y me plantó un beso.
Así que la dejé suavemente en mi colchón bocarriba y me puse tras ella. Tiré con cuidado de su cuerpecito para tumbarla encima de mi. Dándome acceso completo a sus tetas que empecé a masajear.
“¿Te gustan?”
“Me gustas entera”, le respondí. Ella suspiró.
“Y a mi también me gustas. Me siento muy bien haciendo esto contigo”, respondió. “Aunque a veces me pregunto qué pasaría si la gente se enterase”.
“Me la suda la gente” le respondí y le arranqué un gemido jugando con su pezón. “Mientras todo esto sea consentido, estará bien. Y siempre serás mi hermana, no lo olvides”
“Lo se. Y eso me gusta más aún… qué travieso eres…” susurró pues una mano mía había bajado hacia su coñito y lo acariciaba con cariño. “Sabes pajear a una chica. Y me gustan sentir tu polla contra mis nalgas”.
“¿Te parece si hacemos una maratón sexual?”, le propuse.
“Lo estoy deseando. Es más, veo que no lo has notado”
“¿El qué?”
“Tócame el culo”
Mi mano, que se entretenía en su chochito, bajó un poco más, buscando la entrada de su culo. Y joder lo que me encontré allí.
“¿Es un plug anal?”, le pregunté.
“Sí. Estoy preparada para todo lo que queramos hacer hoy. Pienso ser tu zorrita”, me dijo.
Y yo debería haberme imaginado cosas, pero lo cierto era que después de los días de estrés en aquella situación, yo no tenía muy claro nada. Solo sabía que también me apetecía mucho aquel plan que me ofrecía y que sería de gilipollas rechazarlo. Así que la abracé y girar para encima de ella.
“A mi zorrita primero le voy a comer el coño”, le dije al oído. “Y luego le voy a follar el culo hasta correrme”.
“Sí… tu zorrita quiere”, gimió ella.
De modo que la hice girar y metí la cabeza entre sus piernas. Ataqué sin piedad alguna su chochito, que parecía estar esperándome. Mi lengua lo recorría con avidez. No tardé en localizar su clítoris y empecé a atacarlo ferozmente, haciéndola gemir como pocas veces lo había conseguido. Sentí que me sujetaba la cabeza.
“¡Ahííííí, sííííí, justo ahíííí!”, gritaba, “¡Me encantaaaaaaa! ¡Dioooooos!”, dijo cuando mi mano buscó su plug anal. “¡Es geniaaaaal!”, dijo mientras tiraba del juguete. “¡Me gustaaaa! ¡Aaaaah!”, volvía a gritar cuando se lo metía nuevamente.
Y en vista de que le gustaba continué jugando de aquella forma. Con mi lengua y mis labios le comía el coño mientras le seguía follando el culo con su juguetito. De ese modo conseguí que se corriera en mi boca. Sus salados jugos femeninos me inundaron la boca, pero no importaba.
“¿Qué tal, nena?”
Su respuesta fue besarme, probando el sabor de lo que ella misma había hecho. Nos recreamos en el beso mientras yo volvía a sacar el plug de su culo.
“Sí que funciona”, le dije acariciándole el ojete. “Lo tienes muy abierto”
“Solo para ti”, me dijo. “Vamos… fóllame”.
Y se la metí de un movimiento. No tuve que hacer fuera siquiera. Mi polla deslizaba perfectamente en su culo, ya que además del plug se había echado lubricante. Una sensación muy deliciosa, pero aú así el culo es un agujerito delicado y no lo hice tan duro como un rato antes.
“¿De verdad… a las tías… os gusta… por el culo?”, le pregunté mientras se la metía.
“Todo bien hecho nos gusta mucho”, me respondió. “Y tú lo haces genial”
Sonreí. Y cambiamos de posición. Se puso a cuatro patas para mi, donde se la pude meter y moverme con mayor facilidad, sujeto a su culito que aún tenía marcas rojas de mis azotes anteriores. Pero no parecía molestarle. Gemía y disfrutaba de mis embestidas. Era la mejor compañera sexual que podía imaginarme.
“¿Te gusta, nena?”, le pregunté y le dio un azote nuevo. No tan bruto como la vez anterior, solo dejándome llevar por el momento.
“Si me haces eso… me gusta más”, gimió.
Así que seguí dándole ligeros azotes mientras le follaba el culo. Era maravilloso, de las mejores tardes de sexo que recordaba. Y por supuesto, me corrí en abundancia en aquel momento. Cuando vi que mi lefa iba a salir de su culito, tuve el impulso de volver a meterle el plug.
“Genial”, suspiró ella.
“¿No es raro?”
“Es diferente”, me dijo.
Pero ella no parecía estar muy cansada ya que, de pronto, se acercó de nuevo a mi y me dejó caer de espaldas en la cama, solo para empezar a cabalgar sobre mi. No era un ritmo tan agresivo como el mío, era más pausado, más sosegado. Agradable y bueno para poder seguir besándonos. Aproveché además para chuparle las tetas mientras ella seguía encima de mi, marcando el ritmo del placer de aquella tarde.
“Hermanito… me gusta cómo me cuidas…”, susurró ella mientras cabalgaba encima de mi.
“Siempre voy a cuidar de ti”, le recordé. “Pase lo que pase”.
Continuamos en aquel vaivén hasta que me corrí, por última vez.
“Por dios, Leire, no puedo más…”, le dije.
Mi hermanita me la estaba chupando nuevamente.
“¿No te gusta?”, me preguntó.
“¡No puedo correrme más! ¡Necesito un descanso!”
“¿Y si te hago la pajilla con las tetas?”, preguntó pero ya me la estaba haciendo. Era muy agradable sentir mi pilla entre sus tetas, pero realmente yo no podía más. Al menos hasta la noche.
“Si quieres esta noche podemos seguir. Pero ahora debo descansar. Y además… son las cinco de la tarde y no hemos comido”, le recordé.
“¡Es verdad! Se me ha pasado el rato volando… Bueno, no pasa nada. No tengo hambre”, dijo.
“Pues yo sí voy a comer”, le dije. “Espero que no te importe”.
“Claro que no. Yo voy a echar la siesta. Sin ropita. Por si quieres asomarte a verme”, me dijo, y salió después de darme otro beso en los labios.
A esa hora comer algo sólido no me apetecía mucho, a pesar del gasto energético que habíamos hecho, de modo que salí en pelotas del cuarto y me preparé un bocadillo que me comí mientras veía algo en la tele. Pero de pronto, unas ganar muy grandes de hacer pis me interrumpieron, así que me levanté para ir al baño.
Pero algo me detuvo. Una voz. La de Leire. Estaba llorando. Me asomé a su habitación, no me vio porque estaba hecha un ovillo mirando al lado opuesto de la puerta. Y hablando por el móvil.
“Tía… tengo que irme a vivir contigo, no puedo más aquí… él es maravilloso, por eso no puedo seguir aquí… me estoy enamorando de mi hermano”.
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(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Poco antes de la mierda de la cuarentena esta, logré encontrar un piso para mudarme. Nada demasiado ostentoso. Dos habitaciones, un salón-cocina y el cuarto de baño. Suficiente para mi… y mi hermanita Leire. Después de hacerle entender que el dormitorio grande sería para mi, ya que yo iba a poner más dinero para el alquiler, quedamos con el casero. Nos gustó lo que vimos, así que no tardamos en firmar el contrato. Nos mudamos justo el día anterior al decreto del estado de alarma.
“Oye, ¿no te parece extraño que mamá nos haya dejado mudarnos ahora que está la situación así?”, preguntó Leire. Habíamos llevado todas nuestras cosas y estas aún estaban en las cajas.
“¿Extraño? Para nada”.
“Normalmente se hubiera puesto histérica. Pero de pronto nos anima a que vivamos nuestra vida por ahí…”
“Leire, ¿en serio te lo tengo que explicar?”
“¿El qué?”
“¿Por qué mamá aceptaría tan a gusto quedarse la casa solo para ella?”, le pregunté. Ella no me entendía. “Vale. ¿A dónde crees que se iba los fines de semana que nos dejaba solos?”
“… No jodas”.
“Pues claro que sí. Tiene por ahí un amigo… o varios, no sé”, le dije. “Alguna vez le he escuchado hablando con alguno. Como soy casi invisible pues me enteraba de esas conversaciones”.
“¡Y luego se tiró dos horas hablándome de que debía conservar la virginidad todo el tiempo posible!”, protestó mi hermana.
“Bueno. Tú y yo hemos salido de mamá, su tren de la virginidad pasó hace mucho”, dije mientras me reía. “Pero ya da igual. Ella tiene su espacio, y nosotros el nuestro”.
Pasamos los primeros días intentando poner un poco de orden en aquel caos de cajas. Yo lo primero que me tuve que dar prisa fue en montarme un puesto de trabajo improvisado en mi dormitorio, ya que en la empresa nos habían ordenado hacer teletrabajo. Así que me lo dejé bien conectado, de forma que por las mañanas podría ocuparme de hacer aquello por lo que me pagaban y por las tardes, libraría (reducción de jornada, que al fin y al cabo es mejor que quedarme sin trabajo). Por su parte, Leire andaba sin un trabajo muy estable. Cobraba de pequeños blogs que le pagaban un euro el artículo. Pero bueno, al menos ganaba algo de pasta.
Así que acordamos que ella compraría por las mañanas y haría la comida. Yo me ocuparía de las cenas, y de volver a comprar si hubiera faltado algo. Se bromea mucho con el tema del “nuevo porno” a base de mascarillas y guantes de protección, pero hablando en tono serio, no se me ocurre nada que me pueda poner menos cachondo. Es feo a la vista, incómodo de poner, y de quitar correctamente ni te cuento.
El caso es que pasaron los primeros días sin gran novedad. Lo cierto era que con lo de no poder salir de casa, estábamos los dos bastante desganados de todo. Así que nos quedábamos por la tarde tumbados en el sofá, trillando Netflix. Así estuvimos más o menos el primer mes. Llamábamos puntualmente a nuestra madre para que supiera que todo iba bien, y por lo demás, éramos mutuamente nuestro mayor contacto.
Creo que fue entonces un miércoles cuando yo andaba reunido por Skype. Normalmente trabajaba con la puerta cerrada, para evitar ruidos, pero ese día cometí el error de dejarla abierta. Estaba interviniendo cuando en ese momento escuché una gran blasfemia:
“¡ME CAGO EN DIOS YA!”
Me quedé mudo, y lo peor es que en la reunión, por el micrófono, se había escuchado todo. Me preguntaron si quería ir a ver qué pasaba, pero les dije que no. Terminamos apenas diez minutos después, y según colgué fui hacia la puerta. Me encontré con las bolsas abandonadas a su suerte. Fui para el pequeño comedor y ahí estaba Leire, respirando furiosamente.
“Hey. ¿Qué ha pasado?”, le pregunté.
“¡Que estoy hasta el coño ya de todo esto! ¡De la puta compra, del puto encierro y de la madre que parió a todos!”
“Relax. Es normal que…”
“¡Cállate! Claro, el señor se pasa el día trabajando, y por eso no puede ir a la compra. Para eso me has traído, ¿no? ¡Para que sea la puta chacha! ¡Pues paso! ¡Si quieres comer, hoy cocinas tú!”
Sin decirle ni una palabra más, me enfundé los guantes y limpié la compra. Luego, con el portátil del trabajo al lado, empecé a preparar la comida. Aquel día no comimos juntos. Yo me puse a comer a mi hora, y me pasé el resto de la tarde a mi bola. Un poquito de música y un buen libro. Leire creo que solo salió de su cuarto para comer (que lo hizo en la cocina) y para ir al servicio. La dejé a su bola. Sabía que podía tener un mal día como cualquier otra persona. Pero sus palabras me habían enfadado y como hablase con ella podríamos haber discutido muy fuerte.
Llegó la noche y Leire no salía del dormitorio, por lo que me preparé un hot-dog para cenar, y viendo que nada me interesaba en demasiado en aquel momento, fui para mi habitación. La escuché salir en ese momento. Cobarde…
Al día siguiente me levanté a mi hora habitual y volví a mi rutina de trabajo después del desayuno. Leire seguía sin dar señales de vida. Tal vez debería preocuparme por ella, pero después de comer. Si ella estaba enfadada, era su derecho, como era el mío el de mantener mi trabajo. Empecé a trabajar en un informe que me provocaba demasiado sueño. Tenía que apartar la vista con frecuencia de la pantalla para no quedarme dormido. Pensé en ponerme algo de música queme mantuviera despierto.
Y un olor a café me terminó de despertar. Una mano apareció y dejó la taza encima de mi mesa. Me di la vuelta para ver a Leire, que me miraba con una cara de profunda pena.
“¿No estará envenenado?”, le pregunté.
Ella se rió y me dio un abrazo. Me manchó la manga de la camiseta. Estaba llorando.
“Perdóname, perdóname…”, sollozó. “Ayer estaba muy mal y lo pagué contigo… lo de ir a comprar es terrible, no hay más que gilipollas histéricos… la tuve con dos viejos que casi me golpean con el bastón…”
“No pasa nada… está bien…”
“No, no está bien. Vinimos para poder estar a nuestro aire, hacer lo que quisiéramos, y voy te digo esas cosas tan horribles. Perdóname”
“Te perdono. Pero no lo hagas de nuevo, ¿vale? Yo también estoy un poco nervioso con la mierda de situación esta, y como empecemos así, nos vamos a terminar matando”
“Lo sé. Te quiero mucho”, me dijo, y me dio un beso en la mejilla. “¿Muy ocupado?”
“Un poco… Tengo una reunión y tengo que acabar un informe para ello. Y me da mucho sueño”
“Creo que sé cómo mantenerte despierto”
Y me puso la mano sobre el paquete. Fue tan espontáneo que de verdad se me puso muy dura. Me miró con ojos golosos. Suspiré.
“Tengo que trabajar”, le dije.
“Y yo ya he dejado la comida hecha”, me respondió. “¿Por qué no dejas que te mime un poco? No hemos hecho nada desde que estamos encerrados”. Empezó a bajar hasta quedar de rodillas frente a mi, debajo de la mesa. “¿Nunca has pensado en tener una secretaria atractiva para hacer cosas sucias?”, insinuó.
“Me hubiera encantado. Pero no la tengo. Tengo una hermanita que me tiene que dejar trabajar…”, bromeé.
“Deja que lo intente al menos”, me propuso, ronroneando. Apoyó la cabeza sobre mi entrepierna. “Echo de menos nuestras tardes locas”.
Y como no me opuse, empezó a bajarme el pantalón. Yo no dije nada, y me limité a intentar seguir mi trabajo. Realmente la mano de Leire masajeando mi pene era un estimulante y ya no me quedaba dormido. El problema era que me ponía cachondo y tampoco me podía centrar en el informe. Y menos aún cuando mi hermana empezó a jugar con su boca. De momento no me había quitado la ropa interior, así que no era un gran problema. Aproveché para degustar el café que me había preparado. Estaba bueno.
“Leire… cuando termine la reunión acabaré la jornada. Después de comer podemos hacerlo… pero ahora tengo que trabajar”, le dije. Había terminado el informe justo a tiempo y en dos minutos empezaría la videoconferencia.
“Vale. Yo sigo entretenida”, me respondió. Me besaba por toda la zona.
“Tienes que irte, en serio… No puedo trabajar contigo ahí abajo”.
“¡Te llaman!”, exclamó cuando saltó el aviso de videollamada entrante en el ordenador.
“¡Vete!”
Pero no me hizo caso, de modo que tuve que aceptar la llamada y aparentar normalidad ante un compañero… y dos compañeras que tenían un cuerpo de escándalo.
“¡Hola!”, saludó una de ellas. “¿Cómo lleváis el encierro?”
“Pues bastante… bien” suspiré. Joder, Leire. Me había bajado el bóxer y había empezado a chupármela. Sin hacer ruido, afortunadamente, o nos pillarían por el micrófono. Yo encima no podía mutearlo pues me tocaba hablar con frecuencia. Pensaba que lo estaba disimulando lo bastante bien hasta que, a los veinte minutos de reunión, alguien me dijo.
“¿Te encuentras bien? No tienes buen aspecto”.
“Pues ahora que lo dices… hoy me he levantado con dolor de cabeza…”, respondí. Mi respiración se agitaba. “Creo que cuando acabemos me voy a echar un rato…”
“¡A ver si vas a tener coronavirus!”
“Toco madera, pero no lo creo…”, dije. Mierda. Me iba a correr. No, no, no…
“Pues escucha, creo que hemos terminado. Mañana podemos continuar, ya que quiero repasar lo que nos ha dicho Juanjo. ¿Os parece a las diez?”
“Perfecto”, fue la respuesta general.
“Hasta mañana entonces”.
“¡Hasta mañana!”
Colgué y en ese momento me corrí como un bendito. Fue demasiado, al parecer, pues Leire tuvo problemas. Rápidamente tomé la taza y se la puse al lado, permitiéndole escupir mi semen sin hacer un estropicio en el suelo.
“Gracias…”, me dijo.
“A ti”, respondí. Había sido una buena mamada, y además… “Me ha dado mucho morbo. No era tan mala idea de lo la secretaria”.
“Lo sabía”, sonrió.
“Pero aún así, me has desobedecido”, inquirí. “Así que voy a tener que castigarte”.
“¿Ah, sí?”, preguntó con una falsa voz inocente.
“Quítate el pijama”, ordené. “Vuelvo en seguida”.
Fui con la taza al cuarto de baño, eché agua a presión y lo eché por el lavabo. Luego eché bien de jabón y la dejé a remojo. Volví a mi dormitorio para encontrarme a Leire ya preparada, como yo le había indicado. Estaba sin pijama, solo con un sujetador y unas bragas a juego en color negro. Estaba preciosa. Me esperaba de pie, con las piernas juntas y las manos detrás de la espalda.
“Hola, jefe”, dijo. Aunque era un juego, se lo tomaba muy en serio. Su tono de voz era formal, como si de verdad estuviéramos trabajando. Pues bien, seguiríamos el juego.
“Señorita Leire, ¿le parece apropiada era forma de vestir para venir a trabajar?”, le pregunté.
“¿No le gusta? Me lo compré expresamente para usted”, respondió en tono sensual.
“No es usted una chica decente. Le dije que debía trabajar, y me ha estado provocando. No puede ser así. Debo castigarla”.
“Sí, señor”, respondió ella. Yo me senté en la cama.
“Túmbese. Sobre mis piernas”, le indiqué. Y Leire asintió y se acomodó encima de mis piernas, de forma que sus tetas no se aplastasen contra mi, sino que quedaran libres. O eso intentó, pues una de mis manos se ocupó de acariciárselas por debajo del sujetador.
“No sea malo, por favor”, me pidió, nuevamente en ese tono falsamente inocente que tan cachondo me ponía.
“Usted ha sido mala”, le respondí y sin previo aviso le di un azote.
“¡Ay! Perdóneme”, me pidió mientras le acariciaba el culo.
“Pida perdón”, exigí y volví a azotarla.
“¡Perdóneme!”
Le dí varios azotes. Algunas veces le daba dos o tres seguidos. Otras, me esperaba mientras le acariciaba los cachetes. Los notaba calientes, resultado de mis actos. Pero ella seguía pidiéndome perdón, así que continué dándole más azotes, hasta que…
“¡Estufa!”, gritó.
En ese momento me detuve. Levanté mis manos y le permití ponerse en pie. “Estufa” era la palabra de seguridad. Su salvaguarda. Si en algún momento nuestra juego se le hacía muy pesado, o difícil de aguantar, podía decirlo y yo me detendría en el acto. La palabra se nos había ocurrido por lo caliente que le dejaba el culo cada vez que la azotaba. La tomé de las manos y la acerqué a mi, pegando la cabeza a su vientre y acariciándole con la yema de los dedos su culo colorado.
“¿Estás bien? ¿Te duele mucho?”, le pregunté.
“No, tranquilo”, respondió ella y me acarició la cabeza. “Solo quería otro juego… jefe”.
“Así que está usted traviesa”, le dije, entendiendo que el juego no había terminado. “Pues tendré que seguir su castigo”. Y me puse de pie frente a ella. “De rodillas. Ya”, le ordené. Y ella se arrodilló, completamente sumisa. “Abra la boca”, dije. Y, traviesa, apenas separó los labios unos milímetros. “No me haga repetírselo”, susurré mientras le acariciaba los labios con el pulgar. “¿Sabe lo que le voy a hacer?”, le dije mientras me sacaba el pene del pantalón y le acariciaba con él los labios.
“Me va a castigar”, respondió Leire, que parecía ansiosa por chupármela.
“Eso es”
E introduje mi falo en su boca. Leire no hacía gran cosa. Se limitaba a chupármela, a jugar con la lengua. Yo tenía el control de la situación. Le estaba follando la boca. Le sujetaba la cabeza. Con mucho cuidado ante todo. No quería hacerle daño. Pero ya que me había puesto en riesgo durante la reunión mamándomela, creo que ahora tenía derecho a poder disfrutarlo. Además ella misma me lo hacía de maravilla.
Poco a poco lo hice con más ganas. Lo estaba disfrutando mucho. Y los ruiditos que hacía mi hermana con su boca me ponían más cachondo. En esa tarde íbamos a follar mucho y recuperar el tiempo perdido en aquellas semanas en que no habíamos podido hacer nada. Quería correrme dentro de ella. Y de pronto sentí que me apretaba las piernas fuertemente con las uñas.
De modo que la liberé. Nos habíamos dado cuenta de que una palabra de seguridad estaba bien, pero en situaciones como aquella en la que tenía la boca ocupada, no era posible que pronunciara nada. Por eso establecimos una segunda señal. Las uñas. Nunca las tenía muy largas, así que podía clavármelas sin dejarme una marca considerable o hacerme mucho daño. Simplemente un gesto que a mi me permitiría dejarla descansar.
“Hermanito… ¿Qué te pasa hoy, que estás desatado?”, bromeó.
“¿Me he pasado?”
“Tranquilo. Solo te he detenido antes de no poder con ello”, me respondió. “Pero no vas a follarme así”
“¿Por qué no?”
“Porque estabas a punto de correrte”.
De modo que me agarró la polla y empezó a pajearme, apuntando directamente hacia su cara y sus tetas. No me quejé, por supuesto, sino que me relajé para disfrutarlo. Hacía cosas muy buenas por mi. El chico que saliera con ella y se convirtiera en su novio sería muy afortunado. No solo por el sexo, no nos malentendamos. Es una buena chica, agradable, simpática, guapa, inteligente… Una así buscaba para mi en realidad. Pero claro, Leire no podía ser. No estaba tan loco.
Me dejé llevar por su pajeo hasta que eyaculé finalmente. Un chorrito cayó sobre su lengua, mientras que el resto manchó su cuerpecito. Buf, qué bien me había sentado aquello. Pero no me había dado cuenta hasta ese momento de que le había pringado todo el sujetador.
“Lo siento…”, acerté a decir.
“No te preocupes. Voy a limpiarme”.
“¿Te ayudo?”
“No”, dijo, y sonrió. “Espérame aquí”.
Así que la esperé mientras me acomodaba para ella. Me quité toda la ropa y dejé que cayera al suelo. No me importaba mucho en ese momento si se arrugaba. No tardó mucho en volver mi hermanita, completamente desnuda. Se había dado un agua limpiándose los restos de mi “obra”. Estaba completamente preparada para continuar.
“Bueno, es mi turno”, dije mientras la empujaba hacia mi mesa. La sujeté por el culo y la aupé dejándola encima de la madera.
“Pero yo te quiero dentro”, protestó, pues iba besando sus piernas desde abajo hacia arriba y ya sabía a qué llevaba aquello. Me acercaba a su coñito.
“Me tendrás. Pero mira”, le dije y le acaricié los labios vaginales. “Estás muy mojada”
“Por eso mismo… Métemela…” pidió, “por favor… hazlo… ¡Fóllame!”, suplicaba.
Cedí a sus peticiones. Me quedé de pie delante de ella y suavemente mi polla entró en ella. Sonrió. Cerró las piernas alrededor de mi espalda.
“Mucho mejor así…”, dijo, había suavizado su tono de voz. “Me gusta que me folles”
“¿Seguro que estás bien?”, le pregunté. Me preocupaba aquella actitud.
“Sí… necesitaba esto…”, dijo suspirando. Mi pene se movía despacio dentro de ella. “Estaba muy estresada por esta situación, hermanito… esto me alivia…”
“Pues luego vas a estar mejor cuando te coma el coño. Porque no te vas a librar”, le dije al oído.
“Me encantará. Pero ahora se bueno… empótrame, haz que me corra…”
“Tus deseos son órdenes”.
Sujeté con fuerza sus caderas y empecé a moverme rápidamente. No iba a contenerme, era lo que ella quería. Esta vez sin interrupciones. La escuchaba gemir cada vez cada vez que se la clavaba, se echó hacia adelante y nos fundimos en un beso en el que nuestras lenguas pelearon por tener el control, pero ella no podía conmigo. Sus piernas flaquearon en cierto momento y me liberaron, pero me pedía más y más no me negué. Seguí haciéndola mía hasta que me corrí finalmente. Ella sonrió satisfecha con el resultado.
“Oye, pero ¿tú te has corrido?”
“Hace rato. Cuando solté las piernas”, me respondió jadeando.
“Si lo sé…”
“Hubieras parado pero yo no quería”, me respondió y se puso de pie. Pero tuve que sujetarla pues le fallaron las piernas. “Gracias”.
“Espera”, dije, y la levanté en brazos. “¿A dónde te llevo?”
“A tu cama, si te parece bien”, dijo y me plantó un beso.
Así que la dejé suavemente en mi colchón bocarriba y me puse tras ella. Tiré con cuidado de su cuerpecito para tumbarla encima de mi. Dándome acceso completo a sus tetas que empecé a masajear.
“¿Te gustan?”
“Me gustas entera”, le respondí. Ella suspiró.
“Y a mi también me gustas. Me siento muy bien haciendo esto contigo”, respondió. “Aunque a veces me pregunto qué pasaría si la gente se enterase”.
“Me la suda la gente” le respondí y le arranqué un gemido jugando con su pezón. “Mientras todo esto sea consentido, estará bien. Y siempre serás mi hermana, no lo olvides”
“Lo se. Y eso me gusta más aún… qué travieso eres…” susurró pues una mano mía había bajado hacia su coñito y lo acariciaba con cariño. “Sabes pajear a una chica. Y me gustan sentir tu polla contra mis nalgas”.
“¿Te parece si hacemos una maratón sexual?”, le propuse.
“Lo estoy deseando. Es más, veo que no lo has notado”
“¿El qué?”
“Tócame el culo”
Mi mano, que se entretenía en su chochito, bajó un poco más, buscando la entrada de su culo. Y joder lo que me encontré allí.
“¿Es un plug anal?”, le pregunté.
“Sí. Estoy preparada para todo lo que queramos hacer hoy. Pienso ser tu zorrita”, me dijo.
Y yo debería haberme imaginado cosas, pero lo cierto era que después de los días de estrés en aquella situación, yo no tenía muy claro nada. Solo sabía que también me apetecía mucho aquel plan que me ofrecía y que sería de gilipollas rechazarlo. Así que la abracé y girar para encima de ella.
“A mi zorrita primero le voy a comer el coño”, le dije al oído. “Y luego le voy a follar el culo hasta correrme”.
“Sí… tu zorrita quiere”, gimió ella.
De modo que la hice girar y metí la cabeza entre sus piernas. Ataqué sin piedad alguna su chochito, que parecía estar esperándome. Mi lengua lo recorría con avidez. No tardé en localizar su clítoris y empecé a atacarlo ferozmente, haciéndola gemir como pocas veces lo había conseguido. Sentí que me sujetaba la cabeza.
“¡Ahííííí, sííííí, justo ahíííí!”, gritaba, “¡Me encantaaaaaaa! ¡Dioooooos!”, dijo cuando mi mano buscó su plug anal. “¡Es geniaaaaal!”, dijo mientras tiraba del juguete. “¡Me gustaaaa! ¡Aaaaah!”, volvía a gritar cuando se lo metía nuevamente.
Y en vista de que le gustaba continué jugando de aquella forma. Con mi lengua y mis labios le comía el coño mientras le seguía follando el culo con su juguetito. De ese modo conseguí que se corriera en mi boca. Sus salados jugos femeninos me inundaron la boca, pero no importaba.
“¿Qué tal, nena?”
Su respuesta fue besarme, probando el sabor de lo que ella misma había hecho. Nos recreamos en el beso mientras yo volvía a sacar el plug de su culo.
“Sí que funciona”, le dije acariciándole el ojete. “Lo tienes muy abierto”
“Solo para ti”, me dijo. “Vamos… fóllame”.
Y se la metí de un movimiento. No tuve que hacer fuera siquiera. Mi polla deslizaba perfectamente en su culo, ya que además del plug se había echado lubricante. Una sensación muy deliciosa, pero aú así el culo es un agujerito delicado y no lo hice tan duro como un rato antes.
“¿De verdad… a las tías… os gusta… por el culo?”, le pregunté mientras se la metía.
“Todo bien hecho nos gusta mucho”, me respondió. “Y tú lo haces genial”
Sonreí. Y cambiamos de posición. Se puso a cuatro patas para mi, donde se la pude meter y moverme con mayor facilidad, sujeto a su culito que aún tenía marcas rojas de mis azotes anteriores. Pero no parecía molestarle. Gemía y disfrutaba de mis embestidas. Era la mejor compañera sexual que podía imaginarme.
“¿Te gusta, nena?”, le pregunté y le dio un azote nuevo. No tan bruto como la vez anterior, solo dejándome llevar por el momento.
“Si me haces eso… me gusta más”, gimió.
Así que seguí dándole ligeros azotes mientras le follaba el culo. Era maravilloso, de las mejores tardes de sexo que recordaba. Y por supuesto, me corrí en abundancia en aquel momento. Cuando vi que mi lefa iba a salir de su culito, tuve el impulso de volver a meterle el plug.
“Genial”, suspiró ella.
“¿No es raro?”
“Es diferente”, me dijo.
Pero ella no parecía estar muy cansada ya que, de pronto, se acercó de nuevo a mi y me dejó caer de espaldas en la cama, solo para empezar a cabalgar sobre mi. No era un ritmo tan agresivo como el mío, era más pausado, más sosegado. Agradable y bueno para poder seguir besándonos. Aproveché además para chuparle las tetas mientras ella seguía encima de mi, marcando el ritmo del placer de aquella tarde.
“Hermanito… me gusta cómo me cuidas…”, susurró ella mientras cabalgaba encima de mi.
“Siempre voy a cuidar de ti”, le recordé. “Pase lo que pase”.
Continuamos en aquel vaivén hasta que me corrí, por última vez.
“Por dios, Leire, no puedo más…”, le dije.
Mi hermanita me la estaba chupando nuevamente.
“¿No te gusta?”, me preguntó.
“¡No puedo correrme más! ¡Necesito un descanso!”
“¿Y si te hago la pajilla con las tetas?”, preguntó pero ya me la estaba haciendo. Era muy agradable sentir mi pilla entre sus tetas, pero realmente yo no podía más. Al menos hasta la noche.
“Si quieres esta noche podemos seguir. Pero ahora debo descansar. Y además… son las cinco de la tarde y no hemos comido”, le recordé.
“¡Es verdad! Se me ha pasado el rato volando… Bueno, no pasa nada. No tengo hambre”, dijo.
“Pues yo sí voy a comer”, le dije. “Espero que no te importe”.
“Claro que no. Yo voy a echar la siesta. Sin ropita. Por si quieres asomarte a verme”, me dijo, y salió después de darme otro beso en los labios.
A esa hora comer algo sólido no me apetecía mucho, a pesar del gasto energético que habíamos hecho, de modo que salí en pelotas del cuarto y me preparé un bocadillo que me comí mientras veía algo en la tele. Pero de pronto, unas ganar muy grandes de hacer pis me interrumpieron, así que me levanté para ir al baño.
Pero algo me detuvo. Una voz. La de Leire. Estaba llorando. Me asomé a su habitación, no me vio porque estaba hecha un ovillo mirando al lado opuesto de la puerta. Y hablando por el móvil.
“Tía… tengo que irme a vivir contigo, no puedo más aquí… él es maravilloso, por eso no puedo seguir aquí… me estoy enamorando de mi hermano”.
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