Capítulo 2: ¡Ciao Laura!
Fue un momento muy tenso. Giulia, a pesar de su corta edad, le dio un dramatismo enorme a la situación. Quizá yo estoy paranóico, quizá fue solo mi impresión, pero parecía que hubiese preparado el momento.
Estábamos los cuatro sentados a la mesa, y en un momento de silencio la niña le preguntó a su padre si alguna vez había empujado a mamá contra la ventana. Laura y yo quedamos helados, nos miramos de reojo y sabíamos que la tormenta estaba a punto de desatarse. Juan David, no había entendido del todo la pregunta de su pequeña hija, “¿A qué te refieres nena?”. Giula le contó que yo había estado empujando a su madre mientras ella se apoyaba en el marco de la ventana, “pero mami se resistió para no caerse”, sentenció la pequeña niña.
Juan David se levantó furioso de la mesa y enseguida me lanzó un puñetazo al que no tuve oportunidad de reaccionar, me lanzó directo al suelo. Él se disponía a seguir agrediéndome pero Laura se interpuso, “basta, déjalo, fue culpa mía, yo le provoqué”, dijo ella para defenderme. Él apenas se agarró la cabeza con ambas manos, la miró fijamente; su mirada estaba llena de rencor. Permaneció así unos segundos para luego cortar el silencio diciéndole “lárgate de mi casa, puta”, se dio la vuelta y se encerró en una habitación. Ella se abalanzó contra la puerta y le rogó para que hablaran y arreglaran las cosas, pero Juan David jamás le respondió.
Yo me dirigí a la habitación en la que me alojaba y empecé a empacar mi maleta. Sabía que mis horas en el apartamento de Laura habían terminado. Laura, al no encontrar respuesta de parte de su marido, partió de casa junto a mí. No tenía otra alternativa, no tenía familia allí, ni en donde pasar la noche, ni siquiera dinero, pues dependía económicamente de Juan David.
Afortunadamente Laura llevaba un buen tiempo en Turín, así que conocía muy bien la ciudad, así como en donde conseguir un hotel relativamente económico para pasar la noche.
A mí me restaban dos días en Italia, luego tenía planeado hacer un recorrido por otros países aledaños como Portugal, España, Francia y, si alcanzaba el dinero, Inglaterra. Pero esos planes iban a cambiar. No podía dejar sola a Laura en medio de esta situación. Ella tenía la esperanza de que el enojo de su esposo iría bajando con el pasar de los días, así que mientras eso ocurría, pasaría el tiempo conmigo.
A mí me parecía que era un plan que no tenía sentido, pues seguramente a su marido no le haría gracia que se hubiese ido conmigo. Aunque él, no necesariamente tenía que saber que ella estaba conmigo, podría pensar que Laura pasaría esos días en casa de algún amigo o amiga.
Laura no paró de llorar de camino al hotel, uno vez que lo encontramos y nos instalamos en una habitación tampoco lo hizo. No me hizo reproche alguno, pero si lamentaba constantemente haber arruinado su matrimonio, la posibilidad de convivir con su esposo y con su hija, y la felicidad de la que había gozado desde que llegó a Italia a vivir con Juan David. Yo solo la consolaba, trataba de animarla diciéndole que su esposo la iba a perdonar, aunque para mis adentros deseaba que no fuera así, pues tenía la oportunidad de convencerla de volver conmigo a nuestra querida Manizales.
Nos hospedamos en el Hotel Miramonti esa noche. Dejamos mis cosas y salimos a cenar. Laura no dejaba de hablar de su drama, lo que era completamente comprensible, pues acababa de ocurrir, aunque para mí no dejaba de ser molesto tener que escucharla lamentarse por lo perdido.
Cuando regresamos al hotel y nos acostamos, la situación no cambió mucho. Laura, en un costado de la cama, y en medio de la oscuridad, empezó a llorar. Yo me di vuelta, la abracé, y empecé a acariciar su cabello, a deslizar suavemente mi mano por su cabeza mientras trataba de tranquilizarla con mis palabras.
Ella, además de sufrir por la pelea con su esposo, tenía angustia de lo que iba a ser de ella. Pues en los tantos años que llevaba en Italia, nunca había tenido un trabajo estable, siempre había vivido del salario de Juan David. Su título profesional en Italia no era considerado, además de no contar con convalidaciones y demás requerimientos para ejercer.
Yo le ofrecí cancelar mis planes turísticos por el resto del continente, para permanecer unos días más allí, sirviéndole como apoyo mientras ella encontraba un trabajo. Eso la tranquilizó un poco.
Luego el cansancio la venció y cayó en un profundo sueño. Inicialmente yo también, pero en la madrugada desperté por el sofocante calor. En ese momento la tentación me venció, y no era para menos, tenía a Laura dormida a mi lado como en los viejos tiempos, tenía que aprovechar la oportunidad. Ella estaba allí, tendida sobre la cama, sin cobija alguna que le cubriera, supongo que en medio del sueño y con el fuerte calor las había hecho a un lado.
Yo la tapé con la sábana, me metí bajo esta y me dirigí rápidamente a su vagina. Tenía la intención de darle un sueño húmedo con mi lengua. Bueno, realmente mi intención era follarla una vez más, pero no sabía cómo podía reaccionar al momento de despertar y encontrarme ahí, disfrutando de ella sin su consentimiento.
De todas formas no me importó, estaba obsesionado y comprendía que tenía que sacar provecho de esta situación en la que ella prácticamente estaba obligada a pasar la noche conmigo.
Ella dormía con un short y una camiseta. No llevaba nada más. El short se lo saqué lentamente. Lo fui deslizando poco a poco hasta poder quitárselo. Las bragas no me interesó quitárselas, solo las corrí un poco hacia el costado para dejar descubierta su zona íntima.
Sin contemplación alguna posé mí cara y concretamente mi lengua sobre su vagina. Empecé a lamerla suavemente, no quería despertarla bruscamente, así que no me precipité. Levantaba la vista ocasionalmente para ver su reacción.
Ella seguía dormida, pero a la vez disfrutaba de lo que ocurría, pues ocasionalmente soltaba algunos jadeos. También gesticulaba, dejando ver que tenía un sueño placentero. Yo empecé a acariciar su entrepierna y los alrededores de su vulva como un estímulo adicional, quería que ella realmente disfrutara de este momento.
Durante unos minutos más continué estimulando su vagina con mi lengua. Ella había despertado, aunque yo no lo sabía, pues ella lo disimuló muy bien.
Pude notarlo una vez que ella me tomó de la cabeza con ambas manos y hundió mi cara contra su vagina. Dudé que hiciera este tipo de cosas y con tal fuerza en medio del sueño, así que una vez pude despegar mi cara de su caliente concha, la miré y noté como sonreía, como me miraba con alto grado de complicidad por lo que hacía.
Empecé a darle unos pequeños besitos por la zona de su pubis y de a poco fui subiendo por su abdomen, el canalillo de sus senos, sus hombros, su cuello y finalmente su boca. Nos enfrascamos en un largo beso, que yo fui acompañando con estimulación manual en su vagina.
Ella separó sus labios de los míos, se dio vuelta, se puso en cuatro y de nuevo me puso cara a cara con su vagina. Yo no renuncié a la estimulación manual, y una vez más acerqué mi mano a su concha, que a esa altura de la madrugada ardía notablemente.
Inicialmente la masturbé solo posando la palma de mi mano con la parte superficial de su vagina, pero la excitación nos fue venciendo, así que mi mano se iba introduciendo de poco en su coño, mientras que ella se movía, cada vez, de forma más brusca, buscando justamente eso; que mis dedos y parte de mi mano entraran en su humanidad.
Ocasionalmente giraba la cabeza para mirarme, para demostrarme con sus gestos que estaba gozando de la situación; para dejarme ver como sus dientes apretaban su labios, y para dejarme ver la linda forma de su boca al dejar escapar sus gemidos.
Introduje dos dedos y empecé a palpar el interior de su coño. Inicialmente con mucha suavidad y delicadeza, pero al notar que no hubo reproche alguno de su parte, fui incrementando el ritmo con el que lo hacía. Llegó un momento en el que se perdió cualquier intento de delicadeza; mis dedos entraban y salían a toda velocidad y con gran vehemencia.
No pude resistir más, así que saqué mi pene y lo introduje rápidamente en su “vagina todoterreno”. De mi parte no hubo en ningún momento la voluntad de ser delicado al follarla, de lo que comúnmente se llama hacer el amor, no, para nada, fui al grano, a penetrarla con completa brutalidad desde un comienzo.
Tanto así que no pasó mucho tiempo para que empezara a azotar sus nalgas. Ella lo disfrutaba. No me lo dijo, pero sus gestos y gemidos cómplices fueron evidencia de ello. Sus macizas nalgas temblaban con cada uno de mis azotes, y poco a poco se fueron tornando rojizas.
Luego la agarré del pelo con ambas manos, jalonándola hacia mí, ayudando que los movimientos fueran siempre contundentes y profundos. Lamentablemente mi condición física me fue venciendo, así que tuve que disminuir el ritmo.
Le pedí cambiar de posición, siendo la del misionero la que menos esfuerzo me generaba. La penetré nuevamente, esta vez sin apuro alguno, sin instinto carnal rebosado. De hecho comencé muy lentamente, tratando así de recuperar el aliento, así como de gozar de otra faceta del sexo.
Me encantaba poder mirarle a la cara mientras la follaba. Ver sus ojitos picarones, sus labios provocadores y su sonrisa cómplice. Disfrutaba de verla abrir ligeramente su boquita, ya fuera para dejar escapar un gemido o jadeo; ver esa microexpresión en la que arrugaba rápidamente el entrecejo, o sencillamente verla apretar los dientes.
Me enloquecía poder besarla a la vez que sentía la humedad de su vagina, agarrarla fuertemente de las caderas, como si se fuese a escapar, para hacer más precisa y profunda la penetración. Me encantaba tenerla cara a cara para hablarle sucio, para expresarle lo mucho que había extrañado lo puta que era.
Gozaba cada vez que ella enterraba sus uñas en mi espalda y empezaba a deslizar sus manos para dejarme marcas. También deliraba agarrando su cabeza con ambas manos, impidiéndole mirar cualquier otra cosa que no fuera mi cara.
A medida que el ritmo fue incrementando, sus gemidos hicieron lo mismo. Su orgasmo se veía venir, pues ya conocía bien su manera de sentirlo, ya sabía yo que cuando ella te amarra y te aprieta fuertemente con sus piernas, quiere decir que está tocando el cielo. Yo no estaba lejos de sentir lo mismo, ver sus mil caras de placer y sentir su cuerpo sudado contra el mío, fue motivo suficiente para descargar una vez más mi esperma en su coño. En simultáneo la besé. Luego me deje caer sobre la cama, ambos quedamos mirando hacia el techo y muy satisfechos de la improvisada sesión de sexo. Tomé su mano y le propuse iniciar de cero conmigo, dejar Italia y regresar junto a mí.
Pero ella se negó. Giulia era motivo suficiente para dar la lucha en Italia. “Si tengo que trabajar de cajera, de reponedora, de domiciliaria, de lo que sea, no me importa, pero quiero ver crecer a mi hija”, dijo destrozando mis esperanzas de recuperarla.
Yo no tenía más opción que aceptar, disfrutar de los días que pasaría junto a ella antes de volver a mi país.
Fue un momento muy tenso. Giulia, a pesar de su corta edad, le dio un dramatismo enorme a la situación. Quizá yo estoy paranóico, quizá fue solo mi impresión, pero parecía que hubiese preparado el momento.
Estábamos los cuatro sentados a la mesa, y en un momento de silencio la niña le preguntó a su padre si alguna vez había empujado a mamá contra la ventana. Laura y yo quedamos helados, nos miramos de reojo y sabíamos que la tormenta estaba a punto de desatarse. Juan David, no había entendido del todo la pregunta de su pequeña hija, “¿A qué te refieres nena?”. Giula le contó que yo había estado empujando a su madre mientras ella se apoyaba en el marco de la ventana, “pero mami se resistió para no caerse”, sentenció la pequeña niña.
Juan David se levantó furioso de la mesa y enseguida me lanzó un puñetazo al que no tuve oportunidad de reaccionar, me lanzó directo al suelo. Él se disponía a seguir agrediéndome pero Laura se interpuso, “basta, déjalo, fue culpa mía, yo le provoqué”, dijo ella para defenderme. Él apenas se agarró la cabeza con ambas manos, la miró fijamente; su mirada estaba llena de rencor. Permaneció así unos segundos para luego cortar el silencio diciéndole “lárgate de mi casa, puta”, se dio la vuelta y se encerró en una habitación. Ella se abalanzó contra la puerta y le rogó para que hablaran y arreglaran las cosas, pero Juan David jamás le respondió.
Yo me dirigí a la habitación en la que me alojaba y empecé a empacar mi maleta. Sabía que mis horas en el apartamento de Laura habían terminado. Laura, al no encontrar respuesta de parte de su marido, partió de casa junto a mí. No tenía otra alternativa, no tenía familia allí, ni en donde pasar la noche, ni siquiera dinero, pues dependía económicamente de Juan David.
Afortunadamente Laura llevaba un buen tiempo en Turín, así que conocía muy bien la ciudad, así como en donde conseguir un hotel relativamente económico para pasar la noche.
A mí me restaban dos días en Italia, luego tenía planeado hacer un recorrido por otros países aledaños como Portugal, España, Francia y, si alcanzaba el dinero, Inglaterra. Pero esos planes iban a cambiar. No podía dejar sola a Laura en medio de esta situación. Ella tenía la esperanza de que el enojo de su esposo iría bajando con el pasar de los días, así que mientras eso ocurría, pasaría el tiempo conmigo.
A mí me parecía que era un plan que no tenía sentido, pues seguramente a su marido no le haría gracia que se hubiese ido conmigo. Aunque él, no necesariamente tenía que saber que ella estaba conmigo, podría pensar que Laura pasaría esos días en casa de algún amigo o amiga.
Laura no paró de llorar de camino al hotel, uno vez que lo encontramos y nos instalamos en una habitación tampoco lo hizo. No me hizo reproche alguno, pero si lamentaba constantemente haber arruinado su matrimonio, la posibilidad de convivir con su esposo y con su hija, y la felicidad de la que había gozado desde que llegó a Italia a vivir con Juan David. Yo solo la consolaba, trataba de animarla diciéndole que su esposo la iba a perdonar, aunque para mis adentros deseaba que no fuera así, pues tenía la oportunidad de convencerla de volver conmigo a nuestra querida Manizales.
Nos hospedamos en el Hotel Miramonti esa noche. Dejamos mis cosas y salimos a cenar. Laura no dejaba de hablar de su drama, lo que era completamente comprensible, pues acababa de ocurrir, aunque para mí no dejaba de ser molesto tener que escucharla lamentarse por lo perdido.
Cuando regresamos al hotel y nos acostamos, la situación no cambió mucho. Laura, en un costado de la cama, y en medio de la oscuridad, empezó a llorar. Yo me di vuelta, la abracé, y empecé a acariciar su cabello, a deslizar suavemente mi mano por su cabeza mientras trataba de tranquilizarla con mis palabras.
Ella, además de sufrir por la pelea con su esposo, tenía angustia de lo que iba a ser de ella. Pues en los tantos años que llevaba en Italia, nunca había tenido un trabajo estable, siempre había vivido del salario de Juan David. Su título profesional en Italia no era considerado, además de no contar con convalidaciones y demás requerimientos para ejercer.
Yo le ofrecí cancelar mis planes turísticos por el resto del continente, para permanecer unos días más allí, sirviéndole como apoyo mientras ella encontraba un trabajo. Eso la tranquilizó un poco.
Luego el cansancio la venció y cayó en un profundo sueño. Inicialmente yo también, pero en la madrugada desperté por el sofocante calor. En ese momento la tentación me venció, y no era para menos, tenía a Laura dormida a mi lado como en los viejos tiempos, tenía que aprovechar la oportunidad. Ella estaba allí, tendida sobre la cama, sin cobija alguna que le cubriera, supongo que en medio del sueño y con el fuerte calor las había hecho a un lado.
Yo la tapé con la sábana, me metí bajo esta y me dirigí rápidamente a su vagina. Tenía la intención de darle un sueño húmedo con mi lengua. Bueno, realmente mi intención era follarla una vez más, pero no sabía cómo podía reaccionar al momento de despertar y encontrarme ahí, disfrutando de ella sin su consentimiento.
De todas formas no me importó, estaba obsesionado y comprendía que tenía que sacar provecho de esta situación en la que ella prácticamente estaba obligada a pasar la noche conmigo.
Ella dormía con un short y una camiseta. No llevaba nada más. El short se lo saqué lentamente. Lo fui deslizando poco a poco hasta poder quitárselo. Las bragas no me interesó quitárselas, solo las corrí un poco hacia el costado para dejar descubierta su zona íntima.
Sin contemplación alguna posé mí cara y concretamente mi lengua sobre su vagina. Empecé a lamerla suavemente, no quería despertarla bruscamente, así que no me precipité. Levantaba la vista ocasionalmente para ver su reacción.
Ella seguía dormida, pero a la vez disfrutaba de lo que ocurría, pues ocasionalmente soltaba algunos jadeos. También gesticulaba, dejando ver que tenía un sueño placentero. Yo empecé a acariciar su entrepierna y los alrededores de su vulva como un estímulo adicional, quería que ella realmente disfrutara de este momento.
Durante unos minutos más continué estimulando su vagina con mi lengua. Ella había despertado, aunque yo no lo sabía, pues ella lo disimuló muy bien.
Pude notarlo una vez que ella me tomó de la cabeza con ambas manos y hundió mi cara contra su vagina. Dudé que hiciera este tipo de cosas y con tal fuerza en medio del sueño, así que una vez pude despegar mi cara de su caliente concha, la miré y noté como sonreía, como me miraba con alto grado de complicidad por lo que hacía.
Empecé a darle unos pequeños besitos por la zona de su pubis y de a poco fui subiendo por su abdomen, el canalillo de sus senos, sus hombros, su cuello y finalmente su boca. Nos enfrascamos en un largo beso, que yo fui acompañando con estimulación manual en su vagina.
Ella separó sus labios de los míos, se dio vuelta, se puso en cuatro y de nuevo me puso cara a cara con su vagina. Yo no renuncié a la estimulación manual, y una vez más acerqué mi mano a su concha, que a esa altura de la madrugada ardía notablemente.
Inicialmente la masturbé solo posando la palma de mi mano con la parte superficial de su vagina, pero la excitación nos fue venciendo, así que mi mano se iba introduciendo de poco en su coño, mientras que ella se movía, cada vez, de forma más brusca, buscando justamente eso; que mis dedos y parte de mi mano entraran en su humanidad.
Ocasionalmente giraba la cabeza para mirarme, para demostrarme con sus gestos que estaba gozando de la situación; para dejarme ver como sus dientes apretaban su labios, y para dejarme ver la linda forma de su boca al dejar escapar sus gemidos.
Introduje dos dedos y empecé a palpar el interior de su coño. Inicialmente con mucha suavidad y delicadeza, pero al notar que no hubo reproche alguno de su parte, fui incrementando el ritmo con el que lo hacía. Llegó un momento en el que se perdió cualquier intento de delicadeza; mis dedos entraban y salían a toda velocidad y con gran vehemencia.
No pude resistir más, así que saqué mi pene y lo introduje rápidamente en su “vagina todoterreno”. De mi parte no hubo en ningún momento la voluntad de ser delicado al follarla, de lo que comúnmente se llama hacer el amor, no, para nada, fui al grano, a penetrarla con completa brutalidad desde un comienzo.
Tanto así que no pasó mucho tiempo para que empezara a azotar sus nalgas. Ella lo disfrutaba. No me lo dijo, pero sus gestos y gemidos cómplices fueron evidencia de ello. Sus macizas nalgas temblaban con cada uno de mis azotes, y poco a poco se fueron tornando rojizas.
Luego la agarré del pelo con ambas manos, jalonándola hacia mí, ayudando que los movimientos fueran siempre contundentes y profundos. Lamentablemente mi condición física me fue venciendo, así que tuve que disminuir el ritmo.
Le pedí cambiar de posición, siendo la del misionero la que menos esfuerzo me generaba. La penetré nuevamente, esta vez sin apuro alguno, sin instinto carnal rebosado. De hecho comencé muy lentamente, tratando así de recuperar el aliento, así como de gozar de otra faceta del sexo.
Me encantaba poder mirarle a la cara mientras la follaba. Ver sus ojitos picarones, sus labios provocadores y su sonrisa cómplice. Disfrutaba de verla abrir ligeramente su boquita, ya fuera para dejar escapar un gemido o jadeo; ver esa microexpresión en la que arrugaba rápidamente el entrecejo, o sencillamente verla apretar los dientes.
Me enloquecía poder besarla a la vez que sentía la humedad de su vagina, agarrarla fuertemente de las caderas, como si se fuese a escapar, para hacer más precisa y profunda la penetración. Me encantaba tenerla cara a cara para hablarle sucio, para expresarle lo mucho que había extrañado lo puta que era.
Gozaba cada vez que ella enterraba sus uñas en mi espalda y empezaba a deslizar sus manos para dejarme marcas. También deliraba agarrando su cabeza con ambas manos, impidiéndole mirar cualquier otra cosa que no fuera mi cara.
A medida que el ritmo fue incrementando, sus gemidos hicieron lo mismo. Su orgasmo se veía venir, pues ya conocía bien su manera de sentirlo, ya sabía yo que cuando ella te amarra y te aprieta fuertemente con sus piernas, quiere decir que está tocando el cielo. Yo no estaba lejos de sentir lo mismo, ver sus mil caras de placer y sentir su cuerpo sudado contra el mío, fue motivo suficiente para descargar una vez más mi esperma en su coño. En simultáneo la besé. Luego me deje caer sobre la cama, ambos quedamos mirando hacia el techo y muy satisfechos de la improvisada sesión de sexo. Tomé su mano y le propuse iniciar de cero conmigo, dejar Italia y regresar junto a mí.
Pero ella se negó. Giulia era motivo suficiente para dar la lucha en Italia. “Si tengo que trabajar de cajera, de reponedora, de domiciliaria, de lo que sea, no me importa, pero quiero ver crecer a mi hija”, dijo destrozando mis esperanzas de recuperarla.
Yo no tenía más opción que aceptar, disfrutar de los días que pasaría junto a ella antes de volver a mi país.
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1 comentarios - ¡Ciao Laura! (Capítulo 2)