La historia que voy a contar ocurrió durante el estado de alarma decretado por el gobierno en marzo de 2020 debido a la alerta sanitaria provocada por el coronavirus.
Antes de nada, me presentaré. Me llamo Rafa, tengo 35 años y vivo en Castellón de la Plana. Desde hace unos meses, vivo en casa de mi madre, ya que me he quedado en paro y las dificultades económicas por las que estoy pasando me impiden pagar un alquiler. Así que me he visto obligado a volver a casa. Mi madre lleva tiempo viviendo sola y está encantada de volver a tenerme a su lado para hacerle algo de compañía.
Desde que empezó el estado de alarma, hemos llevado muy bien el confinamiento. Nos hemos organizado perfectamente para hacer la compra, cocinar, limpiar la casa y tener bastante tiempo libre que yo dedicaba a leer, ver películas, hacer algo de deporte etc… Lo que peor llevaba era el tema de la abstinencia sexual, a pesar de que de vez en cuando me retiraba un rato a mi cuarto y me dedicaba a masturbarme para aliviar así la tensión sexual acumulada. Y digo tensión sexual acumulada porque uno no es de piedra, y mi madre, seguramente porque llevaba años viviendo sola, se paseaba continuamente por la casa a todas horas bastante ligera de ropa, por no decir casi desnuda.
La verdad es que yo nunca había visto a mi madre con otros ojos que no fueran los de un hijo hacia su madre, aunque he de reconocer que me producen muchísimo morbo y excitación las relaciones incestuosas maternofiliales, pero siempre he considerado esto como una mera fantasía, que he utilizado en numerosas ocasiones para mis “trabajos manuales” pero nunca pensando en mi madre.
Como digo, mi madre se paseaba por la casa bastante suelta. Había días que solo llevaba puestas unas braguitas y una camiseta, otros días se quedaba solo con unas braguitas y una bata de estar por casa bastante corta y otros días salía directamente de la ducha con un albornoz sin ropa interior y se quedaba así todo el día. Todas estas circunstancias no pasaban desapercibidas para mí y poco a poco fui dándome cuenta de que por las tardes en mi habitación estaba empalmado y no dejaban de pasar por mi cabeza esas imágenes de mi madre que había visto durante el día. La cosa iba a más, hasta que llegué a hacerme alguna paja fantaseando con que mi madre entraba en mi habitación y me hacía una mamada o se sacaba sus enormes tetas y me hacía una rica cubana hasta que mi polla explotaba y llenaba su cara de caliente y espeso semen.
Mi madre es una mujer madura de 55 años pero se conserva magníficamente. Es morena con el pelo largo y ondulado, tiene unos pechos generosos, amplias caderas, cintura estrecha, y muslos y culo firmes. Vamos, que es una buena hembra. El único problema es que es mi madre y esa barrera hace que solo otros podrán follársela, yo me tengo que conformar con fantasear en mis momentos onanistas, cosa que ya me parece ir demasiado lejos. A veces me hace sentir mal el hecho de tener esos pensamientos sucios y lascivos con mi madre de protagonista.
Así que con el paso de las semanas en confinamiento, mi rutina se empezó a convertir en no perder detalle de mi madre cuando cocinaba, limpiaba, atento a cuando se agachaba y podía ver algo más de la cuenta, o se subía en una silla para coger algo del armario y podía disfrutar de unas vistas fabulosas, siempre con mucha discreción y cautela. Luego, en la hora de la siesta, la observaba dormir en el sofá, semidesnuda. A veces me acercaba a ella y podía notar su calor y miraba todo lo cerca que podía su fina piel. Ponía mi mano cerca de sus muslos y de su culo y me excitaba muchísimo. Ella dormía. Luego, me iba al cuarto, dejaba la puerta abierta, con la esperanza de que ella viniera, y me tumbaba en la cama a hacerme una paja. He de reconocer que fueron las mejores pajas de mi vida.
Una tarde, yo estaba leyendo en el salón y mi madre había estado pasando el aspirador por toda la casa. Ni que decir tiene que no avancé ni una sola página del libro que estaba leyendo. Era imposible concentrarse, y no por el ruido del aspirador, eso era lo de menos, sino porque ver pasar a mi madre en bragas y con una camiseta bastante corta y sin sujetador agachándose por los rincones a la caza de las pelusas de la casa, era bastante más motivante que seguir con la novela que tenía entre manos, que no estaba mal. Se me había puesto la polla dura como el acero. Con el libro intentaba ocultar la erección ya que era más que evidente. Al terminar de pasar el aspirador, mi madre se fue a dar una ducha. Empecé a oir el grifo del baño y no pude evitar imaginar a mi madre desnuda bajo el agua tibia acariciándose el cuerpo con sus manos enjabonadas. Se me pasó por la cabeza una locura y cuando me di cuenta, ya estaba caminando hacia el baño. Vi la puerta entreabierta, me asomé con muchísimo cuidado y a través del espejo pude ver exactamente lo que había imaginado. Mi madre estaba enjabonando su cuerpo de manera deliciosa. Seguramente no era la primera vez que veía a mi madre así desnuda, pero sí era la primera vez que estaba viendo a mi madre desnuda al mismo tiempo que tenía la polla tiesa entre mis manos. Me meneaba la polla suavemente, saboreando cada pasada, mientras disfrutaba del espectáculo. Estaba tranquilo porque pude ver a través del espejo que mi madre tenía los ojos cerrados, seguramente para evitar que le entrase jabón, y me decidí a acercarme más para verla directamente, sin necesidad de espejo. Abrí la puerta un poco más y me asomé con mucho cuidado agarrado a mi pene erecto. Y ahí estaba yo, pajeándome mientras observaba el maravilloso cuerpo de mi madre cubierto de espuma y ambos, ella y yo, compartiendo el vapor de agua que inundaba la estancia. Me la meneaba cada vez con más ímpetu y me entraban unas ganas enormes de meterme en la ducha con mi madre y decirle que acabara ella de pajearme con sus tetas. ¿Cómo reaccionaría? Pensé que era una locura, aquello no podía ser. Un pequeño hilo de cordura salvó la situación. Me seguí pajeando cada vez más rápido, centré mi mirada en aquellas magníficas tetas y me corrí de manera sublime intentando no hacer mucho ruido. Salí con cuidado del baño con las manos llenas de lefa y cruzando los dedos para que mi madre no se hubiera dado cuenta de lo que acababa de pasar. Me acababa de hacer la mejor paja de mi vida hasta el momento. ¡Dios, bendito confinamiento!
Otra tarde, estábamos los dos en el salón. Habíamos puesto una película y yo mientras hacía algo de ejercicio en la bicicleta estática. Mi madre veía la película tumbada en el sofá. Se había quedado medio dormida y yo estaba más pendiente de mirarla a ella echada en el sofá que de seguir la película. Dejé la bicicleta y me puse a hacer unas abdominales sentado en la alfombra a los pies del sofá donde yacía dormida ella. Cada vez que me echaba hacia atrás podía asomarme por debajo de mi madre y las vistas eran maravillosas. Me di cuenta en seguida de que no se había puesto bragas ese día, y rápidamente mi polla reaccionó poniéndose como una roca. Perdí la cuenta de las abdominales que hice, pero disfruté enormemente cada una de ellas. Al acabar fui al baño a ducharme. Ella dormía. Me metí en la ducha dejando la puerta del baño entreabierta, fantaseando como siempre con que mi madre vendría y me comería la polla entera. Mientras me duchaba no dejaba de pensar en mi madre recostada en el sofá sin bragas y comencé a menearme el rabo enjabonándomelo con ambas manos. Qué curioso, hace unos días era mi madre la que se enjabonaba en la ducha y yo la miraba desde fuera pajeándome, y ahora era yo el que estaba ahí, bajo el agua, pero no estaba ella. Busqué con la mirada el espejo para ver el sitio desde el que yo me había pajeado la otra tarde observando a mi madre, cuando me pareció ver una sombra pasar por el pasillo. No podía ser, mi madre estaba dormida profundamente en el sofá y no había oído ningún ruido que mi hiciera pensar que se había levantado. Seguí con mi ducha y mi paja, mirando de reojo al espejo para vigilar. En un momento dado, la sombra volvió a pasar pero esta vez se quedó en la puerta. La claridad que entraba desde fuera del cuarto de baño por la rendija había desaparecido. Dudé unos instantes pero pensé que no estaba haciendo nada malo, masturbarse es algo natural, y continúe meneándomela hasta el final, eyaculando de manera portentosa contra la pared de la ducha y emitiendo algún que otro jadeo de manera discreta. Entonces, la sombra desapareció. Yo estaba perplejo, ¿había estado mi madre espiándome mientras me duchaba y me meneaba la polla bajo el agua? Con solo pensarlo me ponía cachondo, pero seguramente había alguna otra explicación más racional para lo que acababa de pasar. Me sequé, me vestí y me fui a mi habitación. Al pasar por la puerta del salón, vi a mi madre sentada en el sofá mirando la película.
Esa noche, durante la cena, el ambiente no era el mismo que en otras ocasiones. Ambos estábamos sentados en la mesa del salón comiendo un sandwich y una ensalada y viendo la tele, en silencio, pensativos, inmersos en nosotros mismos, como percibiendo que algo raro estaba pasando. Apenas hablamos y lo poco que hablamos fueron cosas banales, intranscendentes, algún comentario tonto sobre el insulso programa que estaban emitiendo a esa hora en la televisión. Tras la cena, mi madre dijo que se encontraba cansada y se iba a la cama. Me dio un beso de buenas noches y se fue a su habitación. Yo me quedé un rato más viendo la tele, aunque más bien lo que hacía era darle vueltas a la cabeza y a todo lo que había pasado estos últimos días. Me excitaba muchísimo recordar todo lo ocurrido y a la vez me sentía mal por tener esos pensamientos de mi madre, el fantasear con ella, imaginar que me la follaba, que me cabalgaba como loca y me ofrecía sus tetas para correrme sobre ellas. Aquello no estaba bien, pero no lo podía remediar y me ponía muy caliente con mis pensamientos. Intenté hacer un esfuerzo por sacar todas esas locuras de mi cabeza y me fui a la cama. Vi luz en la habitación de mi madre a través de la puerta entreabierta. Pasé de largo y entré en mi cuarto, cerré la puerta y me metí en la cama. Durante casi dos horas di vueltas y más vueltas intentando conciliar el sueño, pero era imposible. No podía sacar esos sucios y a la vez excitantes pensamientos de mi cabeza. Todo lo que pasaba por mi mente se traducía en continuas erecciones de mi pene, pero había tomado la decisión de abandonar esas ideas para siempre y tenía que ser fuerte. Eran las tres de la mañana y estaba totalmente desvelado. Me levanté y fui al baño. Me costó bastante poder orinar ya que tenía una erección como un caballo, pero finalmente lo conseguí, aunque la erección volvió tras la micción. Al salir del cuarto de baño, me fijé que en la habitación de mi madre seguía habiendo luz. Me acerqué sigilosamente y pude ver que estaba recostada en la cama con la mirada y la mente perdidas sin poder conciliar el sueño. Volví sin hacer ruido a mi cuarto. Esta vez dejé la puerta entornada y me senté en la silla de mi escritorio, justo enfrente de la puerta. “Ésta será la última vez”, me dije, y me saque la polla y comencé a acariciármela muy despacio. Iba a ser la última paja que me hiciera pensando en mi madre, aquello tenía que acabar. Estaba totalmente desnudo sentado en la silla. La puerta entreabierta, como siempre, fantaseando con que viniera mi madre y me pillara pajeándome. Me la meneaba muy despacio, disfrutando de esta última masturbación incestuosa. De pronto, la sombra. Unos segundos eternos permaneció detrás de la puerta esa sombra. Yo no paré de meneármela. Entonces la puerta se abrió despacio y mi madre, esa mujer de 55 años que me dio la vida, apareció en la penumbra del pasillo y poco a poco entró en mi cuarto. Llevaba puesta una fina y corta bata de seda atada a la cintura con un pequeño cordón. Descalza, silenciosa, enormemente bella. Se acercó a mí sin decir nada. Cuando estuvo justo enfrente se desató la bata, permitiéndome ver su desnudez ya que no llevaba ropa interior. Sus pechos se asomaban tímidamente a través de su escote. Para entonces yo había soltado mi pene. No daba crédito a lo que estaba pasando, pero mi enorme polla sí, ya que permaneció erguida cual mástil ante el temporal. Mi madre se arrodilló ante mí mirándome a los ojos, se abrió la bata, cogió con sus manos aquellas enormes tetas y las colocó a ambos lados de mi verga. Empezó a frotarlas arriba y abajo con una cadencia dulce, cálida y suave que mi pene agradeció poniéndose más duro si cabe. Yo la miraba a los ojos, y ella a mí. Y sus tetas en mi polla. No sé cuánto tiempo me estuvo pajeando, yo estaba en otra dimensión y perdí la noción del espacio-tiempo. Mi polla chorreaba y lubricaba aquellas dos tetas maravillosas de piel tersa y pezones duros que notaba clavarse en mis piernas. Tras un buen rato, mi madre se levantó. Yo no había eyaculado, pero estaba a punto de reventar. Mi pene temblaba de excitación. Mi madre se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, sin decir nada. Pensé “gracias mamá, ambos sabemos que esto no ha estado bien, pero quedará entre nosotros. Ahora, yo acabaré de hacerme esta paja que me has regalado y mañana será otro día y todo habrá quedado atrás”. Mi madre llegó a la puerta, dudó unos instantes y entonces, para mi total desconcierto, la cerró y si giró. Caminó de nuevo hacia mí, despacio, tímida, insegura. Dejó caer la bata en el suelo y completamente desnuda se arrodilló en la cama. Entonces pronunció entre susurros las tres palabras con las que yo había soñado tanto tiempo y que ahora escuchaba salir de su boca: “ Fóllame, hijo mío”. Yo no me podía creer lo que estaba pasando. Pero instintivamente me levanté, me acerqué a ella, me agarré la chorreante polla con mi mano temblorosa y la aproximé muy despacio a la entrada de su vagina. Tenía a mi madre ante mí a cuatro patas, ofreciéndome su coño depilado, húmedo y caliente. Me quería correr ya mismo, pero tenía que aguantar, estaba a escasos dos centímetros de follarme a mi madre y sí, quería hacerlo. Noté el contacto con la húmeda piel de su coño y empujé suavemente. Poco a poco fui perdiendo de vista mi polla, que se abría paso en aquella cálida gruta que era el coño de mamá. A medida que entraba podía escuchar el jadeo constante y amortiguado que emitía mi madre. Yo permanecía callado, gozoso, excitado. Se la metí entera y permanecimos así unos segundos. El tiempo se paró. Yo me quería correr ya. No me podía mover o me correría. Acariciaba sus muslos, sus firmes nalgas, estiraba los brazos para poder llegar a aquellas tetas imponentes, notaba sus pezones duros. Mi polla quieta allí dentro, notando las contracciones de su vagina, que me volvían loco. No podía más y quise decírselo a mi madre. Por fin, pude decirle aquellas palabras que jamás pensé que iba a decirle nunca: “Mamá, me quiero correr dentro de ti”. Mi madre se giró levemente hacia mí y me contestó: “Fóllame hijo mío, y córrete bien fuerte dentro de mamá”. Entonces, empecé un metesaca firme y decidido, haciendo enormes esfuerzos para aguantar lo máximo posible. Los jadeos de mi madre eran ya descarados, se estaba dejando llevar. Ambos sudábamos, desnudos, pegados uno al otro, unidos por nuestros genitales, madre e hijo, follando como dos adolescentes solos en mitad de la noche. La fricción de mi pene en su vagina era cada vez más húmeda, más deliciosa. Y no pude más. Y me corrí. Y llené con mi semen la vagina de mamá, entre espasmos de placer suyos y míos, y gritos, y susurros y abrazos y lenguas que se funden. Y así nos quedamos, dormidos, con mi pene atrapado entre sus piernas, derretido. Y mañana, será otro día.
Antes de nada, me presentaré. Me llamo Rafa, tengo 35 años y vivo en Castellón de la Plana. Desde hace unos meses, vivo en casa de mi madre, ya que me he quedado en paro y las dificultades económicas por las que estoy pasando me impiden pagar un alquiler. Así que me he visto obligado a volver a casa. Mi madre lleva tiempo viviendo sola y está encantada de volver a tenerme a su lado para hacerle algo de compañía.
Desde que empezó el estado de alarma, hemos llevado muy bien el confinamiento. Nos hemos organizado perfectamente para hacer la compra, cocinar, limpiar la casa y tener bastante tiempo libre que yo dedicaba a leer, ver películas, hacer algo de deporte etc… Lo que peor llevaba era el tema de la abstinencia sexual, a pesar de que de vez en cuando me retiraba un rato a mi cuarto y me dedicaba a masturbarme para aliviar así la tensión sexual acumulada. Y digo tensión sexual acumulada porque uno no es de piedra, y mi madre, seguramente porque llevaba años viviendo sola, se paseaba continuamente por la casa a todas horas bastante ligera de ropa, por no decir casi desnuda.
La verdad es que yo nunca había visto a mi madre con otros ojos que no fueran los de un hijo hacia su madre, aunque he de reconocer que me producen muchísimo morbo y excitación las relaciones incestuosas maternofiliales, pero siempre he considerado esto como una mera fantasía, que he utilizado en numerosas ocasiones para mis “trabajos manuales” pero nunca pensando en mi madre.
Como digo, mi madre se paseaba por la casa bastante suelta. Había días que solo llevaba puestas unas braguitas y una camiseta, otros días se quedaba solo con unas braguitas y una bata de estar por casa bastante corta y otros días salía directamente de la ducha con un albornoz sin ropa interior y se quedaba así todo el día. Todas estas circunstancias no pasaban desapercibidas para mí y poco a poco fui dándome cuenta de que por las tardes en mi habitación estaba empalmado y no dejaban de pasar por mi cabeza esas imágenes de mi madre que había visto durante el día. La cosa iba a más, hasta que llegué a hacerme alguna paja fantaseando con que mi madre entraba en mi habitación y me hacía una mamada o se sacaba sus enormes tetas y me hacía una rica cubana hasta que mi polla explotaba y llenaba su cara de caliente y espeso semen.
Mi madre es una mujer madura de 55 años pero se conserva magníficamente. Es morena con el pelo largo y ondulado, tiene unos pechos generosos, amplias caderas, cintura estrecha, y muslos y culo firmes. Vamos, que es una buena hembra. El único problema es que es mi madre y esa barrera hace que solo otros podrán follársela, yo me tengo que conformar con fantasear en mis momentos onanistas, cosa que ya me parece ir demasiado lejos. A veces me hace sentir mal el hecho de tener esos pensamientos sucios y lascivos con mi madre de protagonista.
Así que con el paso de las semanas en confinamiento, mi rutina se empezó a convertir en no perder detalle de mi madre cuando cocinaba, limpiaba, atento a cuando se agachaba y podía ver algo más de la cuenta, o se subía en una silla para coger algo del armario y podía disfrutar de unas vistas fabulosas, siempre con mucha discreción y cautela. Luego, en la hora de la siesta, la observaba dormir en el sofá, semidesnuda. A veces me acercaba a ella y podía notar su calor y miraba todo lo cerca que podía su fina piel. Ponía mi mano cerca de sus muslos y de su culo y me excitaba muchísimo. Ella dormía. Luego, me iba al cuarto, dejaba la puerta abierta, con la esperanza de que ella viniera, y me tumbaba en la cama a hacerme una paja. He de reconocer que fueron las mejores pajas de mi vida.
Una tarde, yo estaba leyendo en el salón y mi madre había estado pasando el aspirador por toda la casa. Ni que decir tiene que no avancé ni una sola página del libro que estaba leyendo. Era imposible concentrarse, y no por el ruido del aspirador, eso era lo de menos, sino porque ver pasar a mi madre en bragas y con una camiseta bastante corta y sin sujetador agachándose por los rincones a la caza de las pelusas de la casa, era bastante más motivante que seguir con la novela que tenía entre manos, que no estaba mal. Se me había puesto la polla dura como el acero. Con el libro intentaba ocultar la erección ya que era más que evidente. Al terminar de pasar el aspirador, mi madre se fue a dar una ducha. Empecé a oir el grifo del baño y no pude evitar imaginar a mi madre desnuda bajo el agua tibia acariciándose el cuerpo con sus manos enjabonadas. Se me pasó por la cabeza una locura y cuando me di cuenta, ya estaba caminando hacia el baño. Vi la puerta entreabierta, me asomé con muchísimo cuidado y a través del espejo pude ver exactamente lo que había imaginado. Mi madre estaba enjabonando su cuerpo de manera deliciosa. Seguramente no era la primera vez que veía a mi madre así desnuda, pero sí era la primera vez que estaba viendo a mi madre desnuda al mismo tiempo que tenía la polla tiesa entre mis manos. Me meneaba la polla suavemente, saboreando cada pasada, mientras disfrutaba del espectáculo. Estaba tranquilo porque pude ver a través del espejo que mi madre tenía los ojos cerrados, seguramente para evitar que le entrase jabón, y me decidí a acercarme más para verla directamente, sin necesidad de espejo. Abrí la puerta un poco más y me asomé con mucho cuidado agarrado a mi pene erecto. Y ahí estaba yo, pajeándome mientras observaba el maravilloso cuerpo de mi madre cubierto de espuma y ambos, ella y yo, compartiendo el vapor de agua que inundaba la estancia. Me la meneaba cada vez con más ímpetu y me entraban unas ganas enormes de meterme en la ducha con mi madre y decirle que acabara ella de pajearme con sus tetas. ¿Cómo reaccionaría? Pensé que era una locura, aquello no podía ser. Un pequeño hilo de cordura salvó la situación. Me seguí pajeando cada vez más rápido, centré mi mirada en aquellas magníficas tetas y me corrí de manera sublime intentando no hacer mucho ruido. Salí con cuidado del baño con las manos llenas de lefa y cruzando los dedos para que mi madre no se hubiera dado cuenta de lo que acababa de pasar. Me acababa de hacer la mejor paja de mi vida hasta el momento. ¡Dios, bendito confinamiento!
Otra tarde, estábamos los dos en el salón. Habíamos puesto una película y yo mientras hacía algo de ejercicio en la bicicleta estática. Mi madre veía la película tumbada en el sofá. Se había quedado medio dormida y yo estaba más pendiente de mirarla a ella echada en el sofá que de seguir la película. Dejé la bicicleta y me puse a hacer unas abdominales sentado en la alfombra a los pies del sofá donde yacía dormida ella. Cada vez que me echaba hacia atrás podía asomarme por debajo de mi madre y las vistas eran maravillosas. Me di cuenta en seguida de que no se había puesto bragas ese día, y rápidamente mi polla reaccionó poniéndose como una roca. Perdí la cuenta de las abdominales que hice, pero disfruté enormemente cada una de ellas. Al acabar fui al baño a ducharme. Ella dormía. Me metí en la ducha dejando la puerta del baño entreabierta, fantaseando como siempre con que mi madre vendría y me comería la polla entera. Mientras me duchaba no dejaba de pensar en mi madre recostada en el sofá sin bragas y comencé a menearme el rabo enjabonándomelo con ambas manos. Qué curioso, hace unos días era mi madre la que se enjabonaba en la ducha y yo la miraba desde fuera pajeándome, y ahora era yo el que estaba ahí, bajo el agua, pero no estaba ella. Busqué con la mirada el espejo para ver el sitio desde el que yo me había pajeado la otra tarde observando a mi madre, cuando me pareció ver una sombra pasar por el pasillo. No podía ser, mi madre estaba dormida profundamente en el sofá y no había oído ningún ruido que mi hiciera pensar que se había levantado. Seguí con mi ducha y mi paja, mirando de reojo al espejo para vigilar. En un momento dado, la sombra volvió a pasar pero esta vez se quedó en la puerta. La claridad que entraba desde fuera del cuarto de baño por la rendija había desaparecido. Dudé unos instantes pero pensé que no estaba haciendo nada malo, masturbarse es algo natural, y continúe meneándomela hasta el final, eyaculando de manera portentosa contra la pared de la ducha y emitiendo algún que otro jadeo de manera discreta. Entonces, la sombra desapareció. Yo estaba perplejo, ¿había estado mi madre espiándome mientras me duchaba y me meneaba la polla bajo el agua? Con solo pensarlo me ponía cachondo, pero seguramente había alguna otra explicación más racional para lo que acababa de pasar. Me sequé, me vestí y me fui a mi habitación. Al pasar por la puerta del salón, vi a mi madre sentada en el sofá mirando la película.
Esa noche, durante la cena, el ambiente no era el mismo que en otras ocasiones. Ambos estábamos sentados en la mesa del salón comiendo un sandwich y una ensalada y viendo la tele, en silencio, pensativos, inmersos en nosotros mismos, como percibiendo que algo raro estaba pasando. Apenas hablamos y lo poco que hablamos fueron cosas banales, intranscendentes, algún comentario tonto sobre el insulso programa que estaban emitiendo a esa hora en la televisión. Tras la cena, mi madre dijo que se encontraba cansada y se iba a la cama. Me dio un beso de buenas noches y se fue a su habitación. Yo me quedé un rato más viendo la tele, aunque más bien lo que hacía era darle vueltas a la cabeza y a todo lo que había pasado estos últimos días. Me excitaba muchísimo recordar todo lo ocurrido y a la vez me sentía mal por tener esos pensamientos de mi madre, el fantasear con ella, imaginar que me la follaba, que me cabalgaba como loca y me ofrecía sus tetas para correrme sobre ellas. Aquello no estaba bien, pero no lo podía remediar y me ponía muy caliente con mis pensamientos. Intenté hacer un esfuerzo por sacar todas esas locuras de mi cabeza y me fui a la cama. Vi luz en la habitación de mi madre a través de la puerta entreabierta. Pasé de largo y entré en mi cuarto, cerré la puerta y me metí en la cama. Durante casi dos horas di vueltas y más vueltas intentando conciliar el sueño, pero era imposible. No podía sacar esos sucios y a la vez excitantes pensamientos de mi cabeza. Todo lo que pasaba por mi mente se traducía en continuas erecciones de mi pene, pero había tomado la decisión de abandonar esas ideas para siempre y tenía que ser fuerte. Eran las tres de la mañana y estaba totalmente desvelado. Me levanté y fui al baño. Me costó bastante poder orinar ya que tenía una erección como un caballo, pero finalmente lo conseguí, aunque la erección volvió tras la micción. Al salir del cuarto de baño, me fijé que en la habitación de mi madre seguía habiendo luz. Me acerqué sigilosamente y pude ver que estaba recostada en la cama con la mirada y la mente perdidas sin poder conciliar el sueño. Volví sin hacer ruido a mi cuarto. Esta vez dejé la puerta entornada y me senté en la silla de mi escritorio, justo enfrente de la puerta. “Ésta será la última vez”, me dije, y me saque la polla y comencé a acariciármela muy despacio. Iba a ser la última paja que me hiciera pensando en mi madre, aquello tenía que acabar. Estaba totalmente desnudo sentado en la silla. La puerta entreabierta, como siempre, fantaseando con que viniera mi madre y me pillara pajeándome. Me la meneaba muy despacio, disfrutando de esta última masturbación incestuosa. De pronto, la sombra. Unos segundos eternos permaneció detrás de la puerta esa sombra. Yo no paré de meneármela. Entonces la puerta se abrió despacio y mi madre, esa mujer de 55 años que me dio la vida, apareció en la penumbra del pasillo y poco a poco entró en mi cuarto. Llevaba puesta una fina y corta bata de seda atada a la cintura con un pequeño cordón. Descalza, silenciosa, enormemente bella. Se acercó a mí sin decir nada. Cuando estuvo justo enfrente se desató la bata, permitiéndome ver su desnudez ya que no llevaba ropa interior. Sus pechos se asomaban tímidamente a través de su escote. Para entonces yo había soltado mi pene. No daba crédito a lo que estaba pasando, pero mi enorme polla sí, ya que permaneció erguida cual mástil ante el temporal. Mi madre se arrodilló ante mí mirándome a los ojos, se abrió la bata, cogió con sus manos aquellas enormes tetas y las colocó a ambos lados de mi verga. Empezó a frotarlas arriba y abajo con una cadencia dulce, cálida y suave que mi pene agradeció poniéndose más duro si cabe. Yo la miraba a los ojos, y ella a mí. Y sus tetas en mi polla. No sé cuánto tiempo me estuvo pajeando, yo estaba en otra dimensión y perdí la noción del espacio-tiempo. Mi polla chorreaba y lubricaba aquellas dos tetas maravillosas de piel tersa y pezones duros que notaba clavarse en mis piernas. Tras un buen rato, mi madre se levantó. Yo no había eyaculado, pero estaba a punto de reventar. Mi pene temblaba de excitación. Mi madre se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, sin decir nada. Pensé “gracias mamá, ambos sabemos que esto no ha estado bien, pero quedará entre nosotros. Ahora, yo acabaré de hacerme esta paja que me has regalado y mañana será otro día y todo habrá quedado atrás”. Mi madre llegó a la puerta, dudó unos instantes y entonces, para mi total desconcierto, la cerró y si giró. Caminó de nuevo hacia mí, despacio, tímida, insegura. Dejó caer la bata en el suelo y completamente desnuda se arrodilló en la cama. Entonces pronunció entre susurros las tres palabras con las que yo había soñado tanto tiempo y que ahora escuchaba salir de su boca: “ Fóllame, hijo mío”. Yo no me podía creer lo que estaba pasando. Pero instintivamente me levanté, me acerqué a ella, me agarré la chorreante polla con mi mano temblorosa y la aproximé muy despacio a la entrada de su vagina. Tenía a mi madre ante mí a cuatro patas, ofreciéndome su coño depilado, húmedo y caliente. Me quería correr ya mismo, pero tenía que aguantar, estaba a escasos dos centímetros de follarme a mi madre y sí, quería hacerlo. Noté el contacto con la húmeda piel de su coño y empujé suavemente. Poco a poco fui perdiendo de vista mi polla, que se abría paso en aquella cálida gruta que era el coño de mamá. A medida que entraba podía escuchar el jadeo constante y amortiguado que emitía mi madre. Yo permanecía callado, gozoso, excitado. Se la metí entera y permanecimos así unos segundos. El tiempo se paró. Yo me quería correr ya. No me podía mover o me correría. Acariciaba sus muslos, sus firmes nalgas, estiraba los brazos para poder llegar a aquellas tetas imponentes, notaba sus pezones duros. Mi polla quieta allí dentro, notando las contracciones de su vagina, que me volvían loco. No podía más y quise decírselo a mi madre. Por fin, pude decirle aquellas palabras que jamás pensé que iba a decirle nunca: “Mamá, me quiero correr dentro de ti”. Mi madre se giró levemente hacia mí y me contestó: “Fóllame hijo mío, y córrete bien fuerte dentro de mamá”. Entonces, empecé un metesaca firme y decidido, haciendo enormes esfuerzos para aguantar lo máximo posible. Los jadeos de mi madre eran ya descarados, se estaba dejando llevar. Ambos sudábamos, desnudos, pegados uno al otro, unidos por nuestros genitales, madre e hijo, follando como dos adolescentes solos en mitad de la noche. La fricción de mi pene en su vagina era cada vez más húmeda, más deliciosa. Y no pude más. Y me corrí. Y llené con mi semen la vagina de mamá, entre espasmos de placer suyos y míos, y gritos, y susurros y abrazos y lenguas que se funden. Y así nos quedamos, dormidos, con mi pene atrapado entre sus piernas, derretido. Y mañana, será otro día.
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