Dedicado a @clase79 que gentilmente me permitió usar imágenes de sus posteos para ilustrar estas palabras
Poseída del alba
Me suele pasar por las noches. Siempre que estoy sola.
Lo vivo casi como un sueño. Pero es real. Se siente real.
En la más caliente noche de verano o en la más fría noche del invierno, no importa.
Me busca, me encuentra y me asombra, me sorprende.
Nunca logro percibirlo con anticipación hasta que ya es tarde y me alcanza.
Es algo que me acecha y se apodera de mí, de mi cuerpo.
De mis actos. De mi cordura.
Me posee. Me atrapa, me arrebata y me transporta.
Comienza con una sensación suave entre los labios. Un sabor dulce y ácido que me inunda la boca de saliva. Y a la vez me provoca sed.
Calor en el cuerpo. Mucho calor.
Me recorro la frente, el cuello con el dorso de las manos.
Pero el calor no baja. Mis manos sí. Bajan. Recorren mi cuerpo.
Me despojan de la ropa.
Me siento sofocada. Me cuesta respirar. Estoy agitada. Afiebrada.
Me paso la lengua por los labios para humedecerlos. Siento el vaho del vapor que mi piel genera.
Separo mis piernas. Las abro tratando de refrescar mi cuerpo. Pero el calor no cede.
Me acaricio el vientre, los pechos, con mis manos. Mis pezones endurecen.
Quiero estirarme, sentir una brisa que me alivie un poco este calor que me vuelve loca.
Pierdo la cabeza. Pellizco mis pezones. Fuerte. Más fuerte.
Siento una descarga que me recorre la columna vertebral y termina entre mis piernas.
Lo repito. ¡Ay! La espada se me arquea. Me muerdo los labios.
El corazón acelera. Mis muslos se agitan. Se abren más. Hasta el límite.
Siento que se me parten. Tengo que llevar mis manos hacia mi pubis para no desgarrarme. Apretarme fuerte.
Y mi concha es una brasa encendida. Un fuego húmedo que me quema.
Un ardor magnético, una energía mágica, que atrae mis manos. Y ya no puedo sacarlas.
Lo intento. Las muevo, muevo los dedos. Lucho por despegarme.
Pero mi sexo me domina. Dispone de ellos. Los usa, se burla. Los hace bailar a su antojo.
Cuánto más fuerza haga más se adueña de ellos.
Y si me dejo, me absorbe. Me los come. Me engulle dos, tres dedos.
Mientras los otros intentan rescatarlos pulsando fuerte. Apretando con intensidad. Arañando con fervor.
Por momentos, con fuerza, con movimientos rápidos, logro recuperarlos de su interior.
Pero ahí muestra su verdadero poder y de un impulso vuelve a engullirlos hasta el fondo.
Yo desesperada muevo los dedos apresados, los abro, los cierro, los empujo un poco más.
Siento la viscosidad que los recubre. Esa gelatina salobre, dulce y picante. Que no cesa de fluir. Un manantial caliente. Hirviente.
Como yo. Que no soporto más.
Que siento mis pezones estallar al ritmo descontrolado de mi corazón.
Que trato, ya con todo el cuerpo, de librarme.
Con pataleos. Sollozando. Agitándome en la cama. Saltando sobre mí.
Hasta que todo se vuelve insoportable…
¡No aguanto más!
Y grito. Grito fuerte.
Grito para recuperar mi libertad.
Grito hasta extenuarme.
Grito con todo el cuerpo…
Y lo consigo.
Llega la calma.
Y el sueño continúa.
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Poseída del alba
Me suele pasar por las noches. Siempre que estoy sola.
Lo vivo casi como un sueño. Pero es real. Se siente real.
En la más caliente noche de verano o en la más fría noche del invierno, no importa.
Me busca, me encuentra y me asombra, me sorprende.
Nunca logro percibirlo con anticipación hasta que ya es tarde y me alcanza.
Es algo que me acecha y se apodera de mí, de mi cuerpo.
De mis actos. De mi cordura.
Me posee. Me atrapa, me arrebata y me transporta.
Comienza con una sensación suave entre los labios. Un sabor dulce y ácido que me inunda la boca de saliva. Y a la vez me provoca sed.
Calor en el cuerpo. Mucho calor.
Me recorro la frente, el cuello con el dorso de las manos.
Pero el calor no baja. Mis manos sí. Bajan. Recorren mi cuerpo.
Me despojan de la ropa.
Me siento sofocada. Me cuesta respirar. Estoy agitada. Afiebrada.
Me paso la lengua por los labios para humedecerlos. Siento el vaho del vapor que mi piel genera.
Separo mis piernas. Las abro tratando de refrescar mi cuerpo. Pero el calor no cede.
Me acaricio el vientre, los pechos, con mis manos. Mis pezones endurecen.
Quiero estirarme, sentir una brisa que me alivie un poco este calor que me vuelve loca.
Pierdo la cabeza. Pellizco mis pezones. Fuerte. Más fuerte.
Siento una descarga que me recorre la columna vertebral y termina entre mis piernas.
Lo repito. ¡Ay! La espada se me arquea. Me muerdo los labios.
El corazón acelera. Mis muslos se agitan. Se abren más. Hasta el límite.
Siento que se me parten. Tengo que llevar mis manos hacia mi pubis para no desgarrarme. Apretarme fuerte.
Y mi concha es una brasa encendida. Un fuego húmedo que me quema.
Un ardor magnético, una energía mágica, que atrae mis manos. Y ya no puedo sacarlas.
Lo intento. Las muevo, muevo los dedos. Lucho por despegarme.
Pero mi sexo me domina. Dispone de ellos. Los usa, se burla. Los hace bailar a su antojo.
Cuánto más fuerza haga más se adueña de ellos.
Y si me dejo, me absorbe. Me los come. Me engulle dos, tres dedos.
Mientras los otros intentan rescatarlos pulsando fuerte. Apretando con intensidad. Arañando con fervor.
Por momentos, con fuerza, con movimientos rápidos, logro recuperarlos de su interior.
Pero ahí muestra su verdadero poder y de un impulso vuelve a engullirlos hasta el fondo.
Yo desesperada muevo los dedos apresados, los abro, los cierro, los empujo un poco más.
Siento la viscosidad que los recubre. Esa gelatina salobre, dulce y picante. Que no cesa de fluir. Un manantial caliente. Hirviente.
Como yo. Que no soporto más.
Que siento mis pezones estallar al ritmo descontrolado de mi corazón.
Que trato, ya con todo el cuerpo, de librarme.
Con pataleos. Sollozando. Agitándome en la cama. Saltando sobre mí.
Hasta que todo se vuelve insoportable…
¡No aguanto más!
Y grito. Grito fuerte.
Grito para recuperar mi libertad.
Grito hasta extenuarme.
Grito con todo el cuerpo…
Y lo consigo.
Llega la calma.
Y el sueño continúa.
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