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En los yuyos, parte 1 (relato gay)

Edgardo cerró la puerta de la peluquería, y tras de él su jefe bajó la cortina. Adentro sólo quedaba el dueño con esa clienta siempre de última hora, que él sabía muy bien que su jefe se la culeaba a morir. Caminó por la vereda oscura hasta llegar a la Monteverde, se paró en el semáforo antes de cruzar. En la parada de colectivos, del otro lado de la calle le pareció reconocer a un viejo amigo, no, no podía ser, ¡era Lucas!
¡Lucas!, los recuerdos se acumulaban en su mente. No se animó a cruzar, caminó por la Monteverde hacia el lado de la rotonda del Vapor, arrullado entre recuerdos más dulces que amargos.
Esa primera tarde en casa de los hermanos Medina, sólo estaba Lino, el más grande, las dos camas cucheta para los cuatro hermanos, Lino con su bulto duro debajo del jean, su mirada caliente, su pedido, su miedo y su vergüenza al bajarse los pantalones y el slip, la tibia lengua de Lino en su ojete virgen, el dolor tremendo, su cerebro lleno de los gemidos y las palabrotas de Lino, la dilatación, los latidos, el chorrito tibio de semen y sangre saliendo de su culo, cayendo por sus piernas temblorosas hasta el slip que tuvo que lavar él mismo para que la vieja no viera las manchas rojas y blancuzcas. Su comienzo.
Luego, ¿al otro día?, no, no se dejó, le dolía mucho, un mes, todo un mes para perder el miedo y volver a bajarse pantalón y slip ante Lino, ya sin vergüenza. Al siguiente mes, ya todos los hermanos Medina, siempre en secreto, siempre de a uno, habían seguido el camino que el hermano mayor había marcado y el culito de Edgardo ya tenía buenas dosis de leche de los cuatro hermanos. Los Medina tenían fama de pijudos, bien justificada, por lo que Edgardo desde sus primeras veces quedó abierto para comerse lo que viniera sin problemas. 
Marquito y Carlos, los dos más chicos, estaban en su misma barra de amigos de la esquina. Y claro, Carlitos, que había debutado con Edgardo, estaba loco, se lo quería culear todos los días. Eufórico como estaba con ese culito, redondo, grande, lampiño, se lo tenía que contar a su mejor amigo de la barra. Y así, de a uno, de secreto en secreto, de deseo en deseo, Edgardo terminó siendo cogido por los 6 amigos de la barra. A veces en su casa, pocas, a veces en una casa abandonada de la otra cuadra, a veces en casa del amigo que le pedía el culo. Timbre, hola Edgar, ¿vamos?, ¿en dónde?, estoy solo, ¿en tu casa?, si, ¡vamos! Le gustaba cuando lo llevaban a una cama matrimonial, con tiempo para desnudarse completo y acostarse boca abajo bien en el medio, sentir el peso de su amigo mientras la verga lo perforaba, alzar la cola después que se la sacaban para que la leche no manchara el cubrecama que ignotamente los recibía. Y soñar, soñar en esa cama grande que alguna vez tendría, una cama grande para él, donde cada noche Lino, o mejor aún Marquito, sí, definitivamente Marquito le comía la cola todas las noches.
Edgardo fue entonces "el puto de la barra", título nobiliario de dudoso prestigio, ya que su cita era acompañada de algún infaltable adjetivo: "puto de mierda", "puto comilón", "puto tragasable", "trolo", pero que lo había convertido de oscuro miembro secundario a alguien importante y buscado por todos, los adjetivos desaparecían cuando lo iban a buscar a su casa y con mirada ansiosa y suplicante le decían "Edgar, ¿vamos?". Y cuando apoyado contra una pared o entre los pastos del fondo de la casa abandonada, mientras las manos de su amigo de turno lo agarraban de la cadera y la pija entraba y salía rítmicamente de su hoyito, escuchar los "qué culo Edgar", los "ahhh, cómo me gusta cogerte", se sentía importante y reconocido por sus amigos.
¿Y esa vez? Era una tarde de sábado, soleada y dulce, casi todos en la esquina, Daniel, Manuel, Marcos, Carlos, Lucas... Pasó Graciela, la pendeja de la otra cuadra, con su jumper de la secu que por detrás le abultaba bastante.
- Mirá, mirá, miráaaaa!, ¡que tremendo culo está haciendo Graciela! Para mí que se la cogen por atrás
- Mejor que el de Edgardo?
- Ustedes qué saben cómo es mi culo?
- Dale Edgar, no jodas, que todos lo sabemos.
- Claro, cuando me los cojo me lo miran, eso pasa. - Siempre le había gustado hacerse el "macho activo" para retrucar a las insinuaciones
- Che y si vamos a coger?
- ¿Todos?, ¡ni en pedo! - ¿Todos contra él?, la barra entera, uno tras otro, todos, ¿le iban a romper el culo?
- ¿adónde me van a llevar? -
- ¿Si vamos al monte de los pinos?
- No, yo no voy
- ¡Dale Edgar!
- Bueno, vamos. - Siempre había tenido el "si" demasiado fácil.
El monte de los pinos eran una media docena de hectáreas de sembradío de pinos que quedaba a unas 25 cuadras de su casa, bastante para caminar, sin guardias ni vigilancia de ninguna clase. Sólo había que saltar un alambradito bajo y meterse en la ordenada y cuidada espesura. Salieron los seis entre bromas y pedidos de disculpas a Edgardo por haber pensado que el culo de Graciela era más lindo que el suyo. Él estaba feliz, nunca había estado tan contento. Iba en medio de sus amigos haciendo bromas tontas como siempre, a veces lo hacían adelantar para juzgar en grupo las bellezas de sus nalgas. A los comentarios retrucaba con sus enojos sonrientes y con sus tradicionales amenazas de violación y regresaba al grupo. 
Llegaron al fin al alambrado del montecito y comenzaron de a uno a agacharse para pasar entre dos alambres. Edgardo, siempre físicamente torpe, quedó medio enganchado entre los alambres. Manu, solícito, enseguida se ofreció a ayudarlo y le metió un manotazo en el culo como para violarlo. Mal gusto, enojoso, pero efectivo, porque Edgar había pasado al otro lado del alambrado, jeje.
Caminaron entre las hileras de árboles hasta llegar a un pequeño claro, a unos 300 metros del alambrado. Estaban ahí, pero nadie se animaba a empezar, hasta que él por primera vez se animó a tomar la iniciativa, tal vez la alegría de sentirse como nunca parte de la tribu, le daba un valor que nunca tenía. Se paró delante de Marcos, se arrodilló a sus pies, le bajó la bragueta y dejó al descubierto la tremenda pija semierecta de su Marquitos, la más grande del grupo, ancha, temible. La tomó con su mano derecha y le dio un besito en la punta, sonrió pícaro a los ojos de Marcos y se la comenzó a meter en la boca. En un minuto todos los demás amigos habían hecho un círculo y pelado sus vergas. Al lado de Marcos, su hermano Carlos, pijudo como todo Medina, apenas un poco más corta, muy gruesa, del mismo aspecto, pero con un glande raro, pequeño, puntiagudo, una pija como para comerte la punta con una sonrisa, pero llorar cuando te entra el resto. 
El recuerdo hacía sonreir a Edgardo, había chupado la pija de todos, a veces sonriendo, a veces serio, tratando de hacer un buen trabajo, a veces le salía el boludazo que era en ese tiempo y jugaba con los penes, hacía chistes, sopesaba bolas, como si más que sexo fuera un divertido juego con sus amigos.
Recordó la orden de Marcos "sacate toda la ropa y acostate". Recordó su embarazo, ¿ahí en el piso?, ¿ahí delante de todos? Recordó a Lucas, ese mismo Lucas que estaba en la parada ahora, dos cuadras atrás. Se avivó de inmediato de su incomodidad, lo llevó detrás de un arbusto bajo que podía esconderlo, esperó que se desnudara, lo ayudó a acomodar la ropa en el piso y agregó su buzo para que el improvisado colchón quedara más cómodo. Era el único dulce del grupo, el único que no le decía "puto de mierda", pero él, tarado siempre en sus elecciones, se meaba por Marcos, porque la tenía más grande, porque lo cogía mejor, porque era el más lindo, ¡vaya a saber!
Primero Marcos. Dolía, la de Marcos siempre dolía, sus amigos rieron cuando escucharon desde detrás del arbusto su "uy, uy, uy" de dolor hasta que el sable de Marcos quedó ensartado en su culo. Después Carlos. Después Lucas. Después el resto de amigos llenó su culo de pija y dejó su carga de leche en su inundado recto. El polvo de Lucas había sido diferente al de los otros. Recordó que, sin levantarse, para que los dos polvos anteriores le quedaran dentro, le dedicó una sonrisa, le tiró un beso de labios y volvió a apoyar su mejilla sonriente sobre sus manos. Lucas se la metió entera de una sola vez, su pija se deslizó hacia adentro sin la menor presión, con esa deliciosa suavidad de conchita que tiene un rico culo dilatado y bien cogido, le puso los brazos debajo del pecho y comenzó a bombearlo mientras le besaba el cuello. Lucas mientras lo bombeaba le decía cosas lindas y después de acabar, le había dado un beso en la boca, el primero de su vida y un par de besos en las nalguitas, medio enrojecidas luego de tanto bombeo de macho sobre ellas. Ahora, recién ahora, a la luz del recuerdo, Edgardo se daba cuenta que para sus amigos él era un cacho de carne con un agujero caliente para sacarse la leche, pero para Lucas, no.
Después había pasado su cuarto de hora, sus amigos fueron buscando novia y ya dejaron de necesitar al "puto de mierda" para sacarse la leche. Allí había comenzado su parte oscura, de puto barato que buscaba pijas por cualquier lado, su par de infecciones, su vergüenza para confesarle al médico lo que le pasaba, su "basta" y luego su vida asexuada, sus años satisfaciéndose sólo con consoladores caseros, su unión con Marta, esa piba de 17 con una nena de 6 meses, cogida por un tipo, embarazada, rajada de la casa y necesitada de alguien que la ayudara y que fue su pantalla por un tiempo, hasta que Marta partió detrás de una nueva verga que le volvería a llenar la cocina de humo, porque con él, cero. Mucha agua bajo el puente, algún novio, alguna pija ocasional, el curso de peluquería y su solitaria vida de soltero de 30 y pico. Un mes solo, un mes con su vieja, que pivoteaba entre su casa y la de su hermana.
Lucas seguía esperando la costera, ya más de 20 minutos esperando ese bondi de mierda. Pensaba de nuevo en comprarse un auto, viejo, como fuera, para mandar a la mierda la costera y olvidarse de los plantones de esa esquina. Hacía una semana que lo habían movido a la estación de servicio de la avenida, y la verdad, con el sueldo de estacionero y con lo que salía el colegio de las nenas, el auto era sólo un sueño. Esperaba llegar a su casa, besar a sus hijas, comer en silencio con esa mujer que no tenía la culpa, mirar un rato de tele, meterse en el baño con el celu para ver un poco de porno de esa que los hombres no muestran, masturbarse y luego tratar de dormir, para, al despertarse, volver a tener otro día igual, y otro, y otro. Por suerte la noche era tibia y luminosa. La luna hacía menos lóbrega la solitaria espera en esa esquina de calles de tierra, casas pobres y cercos derruidos que ya no protegían nada ni hacía falta que protegieran esos raros pabellones en ruinas de vaya a saber qué fenecida institución. 
Esa misma luna le mostró una imagen familiar que venía del lado del Vapor: ¿era?, noo, ¿podía ser Edgardo?, y si, lo miraba y le sonreía, y además tenía ese andar "raro" que sólo tenía Edgar. ¿Cuánto hacía?, ¿10?, ¡más! ¡Claro!, si el culito de Edgar había sido el mejor regalo que recibió cuando cumplió 18 y ya después no lo había visto más. Aún lo recordaba, ¿cómo olvidarlo?, sacudiéndose los pastos secos de las nalgas mientras sonriendo le decía "cómo me diste Lucas, te echás otro?" y hubo otro, y después otro. Y ahora, como un fantasma de ese pasado añorado, Edgar, estaba ahí. Tenía ganas de abrazarlo, pero se contuvo, sonrisa plena y apretón de manos como para fracturársela.
Pasó la costera, ¿qué importaba?, ya vendría otra.
La charla salía fácil, los recuerdos se agolpaban, pero claro, de eso no se hablaba, ninguno de los dos sabía si el otro quería acordarse. 15 años no es nada, casi tango, y 15 años es mucho, se contaron la vida, universidad abandonada, novia, casamiento, hijos, curso de peluquería, Marta, laburo ahí cerca, mamá viejita, PH chiquito en Claypole, a media cuadra de Monteverde, enfrente del super. Lucas escuchaba atento, pero algo ahí abajo estaba inquieto, eso lo ponía incómodo, no quería que Edgardo se diera cuenta. Edgardo escuchaba atento, pero algo ahí atrás le cosquilleaba como nunca y hasta su palito, casi siempre fláccido a pesar de su notable tamaño, estaba mostrando señales de vida.
-Y ahora tenés novia Edgar? - Edgardo sonrió entristecido, hacerse el falso macho ya no le iba. Lo miró directo a los ojos, era la primera vez que se animaba a hablar con alguien de ese tema que le daba desde hace años vuelta en la cabeza.
-Lucas, después de lo que ustedes me hacían, ¿te parece que soy macho como para tener una mina?, ustedes me hicieron puto, y eso es lo que soy. 
Lucas se quedó pensando, la psicología no era su fuerte y la sociología tampoco, al fin y al cabo, si él había ayudado a convertir en puto a Edgar, ¿Edgar no era culpable de su fracaso matrimonial?, ¿no era culpable que cada vez le costara más lograr una erección con su mujer y que las terminaba teniendo pensando en ese último polvo con Edgar?, el último polvo que le había echado a un macho en su vida? Le dijo lo que le salió.
-Edgar, nadie es culpable de nada, somos lo que somos, nadie te obligaba a decirme que sí, nadie me obligaba a ir a buscarte. -

- ¿Y vos te crees que solamente se obliga con palabras? Yo era el boludo de la barra, el cero a la izquierda, Marcos y vos decidían, hasta que me empecé a dejar coger, después de eso era la reina que buscaban todos - Edgar entendió, y entendió mucho más allá que la conversión de su viejo amigo, en esa noche diáfana de luna, tal vez la luz de esa luna estaba iluminando oscuros rincones del alma de esos dos tipos y sacando fuera guardadas angustias.
- ¿Y vos te crees que alguien me obligó a casarme? Todos los pibes de la barra tenían novia y yo seguía pajeándome pensando en tipos, con la imaginación me culeaba a los compas del laburo, a los compas de la universidad, ¿sabés la cantidad de pajas que te dediqué boludo?
Los dos quedaron en silencio, el corazón y la mente comenzaban a perder la batalla contra las hormonas. Por primera vez se invirtieron los roles:
-Lucas -, dijo Edgardo serio y con los ojos casi suplicantes-, -Lucas…, ¿vamos?
- ¿En dónde? -
 Miraron en derredor, los cercos derruidos del predio y los pastos altos eran el lugar ideal.
- No será el monte de los pinos, pero acá dentro seguro que no nos ve nadie-, opinó en seguida Edgar
Volvieron a mirar en derredor, la segunda costera pasó raudamente.
- Hijos de puta, ahora que no quiero subir pasan a a cada rato, che, mejor caminamos por la calle de tierra y nos metemos por algún hueco del cerco-
Edgar, entusiasmado como pendejo lo siguió, caminando por la estrecha vereda entre el zanjón y la pared, encontraron por donde pasar y se internaron entre los yuyos, cada paso los hacia retroceder un año en su vida, cuando llegaron a un claro del yuyal, a unos 100 metros de la avenida ya eran de nuevo dos adolescentes calientes. Se miraron de frente, nerviosos, la pija de Lucas ya abultaba debajo de su jean de laburar. Edgar sonriendo se quitó el pantalón y lo acomodó sobre el pasto aplastado, luego el boxer recontra ajustado que usaba siempre para marcar el tremendo culo que había desarrollado y que tanto cuidaba con las mejores cremas, y se acostó boca abajo en el piso, sobre su jean. Lucas también se desnudó de la cintura para abajo, pero se quedó pensando, se sacó el buzo y lo acomodó debajo de Edgar para que estuviera más cómodo. Edgar emocionado, giró la cabeza.
- ¿Igual que aquella vez en los pinos? -
-Igual Edgardo, abrite las cachas - Lucas se arrodilló entre las abiertas piernas de su amigo, le escupió todo lo que pudo en el ojetito, se ensalivó la verga, la apoyó y comenzó a empujar.
-Uy, uy, uy, uy, uy- Lucas rió - no cambiaste nada Edgardito, jajaa-
-No boludo ahora me duele más que antes, ustedes me lo mantenían abierto, ahora casi nada-
Lucas se la sacó y volvió a escupir, pero esta vez llevó la saliva para adentro con sus dedos. Se la apoyó y se la mandó sin piedad hasta el fondo
-Uy, uy, uy, uy, uy, me estás partiendo el culo Lucas, vas a ver cuando te dé vuelta y te la meta yo-
-Si Edgar, tranquilo, ya sé cómo la metés vos-
-Si vos reite, pero bien que te gustaba cuando te la ponía- Nada había cambiado, las mismas bromas de falso activo, los mismos quejidos y sobre todo el mismo delicioso culito que le había dado vuelta la vida, o tal vez no, tal vez recién ahora ese culito estaba llevando su vida a su cauce normal. Se apoyó sobre su espalda, le besó el cuello, le besó la oreja, Edgardo suplicante giró su cabeza y sus labios volvieron a unirse. El mete - saca comenzó despacio, lleno de las palabras dulces que nunca se habían dicho, el esfínter deliciosamente tibio, la pija deliciosamente caliente, hinchada como hacía años no se hinchaba, los cuerpos unidos como siempre quisieron estar, el preseminal fluyendo abundante y lubricando y dilatando aún más ese culito divino, la tibieza del fuerte pecho de Lucas contra la suave y cuidada espalda de Edgardo, las manos que recorriendo sus costados lo llenaban de electricidad.
Su felicidad era tan grande que Edgar comenzó a moquear.
-Cojeme, Lucas cojeme por favor, no sabés cómo los extrañé, no sabés cómo necesité sus pijas, sus bromas, hasta sus insultos. Estoy muy solo Lucas-
-Ya no Edgar, ya no -, le respondió Lucas acelerando el ritmo de su mete y saca
El placer secó las lágrimas, los "uy" se convirtieron en "ahh", el golpeteo del pubis sobre las nalgas de Edgar acalló los misteriosos ruidos del pastizal. Lo dio vuelta, le hizo agarrar las piernas y se la clavó hasta el fondo, de la semifláccida verga de Edgardo gruesas gotas de preseminal surgían e iban formando un charco sobre su pubis, Lucas, olvidado de su dulce comienzo, lo perforaba ferozmente, como queriendo que hasta sus huevos entraran en el culo de Edgar, sacando casi completamente su pija y clavándosela hasta el fondo con violencia. A lo lejos se escuchaba el rodar de vehículos sobre la Monteverde, por ahí cerca sus ruidos habían acallado grillos y ranas, solo el crujir de hojas secas y ramas que sucumbían a la pasión de esos dos pendejos de 30 que recuperaban su añorada sexualidad. Edgardo abrió los ojos desmesuradamente, no!, nunca le había pasado, ¡semen!, semen a borbotes saliendo de su pija que aún no estaba del todo rígida. Lucas lo miró feliz, aceleró un poco más, liberó su mente y se vació como nunca en lo más profundo que pudo llegar del recto de Edgardo. Sus miradas se cruzaron, felicidad plena, euforia, Edgard se acordó del chiste de pendejo "más contento que puto con dos culos", jeje, a él con el suyo solo, si Lucas se lo cogía, le alcanzaba y sobraba.
Se limpiaron los pastos, se besaron, se abrazaron fuerte
- ¿Y ahora qué?
Edgardo quedó desconcertado, ni se había hecho ilusiones de algo más. Lucas era casado, así que ese polvo había sido sólo un recuerdo caliente de la adolescencia, pero ¿ahora qué podía esperar?
-No sé, ¿vamos a la parada?, yo tomo el 79-
-Qué, ¿no querés repetir mañana? Laburamos cerca, salimos más o menos a la misma hora, ¿qué?,¿no te gustó?
Edgardo casi se meó de la alegría.
(continuará)

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