La primera vez que vi al jefe de mi marido, fue en una boda.
Es un hombre alto, muy atractivo, airoso y encantador, parece un galán de cine.
Vino a nuestra mesa, habló durante tiempo con nosotros. Noté que me escrutó de arriba abajo y me dijo que dejara de decirle Doctor, ya que para los amigos era solo Hernán.
Una noche, con mal tiempo, los chicos ya acostados, mi esposo trabajando en su notebook, yo mirando una serie, de pronto la pantalla de la TV se oscureció. Se había interrumpido el servicio de cable y, con él, la conexión a internet.
Llamamos al proveedor. Sin resultado en lo que restaba del día.
Carlos se había comprometido a enviar el trabajo, completado en casa, antes de volar a Brasil la mañana siguiente a primera hora.
Convinimos que yo, previo aviso telefónico, llevaría, en mi pausa para el almuerzo, al Dr. Hernán (que lo necesitaba si o si) el trabajo en un disco rígido removible,
Me puse una pollera negra ajustada, una blusa blanca de manga corta, tacones negros. Me miré en el espejo y la imagen reflejada me hizo sentir bien.
¡Parecía una alta ejecutiva camino a su escritorio!
A la hora convenida, su asistente, me llevó directamente a la oficina del Dr. Hernán. Me prestó toda la atención, daba la impresión que sólo yo existía en el mundo. Alteró mi sosiego.
Por último, me mostró una oficina amplia, con una hermosa vista de la ciudad, y dijo que estaba reservada para un nuevo ejecutivo, en proceso de nombramiento, por el directorio No entendía por qué me estaba contando eso, que, en mi opinión, era un asunto de la compañía.
Me invitó a que me sentara en el sillón del enorme escritorio y me tomó de la mano:
-Carlos es uno de los candidatos a sentarse, diariamente, en este sillón-
Añadió que tendría secretaria, una sensible mejora en la remuneración, etc, etc, ..
Fue ahí que percibí donde quería llegar, pero él se aseguró que entendiera: se inclinó con la pretensión de besarme y, sólo porqué giré la cabeza, lo hizo en mi mejilla, luego en mi cuello.
Me levanté ruborizada (aparentando sentirme agredida) y alegué tener que volver a mi oficina para una reunión impostergable, lo cual era cierto, a medias.
Como cabe a un dirigente de una gran empresa, fue directo al grano:
-¡OK Inés! Arreglá las cosas de modo que mañana; almorcemos, ….. Mejor vayamos a un motel y almorcemos ahí. Vas a volver a casa, con la certeza de haber ayudado a tu esposo a progresar en su profesión-
Me turbó, sentí un fuerte hormigueo entre mis piernas que casi hizo que me arrojara sobre él. Como ya dije, es un hombre, muy atractivo, airoso y encantador. El impacto, al escuchar su proposición deshonesta, fue devastador y maravilloso
Ni siquiera, se me cruzó por la mente resistirme al instinto que me había asaltado.
Mi pseudo-justificación era la alegría de mi esposo, si accedía a ese nuevo rango, con mejor sueldo y con secretaria.
Pedí a Hernán que, no me obligaría a lo que no quisiese hacer en el motel, que prometiese no mencionarle nada a mi esposo, que sería sólo esa tarde y nunca más, que después de eso deberíamos olvidar y tener una relación normal como si nada hubiera pasado. Aceptó todas mis condiciones
El día siguiente, al mediodía, nos fuimos en su automóvil importado, con vidrios polarizados.
Pidió la mejor habitación del motel. Salvo un par de detalles, podría haber sido el cuarto de un hotel 5 estrellas, veraniego. Muebles de diseño, hidromasaje, mucho espejo.
Fue muy cariñoso, no me tomó por asalto, nos besamos por primera vez. Cuando trajeron sándwiches de miga y champán, nos sentamos, uno frente al otro, saboreamos el frugal pero delicioso “almuerzo” y nos “tiramos flores” mutuamente.
-Ahora nos va a venir bien un baño caliente. ¿Te parece?- propuso.
Acepté sonriendo.
-Me cambio yo primero-
Fue al baño y salió, alto, guapo con una toalla envuelta alrededor de su cintura, me invitó, con la mirada, a imitarlo.
Lo primero que vi, dentro del baño, colgado sobre otras prendas, su calzoncillo bóxer. Él estaba en bolas. Me animé, me desnudé y envolví en una toalla que cubría mis senos y la mitad de mis muslos.
Creía que la primera “trenzada” propiamente dicha, iba a ser a remojo en el hidromasaje. Pero, salí del baño y, de manera cariñosa pero rauda, me encontré tendida, en la cama, de espaldas, desnuda.
Me invadió una sensación maravillosa que se volvió sublime cuando él, mientras me besaba en la boca, me chupaba cada uno de los senos, mordisqueaba y lamía los pezones, extendió la mano y abrió mis piernas, de par en par. y sus dedos expertos revolvían por fuera y por dentro mi entrepiernas.
Se detuvo y me murmuró al oído:
-Ya estoy listo-
Me montó y sucedió lo inevitable, su glande comenzó a rozar mi concha desde el clítoris hasta el ano. Me miró y me preguntó:
-¿Puedo cogerte?-
Asentí con la cabeza.
-Entonces, pedímelo como se debe-
Como hipnotizada y recontra excitada, casi le grité:
-¿Querés matarme, malvado?.. Por favor cogeme, cogeme-
-¿Sin condón?-
-¡Metémela ya, no aguanto más!! -
Insertó la cabeza de la verga en mi concha y comenzó a penetrarme lentamente. Ni siquiera pensé que estaba sin condón, sólo sentí lo bien dotado que estaba, abriéndome centímetro a centímetro, despacito, muy amorosamente mientras él me besaba y nuestras lenguas se encontraron.
Cuando entró del todo, creí que el glande tocaba mi útero, algo que nunca sentí con mi esposo.
Él con voz confusa, refunfuñó:
-¡Puta, que conchita deliciosa tenés, apretadita, caliente, mojada, suave estrujándome la pistola!!!-
La “pistola” de Hernán era más gruesa y más larga que la de mi marido, me sentí muy llena. Pocas veces me sentí tan caliente en mi vida.
Me cogió impetuoso, con fuerza increíble haciéndome temblar, gemir, delirar, decir locuras y despropósitos, tener orgasmos en serie y acabar “a toda orquestra”.
Él no pudo aguantar más y eyaculó dentro. Recibí chorros prolongados y calientes de semen.
Dejó la verga, flácida, adentro mío causándome una indescriptible sensación de placer, supongo debido a su tamaño, mientras hablamos durante un rato
Al fin quedamos lado a lado, de espaldas. El espejo del techo devolvía una escena digna de películas porno, premiadas.
De pronto bajó de la cama,
-Quedate como estás, ya vuelvo-
Fue hasta el baño, volvió a mi lado y sucedió algo inesperado e inédito para mí. Traía una botellita, chiquitita, de vidrio opaco.
Tomó un sorbo de la botellita de vidrio, pegó sus labios a los míos y me “inyectó” en la boca, un chorro de bebida alcohólica, con fuerte gusto a avellanas.
-Esto lo hacían los frailes del norte de Italia, antes de… hacer el amor… el licor es el frangelico ¿Lo conocías?—comentó sonriendo, burlón.
-¿Los frailes, esos, tenían trampas?-
-¡Esos y los otros. Pero los italianos inventaron el licorcito… con … “efecto abre piernas”-
“¡Y algo más” pensé cuando palpé su miembro y constaté su terrible nueva erección. Lo cierto es que, yo, volví a abrir las piernas de par en par y él a “empalarme”.
Me abrazó con fuerza y me cogió, otra vez con brío, vehemencia y ardor. Después de un largo mete y saca, algunos orgasmos míos, que gocé temblando y gritando, él también hizo una mueca, y, previo una especie de ronquido, lanzó chorros de esperma caliente en mi vagina.
De nuevo con la verga, flácida, adentro mío manteniendo alto mi nivel de lujuria, me elogió:
-Sos hermosa,…. me has estado matando de ganas desde la primera vez que te vi,…. no dejé de soñar contigo,… -
Ambos tuvimos que reprimir las ganas de una tercera cuota de sexo. Yo tenía que buscar mis nenes en la escuela.
Me llevó de regreso a casa. Estacionado frente a la entrada, y me dijo que lamentaba no poder decirle a Carlos que yo era la esposa perfecta, una mujer hermosa y sensual, que había hecho mi parte y que él haría la suya.
Nos besamos.
Un día de la semana siguiente, mi esposo me llamó eufórico, para anticiparme que lo habían ascendido y que a la noche íbamos a celebrar en un restaurante.
Mi cargo de conciencia se evaporó. Me había encamado con su jefe, no sólo por gusto, sino para ayudarlo a él. Eso iba a festejar en el restaurante y, de regreso, en la cama.
¿Olvidar y tener una relación normal como si nada hubiera pasado, entre Hernán y yo? ¡Minga!
Es un hombre alto, muy atractivo, airoso y encantador, parece un galán de cine.
Vino a nuestra mesa, habló durante tiempo con nosotros. Noté que me escrutó de arriba abajo y me dijo que dejara de decirle Doctor, ya que para los amigos era solo Hernán.
Una noche, con mal tiempo, los chicos ya acostados, mi esposo trabajando en su notebook, yo mirando una serie, de pronto la pantalla de la TV se oscureció. Se había interrumpido el servicio de cable y, con él, la conexión a internet.
Llamamos al proveedor. Sin resultado en lo que restaba del día.
Carlos se había comprometido a enviar el trabajo, completado en casa, antes de volar a Brasil la mañana siguiente a primera hora.
Convinimos que yo, previo aviso telefónico, llevaría, en mi pausa para el almuerzo, al Dr. Hernán (que lo necesitaba si o si) el trabajo en un disco rígido removible,
Me puse una pollera negra ajustada, una blusa blanca de manga corta, tacones negros. Me miré en el espejo y la imagen reflejada me hizo sentir bien.
¡Parecía una alta ejecutiva camino a su escritorio!
A la hora convenida, su asistente, me llevó directamente a la oficina del Dr. Hernán. Me prestó toda la atención, daba la impresión que sólo yo existía en el mundo. Alteró mi sosiego.
Por último, me mostró una oficina amplia, con una hermosa vista de la ciudad, y dijo que estaba reservada para un nuevo ejecutivo, en proceso de nombramiento, por el directorio No entendía por qué me estaba contando eso, que, en mi opinión, era un asunto de la compañía.
Me invitó a que me sentara en el sillón del enorme escritorio y me tomó de la mano:
-Carlos es uno de los candidatos a sentarse, diariamente, en este sillón-
Añadió que tendría secretaria, una sensible mejora en la remuneración, etc, etc, ..
Fue ahí que percibí donde quería llegar, pero él se aseguró que entendiera: se inclinó con la pretensión de besarme y, sólo porqué giré la cabeza, lo hizo en mi mejilla, luego en mi cuello.
Me levanté ruborizada (aparentando sentirme agredida) y alegué tener que volver a mi oficina para una reunión impostergable, lo cual era cierto, a medias.
Como cabe a un dirigente de una gran empresa, fue directo al grano:
-¡OK Inés! Arreglá las cosas de modo que mañana; almorcemos, ….. Mejor vayamos a un motel y almorcemos ahí. Vas a volver a casa, con la certeza de haber ayudado a tu esposo a progresar en su profesión-
Me turbó, sentí un fuerte hormigueo entre mis piernas que casi hizo que me arrojara sobre él. Como ya dije, es un hombre, muy atractivo, airoso y encantador. El impacto, al escuchar su proposición deshonesta, fue devastador y maravilloso
Ni siquiera, se me cruzó por la mente resistirme al instinto que me había asaltado.
Mi pseudo-justificación era la alegría de mi esposo, si accedía a ese nuevo rango, con mejor sueldo y con secretaria.
Pedí a Hernán que, no me obligaría a lo que no quisiese hacer en el motel, que prometiese no mencionarle nada a mi esposo, que sería sólo esa tarde y nunca más, que después de eso deberíamos olvidar y tener una relación normal como si nada hubiera pasado. Aceptó todas mis condiciones
El día siguiente, al mediodía, nos fuimos en su automóvil importado, con vidrios polarizados.
Pidió la mejor habitación del motel. Salvo un par de detalles, podría haber sido el cuarto de un hotel 5 estrellas, veraniego. Muebles de diseño, hidromasaje, mucho espejo.
Fue muy cariñoso, no me tomó por asalto, nos besamos por primera vez. Cuando trajeron sándwiches de miga y champán, nos sentamos, uno frente al otro, saboreamos el frugal pero delicioso “almuerzo” y nos “tiramos flores” mutuamente.
-Ahora nos va a venir bien un baño caliente. ¿Te parece?- propuso.
Acepté sonriendo.
-Me cambio yo primero-
Fue al baño y salió, alto, guapo con una toalla envuelta alrededor de su cintura, me invitó, con la mirada, a imitarlo.
Lo primero que vi, dentro del baño, colgado sobre otras prendas, su calzoncillo bóxer. Él estaba en bolas. Me animé, me desnudé y envolví en una toalla que cubría mis senos y la mitad de mis muslos.
Creía que la primera “trenzada” propiamente dicha, iba a ser a remojo en el hidromasaje. Pero, salí del baño y, de manera cariñosa pero rauda, me encontré tendida, en la cama, de espaldas, desnuda.
Me invadió una sensación maravillosa que se volvió sublime cuando él, mientras me besaba en la boca, me chupaba cada uno de los senos, mordisqueaba y lamía los pezones, extendió la mano y abrió mis piernas, de par en par. y sus dedos expertos revolvían por fuera y por dentro mi entrepiernas.
Se detuvo y me murmuró al oído:
-Ya estoy listo-
Me montó y sucedió lo inevitable, su glande comenzó a rozar mi concha desde el clítoris hasta el ano. Me miró y me preguntó:
-¿Puedo cogerte?-
Asentí con la cabeza.
-Entonces, pedímelo como se debe-
Como hipnotizada y recontra excitada, casi le grité:
-¿Querés matarme, malvado?.. Por favor cogeme, cogeme-
-¿Sin condón?-
-¡Metémela ya, no aguanto más!! -
Insertó la cabeza de la verga en mi concha y comenzó a penetrarme lentamente. Ni siquiera pensé que estaba sin condón, sólo sentí lo bien dotado que estaba, abriéndome centímetro a centímetro, despacito, muy amorosamente mientras él me besaba y nuestras lenguas se encontraron.
Cuando entró del todo, creí que el glande tocaba mi útero, algo que nunca sentí con mi esposo.
Él con voz confusa, refunfuñó:
-¡Puta, que conchita deliciosa tenés, apretadita, caliente, mojada, suave estrujándome la pistola!!!-
La “pistola” de Hernán era más gruesa y más larga que la de mi marido, me sentí muy llena. Pocas veces me sentí tan caliente en mi vida.
Me cogió impetuoso, con fuerza increíble haciéndome temblar, gemir, delirar, decir locuras y despropósitos, tener orgasmos en serie y acabar “a toda orquestra”.
Él no pudo aguantar más y eyaculó dentro. Recibí chorros prolongados y calientes de semen.
Dejó la verga, flácida, adentro mío causándome una indescriptible sensación de placer, supongo debido a su tamaño, mientras hablamos durante un rato
Al fin quedamos lado a lado, de espaldas. El espejo del techo devolvía una escena digna de películas porno, premiadas.
De pronto bajó de la cama,
-Quedate como estás, ya vuelvo-
Fue hasta el baño, volvió a mi lado y sucedió algo inesperado e inédito para mí. Traía una botellita, chiquitita, de vidrio opaco.
Tomó un sorbo de la botellita de vidrio, pegó sus labios a los míos y me “inyectó” en la boca, un chorro de bebida alcohólica, con fuerte gusto a avellanas.
-Esto lo hacían los frailes del norte de Italia, antes de… hacer el amor… el licor es el frangelico ¿Lo conocías?—comentó sonriendo, burlón.
-¿Los frailes, esos, tenían trampas?-
-¡Esos y los otros. Pero los italianos inventaron el licorcito… con … “efecto abre piernas”-
“¡Y algo más” pensé cuando palpé su miembro y constaté su terrible nueva erección. Lo cierto es que, yo, volví a abrir las piernas de par en par y él a “empalarme”.
Me abrazó con fuerza y me cogió, otra vez con brío, vehemencia y ardor. Después de un largo mete y saca, algunos orgasmos míos, que gocé temblando y gritando, él también hizo una mueca, y, previo una especie de ronquido, lanzó chorros de esperma caliente en mi vagina.
De nuevo con la verga, flácida, adentro mío manteniendo alto mi nivel de lujuria, me elogió:
-Sos hermosa,…. me has estado matando de ganas desde la primera vez que te vi,…. no dejé de soñar contigo,… -
Ambos tuvimos que reprimir las ganas de una tercera cuota de sexo. Yo tenía que buscar mis nenes en la escuela.
Me llevó de regreso a casa. Estacionado frente a la entrada, y me dijo que lamentaba no poder decirle a Carlos que yo era la esposa perfecta, una mujer hermosa y sensual, que había hecho mi parte y que él haría la suya.
Nos besamos.
Un día de la semana siguiente, mi esposo me llamó eufórico, para anticiparme que lo habían ascendido y que a la noche íbamos a celebrar en un restaurante.
Mi cargo de conciencia se evaporó. Me había encamado con su jefe, no sólo por gusto, sino para ayudarlo a él. Eso iba a festejar en el restaurante y, de regreso, en la cama.
¿Olvidar y tener una relación normal como si nada hubiera pasado, entre Hernán y yo? ¡Minga!
3 comentarios - Cogida sabrosa con su jefe y mi marido fue ascendido.
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