Capítulo 8: Adrenalina de Sábado
Como casi todas las relaciones, la nuestra fue maravillosaen un comienzo. Pero el paso del tiempo es devastador. Empiezan los celos, losreproches, las pataletas, los intentos de dominación del uno sobre el otro,Bien decía Confucio “los años son escobas que nos van barriendo hacia la fosa”.Yo sabía que iba a ser así, y aún no entendía por qué había aceptado empezar unnoviazgo con Katherine. Pero lo hecho, hecho está. Pensaba para mis adentros,“echaremos 50 polvos buenos y desaparecerá la magia”.
Seguramente el hartazgo iba a ser mutuo para el momentoen que llegase, pero aún faltaba tiempo para eso, así que no quedaba más quedisfrutar y vivir la experiencia.
Para mí el comienzo de nuestra relación iba a ser más queidílico, pues además de la emoción y la satisfacción sexual que me generóKatherine, conseguí mi primer trabajo pago. Fue en una productora audiovisualcomo editor de videos. Para tratarse de mí primer trabajo formal, sin contarcon mayor experiencia, me pagaban bastante bien, teniendo en cuenta además queseguía siendo un estudiante universitario. Lo de editar video se me daba bien,y para ese entonces me apasionaba bastante.
Por supuesto que lo primero que hice fue buscarme mipropio apartamento, que más que un apartamento resultó siendo un piso enalquiler. Un piso en una bonita casa en un barrio céntrico de la ciudad.
Contar con mi propio sitio me permitió tener másprivacidad con Katherine. Ya no debíamos recurrir a moteles, ni fornicar en suapartamento sabiendo que sus hermanas y hermano podían escucharnos.
Para Katherine fue en gran medida beneficioso, pues lequedaba relativamente cerca de su universidad, así que me visitaba con mayorfrecuencia, prácticamente a diario.
Yo había sido igualmente quien la introdujo en el mundode los porros, en el cual se metió de cabeza una vez que yo conseguí este piso.Allí fumábamos sin que nadie nos fuera a reprochar.
Claro que el hecho de trabajar y estudiar al mismotiempo, redujo en gran medida la cantidad de tiempo libre que tenía. Pero detodas formas era un sacrificio que valía la pena.
El barrio donde quedaba mi piso también era ideal paramí. A pesar de ser una zona residencial de construcciones bajas (ningunasuperaba los cuatro pisos), contaba con bastante comercio, tenía bastanteszonas verdes, incluida una pista de skate; un par de bares, y facilidades paraconseguir transporte.
Lamentablemente algunas veces los estereotipos tienenalgo de verdad, y bien dicen por ahí que las pistas de skate vienen conmariguaneros incluidos. Yo no patino, ni monto tabla, pero si consumo hierba,por lo que me adapté e hice amigos rápidamente en el lugar.
Uno de ellos fue Pedro, que indirectamente hizo que yotuviera uno de los más memorables polvos con Katherine entre esos 50 queestipulé podríamos tener.
Ocurrió una tarde de sábado que ella estaba en mi piso.Yo tenía algo de trabajo acumulado así que me senté a editar mientras elladormía. Esa tarde Pedro fue a visitarme. Él, además de fumar marihuana, era unapasionado por tocar trompeta. Como sabía que en mi piso nadie le iba areprochar, iba para ensayar tranquilamente.
Esa tarde generó algo de molestia,pues con su estrepitoso instrumento cortó el sueño de Katherine; que valgaaclarar que cuando dormía lucía dulce y tierna, me hacía pensar que realmenteestaba enamorado de ella.
De todas formas ella se levantó y no armó mayor drama poresto. De hecho se ofreció a ir a comprar algo para tomar entre los tres. Yodebía trabajar, así que en un comienzo me negué a beber, pero entre los dos meconvencieron para tomarnos aunque sea un par de cervezas.
Pedro, además de fumar hierba, era un amante del perico(cocaína). Yo no, pues siempre se me ha hecho que es la perdición, la puerta deentrada al infierno. Sin embargo, cuando alguien más la consume no puedoprohibírselo. Además, Pedro no se alteraba mucho cuando consumía, se alterabaera cuando se le acababa.
Esa tarde se le acabó y entró en desespero. Empezó allamar a su dealer para que le vendiera un poco. Cuando concretó el encuentro, nos pidió que le acompañáramos. Iríamos en su auto, así que accedimos.
Su dealer vivía en Kennedy, una localidad en el suroccidente de la ciudad, no muy retirada de donde estábamos, por lo que sería unviaje relativamente rápido. Finalmente no tanto, pues los sábados esta ciudades intransitable, especialmente en la tarde.
El dealer vivía en una especie de conjunto que no eracerrado. Era una pequeña ciudadela, un conjunto de edificios, pero no habíaninguna reja o algún tipo de seguridad a la entrada de la urbanización; solo ungrupo de edificios construidos en forma de u, mientras que el centro era unespacio para parquear vehículos.
Pedro estacionó el carro, nos dijo que trataría de nodemorarse, se bajó del vehículo y se fue, despareciendo de nuestra vista alentrar en una de las torres.
Para ese momento yo estaba sentado en el puesto delcopiloto, mientras que Katherine venía en el asiento de atrás.
- ¿Me vas a dejar aquí solita?
- No, ya me paso para atrás
En un comienzo ella se recostó en mis piernas mientas yoacariciaba su pelo. Empezó a contarme del hartazgo que tenía de vivir con sushermanos, especialmente con Diana, que al ser la mayor de todos, actuaba comosi fuera su madre. “Es insoportable”, decía Katherine, mientras yo trataba deponerle atención, pues el colocón de los porros que nos habíamos fumado antestodavía no se me pasaba.
“Menos mal que te tengo a ti”, dijo antes de levantarsebruscamente y empezar a besarme. Yo correspondí el beso, incluso busque quefuera algo romántico tomando su mejilla suavemente. Pensé que era lo quebuscaba, pero me equivoqué.
- Quiero que me lo hagas aquí
- ¡Estás loca! Es de día, pasa mucha gente.Pedro vuelve en cualquier momento
- No me salgas con pretextos llenos decagaleras. Va a ser uno rapidito, tengo muchas ganas
- Dale...
Realmente fue un polvo muy corto. Lo sé porque mientrasque lo hicimos sonaron apenas dos canciones, es más, una ya iba a la mitadcuando empezamos a follar, así que fue canción y media.
La canción que sonabacuando empezamos a culear era Bad Boys, deBob Marley, y la segunda fue Mi vida(Live) de Manu Chao. No lo olvidaré, pues amenizaron uno de los polvos másespeciales que echamos Katherine y yo.
Esa vez Katherine llevaba una falda de jean, así que nohubo mayor complicación para follarla, fue cuestión de subirla un poco, corrersu ropa interior hacia aun costado y listo.
La calentura que Katherine tenía ese día era de altocalibre, pues fue ella quien impuso el ritmo de la cabalgata. Yo me limitaba aagarrarla fuertemente de las nalgas, ocasionalmente a sentir sus pequeños senospor sobre su camisa, y especialmente besarla.
No puedo negar que sentía un gran nerviosismo por lo quehacíamos, así que tomando de las caderas a Katherine, empecé a guiar susmovimientos para que fueran cada vez más fuertes y provocar mi orgasmo lo máspronto posible.
El polvo quizá no tuvo nada espectacular, pues nisiquiera pude verla desnuda, ni sentir su piel en la mayoría de su cuerpo, muchomenos disfrutar el sabor de su fluidos, pero seguramente la alta dosis deadrenalina que me generó fue lo que me dejó tan marcado.
Cuando sentí que iba a terminar se lo hice saber, peroesta vez ella hizo caso omiso y me pidió acabar en ella. “luego compramos lapastillita del día después”, dijo en medio de su calentura.
Yo terminé y ella lo notó, pero más allá de eso aprovechóel extratiempo de dureza de mi pene para seguir montada, empezó a besarme y mesentenció. “Cuando volvamos a casa vamos a rematar, así que aprovecha pararecuperarte”.
Ella me desmontó, se hizo a un lado y se recostó en elasiento. Estaba colorada y acalorada, su pelo un tanto desordenado; los vidriosse habían empañado, aunque no tanto como muestran en las películas.
Pedro volvió unos diez minutos después. El polvo habíaterminado hace un buen tiempo, pero nuestra apariencia era delatora.
- Se la pasaron bien por lo que veo chicos...
- ¿Por qué lo dices Pedrito?
- Hombre, el carro apesta a sexo. Además quetienen unas caritas… ¿No me lo habrán manchado?
- No Pedro ¿Cómo se te ocurre?
Nos miramos con Katherine y creo que ambos sentimos algode vergüenza, pero lo que reinó fue el silencio. “Parce, pasate aquí adelanteque no quiero parecer su chofer”, dijo Pedro mientras me miraba.
Pedro nos llevó de vuelta a casa, tomó su trompeta y sefue. Ahora teníamos pista libre para continuar lo que habíamos empezado en latarde. Yo ya había recuperado fuerzas, por lo que estaba ansioso por repetir.Me había olvidado que tenía trabajo atrasado, lo único que me importaba a esahora era echar un polvo tan maravilloso como el vivido unas horas atrás.
- Hazme un… ¿Cómo es que le llamas?¿Cunnilingus?
- A tus órdenes…
Baje su falda de un jalón. Quedó allí de pie, tanvulnerable, tapada apenas por su tanguita y su camisa. Quizá algo sorprendidapor la brutalidad con la que le saqué la falda. Lo hice así porque me apetecía,había fantaseado con ello.
Luego le saqué la tanga, normalmente; no todo tenía quetener esa dosis de agresividad. Le pedí que se mantuviese en pie mientras yo meagachaba para darle sexo oral.
Recuerdo que esa vez jugué quizá de más con mis dedos,pues yo era mucho de usar la lengua, los labios y los dientes, pero poco losdedos, ya que mis manos habitualmente se ocupaban acariciando el resto de sucuerpo. Sin embargo, esa noche tenía ganas de “jugar al ginecólogo”, queríaexplorar un poco con mis manos.
Ella lo disfrutó, pero estoy seguro de que no tanto comoen anteriores ocasiones. De todas formas, con la pareja debes ir probando, yeso fue lo que hice. De hecho, creo que se pegó un buen susto cuando dirigí unode mis dedos hacia su culo, otra vez volvió a aparecer ese gesto de apretarnalgas. Yo solo me reí y le dije “no te preocupes, quería ver cómoreaccionabas, pero sé que no te gusta”.
Y así como ella había sido la encargada de dominar lasituación en el polvo de la tarde, ahora era mi turno.
Una vez que terminé la sesión de sexo oral, me puse enpie y rápidamente la empujé contra la pared. Empecé a besarla, levante suspiernas, les agarré entre mis brazos, como enganchándolas, como si se tratarade alzar canastos, y la penetré. Lo hice lentamente, pues ahora no teníamosapuro alguno.
Ella dejó escapar sus primeros jadeos, luego empezó abesarme. Todo esto pasó en la sala de la casa, a oscuras, pues creo que lacalentura que traíamos no nos dio tiempo para más.
Como era habitual en ella, su vagina estaba empapada, ypoco a poco mi zona pélvica fue quedando igual dado el constante contacto conla suya.
No sé si la humedad hace que el sonido de los cuerpos al chocar seamás intenso, tal vez es solo mi imaginación; lo cierto es que ese sonido tancaracterístico del sexo estaba presente.
“Naciste para hacer el amor”, le dije antes de darle unlargo beso mientras seguíamos follando allí de pie. Quería que este polvo fueramuy largo, pero alzarla, así fuera apoyado por la pared, fue mermando laenergía en mis brazos. Tuvimos que cambiar de posición. La acosté sobre un sofáy sin mucho rodeo volví a penetrarla.
A esta altura del coito sus gemidos eran continuos ysonoros, y solo se vieron interrumpidos para decirme:
- ¡Chúpame las tetas!
- ¿Cuáles?
- ¡Imbécil!
- No te enojes, son tetitas y son las máshermosas que he conocido
Levanté su camisa y cual neonato me apasioné besando,lamiendo y chupando esos pequeños pero tiernos senos. Ella por ratos meagarraba fuertemente de la espalda y por ratos me arañaba. No sé por qué, peroeso me excitaba sobremanera, tanto así que me hizo llegar al orgasmo. De nuevome corrí dentro de ella. Sin remordimiento alguno, pues de todas formas al otrodía iríamos a comprar la píldora del día después.
Con todo el malestar que esoconlleva y el consecuente cariño que un novio debe dar a su chica en esascircunstancias.
El domingo fue ciertamente tortuoso, Katherine estaba demuy mal carácter por los síntomas que le provocó la pastilla. Yo debía alternarentre cuidarla y trabajar, pues los videos que había dejado pendientes el díaanterior, no se iban a editar solos.
Capítulo 9:La noche de los lechazos
El amor que sentía por Katherine crecía inversamenteproporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose.Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostrabalas fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos einvitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le dabamayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiadoincómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto queestaba desarrollando por correrme en ella...
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Twitter: @felodel2016
Como casi todas las relaciones, la nuestra fue maravillosaen un comienzo. Pero el paso del tiempo es devastador. Empiezan los celos, losreproches, las pataletas, los intentos de dominación del uno sobre el otro,Bien decía Confucio “los años son escobas que nos van barriendo hacia la fosa”.Yo sabía que iba a ser así, y aún no entendía por qué había aceptado empezar unnoviazgo con Katherine. Pero lo hecho, hecho está. Pensaba para mis adentros,“echaremos 50 polvos buenos y desaparecerá la magia”.
Seguramente el hartazgo iba a ser mutuo para el momentoen que llegase, pero aún faltaba tiempo para eso, así que no quedaba más quedisfrutar y vivir la experiencia.
Para mí el comienzo de nuestra relación iba a ser más queidílico, pues además de la emoción y la satisfacción sexual que me generóKatherine, conseguí mi primer trabajo pago. Fue en una productora audiovisualcomo editor de videos. Para tratarse de mí primer trabajo formal, sin contarcon mayor experiencia, me pagaban bastante bien, teniendo en cuenta además queseguía siendo un estudiante universitario. Lo de editar video se me daba bien,y para ese entonces me apasionaba bastante.
Por supuesto que lo primero que hice fue buscarme mipropio apartamento, que más que un apartamento resultó siendo un piso enalquiler. Un piso en una bonita casa en un barrio céntrico de la ciudad.
Contar con mi propio sitio me permitió tener másprivacidad con Katherine. Ya no debíamos recurrir a moteles, ni fornicar en suapartamento sabiendo que sus hermanas y hermano podían escucharnos.
Para Katherine fue en gran medida beneficioso, pues lequedaba relativamente cerca de su universidad, así que me visitaba con mayorfrecuencia, prácticamente a diario.
Yo había sido igualmente quien la introdujo en el mundode los porros, en el cual se metió de cabeza una vez que yo conseguí este piso.Allí fumábamos sin que nadie nos fuera a reprochar.
Claro que el hecho de trabajar y estudiar al mismotiempo, redujo en gran medida la cantidad de tiempo libre que tenía. Pero detodas formas era un sacrificio que valía la pena.
El barrio donde quedaba mi piso también era ideal paramí. A pesar de ser una zona residencial de construcciones bajas (ningunasuperaba los cuatro pisos), contaba con bastante comercio, tenía bastanteszonas verdes, incluida una pista de skate; un par de bares, y facilidades paraconseguir transporte.
Lamentablemente algunas veces los estereotipos tienenalgo de verdad, y bien dicen por ahí que las pistas de skate vienen conmariguaneros incluidos. Yo no patino, ni monto tabla, pero si consumo hierba,por lo que me adapté e hice amigos rápidamente en el lugar.
Uno de ellos fue Pedro, que indirectamente hizo que yotuviera uno de los más memorables polvos con Katherine entre esos 50 queestipulé podríamos tener.
Ocurrió una tarde de sábado que ella estaba en mi piso.Yo tenía algo de trabajo acumulado así que me senté a editar mientras elladormía. Esa tarde Pedro fue a visitarme. Él, además de fumar marihuana, era unapasionado por tocar trompeta. Como sabía que en mi piso nadie le iba areprochar, iba para ensayar tranquilamente.
Esa tarde generó algo de molestia,pues con su estrepitoso instrumento cortó el sueño de Katherine; que valgaaclarar que cuando dormía lucía dulce y tierna, me hacía pensar que realmenteestaba enamorado de ella.
De todas formas ella se levantó y no armó mayor drama poresto. De hecho se ofreció a ir a comprar algo para tomar entre los tres. Yodebía trabajar, así que en un comienzo me negué a beber, pero entre los dos meconvencieron para tomarnos aunque sea un par de cervezas.
Pedro, además de fumar hierba, era un amante del perico(cocaína). Yo no, pues siempre se me ha hecho que es la perdición, la puerta deentrada al infierno. Sin embargo, cuando alguien más la consume no puedoprohibírselo. Además, Pedro no se alteraba mucho cuando consumía, se alterabaera cuando se le acababa.
Esa tarde se le acabó y entró en desespero. Empezó allamar a su dealer para que le vendiera un poco. Cuando concretó el encuentro, nos pidió que le acompañáramos. Iríamos en su auto, así que accedimos.
Su dealer vivía en Kennedy, una localidad en el suroccidente de la ciudad, no muy retirada de donde estábamos, por lo que sería unviaje relativamente rápido. Finalmente no tanto, pues los sábados esta ciudades intransitable, especialmente en la tarde.
El dealer vivía en una especie de conjunto que no eracerrado. Era una pequeña ciudadela, un conjunto de edificios, pero no habíaninguna reja o algún tipo de seguridad a la entrada de la urbanización; solo ungrupo de edificios construidos en forma de u, mientras que el centro era unespacio para parquear vehículos.
Pedro estacionó el carro, nos dijo que trataría de nodemorarse, se bajó del vehículo y se fue, despareciendo de nuestra vista alentrar en una de las torres.
Para ese momento yo estaba sentado en el puesto delcopiloto, mientras que Katherine venía en el asiento de atrás.
- ¿Me vas a dejar aquí solita?
- No, ya me paso para atrás
En un comienzo ella se recostó en mis piernas mientas yoacariciaba su pelo. Empezó a contarme del hartazgo que tenía de vivir con sushermanos, especialmente con Diana, que al ser la mayor de todos, actuaba comosi fuera su madre. “Es insoportable”, decía Katherine, mientras yo trataba deponerle atención, pues el colocón de los porros que nos habíamos fumado antestodavía no se me pasaba.
“Menos mal que te tengo a ti”, dijo antes de levantarsebruscamente y empezar a besarme. Yo correspondí el beso, incluso busque quefuera algo romántico tomando su mejilla suavemente. Pensé que era lo quebuscaba, pero me equivoqué.
- Quiero que me lo hagas aquí
- ¡Estás loca! Es de día, pasa mucha gente.Pedro vuelve en cualquier momento
- No me salgas con pretextos llenos decagaleras. Va a ser uno rapidito, tengo muchas ganas
- Dale...
Realmente fue un polvo muy corto. Lo sé porque mientrasque lo hicimos sonaron apenas dos canciones, es más, una ya iba a la mitadcuando empezamos a follar, así que fue canción y media.
La canción que sonabacuando empezamos a culear era Bad Boys, deBob Marley, y la segunda fue Mi vida(Live) de Manu Chao. No lo olvidaré, pues amenizaron uno de los polvos másespeciales que echamos Katherine y yo.
Esa vez Katherine llevaba una falda de jean, así que nohubo mayor complicación para follarla, fue cuestión de subirla un poco, corrersu ropa interior hacia aun costado y listo.
La calentura que Katherine tenía ese día era de altocalibre, pues fue ella quien impuso el ritmo de la cabalgata. Yo me limitaba aagarrarla fuertemente de las nalgas, ocasionalmente a sentir sus pequeños senospor sobre su camisa, y especialmente besarla.
No puedo negar que sentía un gran nerviosismo por lo quehacíamos, así que tomando de las caderas a Katherine, empecé a guiar susmovimientos para que fueran cada vez más fuertes y provocar mi orgasmo lo máspronto posible.
El polvo quizá no tuvo nada espectacular, pues nisiquiera pude verla desnuda, ni sentir su piel en la mayoría de su cuerpo, muchomenos disfrutar el sabor de su fluidos, pero seguramente la alta dosis deadrenalina que me generó fue lo que me dejó tan marcado.
Cuando sentí que iba a terminar se lo hice saber, peroesta vez ella hizo caso omiso y me pidió acabar en ella. “luego compramos lapastillita del día después”, dijo en medio de su calentura.
Yo terminé y ella lo notó, pero más allá de eso aprovechóel extratiempo de dureza de mi pene para seguir montada, empezó a besarme y mesentenció. “Cuando volvamos a casa vamos a rematar, así que aprovecha pararecuperarte”.
Ella me desmontó, se hizo a un lado y se recostó en elasiento. Estaba colorada y acalorada, su pelo un tanto desordenado; los vidriosse habían empañado, aunque no tanto como muestran en las películas.
Pedro volvió unos diez minutos después. El polvo habíaterminado hace un buen tiempo, pero nuestra apariencia era delatora.
- Se la pasaron bien por lo que veo chicos...
- ¿Por qué lo dices Pedrito?
- Hombre, el carro apesta a sexo. Además quetienen unas caritas… ¿No me lo habrán manchado?
- No Pedro ¿Cómo se te ocurre?
Nos miramos con Katherine y creo que ambos sentimos algode vergüenza, pero lo que reinó fue el silencio. “Parce, pasate aquí adelanteque no quiero parecer su chofer”, dijo Pedro mientras me miraba.
Pedro nos llevó de vuelta a casa, tomó su trompeta y sefue. Ahora teníamos pista libre para continuar lo que habíamos empezado en latarde. Yo ya había recuperado fuerzas, por lo que estaba ansioso por repetir.Me había olvidado que tenía trabajo atrasado, lo único que me importaba a esahora era echar un polvo tan maravilloso como el vivido unas horas atrás.
- Hazme un… ¿Cómo es que le llamas?¿Cunnilingus?
- A tus órdenes…
Baje su falda de un jalón. Quedó allí de pie, tanvulnerable, tapada apenas por su tanguita y su camisa. Quizá algo sorprendidapor la brutalidad con la que le saqué la falda. Lo hice así porque me apetecía,había fantaseado con ello.
Luego le saqué la tanga, normalmente; no todo tenía quetener esa dosis de agresividad. Le pedí que se mantuviese en pie mientras yo meagachaba para darle sexo oral.
Recuerdo que esa vez jugué quizá de más con mis dedos,pues yo era mucho de usar la lengua, los labios y los dientes, pero poco losdedos, ya que mis manos habitualmente se ocupaban acariciando el resto de sucuerpo. Sin embargo, esa noche tenía ganas de “jugar al ginecólogo”, queríaexplorar un poco con mis manos.
Ella lo disfrutó, pero estoy seguro de que no tanto comoen anteriores ocasiones. De todas formas, con la pareja debes ir probando, yeso fue lo que hice. De hecho, creo que se pegó un buen susto cuando dirigí unode mis dedos hacia su culo, otra vez volvió a aparecer ese gesto de apretarnalgas. Yo solo me reí y le dije “no te preocupes, quería ver cómoreaccionabas, pero sé que no te gusta”.
Y así como ella había sido la encargada de dominar lasituación en el polvo de la tarde, ahora era mi turno.
Una vez que terminé la sesión de sexo oral, me puse enpie y rápidamente la empujé contra la pared. Empecé a besarla, levante suspiernas, les agarré entre mis brazos, como enganchándolas, como si se tratarade alzar canastos, y la penetré. Lo hice lentamente, pues ahora no teníamosapuro alguno.
Ella dejó escapar sus primeros jadeos, luego empezó abesarme. Todo esto pasó en la sala de la casa, a oscuras, pues creo que lacalentura que traíamos no nos dio tiempo para más.
Como era habitual en ella, su vagina estaba empapada, ypoco a poco mi zona pélvica fue quedando igual dado el constante contacto conla suya.
No sé si la humedad hace que el sonido de los cuerpos al chocar seamás intenso, tal vez es solo mi imaginación; lo cierto es que ese sonido tancaracterístico del sexo estaba presente.
“Naciste para hacer el amor”, le dije antes de darle unlargo beso mientras seguíamos follando allí de pie. Quería que este polvo fueramuy largo, pero alzarla, así fuera apoyado por la pared, fue mermando laenergía en mis brazos. Tuvimos que cambiar de posición. La acosté sobre un sofáy sin mucho rodeo volví a penetrarla.
A esta altura del coito sus gemidos eran continuos ysonoros, y solo se vieron interrumpidos para decirme:
- ¡Chúpame las tetas!
- ¿Cuáles?
- ¡Imbécil!
- No te enojes, son tetitas y son las máshermosas que he conocido
Levanté su camisa y cual neonato me apasioné besando,lamiendo y chupando esos pequeños pero tiernos senos. Ella por ratos meagarraba fuertemente de la espalda y por ratos me arañaba. No sé por qué, peroeso me excitaba sobremanera, tanto así que me hizo llegar al orgasmo. De nuevome corrí dentro de ella. Sin remordimiento alguno, pues de todas formas al otrodía iríamos a comprar la píldora del día después.
Con todo el malestar que esoconlleva y el consecuente cariño que un novio debe dar a su chica en esascircunstancias.
El domingo fue ciertamente tortuoso, Katherine estaba demuy mal carácter por los síntomas que le provocó la pastilla. Yo debía alternarentre cuidarla y trabajar, pues los videos que había dejado pendientes el díaanterior, no se iban a editar solos.
Capítulo 9:La noche de los lechazos
El amor que sentía por Katherine crecía inversamenteproporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose.Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostrabalas fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos einvitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le dabamayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiadoincómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto queestaba desarrollando por correrme en ella...
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