Esta es la historia de Ailín, una chica católica de un pueblo con sueños y ambiciones de progresar para poder casarse con su novio, que va a descubrir un mundo nuevo en la ciudad, lleno de deseos y fantasías que van a poner su vida perfecta en jaque. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…
CAPITULO 1
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Capítulo 11: Adiós
El miedo de perderlo todo hizo que mi vida cambiara de golpe. En tan solo unas horas pensé que había arruinado años de relación por una calentura pasajera que para ese entonces me parecía estúpida. Esa noche no dormí, sentía que la respuesta que le había dado a mi novio no era lo suficientemente buena y que él se había quedado con la sensación de que algo pasaba, de que alguien más había. El problema era que Gastón no se equivocaba, había alguien más en mi vida, había un hombre que lograba calentarme y sacarme orgasmos cuando yo no me aguantaba la calentura. Gabriel era mi amante virtual, pero un amante en concreto, con quien yo tenía cybersex o sexo virtual de vez en cuando.
Para recapitular un poco: Soy Ailín, una chica de 18 años, que se mudó del pueblo donde vivió toda su infancia y juventud a la ciudad de Rosario para estudiar. En el pueblo dejé a Gastón, mi novio de hace ya varios años y con quien quiero pasar el resto de mi vida. A pesar que nos vimos en varias oportunidades durante mi primer año en la ciudad, él y yo no tuvimos sexo. La razón es que los dos juramos que llegaríamos vírgenes al matrimonio y tanto él como yo tenemos intenciones de respetar esa decisión. Soy una chica muy religiosa y tradicional, pero mi curiosidad y mi ambición por sentir placer me llevaron a toparme con un chico de capital a través de las redes. Gabriel, o “el maestro” como se hace llamar, es un chico de 27 años que poco a poco logró sacarme la curiosidad llevándome a excelentes sesiones de sexo virtual que se volvían cada vez más atrapantes.
El problema surgió cuando me volví a mi pueblo para las fiestas y en nuestra noche de despedida de año, el 30 de diciembre, en medio de un ataque de calentura mi novio me mandó un mensaje y con la idea de contestarle rápido me equivoqué de nombre. Si, así de estúpida soy. Le respondí a Gastón diciéndole Gabriel y cuando él me preguntó quién era Gabriel a mí no se me ocurrió nada mejor que decirle: “Perdón, es que justo estábamos hablando con los chicos de la facu y uno que se llama Gabriel me hizo una pregunta”. El problema era que ninguno de mis compañeros de la facultad se llamaba Gabriel y Gastón lo sabía. De la facultad solo tenía relación con Agustín y Valerio, por lo que no sabía qué le iba a decir al día siguiente cuando me preguntara bien quien era Gabriel. Esa noche, no dormí.
Al otro día, en víspera de año nuevo Gastón estaba raro, se lo notaba distante y nervioso. A las 00hs nos dimos un beso seco, como si él no quisiera dármelo y cuando nos alejamos un poco de la familia me confesó que sabía que le había mentido pues sabía que no había nadie de la facultad que se llamaba así. Entonces las mentiras siguieron y le dije que en realidad Gabriel era el segundo nombre de Agustín y que yo lo llamaba así para molestarlo. “¿Y qué hacías hablando con Agustín a esa hora?” me preguntó él y le dije que estábamos discutiendo sobre un final que habíamos tenido pues los dos habíamos dado respuestas distintas. Mi novio me miró con desconfianza y obviamente optó por creerme, después de todo, él confiaba en mí.
“Perdón, pero no puedo arruinar toda mi vida por una calentura” le escribí a Gabriel dos meses después cuando a principios de marzo volví a la ciudad. El verano había sido totalmente distinto a lo que me había imaginado. A pesar de que anteriormente nos habíamos tocado con Gastón e incluso habíamos llegado a calentarnos mucho, después de ese incidente de fin de año él volvió a reprimirse y no dejó que en ningún momento pasara algo. Era como si de golpe volvíamos a la castidad completa que habíamos tenido durante años antes que yo me fuera a la ciudad. Eso hizo que nos distanciáramos. A pesar que yo intentaba acercarme a él, intentaba seducirlo o calentarlo, él se escondía tras una pared de hielo puro que terminaba con una discusión o un enojo de su parte. Cuando volví a la ciudad supe que tenía que terminar todo con Gabriel para concentrarme en mi novio de una buena vez.
Le expliqué lo que había sucedido, lo que había pasado y el maestro me dijo que entendía la situación pero me manifestó que no era culpa mía, sino de mi novio. “Con lo buena que estás, si no te quiere coger es un salame” me escribió y yo le dije que no hablara así de mi pareja a pesar de que una sonrisa se me escapó. “Perdón” escribió entonces y continué contándole como me había dicho que yo no respetaba sus decisiones cuando la última noche juntos intenté hacerle una paja antes de que fuéramos a dormirnos. Según Gabriel era obvio que mi novio sospechaba algo y yo pensaba lo mismo.
“Es por eso que no podemos seguir hablando y que tenemos que terminar esto de una buena vez por todas” le escribí y él me dijo que respetaba mi decisión a pesar de que me iba a extrañar mucho. Ese día ninguno de los dos tenía la cámara encendida y hablábamos por chat. Él había iniciado la conversación pensando que después de dos meses íbamos a volver a calentarnos juntos, pero yo le había echado ese balde de agua fría que seguramente le habían quitado las ganas de cualquier cosa. O eso creía.
Después de conversar sobre mi relación con Gastón, la charla se fue para otro lado y el maestro me terminó confesando que le había gustado muchísimo mi cara y que quería que le mande una foto mía en la que se viera mi rostro. Tras aclararme que no hacía falta que fuera una foto desnuda, le dije que iba a buscar una de ese verano para enviarle. Sentía que se lo debía, después de todo él me había hecho muy feliz a lo largo de varias noches del año anterior. Era por eso que le temriné mandando una foto mía en la pileta, en la que estaba en bikini al borde del agua y en la que se notaba muy bien mi figura. “Ves! Sos hermosa!!” me escribió él y nuevamente una sonrisa se dibujó en mi rostro.
“Me encantaría besarte desde los pies hasta la cabeza. Poder recorrer tu cuerpo con mis labios. Posarme en tus tetitas divinas hasta pararte los pezones y seguir por tu cuello” escribió de golpe Gabriel y sentí como se me ponía la piel de gallina. Le dije que se detuviera, que no empezara con ese juego porque no podíamos pero él siguió. “Llegaría hasta tu boca y obviamente que te besaría. Tenés unos labios hermosos. Y volvería a bajar, pasando mi boca por todo tu cuerpo y llegando hasta tu entrepierna para abrirla lentamente” continuó escribiendo y noté como despacio se abrían mis muslos.
Yo dejé de escribirle, pero él sabía muy bien que seguía del otro lado leyendo lo que me decía. “Lamería tu hermosa conchita bien suave, pasándole mi lengua y llenándola de saliva mientras mis manos van haciéndose lugar” seguía diciendo y yo leía bien concentrada imaginándome todo lo que describía. De golpe la escena se fue volviendo más y más calientas mientras Gabriel describía todo lo que haría entre mis piernas. Yo seguía leyendo, en silencio y sin moverme, sin saber que responderle. “Me encanta escuchar tu respiración profunda mientras disfruto de los jugos que salen de tu concha” continuaba y yo sentía como me iba subiendo la temperatura del cuerpo.
“Gabriel, por favor” le escribí tratando de poner algo de resistencia, pero era evidente que quería seguir leyendo lo que me escribía. “Mi lengua se empieza a mover más y más rápido. En forma de círculos por encima de tu clítoris. Haciendo que tiembles y que gimas de placer. Yo me vuelvo loco mientras uno de mis dedos entra y sale de tu cuerpo a toda velocidad” escribió y no pude evitar llevarme una mano a la entrepierna y empezar a franelearme por encima de la bombacha. Cada palabra que escribía, cada frase que me decía, cada expresión que yo apreciaba de parte de él, todo me ponía sumamente caliente.
Después de describirme por un buen rato como me comería la concha decidió subir por mi cuerpo, besándome toda la piel, hasta llegar a mi boca. “Mi pija bien dura chocaría con tu conchita empapada que sola se abriría dejándome entrar” me escribió después y tuve flashes sobre su pija, imaginándomela por completo en mi cabeza. “Vos abrís tu boca bien grande y lanzas un hermoso gemido a medida que mi pija entra en tu cuerpo. Tu conchita está empapada, se abre solita” siguió escribiendo Gabriel y mi mano se movía cada vez más rápido sobre mi entrepierna.
“Entonces te pregunto al oído: Te gusta?” escribió después y me vi en la obligación de responderle. “Me encanta! Me vuelve loca!” le escribí sintiendo como mi cuerpo temblaba y viendo claramente en mi mente las imágenes de su cuerpo totalmente desnudo, de su rostro con su sonrisa hermosa y de su pija bien grande u dura. “Te voy cogiendo despacito, suave, para que puedas sentir como entra toda en tu cuerpo” describió el maestro y yo volví a sentirme su aprendiz, su sumisa. Por alguna razón me sentía prisionera de esa situación, no podía simplemente apagar la computadora e irme.
Gabriel comenzó a cogerme más y más rápido y a pesar de que en esa ocasión no había cámara en directo, yo veía claramente en mi cabeza la imagen de él parado frente a mí, moviéndose bien rápido y masturbándose pensando en mi cuerpo. “Mi pija entra y sale de tu cuerpo a toda velocidad. Cogiéndote bien duro. Haciéndote gemir de placer” me escribió y noté como la respiración de mi cuerpo se aceleraba al mismo tiempo que un dedo de mi mano corría la bombacha de lugar y entraba en mi cuerpo. Seguía leyendo las palabras de mi amante virtual a medida que empezaba a tocarme. Notaba como mi mano se aceleraba con cada descripción de mi maestro y con cada imagen que aparecía fugazmente en mi cabeza.
“Estoy muy duro nena, quiero acabar” me escribió él y con la mano que tenía libre le respondí diciéndole que acabara adentro mío. “Ahí viene” me advirtió Gabriel y mi dedo aceleró su movimiento mientras que con la otra mano le escribía lo más rápido que podía. “Sí. Dame la leche. Dámela toda! La quiero toda en mi cuerpo” le escribí y él me respondía con onomatopeyas, haciéndome saber que se estaba pajeando bien rápido del otro lado de la computadora.
Segundos de silencio le siguieron a un agradecimiento de parte del maestro. “No sabés lo mucho que me hiciste acabar” me dijo y en mi cabeza pude ver la imagen de él cubierto de semen, la misma imagen que me había enviado hacía meses en una noche de placer. Me agradeció y yo hice lo mismo y segundos después se desconectó, dejándome sola en la silla, con una mano adentro de mi bombacha y totalmente caliente. Entonces busqué la imagen de él totalmente desnudo, con la pija en su mano y su pecho cubierto de semen y volví a descargarla a mi celular.
Me fui a la pieza y me desnudé por completo. Tomé mi celular con la mano y busqué la imagen mientras que con la otra cubría de lubricante el consolador que tenía guardado en el último cajón de mi placar. Me recosté en la cama y abrí las piernas. Comencé a apreciar la imagen de Gabriel cubierto de su propio semen a medida que fui colándome el consolador y noté una hermosa sensación de alivio una vez que lo tuve totalmente adentro. “Mmm que placer” gemí imaginándome que mi maestro seguía del otro lado del celular.
Empecé a masturbarme con el consolador mientras mis ojos se perdían en el musculoso cuerpo de Gabriel que seguía cubierto de su leche, leche que había sacado para mí. Esa imagen era el regalo más hermoso que tenía de él y me calentaba como nada en el mundo. Mi mano se movía rapidísimo, metiendo y sacando el consolador de mi cuerpo, haciéndome gemir bien fuerte y provocándome el placer que nadie más podía provocarme. Las abdominales de Gabriel bien marcadas. Su pija dura que sujetaba con su mano. Su cuerpo empapado en semen.
Acabé con un grito bien agudo y mi mano se detuvo en seco. Tiré el celular a un costado y me saqué el consolador de la concha sintiendo como mis piernas temblaban y como todo mi cuerpo vibraba. Mi respiración agitada hacia que mi pecho subiera y bajara a toda velocidad mientras que por mi mente resonaban las palabras de Gabriel y se veían las imágenes de su cuerpo. En ese momento pensé que esa noche había sido una especie de despedida, pues estaba segura que iba a ser la última vez que habláramos. Pero estaba equivocada, pues la tentación me iba a volver a llevar a encender la computadora en busca de mi amante virtual.
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