Hola a toda la comunidad! Como ya les mencioné en un shout, me habían mandado al banco de suspendidos así que no pude entrar a mi cuenta durante ese tiempo.
Gracias a todos los que dejaron sus comentarios y puntos, siempre son agradecidos.
Ahora les dejo el capítulo 13 para que disfruten. Eso sí, estén cómodos porque este es bastante más largo.
Y como siempre, aquellos que se enganchen recién con la historia, les recomiendo que se metan en el perfil y lean los capítulos anteriores.
P.D: el capítulo es demasiado largo para que entre en un solo post, así que está dividido en dos partes. No se olviden de ir a la parte B cuando terminen de leer esta.
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Capítulo 13
Llegó el domingo luego de una semana que se pasó volando después de lo que había sucedido en mi departamento. La rutina se había hecho más llevadera y ni siquiera un sábado bastante ocupado en el local, hasta el punto en que me habían dejado prácticamente seco, había sido suficiente para bajarme de la nube en la que me encontraba.
Estacioné el auto como siempre en la vereda de la casa de mis viejos y entré para el acostumbrado almuerzo familiar. Saludé a mi mamá, que estaba ocupada en la cocina, y luego hablé un poco con mi viejo, que se encontraba con la vista clavada en el televisor mirando un partido de una liga europea.
Era notable lo bien que le estaba haciendo el cambio de dieta que le había obligado a seguir su cardiólogo. Mi viejo no había sido nunca una persona que uno pudiera catalogar de obesa, pero era obvio para cualquiera que lo hubiera conocido antes de su infarto que había bajado unos cuantos kilos.
-Che, viejo, ¡cómo se nota que mamá te tiene cagando con la comida! –Le comenté, luego de las preguntas de siempre sobre el laburo y la facultad.
-¡Y lo bien que le hace! –Gritó mi vieja desde la cocina, antes que él pudiera responder.
-¡Ya voy a volver a comer un buen asado como Dios manda! –Replicó también gritando. –No le digas nada a tu madre, –agregó, bajando la voz para que sólo yo pudiera escucharlo –pero hace años que no me siento tan bien. Las rodillas me duelen mucho menos, lo mismo con la cintura y demás. ¡Hasta me pude poner unos pantalones que no usaba desde que vos y tu hermana iban a la primaria! –Una sonrisa de orgullo iluminó su cara.
-¿Posta? ¡Genial! –Me daba gusto verlo sonreír así a mi viejo después de lo mal que había estado hace unos meses. –Pero en serio, mejor que mamá no se entere, ¡o te va a hacer seguir esa dieta por el resto de tu vida!
-¡Olvidate! ¡No veo las ganas de volver a comer una buena milanesa a caballo con papas fritas y destapar una buena cerveza!
-¿A dónde vas? –Preguntó, al ver que me ponía de pie.
-A buscar a Clara. Le presté un libro a Jessi y todavía no me lo devolvió, así que le voy a decir a Clara que le avise a ella que no se olvide de eso. –Respondí, inventando una excusa a la pasada. En realidad tenía otra clase de charla pendiente con mi hermanita. –Está en su pieza, ¿no?
-Ajam… -Mi viejo había vuelto a clavar la vista en el televisor. –Avisale que no tarde mucho en bajar, que ya va a ser hora de comer.
Le hice una seña con la mano para avisarle que había escuchado, aunque él estaba tan prendido al televisor que ni se enteró, y avancé por la escalera hacia la guarida de mi hermana.
Terminé de recorrer el pasillo y alcancé mi destino. Golpeé suavemente un par de veces la puerta de su habitación y luego la abrí apenas unos centímetros, cosa de que se escuchara mi voz sin necesidad de elevarla.
-Hola Clarita, ¿puedo pasar?
-Sí, dale, entrá.
Di un paso, cerré la puerta detrás de mí y me quedé apoyado contra la pared. Clara se encontraba tirada en su cama, boca arriba, sus piernas cruzadas, con su celular en mano y su vista clavada en él. Se volteó para mirarme y sonrió de inmediato. ¿Cómo hacía para verse tan hermosa a pesar de estar vestida tan desaliñada como era posible?
-No empecemos.
-¿Que no empecemos con qué?
-Que no empieces a mirarme así ahora. –Dijo, sonriendo aún más.
-¿Así cómo?
-Como si te estuvieras acordando de lo que pasó en tu departamento. –Su vista había abandonado mi rostro y bajado hasta mi entrepierna.
-No parece que vos estés pensando en algo distinto.
Clara sólo sonreía, pero sus ojos aún permanecían clavados directamente en mi verga. Y mi verga parecía muy interesada en ser observada por mi hermana, porque yo podía notar cómo la sangre empezaba a acumularse ahí. Pero era mejor cambiar de tema, o las cosas iban a ponerse muy peligrosas.
-Cuando la llevé a Jessi a su casa la otra noche pasó algo interesante.
-¿Ah, sí? –Preguntó, con tono de curiosidad.
Clara se acomodó de nuevo en la cama y se sentó. Me dio la impresión de que eso se había debido a que parecía intuir por dónde iban los tiros en ese momento y se estaba preparando para mi enojo.
-Sí, me dijo un par de cosas interesantes. Sobre mi laburo, sobre mi carrera universitaria… -Mi sonrisa se había esfumado. -¿Te suena de algún lado?
-¿Me vas a empezar a decir de todo por eso? ¿Empieza un sermón sobre cómo no tengo que meterme en tu vida y bla bla bla? –Mi hermana sonaba casi resignada a su suerte. –Está bien, me lo merezco, pero hacela corta porque tenemos que almorzar.
Volvió a clavar la vista en el celular, como si no hiciera falta dirigirme la vista un segundo más y lo que estuviera pasando en la pantalla fuera muchísimo más interesante.
-¿Me hacés el favor de mirarme cuando te hablo? –Clara despegó la vista del teléfono y volvió a mirarme a los ojos. -¿No te parece que fue medio de cagona no venir vos a decirme esas cosas? No hacía falta que la mandaras a Jessi a decirme eso.
-Bueno che, me pareció que te lo ibas a tomar mejor si te lo decía alguien que no fuera yo. –Se defendió, su rostro ligeramente sonrosado por la vergüenza. –Alguien te lo tenía que decir. Y no hay forma de que les cuente esto a los viejos para que te lo digan ellos.
-No, más que con los viejos no se puede hablar de eso.
-Partamos de que para mí tampoco es lo más normal del mundo tener que hablar con vos de que vivir de que te chupen la pija no es un buen plan a futuro. –Remarcó, sintiéndose algo incómoda.
-En eso tenés razón. –Reconocí a regañadientes.
-¿En qué?
-En las dos cosas. –Respondí, acerándome a su cama y sentándome a los pies de ella. –Ya sé que no debe ser fácil para vos saber a qué me dedico en realidad. Si yo me hubiera enterado de que vos trabajabas de algo parecido a lo que hago yo, seguro que la pudría al toque.
-¡Ojalá pudiera vivir de algo así! –Exclamó entre risas. –Bueno che, tampoco para que pongas esa cara. –Agregó, viendo la cara de orto que había puesto cuando dijo eso. -¿O qué? ¿Vos sí podés vivir de que te chupen la pija, pero yo no podría dedicarme a dejar que me chupen la concha? No seas cavernícola, por favor.
-No es lo mismo…
-No me vengas con esas pelotudeces. –Me interrumpió antes de que pudiera seguir. –Si para vos está bien alquilar tu verga para que alguien te la chupe o se la meta en cualquier otra parte del cuerpo, para mí debería estar bien hacer cualquier otra cosa parecida con mi cuerpo. Así que el discursito de “vos no podés hacerlo porque sos mi hermana, pero yo sí porque soy hombre y entonces está bien” mejor que te lo guardes ya sabés dónde.
Clara había cambiado su expresión y sus ojos se habían cerrado a medida que decía esas palabras. Su boca era una línea bastante recta. Ya reconocía esos síntomas de otras ocasiones y nunca auguraban nada bueno. De hecho, generalmente cuando mi hermanita se ponía así siempre habíamos terminado mal.
La charla se estaba acercando peligrosamente a la frontera que separaba una charla de una pelea, por lo que era mejor para mí bajar un par de cambios o íbamos a terminar mal. De todos modos, no tenía razón en mi postura, pero la idea de que mi hermana entregara su cuerpo a cualquier pelotudo con unos pesos en el bolsillo me hacía hervir la sangre.
Era una postura muy hipócrita de mi parte, como bien había señalado mi hermana, pero no lo podía evitar. En mi cabeza nadie podría ser digno de estar con ella jamás, y ser el único que disfrutaba del sexo con mi hermana me ponía más guardabosque que nunca.
-Bueno, está bien, pero ese no es el punto de esta charla. –Dije finalmente, buscando calmar las aguas. –El caso es que tenés razón con eso de que mi laburo no tiene futuro realmente.
-Y no, la verdad que no, y deberías pensar en buscar otra cosa. –Sugirió, con un tono más suave. Al parecer, que yo le hubiera dado la razón ayudó bastante a apaciguarla.
-Ya lo sé, pero igual no te ilusiones, no es que pienso renunciar hoy mismo. –Le advertí, antes que se le diera por andar recomendándome alguna página de búsqueda laboral.
¿Por qué siempre tenía que meterse en mi vida de esa forma? ¿No podía dejarme vivir mi vida en paz sin tener que andar dándome órdenes? Claro, la señorita tenía un buen laburo, ya se había recibido, no ganaba mal. Pero eso no le daba derecho a andar hablándome como si estuviera en un pedestal.
-No, tarado, ya sé que no. Además, tampoco es que te esté diciendo que tengas que hacer eso. Pero al menos empezá a ponerte las pilas en serio con la facultad. ¿Sabés lo que hubiera dado yo por tener todo el tiempo libre que tenés vos? No seas boludo, aprovechalo.
Había que reconocer que ahí estaba en lo cierto, no podía negarlo. Estaba en un laburo muy bien pago, pero que realmente no tenía un futuro a la vista, y tenía tiempo libre para dedicarle a la facu. ¿Por qué no aprovecharlo?
-Tenés razón en eso, hermanita. –Dije, acariciando su pierna cerca de la rodilla y dejándola ahí. –Voy a empezar a ponerme las pilas con eso.
-Así me gusta. –Replicó con una sonrisa. –Y hablando de empezar…
-¿Qué?
-Ya te lo dije antes. –Me recordó. -No empieces…
-¿Con qué? –Pregunté, sonriendo con picardía. Mi mano ya había avanzado hasta la mitad de su muslo.
-Dejá de hacerte el boludo y sacá la mano de ahí.
-Bueno. -Obedeciendo su pedido, retiré mi mano de su muslo y la puse directamente en una de sus firmes nalgas. –Ahí está, ya puse mi mano en otro lado.
-No me refería a eso, hermanito. –Me reprochó, aunque emitió un suave gemido que no parecía indicar que le disgustara mi mano.
-¿No? –Pregunté, todavía haciéndome el boludo. -¿Entonces qué debería hacer? ¿Más arriba decías vos? –Subí mi mano hasta dejarla apoyada en su pecho. -¿O más abajo? –Mi otra mano bajó hasta tocar su entrepierna por encima del pantalón de algodón que traía puesto.
-No… pará… -Intentó decir, pero cada vez que presionaba un poco le provocaba un suave gemido.
-¿No te gusta que te toque así, hermanita?
La mano que tenía en su pecho se deslizó por debajo de su remera y atrapó uno de sus pezones entre mis dedos. Mi otra mano se ubicó entre la tela del pantalón y la de su ropa interior. Podía empezar a notar cierta humedad.
Mi verga se había empezado a despertar y pedía a gritos salir a tomar aire. Pero mi hermana no pensaba dejarse llevar con tanta facilidad. Puso una mano en mi cara y empujó para que me saliera de encima de ella, luego escapó con agilidad casi felina hasta quedar cerca de su armario.
-¡Te dije que no! –Exclamó, tratando de no levantar la voz.
-Perdón, fue una estupidez eso. –Dije rápidamente, tratando de disculparme.
-¿Estás loco? –Preguntó, jadeante. Se esforzaba por no gritar para no llamar la atención de nuestros padres. -¡Están los viejos abajo y ya tenemos que bajar!
-Ya sé, ya sé… Me dejé llevar.
-Bueno, más vale que te calmes porque ya te lo dije antes, esto no se va a repetir a cada rato. Así que decile a esa cosa –señaló a mi erección –que deje de pensar por vos y empezá a usar más el cerebro.
-Tenés razón. Mejor voy bajando. Y vos no tardes mucho que ya va a estar el almuerzo.
Me levanté de la cama y caminé con paso apesadumbrado hacia la puerta de su habitación cuando sentí un roce en mi erección al pasar. Volteé para mirar a mi hermana y la muy guacha sonreía con picardía.
-¿Me estás cargando?
-Dale, bajá, ahora voy yo también. –Me apuró, como si ese roce no hubiera sucedido.
-Serás hija de puta…
-No sé, jodete por lo que me hiciste recién. –Dijo, sin mostrarse intimidada. –Ahora bajá y no jodás más.
Estaba a punto de dirigirme de nuevo hacia ella cuando se escuchó la voz de mi vieja desde la planta baja.
-¡Vamos! ¿Qué están haciendo allá arriba todavía? –Preguntó con impaciencia. -A ver si bajan a dar una mano con la mesa por lo menos.
-Te salvó la campana. –Le dije en broma a mi hermana. –La próxima no te vas a escapar.
-Ya veremos si es que hay una próxima. –Me respondió, desafiante. –Ahora bajá de una vez.
-¿Otra vez con eso de que hay que dejar de pasar un tiempo?
-¿Otra vez con eso de que no te aguantás un tiempo sin coger? –Replicó burlándose de mí. -Tenés un montón de bocas que alimentar en tu laburo, así que no me vengas con que te agarra la abstinencia. Así que dejate de joder y bajá.
Frustrado por las palabras de Clara, admití la derrota y finalmente le hice caso. Pero cuando ya había puesto la mano en picaporte de la puerta, una vez escuché la voz de mi hermana que me llamaba.
-Por cierto… ¿Qué más pasó con Jessi?
-¿Qué más pasó de qué?
-No te hagas el boludo. –Dijo con seriedad. –Vos, ella, solos en tu auto…
¡Señoras y señores, los celos de mi hermana hacen una nueva presentación y yo soy el único espectador del local! Ya sabía que era cuestión de tiempo para que preguntara algo así. Ella no podía evitarlo, podría hacerse la desinteresada, la que había que esperar para que pasara algo entre nosotros otra vez… Pero eso no quería decir que mi hermanita fuera a aceptar tranquilamente que yo cogiera con otra.
-Ah, eso. –Repliqué con una sonrisa.
-Sí, eso. ¿Qué pasó?
-Hablamos. ¿O no te acordás de lo que charlamos recién vos y yo? La llevé a la casa, le dejé el libro que me pidió, me saludó y se fue a su casa. –Respondí, encogiéndome de hombros.
No le estaba diciendo toda la verdad, pero hasta ese momento tampoco le había mentido a mi hermana. No había entrado en detalles sobre la clase de saludo de despedida que me dio su amiga, pero no tenía por qué andar entrando en detalles.
-Ah, bueno. –Dijo, con un ligero tono de decepción.
-¿Pasa algo? –No entendía esa reacción, yo me había esperado algún suspiro de alivio o algo por el estilo.
-No, no. Bueno, andá para abajo antes que mamá te vuelva a llamar. –Señaló la puerta para subrayar el mensaje.
Algo no me cerraba. ¿Por qué estaba decepcionada mi hermana? ¡Si le dije lo que quería escuchar! ¿O no? La cabeza de mi hermana por momentos se convertía en un laberinto por el que nunca podía encontrar el camino correcto, y esa ocasión era un ejemplo.
-¿Segura que no pasa nada?
-No, nada… es que…
-¿Y? ¿Quién baja a darme una mano? –Se escuchó el grito de mi vieja que venía de la cocina.
-Bajá, dale. –Insistió mi hermana.
-Ibas a decir algo.
-Dejá, no es nada importante.
-¿Segura?
-¡Qué denso que te ponés, pendejo!
-¡Pedro, bajá de una vez a ayudarme! ¡Y vos también, Clara! ¡Vamos che!
Obedeciendo el llamado de mi vieja, salí de la habitación y bajé las escaleras para darle una mano con la mesa y tener uno de nuestros acostumbrados almuerzos familiares.
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Ya había llegado al miércoles y estaba tirado en el sofá haciendo zapping en el televisor buscando algo que me distrajera un rato. Ese día se había pasado tranquilo, ya que Érica no me había asignado ningún turno. Así que lo había aprovechado para avanzar con los apuntes de las materias que estaba cursando en ese momento.
Si bien no estaba demasiado apremiado con los tiempos, mi hermana tenía razón en que no podía desperdiciar la oportunidad que se me había aparecido en ese momento de mi vida. Tenía tiempo de sobra al pedo, no había excusa para no ponerme un poco las pilas.
El domingo había pasado sin sobresaltos, ni siquiera me había quedado mucho tiempo en la casa después de almorzar para evitar la tentación de quedar a solas con mi hermana. Tenerla tan cerca de mis manos era peligroso para ambos, y no había forma de hacer algo sin correr un serio riesgo de que nuestros viejos nos descubrieran.
Si bien ese riesgo era excitante, dejarse llevar sin pensarlo bien y sin estar seguros de que nadie iba a enterarse podía traer consecuencias que ni ella ni yo queríamos afrontar.
Dejé puesto cualquier canal en la tele y abrí la aplicación de Facebook en mi celular. Mientras revisaba posteos de algunos conocidos, una notificación de mensaje recibido me llamó la atención. Abrí el chat y descubrí el contenido de ese mensaje.
Pedro, ¿estás en tu depto?
Ya de por sí esa pregunta era sorpresiva, porque casi no recibía visitas en mi departamento, pero aún más grande fue mi sorpresa cuando vi quién me lo había mandado.
Hola Jessi. Sí, estoy acá. Por?
Nada, recién salgo del trabajo y quería pasar por allá a dejarte el libro. No hay problema, no?
No, para nada. Venite tranqui.
Dale, gracias! En 20 o 30 minutos estoy por allá.
Genial, te espero.
De inmediato salté del sofá como si me hubieran dicho que había una serpiente venenosa escondida entre los almohadones, y me puse a guardar todo y a limpiar tanto como fuera posible del lugar antes de que sonara el timbre.
Me apresuré a darme un duchazo rápido y tirarme un toque de perfume a las corridas mientras buscaba algo de ropa para ponerme.
No quería recibirla como un vagabundo (el look que solía tener cuando estaba solo en el departamento), pero tampoco quería quedar demasiado obvio poniéndome ropa como para salir a algún lado.
Al final me terminé decidiendo por un jean medio gastado y una de mis remeras favoritas. Recién había terminado de vestirme cuando el timbre sonó, anunciando la llegada de Jessi.
Apreté el botón para que pudiera pasar la puerta y entrara al edificio y una vez más revisé todo para ver que no hubiera nada que necesitara sacar o esconder de su vista. Incluso hice una rápida incursión en mi pieza y puse algo de ropa sucia en una bolsa para evitar cualquier problema.
La idea de que Jessi hubiera venido por cuenta propia a verme llenaba mi cabeza de ideas excitantes. En los pocos minutos que habían transcurrido desde que recibí su primer mensaje, ya me había hecho como diez películas distintas, en las que siempre terminábamos teniendo sexo de manera salvaje.
Pero necesitaba despejar esas imágenes de mi cabeza. No podía ser tan iluso de pensar que había venido para eso, y tampoco podía ir tirándole los galgos a la primera oportunidad que tuviera. Especialmente no podía olvidarme de que era una de las mejores amigas de mi hermana.
Sí, ese dato definitivamente tenía que conservarlo en primer plano dentro de mi cabeza… si justamente quería mantener la cabeza pegada al cuello y no terminar siendo decapitado por cierta preciosa petisa pelirroja de ojos verdes.
Escuché unos suaves golpes en la puerta de mi departamento y traté de normalizar mi respiración que por algún motivo estaba bastante agitada. Lamenté no tener un espejo a mano para poder revisarme una última vez, y finalmente me alisé unas arrugas de la remera antes de abrir.
-Hola, Jessi. –Dije, con mi mejor sonrisa pintada en la cara.
-Hola, Pedrito.
Ahí estaba Jessi, con una expresión de haber sobrevivido a un día bastante largo, pero hermosa a pesar de todo.
-Pasá, pasá. –La invité, apresurándome a correrme del camino para permitirle el paso.
La escaneé desde todos los ángulos que pude mientras avanzaba por delante de mí. Era obvio que recién venía del trabajo. Tenía puesto un saquito gris claro que hacía juego con su pollera, la cual le llegaba bastante por encima de las rodillas. Una camisa blanca ligeramente pegada al cuerpo le marcaba un poco las curvas. Sus piernas estaban cubiertas por medias negras y calzaba unos zapatos de taco negros.
En resumidas cuentas, casi parecía que iba vestida para hacer de secretaria sexy en una porno más que si realmente hubiera ido así a trabajar. O quizás era idea mía, porque Jessi realmente rajaba la tierra se pusiera lo que se pusiera.
Cuando se acercó para saludarme con un beso en la mejilla, mi nariz pudo sentir una ráfaga de un perfume floral que me encantó. Demoré el beso una décima de segundo extra para asegurarme de que ella sintiera el perfume que yo me había puesto unos minutos antes y luego me despegué.
-¿Recién saliste del laburo? –Le pregunté, mientras la acompañaba al living y la invitaba a sentarse.
-Sí. La verdad que estoy detonada. –Respondió, acomodándose en un sillón y cruzando sus largas y hermosas piernas.
-¿Querés tomar algo? Estaba por prepararme un café cuando me llegó tu mensaje.
-Sí, por favor. Me vendría de maravillas.
-Con leche era, ¿no?
-Sí, con lechita, por favor.
Una sonrisa que aparentaba toda la inocencia del mundo acompañó esa última frase. Pero en sus ojos había precisamente de todo menos inocencia. Se veía impresionantemente seductora ahí sentada en el sillón y me estaba costando horrores no lanzarme de cabeza a jugar a las escondidas por debajo de su pollera.
Opté por abandonar la escena y refugiarme en la cocina para tratar de ordenar mi cabeza un poco. Una vez más tenía a Jessi en mi departamento, y esta vez la situación era muy distinta a cuando había venido con Betty. Pero la idea de mi hermana explotando de celos si llegaba a enterarse de que me había acostado con su mejor amiga a espaldas de ella todavía se metía en mi cerebro a cada rato, bloqueando cualquier intención de intentar avanzar con Jessi.
Para cuando volví al living, con las tazas y unas medialunas que me habían sobrado del desayuno, la situación había empeorado considerablemente. Jessi había dejado el saco en el respaldo del sillón, se había arremangado la camisa y había soltado un par de botones. Un corpiño de encaje negro asomaba de vez en cuando. Casi que podía adivinar que tenía puesta una tanga del mismo color, y hubiera apostado mi vida a que estaba usando portaligas.
Tenían que ser ideas mías, no podía ser cierto que Jessi hubiera venido lista para declararme la tercera guerra mundial en mi departamento a espaldas de mi hermana. No sabía qué cara había puesto al encontrármela así sentada en el sillón, pero una sonrisa, que bien podría haber sido de satisfacción por haber logrado el efecto que pretendía, asomó por su rostro.
-¿Y el libro? –Pregunté, tratando de generar algo de distracción.
-Acá está. –Dijo, todavía sonriente, sacándolo de su bolso. –¡Muchísimas gracias!
Me lo entregó y noté que estaba envuelto en film. No pude evitar reírme de la sorpresa.
-¿Y esto?
-Acá adentro tengo de todo, hasta el tupper con el almuerzo. –Explicó, mostrándome un tupper vacío que tenía dentro del bolso. - ¡Si se llegaba a manchar me moría!
-¡Si no te morías, te mataba yo! –Exclamé en broma. –Pero gracias por cuidarlo, en serio, no todos hacen eso. –Agregué, rememorando malas experiencias que había tenido prestando libros o discos.
-Olvidate, yo soy re cuidadosa con mis libros, ¡imaginate si no voy a serlo con uno que no sea mío!
-¿Y entonces? -Pregunté, ansioso. - ¿Te gustó?
-¡Me en-can-tó! –Respondió sonriendo. –Mirá que yo vi la primera temporada de Game of Thrones, y más o menos sabía cómo viene la historia, pero no es lo mismo que leerlo. No hay comparación.
-¿Viste? Nada que ver. Por muchas vueltas que le den, no pueden igualar el libro.
-Olvidate, es más, cuando el autor empieza a meterse en la mente de los personajes…
Cuando nos quisimos dar cuenta, nos habíamos enfrascado en una conversación muy apasionada sobre el libro que acababa de prestarle. Pasamos por todos los temas posibles, la introducción de los personajes, los detalles, las descripciones, las cosas que habían cambiado del libro a la serie... Y todavía podríamos haber estado un buen rato más charlando sin quedarnos en alguna clase de silencio incómodo.
Me vejiga hizo sonar la alarma, así que me levanté un momento para ir al baño y me percaté de que ya había pasado más de una hora y media de charla ininterrumpida.
No sólo eso, sino que era la primera vez que podía dedicarle tanto tiempo a una charla de ese tipo con alguien, más allá de los grupos en facebook o sitios dedicados a la serie y a los libros. Clara, en cambio, no era para nada seguidora del tema, ella era más de ver otro tipo de series.
Cuando volví al living la vi a Jessi un poco incómoda en el sillón, como si algo la inquietara un poco.
-¿Pasa algo, Jessi?
-No, nada… Bueno, sí…
-Jessi, decidite: o es no, o es sí. –Dije, tomándole el pelo un poco.
-Es que… te quería preguntar si podías prestarme el segundo libro, Choque de Reyes. Pero no quería ponerme pesada con eso, sacando libros de tu colección a cada rato. –Respondió de golpe, largando las palabras casi sin respirar. Se había puesto bastante colorada y terminó cubriéndose la cara con las manos. –Ay, perdón, qué tonta…
Yo no pude menos que echarme a reír ante esa situación. Jessi siempre me había parecido una chica muy decidida, segura de sí misma. No recordaba ver que se mostrase así ante nadie, y de repente había podido verla bajar las defensas delante de mí.
Me acerqué para ponerme en cuclillas delante de ella, tomar sus manos y retirarlas de su precioso rostro.
-¿Por qué te ponés así? –Pregunté sonriendo con amabilidad. -No dijiste nada malo.
-No sé, las chicas siempre me joden con que tengo ese lado nerd. –Seguía muy colorada y tenía la mirada clavada en el piso. -Con ellas nunca se puede hablar de estas cosas. No es que me digan algo, pero, por ejemplo, mil veces intenté que vieran Game of Thrones y nunca le dieron bola, o a lo sumo se aburrieron después de uno o dos capítulos. Y así con otras cosas, como las películas de El Señor de los Anillos o las de ciencia ficción. No sé, siento que tengo esa parte de mí que no puedo compartir con ellas simplemente porque no son los mismos gustos y no tengo a nadie más con quien hablar de eso en persona.
Después de ese pequeño monólogo se quedó en silencio, pero su cara reflejaba el alivio que sentía al poder sacarse eso de encima. Era como si por primera vez hubiera podido expresar en voz alta todo eso que se le había quedado atragantado durante mucho tiempo, quizás años.
-A mí también me encanta la ciencia ficción.
Sonaba a un chamuyo tremendamente oportunista, pero no había podido evitarlo. Me sentía tan identificado con lo que había dicho Jessi que prácticamente podría haberme robado eso de algún rincón de mi cabeza.
Jessi salió de su silencio para echarse a reír ella también.
-Sí, sonó a chamuyo re básico, ¿no? –Comenté, ligeramente sonrojado.
-Muy básico, sí. –Dijo ella, todavía riendo. –Pero sí, igual ya me pude dar cuenta. Sólo con ver tu biblioteca, cualquiera se entera que te gusta. Y también El Señor de los Anillos, por lo que pude revisar. –Agregó, señalando un estante que tenía los libros de la trilogía y otros más relacionados.
Estaba con su cara muy cerca de la mía. Una vez más pude sentir como su perfume se escabullía dentro de mi nariz para embriagarme con su aroma floral. Pero la imagen de mi hermana estallando de celos se impuso en mi cerebro para bloquear cualquier idea rara que pudiera haber tenido.
-Pero bueno, no te preocupes por el libro. Si lo cuidás como hiciste con el otro, obvio que te lo voy a prestar. –Dije, poniéndome de pie de golpe antes de mandarme una cagada. –Ya es tarde. –Comenté, mirando el reloj de mi celular. -¿Qué hacemos?
-Uy, sí… Es cierto.
-¿Tenés que ir a algún lado esta noche? –Pregunté de pronto.
Jessi se quedó mirándome ligeramente sorprendida de mi pregunta, pero sonrió al comprender el mensaje que se encontraba escondido debajo de esa pregunta. Sin embargo, no respondió de inmediato, sino que se tomó unos segundos, simulando hacer un repaso mental de sus actividades para esa noche.
-La verdad que no. .
-¿Qué te parece si te quedás a cenar entonces?
Intenté poner la cara más neutral posible, pero por dentro mi corazón golpeaba mi pecho como un martillo neumático. No me habría sorprendido si Jessi hubiera podido escuchar ese sonido, que retumbaba en mis tímpanos como la batería de una banda de heavy metal.
Jessi habrá tardado medio segundo en responder, pero para mí el tiempo se había estirado hasta el infinito. Sentí que había envejecido una vida entera hasta que escuché brotar de sus labios su réplica.
-¿No te molesta? ¿Seguro? –Vio que negaba con la cabeza y una sonrisa iluminó su cara. –¡Dale, me quedo!
-Bueno, ponete cómoda que yo voy a empezar a cocinar algo.
-¿Vas a cocinar? ¿Vos? –La incredulidad estaba reflejada en todas sus facciones.
-¡Obvio! –Respondí con orgullo. -¿O Clara no les contó sobre el risotto que me mandé en casa de mis viejos?
-¿EL QUÉ? –Estalló Jessi. Si su voz se hubiera ido un poco más aguda, sólo los perros de la cuadra la habrían podido escuchar.
-Uh, bajá la voz… O van a venir los vecinos a romper las bolas de nuevo.
-Perdón. –Dijo, hablando casi en un susurro. –Es que no me imaginé que cocinaras.
-Y bueno, es que nos tenemos que cuidar bastante con las comidas por mi laburo.
-¿Eh? ¿Cuidarse por qué?
-Más que nada para controlar el peso, no tener problemas físicos, esas cosas. –Jessi seguía con cara de que no terminaba de entender la idea. –Por ejemplo, hay veces que me tocó atender cuatro o cinco turnos en un día. –Jessi abrió los ojos bien grandes cuando escuchó eso. – Entonces necesito estar en un buen estado físico para aguantar ese tipo de cosas. Si tengo el colesterol por las nubes o si tengo ochenta kilos de sobrepeso, estoy prácticamente sin fuerzas en el cuerpo después del segundo turno, con suerte.
-Ah… ¿Y por qué no pedís delivery entonces?
-Porque me sale más barato hacer la comida yo mismo. –Respondí, encogiéndome de hombros, como si fuera la respuesta más obvia del mundo.
-Bueno, ahora más vale que me prepares un buen risotto. No me vas a dejar con las ganas así nomás.
-A ver… dejame pensar. –Me tomé un segundo para hacer un repaso mental de los ingredientes que necesitaba. –Sí, un risotto de pollo seguro puedo hacer.
-Pedrito cocinero… ¡Esto no me lo pierdo! -A continuación se puso de pie y me acompañó a la cocina.
Yo empecé a sacar los ingredientes para ponerlos sobre la mesada y fui acomodando todo. Puse una olla chica con agua en el fuego para ir calentando agua para el caldo y mientras tanto empecé a picar la cebolla y el ajo.
Jessi estaba apoyada contra el marco de la puerta, cruzada de brazos, y miraba todo con atención para no entrometerse en mi camino, mientras yo iba y venía por la pequeña cocina, sacando cosas de la heladera o de algún estante.
Por mi parte yo intentaba no distraerme con esa visión que aparecía delante de mis ojos. No estaba demasiado acostumbrado a las visitas en mi departamento, y mucho menos a cocinar delante con alguien atenta a cada uno de mis movimientos.
Que encima quien estuviera con los ojos clavados en mí fuera una mujer tan hermosa como Jessi no me ayudaba a calmarme. Y como para rematarla, se trataba de una de las mejores amigas de mi hermana, lo cual sólo sumaba más cosas al circo que de por sí se había formado en mi cabeza.
En un momento volteé de nuevo a mirarla y noté que se estaba mordiendo el labio de una forma muy sensual. ¡Otra igual que Clara! ¿Por qué les gustaba tanto verme cocinando? ¡Qué ganas que me daban de subirla a la mesada y pegarle una buena garchada en ese mismo instante! ¡A la mierda la cena, la comida, los vecinos, los ruidos y los celos de mi hermana también!
Pero no, tenía que controlar a mi instinto. Ya casi me la había mandado la vez anterior. Y esa vez mi hermana había sido partícipe de todo.
Entonces una pequeña luz de esperanza había llegado para iluminar una posible solución. Estaba convencido de que Clara se había mostrado algo decepcionada cuando le dije que no había pasado nada entre Jessi y yo la vez que estuvimos los dos a solas en mi auto. Casi que ella esperaba que le dijera otra cosa.
¿Sería posible que mi hermana quisiera que pasara algo entre Jessi y yo? Esa era una idea interesante, sin dudas. Por lo pronto de lo que no me quedaban dudas era de que Jessi sí quería algo, por algo me había comido la boca cuando la dejé en su casa.
Ya había puesto las supremas trozadas en la sartén junto con todo lo demás cuando le pedí una mano a Jessi.
-Ya que estás, ¿me das… una mano con la mesa? –Pregunté, demorándome un segundo de más a mitad de la pregunta con una sonrisa traviesa acompañando el pedido.
-Obvio que te doy una mano. –Replicó ella, siguiéndome el juego y pausando una décima de segundo extra a mitad de la frase. – ¿Qué hago?
“Subite la pollera, sacate la tanga, y sentate en la mesada con las piernas abiertas” fue la frase que primero se me pasó por la mente, pero por ahora había que volver a la normalidad.
-Fijate en el mueble que está frente a la mesa y sacá un par de platos y los vasos, por favor. También hay un mantel ahí. Yo en un ratito llevo los cubiertos.
-Dale, ahí pongo todo. –Anunció, dando media vuelta y saliendo de la cocina con un suave bamboleo que me permitió apreciar su culo enfundado en aquella pollera ajustada.
Estaba terminando de preparar todo cuando la voz de Jessi se escuchó desde el otro lado.
-¡Mirá lo que están dando en la tele! –Se notaba que era algo que le gustaba, porque se la oía emocionada.
-¿Qué cosa? –Pregunté, mientras revolvía el contenido de la sartén para evitar que se pegara todo.
-La Comunidad del Anillo, aunque ya está bastante empezada.
-Dejala igual, así la vemos ahora.
La trilogía de El Señor de los Anillos, junto con otros clásicos de mi lista de películas favoritas, era de esas que la podía agarrar en la tele sin importar que estuviera empezada, por la mitad, o casi por terminar, que seguro me quedaba viéndola.
-¡Pero más bien! –Dijo, como si la idea de cambiar de canal fuese completamente ridícula.
-¿Te jode si te pido algo? –Pregunté mientras terminaba con los últimos retoques antes de sacar la comida del fuego.
-¿Qué cosa?
-¿Podés meterte en el menú y poner el idioma original con subtítulos? El doblaje es un dolor de tímpanos.
-¡Te estaba por preguntar eso mismo! Ahí lo cambio.
“Ok, oficialmente esta chica vale oro”. No sólo compartía varios de mis gustos en cuanto a series y libros, sino que encima odiaba el doblaje en las películas. No tenía la menor idea de qué podía llegar a pasar entre ella y yo, pero las señales estaban ahí, y yo de una forma u otra me iba a tirar de cabeza.
Finalmente saqué la comida del fuego y la llevé a la mesa. Jessi estaba sentada en el sillón con sus largas piernas extendidas. Tenía la vista fija en el televisor, mientras continuaba viendo una escena de la película.
-Veo que te pusiste cómoda. –Comenté, escaneando su cuerpo con mi mirada. Ese habría sido un buen momento para tener vista de rayos X.
-¡Uh, perdón! –Exclamó, incorporándose rápidamente. –Es que ese sillón es bastante cómodo.
-Sí, es cierto. –Hice una pausa recordando que en ese mismo sillón se había sentado mi hermanita mientras yo clavaba a su amiga delante de ella, pero preferí no mencionarlo por el momento. -Vení que ya está listo esto. –Le pedí, mostrándole la sartén y el vapor que brotaba de su interior.
-¡Esto se ve muy rico! –Comentó cuando le alcancé el plato.
-Gracias. Ahora sí, a comer. –Anuncié, tomando la iniciativa y dando el primer bocado. No estaba nada mal, al menos todas las distracciones no habían arruinado la comida.
Jessi cargó el tenedor y se lo llevó a la boca. Sus ojos brillaron antes de cerrarse, producto del placer que le provocó la comida.
-Mmmmmmmmmmmm… -Ese sonido me hacía recordar los gemidos que había provocado unas semanas atrás en ese mismo departamento. -Está muy bueno esto. –Comentó, hablando lo justo y necesario como para volver a cargar el tenedor y seguir comiendo ávidamente.
Yo recién había terminado dos tercios de mi plato cuando Jessi finalmente dejó el tenedor en el suyo, ya vacío. Yo levanté la vista y la miré asombrado.
-¿Así comés siempre? –Jessi una vez más se puso roja como un tomate. -¿Cómo hacés para ser tan flaca?
-Así es mi metabolismo. Yo qué sé, tampoco es que como mucho, pero no engordo.
-Que suertuda… Si yo me descuidara con las comidas, ya estaría pesando doscientos kilos. –Clara no tenía ese problema, pero yo había sacado los genes de mi viejo, que tenía ese mismo problema.
-Eso ya no es mi culpa, pero tampoco me voy a quejar de mis genes. –Dijo sonriendo con orgullo. -Gracias a eso te puedo pedir una porción más sin preocuparme. –Agregó, alcanzándome su plato para que le sirviera más risotto.
Y efectivamente, Jessi no se hizo ningún drama en terminar su segunda ración. Unos minutos después volvía dejar su tenedor en el plato vacío, ahora sí satisfecha.
-Si cocinás así, me parece que voy a venir más seguido.
-Por mí, venite cuando quieras.
Sonriendo, levanté los platos y los llevé a la cocina para lavarlos, dejando a Jessi con la palabra en la boca. Cuando volví al living ella se encontraba de nuevo frente al televisor, esta vez sentada en el sofá.
-Vení, dale. Sentate que ya está por terminar. –Me llamó, palmeando el lugar que estaba a su lado.
Obedientemente me acerqué a ella y me senté en el lugar señalado a su derecha. Jessi apoyó su cabeza en mi hombro de inmediato, casi como si hubiera sido un movimiento automático. Ni lerdo ni perezoso yo aproveché la situación y la rodeé con mi brazo para terminar con mi mano en su hombro, bajando por su cuerpo para llegar a su cintura y acariciarla.
Los créditos estaban apareciendo en pantalla cuando finalmente me levanté del sofá para ir al baño. Una vez que descargué la vejiga, salí y le pregunté a Jessi si quería algo de postre.
-Ya traje yo. –Respondió sonriendo con picardía. –Traete un par de cucharitas y listo.
La miré, tratando de recordar si había aparecido con alguna bolsa en su mano además del bolso que había traído colgando del hombro, pero estaba seguro de que no había traído nada más.
-¿Qué trajiste?
-Ah, no sé… Sorpresa. Andá a buscar las cucharitas, ya te vas a enterar. Te prometo que te va a gustar.
Me levanté y me fui en dirección a la cocina a buscar las benditas cucharitas, tratando de adivinar qué había traído Jessi para el postre.
Cuando retorné por fin tuve mi respuesta. Jessi había acertado justo en el blanco cuando dijo que me gustaría el postre que había traído.
Jessi se encontraba sentada en la mesa, sus piernas abiertas y apoyando sus pies en las sillas. Los botones de su camisa estaban desabrochados, dejando al descubierto su vientre plano y el corpiño negro de encaje con detalles en rojo que todavía cubría sus pechos. Su pollera estaba subida, y el hilo dental negro que formaba parte del conjunto de ropa interior había ido a parar al piso. Conservaba sus medias y el sus zapatos negros.
Su entrepierna estaba al aire libre, sus labios carnosos entreabiertos y la luz del departamento reflejada en los jugos que se escurrían de su interior.
-¿Te gusta el postre que traje para vos? –Preguntó con sus ojos clavados en mí, su mirada una invitación al pecado que podría tentar hasta al más santo.
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No se olviden de pasar por la parte B para leer la continuación y el final del capítulo.
http://www.poringa.net/posts/relatos/3734139/Como-descubri-que-mi-hermana-adora-mi-pija-Parte-XIII-b.html
Gracias a todos los que dejaron sus comentarios y puntos, siempre son agradecidos.
Ahora les dejo el capítulo 13 para que disfruten. Eso sí, estén cómodos porque este es bastante más largo.
Y como siempre, aquellos que se enganchen recién con la historia, les recomiendo que se metan en el perfil y lean los capítulos anteriores.
P.D: el capítulo es demasiado largo para que entre en un solo post, así que está dividido en dos partes. No se olviden de ir a la parte B cuando terminen de leer esta.
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Capítulo 13
Llegó el domingo luego de una semana que se pasó volando después de lo que había sucedido en mi departamento. La rutina se había hecho más llevadera y ni siquiera un sábado bastante ocupado en el local, hasta el punto en que me habían dejado prácticamente seco, había sido suficiente para bajarme de la nube en la que me encontraba.
Estacioné el auto como siempre en la vereda de la casa de mis viejos y entré para el acostumbrado almuerzo familiar. Saludé a mi mamá, que estaba ocupada en la cocina, y luego hablé un poco con mi viejo, que se encontraba con la vista clavada en el televisor mirando un partido de una liga europea.
Era notable lo bien que le estaba haciendo el cambio de dieta que le había obligado a seguir su cardiólogo. Mi viejo no había sido nunca una persona que uno pudiera catalogar de obesa, pero era obvio para cualquiera que lo hubiera conocido antes de su infarto que había bajado unos cuantos kilos.
-Che, viejo, ¡cómo se nota que mamá te tiene cagando con la comida! –Le comenté, luego de las preguntas de siempre sobre el laburo y la facultad.
-¡Y lo bien que le hace! –Gritó mi vieja desde la cocina, antes que él pudiera responder.
-¡Ya voy a volver a comer un buen asado como Dios manda! –Replicó también gritando. –No le digas nada a tu madre, –agregó, bajando la voz para que sólo yo pudiera escucharlo –pero hace años que no me siento tan bien. Las rodillas me duelen mucho menos, lo mismo con la cintura y demás. ¡Hasta me pude poner unos pantalones que no usaba desde que vos y tu hermana iban a la primaria! –Una sonrisa de orgullo iluminó su cara.
-¿Posta? ¡Genial! –Me daba gusto verlo sonreír así a mi viejo después de lo mal que había estado hace unos meses. –Pero en serio, mejor que mamá no se entere, ¡o te va a hacer seguir esa dieta por el resto de tu vida!
-¡Olvidate! ¡No veo las ganas de volver a comer una buena milanesa a caballo con papas fritas y destapar una buena cerveza!
-¿A dónde vas? –Preguntó, al ver que me ponía de pie.
-A buscar a Clara. Le presté un libro a Jessi y todavía no me lo devolvió, así que le voy a decir a Clara que le avise a ella que no se olvide de eso. –Respondí, inventando una excusa a la pasada. En realidad tenía otra clase de charla pendiente con mi hermanita. –Está en su pieza, ¿no?
-Ajam… -Mi viejo había vuelto a clavar la vista en el televisor. –Avisale que no tarde mucho en bajar, que ya va a ser hora de comer.
Le hice una seña con la mano para avisarle que había escuchado, aunque él estaba tan prendido al televisor que ni se enteró, y avancé por la escalera hacia la guarida de mi hermana.
Terminé de recorrer el pasillo y alcancé mi destino. Golpeé suavemente un par de veces la puerta de su habitación y luego la abrí apenas unos centímetros, cosa de que se escuchara mi voz sin necesidad de elevarla.
-Hola Clarita, ¿puedo pasar?
-Sí, dale, entrá.
Di un paso, cerré la puerta detrás de mí y me quedé apoyado contra la pared. Clara se encontraba tirada en su cama, boca arriba, sus piernas cruzadas, con su celular en mano y su vista clavada en él. Se volteó para mirarme y sonrió de inmediato. ¿Cómo hacía para verse tan hermosa a pesar de estar vestida tan desaliñada como era posible?
-No empecemos.
-¿Que no empecemos con qué?
-Que no empieces a mirarme así ahora. –Dijo, sonriendo aún más.
-¿Así cómo?
-Como si te estuvieras acordando de lo que pasó en tu departamento. –Su vista había abandonado mi rostro y bajado hasta mi entrepierna.
-No parece que vos estés pensando en algo distinto.
Clara sólo sonreía, pero sus ojos aún permanecían clavados directamente en mi verga. Y mi verga parecía muy interesada en ser observada por mi hermana, porque yo podía notar cómo la sangre empezaba a acumularse ahí. Pero era mejor cambiar de tema, o las cosas iban a ponerse muy peligrosas.
-Cuando la llevé a Jessi a su casa la otra noche pasó algo interesante.
-¿Ah, sí? –Preguntó, con tono de curiosidad.
Clara se acomodó de nuevo en la cama y se sentó. Me dio la impresión de que eso se había debido a que parecía intuir por dónde iban los tiros en ese momento y se estaba preparando para mi enojo.
-Sí, me dijo un par de cosas interesantes. Sobre mi laburo, sobre mi carrera universitaria… -Mi sonrisa se había esfumado. -¿Te suena de algún lado?
-¿Me vas a empezar a decir de todo por eso? ¿Empieza un sermón sobre cómo no tengo que meterme en tu vida y bla bla bla? –Mi hermana sonaba casi resignada a su suerte. –Está bien, me lo merezco, pero hacela corta porque tenemos que almorzar.
Volvió a clavar la vista en el celular, como si no hiciera falta dirigirme la vista un segundo más y lo que estuviera pasando en la pantalla fuera muchísimo más interesante.
-¿Me hacés el favor de mirarme cuando te hablo? –Clara despegó la vista del teléfono y volvió a mirarme a los ojos. -¿No te parece que fue medio de cagona no venir vos a decirme esas cosas? No hacía falta que la mandaras a Jessi a decirme eso.
-Bueno che, me pareció que te lo ibas a tomar mejor si te lo decía alguien que no fuera yo. –Se defendió, su rostro ligeramente sonrosado por la vergüenza. –Alguien te lo tenía que decir. Y no hay forma de que les cuente esto a los viejos para que te lo digan ellos.
-No, más que con los viejos no se puede hablar de eso.
-Partamos de que para mí tampoco es lo más normal del mundo tener que hablar con vos de que vivir de que te chupen la pija no es un buen plan a futuro. –Remarcó, sintiéndose algo incómoda.
-En eso tenés razón. –Reconocí a regañadientes.
-¿En qué?
-En las dos cosas. –Respondí, acerándome a su cama y sentándome a los pies de ella. –Ya sé que no debe ser fácil para vos saber a qué me dedico en realidad. Si yo me hubiera enterado de que vos trabajabas de algo parecido a lo que hago yo, seguro que la pudría al toque.
-¡Ojalá pudiera vivir de algo así! –Exclamó entre risas. –Bueno che, tampoco para que pongas esa cara. –Agregó, viendo la cara de orto que había puesto cuando dijo eso. -¿O qué? ¿Vos sí podés vivir de que te chupen la pija, pero yo no podría dedicarme a dejar que me chupen la concha? No seas cavernícola, por favor.
-No es lo mismo…
-No me vengas con esas pelotudeces. –Me interrumpió antes de que pudiera seguir. –Si para vos está bien alquilar tu verga para que alguien te la chupe o se la meta en cualquier otra parte del cuerpo, para mí debería estar bien hacer cualquier otra cosa parecida con mi cuerpo. Así que el discursito de “vos no podés hacerlo porque sos mi hermana, pero yo sí porque soy hombre y entonces está bien” mejor que te lo guardes ya sabés dónde.
Clara había cambiado su expresión y sus ojos se habían cerrado a medida que decía esas palabras. Su boca era una línea bastante recta. Ya reconocía esos síntomas de otras ocasiones y nunca auguraban nada bueno. De hecho, generalmente cuando mi hermanita se ponía así siempre habíamos terminado mal.
La charla se estaba acercando peligrosamente a la frontera que separaba una charla de una pelea, por lo que era mejor para mí bajar un par de cambios o íbamos a terminar mal. De todos modos, no tenía razón en mi postura, pero la idea de que mi hermana entregara su cuerpo a cualquier pelotudo con unos pesos en el bolsillo me hacía hervir la sangre.
Era una postura muy hipócrita de mi parte, como bien había señalado mi hermana, pero no lo podía evitar. En mi cabeza nadie podría ser digno de estar con ella jamás, y ser el único que disfrutaba del sexo con mi hermana me ponía más guardabosque que nunca.
-Bueno, está bien, pero ese no es el punto de esta charla. –Dije finalmente, buscando calmar las aguas. –El caso es que tenés razón con eso de que mi laburo no tiene futuro realmente.
-Y no, la verdad que no, y deberías pensar en buscar otra cosa. –Sugirió, con un tono más suave. Al parecer, que yo le hubiera dado la razón ayudó bastante a apaciguarla.
-Ya lo sé, pero igual no te ilusiones, no es que pienso renunciar hoy mismo. –Le advertí, antes que se le diera por andar recomendándome alguna página de búsqueda laboral.
¿Por qué siempre tenía que meterse en mi vida de esa forma? ¿No podía dejarme vivir mi vida en paz sin tener que andar dándome órdenes? Claro, la señorita tenía un buen laburo, ya se había recibido, no ganaba mal. Pero eso no le daba derecho a andar hablándome como si estuviera en un pedestal.
-No, tarado, ya sé que no. Además, tampoco es que te esté diciendo que tengas que hacer eso. Pero al menos empezá a ponerte las pilas en serio con la facultad. ¿Sabés lo que hubiera dado yo por tener todo el tiempo libre que tenés vos? No seas boludo, aprovechalo.
Había que reconocer que ahí estaba en lo cierto, no podía negarlo. Estaba en un laburo muy bien pago, pero que realmente no tenía un futuro a la vista, y tenía tiempo libre para dedicarle a la facu. ¿Por qué no aprovecharlo?
-Tenés razón en eso, hermanita. –Dije, acariciando su pierna cerca de la rodilla y dejándola ahí. –Voy a empezar a ponerme las pilas con eso.
-Así me gusta. –Replicó con una sonrisa. –Y hablando de empezar…
-¿Qué?
-Ya te lo dije antes. –Me recordó. -No empieces…
-¿Con qué? –Pregunté, sonriendo con picardía. Mi mano ya había avanzado hasta la mitad de su muslo.
-Dejá de hacerte el boludo y sacá la mano de ahí.
-Bueno. -Obedeciendo su pedido, retiré mi mano de su muslo y la puse directamente en una de sus firmes nalgas. –Ahí está, ya puse mi mano en otro lado.
-No me refería a eso, hermanito. –Me reprochó, aunque emitió un suave gemido que no parecía indicar que le disgustara mi mano.
-¿No? –Pregunté, todavía haciéndome el boludo. -¿Entonces qué debería hacer? ¿Más arriba decías vos? –Subí mi mano hasta dejarla apoyada en su pecho. -¿O más abajo? –Mi otra mano bajó hasta tocar su entrepierna por encima del pantalón de algodón que traía puesto.
-No… pará… -Intentó decir, pero cada vez que presionaba un poco le provocaba un suave gemido.
-¿No te gusta que te toque así, hermanita?
La mano que tenía en su pecho se deslizó por debajo de su remera y atrapó uno de sus pezones entre mis dedos. Mi otra mano se ubicó entre la tela del pantalón y la de su ropa interior. Podía empezar a notar cierta humedad.
Mi verga se había empezado a despertar y pedía a gritos salir a tomar aire. Pero mi hermana no pensaba dejarse llevar con tanta facilidad. Puso una mano en mi cara y empujó para que me saliera de encima de ella, luego escapó con agilidad casi felina hasta quedar cerca de su armario.
-¡Te dije que no! –Exclamó, tratando de no levantar la voz.
-Perdón, fue una estupidez eso. –Dije rápidamente, tratando de disculparme.
-¿Estás loco? –Preguntó, jadeante. Se esforzaba por no gritar para no llamar la atención de nuestros padres. -¡Están los viejos abajo y ya tenemos que bajar!
-Ya sé, ya sé… Me dejé llevar.
-Bueno, más vale que te calmes porque ya te lo dije antes, esto no se va a repetir a cada rato. Así que decile a esa cosa –señaló a mi erección –que deje de pensar por vos y empezá a usar más el cerebro.
-Tenés razón. Mejor voy bajando. Y vos no tardes mucho que ya va a estar el almuerzo.
Me levanté de la cama y caminé con paso apesadumbrado hacia la puerta de su habitación cuando sentí un roce en mi erección al pasar. Volteé para mirar a mi hermana y la muy guacha sonreía con picardía.
-¿Me estás cargando?
-Dale, bajá, ahora voy yo también. –Me apuró, como si ese roce no hubiera sucedido.
-Serás hija de puta…
-No sé, jodete por lo que me hiciste recién. –Dijo, sin mostrarse intimidada. –Ahora bajá y no jodás más.
Estaba a punto de dirigirme de nuevo hacia ella cuando se escuchó la voz de mi vieja desde la planta baja.
-¡Vamos! ¿Qué están haciendo allá arriba todavía? –Preguntó con impaciencia. -A ver si bajan a dar una mano con la mesa por lo menos.
-Te salvó la campana. –Le dije en broma a mi hermana. –La próxima no te vas a escapar.
-Ya veremos si es que hay una próxima. –Me respondió, desafiante. –Ahora bajá de una vez.
-¿Otra vez con eso de que hay que dejar de pasar un tiempo?
-¿Otra vez con eso de que no te aguantás un tiempo sin coger? –Replicó burlándose de mí. -Tenés un montón de bocas que alimentar en tu laburo, así que no me vengas con que te agarra la abstinencia. Así que dejate de joder y bajá.
Frustrado por las palabras de Clara, admití la derrota y finalmente le hice caso. Pero cuando ya había puesto la mano en picaporte de la puerta, una vez escuché la voz de mi hermana que me llamaba.
-Por cierto… ¿Qué más pasó con Jessi?
-¿Qué más pasó de qué?
-No te hagas el boludo. –Dijo con seriedad. –Vos, ella, solos en tu auto…
¡Señoras y señores, los celos de mi hermana hacen una nueva presentación y yo soy el único espectador del local! Ya sabía que era cuestión de tiempo para que preguntara algo así. Ella no podía evitarlo, podría hacerse la desinteresada, la que había que esperar para que pasara algo entre nosotros otra vez… Pero eso no quería decir que mi hermanita fuera a aceptar tranquilamente que yo cogiera con otra.
-Ah, eso. –Repliqué con una sonrisa.
-Sí, eso. ¿Qué pasó?
-Hablamos. ¿O no te acordás de lo que charlamos recién vos y yo? La llevé a la casa, le dejé el libro que me pidió, me saludó y se fue a su casa. –Respondí, encogiéndome de hombros.
No le estaba diciendo toda la verdad, pero hasta ese momento tampoco le había mentido a mi hermana. No había entrado en detalles sobre la clase de saludo de despedida que me dio su amiga, pero no tenía por qué andar entrando en detalles.
-Ah, bueno. –Dijo, con un ligero tono de decepción.
-¿Pasa algo? –No entendía esa reacción, yo me había esperado algún suspiro de alivio o algo por el estilo.
-No, no. Bueno, andá para abajo antes que mamá te vuelva a llamar. –Señaló la puerta para subrayar el mensaje.
Algo no me cerraba. ¿Por qué estaba decepcionada mi hermana? ¡Si le dije lo que quería escuchar! ¿O no? La cabeza de mi hermana por momentos se convertía en un laberinto por el que nunca podía encontrar el camino correcto, y esa ocasión era un ejemplo.
-¿Segura que no pasa nada?
-No, nada… es que…
-¿Y? ¿Quién baja a darme una mano? –Se escuchó el grito de mi vieja que venía de la cocina.
-Bajá, dale. –Insistió mi hermana.
-Ibas a decir algo.
-Dejá, no es nada importante.
-¿Segura?
-¡Qué denso que te ponés, pendejo!
-¡Pedro, bajá de una vez a ayudarme! ¡Y vos también, Clara! ¡Vamos che!
Obedeciendo el llamado de mi vieja, salí de la habitación y bajé las escaleras para darle una mano con la mesa y tener uno de nuestros acostumbrados almuerzos familiares.
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Ya había llegado al miércoles y estaba tirado en el sofá haciendo zapping en el televisor buscando algo que me distrajera un rato. Ese día se había pasado tranquilo, ya que Érica no me había asignado ningún turno. Así que lo había aprovechado para avanzar con los apuntes de las materias que estaba cursando en ese momento.
Si bien no estaba demasiado apremiado con los tiempos, mi hermana tenía razón en que no podía desperdiciar la oportunidad que se me había aparecido en ese momento de mi vida. Tenía tiempo de sobra al pedo, no había excusa para no ponerme un poco las pilas.
El domingo había pasado sin sobresaltos, ni siquiera me había quedado mucho tiempo en la casa después de almorzar para evitar la tentación de quedar a solas con mi hermana. Tenerla tan cerca de mis manos era peligroso para ambos, y no había forma de hacer algo sin correr un serio riesgo de que nuestros viejos nos descubrieran.
Si bien ese riesgo era excitante, dejarse llevar sin pensarlo bien y sin estar seguros de que nadie iba a enterarse podía traer consecuencias que ni ella ni yo queríamos afrontar.
Dejé puesto cualquier canal en la tele y abrí la aplicación de Facebook en mi celular. Mientras revisaba posteos de algunos conocidos, una notificación de mensaje recibido me llamó la atención. Abrí el chat y descubrí el contenido de ese mensaje.
Pedro, ¿estás en tu depto?
Ya de por sí esa pregunta era sorpresiva, porque casi no recibía visitas en mi departamento, pero aún más grande fue mi sorpresa cuando vi quién me lo había mandado.
Hola Jessi. Sí, estoy acá. Por?
Nada, recién salgo del trabajo y quería pasar por allá a dejarte el libro. No hay problema, no?
No, para nada. Venite tranqui.
Dale, gracias! En 20 o 30 minutos estoy por allá.
Genial, te espero.
De inmediato salté del sofá como si me hubieran dicho que había una serpiente venenosa escondida entre los almohadones, y me puse a guardar todo y a limpiar tanto como fuera posible del lugar antes de que sonara el timbre.
Me apresuré a darme un duchazo rápido y tirarme un toque de perfume a las corridas mientras buscaba algo de ropa para ponerme.
No quería recibirla como un vagabundo (el look que solía tener cuando estaba solo en el departamento), pero tampoco quería quedar demasiado obvio poniéndome ropa como para salir a algún lado.
Al final me terminé decidiendo por un jean medio gastado y una de mis remeras favoritas. Recién había terminado de vestirme cuando el timbre sonó, anunciando la llegada de Jessi.
Apreté el botón para que pudiera pasar la puerta y entrara al edificio y una vez más revisé todo para ver que no hubiera nada que necesitara sacar o esconder de su vista. Incluso hice una rápida incursión en mi pieza y puse algo de ropa sucia en una bolsa para evitar cualquier problema.
La idea de que Jessi hubiera venido por cuenta propia a verme llenaba mi cabeza de ideas excitantes. En los pocos minutos que habían transcurrido desde que recibí su primer mensaje, ya me había hecho como diez películas distintas, en las que siempre terminábamos teniendo sexo de manera salvaje.
Pero necesitaba despejar esas imágenes de mi cabeza. No podía ser tan iluso de pensar que había venido para eso, y tampoco podía ir tirándole los galgos a la primera oportunidad que tuviera. Especialmente no podía olvidarme de que era una de las mejores amigas de mi hermana.
Sí, ese dato definitivamente tenía que conservarlo en primer plano dentro de mi cabeza… si justamente quería mantener la cabeza pegada al cuello y no terminar siendo decapitado por cierta preciosa petisa pelirroja de ojos verdes.
Escuché unos suaves golpes en la puerta de mi departamento y traté de normalizar mi respiración que por algún motivo estaba bastante agitada. Lamenté no tener un espejo a mano para poder revisarme una última vez, y finalmente me alisé unas arrugas de la remera antes de abrir.
-Hola, Jessi. –Dije, con mi mejor sonrisa pintada en la cara.
-Hola, Pedrito.
Ahí estaba Jessi, con una expresión de haber sobrevivido a un día bastante largo, pero hermosa a pesar de todo.
-Pasá, pasá. –La invité, apresurándome a correrme del camino para permitirle el paso.
La escaneé desde todos los ángulos que pude mientras avanzaba por delante de mí. Era obvio que recién venía del trabajo. Tenía puesto un saquito gris claro que hacía juego con su pollera, la cual le llegaba bastante por encima de las rodillas. Una camisa blanca ligeramente pegada al cuerpo le marcaba un poco las curvas. Sus piernas estaban cubiertas por medias negras y calzaba unos zapatos de taco negros.
En resumidas cuentas, casi parecía que iba vestida para hacer de secretaria sexy en una porno más que si realmente hubiera ido así a trabajar. O quizás era idea mía, porque Jessi realmente rajaba la tierra se pusiera lo que se pusiera.
Cuando se acercó para saludarme con un beso en la mejilla, mi nariz pudo sentir una ráfaga de un perfume floral que me encantó. Demoré el beso una décima de segundo extra para asegurarme de que ella sintiera el perfume que yo me había puesto unos minutos antes y luego me despegué.
-¿Recién saliste del laburo? –Le pregunté, mientras la acompañaba al living y la invitaba a sentarse.
-Sí. La verdad que estoy detonada. –Respondió, acomodándose en un sillón y cruzando sus largas y hermosas piernas.
-¿Querés tomar algo? Estaba por prepararme un café cuando me llegó tu mensaje.
-Sí, por favor. Me vendría de maravillas.
-Con leche era, ¿no?
-Sí, con lechita, por favor.
Una sonrisa que aparentaba toda la inocencia del mundo acompañó esa última frase. Pero en sus ojos había precisamente de todo menos inocencia. Se veía impresionantemente seductora ahí sentada en el sillón y me estaba costando horrores no lanzarme de cabeza a jugar a las escondidas por debajo de su pollera.
Opté por abandonar la escena y refugiarme en la cocina para tratar de ordenar mi cabeza un poco. Una vez más tenía a Jessi en mi departamento, y esta vez la situación era muy distinta a cuando había venido con Betty. Pero la idea de mi hermana explotando de celos si llegaba a enterarse de que me había acostado con su mejor amiga a espaldas de ella todavía se metía en mi cerebro a cada rato, bloqueando cualquier intención de intentar avanzar con Jessi.
Para cuando volví al living, con las tazas y unas medialunas que me habían sobrado del desayuno, la situación había empeorado considerablemente. Jessi había dejado el saco en el respaldo del sillón, se había arremangado la camisa y había soltado un par de botones. Un corpiño de encaje negro asomaba de vez en cuando. Casi que podía adivinar que tenía puesta una tanga del mismo color, y hubiera apostado mi vida a que estaba usando portaligas.
Tenían que ser ideas mías, no podía ser cierto que Jessi hubiera venido lista para declararme la tercera guerra mundial en mi departamento a espaldas de mi hermana. No sabía qué cara había puesto al encontrármela así sentada en el sillón, pero una sonrisa, que bien podría haber sido de satisfacción por haber logrado el efecto que pretendía, asomó por su rostro.
-¿Y el libro? –Pregunté, tratando de generar algo de distracción.
-Acá está. –Dijo, todavía sonriente, sacándolo de su bolso. –¡Muchísimas gracias!
Me lo entregó y noté que estaba envuelto en film. No pude evitar reírme de la sorpresa.
-¿Y esto?
-Acá adentro tengo de todo, hasta el tupper con el almuerzo. –Explicó, mostrándome un tupper vacío que tenía dentro del bolso. - ¡Si se llegaba a manchar me moría!
-¡Si no te morías, te mataba yo! –Exclamé en broma. –Pero gracias por cuidarlo, en serio, no todos hacen eso. –Agregué, rememorando malas experiencias que había tenido prestando libros o discos.
-Olvidate, yo soy re cuidadosa con mis libros, ¡imaginate si no voy a serlo con uno que no sea mío!
-¿Y entonces? -Pregunté, ansioso. - ¿Te gustó?
-¡Me en-can-tó! –Respondió sonriendo. –Mirá que yo vi la primera temporada de Game of Thrones, y más o menos sabía cómo viene la historia, pero no es lo mismo que leerlo. No hay comparación.
-¿Viste? Nada que ver. Por muchas vueltas que le den, no pueden igualar el libro.
-Olvidate, es más, cuando el autor empieza a meterse en la mente de los personajes…
Cuando nos quisimos dar cuenta, nos habíamos enfrascado en una conversación muy apasionada sobre el libro que acababa de prestarle. Pasamos por todos los temas posibles, la introducción de los personajes, los detalles, las descripciones, las cosas que habían cambiado del libro a la serie... Y todavía podríamos haber estado un buen rato más charlando sin quedarnos en alguna clase de silencio incómodo.
Me vejiga hizo sonar la alarma, así que me levanté un momento para ir al baño y me percaté de que ya había pasado más de una hora y media de charla ininterrumpida.
No sólo eso, sino que era la primera vez que podía dedicarle tanto tiempo a una charla de ese tipo con alguien, más allá de los grupos en facebook o sitios dedicados a la serie y a los libros. Clara, en cambio, no era para nada seguidora del tema, ella era más de ver otro tipo de series.
Cuando volví al living la vi a Jessi un poco incómoda en el sillón, como si algo la inquietara un poco.
-¿Pasa algo, Jessi?
-No, nada… Bueno, sí…
-Jessi, decidite: o es no, o es sí. –Dije, tomándole el pelo un poco.
-Es que… te quería preguntar si podías prestarme el segundo libro, Choque de Reyes. Pero no quería ponerme pesada con eso, sacando libros de tu colección a cada rato. –Respondió de golpe, largando las palabras casi sin respirar. Se había puesto bastante colorada y terminó cubriéndose la cara con las manos. –Ay, perdón, qué tonta…
Yo no pude menos que echarme a reír ante esa situación. Jessi siempre me había parecido una chica muy decidida, segura de sí misma. No recordaba ver que se mostrase así ante nadie, y de repente había podido verla bajar las defensas delante de mí.
Me acerqué para ponerme en cuclillas delante de ella, tomar sus manos y retirarlas de su precioso rostro.
-¿Por qué te ponés así? –Pregunté sonriendo con amabilidad. -No dijiste nada malo.
-No sé, las chicas siempre me joden con que tengo ese lado nerd. –Seguía muy colorada y tenía la mirada clavada en el piso. -Con ellas nunca se puede hablar de estas cosas. No es que me digan algo, pero, por ejemplo, mil veces intenté que vieran Game of Thrones y nunca le dieron bola, o a lo sumo se aburrieron después de uno o dos capítulos. Y así con otras cosas, como las películas de El Señor de los Anillos o las de ciencia ficción. No sé, siento que tengo esa parte de mí que no puedo compartir con ellas simplemente porque no son los mismos gustos y no tengo a nadie más con quien hablar de eso en persona.
Después de ese pequeño monólogo se quedó en silencio, pero su cara reflejaba el alivio que sentía al poder sacarse eso de encima. Era como si por primera vez hubiera podido expresar en voz alta todo eso que se le había quedado atragantado durante mucho tiempo, quizás años.
-A mí también me encanta la ciencia ficción.
Sonaba a un chamuyo tremendamente oportunista, pero no había podido evitarlo. Me sentía tan identificado con lo que había dicho Jessi que prácticamente podría haberme robado eso de algún rincón de mi cabeza.
Jessi salió de su silencio para echarse a reír ella también.
-Sí, sonó a chamuyo re básico, ¿no? –Comenté, ligeramente sonrojado.
-Muy básico, sí. –Dijo ella, todavía riendo. –Pero sí, igual ya me pude dar cuenta. Sólo con ver tu biblioteca, cualquiera se entera que te gusta. Y también El Señor de los Anillos, por lo que pude revisar. –Agregó, señalando un estante que tenía los libros de la trilogía y otros más relacionados.
Estaba con su cara muy cerca de la mía. Una vez más pude sentir como su perfume se escabullía dentro de mi nariz para embriagarme con su aroma floral. Pero la imagen de mi hermana estallando de celos se impuso en mi cerebro para bloquear cualquier idea rara que pudiera haber tenido.
-Pero bueno, no te preocupes por el libro. Si lo cuidás como hiciste con el otro, obvio que te lo voy a prestar. –Dije, poniéndome de pie de golpe antes de mandarme una cagada. –Ya es tarde. –Comenté, mirando el reloj de mi celular. -¿Qué hacemos?
-Uy, sí… Es cierto.
-¿Tenés que ir a algún lado esta noche? –Pregunté de pronto.
Jessi se quedó mirándome ligeramente sorprendida de mi pregunta, pero sonrió al comprender el mensaje que se encontraba escondido debajo de esa pregunta. Sin embargo, no respondió de inmediato, sino que se tomó unos segundos, simulando hacer un repaso mental de sus actividades para esa noche.
-La verdad que no. .
-¿Qué te parece si te quedás a cenar entonces?
Intenté poner la cara más neutral posible, pero por dentro mi corazón golpeaba mi pecho como un martillo neumático. No me habría sorprendido si Jessi hubiera podido escuchar ese sonido, que retumbaba en mis tímpanos como la batería de una banda de heavy metal.
Jessi habrá tardado medio segundo en responder, pero para mí el tiempo se había estirado hasta el infinito. Sentí que había envejecido una vida entera hasta que escuché brotar de sus labios su réplica.
-¿No te molesta? ¿Seguro? –Vio que negaba con la cabeza y una sonrisa iluminó su cara. –¡Dale, me quedo!
-Bueno, ponete cómoda que yo voy a empezar a cocinar algo.
-¿Vas a cocinar? ¿Vos? –La incredulidad estaba reflejada en todas sus facciones.
-¡Obvio! –Respondí con orgullo. -¿O Clara no les contó sobre el risotto que me mandé en casa de mis viejos?
-¿EL QUÉ? –Estalló Jessi. Si su voz se hubiera ido un poco más aguda, sólo los perros de la cuadra la habrían podido escuchar.
-Uh, bajá la voz… O van a venir los vecinos a romper las bolas de nuevo.
-Perdón. –Dijo, hablando casi en un susurro. –Es que no me imaginé que cocinaras.
-Y bueno, es que nos tenemos que cuidar bastante con las comidas por mi laburo.
-¿Eh? ¿Cuidarse por qué?
-Más que nada para controlar el peso, no tener problemas físicos, esas cosas. –Jessi seguía con cara de que no terminaba de entender la idea. –Por ejemplo, hay veces que me tocó atender cuatro o cinco turnos en un día. –Jessi abrió los ojos bien grandes cuando escuchó eso. – Entonces necesito estar en un buen estado físico para aguantar ese tipo de cosas. Si tengo el colesterol por las nubes o si tengo ochenta kilos de sobrepeso, estoy prácticamente sin fuerzas en el cuerpo después del segundo turno, con suerte.
-Ah… ¿Y por qué no pedís delivery entonces?
-Porque me sale más barato hacer la comida yo mismo. –Respondí, encogiéndome de hombros, como si fuera la respuesta más obvia del mundo.
-Bueno, ahora más vale que me prepares un buen risotto. No me vas a dejar con las ganas así nomás.
-A ver… dejame pensar. –Me tomé un segundo para hacer un repaso mental de los ingredientes que necesitaba. –Sí, un risotto de pollo seguro puedo hacer.
-Pedrito cocinero… ¡Esto no me lo pierdo! -A continuación se puso de pie y me acompañó a la cocina.
Yo empecé a sacar los ingredientes para ponerlos sobre la mesada y fui acomodando todo. Puse una olla chica con agua en el fuego para ir calentando agua para el caldo y mientras tanto empecé a picar la cebolla y el ajo.
Jessi estaba apoyada contra el marco de la puerta, cruzada de brazos, y miraba todo con atención para no entrometerse en mi camino, mientras yo iba y venía por la pequeña cocina, sacando cosas de la heladera o de algún estante.
Por mi parte yo intentaba no distraerme con esa visión que aparecía delante de mis ojos. No estaba demasiado acostumbrado a las visitas en mi departamento, y mucho menos a cocinar delante con alguien atenta a cada uno de mis movimientos.
Que encima quien estuviera con los ojos clavados en mí fuera una mujer tan hermosa como Jessi no me ayudaba a calmarme. Y como para rematarla, se trataba de una de las mejores amigas de mi hermana, lo cual sólo sumaba más cosas al circo que de por sí se había formado en mi cabeza.
En un momento volteé de nuevo a mirarla y noté que se estaba mordiendo el labio de una forma muy sensual. ¡Otra igual que Clara! ¿Por qué les gustaba tanto verme cocinando? ¡Qué ganas que me daban de subirla a la mesada y pegarle una buena garchada en ese mismo instante! ¡A la mierda la cena, la comida, los vecinos, los ruidos y los celos de mi hermana también!
Pero no, tenía que controlar a mi instinto. Ya casi me la había mandado la vez anterior. Y esa vez mi hermana había sido partícipe de todo.
Entonces una pequeña luz de esperanza había llegado para iluminar una posible solución. Estaba convencido de que Clara se había mostrado algo decepcionada cuando le dije que no había pasado nada entre Jessi y yo la vez que estuvimos los dos a solas en mi auto. Casi que ella esperaba que le dijera otra cosa.
¿Sería posible que mi hermana quisiera que pasara algo entre Jessi y yo? Esa era una idea interesante, sin dudas. Por lo pronto de lo que no me quedaban dudas era de que Jessi sí quería algo, por algo me había comido la boca cuando la dejé en su casa.
Ya había puesto las supremas trozadas en la sartén junto con todo lo demás cuando le pedí una mano a Jessi.
-Ya que estás, ¿me das… una mano con la mesa? –Pregunté, demorándome un segundo de más a mitad de la pregunta con una sonrisa traviesa acompañando el pedido.
-Obvio que te doy una mano. –Replicó ella, siguiéndome el juego y pausando una décima de segundo extra a mitad de la frase. – ¿Qué hago?
“Subite la pollera, sacate la tanga, y sentate en la mesada con las piernas abiertas” fue la frase que primero se me pasó por la mente, pero por ahora había que volver a la normalidad.
-Fijate en el mueble que está frente a la mesa y sacá un par de platos y los vasos, por favor. También hay un mantel ahí. Yo en un ratito llevo los cubiertos.
-Dale, ahí pongo todo. –Anunció, dando media vuelta y saliendo de la cocina con un suave bamboleo que me permitió apreciar su culo enfundado en aquella pollera ajustada.
Estaba terminando de preparar todo cuando la voz de Jessi se escuchó desde el otro lado.
-¡Mirá lo que están dando en la tele! –Se notaba que era algo que le gustaba, porque se la oía emocionada.
-¿Qué cosa? –Pregunté, mientras revolvía el contenido de la sartén para evitar que se pegara todo.
-La Comunidad del Anillo, aunque ya está bastante empezada.
-Dejala igual, así la vemos ahora.
La trilogía de El Señor de los Anillos, junto con otros clásicos de mi lista de películas favoritas, era de esas que la podía agarrar en la tele sin importar que estuviera empezada, por la mitad, o casi por terminar, que seguro me quedaba viéndola.
-¡Pero más bien! –Dijo, como si la idea de cambiar de canal fuese completamente ridícula.
-¿Te jode si te pido algo? –Pregunté mientras terminaba con los últimos retoques antes de sacar la comida del fuego.
-¿Qué cosa?
-¿Podés meterte en el menú y poner el idioma original con subtítulos? El doblaje es un dolor de tímpanos.
-¡Te estaba por preguntar eso mismo! Ahí lo cambio.
“Ok, oficialmente esta chica vale oro”. No sólo compartía varios de mis gustos en cuanto a series y libros, sino que encima odiaba el doblaje en las películas. No tenía la menor idea de qué podía llegar a pasar entre ella y yo, pero las señales estaban ahí, y yo de una forma u otra me iba a tirar de cabeza.
Finalmente saqué la comida del fuego y la llevé a la mesa. Jessi estaba sentada en el sillón con sus largas piernas extendidas. Tenía la vista fija en el televisor, mientras continuaba viendo una escena de la película.
-Veo que te pusiste cómoda. –Comenté, escaneando su cuerpo con mi mirada. Ese habría sido un buen momento para tener vista de rayos X.
-¡Uh, perdón! –Exclamó, incorporándose rápidamente. –Es que ese sillón es bastante cómodo.
-Sí, es cierto. –Hice una pausa recordando que en ese mismo sillón se había sentado mi hermanita mientras yo clavaba a su amiga delante de ella, pero preferí no mencionarlo por el momento. -Vení que ya está listo esto. –Le pedí, mostrándole la sartén y el vapor que brotaba de su interior.
-¡Esto se ve muy rico! –Comentó cuando le alcancé el plato.
-Gracias. Ahora sí, a comer. –Anuncié, tomando la iniciativa y dando el primer bocado. No estaba nada mal, al menos todas las distracciones no habían arruinado la comida.
Jessi cargó el tenedor y se lo llevó a la boca. Sus ojos brillaron antes de cerrarse, producto del placer que le provocó la comida.
-Mmmmmmmmmmmm… -Ese sonido me hacía recordar los gemidos que había provocado unas semanas atrás en ese mismo departamento. -Está muy bueno esto. –Comentó, hablando lo justo y necesario como para volver a cargar el tenedor y seguir comiendo ávidamente.
Yo recién había terminado dos tercios de mi plato cuando Jessi finalmente dejó el tenedor en el suyo, ya vacío. Yo levanté la vista y la miré asombrado.
-¿Así comés siempre? –Jessi una vez más se puso roja como un tomate. -¿Cómo hacés para ser tan flaca?
-Así es mi metabolismo. Yo qué sé, tampoco es que como mucho, pero no engordo.
-Que suertuda… Si yo me descuidara con las comidas, ya estaría pesando doscientos kilos. –Clara no tenía ese problema, pero yo había sacado los genes de mi viejo, que tenía ese mismo problema.
-Eso ya no es mi culpa, pero tampoco me voy a quejar de mis genes. –Dijo sonriendo con orgullo. -Gracias a eso te puedo pedir una porción más sin preocuparme. –Agregó, alcanzándome su plato para que le sirviera más risotto.
Y efectivamente, Jessi no se hizo ningún drama en terminar su segunda ración. Unos minutos después volvía dejar su tenedor en el plato vacío, ahora sí satisfecha.
-Si cocinás así, me parece que voy a venir más seguido.
-Por mí, venite cuando quieras.
Sonriendo, levanté los platos y los llevé a la cocina para lavarlos, dejando a Jessi con la palabra en la boca. Cuando volví al living ella se encontraba de nuevo frente al televisor, esta vez sentada en el sofá.
-Vení, dale. Sentate que ya está por terminar. –Me llamó, palmeando el lugar que estaba a su lado.
Obedientemente me acerqué a ella y me senté en el lugar señalado a su derecha. Jessi apoyó su cabeza en mi hombro de inmediato, casi como si hubiera sido un movimiento automático. Ni lerdo ni perezoso yo aproveché la situación y la rodeé con mi brazo para terminar con mi mano en su hombro, bajando por su cuerpo para llegar a su cintura y acariciarla.
Los créditos estaban apareciendo en pantalla cuando finalmente me levanté del sofá para ir al baño. Una vez que descargué la vejiga, salí y le pregunté a Jessi si quería algo de postre.
-Ya traje yo. –Respondió sonriendo con picardía. –Traete un par de cucharitas y listo.
La miré, tratando de recordar si había aparecido con alguna bolsa en su mano además del bolso que había traído colgando del hombro, pero estaba seguro de que no había traído nada más.
-¿Qué trajiste?
-Ah, no sé… Sorpresa. Andá a buscar las cucharitas, ya te vas a enterar. Te prometo que te va a gustar.
Me levanté y me fui en dirección a la cocina a buscar las benditas cucharitas, tratando de adivinar qué había traído Jessi para el postre.
Cuando retorné por fin tuve mi respuesta. Jessi había acertado justo en el blanco cuando dijo que me gustaría el postre que había traído.
Jessi se encontraba sentada en la mesa, sus piernas abiertas y apoyando sus pies en las sillas. Los botones de su camisa estaban desabrochados, dejando al descubierto su vientre plano y el corpiño negro de encaje con detalles en rojo que todavía cubría sus pechos. Su pollera estaba subida, y el hilo dental negro que formaba parte del conjunto de ropa interior había ido a parar al piso. Conservaba sus medias y el sus zapatos negros.
Su entrepierna estaba al aire libre, sus labios carnosos entreabiertos y la luz del departamento reflejada en los jugos que se escurrían de su interior.
-¿Te gusta el postre que traje para vos? –Preguntó con sus ojos clavados en mí, su mirada una invitación al pecado que podría tentar hasta al más santo.
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No se olviden de pasar por la parte B para leer la continuación y el final del capítulo.
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9 comentarios - Cómo descubrí que mi hermana adora mi pija (Parte XIII-a)