Con mi mujer llevamos casi siete años de relación, una vida sexual decente y una rutina bastante normal. Yo trabajo en el sector de la construcción desde hace más de una década. Me va bien, no me puedo quejar.
El año 2018, como por noviembre, fuí invitado al paseo de fin de año que organiza su empresa, y que hasta el 2017, era solo para parejas que estuviesen casadas o tuvieran hijos, así que no podía ir.
La cosa es que lo pasamos bien, por fin conocí a sus compañeros y compañeras, ya que siempre fue muy reservada a la hora de mezclar lo laboral con su vida personal.
Llegó el momento de meterse a la piscina, y me llamó profundamente la atención su colega haitiano, Jeffrey. (Que llevaba un par de meses en la empresa).
Era un tipo alto, musculoso y, por su casi diminuto traje de baño, pude ver que el mito era muy real. En fin, noté que mi mujer trataba de disimular lo mucho que le llamaba la atención aquel mulato, al igual que a la mayoría de sus compañeras, que entre bromas y risas hacían comentarios sobre el tamaño de su enorme bulto.
Pasaron un par de semanas y entre copas, me confesó que siempre le llamó la atención la figura mítica del hombre negro, y que no podía sacarse de la cabeza a su compañero Jeffrey. Siempre hemos tenido demasiada confianza, pero este era un nuevo nivel y, a pesar de asustarme un poco, el pensar en mi mujer calentándose con otro hombre y más encima con uno negro, me ponía a cien.
Mi reacción, en ese momento fue casi nula, porque por mucho que noté que este compañero y su prominente bulto, llamaron su atención el día del paseo, nunca imaginé que iba a confesarme algo así. Pasaron los días y al cabo de unas dos o tres semanas, volvimos a tomarnos unas copas y estaba esperando con ansias que ella volviera a tocar el tema, y lo hizo.
Me preguntó que qué pensaba sobre su confesión. Un poco suelto de lengua por el trago, le confesé que desde un tiempo pensaba en ella siendo penetrada por otro, pero que desde el día del paseo, solo podía fantasear con Jeffrey metiendo su gran bulto en su vagina. Nos calentamos tanto que tuvimos uno de los mejores episodios de sexo esa noche.
Al pasar de los días, lo asumimos y continuamos hablando sobre la posibilidad de una encamada con su colega, conmigo de espectador, y cada vez nos calentabamos más con la idea.
Una noche casi al final de diciembre de ese mismo año, empezamos a organizar un plan para meter a Jeffrey en nuestra cama.
Yo creía que el negro iba a aceptar encantado, ya que Adriana tiene un cuerpo que no deja a nadie indiferente. Mi mujer estaba un poco más dudosa de hacerlo, pero fui convenciéndola de a poco.
Ella empezó a vestir un poco más provocativa para ir a trabajar. Un escote que hacía resaltar su gran busto, minifaldas ajustadas que hacían notar sus caderas y su culo jugoso. Unas tanguitas diminutas para dar la impresión de que no llevaba nada bajo su mini. También comenzó a hablar más con Jeffrey, con la excusa de ayudarle un poco con el español que aún se le hacía difícil al negro.
Un día lo invitó a tomar un café al centro, luego a por unas copas a nuestro bar de cabecera y la tercera vez fueron a una salsoteca.
Según mi mujer, el negro siempre preguntó que qué pensaba yo sobre sus salidas, a lo que ella respondía que yo era un hombre moderno de mente abierta y así lo fue envolviendo hasta que un día Adriana, le preguntó derechamente si aceptaría meterse en nuestra cama, conmigo de testigo. En primera instancia el negro creyó que era una broma, pero conforme avanzó la conversación, entendió que nuestras intenciones eran reales y buenas (jeje). Él aceptó, pero primero quería encamarse con mi mujer a solas, ella me llamó al teléfono para preguntar mi opinión al respecto. Acepté, pero con la condición de que me llamara cuando estuviera entrando en ella aquel morocho de gran paquete.
Pasó al rededor de una hora y recibí la esperada llamada. Podía oír a mi mujer chupeteando algo y me dijo con voz calentona que apenas le cabía en la boca, así que solo podía pasarle la lengua y meter la punta de la cabeza de aquel glande enorme en su boquita. Yo estaba tan caliente que comencé a tocarme a penas sentí el timbrazo del teléfono.
Le pedí que se dejara hacer un oral por el negro, oía como se acomodaban en la cama y ella empezó a gemir cómo loca, me dijo que tenía una lengua sabrosa y que sabía moverla como nadie, no pude contenerme más y me vine encima, poco duró mi descanso porque a los minutos le pedí que le abriera las piernas y el coño a esa tremenda bestia que Jeffrey tenía por pene.
Oía como Adriana contenía los gritos, y como el negro le pedía que abriera más sus piernas, para poder entrar. Nuevamente yo estaba al palo, tocándome como enfermo. Pasaron un rato entre que el negro trataba de penetrarla y mi mujer me dice que no puede, que es muy grande y que le estaba haciendo daño, así que tuvimos que parar. Me dijo que haría acabar al negro con la boca para no perder la oportunidad de sentir a aquel semental viniéndose en su cara. Acepté y pasados unos minutos oí los gemidos de Jeffrey. Quedamos de vernos al rato en la casa y me cortó la llamada. Pasó una media hora y llegó. Hablamos sobre su experiencia, me contó que el negro la tenía gigante, que ella calculaba que eran mínimo 35 centímetros y que era demasiado gruesa y venosa, que apenas la puso en su boca, supo que no iba a poder meterla en su coñito. Se sentía algo frustrada por no haber podido concretar el acto.
Luego de una follada para descargar nuestra calentura, me dijo que Jeffrey quería conocerme para ver si aceptaba o no tenerme como testigo de su próxima encamada, así que acordamos vernos en nuestro bar de cabecera el sábado de esa misma semana.
El año 2018, como por noviembre, fuí invitado al paseo de fin de año que organiza su empresa, y que hasta el 2017, era solo para parejas que estuviesen casadas o tuvieran hijos, así que no podía ir.
La cosa es que lo pasamos bien, por fin conocí a sus compañeros y compañeras, ya que siempre fue muy reservada a la hora de mezclar lo laboral con su vida personal.
Llegó el momento de meterse a la piscina, y me llamó profundamente la atención su colega haitiano, Jeffrey. (Que llevaba un par de meses en la empresa).
Era un tipo alto, musculoso y, por su casi diminuto traje de baño, pude ver que el mito era muy real. En fin, noté que mi mujer trataba de disimular lo mucho que le llamaba la atención aquel mulato, al igual que a la mayoría de sus compañeras, que entre bromas y risas hacían comentarios sobre el tamaño de su enorme bulto.
Pasaron un par de semanas y entre copas, me confesó que siempre le llamó la atención la figura mítica del hombre negro, y que no podía sacarse de la cabeza a su compañero Jeffrey. Siempre hemos tenido demasiada confianza, pero este era un nuevo nivel y, a pesar de asustarme un poco, el pensar en mi mujer calentándose con otro hombre y más encima con uno negro, me ponía a cien.
Mi reacción, en ese momento fue casi nula, porque por mucho que noté que este compañero y su prominente bulto, llamaron su atención el día del paseo, nunca imaginé que iba a confesarme algo así. Pasaron los días y al cabo de unas dos o tres semanas, volvimos a tomarnos unas copas y estaba esperando con ansias que ella volviera a tocar el tema, y lo hizo.
Me preguntó que qué pensaba sobre su confesión. Un poco suelto de lengua por el trago, le confesé que desde un tiempo pensaba en ella siendo penetrada por otro, pero que desde el día del paseo, solo podía fantasear con Jeffrey metiendo su gran bulto en su vagina. Nos calentamos tanto que tuvimos uno de los mejores episodios de sexo esa noche.
Al pasar de los días, lo asumimos y continuamos hablando sobre la posibilidad de una encamada con su colega, conmigo de espectador, y cada vez nos calentabamos más con la idea.
Una noche casi al final de diciembre de ese mismo año, empezamos a organizar un plan para meter a Jeffrey en nuestra cama.
Yo creía que el negro iba a aceptar encantado, ya que Adriana tiene un cuerpo que no deja a nadie indiferente. Mi mujer estaba un poco más dudosa de hacerlo, pero fui convenciéndola de a poco.
Ella empezó a vestir un poco más provocativa para ir a trabajar. Un escote que hacía resaltar su gran busto, minifaldas ajustadas que hacían notar sus caderas y su culo jugoso. Unas tanguitas diminutas para dar la impresión de que no llevaba nada bajo su mini. También comenzó a hablar más con Jeffrey, con la excusa de ayudarle un poco con el español que aún se le hacía difícil al negro.
Un día lo invitó a tomar un café al centro, luego a por unas copas a nuestro bar de cabecera y la tercera vez fueron a una salsoteca.
Según mi mujer, el negro siempre preguntó que qué pensaba yo sobre sus salidas, a lo que ella respondía que yo era un hombre moderno de mente abierta y así lo fue envolviendo hasta que un día Adriana, le preguntó derechamente si aceptaría meterse en nuestra cama, conmigo de testigo. En primera instancia el negro creyó que era una broma, pero conforme avanzó la conversación, entendió que nuestras intenciones eran reales y buenas (jeje). Él aceptó, pero primero quería encamarse con mi mujer a solas, ella me llamó al teléfono para preguntar mi opinión al respecto. Acepté, pero con la condición de que me llamara cuando estuviera entrando en ella aquel morocho de gran paquete.
Pasó al rededor de una hora y recibí la esperada llamada. Podía oír a mi mujer chupeteando algo y me dijo con voz calentona que apenas le cabía en la boca, así que solo podía pasarle la lengua y meter la punta de la cabeza de aquel glande enorme en su boquita. Yo estaba tan caliente que comencé a tocarme a penas sentí el timbrazo del teléfono.
Le pedí que se dejara hacer un oral por el negro, oía como se acomodaban en la cama y ella empezó a gemir cómo loca, me dijo que tenía una lengua sabrosa y que sabía moverla como nadie, no pude contenerme más y me vine encima, poco duró mi descanso porque a los minutos le pedí que le abriera las piernas y el coño a esa tremenda bestia que Jeffrey tenía por pene.
Oía como Adriana contenía los gritos, y como el negro le pedía que abriera más sus piernas, para poder entrar. Nuevamente yo estaba al palo, tocándome como enfermo. Pasaron un rato entre que el negro trataba de penetrarla y mi mujer me dice que no puede, que es muy grande y que le estaba haciendo daño, así que tuvimos que parar. Me dijo que haría acabar al negro con la boca para no perder la oportunidad de sentir a aquel semental viniéndose en su cara. Acepté y pasados unos minutos oí los gemidos de Jeffrey. Quedamos de vernos al rato en la casa y me cortó la llamada. Pasó una media hora y llegó. Hablamos sobre su experiencia, me contó que el negro la tenía gigante, que ella calculaba que eran mínimo 35 centímetros y que era demasiado gruesa y venosa, que apenas la puso en su boca, supo que no iba a poder meterla en su coñito. Se sentía algo frustrada por no haber podido concretar el acto.
Luego de una follada para descargar nuestra calentura, me dijo que Jeffrey quería conocerme para ver si aceptaba o no tenerme como testigo de su próxima encamada, así que acordamos vernos en nuestro bar de cabecera el sábado de esa misma semana.
6 comentarios - El negro la tenía muy gruesa para el coñito de mi mujer