Le debía una cena a Antonio. Esa tarde que estuvimos juntos, tras reencontrarnos después de 15 años, me invitó a que me quedara para cenar. Obviamente que la invitación incluía pernocte.
En otro momento, en otras circunstancias, me las hubiera arreglado para quedarme, pero en ésta coyuntura, lo que antes era habitual, ahora queda restringido.
-Me quedé con las ganas de quedarme a cenar el otro día, quizás podamos arreglar para un almuerzo- le sugiero en una de las tantas llamadas que nos hacemos.
-Y después hacer la siesta- agrego sugestiva.
-Me parece una excelente idea, voy a prepararte la especialidad de la casa, entonces-
Arreglamos para el miércoles a las once. Yo ya tenía agendadas un par de visitas. Al dueño de una flotilla de taxis que me pedía una rebaja en la cuota del seguro, y a un socio que no recibía todavía el pago de un accidente producido a principios de mayo.
Eran visitas de cortesía, para hacer relaciones públicas, ya que en ninguno de los dos casos, podía ofrecerles una solución inmediata.
El socio del accidente vive en Belgrano, así que de ahí me fui a lo de Antonio.
La rutina fue la misma que la última vez. Lo llamo para avisarle que estoy llegando, baja a abrirme el portón, estaciono en su cochera, y entre besos y arrumacos, subimos a su departamento.
Apenas entramos puedo sentir el aroma de las especias y de algo que se está horneando.
Entramos a la cocina, me sirve una copa de vino blanco y me explica lo que está preparando. Pollo al horno con papas glaseadas y ensalada rusa.
-Me imagino que falta todavía- le digo, dejando mi copa sobre la mesada.
-Un rato- repone mirando el reloj del horno.
-Entonces podemos disfrutar de un aperitivo- le digo, y tomándolo de la mano, lo llevo hacia la sala.
Nos sentamos en el sofá y empezamos a besarnos, a comernos la boca, a chuparnos, a lamernos, mientras nuestras manos se deslizan por el cuerpo del otro sin control ni recato.
Nos tocamos ahí, en dónde la turgencia ejerce su irresistible magnetismo.
Me imagino que al tocarme las tetas, debe sentir lo mismo que yo al tocarle la pija. Sentir como se llena, como se inflama, como se calienta a medida que las caricias se vuelven más intensas, más incisivas.
En ese momento solo nos besamos y nos tocamos, encendiendo el fuego, dejando lo mejor para más tarde, para la hora de la siesta.
El reloj del horno nos arranca de esa deliciosa ensoñación en la que estamos inmersos. Nos miramos y nos reímos, a sabiendas de que esto no queda así, que luego del almuerzo vamos a poder desahogarnos libremente y sin restricciones.
Cuando se levanta, no puede disimular la erección que tiene, la que le acabo de provocar.
Cómo para que se sienta acompañado, me levanto y le muestro que no es el único, que yo también estoy con las tetas hinchadas y los pezones tan duros y parados que se me traslucen a través de la camisa.
Mientras él sirve los platos, yo pongo la mesa. Comemos, charlamos, disfrutamos de la compañía del otro.
Me ofrece más vino, pero prefiero tomar agua. Puedo llegar bien cogida a mi casa, pero borracha, tendría que dar muchas explicaciones.
De postre, flan con dulce de leche, el cuál saboreamos en la sala, mientras conversamos sobre distintos aspectos del mundo del Seguro. Por supuesto le comento acerca de los socios que visité esa mañana, y aunque él ya está alejado de la actividad, me da un par de consejos que me resultan por demás útiles.
De repente nos quedamos en silencio, mirándonos. Ninguno dice nada, pero ambos sabemos muy bien lo que queremos.
Sin decir nada, se levanta, pone música, y, entre los acordes de un tema instrumental, con saxo, ideal para coger, me lleva al dormitorio.
Al abrir la puerta no prende la luz, ya que el cuarto está iluminado con velas aromáticas que nos envuelven con una suave y afrodisíaca fragancia. Tanto el suelo como la cama están cubiertos con pétalos de rosas rojas, lo cual le otorga al lugar una ambientación no solo sexual, sino también romántica.
Al parecer Antonio no solo quería sexo, sino también hacerme el amor.
Lo entendía. La primera vez había sido el desahogo, la descarga, el desfogue después de varias semanas de cuarentena. Ahora iba por más.
-¡Me encanta!- le doy un beso y le aviso-Yo también tengo algo para vos ¿Porque no te ponés cómodo mientras me pongo linda?-
-¿Más linda?- repone.
Le sonrío y camino hacia el baño, que está dentro del cuarto. Cierro la puerta y me desvisto, quedándome sólo en ropa interior, un conjunto blanco, con el hilo de la tanga bien metido entre las nalgas. El corpiño igual, es de esos que me comprimen las tetas, haciéndolas resaltar como un par de melones a punto de salirse de la canasta.
Salgo y me quedo parada en la puerta, exhibiéndome, dejando que sus ojos me recorran de arriba abajo.
Antonio se tomó en serio eso de ponerse cómodo, ya que está echado en la cama, sin ropa, solo con el calzoncillo puesto, un slip que apenas puede contener lo gorda y dura que se le puso la poronga.
Doy una vueltita, demorándome adrede para que se regocije también con mis atributos posteriores.
Me acerco a la cama y me subo, gateando hacía él, que no sabe si mirarme las tetas, el culo, o a la cara.
Me recuesto a su lado, y buscándole la boca, lo beso con intensidad, con frenesí, mientras mi mano va en procura de aquello que le palpita debajo del slip.
Se lo agarro por encima, apretándolo, disfrutando de esa turgencia que me resulta tan adictiva.
Meto la mano por debajo del elástico, sintiéndolo ahora en carne viva, en llamas, humedecido en su propia excitación.
Le corro hacia abajo el slip y lo pajeo, sin dejar de besarlo, de morderle los labios, de sentir su aliento confundiéndose con el mío.
De su boca, voy bajando por el cuello, el pecho, las tetillas, la panza, le meto la lengua en el ombligo, dándole vueltitas, para seguir por el vientre, abriéndome paso por entre la mata de recios y ondulados pendejos.
Lo beso ahí en dónde nace y se alza soberbio e imponente. Mayúsculo. Dominante.
Subo lamiendo todo en derredor, besando, mordiendo, resbalando por esa humedad viril que lo moja desde la punta.
Lo aprisiono entre mis labios, y me lo como hasta sentirlo en la la garganta, llenándome el paladar con esa carne jugosa y palpitante que parece latir con ritmo propio.
Antonio suelta un largo suspiro cuando se la empiezo a chupar, deslizándome a todo lo largo, disfrutando de cada pedazo, sintiendo como ese juguito que se le derrama desde la punta se mezcla con mi propia saliva.
Me acaricia la cabeza con ternura, apartándome el pelo para ver mejor, para no perderse detalle de como su pija se pierde una y otra vez dentro de mi boca. Le devuelvo la mirada sin dejar de chupársela.
A ustedes les gusta mirar, nosotras somos más de sentir, de disfrutar las sensaciones, por eso cierro los ojos y me concentro en ese sabor que me llena todos los sentidos.
Sin soltársela, de a poco me voy moviendo, de modo tal que solo tengo que levantar una pierna para acomodarme sobre su cara y así formar un exquisito 69, yo chupándole la pija, él chupándome la concha.
El placer es recíproco, como si fuera una onda que va y viene entre nuestros cuerpos, envolviéndonos, regocijándonos.
Me levanto y me siento encima suyo, Antonio intenta agarrar un preservativo de la mesa de luz, pero se lo impido.
-Que hoy sea especial...- le digo.
Le agarro la pija, me la acomodo entre los labios, y me dejo caer, sintiendo como se abre paso en mi interior, como así de repente, una parte de su cuerpo, una parte importante, pasa a formar parte del mío.
Nos fundimos el uno en el otro, gozando esa sensación, ése placer que compartimos y que nos vuelve rehenes de una misma pasión.
Nos miramos y nos sonreímos, mientras la pija se acomoda en mi interior, llenándome con su cada vez más endurecido volumen.
Soy yo la primera en moverme, sintiéndolo en toda su longitud, duro, macizo, contundente.
Me levanto hasta que me queda solo la punta adentro, y me siento de un golpe, con un fuerte PLAP, que resuena como un estallido.
Antonio me recorre con sus manos, acariciando cada curva, cada recodo, cada sinuosidad, moldeando mi cuerpo con su tacto. Entonces levanta las piernas, me agarra de la cintura, y empieza a moverse desde abajo, complementándose con mis propios movimientos.
Mis tetas se sacuden al ritmo de la penetración, y él se pone bizco mirando ese bamboleo que me provoca con sus empujones.
Me las agarra con las dos manos y me las chupa. Mis pezones se ponen duros, puntiagudos de solo sentirlo.
Sigo moviéndome, entusiasta, constante, clavándomela fuerte, disfrutando del choque entre nuestros cuerpos, de la estridencia que provocamos al impactar el uno contra el otro.
-¡Así... Te quiero sentir todo... Todo adentro... Sí... Así...!- le digo entre jadeos, sintiendo las llamaradas, ése fuego conocido, que ya comienza a expandirse por todo mi cuerpo.
Estoy en éxtasis, gozando de un orgasmo que parece arrancarme de mi propio cuerpo, cuándo Antonio me voltea, poniéndome de espalda y me besa, metiéndome los dedos en la concha, como queriendo capturar mi polvo y llevárselo con él.
Se me sube encima y me somete a un bombeo feroz, implacable, haciéndome gozar de nuevo en cuestión de segundos.
Sabiendo que estoy en pleno disfrute, me la deja ahí guardada, mientras yo enlazo mis piernas en torno a las suyas y arqueo la espalda, para sentirlo aún más adentro, más profundo.
¡Que placer! ¡Que delicia!
Cuándo salgo de esa especie de letargo, abro los ojos y lo veo mirándome. Nos sonreímos y nos besamos, a la vez que empieza a moverse de nuevo, haciéndome sentir con cada empuje, la contundencia de su virilidad.
Ahora va por su goce, cogiéndome con una cadencia firme y sostenida, rubricando cada metida con ese golpe final que me hace estremecer y soltar un gritito ahogado.
-¡Cogeme...! ¡Dámela toda...!- le digo entre jadeos, envolviéndolo con brazos y piernas, abriéndome toda para él, para su pija.
Me la manda a guardar hasta los huevos, que están duros y entumecidos, de tanta leche acumulada.
Ya puedo sentir como se prepara para la explosión, como se le hincha y se enardece. Cómo incrementa el ritmo para alcanzar esa cima, esa Gloria que yo ya alcancé tantas veces.
Lo acompaño moviéndome con él, sosteniéndole el ritmo, la energía, el vigor.
-¡Acabame adentro... quiero sentirte...!- le pido en una exhalación.
Me mira y estalla en mi interior, acompañando la descarga con plácidas y gozosas exclamaciones.
¿Acaso hay una mejor declaración de amor que pedirle a tu hombre que te llene de leche?
Por supuesto que no se trata del amor conyugal que puedo sentir por mi marido, sino de un amor sexual, físico, amor de amantes, de cama.
Se queda sobre mí, suspirando, vaciándose hasta la última gota, mezclando su esencia con la mía, espeso, caudaloso, ahogándome con esa efusividad que me neutraliza.
Sale y se recuesta a mi lado, sin dejar de suspirar, aliviado, complacido, con una sonrisa de satisfacción que tardará días en borrársele.
Por un momento ninguno dice nada, ya que no podemos hablar, la excitación aún nos comprime la garganta.
-Jamás imaginé que volveríamos a estar juntos en una cama- rompe el silencio Antonio.
Me pongo de costado, acercándome a él, y acariciándole el pecho, le digo:
-Y podemos volver a estar juntos todas las veces que queramos, pero como amantes, sabés que estoy casada-
-No me importa compartirte- repone, devolviéndome la caricia.
Acabamos de hacerlo, pero aún así mis pezones se vuelven a poner duros de solo sentirlo.
Me inclino sobre su entrepierna y le vuelvo a chupar la pija, sintiendo como se va endureciendo y mojando entre mis labios. Se la chupo y pajeo al mismo tiempo, disfrutando de como se va alzando y erigiendo en esa mole de carne y venas que tanto me cautiva.
Cuando está bien dura, en todo su portentoso esplendor, me pongo en cuclillas encima suyo y me la ensarto bien hasta los pelos. Me la guardo toda adentro, así de caliente y palpitante, mojada de semen y saliva.
Me deslizo a todo lo largo, jadeando con mayor intensidad cada vez, gozando de esa sensación que, aunque invasiva, me resulta sumamente satisfactoria.
Por su parte Antonio disfruta no solo de la penetración en sí, sino también del espectáculo que le brindan mis tetas sacudiéndose al ritmo de la montada.
Luego de un rato la dejo salir, se la escupo una, dos, hasta tres veces, y metiéndome los dedos en el culo, para dilatarlo, me la vuelvo a mandar, pero ésta vez por la colectora.
Igual, pese a mis intentos y los suyos, no consigo clavármela, ya que por la estrechez de la zona, se resbala y se sale, desviándose de su objetivo.
Así que tomando al toro por las astas, o en éste caso a la hembra por las ancas, Antonio me pone en cuatro y desde atrás me la entierra en el culo en medio de un rugido de satisfacción plena y absoluta.
Yo también pegó un grito, un alarido casi, de dolor y placer, combinados en una misma sensación que se intensifica cuando me empieza a culear.
Bien afirmado tras de mí, me agarra de las caderas y me bombea el ojete con dureza y vigor, hundiéndose bien hasta los huevos, llenándome con esa carne que parece haberse solidificado.
Gruño y pataleo, sintiendo que me parte al medio, que en cualquier momento me va a romper la columna y las dos mitades de mi cuerpo caerán hacia cada lado de la cama.
Es una sensación hermosa, por supuesto, sentir que te rompen, que te destruyen, que te culean como si no tuvieras fondo.
Teniéndome en todo momento al borde del orgasmo, me la saca y así, dura y entumecida, me la refriega por toda la concha, golpeándome el clítoris con la punta, haciéndome acabar como si los polvos anteriores no hubiesen existido.
Y estando ahí, en pleno trance amoroso, me la vuelve a meter en el culo, y tras una certera andanada de metidas y sacadas, me lo llena de leche.
El goce es inmediato, intenso, extenuante. Los dos nos quedamos derrumbados, él sobre mí, con su pija licuándose todavía en mi interior.
Cuando se levanta y me la saca, siento que me sale del culo un borbotón de semen, con un ruido que, aunque me avergüenza, a Antonio le arranca una sonrisa.
Durante un momento nos quedamos ahí, exhaustos, sin decir nada, tratando de recuperar el ritmo normal de la respiración.
-¿Nos duchamos?- me propone entonces Antonio, ya que los dos estamos empapados en sudor.
-Dale...- asiento con una sonrisa.
Nos levantamos, entramos al baño y nos metemos en la bañera. Él regula el agua caliente, mientras yo agarro el jabón y la esponja.
Empiezo por enjabonarle la espalda, el pecho, deteniéndome un buen rato en su entrepierna, que parece reaccionar a tan dedicado lavado. Cuando me enjabona él a mí, me doy la vuelta, y mientras me pasa la esponja por la espalda, disfruto de como me frota la verga, ostensiblemente erecta, por entre las nalgas.
-¡Sos incansable...!- le digo cuando me empieza a buscar con la punta la entrada de la concha.
-¡Tanto tiempo deseándote...!- exclama -No creas que me voy a cansar tan fácilmente de cogerte-
-No quiero que te canses nunca- le aseguro, apoyando un pie sobre el borde de la bañera y echándome hacía adelante, facilitándole el acceso a mi intimidad.
Antonio se planta firme tras de mí y me penetra, me la manda a guardar de un solo y efectivo empujón. Me agarra con ambas manos de las tetas y me coge con un bombeo intenso, vigoroso, sostenido.
El placer regresa a mí en ráfagas devastadoras, y de nuevo, entre exaltados jadeos, me convierto en una máquina de echarme polvos, uno tras otro, incontenibles, encadenados en un larguísimo eslabón que parece no tener fin.
Antonio también acaba, pero a diferencia de antes, solo le quedan unas pocas gotas para derramar.
Cuando me la saca, me doy la vuelta y nos besamos largo y tendido, con el agua de la ducha resbalando por nuestros cuerpos.
Salimos, nos secamos y levantando la ropa, que está desparramada por el suelo, nos vestimos.
Me invita un café, que tomamos en la sala, retomando la conversación que dejamos trunca al irnos a la cama.
Luego, cuando ya se hace la hora de irme, repetimos el mismo ritual, me acompaña hasta abajo, me abre la cochera, y tras unos besos de despedida, salgo del edificio y me vuelvo a casa.
Por suerte cuándo llego, mi marido está ocupado con una llamada de trabajo, por lo que no se da cuenta de que estoy recién duchadita. Lo saludo al Ro y corro a mi cuarto a cambiarme de ropa, ya que la que tengo puesta me huele a Antonio.
Me pongo un jogging, una remera y empiezo a preparar la cena.
-Hola mi amor, no me dí cuenta que habías llegado- me dice al entrar en la cocina, saludándome con un pico.
-Llegué hace un rato...- le miento -No te quería molestar-
-Gracias, siempre tan comprensiva- me agradece dándome otro beso en los labios.
Se sirve un vaso de jugo y se pone a explicarme no sé que problema con las bodegas mendocinas, y si no me entero de cuál es ése bendito problema, es porque mientras él me habla, no puedo dejar de pensar en Antonio y lo rico que me cogió esa tarde...
En otro momento, en otras circunstancias, me las hubiera arreglado para quedarme, pero en ésta coyuntura, lo que antes era habitual, ahora queda restringido.
-Me quedé con las ganas de quedarme a cenar el otro día, quizás podamos arreglar para un almuerzo- le sugiero en una de las tantas llamadas que nos hacemos.
-Y después hacer la siesta- agrego sugestiva.
-Me parece una excelente idea, voy a prepararte la especialidad de la casa, entonces-
Arreglamos para el miércoles a las once. Yo ya tenía agendadas un par de visitas. Al dueño de una flotilla de taxis que me pedía una rebaja en la cuota del seguro, y a un socio que no recibía todavía el pago de un accidente producido a principios de mayo.
Eran visitas de cortesía, para hacer relaciones públicas, ya que en ninguno de los dos casos, podía ofrecerles una solución inmediata.
El socio del accidente vive en Belgrano, así que de ahí me fui a lo de Antonio.
La rutina fue la misma que la última vez. Lo llamo para avisarle que estoy llegando, baja a abrirme el portón, estaciono en su cochera, y entre besos y arrumacos, subimos a su departamento.
Apenas entramos puedo sentir el aroma de las especias y de algo que se está horneando.
Entramos a la cocina, me sirve una copa de vino blanco y me explica lo que está preparando. Pollo al horno con papas glaseadas y ensalada rusa.
-Me imagino que falta todavía- le digo, dejando mi copa sobre la mesada.
-Un rato- repone mirando el reloj del horno.
-Entonces podemos disfrutar de un aperitivo- le digo, y tomándolo de la mano, lo llevo hacia la sala.
Nos sentamos en el sofá y empezamos a besarnos, a comernos la boca, a chuparnos, a lamernos, mientras nuestras manos se deslizan por el cuerpo del otro sin control ni recato.
Nos tocamos ahí, en dónde la turgencia ejerce su irresistible magnetismo.
Me imagino que al tocarme las tetas, debe sentir lo mismo que yo al tocarle la pija. Sentir como se llena, como se inflama, como se calienta a medida que las caricias se vuelven más intensas, más incisivas.
En ese momento solo nos besamos y nos tocamos, encendiendo el fuego, dejando lo mejor para más tarde, para la hora de la siesta.
El reloj del horno nos arranca de esa deliciosa ensoñación en la que estamos inmersos. Nos miramos y nos reímos, a sabiendas de que esto no queda así, que luego del almuerzo vamos a poder desahogarnos libremente y sin restricciones.
Cuando se levanta, no puede disimular la erección que tiene, la que le acabo de provocar.
Cómo para que se sienta acompañado, me levanto y le muestro que no es el único, que yo también estoy con las tetas hinchadas y los pezones tan duros y parados que se me traslucen a través de la camisa.
Mientras él sirve los platos, yo pongo la mesa. Comemos, charlamos, disfrutamos de la compañía del otro.
Me ofrece más vino, pero prefiero tomar agua. Puedo llegar bien cogida a mi casa, pero borracha, tendría que dar muchas explicaciones.
De postre, flan con dulce de leche, el cuál saboreamos en la sala, mientras conversamos sobre distintos aspectos del mundo del Seguro. Por supuesto le comento acerca de los socios que visité esa mañana, y aunque él ya está alejado de la actividad, me da un par de consejos que me resultan por demás útiles.
De repente nos quedamos en silencio, mirándonos. Ninguno dice nada, pero ambos sabemos muy bien lo que queremos.
Sin decir nada, se levanta, pone música, y, entre los acordes de un tema instrumental, con saxo, ideal para coger, me lleva al dormitorio.
Al abrir la puerta no prende la luz, ya que el cuarto está iluminado con velas aromáticas que nos envuelven con una suave y afrodisíaca fragancia. Tanto el suelo como la cama están cubiertos con pétalos de rosas rojas, lo cual le otorga al lugar una ambientación no solo sexual, sino también romántica.
Al parecer Antonio no solo quería sexo, sino también hacerme el amor.
Lo entendía. La primera vez había sido el desahogo, la descarga, el desfogue después de varias semanas de cuarentena. Ahora iba por más.
-¡Me encanta!- le doy un beso y le aviso-Yo también tengo algo para vos ¿Porque no te ponés cómodo mientras me pongo linda?-
-¿Más linda?- repone.
Le sonrío y camino hacia el baño, que está dentro del cuarto. Cierro la puerta y me desvisto, quedándome sólo en ropa interior, un conjunto blanco, con el hilo de la tanga bien metido entre las nalgas. El corpiño igual, es de esos que me comprimen las tetas, haciéndolas resaltar como un par de melones a punto de salirse de la canasta.
Salgo y me quedo parada en la puerta, exhibiéndome, dejando que sus ojos me recorran de arriba abajo.
Antonio se tomó en serio eso de ponerse cómodo, ya que está echado en la cama, sin ropa, solo con el calzoncillo puesto, un slip que apenas puede contener lo gorda y dura que se le puso la poronga.
Doy una vueltita, demorándome adrede para que se regocije también con mis atributos posteriores.
Me acerco a la cama y me subo, gateando hacía él, que no sabe si mirarme las tetas, el culo, o a la cara.
Me recuesto a su lado, y buscándole la boca, lo beso con intensidad, con frenesí, mientras mi mano va en procura de aquello que le palpita debajo del slip.
Se lo agarro por encima, apretándolo, disfrutando de esa turgencia que me resulta tan adictiva.
Meto la mano por debajo del elástico, sintiéndolo ahora en carne viva, en llamas, humedecido en su propia excitación.
Le corro hacia abajo el slip y lo pajeo, sin dejar de besarlo, de morderle los labios, de sentir su aliento confundiéndose con el mío.
De su boca, voy bajando por el cuello, el pecho, las tetillas, la panza, le meto la lengua en el ombligo, dándole vueltitas, para seguir por el vientre, abriéndome paso por entre la mata de recios y ondulados pendejos.
Lo beso ahí en dónde nace y se alza soberbio e imponente. Mayúsculo. Dominante.
Subo lamiendo todo en derredor, besando, mordiendo, resbalando por esa humedad viril que lo moja desde la punta.
Lo aprisiono entre mis labios, y me lo como hasta sentirlo en la la garganta, llenándome el paladar con esa carne jugosa y palpitante que parece latir con ritmo propio.
Antonio suelta un largo suspiro cuando se la empiezo a chupar, deslizándome a todo lo largo, disfrutando de cada pedazo, sintiendo como ese juguito que se le derrama desde la punta se mezcla con mi propia saliva.
Me acaricia la cabeza con ternura, apartándome el pelo para ver mejor, para no perderse detalle de como su pija se pierde una y otra vez dentro de mi boca. Le devuelvo la mirada sin dejar de chupársela.
A ustedes les gusta mirar, nosotras somos más de sentir, de disfrutar las sensaciones, por eso cierro los ojos y me concentro en ese sabor que me llena todos los sentidos.
Sin soltársela, de a poco me voy moviendo, de modo tal que solo tengo que levantar una pierna para acomodarme sobre su cara y así formar un exquisito 69, yo chupándole la pija, él chupándome la concha.
El placer es recíproco, como si fuera una onda que va y viene entre nuestros cuerpos, envolviéndonos, regocijándonos.
Me levanto y me siento encima suyo, Antonio intenta agarrar un preservativo de la mesa de luz, pero se lo impido.
-Que hoy sea especial...- le digo.
Le agarro la pija, me la acomodo entre los labios, y me dejo caer, sintiendo como se abre paso en mi interior, como así de repente, una parte de su cuerpo, una parte importante, pasa a formar parte del mío.
Nos fundimos el uno en el otro, gozando esa sensación, ése placer que compartimos y que nos vuelve rehenes de una misma pasión.
Nos miramos y nos sonreímos, mientras la pija se acomoda en mi interior, llenándome con su cada vez más endurecido volumen.
Soy yo la primera en moverme, sintiéndolo en toda su longitud, duro, macizo, contundente.
Me levanto hasta que me queda solo la punta adentro, y me siento de un golpe, con un fuerte PLAP, que resuena como un estallido.
Antonio me recorre con sus manos, acariciando cada curva, cada recodo, cada sinuosidad, moldeando mi cuerpo con su tacto. Entonces levanta las piernas, me agarra de la cintura, y empieza a moverse desde abajo, complementándose con mis propios movimientos.
Mis tetas se sacuden al ritmo de la penetración, y él se pone bizco mirando ese bamboleo que me provoca con sus empujones.
Me las agarra con las dos manos y me las chupa. Mis pezones se ponen duros, puntiagudos de solo sentirlo.
Sigo moviéndome, entusiasta, constante, clavándomela fuerte, disfrutando del choque entre nuestros cuerpos, de la estridencia que provocamos al impactar el uno contra el otro.
-¡Así... Te quiero sentir todo... Todo adentro... Sí... Así...!- le digo entre jadeos, sintiendo las llamaradas, ése fuego conocido, que ya comienza a expandirse por todo mi cuerpo.
Estoy en éxtasis, gozando de un orgasmo que parece arrancarme de mi propio cuerpo, cuándo Antonio me voltea, poniéndome de espalda y me besa, metiéndome los dedos en la concha, como queriendo capturar mi polvo y llevárselo con él.
Se me sube encima y me somete a un bombeo feroz, implacable, haciéndome gozar de nuevo en cuestión de segundos.
Sabiendo que estoy en pleno disfrute, me la deja ahí guardada, mientras yo enlazo mis piernas en torno a las suyas y arqueo la espalda, para sentirlo aún más adentro, más profundo.
¡Que placer! ¡Que delicia!
Cuándo salgo de esa especie de letargo, abro los ojos y lo veo mirándome. Nos sonreímos y nos besamos, a la vez que empieza a moverse de nuevo, haciéndome sentir con cada empuje, la contundencia de su virilidad.
Ahora va por su goce, cogiéndome con una cadencia firme y sostenida, rubricando cada metida con ese golpe final que me hace estremecer y soltar un gritito ahogado.
-¡Cogeme...! ¡Dámela toda...!- le digo entre jadeos, envolviéndolo con brazos y piernas, abriéndome toda para él, para su pija.
Me la manda a guardar hasta los huevos, que están duros y entumecidos, de tanta leche acumulada.
Ya puedo sentir como se prepara para la explosión, como se le hincha y se enardece. Cómo incrementa el ritmo para alcanzar esa cima, esa Gloria que yo ya alcancé tantas veces.
Lo acompaño moviéndome con él, sosteniéndole el ritmo, la energía, el vigor.
-¡Acabame adentro... quiero sentirte...!- le pido en una exhalación.
Me mira y estalla en mi interior, acompañando la descarga con plácidas y gozosas exclamaciones.
¿Acaso hay una mejor declaración de amor que pedirle a tu hombre que te llene de leche?
Por supuesto que no se trata del amor conyugal que puedo sentir por mi marido, sino de un amor sexual, físico, amor de amantes, de cama.
Se queda sobre mí, suspirando, vaciándose hasta la última gota, mezclando su esencia con la mía, espeso, caudaloso, ahogándome con esa efusividad que me neutraliza.
Sale y se recuesta a mi lado, sin dejar de suspirar, aliviado, complacido, con una sonrisa de satisfacción que tardará días en borrársele.
Por un momento ninguno dice nada, ya que no podemos hablar, la excitación aún nos comprime la garganta.
-Jamás imaginé que volveríamos a estar juntos en una cama- rompe el silencio Antonio.
Me pongo de costado, acercándome a él, y acariciándole el pecho, le digo:
-Y podemos volver a estar juntos todas las veces que queramos, pero como amantes, sabés que estoy casada-
-No me importa compartirte- repone, devolviéndome la caricia.
Acabamos de hacerlo, pero aún así mis pezones se vuelven a poner duros de solo sentirlo.
Me inclino sobre su entrepierna y le vuelvo a chupar la pija, sintiendo como se va endureciendo y mojando entre mis labios. Se la chupo y pajeo al mismo tiempo, disfrutando de como se va alzando y erigiendo en esa mole de carne y venas que tanto me cautiva.
Cuando está bien dura, en todo su portentoso esplendor, me pongo en cuclillas encima suyo y me la ensarto bien hasta los pelos. Me la guardo toda adentro, así de caliente y palpitante, mojada de semen y saliva.
Me deslizo a todo lo largo, jadeando con mayor intensidad cada vez, gozando de esa sensación que, aunque invasiva, me resulta sumamente satisfactoria.
Por su parte Antonio disfruta no solo de la penetración en sí, sino también del espectáculo que le brindan mis tetas sacudiéndose al ritmo de la montada.
Luego de un rato la dejo salir, se la escupo una, dos, hasta tres veces, y metiéndome los dedos en el culo, para dilatarlo, me la vuelvo a mandar, pero ésta vez por la colectora.
Igual, pese a mis intentos y los suyos, no consigo clavármela, ya que por la estrechez de la zona, se resbala y se sale, desviándose de su objetivo.
Así que tomando al toro por las astas, o en éste caso a la hembra por las ancas, Antonio me pone en cuatro y desde atrás me la entierra en el culo en medio de un rugido de satisfacción plena y absoluta.
Yo también pegó un grito, un alarido casi, de dolor y placer, combinados en una misma sensación que se intensifica cuando me empieza a culear.
Bien afirmado tras de mí, me agarra de las caderas y me bombea el ojete con dureza y vigor, hundiéndose bien hasta los huevos, llenándome con esa carne que parece haberse solidificado.
Gruño y pataleo, sintiendo que me parte al medio, que en cualquier momento me va a romper la columna y las dos mitades de mi cuerpo caerán hacia cada lado de la cama.
Es una sensación hermosa, por supuesto, sentir que te rompen, que te destruyen, que te culean como si no tuvieras fondo.
Teniéndome en todo momento al borde del orgasmo, me la saca y así, dura y entumecida, me la refriega por toda la concha, golpeándome el clítoris con la punta, haciéndome acabar como si los polvos anteriores no hubiesen existido.
Y estando ahí, en pleno trance amoroso, me la vuelve a meter en el culo, y tras una certera andanada de metidas y sacadas, me lo llena de leche.
El goce es inmediato, intenso, extenuante. Los dos nos quedamos derrumbados, él sobre mí, con su pija licuándose todavía en mi interior.
Cuando se levanta y me la saca, siento que me sale del culo un borbotón de semen, con un ruido que, aunque me avergüenza, a Antonio le arranca una sonrisa.
Durante un momento nos quedamos ahí, exhaustos, sin decir nada, tratando de recuperar el ritmo normal de la respiración.
-¿Nos duchamos?- me propone entonces Antonio, ya que los dos estamos empapados en sudor.
-Dale...- asiento con una sonrisa.
Nos levantamos, entramos al baño y nos metemos en la bañera. Él regula el agua caliente, mientras yo agarro el jabón y la esponja.
Empiezo por enjabonarle la espalda, el pecho, deteniéndome un buen rato en su entrepierna, que parece reaccionar a tan dedicado lavado. Cuando me enjabona él a mí, me doy la vuelta, y mientras me pasa la esponja por la espalda, disfruto de como me frota la verga, ostensiblemente erecta, por entre las nalgas.
-¡Sos incansable...!- le digo cuando me empieza a buscar con la punta la entrada de la concha.
-¡Tanto tiempo deseándote...!- exclama -No creas que me voy a cansar tan fácilmente de cogerte-
-No quiero que te canses nunca- le aseguro, apoyando un pie sobre el borde de la bañera y echándome hacía adelante, facilitándole el acceso a mi intimidad.
Antonio se planta firme tras de mí y me penetra, me la manda a guardar de un solo y efectivo empujón. Me agarra con ambas manos de las tetas y me coge con un bombeo intenso, vigoroso, sostenido.
El placer regresa a mí en ráfagas devastadoras, y de nuevo, entre exaltados jadeos, me convierto en una máquina de echarme polvos, uno tras otro, incontenibles, encadenados en un larguísimo eslabón que parece no tener fin.
Antonio también acaba, pero a diferencia de antes, solo le quedan unas pocas gotas para derramar.
Cuando me la saca, me doy la vuelta y nos besamos largo y tendido, con el agua de la ducha resbalando por nuestros cuerpos.
Salimos, nos secamos y levantando la ropa, que está desparramada por el suelo, nos vestimos.
Me invita un café, que tomamos en la sala, retomando la conversación que dejamos trunca al irnos a la cama.
Luego, cuando ya se hace la hora de irme, repetimos el mismo ritual, me acompaña hasta abajo, me abre la cochera, y tras unos besos de despedida, salgo del edificio y me vuelvo a casa.
Por suerte cuándo llego, mi marido está ocupado con una llamada de trabajo, por lo que no se da cuenta de que estoy recién duchadita. Lo saludo al Ro y corro a mi cuarto a cambiarme de ropa, ya que la que tengo puesta me huele a Antonio.
Me pongo un jogging, una remera y empiezo a preparar la cena.
-Hola mi amor, no me dí cuenta que habías llegado- me dice al entrar en la cocina, saludándome con un pico.
-Llegué hace un rato...- le miento -No te quería molestar-
-Gracias, siempre tan comprensiva- me agradece dándome otro beso en los labios.
Se sirve un vaso de jugo y se pone a explicarme no sé que problema con las bodegas mendocinas, y si no me entero de cuál es ése bendito problema, es porque mientras él me habla, no puedo dejar de pensar en Antonio y lo rico que me cogió esa tarde...
11 comentarios - La siesta...
en este relato solo falto la foto con tu lenceria blanca ja
dejo + 10
Genial, sos tremenda Marita.
Cómo me gustaría ser un día uno de los que han tenido la suerte de estar con vos.
Besos... obvio que van 10 puntos...
Van diez puntos.