Empezó como una fiesta de verano cualquiera a la que asistieron algunos de nuestros amigos más cercanos y varios conocidos del trabajo. Eran cerca de 20 personas en total, disfrutando de la comida y los tragos aquel sábado de marzo por la noche. La mayoría de nosotros estamos en los treinta y las parejas con hijos pequeños empezaron a marcharse alrededor de las 11:00, cuando la reunión ya llevaba algunas horas. Despedí a otra pareja en la entrada y decidí empezar a limpiar. Tenía una mano ocupada con bebidas a medio llenar, y luego de entrar a la cocina por la puerta corrediza me percaté que mi jefe, Gabriel, todavía estaba en casa, hablando con mi esposa en el sofá de la sala. Me quedé en la cocina y seguí limpiando un poco. Junté todas las botellas de cerveza vacías, limpié las copas para el vino y saqué la basura restante. Miré el reloj que está encima de la estufa y marcaba las 12:00. Fui a la sala y para mi sorpresa, Gabriel todavía estaba hablando con mi esposa… en el mismo lugar durante la última hora.
Gabriel y yo no somos particularmente cercanos, de hecho nunca hemos sido amigos pero tenemos un trato cordial y generalmente nos llevamos bien. Sin embargo, mi esposa y él congeniaron de inmediato cuando los presenté dos años atrás, en una fiesta de la empresa. Al igual que yo, también está casado aunque en esta ocasión su esposa no había podido acompañarlo por estar fuera de la ciudad. Al principio Gabriel se disculpó y dijo que no vendría, pero finalmente terminó aceptando la invitación por insistencia de mi esposa.
Gabriel tiene 36, dos menos que yo, y a diferencia de mí, que me he descuidado un poco desde que me casé, se mantiene en forma, ejercitándose y corriendo con regularidad. Mide casi un metro noventa y siempre se viste elegantemente. Aunque está casado, las mujeres siempre parecen caer rendidas por él, aunque mi esposa me asegura que ese no es su caso.
“Gabriel, no sabía que todavía estabas aquí. ¿Quieren algo de tomar? Yo voy a tomar una cerveza,” les dije.
Gabriel y mi esposa, Liliana, dejaron de conversar y me miraron. “Gracias Julián. También quiero una cerveza,” contestó él.
Miré a mi esposa. Ella asintió, “Vino por favor, cariño.”
Regresé a la cocina, pensando en que mi esposa lucía excelente esa noche. Liliana y yo tenemos casados ya siete años y no hemos podido tener hijos pese a que hemos intentado de todo. Entretanto, ella ha podido concentrarse en su carrera y vivimos confortablemente con la seguridad de dos ingresos. De hecho, después de intentarlo muchas veces durante 4 años, en el último año apenas si habíamos intentado que ella quedara embarazada.
Liliana tiene la edad de Gabriel, mide 1.70 y se mantiene en forma asistiendo al gimnasio a diario. Es una mujer voluptuosa, con un par de tetas grandes y macizas, la cintura estrecha y estupendas caderas. Le gusta lucir bien siempre y le gusta usar ropa que resalte su bien trabajado cuerpo. Sin embargo, es bastante conservadora y reservada en muchos aspectos. Liliana es a quien sus amigas siempre acuden en busca de consejo. Siempre se ha mostrado solícita, dulce y educada. “Ok, ahora llevo las bebidas,” les dije desde la cocina. Mientras servía un poco de vino en la copa de Liliana, podía verlos a ambos sentados en el sillón hablando en voz baja.
Gabriel estaba vestido con jeans y una camisa negra, su brazo extendido en el respaldar del sofá detrás de Liliana. Ella estaba usando un vestido de verano floreado, muy escotado. Estaba sentada muy cerca de mi jefe, con sus piernas cruzadas y moviendo su pie en su sandalia de tacón alto, mostrando una pedicura recién hecha de color amarillo. Sus brazos, piernas y su rostro tenían un bronceado exquisito. Cogí las botellas de cerveza y el vino. Cuando regresé a la sala, Gabriel estaba inclinado y le susurraba a Liliana algo al oído. Ella empezó a reír pero se detuvo abruptamente cuando me vio llegar.
"Bebidas para todos,” dije al tiempo que le alcanzaba la botella de cerveza a mi jefe y el vino a mi esposa. Los dos dieron un sorbo y yo me senté enfrente de ellos, en una silla.
“La fiesta estuvo excelente, Julián,” fue Gabriel quien rompió el silencio.
“Gracias. Creo que todos se divirtieron, ¿no? Ustedes dos parecen haber estado bien entretenidos conversando aquí,” dije y tomé un trago de mi cerveza. Gabriel se aclaró la garganta y Liliana miraba al suelo, sus piernas todavía cruzadas, moviendo su pie.
“Sí, bueno, Liliana y yo hemos estado hablando acerca de relaciones de pareja. Tú sabes que ella es una experta cuando se trata de dar consejos,” dijo Gabriel.
“Sí, claro. El teléfono siempre está sonando; la mayoría de mujeres que conocemos buscan a Liliana cada cierto tiempo, para pedirle consejo o para tener un hombro para llorar. ¿No es cierto, amor?” contesté.
Ella asintió moviendo su cabeza. “Ajá,” respondió sin mirarme
Gabriel se aclaró la garganta de nuevo. “Sí, sé que Liliana es muy buena escuchando, pero, de hecho, esta vez fue ella la que me pidió unos consejos.”
Di otro trago a mi cerveza. “¿En serio, un consejo acerca de qué?”
“Acerca de su relación, Julián. La relación que Liliana y tú tienen,” respondió él.
Los miré algo extrañado, sin saber realmente que significaba eso. “¿Nuestro matrimonio?” Mis ojos iban de Gabriel a Liliana. “Mi amor, ¿hay algún problema?”
Mi esposa suspiró pero no dijo nada, y seguía sin mirarme. Sus dos manos sostenían la copa de vino, su pie se movía todavía más y su sandalia amenazaba con salirse. Levantó la mirada y se volteó hacia Gabriel, como si él tuviera que hablar por ella.
“Bueno, esa es la cuestión, Julián. No es que ustedes dos no sean cercanos, quiero decir, los conozco desde hace un par de años y parecen estar hechos el uno para el otro,” respondió Gabriel por ella. Me sentí un poco más relajado, pensando de que después de todo no era tan malo.
“Sin embargo,” continuó Gabriel, “Liliana no está, como lo diría… satisfecha.” En ese momento, mi esposa dejó escapar un gran suspiro.
“¿Satisfecha? ¿A qué te refieres? Tenemos una gran casa, excelentes trabajos, un montón de amigos.” Me sentía confundido y dejé mi cerveza a un lado. “¿De qué se trata?”
Los miraba a ambos. Gabriel se volteó a mirar a Liliana y ella también, asintiendo, como si le estuviera dando su aprobación. Gabriel volteó y se dirigió a mí. “Sexualmente satisfecha, Julián,” respondió al tiempo que bajaba su brazo del respaldar del sillón y lo colocaba alrededor del hombro de Liliana.
Sentí mi rostro y mis orejar arder, completamente sorprendido por lo que Gabriel acababa de decirme. Pensé que debía tratarse de una broma y dejé escapar una risita nerviosa.
“Ok, ¿de qué va todo esto?” cogí mi cerveza y empecé a jugar con la etiqueta de la botella. “Me están bromeando, ¿no es cierto?”
Gabriel dio un respiro hondo antes de responder, y apretó con suavidad el hombro de Liliana. “Lo siento Julián, pero me temo que no es una broma. Liliana me ha hablado de esto antes, pero sin darme detalles. No fue sino hasta ahora que me di cuenta lo frustrada que está.”
Sentí que las palmas de mis manos empezaron a sudar, mi estómago empezó a crujir lentamente. Miré a mi esposa, ella seguía mirando al suelo, su pie ya no estaba moviéndose nerviosamente, pero ahora describía pequeños círculos en el aire. Parecía que no tenía ninguna intención de hablarme. Dejé mi cerveza y me pasé las manos por el rostro.
Gabriel continuó “Mira, Julián, sé que esto debe ser muy duro de escuchar, pero los conozco lo suficiente como para atreverme a decírtelo. Liliana sentía que tenía que sacarlo de una vez, ya no podía más.”
Empecé a sentirme enojado por primera vez; miré de nuevo a mi esposa. “Liliana, ¿por qué no me hablaste de esto a mí primero?”
Su cabeza se movió de un lado a otro, interrumpiéndome como si supiera que le iba a decir eso. “Julián, lo he hecho, te he hablado de esto.” Sus ojos miraban directamente a los míos, su rostro estaba rígido. “Llevo años tratando de decírtelo.” Colocó su mano en el muslo de Gabriel. “No eres un buen oyente, entre otras cosas.”
Yo estaba sin habla, y sentía mi rostro arder por la vergüenza. Me dejé caer en la silla, sentía mi mente girar, pensando en nuestra vida sexual. No habíamos tenido mucha acción por casi un año, y cuando lo hacíamos, era casi siempre algo rutinario, en la posición del misionero. Liliana siempre ha sido tan reservada que yo simplemente asumí que disfrutaba nuestra vida sexual como lo hacía yo. Me quedé viendo mi cerveza y podía sentir que ambos me estaban viendo, respiré hondo.
“Mi amor, lo siento. Sabes que te amo y lo mucho que me importas, puedo intentar mejorar, o quizás podemos intentar, no lo sé, ¿cosas nuevas?” Miré a Gabriel, quien parecía haber perdido interés en la conversación. Parecía como si estuviera sonriéndose, escuchándome rogar a mi propia esposa. Su mano todavía estaba acariciando el hombro de Liliana. Ella me miraba, mientras su mano acariciaba lentamente el muslo de mi jefe. Me respondió sarcásticamente. “Te llevo una gran ventaja, cariño. Vamos a intentar algo nuevo, o debería decir… Yo voy a intentar algo nuevo.” Tenía una ceja levantada y sonreía mientras hablaba. Gabriel también sonrió.
“L-Liliana, espera, eh… por favor, yo-.”
“No, Julián. He esperado mucho tiempo. Gabriel y yo lo hemos hablado y él me va a ayudar.” Se puso de pie y se arregló su vestido. El escote dejaba ver gran parte de sus preciosas tetas. Gabriel también se paró y se quedó a su costado. Aun cuando Liliana estaba usando sus sandalias de tacón alto, Gabriel se veía mucho más alto que ella.
Mi estómago empezó a crujir. “Cariño, por favor… ¿podemos primero hablar acerca de esto?”
Ella negó con la cabeza. “No, Julián. Esto va a pasar.” Estiró el brazo y tomó la mano de Gabriel, sus dedos entrecruzados. “Te sugiero que aproveches la situación para aprender algo de tu jefe. De hecho, insisto que lo hagas.” Me dirigió una sonrisa maliciosa y llevó a Gabriel hacia las escaleras. Este se volvió y me sonrió con autosuficiencia, su mano en la de mi esposa; ella llevándolo por las escaleras a la habitación matrimonial.
Estaba inmovilizado por el pánico. Dejé mi cerveza y sentí mi rostro ardiendo y cubierto en sudor, mis manos estaban igual de mojadas. Empecé a andar en círculos. “¿Qué carajos acababa de pasar?” seguí preguntándome en mi cabeza. Escuchaba a Liliana reír suavemente mientras subía las escaleras con mi jefe. Fui al pie de las escaleras y los vi doblar la esquina y dirigirse a la habitación principal.
Puse mi mano temblorosa y empapada en el pasamanos, pensando si debía subir o no. Podía quedarme abajo, y pretender que no pasaba nada. O, podía seguirlos y arriesgarme a ser humillado en frente de mi esposa y mi jefe, ¡al que ni siquiera había invitado! Tristemente, me di cuenta que aquello iba a ocurrir me quedara yo abajo o no. Respiré hondo y empecé lentamente a subir.
Mientras me acercaba al final de las escaleras, pude escucharlos.
“Mmm, Liliana, ese perfume que estás usando es increíble.” Escuché a mi esposa responderle sólo riendo. Finalmente llegué al segundo piso y, como ellos habían dejado la puerta de la habitación abierta por completa, me asomé al interior. Vi a Liliana y a mi jefe de pie, abrazados en frente de nuestra cama king-size. Ella estaba de espaldas a mí. Su cabeza estaba recostada en el pecho de Gabriel y los brazos de él la rodeaban completamente. El cuerpo de mi mujer, aunque alta y voluptuosa, lucía pequeño en comparación con el armazón de Gabriel. Vi sus uñas perfectas pintadas de amarillo acariciar los hombros de mi jefe.
“Mmm, Dios tus hombros son tan grandes, me encantan. Eres tan fuerte,” dijo Liliana. Sus palabras empezaban a herirme demasiado. De repente, Gabriel se dio cuenta que yo estaba allí.
“Oh, mira quién llegó, finalmente, entra Julián,” dijo mi jefe mientras me miraba directamente al tiempo que levantaba y apretaba el perfecto y redondeado trasero de Liliana a través de su vestido. Ella respondió con un chillido juguetón. Obedientemente entré en la habitación, manteniendo mi distancia. Liliana se dio vuelta y me miró. “Ya era hora, Julián,” dijo al tiempo que se soltaba del abrazo de Gabriel. Dio un par de pasos atrás y se quitó las sandalias. “Ahora ven aquí y desvísteme para Gabriel.”
Empecé a notar que el tono de voz de Liliana se iba haciendo cada vez más confiado y demandante, algo que nunca había pasado antes. Mi estómago estaba revuelto.
“Vamos, cariño… estamos esperando.” Sus manos estaban ahora en su cintura, uno de sus pies toqueteaba la alfombra del cuarto, a manera de espera. Me sentía enfermo pero incapaz de irme y empecé a temblar aún más mientras me colocaba lentamente detrás de mi esposa. El sudor me recorría la frente; tanto porque las ventanas de la habitación estaban abiertas y dejaban entrar el aire húmedo y caliente, como por aquella situación.
Me coloqué detrás de Liliana y empecé a bajar lentamente el cierre de su vestido. Miraba a Gabriel mientras estaba haciéndolo. Tanto él como mi esposa se miraban directamente a los ojos, actuando como si yo ni siquiera estuviera allí. Una vez que bajé todo el cierre, el vestidito se deslizó fácilmente y cayó de sus hombros hasta sus tobillos. Ella lo apartó a un lado, teniendo cuidado en no soltarse de mi jefe.
Ahora, Liliana estaba en frente de Gabriel sólo vestida con el sujetador y un tanga tipo hilo dental. Las luces del cuarto estaban encendidas y el bronceado de mi esposa se veía increíble.
“Uau, Julián. Liliana tiene un cuerpo perfecto, ¿no?” me dijo Gabriel mientras su mirada la recorría con los ojos de arriba abajo.
Estúpidamente empecé a contestar. “Sí, supongo que...”
Liliana chasqueó los dedos. “Suficiente charla, Julián. El sujetador y la tanga.”
Mis dedos me fallaban mientras trataba de deshacerme del sostén, una vez que lo conseguí ella se lo terminó de quitar con facilidad. Miré sobre su hombro y vi a mi jefe mirando las magníficas tetas expuestas de mi mujer para luego tomar una en cada mano y apretarlas con suavidad. Liliana dejó escapar un gemido de satisfacción al tiempo que yo le bajaba la tanga y la llevaba hacia abajo, deslizándola a lo largo de sus bronceadas piernas.
Me aparté un poco de ellos y me quedé a la izquierda de Liliana. La veía mientras ella se mordía sus labios y entrecerraba los ojos al tiempo que mi jefe seguía acariciando y amasando sus tetas. Lo único que mi esposa llevaba encima en ese momento eran sus aretes, su alianza de matrimonio y un anillo de compromiso con un enorme diamante. Con la mano en la que llevaba los aros, tomó la mano derecha de Gabriel y la llevó hacia abajo, por sobre su vientre plano. Su conchita completamente afeitada estaba ahora expuesta y ella empezó a pasar sus dedos y los de él a través de la rajita, mirando como mi jefe todavía apretaba uno de sus pechos con la mano izquierda. Gabriel movía su mano debajo de la ella y empezó a masajear. Liliana movía las caderas lentamente, frotándose en la mano de mi jefe.
“Ohhhhh,” jadeó Liliana mientras yo veía que levantaba sus caderas y se ponía momentáneamente en puntas de pie. Gabriel le introdujo un dedo en la vagina y empezó a bombearla lentamente. Las manos de Liliana tomaron el antebrazo de Gabriel al tiempo que ella se movía cada vez más duro en su mano, suspirando. Finalmente ella abrió los ojos y Gabriel sacó su mano de su pecho. Liliana se volteó a verme. “Cariño, ¿me habías visto tan excitada antes? Mira mis pezones, míralos.”
Lo hice. Pensaba que para mí ya era raro verlos erectos, pero ahora no solamente estaban así, sino que lucían más hinchados y duros que nunca. Estaban mucho más grandes de lo que pensaba que podían estar.
“Sí, cariño, pero…”
Ella me cortó otra vez y volteó a ver a mi jefe, ignorándome. “Tengo que verte desnudo, Gabriel, quítate la ropa.” Gabriel respondió con una risa corta y sacó el dedo de la vagina de mi esposa; noté que estaba muy mojado y brillante por los jugos de Liliana. De repente lo sentí. Sentí que me estaba excitando. Traté de acomodarme y esconder mi excitación en mis pantalones. Me sentía demasiado confundido y no entendía por qué me excitaba ver a mi esposa entregándose a mi jefe. Traté de resistirme a aquella sensación, pero no pude. Sentía que mi miembro estaba cada vez más duro mientras veía como Liliana se deshacía de la camiseta de Gabriel y de los pantalones. Una vez que se quitó los jeans, Liliana recorrió suavemente con sus uñas el pecho definido de mi jefe y sus músculos abdominales.
“Ok, este si es El Cuerpo,” dijo Liliana sonriendo feliz. Se la escuchaba como si fuera una escolar emocionada con su primera cita. Mi jefe estaba de pie con sus manos en sus caderas, sonriéndole maliciosamente a mi esposa. No pude evitar mirar el bulto formado en los bóxers de Gabriel, que iba creciendo. Liliana se puso de cuclillas y sus perfectas uñas se movieron sobre el paquete y el elástico de la cintura. Luego tiró de los bóxers hacia abajo y su rostro se iluminó cuando la enorme verga de Gabriel salió disparada como un misil, vibrando en frente de su cara, libre de su prisión.
“¡Oh…! ¡Dios mío!” dijo Liliana bruscamente, una de sus manos cubriendo su boca, sus ojos abiertos por completo. Sin demora, cogió la verga de mi jefe con su mano izquierda, y empezó a pajearlo lentamente. Gabriel dejó escapar un gruñido mientras la mano de mi esposa se movía a lo largo del tronco de su miembro, que seguía creciendo. El diamante y la alianza de matrimonio brillaban mientras la mano de Liliana recorría la enorme tranca de mi jefe. Los dedos de mi esposa se separaron porque la verga de Gabriel se puso más gruesa e hinchada, llegando a medir más de 20 centímetros. Era demasiado gruesa para que la mano de Liliana pudiera abarcarla por completo.
Ella levantó su mano derecha y sopesó con ella las gordas pelotas de Gabriel; eran demasiado grandes para caber en su mano. “Los huevos de Gabriel son enormes, ¿no cariño? Deben ser dos veces más grande que los tuyos. ¿Julián?”
Liliana levantó la mirada hacia mí, levantando una ceja como preguntándome porque no le respondía. Yo estaba allí sintiéndome como un tonto, mis manos en los bolsillos, tratando de esconder mi propia excitación.
“Julián, Gabriel y yo ya estamos desnudos, ahora es tu turno,” me dijo con una sonrisa diabólica.
Miré a Gabriel. Él todavía estaba de pie con sus manos en la cadera, sonriendo mientras mi esposa seguía pajeándolo. “Sí, ella tiene razón Julián. Haz lo que dice,” me dijo.
Sentí que mi rostro enrojecía de nuevo; aparté la mirada, pero podía sentir sus ojos sobre mí. Aclaré mi garganta y me quité las zapatillas. Todavía estaba confundido y no sabía por qué estaba excitado o porque estaba haciendo lo que ellos me pedían. Me saqué la camisa y escuché que Liliana se reía, yo sabía que era porque estaba fuera de forma. “Espera un poco, Gabriel… verás que se pone mejor”, dijo mi esposa con maldad. Sabía que no iba a poder ocultar el hecho de que estaba excitado y aun así desabotoné mis pantalones y me los quité junto con los bóxers. Me quedé parado allí cautelosamente, tratando de ocultar mi panza. Mi delgada y pequeña polla de 11 centímetros se mostraba en todo su esplendor, completamente erecta.
Sólo entonces mi jefe se rio con ganas. “Nena, ¿cómo has hecho estos 7 años?”
“No te olvides, 2 años saliendo antes de casarnos,” añadió Liliana y se rio. Sentía mi rostro y mis orejas arder, no cabía duda que estaba rojo como un tomate.
“Bueno, ciertamente has pagado todas tus deudas, Liliana. ¿Por qué no subes a la cama y disfrutas de lo que has debido recibir todo este tiempo?” Gabriel luego se dirigió a mí. “Julián, asegúrate de ver bien cuán ardiente puede ser tu esposa.”
Liliana me miraba directamente a los ojos y se contoneó delante de mí mientras se dirigía a la cama. Sus ojos todavía estaban fijos en los míos cuando subió y se colocó en sus rodillas y codos. Empujó su magnífico trasero hacia arriba, sus pies estaban libres en el borde de la cama. Nunca había visto a mi esposa en esa posición, y mucho menos había tenido sexo con ella de esa forma.
“Vamos Gabriel, fóllame cariño. He esperado demasiado tiempo,” dijo Liliana. Mi quijada se cayó al suelo cuando la escuché decir eso y más cuando la vi menear su trasero, mostrando cuán húmeda estaba. Gabriel caminó hasta colocarse detrás de ella, pajeando el mismo su tranca. Con parsimonia y destreza, frotó la enorme cabeza de su verga a lo largo de la entrada de la concha de Liliana. “Voy a ser cuidadoso, nena. Sé que nunca antes has probado una verga así de grande,” dijo Gabriel con sarcasmo.
Liliana me miró mientras la cabeza de la verga de mi jefe desaparecía dentro de su vagina. Él se acomodó y empezó a hundir más y más de su grueso miembro en el interior de mi esposa. Vi que Liliana respiró hondo y se mordió su labio inferior mientras hacía un ligero gesto de dolor, hundiendo sus uñas en el cubrecama. Jadeó con fuerza y entornó los ojos, los dedos de sus pies se separaron cuando Gabriel enterró su verga hasta lo más profundo de su concha, abriéndola por completo. Él gruño. “Joder, tienes la concha muy apretada, Liliana. Se siente increíble.”
“Mmmm… tú también cariño, tú también, ahhhh,” jadeó Liliana al tiempo que se movía hacia atrás para facilitar la penetración y se apretaba lentamente contra él.
“Fóllame, Liliana. Déjate llevar,” añadió Gabriel y llevó sus manos a sus caderas, para luego voltearse hacia mí. “Mira con atención, Julián, mira a tu esposa disfrutando de un verdadero orgasmo.”
Liliana se apoyó ahora en sus manos y empezó a moverse lentamente hacia atrás y adelante. La polla resbaladiza de Gabriel aparecía y desaparecía una y otra vez dentro del apretado coño mojado de mi esposa.
“Vamos, Lily, ven por él, fóllame nena, así”
“Oh, Dios, se siente excelente, Gabriel.” El voluptuoso cuerpo de Liliana se movía hacia atrás y hacia adelante, sus muslos temblaban y perdía el aliento cada vez que la verga de mi jefe se hundía por completo en su vagina. Sus tetas se movían al compás de aquella cogida, sus pezones rabiosamente erectos y movía su cabeza hacia atrás y adelante.
Liliana intensificó el ritmo y yo, casi sin pensar, empecé a hacerme una paja. No podía evitar disfrutar ver cómo mi esposa se clavaba la enorme verga de Gabriel. Él estaba allí parado, rígido, mientras Liliana lo follaba cada vez más rápido y duro. Ella empezó a estrellarse contra él, su trasero hacía un sonido violento, húmedo contra las caderas y muslos de mi jefe. La veía en un estado de completa felicidad, su cuerpo desnudo bañado en sudor, su cabello desordenado al tiempo que su pasión se intensificaba.
Nuestra cama empezó a crujir y los jadeos y gemidos de Liliana igualaban el ruido de la cabecera estrellándose contra la pared. Nunca antes había siquiera soñado ver a Liliana así.
“Mierda, ohhh… Siento que podría… ahhhh… follarte toda la noche, Gabriel. Quiero que me revientes con esa enorme verga tuya.” No podía creer que aquellas palabras salieran de la boca de Liliana. Empecé a pajearme con rapidez viendo a mi esposa clavarse violentamente en la verga de Gabriel, atrás y adelante, sus manos cerradas en puño en el cubrecama.
“Voy a correrme, Gabriel ¡Voy a correrme!” Liliana dejó escapar el grito más violento que jamás hubiera salido de su boca. Se estrellaba con fuerza contra Gabriel, arqueando su espalda y echando su cabeza hacia atrás. Sus muslos y caderas convulsionaban. Su cabello estaba completamente desordenado, su rostro cubierto de sudor y contraído en un gesto de lujuria y placer.
Liliana se detuvo hasta que otra ola de placer atravesó su cuerpo. Sus muslos y sus piernas temblaban, los dedos de sus pies estaban completamente separados mientras seguía clavándose con furia y cada vez más rápido en la verga de Gabriel. Sus dientes rechinaban dejando escapar un gruñido salvaje de placer. Yo seguí pajeándome, viéndola contraer una y otra vez su estómago, cabalgando hacia su segundo orgasmo.
“¡Oh, mierda!” gritó Liliana y colapsó en la cama hecha un desastre, el cuerpo bañado en sudor. La verga de Gabriel salió con facilidad de su vagina bien abierta. Todavía la tenía rígida y pesada, sus bolas estaban bañadas en los jugos de mi esposa. Su vello púbico enmarañado y empapado por las dos corridas de Liliana.
Gabriel me miró. “Y todo eso sin que yo haya terminado, siquiera.” Me dio una mirada orgullosa, autosuficiente.
Miré a Liliana. Estaba rodando sobre su espalda, secándose el cabello húmedo que le caía sobre los ojos, mostrando la sonrisa más amplia que jamás le había visto. Suspiraba contenidamente y abrió lentamente los ojos, sólo para verme masturbándome.
“Julián, ¿has estado jugando con tu pollita todo este tiempo?” me preguntó sarcásticamente.
Me detuve de inmediato, sintiendo como los vapores volvían a subirme a la cabeza. Mi puño estaba firmemente cerrado alrededor de mi polla, cubriéndola por completo. Sólo la punta era visible y estaba llena de líquido pre-seminal. Todo lo que atiné a hacer fue asentir con la cabeza. Liliana y Gabriel se rieron con ganas y de repente me di cuenta, a través de la ventana abierta de nuestra habitación, que las luces de la ventana de los vecinos que daba a nuestro cuarto estaban encendidas. Podía ver la silueta de sus cabezas a la distancia y hasta podía escucharlos hablar. El corazón me dio un vuelco. Pensé que tal vez podían haber escuchado a Liliana gritar y también el sonido de la cabecera golpeando contra la pared.
“Entonces, nena, ¿estás lista para el segundo round?” dijo Gabriel. Otra vez pajeaba su enorme verga con lentitud, mostrando alternativamente la enorme cabeza rosada. Los jugos de Liliana todavía brillaban en el tronco del miembro.
Liliana dejó de verme y miró fijamente a mi jefe. “Eres todo un semental, ¿no es cierto?” chilló juguetonamente mi esposa.
Mientras se hallaban entretenidos el uno con el otro, me moví lentamente a la ventana, esperando poder cerrarla antes de que algo más pasara. Sin embargo, Gabriel se percató de aquello. “Julián, deja esa ventana abierta. Se va a poner más caliente aquí dentro y Liliana y yo vamos a necesitar todo el aire fresco que se pueda. De hecho, ya que estás por aquí, ven y sostén uno de los pies de Liliana por mí.”
Mi esposa todavía estaba de espaldas y Gabriel se puso de rodillas en el borde de la cama. Luego cogió a Liliana por los tobillos y le abrió las piernas lo más que pudo. Yo dudé, sentía mi estómago lleno de nudos otra vez.
Liliana zanjó el asunto “Cariño, ven aquí y haz lo que te pide tu jefe. Obviamente, el sí sabe lo que está haciendo.”
Caminé hacia el borde de la cama, al lado izquierdo de Liliana. Gabriel me alcanzó el pie izquierdo de mi esposa y lo sostuve con suavidad cogiéndolo del tobillo. Luego volví a verlos a ambos y nuevamente estaban mirándose embelesados el uno al otro. No podía creer que me estuviera ocurriendo todo aquello. Liliana tenía las piernas completamente separadas, jamás la había visto así. Su coño estaba muy abierto y húmedo, brillante. Todavía estaba mirando el húmedo agujero de mi esposa cuando Gabriel se adelantó y presionó la enorme y bulbosa, hinchada cabeza de su verga entre los labios vaginales de Liliana. Vi el líquido pre-seminal goteando. Gabriel se posicionó y penetró lentamente a Liliana, que dejó escapar un gemido.
Di una rápida mirada a través de la ventana. Vi que nuestros vecinos todavía estaban en su ventana. Me di cuenta que si estaban viendo, podían observar toda la versión en silueta de lo que estaba pasando en nuestra habitación matrimonial.
Liliana gimió más fuerte y volví a ver su entrepierna. Mis ojos se fijaron en la forma en que Gabriel alimentaba el coño hambriento de mi esposa centímetro a centímetro, hasta perderse por completo en su interior. No podía dejar de ver los labios de su coño abrirse más y más para acomodarse al grosor de la verga de su amante. Mientras seguía sosteniendo su tobillo, pude sentir su pierna temblar y su pie curvarse bajo mi mentón. Sus dedos con las uñas pintadas de amarillo se curvaron. Liliana dejó escapar un fuerte gemido cuando Gabriel terminó de clavar su verga hasta el fondo de su agujero. Contemplé con la mirada perdida el cuerpo de mi esposa. Los músculos de su estómago flexionándose, sus pezones duros como piedras apuntando al cielo. Su cabeza estaba tirada hacia atrás con un brillo en sus ojos al tiempo que lamía sus labios. “Dios… nunca me había sentido tan llena,” suspiró y empezó a mover sus caderas. Gabriel reaccionó dejándole la iniciativa, penetrándola con embestidas lentas pero profundas. Me di cuenta que Liliana se mojaba más y más con cada movimiento. Yo mismo empecé a sentir que mi verga vibraba con más fuerza. No solté el tobillo de mi esposa, pero utilicé mi mano libre para continuar masturbándome.
“Mierda, Julián, el coño de tu esposa es pequeño y apretado. Te agradezco que nunca hayas podido abrirlo como corresponde,” me dijo Gabriel al tiempo que empezaba a embestir a Liliana a un ritmo más rápido. Ahora estaba inclinado sobre mi esposa, sus manos en los hombros de ella, su tobillo derecho libre. Liliana rodeó la cintura de Gabriel con su pierna derecha y dejó su pie izquierdo levantado en el aire.
Yo seguí jalándome la pieza, observando como el culo duro y musculoso de mi jefe y sus muslos empezaban a embestir a Liliana con más fuerza, cada vez más duro. Su espalda se marcaba y estaba cubierta de sudor. Entre sus gruñidos y los gemidos cada vez más fuertes de mi esposa, todavía podía escuchar sus pesadas bolas chocar contra el trasero de mi esposa.
“Uhnnn… sigue, Gabriel. Dios, me encanta como me follas ¡Sigue dándome con esa enorme verga tuya, papi!” gritó muy alto Liliana ya sin ningún reparo. Mi jefe respondió con un gruñido y penetrándola con más fuerza, levantando su trasero en el aire antes de volver a embestirla, una y otra vez. La cabecera de la cama empezó a chocar contra la pared de nuevo. La cama crujía más fuerte, parecía que en cualquier momento podía romperse. El sudor del rostro de Gabriel caía sobre el de Liliana. La cara de ella y sus tetazas estaban brillantes y pegajosas con su propio sudor.
Con la pasión entre ambos intensificándose y sus jadeos y gemidos más fuertes, di un vistazo a la ventana. Vi la sombra de las cabezas de nuestros vecinos, y los escuché hablar entre los sonidos emitidos por Gabriel y mi esposa. Liliana y Gabriel estaban mirándose uno al otro y ambos gemían. Ella levantó su pierna izquierda más alto para que Gabriel pudiera penetrarla más profundo y su pie tocó mi cara. Volví a coger su tobillo y decidí hablarle.
“C-cariño, la ventana de los vecinos, está abierta, y bueno, uhm-.”
Los dedos de Liliana cogieron los antebrazos de Gabriel al tiempo que el disminuía la velocidad de sus embestidas debido a mi interrupción. Su cabeza hizo un movimiento repentino hacia mí como si fuera a regañarme, sus dientes estaban apretados. Sentí que mi rostro enrojecía de nuevo. Pero su rostro se suavizó y me sonrió. Por un momento sentí el primer alivio de aquella noche.
Continué hablando, “Es que si ellos están escuchando, podrían…”
De repente, Liliana estaba sonriendo de oreja a oreja, sin dejar de mirarme.
“¡Julián, no puedo creer que te estés masturbando mientras dejas que Gabriel me reviente la concha con su enorme verga!” bramó Liliana. Pude escuchar su grito resonar en el patio. Gabriel empezó a reírse y yo miré a la ventana. Vi a los vecinos mover sus cabezas y los escuché hablar a la distancia.
Liliana se volvió hacia Gabriel. “¡Sigue follándome, Gabriel!, ¡hazme sentir por fin como una mujer!” gritó con todas sus fuerzas, su mano derecha cogiendo la parte posterior de la cabeza de Gabriel, atrayéndola hacia ella. Volví a temblar cuando ella abrió la boca y la lengua de Gabriel se deslizó en su interior. Mi estómago tenía un nudo durísimo. Verlos besarse, sus lenguas luchando una con otra en sus bocas, hacía de todo esto algo más íntimo y personal. Aun así, no dejé de masturbarme, y tampoco solté el tobillo de Liliana.
Gabriel volvió a embestir a mi esposa. La cama empezó a crujir de nuevo y la cabecera a golpear contra la pared. Su beso profundo y apasionado empezaba a ponerse húmedo y sus salivas iban de una boca a otra, mientras gemían de placer. Liliana rompió el beso y gimió con fuerza en busca de aire. Su mano todavía estaba en la cabeza de Gabriel y empezó a empujarla contra su cuello. Los gemidos de Liliana siguieron haciéndose más fuertes. Me miró un instante hasta que entornó los ojos y arqueó su espalda. Sus caderas empezaron a tener un espasmo y su pie temblaba en mi mano con sus dedos separados.
“Oh Dios mío, oh mi puto Dios, Gabriel… ¡Me estoy corriendo de nuevo!” gritó ella y Gabriel continuó succionando su cuello. Su cuerpo sudado y musculoso casi estaba empujando el de ella a través de la cama. No paré de masturbarme ni un instante. No dejé de mirar un segundo.
Luego de varios minutos gimiendo y jadeando, el cuerpo de Liliana empezó a relajarse y Gabriel finalmente levantó la cabeza. Marcas rojas y largas se veía nítidas en el cuello de Liliana. Se sonrieron ambos el uno al otro.
Finalmente, Gabriel habló, todavía penetrándola una y otra vez pero lentamente. “Nena, soy bueno pero no voy a durar mucho más. Necesito correrme.” Gabriel empezó a sacar su miembro de la vagina de mi esposa, la parte visible de su tranca estaba empapada con los jugos de Liliana, que también cubrían sus grandes bolas, que se mecían debajo de él.
El rostro de Liliana estaba enrojecido, cubierto en sudor. Su cabello también estaba empapado; ella volteó a mirarme pero le respondió a Gabriel.
“Bien,” Liliana sonrió con suficiencia y su mano izquierda bajó hasta coger el glúteo derecho de Gabriel y empujar desde allí hasta que la verga de él volvió a clavarse hasta el fondo de su vagina. Escuché a Gabriel reír.
Finalmente dejé de masturbarme, mi polla estaba irritada pero todavía erecta, cubierta de líquido pre-seminal. “Liliana, espera, ya no estás tomando las píldoras. Por favor, yo.-“
Liliana liberó su pie izquierdo de mi mano y cruzó ambas piernas muy pegadas alrededor de la cintura de Gabriel.
“Déjame hacer que te corras, Gabriel. Quiero sentir la leche de un verdadero hombre dentro de mí,” dijo ella interrumpiéndome mientras me miraba. Yo estaba sin habla y me alejé un poco. Liliana no dejó de mirarme pero empezó a pegarse y frotarse contra él, flexionando sus piernas y su trasero. Escuché que él gimió con fuerza. “Ohh, nena… no voy a durar mucho más. Sigue haciendo eso.” La cabeza de Gabriel descansaba en el hombro opuesto de Liliana.
Liliana no dejaba de mirarme, ahora apretando sus dientes. “Vacía esas enormes bolas tuyas, Gabriel. Inúndame con tu leche.” Sus piernas, sus caderas y su trasero se frotaban y se flexionaban aún más en su amante. Sentí que quería irme de allí, pero escuché a Gabriel dar un bramido muy fuerte y vi sus bolas tensas debajo de sus piernas. Sus caderas empezaron a temblar y su trasero se contrajo. La mano izquierda de mi esposa todavía cogía el trasero de mi jefe y sus uñas se clavaban en la carne, mostrando el diamante de compromiso y la alianza matrimonial. La cabeza de Gabriel finalmente hizo un movimiento brusco y el emitió un gruñido gutural, salvaje. Todos sus músculos estaban tensos y su cuerpo se estremecía.
Liliana me miró y sonrió, suspirando."Mmm, eso es. Dios, cariño, Gabriel tenía tanto semen para mí. Puedo sentir que sus chorros llegan mucho más profundo en mí de lo que tú nunca conseguiste". Gabriel todavía estaba gruñendo, inundando a mi esposa con más y más semen. Me sentía más confundido que nunca, mi estómago en nudos, mi cara roja, pero aun así empecé a masturbarme más duro y más rápido, viendo a mi esposa en éxtasis y siendo llenada por el semen de mi jefe.
Liliana me dio una sonrisa condescendiente, frotando suavemente la espalda de Gabriel con su mano derecha mientras terminaba de ordeñar la masiva carga de leche de mi jefe dentro de ella. Dejé escapar un gemido torpe. Mi puño era un borrón en mi pequeña polla al tiempo que pajeaba mi pequeño miembro muy rápido.
“Mira, Gabriel, mira,” dijo Liliana dándole un suave codazo a Gabriel. Él levantó la cabeza, recobró el aliento y me vio. Su cara descansaba en la de Liliana, mejilla con mejilla, y ambos sonreían al verme. Sus cuerpos sudorosos estaban entrelazados; el olor a sexo llenaba la habitación. Finalmente cerré mis ojos, parado en medio de la habitación, moviendo salvajemente mis caderas en el aire, y sentí como mis “llantas” se movían sin control. Los escuchaba a ambos reír, pero no podía detenerme. Emití un gruñido largo y extraño, mi rostro se contrajo y mis muslos temblaron sin control. Mi mano todavía estaba apretando mi pequeña verga, hasta que finalmente me sentí liberado. Eyaculé una pequeña cantidad de semen, suspiré mientras el resto de mi corrida se perdía, goteaba y cubría mis dedos.
Liliana y Gabriel reían histéricamente mientras yo me sentía aún más avergonzado de lo que me había sentido en toda la noche. Me fui corriendo rápidamente del cuarto y todavía podía escucharlos riendo mientras tropezaba en las escaleras.
Liliana bajó al poco rato. Venia completamente desnuda, sonriendo de oreja a oreja. Me encontró tomando mi segundo vaso de whiskey. Quería calmar como sea los nervios y borrar la espantosa humillación que acababa de sufrir. Sin dejar de sonreír, se sentó en mi regazo y empezó a hablar.
“En el fondo, creo que ambos sabíamos que esto iba a pasar algún día, cariño. Hace dos años que quería follarme a tu jefe, exactamente desde el día en que nos presentaste. Y no iba a desaprovechar la oportunidad. Sé que para ti ha sido un despertar duro, pero tienes que reconocer que también te ha gustado. Aunque ahora estés enojado conmigo y te haya entrado la vergüenza y el arrepentimiento, sabes que en el fondo te gusta y te excita que Gabriel me reviente con su pollón. Y es mejor que te acostumbres, porque va a pasar muy a menudo. Por lo pronto, se va a quedar todo el fin de semana porque su esposa está fuera de la ciudad y quién sabe cuándo volveremos a tener esta oportunidad.”
Yo estaba sin habla. Liliana me cogió el rostro con ambas manos y me miró un momento con una sonrisa irónica y condescendiente dibujada en su cara. Luego me dio un beso ligero en la frente, se levantó y se fue a la cocina. La escuché abrir el refrigerador. Al salir llevaba dos botellitas de agua, una en cada mano. Volvió a verme un instante, me sonrío y subió de regreso a la habitación principal.
Esa noche, mi esposa y mi jefe follaron toda la noche. Los gritos de placer de Liliana retumbaban en toda la casa y estaba seguro que todos los vecinos podían escucharla. Yo no pude dormir y muy a mi pesar intenté espiarlos, pero habían cerrado con llave el dormitorio. El resto del fin de semana fue muy parecido. Prácticamente no abandonaron la habitación y se comportaron como si yo no existiera. Gabriel se marchó el domingo por la mañana mientras yo permanecía encerrado en la habitación de invitados. Al poco rato Liliana apareció en la puerta del cuarto, vestida sólo con una bata corta de satén que llevaba abierta.
“Buenos días, amor,” me dijo. “Estoy muerta, voy a descansar. Si quieres puedes venir para acurrucarnos un rato. Besito, bye.”
Me quedé allí sentado. Dudé uno o dos minutos, pero luego fui tras ella. Ya estaba condenado.
Gabriel y yo no somos particularmente cercanos, de hecho nunca hemos sido amigos pero tenemos un trato cordial y generalmente nos llevamos bien. Sin embargo, mi esposa y él congeniaron de inmediato cuando los presenté dos años atrás, en una fiesta de la empresa. Al igual que yo, también está casado aunque en esta ocasión su esposa no había podido acompañarlo por estar fuera de la ciudad. Al principio Gabriel se disculpó y dijo que no vendría, pero finalmente terminó aceptando la invitación por insistencia de mi esposa.
Gabriel tiene 36, dos menos que yo, y a diferencia de mí, que me he descuidado un poco desde que me casé, se mantiene en forma, ejercitándose y corriendo con regularidad. Mide casi un metro noventa y siempre se viste elegantemente. Aunque está casado, las mujeres siempre parecen caer rendidas por él, aunque mi esposa me asegura que ese no es su caso.
“Gabriel, no sabía que todavía estabas aquí. ¿Quieren algo de tomar? Yo voy a tomar una cerveza,” les dije.
Gabriel y mi esposa, Liliana, dejaron de conversar y me miraron. “Gracias Julián. También quiero una cerveza,” contestó él.
Miré a mi esposa. Ella asintió, “Vino por favor, cariño.”
Regresé a la cocina, pensando en que mi esposa lucía excelente esa noche. Liliana y yo tenemos casados ya siete años y no hemos podido tener hijos pese a que hemos intentado de todo. Entretanto, ella ha podido concentrarse en su carrera y vivimos confortablemente con la seguridad de dos ingresos. De hecho, después de intentarlo muchas veces durante 4 años, en el último año apenas si habíamos intentado que ella quedara embarazada.
Liliana tiene la edad de Gabriel, mide 1.70 y se mantiene en forma asistiendo al gimnasio a diario. Es una mujer voluptuosa, con un par de tetas grandes y macizas, la cintura estrecha y estupendas caderas. Le gusta lucir bien siempre y le gusta usar ropa que resalte su bien trabajado cuerpo. Sin embargo, es bastante conservadora y reservada en muchos aspectos. Liliana es a quien sus amigas siempre acuden en busca de consejo. Siempre se ha mostrado solícita, dulce y educada. “Ok, ahora llevo las bebidas,” les dije desde la cocina. Mientras servía un poco de vino en la copa de Liliana, podía verlos a ambos sentados en el sillón hablando en voz baja.
Gabriel estaba vestido con jeans y una camisa negra, su brazo extendido en el respaldar del sofá detrás de Liliana. Ella estaba usando un vestido de verano floreado, muy escotado. Estaba sentada muy cerca de mi jefe, con sus piernas cruzadas y moviendo su pie en su sandalia de tacón alto, mostrando una pedicura recién hecha de color amarillo. Sus brazos, piernas y su rostro tenían un bronceado exquisito. Cogí las botellas de cerveza y el vino. Cuando regresé a la sala, Gabriel estaba inclinado y le susurraba a Liliana algo al oído. Ella empezó a reír pero se detuvo abruptamente cuando me vio llegar.
"Bebidas para todos,” dije al tiempo que le alcanzaba la botella de cerveza a mi jefe y el vino a mi esposa. Los dos dieron un sorbo y yo me senté enfrente de ellos, en una silla.
“La fiesta estuvo excelente, Julián,” fue Gabriel quien rompió el silencio.
“Gracias. Creo que todos se divirtieron, ¿no? Ustedes dos parecen haber estado bien entretenidos conversando aquí,” dije y tomé un trago de mi cerveza. Gabriel se aclaró la garganta y Liliana miraba al suelo, sus piernas todavía cruzadas, moviendo su pie.
“Sí, bueno, Liliana y yo hemos estado hablando acerca de relaciones de pareja. Tú sabes que ella es una experta cuando se trata de dar consejos,” dijo Gabriel.
“Sí, claro. El teléfono siempre está sonando; la mayoría de mujeres que conocemos buscan a Liliana cada cierto tiempo, para pedirle consejo o para tener un hombro para llorar. ¿No es cierto, amor?” contesté.
Ella asintió moviendo su cabeza. “Ajá,” respondió sin mirarme
Gabriel se aclaró la garganta de nuevo. “Sí, sé que Liliana es muy buena escuchando, pero, de hecho, esta vez fue ella la que me pidió unos consejos.”
Di otro trago a mi cerveza. “¿En serio, un consejo acerca de qué?”
“Acerca de su relación, Julián. La relación que Liliana y tú tienen,” respondió él.
Los miré algo extrañado, sin saber realmente que significaba eso. “¿Nuestro matrimonio?” Mis ojos iban de Gabriel a Liliana. “Mi amor, ¿hay algún problema?”
Mi esposa suspiró pero no dijo nada, y seguía sin mirarme. Sus dos manos sostenían la copa de vino, su pie se movía todavía más y su sandalia amenazaba con salirse. Levantó la mirada y se volteó hacia Gabriel, como si él tuviera que hablar por ella.
“Bueno, esa es la cuestión, Julián. No es que ustedes dos no sean cercanos, quiero decir, los conozco desde hace un par de años y parecen estar hechos el uno para el otro,” respondió Gabriel por ella. Me sentí un poco más relajado, pensando de que después de todo no era tan malo.
“Sin embargo,” continuó Gabriel, “Liliana no está, como lo diría… satisfecha.” En ese momento, mi esposa dejó escapar un gran suspiro.
“¿Satisfecha? ¿A qué te refieres? Tenemos una gran casa, excelentes trabajos, un montón de amigos.” Me sentía confundido y dejé mi cerveza a un lado. “¿De qué se trata?”
Los miraba a ambos. Gabriel se volteó a mirar a Liliana y ella también, asintiendo, como si le estuviera dando su aprobación. Gabriel volteó y se dirigió a mí. “Sexualmente satisfecha, Julián,” respondió al tiempo que bajaba su brazo del respaldar del sillón y lo colocaba alrededor del hombro de Liliana.
Sentí mi rostro y mis orejar arder, completamente sorprendido por lo que Gabriel acababa de decirme. Pensé que debía tratarse de una broma y dejé escapar una risita nerviosa.
“Ok, ¿de qué va todo esto?” cogí mi cerveza y empecé a jugar con la etiqueta de la botella. “Me están bromeando, ¿no es cierto?”
Gabriel dio un respiro hondo antes de responder, y apretó con suavidad el hombro de Liliana. “Lo siento Julián, pero me temo que no es una broma. Liliana me ha hablado de esto antes, pero sin darme detalles. No fue sino hasta ahora que me di cuenta lo frustrada que está.”
Sentí que las palmas de mis manos empezaron a sudar, mi estómago empezó a crujir lentamente. Miré a mi esposa, ella seguía mirando al suelo, su pie ya no estaba moviéndose nerviosamente, pero ahora describía pequeños círculos en el aire. Parecía que no tenía ninguna intención de hablarme. Dejé mi cerveza y me pasé las manos por el rostro.
Gabriel continuó “Mira, Julián, sé que esto debe ser muy duro de escuchar, pero los conozco lo suficiente como para atreverme a decírtelo. Liliana sentía que tenía que sacarlo de una vez, ya no podía más.”
Empecé a sentirme enojado por primera vez; miré de nuevo a mi esposa. “Liliana, ¿por qué no me hablaste de esto a mí primero?”
Su cabeza se movió de un lado a otro, interrumpiéndome como si supiera que le iba a decir eso. “Julián, lo he hecho, te he hablado de esto.” Sus ojos miraban directamente a los míos, su rostro estaba rígido. “Llevo años tratando de decírtelo.” Colocó su mano en el muslo de Gabriel. “No eres un buen oyente, entre otras cosas.”
Yo estaba sin habla, y sentía mi rostro arder por la vergüenza. Me dejé caer en la silla, sentía mi mente girar, pensando en nuestra vida sexual. No habíamos tenido mucha acción por casi un año, y cuando lo hacíamos, era casi siempre algo rutinario, en la posición del misionero. Liliana siempre ha sido tan reservada que yo simplemente asumí que disfrutaba nuestra vida sexual como lo hacía yo. Me quedé viendo mi cerveza y podía sentir que ambos me estaban viendo, respiré hondo.
“Mi amor, lo siento. Sabes que te amo y lo mucho que me importas, puedo intentar mejorar, o quizás podemos intentar, no lo sé, ¿cosas nuevas?” Miré a Gabriel, quien parecía haber perdido interés en la conversación. Parecía como si estuviera sonriéndose, escuchándome rogar a mi propia esposa. Su mano todavía estaba acariciando el hombro de Liliana. Ella me miraba, mientras su mano acariciaba lentamente el muslo de mi jefe. Me respondió sarcásticamente. “Te llevo una gran ventaja, cariño. Vamos a intentar algo nuevo, o debería decir… Yo voy a intentar algo nuevo.” Tenía una ceja levantada y sonreía mientras hablaba. Gabriel también sonrió.
“L-Liliana, espera, eh… por favor, yo-.”
“No, Julián. He esperado mucho tiempo. Gabriel y yo lo hemos hablado y él me va a ayudar.” Se puso de pie y se arregló su vestido. El escote dejaba ver gran parte de sus preciosas tetas. Gabriel también se paró y se quedó a su costado. Aun cuando Liliana estaba usando sus sandalias de tacón alto, Gabriel se veía mucho más alto que ella.
Mi estómago empezó a crujir. “Cariño, por favor… ¿podemos primero hablar acerca de esto?”
Ella negó con la cabeza. “No, Julián. Esto va a pasar.” Estiró el brazo y tomó la mano de Gabriel, sus dedos entrecruzados. “Te sugiero que aproveches la situación para aprender algo de tu jefe. De hecho, insisto que lo hagas.” Me dirigió una sonrisa maliciosa y llevó a Gabriel hacia las escaleras. Este se volvió y me sonrió con autosuficiencia, su mano en la de mi esposa; ella llevándolo por las escaleras a la habitación matrimonial.
Estaba inmovilizado por el pánico. Dejé mi cerveza y sentí mi rostro ardiendo y cubierto en sudor, mis manos estaban igual de mojadas. Empecé a andar en círculos. “¿Qué carajos acababa de pasar?” seguí preguntándome en mi cabeza. Escuchaba a Liliana reír suavemente mientras subía las escaleras con mi jefe. Fui al pie de las escaleras y los vi doblar la esquina y dirigirse a la habitación principal.
Puse mi mano temblorosa y empapada en el pasamanos, pensando si debía subir o no. Podía quedarme abajo, y pretender que no pasaba nada. O, podía seguirlos y arriesgarme a ser humillado en frente de mi esposa y mi jefe, ¡al que ni siquiera había invitado! Tristemente, me di cuenta que aquello iba a ocurrir me quedara yo abajo o no. Respiré hondo y empecé lentamente a subir.
Mientras me acercaba al final de las escaleras, pude escucharlos.
“Mmm, Liliana, ese perfume que estás usando es increíble.” Escuché a mi esposa responderle sólo riendo. Finalmente llegué al segundo piso y, como ellos habían dejado la puerta de la habitación abierta por completa, me asomé al interior. Vi a Liliana y a mi jefe de pie, abrazados en frente de nuestra cama king-size. Ella estaba de espaldas a mí. Su cabeza estaba recostada en el pecho de Gabriel y los brazos de él la rodeaban completamente. El cuerpo de mi mujer, aunque alta y voluptuosa, lucía pequeño en comparación con el armazón de Gabriel. Vi sus uñas perfectas pintadas de amarillo acariciar los hombros de mi jefe.
“Mmm, Dios tus hombros son tan grandes, me encantan. Eres tan fuerte,” dijo Liliana. Sus palabras empezaban a herirme demasiado. De repente, Gabriel se dio cuenta que yo estaba allí.
“Oh, mira quién llegó, finalmente, entra Julián,” dijo mi jefe mientras me miraba directamente al tiempo que levantaba y apretaba el perfecto y redondeado trasero de Liliana a través de su vestido. Ella respondió con un chillido juguetón. Obedientemente entré en la habitación, manteniendo mi distancia. Liliana se dio vuelta y me miró. “Ya era hora, Julián,” dijo al tiempo que se soltaba del abrazo de Gabriel. Dio un par de pasos atrás y se quitó las sandalias. “Ahora ven aquí y desvísteme para Gabriel.”
Empecé a notar que el tono de voz de Liliana se iba haciendo cada vez más confiado y demandante, algo que nunca había pasado antes. Mi estómago estaba revuelto.
“Vamos, cariño… estamos esperando.” Sus manos estaban ahora en su cintura, uno de sus pies toqueteaba la alfombra del cuarto, a manera de espera. Me sentía enfermo pero incapaz de irme y empecé a temblar aún más mientras me colocaba lentamente detrás de mi esposa. El sudor me recorría la frente; tanto porque las ventanas de la habitación estaban abiertas y dejaban entrar el aire húmedo y caliente, como por aquella situación.
Me coloqué detrás de Liliana y empecé a bajar lentamente el cierre de su vestido. Miraba a Gabriel mientras estaba haciéndolo. Tanto él como mi esposa se miraban directamente a los ojos, actuando como si yo ni siquiera estuviera allí. Una vez que bajé todo el cierre, el vestidito se deslizó fácilmente y cayó de sus hombros hasta sus tobillos. Ella lo apartó a un lado, teniendo cuidado en no soltarse de mi jefe.
Ahora, Liliana estaba en frente de Gabriel sólo vestida con el sujetador y un tanga tipo hilo dental. Las luces del cuarto estaban encendidas y el bronceado de mi esposa se veía increíble.
“Uau, Julián. Liliana tiene un cuerpo perfecto, ¿no?” me dijo Gabriel mientras su mirada la recorría con los ojos de arriba abajo.
Estúpidamente empecé a contestar. “Sí, supongo que...”
Liliana chasqueó los dedos. “Suficiente charla, Julián. El sujetador y la tanga.”
Mis dedos me fallaban mientras trataba de deshacerme del sostén, una vez que lo conseguí ella se lo terminó de quitar con facilidad. Miré sobre su hombro y vi a mi jefe mirando las magníficas tetas expuestas de mi mujer para luego tomar una en cada mano y apretarlas con suavidad. Liliana dejó escapar un gemido de satisfacción al tiempo que yo le bajaba la tanga y la llevaba hacia abajo, deslizándola a lo largo de sus bronceadas piernas.
Me aparté un poco de ellos y me quedé a la izquierda de Liliana. La veía mientras ella se mordía sus labios y entrecerraba los ojos al tiempo que mi jefe seguía acariciando y amasando sus tetas. Lo único que mi esposa llevaba encima en ese momento eran sus aretes, su alianza de matrimonio y un anillo de compromiso con un enorme diamante. Con la mano en la que llevaba los aros, tomó la mano derecha de Gabriel y la llevó hacia abajo, por sobre su vientre plano. Su conchita completamente afeitada estaba ahora expuesta y ella empezó a pasar sus dedos y los de él a través de la rajita, mirando como mi jefe todavía apretaba uno de sus pechos con la mano izquierda. Gabriel movía su mano debajo de la ella y empezó a masajear. Liliana movía las caderas lentamente, frotándose en la mano de mi jefe.
“Ohhhhh,” jadeó Liliana mientras yo veía que levantaba sus caderas y se ponía momentáneamente en puntas de pie. Gabriel le introdujo un dedo en la vagina y empezó a bombearla lentamente. Las manos de Liliana tomaron el antebrazo de Gabriel al tiempo que ella se movía cada vez más duro en su mano, suspirando. Finalmente ella abrió los ojos y Gabriel sacó su mano de su pecho. Liliana se volteó a verme. “Cariño, ¿me habías visto tan excitada antes? Mira mis pezones, míralos.”
Lo hice. Pensaba que para mí ya era raro verlos erectos, pero ahora no solamente estaban así, sino que lucían más hinchados y duros que nunca. Estaban mucho más grandes de lo que pensaba que podían estar.
“Sí, cariño, pero…”
Ella me cortó otra vez y volteó a ver a mi jefe, ignorándome. “Tengo que verte desnudo, Gabriel, quítate la ropa.” Gabriel respondió con una risa corta y sacó el dedo de la vagina de mi esposa; noté que estaba muy mojado y brillante por los jugos de Liliana. De repente lo sentí. Sentí que me estaba excitando. Traté de acomodarme y esconder mi excitación en mis pantalones. Me sentía demasiado confundido y no entendía por qué me excitaba ver a mi esposa entregándose a mi jefe. Traté de resistirme a aquella sensación, pero no pude. Sentía que mi miembro estaba cada vez más duro mientras veía como Liliana se deshacía de la camiseta de Gabriel y de los pantalones. Una vez que se quitó los jeans, Liliana recorrió suavemente con sus uñas el pecho definido de mi jefe y sus músculos abdominales.
“Ok, este si es El Cuerpo,” dijo Liliana sonriendo feliz. Se la escuchaba como si fuera una escolar emocionada con su primera cita. Mi jefe estaba de pie con sus manos en sus caderas, sonriéndole maliciosamente a mi esposa. No pude evitar mirar el bulto formado en los bóxers de Gabriel, que iba creciendo. Liliana se puso de cuclillas y sus perfectas uñas se movieron sobre el paquete y el elástico de la cintura. Luego tiró de los bóxers hacia abajo y su rostro se iluminó cuando la enorme verga de Gabriel salió disparada como un misil, vibrando en frente de su cara, libre de su prisión.
“¡Oh…! ¡Dios mío!” dijo Liliana bruscamente, una de sus manos cubriendo su boca, sus ojos abiertos por completo. Sin demora, cogió la verga de mi jefe con su mano izquierda, y empezó a pajearlo lentamente. Gabriel dejó escapar un gruñido mientras la mano de mi esposa se movía a lo largo del tronco de su miembro, que seguía creciendo. El diamante y la alianza de matrimonio brillaban mientras la mano de Liliana recorría la enorme tranca de mi jefe. Los dedos de mi esposa se separaron porque la verga de Gabriel se puso más gruesa e hinchada, llegando a medir más de 20 centímetros. Era demasiado gruesa para que la mano de Liliana pudiera abarcarla por completo.
Ella levantó su mano derecha y sopesó con ella las gordas pelotas de Gabriel; eran demasiado grandes para caber en su mano. “Los huevos de Gabriel son enormes, ¿no cariño? Deben ser dos veces más grande que los tuyos. ¿Julián?”
Liliana levantó la mirada hacia mí, levantando una ceja como preguntándome porque no le respondía. Yo estaba allí sintiéndome como un tonto, mis manos en los bolsillos, tratando de esconder mi propia excitación.
“Julián, Gabriel y yo ya estamos desnudos, ahora es tu turno,” me dijo con una sonrisa diabólica.
Miré a Gabriel. Él todavía estaba de pie con sus manos en la cadera, sonriendo mientras mi esposa seguía pajeándolo. “Sí, ella tiene razón Julián. Haz lo que dice,” me dijo.
Sentí que mi rostro enrojecía de nuevo; aparté la mirada, pero podía sentir sus ojos sobre mí. Aclaré mi garganta y me quité las zapatillas. Todavía estaba confundido y no sabía por qué estaba excitado o porque estaba haciendo lo que ellos me pedían. Me saqué la camisa y escuché que Liliana se reía, yo sabía que era porque estaba fuera de forma. “Espera un poco, Gabriel… verás que se pone mejor”, dijo mi esposa con maldad. Sabía que no iba a poder ocultar el hecho de que estaba excitado y aun así desabotoné mis pantalones y me los quité junto con los bóxers. Me quedé parado allí cautelosamente, tratando de ocultar mi panza. Mi delgada y pequeña polla de 11 centímetros se mostraba en todo su esplendor, completamente erecta.
Sólo entonces mi jefe se rio con ganas. “Nena, ¿cómo has hecho estos 7 años?”
“No te olvides, 2 años saliendo antes de casarnos,” añadió Liliana y se rio. Sentía mi rostro y mis orejas arder, no cabía duda que estaba rojo como un tomate.
“Bueno, ciertamente has pagado todas tus deudas, Liliana. ¿Por qué no subes a la cama y disfrutas de lo que has debido recibir todo este tiempo?” Gabriel luego se dirigió a mí. “Julián, asegúrate de ver bien cuán ardiente puede ser tu esposa.”
Liliana me miraba directamente a los ojos y se contoneó delante de mí mientras se dirigía a la cama. Sus ojos todavía estaban fijos en los míos cuando subió y se colocó en sus rodillas y codos. Empujó su magnífico trasero hacia arriba, sus pies estaban libres en el borde de la cama. Nunca había visto a mi esposa en esa posición, y mucho menos había tenido sexo con ella de esa forma.
“Vamos Gabriel, fóllame cariño. He esperado demasiado tiempo,” dijo Liliana. Mi quijada se cayó al suelo cuando la escuché decir eso y más cuando la vi menear su trasero, mostrando cuán húmeda estaba. Gabriel caminó hasta colocarse detrás de ella, pajeando el mismo su tranca. Con parsimonia y destreza, frotó la enorme cabeza de su verga a lo largo de la entrada de la concha de Liliana. “Voy a ser cuidadoso, nena. Sé que nunca antes has probado una verga así de grande,” dijo Gabriel con sarcasmo.
Liliana me miró mientras la cabeza de la verga de mi jefe desaparecía dentro de su vagina. Él se acomodó y empezó a hundir más y más de su grueso miembro en el interior de mi esposa. Vi que Liliana respiró hondo y se mordió su labio inferior mientras hacía un ligero gesto de dolor, hundiendo sus uñas en el cubrecama. Jadeó con fuerza y entornó los ojos, los dedos de sus pies se separaron cuando Gabriel enterró su verga hasta lo más profundo de su concha, abriéndola por completo. Él gruño. “Joder, tienes la concha muy apretada, Liliana. Se siente increíble.”
“Mmmm… tú también cariño, tú también, ahhhh,” jadeó Liliana al tiempo que se movía hacia atrás para facilitar la penetración y se apretaba lentamente contra él.
“Fóllame, Liliana. Déjate llevar,” añadió Gabriel y llevó sus manos a sus caderas, para luego voltearse hacia mí. “Mira con atención, Julián, mira a tu esposa disfrutando de un verdadero orgasmo.”
Liliana se apoyó ahora en sus manos y empezó a moverse lentamente hacia atrás y adelante. La polla resbaladiza de Gabriel aparecía y desaparecía una y otra vez dentro del apretado coño mojado de mi esposa.
“Vamos, Lily, ven por él, fóllame nena, así”
“Oh, Dios, se siente excelente, Gabriel.” El voluptuoso cuerpo de Liliana se movía hacia atrás y hacia adelante, sus muslos temblaban y perdía el aliento cada vez que la verga de mi jefe se hundía por completo en su vagina. Sus tetas se movían al compás de aquella cogida, sus pezones rabiosamente erectos y movía su cabeza hacia atrás y adelante.
Liliana intensificó el ritmo y yo, casi sin pensar, empecé a hacerme una paja. No podía evitar disfrutar ver cómo mi esposa se clavaba la enorme verga de Gabriel. Él estaba allí parado, rígido, mientras Liliana lo follaba cada vez más rápido y duro. Ella empezó a estrellarse contra él, su trasero hacía un sonido violento, húmedo contra las caderas y muslos de mi jefe. La veía en un estado de completa felicidad, su cuerpo desnudo bañado en sudor, su cabello desordenado al tiempo que su pasión se intensificaba.
Nuestra cama empezó a crujir y los jadeos y gemidos de Liliana igualaban el ruido de la cabecera estrellándose contra la pared. Nunca antes había siquiera soñado ver a Liliana así.
“Mierda, ohhh… Siento que podría… ahhhh… follarte toda la noche, Gabriel. Quiero que me revientes con esa enorme verga tuya.” No podía creer que aquellas palabras salieran de la boca de Liliana. Empecé a pajearme con rapidez viendo a mi esposa clavarse violentamente en la verga de Gabriel, atrás y adelante, sus manos cerradas en puño en el cubrecama.
“Voy a correrme, Gabriel ¡Voy a correrme!” Liliana dejó escapar el grito más violento que jamás hubiera salido de su boca. Se estrellaba con fuerza contra Gabriel, arqueando su espalda y echando su cabeza hacia atrás. Sus muslos y caderas convulsionaban. Su cabello estaba completamente desordenado, su rostro cubierto de sudor y contraído en un gesto de lujuria y placer.
Liliana se detuvo hasta que otra ola de placer atravesó su cuerpo. Sus muslos y sus piernas temblaban, los dedos de sus pies estaban completamente separados mientras seguía clavándose con furia y cada vez más rápido en la verga de Gabriel. Sus dientes rechinaban dejando escapar un gruñido salvaje de placer. Yo seguí pajeándome, viéndola contraer una y otra vez su estómago, cabalgando hacia su segundo orgasmo.
“¡Oh, mierda!” gritó Liliana y colapsó en la cama hecha un desastre, el cuerpo bañado en sudor. La verga de Gabriel salió con facilidad de su vagina bien abierta. Todavía la tenía rígida y pesada, sus bolas estaban bañadas en los jugos de mi esposa. Su vello púbico enmarañado y empapado por las dos corridas de Liliana.
Gabriel me miró. “Y todo eso sin que yo haya terminado, siquiera.” Me dio una mirada orgullosa, autosuficiente.
Miré a Liliana. Estaba rodando sobre su espalda, secándose el cabello húmedo que le caía sobre los ojos, mostrando la sonrisa más amplia que jamás le había visto. Suspiraba contenidamente y abrió lentamente los ojos, sólo para verme masturbándome.
“Julián, ¿has estado jugando con tu pollita todo este tiempo?” me preguntó sarcásticamente.
Me detuve de inmediato, sintiendo como los vapores volvían a subirme a la cabeza. Mi puño estaba firmemente cerrado alrededor de mi polla, cubriéndola por completo. Sólo la punta era visible y estaba llena de líquido pre-seminal. Todo lo que atiné a hacer fue asentir con la cabeza. Liliana y Gabriel se rieron con ganas y de repente me di cuenta, a través de la ventana abierta de nuestra habitación, que las luces de la ventana de los vecinos que daba a nuestro cuarto estaban encendidas. Podía ver la silueta de sus cabezas a la distancia y hasta podía escucharlos hablar. El corazón me dio un vuelco. Pensé que tal vez podían haber escuchado a Liliana gritar y también el sonido de la cabecera golpeando contra la pared.
“Entonces, nena, ¿estás lista para el segundo round?” dijo Gabriel. Otra vez pajeaba su enorme verga con lentitud, mostrando alternativamente la enorme cabeza rosada. Los jugos de Liliana todavía brillaban en el tronco del miembro.
Liliana dejó de verme y miró fijamente a mi jefe. “Eres todo un semental, ¿no es cierto?” chilló juguetonamente mi esposa.
Mientras se hallaban entretenidos el uno con el otro, me moví lentamente a la ventana, esperando poder cerrarla antes de que algo más pasara. Sin embargo, Gabriel se percató de aquello. “Julián, deja esa ventana abierta. Se va a poner más caliente aquí dentro y Liliana y yo vamos a necesitar todo el aire fresco que se pueda. De hecho, ya que estás por aquí, ven y sostén uno de los pies de Liliana por mí.”
Mi esposa todavía estaba de espaldas y Gabriel se puso de rodillas en el borde de la cama. Luego cogió a Liliana por los tobillos y le abrió las piernas lo más que pudo. Yo dudé, sentía mi estómago lleno de nudos otra vez.
Liliana zanjó el asunto “Cariño, ven aquí y haz lo que te pide tu jefe. Obviamente, el sí sabe lo que está haciendo.”
Caminé hacia el borde de la cama, al lado izquierdo de Liliana. Gabriel me alcanzó el pie izquierdo de mi esposa y lo sostuve con suavidad cogiéndolo del tobillo. Luego volví a verlos a ambos y nuevamente estaban mirándose embelesados el uno al otro. No podía creer que me estuviera ocurriendo todo aquello. Liliana tenía las piernas completamente separadas, jamás la había visto así. Su coño estaba muy abierto y húmedo, brillante. Todavía estaba mirando el húmedo agujero de mi esposa cuando Gabriel se adelantó y presionó la enorme y bulbosa, hinchada cabeza de su verga entre los labios vaginales de Liliana. Vi el líquido pre-seminal goteando. Gabriel se posicionó y penetró lentamente a Liliana, que dejó escapar un gemido.
Di una rápida mirada a través de la ventana. Vi que nuestros vecinos todavía estaban en su ventana. Me di cuenta que si estaban viendo, podían observar toda la versión en silueta de lo que estaba pasando en nuestra habitación matrimonial.
Liliana gimió más fuerte y volví a ver su entrepierna. Mis ojos se fijaron en la forma en que Gabriel alimentaba el coño hambriento de mi esposa centímetro a centímetro, hasta perderse por completo en su interior. No podía dejar de ver los labios de su coño abrirse más y más para acomodarse al grosor de la verga de su amante. Mientras seguía sosteniendo su tobillo, pude sentir su pierna temblar y su pie curvarse bajo mi mentón. Sus dedos con las uñas pintadas de amarillo se curvaron. Liliana dejó escapar un fuerte gemido cuando Gabriel terminó de clavar su verga hasta el fondo de su agujero. Contemplé con la mirada perdida el cuerpo de mi esposa. Los músculos de su estómago flexionándose, sus pezones duros como piedras apuntando al cielo. Su cabeza estaba tirada hacia atrás con un brillo en sus ojos al tiempo que lamía sus labios. “Dios… nunca me había sentido tan llena,” suspiró y empezó a mover sus caderas. Gabriel reaccionó dejándole la iniciativa, penetrándola con embestidas lentas pero profundas. Me di cuenta que Liliana se mojaba más y más con cada movimiento. Yo mismo empecé a sentir que mi verga vibraba con más fuerza. No solté el tobillo de mi esposa, pero utilicé mi mano libre para continuar masturbándome.
“Mierda, Julián, el coño de tu esposa es pequeño y apretado. Te agradezco que nunca hayas podido abrirlo como corresponde,” me dijo Gabriel al tiempo que empezaba a embestir a Liliana a un ritmo más rápido. Ahora estaba inclinado sobre mi esposa, sus manos en los hombros de ella, su tobillo derecho libre. Liliana rodeó la cintura de Gabriel con su pierna derecha y dejó su pie izquierdo levantado en el aire.
Yo seguí jalándome la pieza, observando como el culo duro y musculoso de mi jefe y sus muslos empezaban a embestir a Liliana con más fuerza, cada vez más duro. Su espalda se marcaba y estaba cubierta de sudor. Entre sus gruñidos y los gemidos cada vez más fuertes de mi esposa, todavía podía escuchar sus pesadas bolas chocar contra el trasero de mi esposa.
“Uhnnn… sigue, Gabriel. Dios, me encanta como me follas ¡Sigue dándome con esa enorme verga tuya, papi!” gritó muy alto Liliana ya sin ningún reparo. Mi jefe respondió con un gruñido y penetrándola con más fuerza, levantando su trasero en el aire antes de volver a embestirla, una y otra vez. La cabecera de la cama empezó a chocar contra la pared de nuevo. La cama crujía más fuerte, parecía que en cualquier momento podía romperse. El sudor del rostro de Gabriel caía sobre el de Liliana. La cara de ella y sus tetazas estaban brillantes y pegajosas con su propio sudor.
Con la pasión entre ambos intensificándose y sus jadeos y gemidos más fuertes, di un vistazo a la ventana. Vi la sombra de las cabezas de nuestros vecinos, y los escuché hablar entre los sonidos emitidos por Gabriel y mi esposa. Liliana y Gabriel estaban mirándose uno al otro y ambos gemían. Ella levantó su pierna izquierda más alto para que Gabriel pudiera penetrarla más profundo y su pie tocó mi cara. Volví a coger su tobillo y decidí hablarle.
“C-cariño, la ventana de los vecinos, está abierta, y bueno, uhm-.”
Los dedos de Liliana cogieron los antebrazos de Gabriel al tiempo que el disminuía la velocidad de sus embestidas debido a mi interrupción. Su cabeza hizo un movimiento repentino hacia mí como si fuera a regañarme, sus dientes estaban apretados. Sentí que mi rostro enrojecía de nuevo. Pero su rostro se suavizó y me sonrió. Por un momento sentí el primer alivio de aquella noche.
Continué hablando, “Es que si ellos están escuchando, podrían…”
De repente, Liliana estaba sonriendo de oreja a oreja, sin dejar de mirarme.
“¡Julián, no puedo creer que te estés masturbando mientras dejas que Gabriel me reviente la concha con su enorme verga!” bramó Liliana. Pude escuchar su grito resonar en el patio. Gabriel empezó a reírse y yo miré a la ventana. Vi a los vecinos mover sus cabezas y los escuché hablar a la distancia.
Liliana se volvió hacia Gabriel. “¡Sigue follándome, Gabriel!, ¡hazme sentir por fin como una mujer!” gritó con todas sus fuerzas, su mano derecha cogiendo la parte posterior de la cabeza de Gabriel, atrayéndola hacia ella. Volví a temblar cuando ella abrió la boca y la lengua de Gabriel se deslizó en su interior. Mi estómago tenía un nudo durísimo. Verlos besarse, sus lenguas luchando una con otra en sus bocas, hacía de todo esto algo más íntimo y personal. Aun así, no dejé de masturbarme, y tampoco solté el tobillo de Liliana.
Gabriel volvió a embestir a mi esposa. La cama empezó a crujir de nuevo y la cabecera a golpear contra la pared. Su beso profundo y apasionado empezaba a ponerse húmedo y sus salivas iban de una boca a otra, mientras gemían de placer. Liliana rompió el beso y gimió con fuerza en busca de aire. Su mano todavía estaba en la cabeza de Gabriel y empezó a empujarla contra su cuello. Los gemidos de Liliana siguieron haciéndose más fuertes. Me miró un instante hasta que entornó los ojos y arqueó su espalda. Sus caderas empezaron a tener un espasmo y su pie temblaba en mi mano con sus dedos separados.
“Oh Dios mío, oh mi puto Dios, Gabriel… ¡Me estoy corriendo de nuevo!” gritó ella y Gabriel continuó succionando su cuello. Su cuerpo sudado y musculoso casi estaba empujando el de ella a través de la cama. No paré de masturbarme ni un instante. No dejé de mirar un segundo.
Luego de varios minutos gimiendo y jadeando, el cuerpo de Liliana empezó a relajarse y Gabriel finalmente levantó la cabeza. Marcas rojas y largas se veía nítidas en el cuello de Liliana. Se sonrieron ambos el uno al otro.
Finalmente, Gabriel habló, todavía penetrándola una y otra vez pero lentamente. “Nena, soy bueno pero no voy a durar mucho más. Necesito correrme.” Gabriel empezó a sacar su miembro de la vagina de mi esposa, la parte visible de su tranca estaba empapada con los jugos de Liliana, que también cubrían sus grandes bolas, que se mecían debajo de él.
El rostro de Liliana estaba enrojecido, cubierto en sudor. Su cabello también estaba empapado; ella volteó a mirarme pero le respondió a Gabriel.
“Bien,” Liliana sonrió con suficiencia y su mano izquierda bajó hasta coger el glúteo derecho de Gabriel y empujar desde allí hasta que la verga de él volvió a clavarse hasta el fondo de su vagina. Escuché a Gabriel reír.
Finalmente dejé de masturbarme, mi polla estaba irritada pero todavía erecta, cubierta de líquido pre-seminal. “Liliana, espera, ya no estás tomando las píldoras. Por favor, yo.-“
Liliana liberó su pie izquierdo de mi mano y cruzó ambas piernas muy pegadas alrededor de la cintura de Gabriel.
“Déjame hacer que te corras, Gabriel. Quiero sentir la leche de un verdadero hombre dentro de mí,” dijo ella interrumpiéndome mientras me miraba. Yo estaba sin habla y me alejé un poco. Liliana no dejó de mirarme pero empezó a pegarse y frotarse contra él, flexionando sus piernas y su trasero. Escuché que él gimió con fuerza. “Ohh, nena… no voy a durar mucho más. Sigue haciendo eso.” La cabeza de Gabriel descansaba en el hombro opuesto de Liliana.
Liliana no dejaba de mirarme, ahora apretando sus dientes. “Vacía esas enormes bolas tuyas, Gabriel. Inúndame con tu leche.” Sus piernas, sus caderas y su trasero se frotaban y se flexionaban aún más en su amante. Sentí que quería irme de allí, pero escuché a Gabriel dar un bramido muy fuerte y vi sus bolas tensas debajo de sus piernas. Sus caderas empezaron a temblar y su trasero se contrajo. La mano izquierda de mi esposa todavía cogía el trasero de mi jefe y sus uñas se clavaban en la carne, mostrando el diamante de compromiso y la alianza matrimonial. La cabeza de Gabriel finalmente hizo un movimiento brusco y el emitió un gruñido gutural, salvaje. Todos sus músculos estaban tensos y su cuerpo se estremecía.
Liliana me miró y sonrió, suspirando."Mmm, eso es. Dios, cariño, Gabriel tenía tanto semen para mí. Puedo sentir que sus chorros llegan mucho más profundo en mí de lo que tú nunca conseguiste". Gabriel todavía estaba gruñendo, inundando a mi esposa con más y más semen. Me sentía más confundido que nunca, mi estómago en nudos, mi cara roja, pero aun así empecé a masturbarme más duro y más rápido, viendo a mi esposa en éxtasis y siendo llenada por el semen de mi jefe.
Liliana me dio una sonrisa condescendiente, frotando suavemente la espalda de Gabriel con su mano derecha mientras terminaba de ordeñar la masiva carga de leche de mi jefe dentro de ella. Dejé escapar un gemido torpe. Mi puño era un borrón en mi pequeña polla al tiempo que pajeaba mi pequeño miembro muy rápido.
“Mira, Gabriel, mira,” dijo Liliana dándole un suave codazo a Gabriel. Él levantó la cabeza, recobró el aliento y me vio. Su cara descansaba en la de Liliana, mejilla con mejilla, y ambos sonreían al verme. Sus cuerpos sudorosos estaban entrelazados; el olor a sexo llenaba la habitación. Finalmente cerré mis ojos, parado en medio de la habitación, moviendo salvajemente mis caderas en el aire, y sentí como mis “llantas” se movían sin control. Los escuchaba a ambos reír, pero no podía detenerme. Emití un gruñido largo y extraño, mi rostro se contrajo y mis muslos temblaron sin control. Mi mano todavía estaba apretando mi pequeña verga, hasta que finalmente me sentí liberado. Eyaculé una pequeña cantidad de semen, suspiré mientras el resto de mi corrida se perdía, goteaba y cubría mis dedos.
Liliana y Gabriel reían histéricamente mientras yo me sentía aún más avergonzado de lo que me había sentido en toda la noche. Me fui corriendo rápidamente del cuarto y todavía podía escucharlos riendo mientras tropezaba en las escaleras.
Liliana bajó al poco rato. Venia completamente desnuda, sonriendo de oreja a oreja. Me encontró tomando mi segundo vaso de whiskey. Quería calmar como sea los nervios y borrar la espantosa humillación que acababa de sufrir. Sin dejar de sonreír, se sentó en mi regazo y empezó a hablar.
“En el fondo, creo que ambos sabíamos que esto iba a pasar algún día, cariño. Hace dos años que quería follarme a tu jefe, exactamente desde el día en que nos presentaste. Y no iba a desaprovechar la oportunidad. Sé que para ti ha sido un despertar duro, pero tienes que reconocer que también te ha gustado. Aunque ahora estés enojado conmigo y te haya entrado la vergüenza y el arrepentimiento, sabes que en el fondo te gusta y te excita que Gabriel me reviente con su pollón. Y es mejor que te acostumbres, porque va a pasar muy a menudo. Por lo pronto, se va a quedar todo el fin de semana porque su esposa está fuera de la ciudad y quién sabe cuándo volveremos a tener esta oportunidad.”
Yo estaba sin habla. Liliana me cogió el rostro con ambas manos y me miró un momento con una sonrisa irónica y condescendiente dibujada en su cara. Luego me dio un beso ligero en la frente, se levantó y se fue a la cocina. La escuché abrir el refrigerador. Al salir llevaba dos botellitas de agua, una en cada mano. Volvió a verme un instante, me sonrío y subió de regreso a la habitación principal.
Esa noche, mi esposa y mi jefe follaron toda la noche. Los gritos de placer de Liliana retumbaban en toda la casa y estaba seguro que todos los vecinos podían escucharla. Yo no pude dormir y muy a mi pesar intenté espiarlos, pero habían cerrado con llave el dormitorio. El resto del fin de semana fue muy parecido. Prácticamente no abandonaron la habitación y se comportaron como si yo no existiera. Gabriel se marchó el domingo por la mañana mientras yo permanecía encerrado en la habitación de invitados. Al poco rato Liliana apareció en la puerta del cuarto, vestida sólo con una bata corta de satén que llevaba abierta.
“Buenos días, amor,” me dijo. “Estoy muerta, voy a descansar. Si quieres puedes venir para acurrucarnos un rato. Besito, bye.”
Me quedé allí sentado. Dudé uno o dos minutos, pero luego fui tras ella. Ya estaba condenado.
1 comentarios - La traicion de lily .......