Hola a toda la comunidad! Una vez más, agradecido de todos los comentarios y los puntos.
Para aquellos que recién se encuentran con esta historia, les recomiendo que ingresen en mi perfil y lean todos los capítulos anteriores.
A los que ya lo venían siguiendo de antes, espero que disfruten la quinta parte del relato:
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Capítulo 5
Me quedé observando a mi hermana con mi cerebro en punto muerto. Ella estaba ahí, mirándome, o mejor dicho mirando mi poronga que todavía seguía erguida apuntando al techo como un misil a punto de despegar. Habría pasado un segundo, que pareció una eternidad, hasta que alguno de los dos alcanzó a reaccionar. ¿Acababa de ver la lengua de mi hermana asomándose para relamerse al verme con mi miembro en la mano?
No, estaba delirando. Tenía que estar delirando. Seguramente había sido una ilusión óptica o alguna trampa de mi mente, después de haber fantaseado segundos antes con la idea de mi hermana tragando mi acabada.
Tampoco fue como si hubiera tenido mucho tiempo para analizarlo, porque al instante estalló la voz de Clara, con su cara roja de vergüenza.
-¿Qué carajo estás haciendo con eso? –Había despegado sus ojos de mi miembro, y ahora los dirigía hacia mí, enojada.
Estaba tentado de seguir desnudo de la cintura para abajo para ver cómo reaccionaba, pero ese rapto de locura sólo duró un instante. Entré en razón y tan rápido como pude me volví a subir el pantalón.
-¡Bajá la voz, boluda! –Exclamé, tratando de no hablar tan alto. -¿No sabés golpear antes de entrar? –Me apuré a cerrar la puerta de mi habitación nuevamente, para evitar que mis viejos pudieran observar la escena si subían de inmediato.
-¿Te estabas haciendo una paja? –Me preguntó con un tono de incredulidad.
-No, estaba jugando a Star Wars… -No pude contener mi sarcasmo a pesar de la situación. -¿No viste mi sable láser?
-¡Qué pelotudo que sos! -El enojo parecía que estaba ganando terreno.
-¿Qué carajo tenés que andar metiéndote de una en mi pieza? ¡Al menos yo entré en la tuya cuando no habías cerrado la puerta! –Me anticipé antes que pudiera acusarme con eso.
-¡Te quería preguntar algo! –Intentó defenderse, aunque era obvio que no tenía forma de ponerse en víctima. Si ella había entrado de una en mi pieza, no era mi culpa si me encontraba así.
-¿Ah, sí? Bueno, ¿qué querés? –Le pregunté sonriendo, sabiéndome vencedor en esa situación.
-Dios, no sé… -Abrió la boca, pero daba la impresión de que no sabía qué decir. -¡Ahora me olvidé! –Estaba muy nerviosa y yo no dejaba de saborear ese momento. -¡La puta que te parió a vos y a esa cosa! –Se había vuelto a poner colorada de vergüenza. Que ella estuviera así era algo a lo que no estaba acostumbrado, pero no pude evitar pensar en lo hermosa que se veía.
-¿Me estás cargando? –Trataba de no reírme de ella, pero no podía evitarlo, era demasiado divertido.
-¿Y qué querés que haga si te encuentro acogotando semejante ganso? –Otra vez miró mi entrepierna. Aunque ahora estaba vestido, parecía como si me estuviera escaneando con rayos X, tratando de ver lo que estaba escondido.
-Bueno, si no sabés qué me tenés que preguntar, mejor andate hasta que te acuerdes. –Le dije, abriendo la puerta de mi pieza y poniéndole la mano en el hombro para reforzar el mensaje.
No le di tiempo a responderme que ya la había echado de mi habitación y cerrado la puerta nuevamente.
Deseaba tener la llave para evitar que alguien volviera a entrar, pero no tenía idea de dónde podría haber quedado. No tenía en mente hacer nada raro, pero necesitaba un momento de paz sin tener que andar con un ojo puesto en la puerta a ver si mis viejos aparecían o mi hermana se volvía a meter. Volví a tirarme en mi cama con la cabeza hecha un circo.
¿De verdad Clara se había relamido viendo mi pija al palo? Tenía que haber sido mi imaginación. No había forma de que ella me tuviera ganas… ¿o sí? No, era ridículo. Tenía que calmarme o me iba a mandar un cagadón tan grande que mi hermana no me iba a perdonar, aunque me arrancara la piel por el resto de mi vida.
Para cuando había llegado al departamento, mi segundo teléfono me anunció que tenía un nuevo mensaje de parte de mis tres obsesiones. Dejando todo lo demás tirado por ahí, me desesperé por desbloquear la pantalla y abrir el Whatsapp.
Era una sola foto, pero no se veía ninguna parte de sus cuerpos esta vez. Lo único que aparecía en la imagen era un consolador apoyado sobre unas sábanas blancas en lo que parecía una cama, o al menos eso creía, porque no tenía forma de adivinarlo. Se lo veía brillar, como si estuviera mojado. Si era saliva o alguna otra clase de líquido, no podía estar seguro.
Tampoco se apreciaba algún objeto cercano, así que no había nada de referencia que me permitiera saber el tamaño de ese juguete, aunque parecía ser grande. Sólo había una palabra acompañando el mensaje:
Practicando.
Una sola palabra, además de los tres corazones firmando el mensaje, como ya me tenían acostumbrado.
Mi cabeza empezó a imaginar cualquier clase de cosas cuando leyó esa palabra. ¿Estaban hablando de lo que yo creía? El consolador estaba mojado… ¿Qué parte de sus cuerpos habría visitado eso? No pude evitar sentir envidia de ese consolador. Ahí fue cuando una carcajada brotó de mi boca.
¡Sentía envidia de un juguete sexual! ¡Era el colmo! Seguí riendo unos segundos más cuando surgió otro pensamiento: al fin y al cabo, mi trabajo no era tan distinto. Básicamente cumplía la función de un juguete sexual, aunque en este caso yo era de carne y hueso. Bueno, yo sería un juguete sexual, pero al menos me pagaban bien por serlo.
Con ese pensamiento en la cabeza, terminé guardando todas mis cosas para luego comer algo e irme a descansar. La tentación de masturbarme una vez más era grande, pero preferí contenerme. El miércoles me esperaba una nueva función con mis clientas favoritas y quería llegar tan cargado como fuera posible.
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Me había levantado muy ansioso ese miércoles, de tanto que venía anticipando lo que iba a suceder horas más tarde. La vez anterior había sido muy placentera, y tenía por seguro que en esa ocasión no sería distinto.
Salí de mi departamento un rato antes de lo acostumbrado para ir a una cafetería que quedaba cerca del local, donde servían un buen café que siempre me ayudaba a estar mejor preparado para el día de trabajo.
Estaba sentado al lado de la ventana cuando tres figuras que iban por la vereda de enfrente llamaron mi atención. Eran mujeres jóvenes, vestidas con ropa de oficina. Las dos más altas eran morochas, e iban vestidas de manera similar, con unas faldas azul marino que les llegaban por encima de las rodillas y unas camisas de color claro (amarillo y blanco respectivamente) medio sueltas. A pesar de estar un poco lejos, podía apreciar que una de las chicas tenía un buen par de pechos.
La tercera figura era más baja que las otras dos, con un pantalón de vestir negro que se ajustaba un poco más al llegar al culo, que incluso a esa distancia se podía notar que estaba muy bien. Una cascada pelirroja cubría parte de la espalda del saco también negro.
A no ser que estuviera muy equivocado, esas figuras pertenecían a Clara, Jessica y Betty.
¿Qué carajo hacían por la zona? Nunca las había visto por ahí. No era algo imposible, ya que por esa zona siempre transitaba mucha gente a todas horas durante el día, pero de todos modos llamaba la atención. Capaz que ellas habían ido muchas veces por ahí y recién ahora yo las reconocía. Ya me había pasado otras veces de que algún conocido me dijera que días atrás me habían visto por la calle y yo jamás me hubiera enterado. Era así de colgado a veces.
Además, así como yo había ido a tomar un café, en esa misma cuadra y varias más a la redonda abundaban los restoranes y las cafeterías, lo cual explicaría por qué las veía por esa zona.
Ya habían doblado la esquina cuando terminé convenciéndome de que ni siquiera podía asegurar a ciencia cierta que realmente eran ellas. Sólo las había visto de espaldas por unos treinta segundos. Podría haber sido cualquier otro trío de mujeres, no necesariamente mi hermana y sus amigas.
De todos modos me alegraba no habérmelas cruzado en la calle. Si bien podría inventar alguna excusa para encontrarme en esa zona, a diferencia de ellas, yo no estaba vestido realmente con ropa que correspondiera a un trabajo de oficina. Ni siquiera tenía una mochila o una bolsa como para mentirles, diciendo que estaba llevando documentos a algún cliente.
Tratando de despejar mi mente de preocupaciones sin sentido, terminé el café, pagué la cuenta y me dirigí a mi trabajo.
Caminé un par de cuadras en la dirección opuesta a la que se habían dirigido esas tres chicas y me acerqué a una puerta que estaba a mitad de cuadra. Toqué timbre y miré a la cámara de seguridad para que me reconociera el encargado. Me abrió y recorrí el pasillo que llevaba a la entrada para los empleados del local de Erica.
Mi jefa tenía todo realmente muy bien planificado. La puerta por la que había ingresado se hallaba del lado opuesto de la calle por donde ingresaban las clientas, así que no había forma de que se cruzaran con nosotros. Así, incluso si nos encontrábamos en la calle con alguna de ellas, no teníamos forma de saberlo, ya que nunca habíamos cruzado ni una mirada.
Entré en mi lado de la habitación y volví a encontrarme con los elementos de siempre. Una expresión de sorpresa se había dibujado en mi rostro. Casi seguro que estaba para la foto, pero no había nadie ahí capaz de retratarme en el momento justo.
No eran los elementos de siempre. Uno de ellos había cambiado. En lugar de la acostumbrada tarjeta amarilla, la que se hallaba encima de la mesa era de color dorado.
No lo podía creer. El cielo había escuchado mis plegarias y me había bendecido con un regalo que había ocupado mis fantasías desde hace tiempo.
El corazón me golpeaba el pecho como si quisiera salir y cruzar al otro lado del panel por su cuenta. Pero necesitaba tranquilizarme, o los nervios harían que todo terminara antes de empezar, y ya tenía pensado estirar todo lo posible ese turno. Estaba ansioso por salir a trabajar, pero ellas aún no habían llegado.
Miré la hora en la pantalla de mi celular y me di cuenta que todavía no eran las doce. Faltaban cinco minutos, y los pasé con la vista clavada en el reloj, como si de esa manera pudiera acelerar el tiempo por pura fuerza de voluntad.
Justo cuando vi que marcaba las doce, escuché el sonido de la puerta abriéndose del otro lado del panel. Por fin habían llegado.
Sentía un nudo en el estómago, los nervios me estaban matando. Tanto tiempo que había deseado que eso pasara y ahora que me encontraba en esa situación, tenía miedo de cagarla y que algo pasara que no pudiera rendir como tenía pensado. Las dudas invadían mi cabeza y yo luchaba por espantarlas mientras me preparaba para iniciar el turno.
Para colmo de males, parecía que esos nervios me estaban jugando una mala pasada. ¡No podía terminar de ponerme bien al palo! Miré hacia abajo con bronca, a punto de insultarme por el pésimo sentido del oportunismo que mi poronga parecía tener. Mi corazón bombeaba más sangre que nunca, pero parecía que habían hecho un piquete justo antes de que ésta llegara a mi verga.
-No me puede estar pasando esto justo ahora… -Susurré en voz baja, casi dejándome llevar por la desesperación.
Unos leves susurros del otro lado me señalaron que no era el único que se sentía así. Algo más confortado por esa idea, respiré hondo y me relajé. Necesitaba pensar en algo que me excitara y la imagen de mi hermana relamiéndose al clavar sus ojos en mi pija se me apareció. ¡No podía ser tan enfermo de pensar en eso para ponerme al palo! Odiándome, suspiré aliviado al sentir cómo había surtido efecto mi idea.
Un minuto más tarde ya había logrado arrancar como de costumbre, e introduje mi miembro en aquel agujero por el que había pasado tantas veces, esperando pasar por unos agujeros que moría por conocer por primera vez.
Las cosas empezaron como de costumbre, con las chicas tomándose su tiempo para saborearme, aunque cada tanto podía notar cómo alguna que otra vez un ligero temblor las dominaba, como si la ansiedad las sobrepasara y les costara dominarse. Entendía qué provocaba ese temblor, porque yo experimentaba la misma sensación.
Las expectativas eran altas, todos los que ocupábamos ese pequeño cuadrado separado por un panel sabíamos para qué nos encontrábamos ahí, pero luchábamos contra la tentación... Al menos ellas sí luchaban, a mí no me quedaba otra opción.
Distinta habría sido la historia si el maldito panel no existiera. Posiblemente ya estaría desesperado por penetrarlas, pero debía reconocer que tomarnos el tiempo para saborear la ansiedad tenía su lado excitante.
Una vez más tuvo lugar esa pequeña competencia para ver quién lograba introducir más centímetros de mi miembro en su boca y por más tiempo. Desde el vamos ya pude notar que, a diferencia de otras ocasiones, esta vez daba la impresión de que sería una lucha a muerte.
La primera de ellas ya había dejado la vara muy alta, porque se las había arreglado para alcanzar casi un minuto con dos tercios de mi verga en su garganta. Tuve que luchar a capa y espada contra las ganas que tenía de acabar en ese momento. No parecía que yo fuera a durar demasiado si esa era la forma en que pensaban calentar motores.
Cuando fue el turno de la segunda, ya estaba en una etapa en que podía ver las estrellas. Luego de forcejear por unos segundos que duraron siglos para mí, llegó casi hasta apoyar su cara contra el panel de tan adentro que había logrado meterla. Se escucharon unos sonidos de asombro de parte de las otras dos chicas, lo cual no hizo más que disparar mi excitación aún más.
El morbo de la situación pedía a gritos que descargara todo en ese preciso instante, pero obligué a mi cabeza a pensar en cualquier cosa con tal de no obedecer a ese llamado. Desde fútbol a política y todo lo que había en el medio, intenté con todas mis fuerzas contenerme.
Unas toses y jadeos entrecortados, provenientes del otro lado de la fina pared que nos separaba, fueron la banda sonora que llenaba mi cabeza mientras la tercera de ellas realizaba su intento de ganar la competencia. Lamentablemente para ella, no fue el caso, aunque había logrado llegar a un punto similar al de la primera chica.
No entendía de dónde provenía esa lucha a muerte, pero mi verga dio un par de sacudidas, intentando darles a entender que aplaudía sus actuaciones.
Durante unos instantes no sucedió nada. Sólo podía escuchar la fuerte respiración de una de ellas, casi seguro la que acababa de tener mi verga en su garganta, y algunos sonidos como de cierres y algo que golpeaba el suelo, pero apenas emitiendo un leve ruido, sólo eso. Yo continuaba esperando, mientras por dentro agradecía ese pequeño respiro para poder bajar un poco la sensación de estar al borde del orgasmo.
Como la vez anterior, ahora notaba una forma diferente de calor en el glande, cuando éste se puso en contacto con la zona exterior de la concha de una de mis clientas favoritas. Pero en esta ocasión nadie se iba a ir conforme con un contacto tan limitado.
¡Qué lindo que se sentía! Desde el primer momento parecía que esa conchita me quería exprimir hasta dejarme gastado. El ruido de los gemidos me alcanzó mientras esa cueva tan caliente y húmeda me presionaba por avanzar cada vez más adentro.
Ya estaba por la mitad cuando volvió a moverse hacia adelante hasta volver a la punta. No quería abandonar ese lugar que me hacía sentir tan bien, pero, como siempre que pasaba algo con ellas, yo no dictaba las reglas del juego.
Por segunda vez sentí su cuerpo acercarse a mí, y esta vez pude meterme más adentro. Se quedó quieta por unos segundos mientras yo disfrutaba de ese calor que amenazaba con derretirme. Yo intentaba no moverme, para que aquella chica de la que no sabía prácticamente nada pudiera acostumbrarse antes de iniciar la acción.
¡Si tan sólo pudiera usar mis manos! Ya la habría tomado de la cintura para dirigir yo los movimientos y aumentar la intensidad, pero me era imposible, todo gracias a ese maldito par de centímetros que nos separaban.
Ahora sí, lento pero seguro, había comenzado a moverse hacia atrás y adelante. Parecía decidida a disfrutar de cada centímetro de verga que avanzara por su interior, pero sin acelerar en ningún momento.
Pero yo no tenía pensado quedarme ahí quieto como una estatua. Mientras ella se dirigía hacia afuera una vez más, yo retiré mi verga un poco, obligándola a volver a moverse hacia mí. Así la fui atrayendo hacia mi lado, de a poco, hasta que prácticamente tenía su cola pegada a la pared. Ahí fue cuando empecé a moverme de golpe hacia adelante.
Posiblemente esa chica habría lanzado un aullido que se podría haber escuchado desde la otra punta de la ciudad, pero se veía que había cubierto su boca con las manos, porque el ruido que emitió fue mucho más bajo.
A pesar de eso, de inmediato volvió a pegar su cola contra la pared, invitándome a que fuera yo quien tomara las riendas del momento.
Tardé unos segundos en entender cómo su cuerpo se mantenía pegado sin irse hacia adelante, pero ahora casi que podía ver con claridad cómo sus amigas la mantenían en esa posición para poder recibir mi verga en toda su extensión.
Notaba cómo los jugos que ella largaba iban recorriendo mi tronco, pero eso solamente sirvió para que aumentara mi ritmo hasta donde fuera posible. Los gemidos que aquella desconocida clienta emitía llenaron la habitación a pesar de que era obvio que alguien (no sabía si ella misma o alguna de sus amigas) hacía lo que podía por ahogarlos con su mano.
Un temblor recorrió mi cuerpo, pero no lo había iniciado yo, sino que provenían del cuerpo que se encontraba del otro lado. Sentí cómo se salió de golpe, mientras un chorro de líquido caliente se alcanzaba a colar por el agujero, a pesar de que yo tenía el cuerpo bastante pegado.
Mi imaginación sólo pudo interpretar eso como que ella había acabado de una manera espectacular, y no pude evitar sonreír al ver en mi mente su cuerpo en el piso temblando, de tan fuerte que habría sido el orgasmo. Escuché unos jadeos fuertes, con alguna pequeña risa de por medio, casi confirmando lo que sospechaba.
Una menos, quedaban dos.
¡Hijas de puta! Ahora podía sentir cómo las otras dos amigas saboreaban mi verga todavía cubierta por los jugos de aquella que en estos momentos se estaba recuperando de su orgasmo. ¡Qué golosas que eran! Me encantaba ese nivel de perversión.
Después de dejármela bien limpia, fue el turno de la siguiente desconocida. Al igual que la primera, se tomó su tiempo para acostumbrarse a mi miembro, aunque parecía que el fuerte orgasmo de su amiga la había estimulado y no dudaba tanto a la hora de dejarse penetrar.
En poco más de un minuto ya habíamos empezado a aumentar el ritmo considerablemente. Esa chica tenía algo más de aguante, pero podía escuchar sus gemidos contenidos de todos modos.
Pocos segundos después, sin embargo, me tomó por sorpresa que se hubiera retirado de la pared por completo, dejándome en el aire una vez más. Aunque no tardé mucho en entender por qué lo había hecho, al volver a sentir una boca engullendo mi verga todo lo posible por unos segundos.
La primera chica parecía haberse recuperado, porque ahora eran dos las que se dedicaban a brindarme placer oral, turnándose entre ellas. ¿Acaso el morbo de esas chicas no tenía ninguna clase de límites? Dividido entre el placer que avanzaba por mi cabeza y la bronca de no poder tener un encuentro con ellas sin una separación de por medio, me dejé llevar.
Nuevamente volví a sentir cómo ingresaba en una de mis clientas. Suponía que la segunda no pensaba conformarse con menos de lo que había recibido su amiga y de inmediato entramos en un ritmo intenso de penetración.
Otro temblor sacudió mi verga cuando ella llegó al orgasmo finalmente. No largó tanto como su amiga, pero sentía lo empapado que había quedado mi miembro cuando ella se liberó de mí. Sus dos amigas, ni lerdas ni perezosas, volvieron a envolverme con sus lenguas, una vez más decididas a saborear mi pija, condimentada con el néctar proveniente de una de ellas.
Finalmente llegó el turno de la tercera clienta. Al primer contacto con la entrada de esa cuevita era como si me pudieran salir ampollas en la punta de tan caliente que se sentía. Sin embargo, esa chica parecía tener planeado jugar un poco conmigo, porque al primer intento de penetrarla retiró de inmediato su cuerpo, para luego darme un pequeño golpecito en el tronco de mi verga, como castigándome por avanzar sin permiso.
Había que reconocerlo, ese pequeño gesto me hizo sonreír, me gustaba que fuese así de traviesa conmigo. Me tenía en sus manos, tanto literal como metafóricamente.
Unos segundos después decidió abandonar los juegos para dedicarse a lo que había venido ese día. Ahí fue cuando pude realmente entrar en ella. ¡Dios! Lo estrecha que estaba esa chica… Tuvimos que luchar una pequeña batalla para que mi glande se abriera paso, pero se veía que la excitación pudo más que ella, porque una vez que terminó esa lucha, luego me dejó avanzar con un poco más de facilidad.
Después de un par de minutos logré entrar por completo, o tanto como me permitía la separación que había en la habitación. Una vez me lamenté por la existencia de esa maldita barrera. Nada me habría gustado más que poder agarrarlas de la cintura para agarrar impulso y enterrarles mi verga hasta sentir sus culos chocando con mis muslos.
A pesar de eso, no podía quejarme de cómo lo estaba pasando en ese momento. Parecía que habían reservado lo mejor para el final, porque me estaba dando guerra como loca aquella chica sin nombre ni rostro, pero con una concha que era un infierno.
Yo no me animaba a aumentar mi ritmo, pero un par de ligeros golpes en la pared me llamaron la atención. Quería que le diera más duro, y no veía razones para no darle el gusto. Una vez que empecé a darle en serio, ella había logrado sincronizarse conmigo para acompañarme en los movimientos y lograr mayor recorrido.
Lo caliente que estaba esa chica, realmente podría fundir oro ahí adentro… ¡Lo que habría dado por estar en una cama con ella y dejarme cabalgar hasta que me dejara más seco que un desierto! Su calor, su actitud juguetona al principio y luego mucho más decidida, lo apretada que estaba, sus gemidos… No había nada que no me gustara, pero ni siquiera le había visto la cara, lo cual sólo servía para alimentar mi excitación.
Finalmente el volumen de sus gemidos comenzó a subir, y al mismo tiempo se volvieron entrecortados. Parecía que en cualquier momento iba a llegar a su orgasmo, y no me encontraba muy detrás en ese aspecto. Pero ella me ganó de mano y dejó escapar un grito de placer que detonó en mis tímpanos con más fuerza que la explosión de la bomba de Hiroshima. Ese grito se estiró por unos segundos mientras una sorprendente cantidad de líquido parecía bañar mi verga a distancia.
Escuché un ruido del otro lado. Daba la impresión de que la última chica había caído al suelo al haber perdido el control de sus piernas. Se oían unos fuertes jadeos, mezclados con un suave sollozo. ¿Estaría llorando de tan fuerte que había acabado? Sonreía de satisfacción mientras mi ego se elevaba por encima del monte Everest al saber que había sido capaz de algo así.
Controlé el horario, ya estaba por terminar el turno y mi verga ya se encontraba a punto caramelo, lista para dejar salir lo que venía guardando desde el domingo.
Mis tres clientas favoritas se acercaron para masturbarme con intensidad, y yo no podía estar más agradecido de eso. Me mordí la lengua para evitar que mis gemidos se oyeran con fuerza, pero inevitablemente alcanzaron sus oídos. Una boca cubrió mi glande mientras una mano recorría el resto de mi verga, invitándome a descargar.
Si ellas así lo querían, ¿quién era yo para negarme?
Con un fuerte resoplido dejé salir todo lo que había acumulado en aquella boca que se esforzaba por recibir mi semen tan caliente como el interior de sus cuevitas. Esos labios no se despegaron hasta que con un último estertor dejé salir la última gota que me quedaba guardada.
A continuación pudo llegar claramente a mis oídos el sonido inconfundible de alguien que tragaba algo, lo cual sólo podía significar que una de ellas se había quedado con mi acabada, sin compartir con las demás.
-Hija de puta… -El susurro tenía un tono de envidia dirigido hacia aquella egoísta que se había encargado de conservar el blanco tesoro para sí misma. Esperaba alguna pequeña discusión por lo que acababa de suceder, pero parecía que eso había sido pactado de antemano. ¿Quizás la pequeña competencia que habían realizado al principio del turno tuvo como recompensa quedarse con lo que saliera de mi verga? Eso habría explicado la intensidad con la que habían decidido tragarse mi miembro.
Una vez que todo terminó, escuché los sonidos de siempre que indicaban que ya estaban guardando sus cosas y, en este caso, volviendo a vestirse. Los acostumbrados besitos de despedida no se hicieron esperar, dando el cierre oficial a un turno que ya sabía que iba a quedar grabado a fuego en mi memoria.
Cuando escuché que habían cerrado la puerta tras abandonar el cuarto, la subida de adrenalina estaba terminando su efecto, y empecé a notar cómo el cansancio se apoderaba de mi cuerpo. Me senté en una silla que se encontraba cerca y estiré las piernas mientras tomaba un poco de agua.
Eso sin dudas había sido muy intenso. ¿Se repetiría algún día? ¿Habría otro miércoles donde me volvería a encontrar con una tarjeta dorada esperándome con la promesa de un rato de sexo como el que acababa de tener hoy?
Llegué a mi departamento todavía con una sonrisa de oreja a oreja. Mis piernas pedían a gritos que las dejara descansar, y luego de una cena ligera, me tiré en la cama para darles el gusto luego de lo que definitivamente había sido uno de los mejores días de mi vida.
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El resto de la semana se me pasó volando como si todavía estuviera en las nubes después de lo que había sucedido ese miércoles, y cuando quise darme cuenta ya había llegado el domingo.
Como era de esperarse, Betty y Jessica ya se encontraban en la casa de mis viejos, charlando con mi hermana en el living, haciendo una pequeña previa antes del almuerzo para celebrar el cumpleaños de Clara.
Tanto Jessica como Betty se levantaron de inmediato con una sonrisa de oreja a oreja, y me rodearon por ambos flancos para abrazarme. Yo no pude más que dejarme atrapar para disfrutar de la chance colocar mis manos en sus cinturas y de sentir sus pechos aplastarse contra mi cuerpo.
-¡Hola chicas! ¿Cómo andan? –Pregunté con una sonrisa.
-¡Muy bien! ¿Y vos? –Betty se había vuelto a sentar junto con Jessica.
-Acá, acercándome a la cumpleañera para saludarla. –Dije, ya frente a mi hermana. -¡Feliz cumpleaños, hermanita! –Exclamé, tomándola de la cintura para abrazarla y levantarla hasta que su cabeza estuvo por encima de la mía.
Si bien no estaba vestida de una manera que pudiera llamarse provocativa, la remera ajustada que tenía puesta dejaba marcadas sus tetas justo a la altura de mi cara. El fugaz deseo de enterrar mi cara justo en medio de ese valle pasó por mi cabeza, pero pude reprimir el impulso justo a tiempo.
Por suerte el almuerzo transcurrió en paz. No había vuelto a ver a las amigas de Clara desde aquella noche en el cumpleaños de Charly, así que tenía algunas dudas de qué podría pasar, pero ni Betty ni Jessica parecían actuar de manera distinta a lo que había sido el trato de siempre.
Ya habíamos comido una muy rica torta de cumpleaños preparada por mi vieja, que nos dejó a todos sin ganas de levantarnos de la mesa por un rato, cuando llegó el momento de entregarle los regalos a mi hermana.
Primero fue el turno de mis viejos, que le dieron un cupón de compra en una famosa tienda de ropa de la cual ella era fanática. Cuando llegó el turno de Jessica y Betty, ellas no le entregaron nada.
-Nosotras se lo dimos por adelantado. –Dijo Jessi, provocando risas en las tres amigas.
-Sí, fue un regalo que todas pudimos disfrutar. –Agregó Betty, todavía riendo.
-¡Qué lindo! –Exclamó mi vieja. -¿Qué te regalaron? –Preguntó, mirándolas con curiosidad.
-Me regalaron una sesión de spa en el centro. Fuimos para allá el miércoles. –Respondió mi hermana, con naturalidad. Luego se echó una rápida mirada cómplice con sus amigas, que mis viejos no alcanzaron a notar.
-¡Con razón se las nota tan radiantes! –Dijo mi viejo, mirando a las tres con una amable sonrisa. Ellas no hicieron más que sonreír por el cumplido.
-¿A cuál fueron? ¿Al de la avenida? –Mi vieja seguía intentando saciar su necesidad de información.
-A uno que está cerca del centro deportivo. –Respondió Betty. –Abrió hace un par de meses, pero nos habían hablado bien del lugar, así que fuimos. Y la verdad que lo pasamos de maravilla. –La sonrisa que mostraba confirmaba que efectivamente la habían pasado muy bien.
Algo no me cerraba. El miércoles estaba seguro de que las había visto cerca de mi trabajo. ¿O no? ¿Habían sido ellas o sólo había sido mi imaginación? ¿A qué venía esa mirada cómplice de mi hermana con sus amigas? ¿Realmente habían ido a un spa?
Mi cabeza hervía de preguntas, pero no era momento de salir con acusaciones sin sentido, especialmente porque para acusarlas yo tendría que decir que estaba en la zona. Además, tampoco quería mandar al frente a mi hermana en medio de su cumpleaños.
-¿Y vos? –Clara me miraba con ansiedad. –Me dijiste que tenías un regalo sorpresa para mí, así que más te vale que sea bueno. –Agregó, amenazándome en broma.
-No sé, decime vos. –Le retruqué sonriendo, alcanzándole un sobre.
Mi hermana lo abrió con la ansiedad digna de una nena de cinco años en Navidad, y extrajo su contenido. Se quedó mirando los objetos que tenía en su mano como si fuesen el tesoro más importante de la historia de la humanidad. En cierta forma, al menos para ella seguramente lo eran. Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas producto de la emoción, pero no había dicho ni una palabra todavía.
-¡Boluda! ¿Qué pasó? –Jessica se acercó preocupada, con Betty pisándole los talones. -¿Qué te regaló?
Sus amigas vieron lo que tenía en sus manos y, después de unos segundos de incredulidad, soltaron un grito tan agudo que no me hubiera sorprendido si todos los perros de la cuadra se hubieran puesto a ladrar.
-¡Me estás jodiendo! –Betty todavía no podía controlar el volumen de su voz. También habían brotado algunas lágrimas de sus ojos y de los de Jessica. -¡Decime que son de verdad! ¡Más te vale que sean de verdad porque te mato si son falsas! –Agregó, mirándome mientras trataba de contener su emoción, sin éxito.
Yo empecé a reírme mientras asentía con la cabeza. Supuse que les iba a gustar el regalo, pero no pensé que fueran a reaccionar de una manera tan zarpada.
-¿Qué les pasa? –Me preguntó mi viejo, mirándome sin entender nada.
-¡Nos compró las entradas para el show! –Respondió mi hermana casi gritando de la emoción. ¡NOS COMPRÓ LAS ENTRADAS PARA EL SHOW DE REENCUENTRO! –Gritó, mostrándole las entradas a mis viejos.
Las tres habían sido en su adolescencia extremadamente fanáticas de los Backstreet Boys, al punto de que recordaba con claridad cómo mi hermana había llegado a cubrir cada rincón de su habitación con posters, recortes de revistas, figuritas, dibujos, y cualquier otra cosa que tuviera la imagen de alguno de sus integrantes.
Incluso habíamos tenido las obvias discusiones con mi hermana porque siempre ponía su equipo de música al palo con los temas de la banda, lo cual rompía mucho las pelotas a mi versión adolescente, y a cada rato aparecía por su habitación para gritarle que la cortara con “esa música de mierda”.
Lamentablemente para ella, durante la época de mayor fama de la banda nuestra familia no pasaba por el mejor momento económico, por lo que su gran cuenta pendiente y la de sus amigas era poder ir a un recital de ellos.
Cuando se había anunciado que la banda haría una gira mundial de reencuentro y visitarían la Argentina, como ninguna de las tres estaba en condiciones de comprar las entradas, no les quedó otra opción que resignarse a que seguirían condenadas a no verlos en vivo.
De ese momento habían pasado unos meses, y yo había comprado las entradas con anticipación, preparando la sorpresa para el cumpleaños de mi hermanita, que caía días antes del recital.
Tanto mi hermana como sus amigas se acercaron a mí para abrazarme y llenarme de besos de agradecimiento. Alguno que otro me lo habían dado peligrosamente cerca de mis labios, pero por suerte (o desgracia) no llegaron a pasarse con los besos.
Obviamente yo había disfrutado mucho de encontrarme rodeado por esas tres bellezas y sentir sus labios sobre mi rostro y sus pechos presionando mi cuerpo. Quizás debería comprarles más entradas para sus shows favoritos, si con eso conseguía más momentos como ese.
-Boludo… Encima son en las primeras filas. –Comentó mi hermana, secándose las lágrimas y examinando con detenimiento las entradas. -¡Te costaron un ojo de la cara! ¿Cómo hiciste para pagarlas? –Me preguntó, con curiosidad.
-Las conseguí hace unas semanas. La hermana de un compañero de trabajo las tenía, pero no sé por qué, las tuvo que revender, y me las estaba dando casi a mitad de precio porque parecía que necesitaba la plata urgente, así que aproveché la oportunidad. –Mentí con convicción. Con el supuesto salario que yo ganaba, habría sido imposible comprar unas entradas tan caras, así que ya tenía la historia preparada por si surgía esa pregunta.
-¡No sé cómo vamos a hacer para devolverte este favor! –Dijo Betty, todavía lagrimeando junto con Jessica, que asentía en silencio. -¡No lo puedo creer! –Exclamó, mirando las entradas como si pudieran desaparecer en el aire si les quitaba la vista por más de un segundo.
-Ya veremos, seguro algo me van a poder dar. –Comenté con una sonrisa. Trataba de que mi cabeza no imaginara demasiado sobre las posibles formas en que mi hermana y sus amigas podrían recompensarme, pero cada tanto alguna fugaz imagen de los cuatro teniendo una tremenda fiesta sexual cruzaba por mi mente. Definitivamente no era algo que pudiera decirles en voz alta.
-Algo vamos a encontrar, ¡quedate tranqui que esto no se va a quedar así! –Replicó Jessica, que ya había dejado de lagrimear y miraba las entradas con igual intensidad que mi hermana y sus amigas.
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Finalmente llegó el día del recital y, como no tenía ningún turno ese día, me ofrecí a llevarlas hasta el estadio y quedarme por la zona hasta que terminara el recital para que volvieran conmigo. Ellas me iban a pagar la nafta, pero así y todo les salía mucho más barato que pagar un taxi, además que volverían más rápido conmigo.
Y ya que estaba, aprovechaba para pasar un rato más con Betty y Jessica. No iba a dejar pasar la oportunidad de que estuvieran aún más en deuda conmigo. No tenía ningún plan en mente todavía, pero no me perjudicaba seguir acumulando puntos a favor en caso de que algún día pudiera generarme una buena chance de que pasara algo con ellas.
El viaje de ida pasó sin sobresaltos, y las dejé a unas cuadras del estadio para poder buscar un lugar donde estacionar sin que me mataran con los precios. Al bajar, pude disfrutar durante unos segundos de ver sus culos enfundados en apretados jeans, mientras caminaban hacia el estadio. ¡Qué bien que se las veía de atrás!
Las horas pasaron y se iba acercando la hora en que me habían dicho que el recital podría terminar. Llamé a mi hermana para confirmar su ubicación, pero no atendía. Supuse que todavía no habría terminado el show, por lo que dejé pasar unos minutos. Volví a llamarla, pero no atendía nadie. Finalmente al tercer intento alguien respondió.
-¿Hola? ¿Pedro? –Era la voz de mi vieja.
-¿Mamá? ¿Qué hacés en el estadio? –Decir que estaba confundido era quedarse corto. No tenía sentido que mi vieja acabara de atender el teléfono de mi hermana.
-¿Qué estadio? Estamos en casa nosotros. Tu hermana dejó este teléfono porque se había quedado sin batería y se llevó el del trabajo. ¿No te avisó? –Me preguntó unos segundos más tarde, atando cabos.
-¡No! ¡Más bien que no! –Quería matar a mi hermana. ¿Cómo carajo iba a comunicarme con ella ahora? -¡Ni sabía que tenía un teléfono del trabajo!
–Esta chica… ¡Estuvo con la cabeza en cualquier lado todos estos días desde que les regalaste las entradas! –Se quejó mi vieja. -¿Tenés para anotar? Ahí te paso el número.
Anoté el número en un papel que tenía de casualidad en el auto y luego de cortar la llamada lo agendé en mi celular. Inmediatamente llamé a mi hermana, que atendió al instante. No le di tiempo a decir nada que ya estaba lanzándole mi enojo.
-¿Pero sos boluda o qué? ¿Cómo no me vas a avisar que te habías llevado otro teléfono? –Dije casi a los gritos.
-¡Bueno che, perdón! Estamos yendo para el lado de la avenida, te esperamos en la esquina del monumento. –Respondió, haciendo caso omiso de mis protestas. –Dale que ya es tarde. –Agregó, para luego cortar la llamada.
¡Lo que faltaba! Encima que se olvida de decirme que se llevaba otro teléfono, ¡tiene la cara suficiente para reclamar que me mueva rápido! Enojado, abrí el Whatsapp para enviarle un mensaje para decirle de todo, cuando miré la foto de perfil de su teléfono de la empresa.
Era un paisaje de playa. Un paisaje de playa que conocía muy bien. Era el paisaje de playa que había visto en muchas ocasiones durante los últimos dos o tres meses.
Se me cayó el celular de las manos, pero no me importó. Mi cerebro parecía que acababa de desconectarse y no iba a volver a funcionar nunca más.
Finalmente había logrado averiguar la identidad de mis tres clientas favoritas, que me habían brindado tanto placer desde hace un par de años, y que me habían provocado los mejores orgasmos de mi vida. Se llamaban Jessica, Betty y Clara.
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Hasta acá la quinta parte. En la sexta podremos conocer la reacción de Pedro a semejante noticia.
Espero que hayan disfrutado la lectura. Los puntos y comentarios siempre se agradecen.
Nos leemos la próxima.
Para aquellos que recién se encuentran con esta historia, les recomiendo que ingresen en mi perfil y lean todos los capítulos anteriores.
A los que ya lo venían siguiendo de antes, espero que disfruten la quinta parte del relato:
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Capítulo 5
Me quedé observando a mi hermana con mi cerebro en punto muerto. Ella estaba ahí, mirándome, o mejor dicho mirando mi poronga que todavía seguía erguida apuntando al techo como un misil a punto de despegar. Habría pasado un segundo, que pareció una eternidad, hasta que alguno de los dos alcanzó a reaccionar. ¿Acababa de ver la lengua de mi hermana asomándose para relamerse al verme con mi miembro en la mano?
No, estaba delirando. Tenía que estar delirando. Seguramente había sido una ilusión óptica o alguna trampa de mi mente, después de haber fantaseado segundos antes con la idea de mi hermana tragando mi acabada.
Tampoco fue como si hubiera tenido mucho tiempo para analizarlo, porque al instante estalló la voz de Clara, con su cara roja de vergüenza.
-¿Qué carajo estás haciendo con eso? –Había despegado sus ojos de mi miembro, y ahora los dirigía hacia mí, enojada.
Estaba tentado de seguir desnudo de la cintura para abajo para ver cómo reaccionaba, pero ese rapto de locura sólo duró un instante. Entré en razón y tan rápido como pude me volví a subir el pantalón.
-¡Bajá la voz, boluda! –Exclamé, tratando de no hablar tan alto. -¿No sabés golpear antes de entrar? –Me apuré a cerrar la puerta de mi habitación nuevamente, para evitar que mis viejos pudieran observar la escena si subían de inmediato.
-¿Te estabas haciendo una paja? –Me preguntó con un tono de incredulidad.
-No, estaba jugando a Star Wars… -No pude contener mi sarcasmo a pesar de la situación. -¿No viste mi sable láser?
-¡Qué pelotudo que sos! -El enojo parecía que estaba ganando terreno.
-¿Qué carajo tenés que andar metiéndote de una en mi pieza? ¡Al menos yo entré en la tuya cuando no habías cerrado la puerta! –Me anticipé antes que pudiera acusarme con eso.
-¡Te quería preguntar algo! –Intentó defenderse, aunque era obvio que no tenía forma de ponerse en víctima. Si ella había entrado de una en mi pieza, no era mi culpa si me encontraba así.
-¿Ah, sí? Bueno, ¿qué querés? –Le pregunté sonriendo, sabiéndome vencedor en esa situación.
-Dios, no sé… -Abrió la boca, pero daba la impresión de que no sabía qué decir. -¡Ahora me olvidé! –Estaba muy nerviosa y yo no dejaba de saborear ese momento. -¡La puta que te parió a vos y a esa cosa! –Se había vuelto a poner colorada de vergüenza. Que ella estuviera así era algo a lo que no estaba acostumbrado, pero no pude evitar pensar en lo hermosa que se veía.
-¿Me estás cargando? –Trataba de no reírme de ella, pero no podía evitarlo, era demasiado divertido.
-¿Y qué querés que haga si te encuentro acogotando semejante ganso? –Otra vez miró mi entrepierna. Aunque ahora estaba vestido, parecía como si me estuviera escaneando con rayos X, tratando de ver lo que estaba escondido.
-Bueno, si no sabés qué me tenés que preguntar, mejor andate hasta que te acuerdes. –Le dije, abriendo la puerta de mi pieza y poniéndole la mano en el hombro para reforzar el mensaje.
No le di tiempo a responderme que ya la había echado de mi habitación y cerrado la puerta nuevamente.
Deseaba tener la llave para evitar que alguien volviera a entrar, pero no tenía idea de dónde podría haber quedado. No tenía en mente hacer nada raro, pero necesitaba un momento de paz sin tener que andar con un ojo puesto en la puerta a ver si mis viejos aparecían o mi hermana se volvía a meter. Volví a tirarme en mi cama con la cabeza hecha un circo.
¿De verdad Clara se había relamido viendo mi pija al palo? Tenía que haber sido mi imaginación. No había forma de que ella me tuviera ganas… ¿o sí? No, era ridículo. Tenía que calmarme o me iba a mandar un cagadón tan grande que mi hermana no me iba a perdonar, aunque me arrancara la piel por el resto de mi vida.
Para cuando había llegado al departamento, mi segundo teléfono me anunció que tenía un nuevo mensaje de parte de mis tres obsesiones. Dejando todo lo demás tirado por ahí, me desesperé por desbloquear la pantalla y abrir el Whatsapp.
Era una sola foto, pero no se veía ninguna parte de sus cuerpos esta vez. Lo único que aparecía en la imagen era un consolador apoyado sobre unas sábanas blancas en lo que parecía una cama, o al menos eso creía, porque no tenía forma de adivinarlo. Se lo veía brillar, como si estuviera mojado. Si era saliva o alguna otra clase de líquido, no podía estar seguro.
Tampoco se apreciaba algún objeto cercano, así que no había nada de referencia que me permitiera saber el tamaño de ese juguete, aunque parecía ser grande. Sólo había una palabra acompañando el mensaje:
Practicando.
Una sola palabra, además de los tres corazones firmando el mensaje, como ya me tenían acostumbrado.
Mi cabeza empezó a imaginar cualquier clase de cosas cuando leyó esa palabra. ¿Estaban hablando de lo que yo creía? El consolador estaba mojado… ¿Qué parte de sus cuerpos habría visitado eso? No pude evitar sentir envidia de ese consolador. Ahí fue cuando una carcajada brotó de mi boca.
¡Sentía envidia de un juguete sexual! ¡Era el colmo! Seguí riendo unos segundos más cuando surgió otro pensamiento: al fin y al cabo, mi trabajo no era tan distinto. Básicamente cumplía la función de un juguete sexual, aunque en este caso yo era de carne y hueso. Bueno, yo sería un juguete sexual, pero al menos me pagaban bien por serlo.
Con ese pensamiento en la cabeza, terminé guardando todas mis cosas para luego comer algo e irme a descansar. La tentación de masturbarme una vez más era grande, pero preferí contenerme. El miércoles me esperaba una nueva función con mis clientas favoritas y quería llegar tan cargado como fuera posible.
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Me había levantado muy ansioso ese miércoles, de tanto que venía anticipando lo que iba a suceder horas más tarde. La vez anterior había sido muy placentera, y tenía por seguro que en esa ocasión no sería distinto.
Salí de mi departamento un rato antes de lo acostumbrado para ir a una cafetería que quedaba cerca del local, donde servían un buen café que siempre me ayudaba a estar mejor preparado para el día de trabajo.
Estaba sentado al lado de la ventana cuando tres figuras que iban por la vereda de enfrente llamaron mi atención. Eran mujeres jóvenes, vestidas con ropa de oficina. Las dos más altas eran morochas, e iban vestidas de manera similar, con unas faldas azul marino que les llegaban por encima de las rodillas y unas camisas de color claro (amarillo y blanco respectivamente) medio sueltas. A pesar de estar un poco lejos, podía apreciar que una de las chicas tenía un buen par de pechos.
La tercera figura era más baja que las otras dos, con un pantalón de vestir negro que se ajustaba un poco más al llegar al culo, que incluso a esa distancia se podía notar que estaba muy bien. Una cascada pelirroja cubría parte de la espalda del saco también negro.
A no ser que estuviera muy equivocado, esas figuras pertenecían a Clara, Jessica y Betty.
¿Qué carajo hacían por la zona? Nunca las había visto por ahí. No era algo imposible, ya que por esa zona siempre transitaba mucha gente a todas horas durante el día, pero de todos modos llamaba la atención. Capaz que ellas habían ido muchas veces por ahí y recién ahora yo las reconocía. Ya me había pasado otras veces de que algún conocido me dijera que días atrás me habían visto por la calle y yo jamás me hubiera enterado. Era así de colgado a veces.
Además, así como yo había ido a tomar un café, en esa misma cuadra y varias más a la redonda abundaban los restoranes y las cafeterías, lo cual explicaría por qué las veía por esa zona.
Ya habían doblado la esquina cuando terminé convenciéndome de que ni siquiera podía asegurar a ciencia cierta que realmente eran ellas. Sólo las había visto de espaldas por unos treinta segundos. Podría haber sido cualquier otro trío de mujeres, no necesariamente mi hermana y sus amigas.
De todos modos me alegraba no habérmelas cruzado en la calle. Si bien podría inventar alguna excusa para encontrarme en esa zona, a diferencia de ellas, yo no estaba vestido realmente con ropa que correspondiera a un trabajo de oficina. Ni siquiera tenía una mochila o una bolsa como para mentirles, diciendo que estaba llevando documentos a algún cliente.
Tratando de despejar mi mente de preocupaciones sin sentido, terminé el café, pagué la cuenta y me dirigí a mi trabajo.
Caminé un par de cuadras en la dirección opuesta a la que se habían dirigido esas tres chicas y me acerqué a una puerta que estaba a mitad de cuadra. Toqué timbre y miré a la cámara de seguridad para que me reconociera el encargado. Me abrió y recorrí el pasillo que llevaba a la entrada para los empleados del local de Erica.
Mi jefa tenía todo realmente muy bien planificado. La puerta por la que había ingresado se hallaba del lado opuesto de la calle por donde ingresaban las clientas, así que no había forma de que se cruzaran con nosotros. Así, incluso si nos encontrábamos en la calle con alguna de ellas, no teníamos forma de saberlo, ya que nunca habíamos cruzado ni una mirada.
Entré en mi lado de la habitación y volví a encontrarme con los elementos de siempre. Una expresión de sorpresa se había dibujado en mi rostro. Casi seguro que estaba para la foto, pero no había nadie ahí capaz de retratarme en el momento justo.
No eran los elementos de siempre. Uno de ellos había cambiado. En lugar de la acostumbrada tarjeta amarilla, la que se hallaba encima de la mesa era de color dorado.
No lo podía creer. El cielo había escuchado mis plegarias y me había bendecido con un regalo que había ocupado mis fantasías desde hace tiempo.
El corazón me golpeaba el pecho como si quisiera salir y cruzar al otro lado del panel por su cuenta. Pero necesitaba tranquilizarme, o los nervios harían que todo terminara antes de empezar, y ya tenía pensado estirar todo lo posible ese turno. Estaba ansioso por salir a trabajar, pero ellas aún no habían llegado.
Miré la hora en la pantalla de mi celular y me di cuenta que todavía no eran las doce. Faltaban cinco minutos, y los pasé con la vista clavada en el reloj, como si de esa manera pudiera acelerar el tiempo por pura fuerza de voluntad.
Justo cuando vi que marcaba las doce, escuché el sonido de la puerta abriéndose del otro lado del panel. Por fin habían llegado.
Sentía un nudo en el estómago, los nervios me estaban matando. Tanto tiempo que había deseado que eso pasara y ahora que me encontraba en esa situación, tenía miedo de cagarla y que algo pasara que no pudiera rendir como tenía pensado. Las dudas invadían mi cabeza y yo luchaba por espantarlas mientras me preparaba para iniciar el turno.
Para colmo de males, parecía que esos nervios me estaban jugando una mala pasada. ¡No podía terminar de ponerme bien al palo! Miré hacia abajo con bronca, a punto de insultarme por el pésimo sentido del oportunismo que mi poronga parecía tener. Mi corazón bombeaba más sangre que nunca, pero parecía que habían hecho un piquete justo antes de que ésta llegara a mi verga.
-No me puede estar pasando esto justo ahora… -Susurré en voz baja, casi dejándome llevar por la desesperación.
Unos leves susurros del otro lado me señalaron que no era el único que se sentía así. Algo más confortado por esa idea, respiré hondo y me relajé. Necesitaba pensar en algo que me excitara y la imagen de mi hermana relamiéndose al clavar sus ojos en mi pija se me apareció. ¡No podía ser tan enfermo de pensar en eso para ponerme al palo! Odiándome, suspiré aliviado al sentir cómo había surtido efecto mi idea.
Un minuto más tarde ya había logrado arrancar como de costumbre, e introduje mi miembro en aquel agujero por el que había pasado tantas veces, esperando pasar por unos agujeros que moría por conocer por primera vez.
Las cosas empezaron como de costumbre, con las chicas tomándose su tiempo para saborearme, aunque cada tanto podía notar cómo alguna que otra vez un ligero temblor las dominaba, como si la ansiedad las sobrepasara y les costara dominarse. Entendía qué provocaba ese temblor, porque yo experimentaba la misma sensación.
Las expectativas eran altas, todos los que ocupábamos ese pequeño cuadrado separado por un panel sabíamos para qué nos encontrábamos ahí, pero luchábamos contra la tentación... Al menos ellas sí luchaban, a mí no me quedaba otra opción.
Distinta habría sido la historia si el maldito panel no existiera. Posiblemente ya estaría desesperado por penetrarlas, pero debía reconocer que tomarnos el tiempo para saborear la ansiedad tenía su lado excitante.
Una vez más tuvo lugar esa pequeña competencia para ver quién lograba introducir más centímetros de mi miembro en su boca y por más tiempo. Desde el vamos ya pude notar que, a diferencia de otras ocasiones, esta vez daba la impresión de que sería una lucha a muerte.
La primera de ellas ya había dejado la vara muy alta, porque se las había arreglado para alcanzar casi un minuto con dos tercios de mi verga en su garganta. Tuve que luchar a capa y espada contra las ganas que tenía de acabar en ese momento. No parecía que yo fuera a durar demasiado si esa era la forma en que pensaban calentar motores.
Cuando fue el turno de la segunda, ya estaba en una etapa en que podía ver las estrellas. Luego de forcejear por unos segundos que duraron siglos para mí, llegó casi hasta apoyar su cara contra el panel de tan adentro que había logrado meterla. Se escucharon unos sonidos de asombro de parte de las otras dos chicas, lo cual no hizo más que disparar mi excitación aún más.
El morbo de la situación pedía a gritos que descargara todo en ese preciso instante, pero obligué a mi cabeza a pensar en cualquier cosa con tal de no obedecer a ese llamado. Desde fútbol a política y todo lo que había en el medio, intenté con todas mis fuerzas contenerme.
Unas toses y jadeos entrecortados, provenientes del otro lado de la fina pared que nos separaba, fueron la banda sonora que llenaba mi cabeza mientras la tercera de ellas realizaba su intento de ganar la competencia. Lamentablemente para ella, no fue el caso, aunque había logrado llegar a un punto similar al de la primera chica.
No entendía de dónde provenía esa lucha a muerte, pero mi verga dio un par de sacudidas, intentando darles a entender que aplaudía sus actuaciones.
Durante unos instantes no sucedió nada. Sólo podía escuchar la fuerte respiración de una de ellas, casi seguro la que acababa de tener mi verga en su garganta, y algunos sonidos como de cierres y algo que golpeaba el suelo, pero apenas emitiendo un leve ruido, sólo eso. Yo continuaba esperando, mientras por dentro agradecía ese pequeño respiro para poder bajar un poco la sensación de estar al borde del orgasmo.
Como la vez anterior, ahora notaba una forma diferente de calor en el glande, cuando éste se puso en contacto con la zona exterior de la concha de una de mis clientas favoritas. Pero en esta ocasión nadie se iba a ir conforme con un contacto tan limitado.
¡Qué lindo que se sentía! Desde el primer momento parecía que esa conchita me quería exprimir hasta dejarme gastado. El ruido de los gemidos me alcanzó mientras esa cueva tan caliente y húmeda me presionaba por avanzar cada vez más adentro.
Ya estaba por la mitad cuando volvió a moverse hacia adelante hasta volver a la punta. No quería abandonar ese lugar que me hacía sentir tan bien, pero, como siempre que pasaba algo con ellas, yo no dictaba las reglas del juego.
Por segunda vez sentí su cuerpo acercarse a mí, y esta vez pude meterme más adentro. Se quedó quieta por unos segundos mientras yo disfrutaba de ese calor que amenazaba con derretirme. Yo intentaba no moverme, para que aquella chica de la que no sabía prácticamente nada pudiera acostumbrarse antes de iniciar la acción.
¡Si tan sólo pudiera usar mis manos! Ya la habría tomado de la cintura para dirigir yo los movimientos y aumentar la intensidad, pero me era imposible, todo gracias a ese maldito par de centímetros que nos separaban.
Ahora sí, lento pero seguro, había comenzado a moverse hacia atrás y adelante. Parecía decidida a disfrutar de cada centímetro de verga que avanzara por su interior, pero sin acelerar en ningún momento.
Pero yo no tenía pensado quedarme ahí quieto como una estatua. Mientras ella se dirigía hacia afuera una vez más, yo retiré mi verga un poco, obligándola a volver a moverse hacia mí. Así la fui atrayendo hacia mi lado, de a poco, hasta que prácticamente tenía su cola pegada a la pared. Ahí fue cuando empecé a moverme de golpe hacia adelante.
Posiblemente esa chica habría lanzado un aullido que se podría haber escuchado desde la otra punta de la ciudad, pero se veía que había cubierto su boca con las manos, porque el ruido que emitió fue mucho más bajo.
A pesar de eso, de inmediato volvió a pegar su cola contra la pared, invitándome a que fuera yo quien tomara las riendas del momento.
Tardé unos segundos en entender cómo su cuerpo se mantenía pegado sin irse hacia adelante, pero ahora casi que podía ver con claridad cómo sus amigas la mantenían en esa posición para poder recibir mi verga en toda su extensión.
Notaba cómo los jugos que ella largaba iban recorriendo mi tronco, pero eso solamente sirvió para que aumentara mi ritmo hasta donde fuera posible. Los gemidos que aquella desconocida clienta emitía llenaron la habitación a pesar de que era obvio que alguien (no sabía si ella misma o alguna de sus amigas) hacía lo que podía por ahogarlos con su mano.
Un temblor recorrió mi cuerpo, pero no lo había iniciado yo, sino que provenían del cuerpo que se encontraba del otro lado. Sentí cómo se salió de golpe, mientras un chorro de líquido caliente se alcanzaba a colar por el agujero, a pesar de que yo tenía el cuerpo bastante pegado.
Mi imaginación sólo pudo interpretar eso como que ella había acabado de una manera espectacular, y no pude evitar sonreír al ver en mi mente su cuerpo en el piso temblando, de tan fuerte que habría sido el orgasmo. Escuché unos jadeos fuertes, con alguna pequeña risa de por medio, casi confirmando lo que sospechaba.
Una menos, quedaban dos.
¡Hijas de puta! Ahora podía sentir cómo las otras dos amigas saboreaban mi verga todavía cubierta por los jugos de aquella que en estos momentos se estaba recuperando de su orgasmo. ¡Qué golosas que eran! Me encantaba ese nivel de perversión.
Después de dejármela bien limpia, fue el turno de la siguiente desconocida. Al igual que la primera, se tomó su tiempo para acostumbrarse a mi miembro, aunque parecía que el fuerte orgasmo de su amiga la había estimulado y no dudaba tanto a la hora de dejarse penetrar.
En poco más de un minuto ya habíamos empezado a aumentar el ritmo considerablemente. Esa chica tenía algo más de aguante, pero podía escuchar sus gemidos contenidos de todos modos.
Pocos segundos después, sin embargo, me tomó por sorpresa que se hubiera retirado de la pared por completo, dejándome en el aire una vez más. Aunque no tardé mucho en entender por qué lo había hecho, al volver a sentir una boca engullendo mi verga todo lo posible por unos segundos.
La primera chica parecía haberse recuperado, porque ahora eran dos las que se dedicaban a brindarme placer oral, turnándose entre ellas. ¿Acaso el morbo de esas chicas no tenía ninguna clase de límites? Dividido entre el placer que avanzaba por mi cabeza y la bronca de no poder tener un encuentro con ellas sin una separación de por medio, me dejé llevar.
Nuevamente volví a sentir cómo ingresaba en una de mis clientas. Suponía que la segunda no pensaba conformarse con menos de lo que había recibido su amiga y de inmediato entramos en un ritmo intenso de penetración.
Otro temblor sacudió mi verga cuando ella llegó al orgasmo finalmente. No largó tanto como su amiga, pero sentía lo empapado que había quedado mi miembro cuando ella se liberó de mí. Sus dos amigas, ni lerdas ni perezosas, volvieron a envolverme con sus lenguas, una vez más decididas a saborear mi pija, condimentada con el néctar proveniente de una de ellas.
Finalmente llegó el turno de la tercera clienta. Al primer contacto con la entrada de esa cuevita era como si me pudieran salir ampollas en la punta de tan caliente que se sentía. Sin embargo, esa chica parecía tener planeado jugar un poco conmigo, porque al primer intento de penetrarla retiró de inmediato su cuerpo, para luego darme un pequeño golpecito en el tronco de mi verga, como castigándome por avanzar sin permiso.
Había que reconocerlo, ese pequeño gesto me hizo sonreír, me gustaba que fuese así de traviesa conmigo. Me tenía en sus manos, tanto literal como metafóricamente.
Unos segundos después decidió abandonar los juegos para dedicarse a lo que había venido ese día. Ahí fue cuando pude realmente entrar en ella. ¡Dios! Lo estrecha que estaba esa chica… Tuvimos que luchar una pequeña batalla para que mi glande se abriera paso, pero se veía que la excitación pudo más que ella, porque una vez que terminó esa lucha, luego me dejó avanzar con un poco más de facilidad.
Después de un par de minutos logré entrar por completo, o tanto como me permitía la separación que había en la habitación. Una vez me lamenté por la existencia de esa maldita barrera. Nada me habría gustado más que poder agarrarlas de la cintura para agarrar impulso y enterrarles mi verga hasta sentir sus culos chocando con mis muslos.
A pesar de eso, no podía quejarme de cómo lo estaba pasando en ese momento. Parecía que habían reservado lo mejor para el final, porque me estaba dando guerra como loca aquella chica sin nombre ni rostro, pero con una concha que era un infierno.
Yo no me animaba a aumentar mi ritmo, pero un par de ligeros golpes en la pared me llamaron la atención. Quería que le diera más duro, y no veía razones para no darle el gusto. Una vez que empecé a darle en serio, ella había logrado sincronizarse conmigo para acompañarme en los movimientos y lograr mayor recorrido.
Lo caliente que estaba esa chica, realmente podría fundir oro ahí adentro… ¡Lo que habría dado por estar en una cama con ella y dejarme cabalgar hasta que me dejara más seco que un desierto! Su calor, su actitud juguetona al principio y luego mucho más decidida, lo apretada que estaba, sus gemidos… No había nada que no me gustara, pero ni siquiera le había visto la cara, lo cual sólo servía para alimentar mi excitación.
Finalmente el volumen de sus gemidos comenzó a subir, y al mismo tiempo se volvieron entrecortados. Parecía que en cualquier momento iba a llegar a su orgasmo, y no me encontraba muy detrás en ese aspecto. Pero ella me ganó de mano y dejó escapar un grito de placer que detonó en mis tímpanos con más fuerza que la explosión de la bomba de Hiroshima. Ese grito se estiró por unos segundos mientras una sorprendente cantidad de líquido parecía bañar mi verga a distancia.
Escuché un ruido del otro lado. Daba la impresión de que la última chica había caído al suelo al haber perdido el control de sus piernas. Se oían unos fuertes jadeos, mezclados con un suave sollozo. ¿Estaría llorando de tan fuerte que había acabado? Sonreía de satisfacción mientras mi ego se elevaba por encima del monte Everest al saber que había sido capaz de algo así.
Controlé el horario, ya estaba por terminar el turno y mi verga ya se encontraba a punto caramelo, lista para dejar salir lo que venía guardando desde el domingo.
Mis tres clientas favoritas se acercaron para masturbarme con intensidad, y yo no podía estar más agradecido de eso. Me mordí la lengua para evitar que mis gemidos se oyeran con fuerza, pero inevitablemente alcanzaron sus oídos. Una boca cubrió mi glande mientras una mano recorría el resto de mi verga, invitándome a descargar.
Si ellas así lo querían, ¿quién era yo para negarme?
Con un fuerte resoplido dejé salir todo lo que había acumulado en aquella boca que se esforzaba por recibir mi semen tan caliente como el interior de sus cuevitas. Esos labios no se despegaron hasta que con un último estertor dejé salir la última gota que me quedaba guardada.
A continuación pudo llegar claramente a mis oídos el sonido inconfundible de alguien que tragaba algo, lo cual sólo podía significar que una de ellas se había quedado con mi acabada, sin compartir con las demás.
-Hija de puta… -El susurro tenía un tono de envidia dirigido hacia aquella egoísta que se había encargado de conservar el blanco tesoro para sí misma. Esperaba alguna pequeña discusión por lo que acababa de suceder, pero parecía que eso había sido pactado de antemano. ¿Quizás la pequeña competencia que habían realizado al principio del turno tuvo como recompensa quedarse con lo que saliera de mi verga? Eso habría explicado la intensidad con la que habían decidido tragarse mi miembro.
Una vez que todo terminó, escuché los sonidos de siempre que indicaban que ya estaban guardando sus cosas y, en este caso, volviendo a vestirse. Los acostumbrados besitos de despedida no se hicieron esperar, dando el cierre oficial a un turno que ya sabía que iba a quedar grabado a fuego en mi memoria.
Cuando escuché que habían cerrado la puerta tras abandonar el cuarto, la subida de adrenalina estaba terminando su efecto, y empecé a notar cómo el cansancio se apoderaba de mi cuerpo. Me senté en una silla que se encontraba cerca y estiré las piernas mientras tomaba un poco de agua.
Eso sin dudas había sido muy intenso. ¿Se repetiría algún día? ¿Habría otro miércoles donde me volvería a encontrar con una tarjeta dorada esperándome con la promesa de un rato de sexo como el que acababa de tener hoy?
Llegué a mi departamento todavía con una sonrisa de oreja a oreja. Mis piernas pedían a gritos que las dejara descansar, y luego de una cena ligera, me tiré en la cama para darles el gusto luego de lo que definitivamente había sido uno de los mejores días de mi vida.
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El resto de la semana se me pasó volando como si todavía estuviera en las nubes después de lo que había sucedido ese miércoles, y cuando quise darme cuenta ya había llegado el domingo.
Como era de esperarse, Betty y Jessica ya se encontraban en la casa de mis viejos, charlando con mi hermana en el living, haciendo una pequeña previa antes del almuerzo para celebrar el cumpleaños de Clara.
Tanto Jessica como Betty se levantaron de inmediato con una sonrisa de oreja a oreja, y me rodearon por ambos flancos para abrazarme. Yo no pude más que dejarme atrapar para disfrutar de la chance colocar mis manos en sus cinturas y de sentir sus pechos aplastarse contra mi cuerpo.
-¡Hola chicas! ¿Cómo andan? –Pregunté con una sonrisa.
-¡Muy bien! ¿Y vos? –Betty se había vuelto a sentar junto con Jessica.
-Acá, acercándome a la cumpleañera para saludarla. –Dije, ya frente a mi hermana. -¡Feliz cumpleaños, hermanita! –Exclamé, tomándola de la cintura para abrazarla y levantarla hasta que su cabeza estuvo por encima de la mía.
Si bien no estaba vestida de una manera que pudiera llamarse provocativa, la remera ajustada que tenía puesta dejaba marcadas sus tetas justo a la altura de mi cara. El fugaz deseo de enterrar mi cara justo en medio de ese valle pasó por mi cabeza, pero pude reprimir el impulso justo a tiempo.
Por suerte el almuerzo transcurrió en paz. No había vuelto a ver a las amigas de Clara desde aquella noche en el cumpleaños de Charly, así que tenía algunas dudas de qué podría pasar, pero ni Betty ni Jessica parecían actuar de manera distinta a lo que había sido el trato de siempre.
Ya habíamos comido una muy rica torta de cumpleaños preparada por mi vieja, que nos dejó a todos sin ganas de levantarnos de la mesa por un rato, cuando llegó el momento de entregarle los regalos a mi hermana.
Primero fue el turno de mis viejos, que le dieron un cupón de compra en una famosa tienda de ropa de la cual ella era fanática. Cuando llegó el turno de Jessica y Betty, ellas no le entregaron nada.
-Nosotras se lo dimos por adelantado. –Dijo Jessi, provocando risas en las tres amigas.
-Sí, fue un regalo que todas pudimos disfrutar. –Agregó Betty, todavía riendo.
-¡Qué lindo! –Exclamó mi vieja. -¿Qué te regalaron? –Preguntó, mirándolas con curiosidad.
-Me regalaron una sesión de spa en el centro. Fuimos para allá el miércoles. –Respondió mi hermana, con naturalidad. Luego se echó una rápida mirada cómplice con sus amigas, que mis viejos no alcanzaron a notar.
-¡Con razón se las nota tan radiantes! –Dijo mi viejo, mirando a las tres con una amable sonrisa. Ellas no hicieron más que sonreír por el cumplido.
-¿A cuál fueron? ¿Al de la avenida? –Mi vieja seguía intentando saciar su necesidad de información.
-A uno que está cerca del centro deportivo. –Respondió Betty. –Abrió hace un par de meses, pero nos habían hablado bien del lugar, así que fuimos. Y la verdad que lo pasamos de maravilla. –La sonrisa que mostraba confirmaba que efectivamente la habían pasado muy bien.
Algo no me cerraba. El miércoles estaba seguro de que las había visto cerca de mi trabajo. ¿O no? ¿Habían sido ellas o sólo había sido mi imaginación? ¿A qué venía esa mirada cómplice de mi hermana con sus amigas? ¿Realmente habían ido a un spa?
Mi cabeza hervía de preguntas, pero no era momento de salir con acusaciones sin sentido, especialmente porque para acusarlas yo tendría que decir que estaba en la zona. Además, tampoco quería mandar al frente a mi hermana en medio de su cumpleaños.
-¿Y vos? –Clara me miraba con ansiedad. –Me dijiste que tenías un regalo sorpresa para mí, así que más te vale que sea bueno. –Agregó, amenazándome en broma.
-No sé, decime vos. –Le retruqué sonriendo, alcanzándole un sobre.
Mi hermana lo abrió con la ansiedad digna de una nena de cinco años en Navidad, y extrajo su contenido. Se quedó mirando los objetos que tenía en su mano como si fuesen el tesoro más importante de la historia de la humanidad. En cierta forma, al menos para ella seguramente lo eran. Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas producto de la emoción, pero no había dicho ni una palabra todavía.
-¡Boluda! ¿Qué pasó? –Jessica se acercó preocupada, con Betty pisándole los talones. -¿Qué te regaló?
Sus amigas vieron lo que tenía en sus manos y, después de unos segundos de incredulidad, soltaron un grito tan agudo que no me hubiera sorprendido si todos los perros de la cuadra se hubieran puesto a ladrar.
-¡Me estás jodiendo! –Betty todavía no podía controlar el volumen de su voz. También habían brotado algunas lágrimas de sus ojos y de los de Jessica. -¡Decime que son de verdad! ¡Más te vale que sean de verdad porque te mato si son falsas! –Agregó, mirándome mientras trataba de contener su emoción, sin éxito.
Yo empecé a reírme mientras asentía con la cabeza. Supuse que les iba a gustar el regalo, pero no pensé que fueran a reaccionar de una manera tan zarpada.
-¿Qué les pasa? –Me preguntó mi viejo, mirándome sin entender nada.
-¡Nos compró las entradas para el show! –Respondió mi hermana casi gritando de la emoción. ¡NOS COMPRÓ LAS ENTRADAS PARA EL SHOW DE REENCUENTRO! –Gritó, mostrándole las entradas a mis viejos.
Las tres habían sido en su adolescencia extremadamente fanáticas de los Backstreet Boys, al punto de que recordaba con claridad cómo mi hermana había llegado a cubrir cada rincón de su habitación con posters, recortes de revistas, figuritas, dibujos, y cualquier otra cosa que tuviera la imagen de alguno de sus integrantes.
Incluso habíamos tenido las obvias discusiones con mi hermana porque siempre ponía su equipo de música al palo con los temas de la banda, lo cual rompía mucho las pelotas a mi versión adolescente, y a cada rato aparecía por su habitación para gritarle que la cortara con “esa música de mierda”.
Lamentablemente para ella, durante la época de mayor fama de la banda nuestra familia no pasaba por el mejor momento económico, por lo que su gran cuenta pendiente y la de sus amigas era poder ir a un recital de ellos.
Cuando se había anunciado que la banda haría una gira mundial de reencuentro y visitarían la Argentina, como ninguna de las tres estaba en condiciones de comprar las entradas, no les quedó otra opción que resignarse a que seguirían condenadas a no verlos en vivo.
De ese momento habían pasado unos meses, y yo había comprado las entradas con anticipación, preparando la sorpresa para el cumpleaños de mi hermanita, que caía días antes del recital.
Tanto mi hermana como sus amigas se acercaron a mí para abrazarme y llenarme de besos de agradecimiento. Alguno que otro me lo habían dado peligrosamente cerca de mis labios, pero por suerte (o desgracia) no llegaron a pasarse con los besos.
Obviamente yo había disfrutado mucho de encontrarme rodeado por esas tres bellezas y sentir sus labios sobre mi rostro y sus pechos presionando mi cuerpo. Quizás debería comprarles más entradas para sus shows favoritos, si con eso conseguía más momentos como ese.
-Boludo… Encima son en las primeras filas. –Comentó mi hermana, secándose las lágrimas y examinando con detenimiento las entradas. -¡Te costaron un ojo de la cara! ¿Cómo hiciste para pagarlas? –Me preguntó, con curiosidad.
-Las conseguí hace unas semanas. La hermana de un compañero de trabajo las tenía, pero no sé por qué, las tuvo que revender, y me las estaba dando casi a mitad de precio porque parecía que necesitaba la plata urgente, así que aproveché la oportunidad. –Mentí con convicción. Con el supuesto salario que yo ganaba, habría sido imposible comprar unas entradas tan caras, así que ya tenía la historia preparada por si surgía esa pregunta.
-¡No sé cómo vamos a hacer para devolverte este favor! –Dijo Betty, todavía lagrimeando junto con Jessica, que asentía en silencio. -¡No lo puedo creer! –Exclamó, mirando las entradas como si pudieran desaparecer en el aire si les quitaba la vista por más de un segundo.
-Ya veremos, seguro algo me van a poder dar. –Comenté con una sonrisa. Trataba de que mi cabeza no imaginara demasiado sobre las posibles formas en que mi hermana y sus amigas podrían recompensarme, pero cada tanto alguna fugaz imagen de los cuatro teniendo una tremenda fiesta sexual cruzaba por mi mente. Definitivamente no era algo que pudiera decirles en voz alta.
-Algo vamos a encontrar, ¡quedate tranqui que esto no se va a quedar así! –Replicó Jessica, que ya había dejado de lagrimear y miraba las entradas con igual intensidad que mi hermana y sus amigas.
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Finalmente llegó el día del recital y, como no tenía ningún turno ese día, me ofrecí a llevarlas hasta el estadio y quedarme por la zona hasta que terminara el recital para que volvieran conmigo. Ellas me iban a pagar la nafta, pero así y todo les salía mucho más barato que pagar un taxi, además que volverían más rápido conmigo.
Y ya que estaba, aprovechaba para pasar un rato más con Betty y Jessica. No iba a dejar pasar la oportunidad de que estuvieran aún más en deuda conmigo. No tenía ningún plan en mente todavía, pero no me perjudicaba seguir acumulando puntos a favor en caso de que algún día pudiera generarme una buena chance de que pasara algo con ellas.
El viaje de ida pasó sin sobresaltos, y las dejé a unas cuadras del estadio para poder buscar un lugar donde estacionar sin que me mataran con los precios. Al bajar, pude disfrutar durante unos segundos de ver sus culos enfundados en apretados jeans, mientras caminaban hacia el estadio. ¡Qué bien que se las veía de atrás!
Las horas pasaron y se iba acercando la hora en que me habían dicho que el recital podría terminar. Llamé a mi hermana para confirmar su ubicación, pero no atendía. Supuse que todavía no habría terminado el show, por lo que dejé pasar unos minutos. Volví a llamarla, pero no atendía nadie. Finalmente al tercer intento alguien respondió.
-¿Hola? ¿Pedro? –Era la voz de mi vieja.
-¿Mamá? ¿Qué hacés en el estadio? –Decir que estaba confundido era quedarse corto. No tenía sentido que mi vieja acabara de atender el teléfono de mi hermana.
-¿Qué estadio? Estamos en casa nosotros. Tu hermana dejó este teléfono porque se había quedado sin batería y se llevó el del trabajo. ¿No te avisó? –Me preguntó unos segundos más tarde, atando cabos.
-¡No! ¡Más bien que no! –Quería matar a mi hermana. ¿Cómo carajo iba a comunicarme con ella ahora? -¡Ni sabía que tenía un teléfono del trabajo!
–Esta chica… ¡Estuvo con la cabeza en cualquier lado todos estos días desde que les regalaste las entradas! –Se quejó mi vieja. -¿Tenés para anotar? Ahí te paso el número.
Anoté el número en un papel que tenía de casualidad en el auto y luego de cortar la llamada lo agendé en mi celular. Inmediatamente llamé a mi hermana, que atendió al instante. No le di tiempo a decir nada que ya estaba lanzándole mi enojo.
-¿Pero sos boluda o qué? ¿Cómo no me vas a avisar que te habías llevado otro teléfono? –Dije casi a los gritos.
-¡Bueno che, perdón! Estamos yendo para el lado de la avenida, te esperamos en la esquina del monumento. –Respondió, haciendo caso omiso de mis protestas. –Dale que ya es tarde. –Agregó, para luego cortar la llamada.
¡Lo que faltaba! Encima que se olvida de decirme que se llevaba otro teléfono, ¡tiene la cara suficiente para reclamar que me mueva rápido! Enojado, abrí el Whatsapp para enviarle un mensaje para decirle de todo, cuando miré la foto de perfil de su teléfono de la empresa.
Era un paisaje de playa. Un paisaje de playa que conocía muy bien. Era el paisaje de playa que había visto en muchas ocasiones durante los últimos dos o tres meses.
Se me cayó el celular de las manos, pero no me importó. Mi cerebro parecía que acababa de desconectarse y no iba a volver a funcionar nunca más.
Finalmente había logrado averiguar la identidad de mis tres clientas favoritas, que me habían brindado tanto placer desde hace un par de años, y que me habían provocado los mejores orgasmos de mi vida. Se llamaban Jessica, Betty y Clara.
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Hasta acá la quinta parte. En la sexta podremos conocer la reacción de Pedro a semejante noticia.
Espero que hayan disfrutado la lectura. Los puntos y comentarios siempre se agradecen.
Nos leemos la próxima.
Comentarios Destacados
32 comentarios - Cómo descubrí que mi hermana adora mi pija (Parte V)
Vas muy bien ..
van 10
Me copa mal la historia... y ni qué decir los momentos hot.
Adrenalina, ansiedad y morbo a mil! +10