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Todo lo que va, se devuelve. Y para el jueves de esa semana, era yo el que bombardeaba el chat de Sarah para disculparme.
Al parecer, el karma es delicioso para las mujeres, dado que no me dio respuesta hasta bien entrado el viernes, y Marisol, por su parte, me sonreía con cierta malicia, al verme así de afligido.
S :No tienes que preocuparte. Está bien. Eres interesante.
Y posteriormente, me envió el emoji de mirada cómplice.
Por la noche, hicimos el amor con muchas ganas con mi esposa. Por mi parte, feliz de haberme ganado el perdón de Sarah y Marisol, ante la idea de hacer cosas con nuestra vecina al día siguiente.
Durante la mañana del sábado, repetí la rutina de la última vez, con la diferencia que avisé a mis vecinos con que ahora Sarah me ayudaba a realizar las compras, de manera tal que evitará rumores si nos ven juntos.
Y por la tarde, 10 para las 5, estaba en el estacionamiento.
Sarah ya me esperaba, en esa tenida tan formal a la que estaba acostumbrado: un pantalón blanco, muy apretado; una blusa negra, de lana, hasta el cuello y una chaqueta blanca, color pastel, que combinaba con sus pantalones.
No pude evitar sonreírle de forma cálida. Su respuesta fue más interesante: comenzando con cierta sorpresa al verme, se tornó en una de mayor satisfacción al contemplar mi reacción.
No hablamos demasiado. Mayormente, de lo que hemos hecho en nuestro trabajo y creo que lo hicimos para alivianar la tensión y nerviosismo que teníamos.
Pero avanzando por la avenida principal, divisé una farmacia:
- ¿Me puedes esperar un poco?
· Por supuesto.
- Necesito comprar preservativos.
Sonreí al ver su lindo rostro enrojecer de asombro.
En la tienda, sin embargo, a nadie le hizo gracia mis compras, considerando que la gran mayoría compraba máscaras, jabón líquido y jarabes.
Y al llegar al hotel, el administrador se mostró nervioso con nosotros. Más conmigo, por mi exabrupto del miércoles e incluso, se ofreció a no cobrarnos, en vista que prácticamente, no usamos la habitación.
Pero esa vez, las cosas serían distintas y “acordamos” que sí le pagaría una sola noche.
Mientras abría la puerta a “nuestra habitación” (con 3 veces seguidas, se ha ganado ese título), le dije a Sarah que no conversaríamos tanto.
Ella mostró un gesto de alivio y no pudo evitar sonreírse al ver la bolsa con los condones.
La tomé de la cintura y la besé con furia. Le agarré de su rotundo trasero y la apresé hacia mi pene, para que viera cómo me tenía.
Me miró con sorpresa, al ver que la delicadeza de la última vez había quedado de lado. Incluso, soltó unos suspiros caprichosos al sentirme nuevamente luchando con el bucle de su pantalón.
Fui palpando el contorno de su sexo. Se retorcía, pero no me soltaba ni del cuello ni de los labios.
Eventualmente, el pantalón cedió e invadí con mi mano. Volvió a soltar una sensual exhalación. Un suspiro, con “señal de alivio”…
Para mis dedos, no fue sorpresa encontrarse húmedos. Empujé la tela de su calzón, adivinando sus contenidos y paró de besarme. Mayor humedad salió a recibirme y me divertí un poco con el botón que cuando presionaba, le hacía suspirar.
Fue entonces que consideré el momento preciso para ponerme de rodillas. A propósito, deslicé mi rostro sobre sus suaves y regordetes pechos. Percibí su tibieza y su aroma, pero en el fondo, sabiendo que habría tiempo para ellos.
Tenía antojo de otra cosa…
Apoyé mi rostro sobre su calzoncito blanco, dejando de dedear. Nos miramos y ella ya no se opuso, sino que lo aceptó.
Forcé el calzoncito blanco hacia abajo, por ambos extremos de su cintura, por las tiras y con delicadeza. Sarah sentía la inminencia de lo que se venía…
Ese placer que le cedí por miserables minutos la última vez.
Empecé a mordisquear su sexo y ella se contrajo. Estaba parada en la pequeña sala de estar, como estatua, sin siquiera ocurrírsele sentarse en el sofá.
No que precisamente me molestase, claro está, porque podía sobar su trasero a mis anchas…
¡Cuántos placeres nos quedan por descubrir!
Pero en ocasiones, se les iban los ojos al paquete que compré, que quedó en la mesa de centro.
Retomé, entonces, la labor que dejé pendiente la última vez. Su cuerpo se contrajo al sentir otra vez, mis dedos apilarse por entrar en ella. No descuidé su clítoris, en el intertanto, para hacerlo más grato para ella y a la vez, facilitarme la labor.
Trató de cubrir su boca con sus manos, pero sus suspiros la delataban.
Y en modo de travesura, o tal vez para sorprenderla, empujé su cuerpo por el vientre, desequilibrándola y haciendo que cayera sobre el sofá.
Me miró sin saber qué pasaba, pero al notar mi sonrisa, que le aseguró que todo sigue bien, se dejó hacer.
Pasé los próximos 15 minutos instigando, lamiendo y forzando, logrando mi objetivo de meter 3 dedos sin tanto esfuerzo y Sarah estaba desecha, con una sonrisa increíble.
Entonces, tomé la bolsa y saqué la caja. Cualquiera que la hubiese visto, habría dicho que era un ángel ilusionado. Me solté los pantalones y me bajé el calzoncillo.
· Es… grande…- exclamó, al verla imponente en los momentos que me ponía el preservativo.
Nuestras miradas se encontraron una vez más, con mi falo ad portas de su hendidura. Era el momento de la verdad y la única oportunidad de retractarse.
Aunque sus lindos ojos se veían nerviosos, se mordía los labios y suspiraba complicada, mirando ocasionalmente el falo que se disponía a penetrarla.
Nos vimos una vez más, haciéndome un gesto y entregándose.
Me sorprendía su estrechez. Podía ingresar el glande levemente, pero avanzar, era otra cosa distinta.
Sarah soltaba suspiros entre sorpresa y dolor, porque realmente, estaba siendo difícil para ambos.
· ¡Ve despacio!... ¡Ve despacio!
Pero no era necesario que me lo dijera. Iba leyendo sus gestos para guiarme.
Eventualmente, la situación se empezó a tornar más fluida y Sarah sentía más placer. Sus preciosos ojitos celestes se veían sorprendidos y a la vez, anhelantes por un mayor ritmo y hasta dónde nos llevaba.
Pero para mí, fue bastante grato. Por algún motivo, empecé a sentir cierta posesión de Sarah, en el sentido que su cuerpo envolvía mi pene y tenía que ganarme el avance.
Y a pesar que tenía sus pechos ondulantes aun bajo la blusa, en realidad, estaba más entusiasmado de tocar su trasero durito y redondito.
Pero eventualmente, teniendo todo mi pene en su interior, encontré “una resistencia”…
Sarah me miró asustada, al no saber qué pasaba. Pero al forzar esa resistencia, mostró un placer que nunca había sentido y se empezó a dejar llevar por él.
Yo embestía con ganas. Su trasero era exquisito y por algún motivo, creía que clavándola más profundo, me dejaba más cerca de él. Era una estructura firme, blanda, suave y deliciosa al tacto, de una manera tal que tratabas de competir con él, para ver qué tanto le podías comprimir.
Sus pechos, por supuesto, se sacudían con cada embestida bajo la blusa y me recordaban que los había dejado pendiente.
Fue en esos momentos que a Sarah le empezó a embargar un gran orgasmo. No quería perdérmelo y me coloqué junto a su rostro, para poder besarla.
Por supuesto que no perdió la oportunidad, al igual que yo tampoco, agarrando sus pechos y sopesándolos sobre mis manos.
El sentimiento intenso de ella, semejante a una ola, llegó a su clímax y aproveché para soltar mi carga.
No sé qué efecto causó en ella, pero parecía una diosa de la satisfacción: cerró los ojos, en una combinación tierna y sensual, junto con los labios y me empujó suavemente, no tanto para apartarme de ella, sino que para dejarse envolver por aquel sentimiento.
Y por espacio de uno, 2 minutos, se quedó callada y mirando hacia el lado, dejándome completamente maravillado.
· ¡Disculpa!- me respondió, luego de abrir los ojos y empezar a sonreír.- ¡Nunca me había pasado algo como esto!
- Yo… nunca vi a una mujer actuar así…-confesé.
Y una vez más, ese espacio de vergüenza, que no te atreves a mirar a la persona con la que estás, volvió a ocurrir.
Y a pesar que lograba doblegar a mi mente e intentaba poder mirarla, no podía hacer nada respecto a mi sonrisa.
Finalmente, logró encontrar fuerzas y volvió a mirarme.
· Debo confesarte algo…- alcanzó a decir, antes de bajar la mirada, con sus mejillas levemente sonrosadas.- ¡Te he mentido!... No he estado con un hombre en varios años…
- ¿Cuántos hacen?- Pregunté, no tanto por morbo, sino que por curiosidad.
Ella dudó más en revelarlo…
· ¿Unos… veinte?- preguntó, estudiando con temor mi expresión.
Mi reacción en su interior fue completamente involuntaria.
¿No había estado con nadie más, aparte de Gavin?
· Debes entenderme.- Señaló ella, sobreponiéndose majestuosa.- Ya era difícil para mí cursar leyes y no pensaba ganarme mi título ni mi trabajo por limosnas… (dijo con orgullo, refiriéndose a la oferta de Gavin)… pedí a mis padres ayuda para criar a Brenda y tras 4 años, la traje para vivir conmigo… pero después, me dediqué a mi trabajo… creía que enamorarme era una pérdida de tiempo y…
- Una distracción para tu enfoque.- interrumpí sus palabras.
Quedó pasmada, pero de alguna forma, intuía que eso teníamos en común.
Le expliqué que durante mis años universitarios, también pensaba así. En mi caso, había sufrido de tantos amores no correspondidos, que combinados con mi inhabilidad para interpretar las miradas de las mujeres, me hizo perder el entusiasmo y enfocarme netamente a mis estudios.
Ciertamente, entendía a lo que se refería, porque los breves enamoramientos que tuve, me llenaban de pajaritos en la cabeza y reforzaba más mi concepto de no enamorarme, dado que también mis asignaturas eran complicadas para mí…
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Cuando le conté eso a mi Ruiseñor, se entristeció.
Ya es difícil para ella la idea que yo comparta algo especial con otra mujer, porque imagino que al igual de las otras personas que disfrutan de las infidelidades de sus parejas, siempre queda el temor que se enamore de alguien más.
Pero en mi caso, no pienso que sea así.
Para poder terminar estando así como estoy con Marisol, tuve que luchar bastante, tanto laboralmente, como en los estudios y con los ahorros.
Y no puedo dejar que ese esfuerzo se desperdicie.
Además, a pesar que ella constantemente se menoscaba, sigo creyendo que es mi pareja perfecta, ya que compartimos los mismos intereses y ella no me juzga porque veo caricaturas con mis hijas o si me devano la cabeza si vale la pena comprarse una consola para jugar un juego.
Marisol es de esas mujeres que se sienta con su bol de cereales a verlo con nosotros o me ayuda a ordenar las ideas y prioridades de por qué sí o por qué no conviene.
Pero este tema en particular afectó a mi esposa, ya que al conocerme al final de mi carrera universitaria, pensó que me distrajo, cuando en realidad, le dio un mayor dulzor a mi vida…
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Pero le dije a Sarah que trabajar y estudiar no lo es todo.
Que de esa manera, no te das cuenta de las cosas que pasan a tu alrededor y también te pierdes de muchas cosas, que dan alegrías a la vida.
Vinieron a mi mente las incontables tardes que Marisol se sentaba a mi lado a charlar y a hacerme reír; sus oportunos abrazos, cuando no tenía a nadie más para confesarle mis derrotas y sus optimistas promesas que todo estaría bien; esas frías y nubladas tarde de invierno, donde compartíamos los audífonos para que ella me mostrase las canciones que le gustaban.
Sarah se dio cuenta que sonreía y no precisamente por ella.
- Quieres saber por qué soy infiel, ¿Cierto?
Le expliqué lo mucho que amo a Marisol. Cómo nos enamoramos y todo lo demás.
Pero también le confesé que, al perder la virginidad con una mujer como ella y al hacerlo a los 28 años, con mi futura cónyuge bordeando los 17, mi esposa pasó a ser una adicción para mí.
No quería decepcionarla como amante y cada vez, me esforzaba por aguantar más que ella hasta que se viniera.
No me di cuenta cuándo mi aguante se incrementó tanto (en realidad, no quise comentarle del periodo que denominé “seis por ocho”), pero para ese entonces, era capaz de correrme 3 veces seguidas y todavía, ansioso por más.
Y le expliqué que Marisol es una buena mujer.
Que se deja manosear y hacerle el amor cuanto yo quiera. Pero que estábamos llegando a un punto que me daba cuenta que ella lo hacía más por satisfacerme a mí, que por desearlo ella.
Y que por ese motivo, para poder disipar esa “Energía excedente”, yo buscaba amantes, para compartir un poco mejor con mi mujer.
No sé qué tan creíble le habré parecido. Pero al menos, a mí me hacía sentido, dado que pasé un año sin buscar una amante por otro lado.
Como era de esperarse, la conversación había matado los ánimos y aún quedaba hora y media para disfrutar.
Saqué mi pene inerte de ella, dado que el preservativo me incomodaba y no aguantaría una 2nda ocasión.
Por su parte, mostró cierta decepción al sacar mi apéndice. Como mencionó, hacían años que no había sido rellenado de aquella manera y su tibio cuerpo se había acostumbrado al nuevo visitante.
Pero no dejó de sorprenderse al verme sacar el preservativo usado y poner otro en su lugar.
· S-s-s-sigue grande…- exclamó ella, aunque estaba a 3/4.
En esta oportunidad, me senté yo sobre el sillón, aunque la atención de Sarah se enfocaba en el misterio de mi entrepierna.
- Quiero que tú me montes, por favor.- le pedí.-Me encantaría ver la forma de tus pechos.
Ese comentario le hizo enrojecer nuevamente…
· Te advierto… que no son tan lindos como los de tu esposa.- señaló, con las manos en la base de su blusa.- No están… tan firmes… y, bueno… me cuelgan.
Me reí un poco, confundido por su actitud.
- Pero son grandes, ¿Cierto? Siempre me han parecido así…
Una vez más, enrojeció y le corté las palabras.
· Sí, lo son.- respondió, no precisamente con orgullo, sino que con dificultad.- Pero no pienses… que son como los de las modelos… o algo así…
- Bueno… me encantaría verlos.
Y volviendo a enrojecer y cerrando los labios como en un piquito, empezó a levantarse la blusa.
Salieron a mi encuentro 2 portentosos senos cubiertos bajo un sostén blanco, en el sentido que me recordaban armas de destrucción masiva de las series de animación japonesa.
A su vez, Sarah disfrutaba estudiando mi reacción.
· ¿Qué es lo…? ¿Te gustan?- Preguntó con inseguridad, pero reafirmando su existencia con mi admiración.
(What do you…? Do you like them?)
- ¡Me encantan!- respondí alelado.- ¡No puedo creer cómo sigues soltera!
Volvió a sonreír con dulzura y se soltó el remanente, mirándome muy intrigada.
Sus senos eran blanquecinos, con un pequeño y redondo pezón rosado y si bien, colgaban un poco, la verdad es que no dejaban de verse apetitosos.
· ¿Y bien?- preguntó, estrujándolos levemente cuando movió sus hombros hacia adelante.
No pude contenerme más y me abalancé sobre el pecho izquierdo, para degustarlo.
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Le explicaba a Marisol que la textura era mucho más suave que los suyos, al punto que podía enterrar mi rostro en ellos y sentir la manera en que el tejido se distribuía sobre mi cara, a diferencia de los de mi cónyuge, que todavía mantienen esa rigidez desafiante, producto de su juventud.
Pero que esperaba que, cuando ella llegase a esa misma edad, fueran tan cálidos como los de Sarah o los de mi suegra, excitando a Marisol un poco más.
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· ¡No! ¡Espera!- pidió ella, al ver que el juego se le iba de las manos.
Pero la verdad era que yo no quería soltarlos. Pensar que esos lindos pechos no habían sido atendidos por más de 20 años me llenaba de codicia y lo único que pensaba en esos momentos, era morderlos, marcarlos y hacerlos míos.
Me parece que fue en ese punto que ella dejó caer su cuerpo. Al principio, claro, se resistía a que la mordiera y le lamiera de una manera tan descarada. Pero al poco tiempo, sus quejas empezaron a tornarse en suaves quejidos deliciosos y la resistencia que estaba montando, cedió por completo.
Ni ella ni yo nos dimos cuenta en qué momento empezamos a mover las caderas. Ella me tomaba suavemente del rostro, pidiéndome que no la mordiera, pero yo, insolente, le besaba desaforadamente para hacerle cambiar de parecer.
· ¡No, por favor! ¡No, por favor! ¡Me duele!-suplicaba con una voz cadenciosa.
(Please, no! Please, no! It hurts!)
Sin embargo, por la forma que lo expresaba, parecía que nadie le había tratado de esa manera jamás y aquella leve queja era solamente, temor a un sentimiento desconocido.
Una vez más, la afirmaba de su firme y exquisito trasero, para ayudar en la penetración.
- ¡Vamos! ¡Déjame comerlos! ¡No es como si tuvieses un esposo que podría darse cuenta!- insistí, en un momento de lucidez.
Eso le hizo acabar de forma sublime, pero aun así, seguía meneándose suavemente.
Yo seguí en lo mío, apretando ese trasero que también deseo conquistar y al poco tiempo, se volvió a quejar.
· ¡Espera, por favor! ¡Espera, por favor! ¡No!¡Nooo! ¡Detente! ¡Ahhhh!
Su primer orgasmo por estimular sus senos fue una experiencia deliciosa para Sarah. Podía sentir su cuerpo contrayéndose y succionando, mientras liberaba más y más fluidos.
Agradecida, me besaba sin parar y me cabalgaba con mayor confianza. Apegaba sus senos a mi pecho y su lengua se desvivía por saborear mi boca.
Y una vez más, cuando la punta empezó a estimular la matriz, echó su cuerpo hacia atrás, disfrutando de aquella exquisita sensación.
Por mi parte, me aferraba a su trasero prácticamente, con título de propiedad, porque estoy más seguro que con algunas semanas, le puedo convencer a hacer lo que quiera.
Esperé a que ella entrase en otro orgasmo para acabar. Quedó derrengada e inerte sobre mi cuerpo, con un poco de sudor.
Fue el único momento que le solté el trasero y la abracé por la cintura, sintiendo sus lindos senos aglutinarse en torno a mis pectorales y el ritmo de su respiración, ya mucho más pausado, mientras me abrazaba y apoyaba su rostro sobre mi hombro.
Había pasado la hora y debíamos volver. Nos mirábamos con deseo de más, pero en el fondo, los 2 sabíamos que ese más, se convertiría en una noche entera de placer.
Me saqué el preservativo y le convencí que nos metiéramos a la ducha, donde pudimos juguetear un poco más.
Sarah, con mayor confianza, no le dejaba de llamar la atención la manera en que seguía excitado y de cuando en cuando, me la apretaba para comprobar su rigidez.
Pero lo que fue un martirio para mí fue verla envolverse en la toalla.
Porque le explicaba a Marisol lo caliente que me ponía la idea de hacerlo sin protección (que por supuesto, también prendió a mi mujer…) y que probablemente, con lo que habíamos hecho y en especial, con lo que ella me hizo mientras nos duchábamos, no pondría queja…
Pero era entonces que mi mente aniquilaba esa idea: ¿Qué pasaba si la embarazo? ¿Si al igual que ocurrió con mi mujer, la primera vez que me meto con la vecina sin protección, la preño sin querer?
(Algo que entregó un fragor increíble a Marisol mientras hacíamos el amor…)
Por lo que cuando abandoné el hotel, aparte de estar silencioso, estaba completamente turulato.
Pero de alguna forma, en el camino, logré preguntar.
- ¿Crees que la próxima vez, lo podríamos hacer sin condón?
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