Ya saben, por anteriores relatos, que después de muchas vueltas, por fin habíamos logrado concretar nuestra fantasía de trío con @marioysolcito.
Pero queríamos más. Mucho más.
Así que cuando Mario me dijo que me esperaban en su casa, le di apenas algunos tips de lo que pretendía para este encuentro.
Toque el timbre, me abrieron la puerta, el juego de roles estaba preparado.
-¿Quién es?
-El masajista, le dije al portero eléctrico
-Pase.
Subí el ascensor, me abrió la puerta. Me estrechó su mano. Y me pidió que lo siguiera, con cara de preocupado.
-¡Qué suerte que vino! Sol está muy contracturada, y lo está esperando en la habitación.
-Por eso cancelé todos los turnos, y vine inmediatamente. Se lo notaba preocupado en su llamado, pero ahora que lo veo, entiendo su preocupación.
La habitación estaba en semi penumbras, y allí estaba ella. Boca abajo, con las cuatro extremidades atadas a cada pata de la cama. Estaqueada. Con las piernas abiertas, y los brazos abiertos, con una almohada en su vientre, que le levantaba un poco más la cola.
-Buenas tardes, señora, como le va ¿Qué le anda pasando?
-No puedo más del dolor de cuello, doctor- dijo Solcito casi como maullando, y mientras movía la cola que estaba solo tapada por una tanga que se le metía muy en el ogete.
-Bueno, usted tranquila, que vamos a ver que podemos hacer -le dije mientras me sentaba a un costado suyo, y le apoyaba, casi casualmente, mi mano en su nalga- por favor, Mario, ponga algo de música suave de su celular, Paul Desmond, o algo así, mientras empiezo a trabajar sobre esta espalda… por favor, quédese porque seguramente voy a necesitar de su ayuda.
Volqué aceite muy pesado en la espalda de Sol, y lo esparcí por toda la superficie con mis dos manos abiertas, presionando con las palmas, haciendo círculos sobre la columna, y en forma concéntrica hacia afuera. Sol empezó a gemir. Y yo empecé a trabajar sobre su cuello. Y ella empezó a levantar su cola, y yo sabia que ya se estaba mojando.
Empecé a descender muy lentamente por su columna hasta llegar a su cintura, y volqué un poco más de aceite en sus nalgas, y volví a trabajar con círculos. Apenas si le rocé la concha, y lanzó un gemido casi orgásmico.
Entonces le pedí a Mario que me diera una mano. En realidad las dos.
-Por favor Mario, usted vio como traté la espalda de Sol. Quiero que usted haga lo mismo. La recorra con sus dos manos haciendo círculos desde la columna hacia afuera, mientras yo, hago mi trabajo en las piernas.
Fue solo decirlo, que Sol largó un gemido hermoso, profundo, anticipatorio de todo lo que vendría a partir de allí.
Sentía cuatro manos recorriendo por completo. Mientras ella se masturbaba contra la almohada, moviendo su pelvis, las manos de Mario en su espalda, y las mías en sus muslos, la habían envuelto en un estado que, sin acabar, la llevaba al éxtasis. El aroma del aceite, la penumbra, la música, y las manos, la habían elevado a un lugar que no conocía.
-Para terminar el tratamiento, deberemos darla vuelta, Mario.
-Como usted diga, Doctor
Empezamos a desatarla e hicimos que se ponga boca arriba. Los dos sólo teníamos ganas de cogernos a Sol, pero sabíamos que no podíamos romper el estado en el que estábamos envueltos.
Nos tomamos nuestro tiempo en volverla a atar. Sol tenía los ojos cerrados, y con la boca hacía un mohín que nos demostraba lo mucho que estaba disfrutando.
Volqué aceite en su vientre, y le hice señas a Mario para que lo esparciera. Nos demoramos en sus tetas, las gloriosas tetas de Sol, que recibieron las caricias de nuestras manos con un estertor, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
El juego estaba llegando a su clímax.
Mario empezó a besar un pezón de su mujer. Yo le metí dos dedos en su boca, mientras le frotaba el clitoris. También aproveché para mordisquearle el otro pezón.
Sol empezó a convulsionar de placer. No paraba de gritar, y de intentar golpear mi mano con su pelvis. Su orgasmo fue devastador. Húmedo. Intenso. Pero esencialmente, largo. El orgasmo más intenso y largo que haya presenciado.
Con vos gutural, como salida de una caverna, dijo Sol sus primeras palabras
-Quiero pija. Ahora.
La desatamos y le dimos lo que pedía, pero eso ya es parte de otra historia.
Pero queríamos más. Mucho más.
Así que cuando Mario me dijo que me esperaban en su casa, le di apenas algunos tips de lo que pretendía para este encuentro.
Toque el timbre, me abrieron la puerta, el juego de roles estaba preparado.
-¿Quién es?
-El masajista, le dije al portero eléctrico
-Pase.
Subí el ascensor, me abrió la puerta. Me estrechó su mano. Y me pidió que lo siguiera, con cara de preocupado.
-¡Qué suerte que vino! Sol está muy contracturada, y lo está esperando en la habitación.
-Por eso cancelé todos los turnos, y vine inmediatamente. Se lo notaba preocupado en su llamado, pero ahora que lo veo, entiendo su preocupación.
La habitación estaba en semi penumbras, y allí estaba ella. Boca abajo, con las cuatro extremidades atadas a cada pata de la cama. Estaqueada. Con las piernas abiertas, y los brazos abiertos, con una almohada en su vientre, que le levantaba un poco más la cola.
-Buenas tardes, señora, como le va ¿Qué le anda pasando?
-No puedo más del dolor de cuello, doctor- dijo Solcito casi como maullando, y mientras movía la cola que estaba solo tapada por una tanga que se le metía muy en el ogete.
-Bueno, usted tranquila, que vamos a ver que podemos hacer -le dije mientras me sentaba a un costado suyo, y le apoyaba, casi casualmente, mi mano en su nalga- por favor, Mario, ponga algo de música suave de su celular, Paul Desmond, o algo así, mientras empiezo a trabajar sobre esta espalda… por favor, quédese porque seguramente voy a necesitar de su ayuda.
Volqué aceite muy pesado en la espalda de Sol, y lo esparcí por toda la superficie con mis dos manos abiertas, presionando con las palmas, haciendo círculos sobre la columna, y en forma concéntrica hacia afuera. Sol empezó a gemir. Y yo empecé a trabajar sobre su cuello. Y ella empezó a levantar su cola, y yo sabia que ya se estaba mojando.
Empecé a descender muy lentamente por su columna hasta llegar a su cintura, y volqué un poco más de aceite en sus nalgas, y volví a trabajar con círculos. Apenas si le rocé la concha, y lanzó un gemido casi orgásmico.
Entonces le pedí a Mario que me diera una mano. En realidad las dos.
-Por favor Mario, usted vio como traté la espalda de Sol. Quiero que usted haga lo mismo. La recorra con sus dos manos haciendo círculos desde la columna hacia afuera, mientras yo, hago mi trabajo en las piernas.
Fue solo decirlo, que Sol largó un gemido hermoso, profundo, anticipatorio de todo lo que vendría a partir de allí.
Sentía cuatro manos recorriendo por completo. Mientras ella se masturbaba contra la almohada, moviendo su pelvis, las manos de Mario en su espalda, y las mías en sus muslos, la habían envuelto en un estado que, sin acabar, la llevaba al éxtasis. El aroma del aceite, la penumbra, la música, y las manos, la habían elevado a un lugar que no conocía.
-Para terminar el tratamiento, deberemos darla vuelta, Mario.
-Como usted diga, Doctor
Empezamos a desatarla e hicimos que se ponga boca arriba. Los dos sólo teníamos ganas de cogernos a Sol, pero sabíamos que no podíamos romper el estado en el que estábamos envueltos.
Nos tomamos nuestro tiempo en volverla a atar. Sol tenía los ojos cerrados, y con la boca hacía un mohín que nos demostraba lo mucho que estaba disfrutando.
Volqué aceite en su vientre, y le hice señas a Mario para que lo esparciera. Nos demoramos en sus tetas, las gloriosas tetas de Sol, que recibieron las caricias de nuestras manos con un estertor, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
El juego estaba llegando a su clímax.
Mario empezó a besar un pezón de su mujer. Yo le metí dos dedos en su boca, mientras le frotaba el clitoris. También aproveché para mordisquearle el otro pezón.
Sol empezó a convulsionar de placer. No paraba de gritar, y de intentar golpear mi mano con su pelvis. Su orgasmo fue devastador. Húmedo. Intenso. Pero esencialmente, largo. El orgasmo más intenso y largo que haya presenciado.
Con vos gutural, como salida de una caverna, dijo Sol sus primeras palabras
-Quiero pija. Ahora.
La desatamos y le dimos lo que pedía, pero eso ya es parte de otra historia.
5 comentarios - Estaqueada