Sigo “educando” a las dos hermanas y tras someterlas a diversas penurias, provoco su enfrentamiento al ordenar que se castiguen entre ellas. La brutalidad de Natalia con Eva me permite consolarla y que ésta se cambie de bando.
CAPÍTULO 4.
La noche transcurrió sin novedad. Nada que valga la pena contarse, excepto un par de polvos a la muchacha más por satisfacción personal que por necesidad. Natalia tiene una constitución atlética. Un culo duro y un cuerpo escultural que provocan que cualquier hombre que la tenga desnuda a su lado no pueda evitar follársela. Lo único destacable fue que observé un pequeño cambio, la segunda vez que la tomé no solo se dejó hacerlo, sino que participó activamente e incluso creí descubrir un deje de protesta cuando conseguí correrme, como si se hubiese quedado insatisfecha y deseara más.
El despertador sonó a las ocho de la mañana, tenía que irme al trabajo por lo que sin dirigirles la palabra me levanté a ducharme. El agua caliente que cayó sobre mi cara consiguió espabilarme. Siguiendo mi plan preconcebido, me afeité y me vestí tranquilamente sin hacer caso a las dos mujeres que atadas a la cama me miraban expectantes. No sabían que les deparaba mi perversa mente, pero esperaban angustiadas mi siguiente paso.
No tuvieron que aguardar mucho porque después de desayunar opíparamente, volví a la habitación con dos litros de leche.
―Zorritas, tenéis que desayunar.
Dándole a cada una un tetrabrik, me senté a observar mientras les decía:
― Bebéroslo entero. Que no quede gota.
No se hicieron de rogar, cogiendo la leche con ambas manos, se bebieron todo por miedo a enfadarme. Viendo que habían obedecido dócilmente, me despedí de ellas diciéndoles:
―Hasta esta noche.
Eva, asustada, me preguntó que si las iba a dejar así. Cogiéndola del pelo le di un beso posesivo. Mi lengua forzó su boca y durante un minuto me entretuve magreándola antes de contestarle:
― Tú, ¿qué crees?
Al cerrar la puerta, escuché su desamparo.
Durante el día no me dejaron parar los diversos asuntos se amontonaban en mi mesa, no hay que olvidar que el jefe me había dejado solo y ahora tenía que hacer el trabajo de los dos. Reunión tras reunión se fueron pasando las horas sin que me diera cuenta, la actividad del día a día me impidió pensar en las dos bellas muchachas que me esperan pacientemente en casa. Mi secretaria no me dejó descansar durante toda la jornada, que si tenía que autorizar una obra, que si tenía que firmar unos cheques....
Isabel llevaba trabajando conmigo desde que llegué a la empresa y era quizás la persona que mejor me conocía. No tenía que decirle nada que ella sabía en cada momento lo que me ocurría. La confianza con ella era máxima, hasta tal grado que cuando humillado por las hermanitas estuve a punto de dimitir, hablé con ella para que se viniera conmigo al siguiente trabajo.
Por eso cuando al volver, le conté que no la había presentado y tuve que explicarle lo que había pasado, así como lo que pensaba hacer. Ella al igual que yo era de origen humilde, por lo que la idea de hacer pagar a esas dos pijas con su propia cosecha le pareció una idea estupenda y lejos de tratar de convencer para que no lo hiciera, se prestó voluntaria para lo que necesitara.
En ese momento, le dije que por ahora no me hacía falta pero que no me olvidaría de ella si me urgía ayuda. Por eso no me extrañó, cuando ya estábamos a punto de salir de la oficina, que me preguntase como me había ido con las dos fierecillas.
―Bien, son unas niñatas tontas, pero están aprendiendo―contesté.
―No seas malo, ¡cuéntame!
Me hizo gracia su interés y como no tenía nada que perder, ya que si me salía mal el adiestramiento tanto a ella como a mí nos pondrían de patitas en la calle, le hice un pequeño resumen. Le expliqué la reacción de sus novios al enterarse de que no tenían un duro, el castigo que le di a Natalia por echarme un laxante en la comida.
A esa altura sus ojos ya brillaban, pero fue cuando le conté como me habían tratado de asesinar y cuál había sido mi venganza, cuando ya sin reparos me pidió que le diera detalles.
A un hombre no le hace falta que le piquen en demasía para que cuente los detalles de sus conquistas y yo no era una excepción, de forma que le explique cómo les había obligado a regalarme un espectáculo lésbico e incestuoso, como me habían hecho el sexo oral y sobre todo como les había dejado atadas a la cama desde la mañana.
― ¡Que envidia! ― la escuché decir cuando ya se iba.
En ese momento no supe que era lo que envidiaba, si a mí por tener a dos mujeres a mi disposición o a ellas por el tratamiento que les había dado. No me preocupó el descubrir la causa porque recapacitando sobre ello decidí que, en menos de una semana, la haría participe de mi juego y entonces lo sabría.
La idea no me desagradaba, porque, aunque Isabel estaba un poco gordita tenía unos pechos y un culo de escándalo.
Satisfecho con el trabajo realizado y caliente tras la conversación con mi secretaria, salí de mi despacho y bajando al garaje cogí mi coche. Las calles y los semáforos pasaban a mi lado sin darme cuenta, mi mente solo podía pensar en mis dos juguetes esperando atadas a la cama la llegada de su amo.
Las luces del chalé estaban apagadas.
«Buena señal», pensé ya que al salir de la casa era de día y si ellas no habían conseguido zafarse de sus esposas, nadie podía haberlas encendido.
Subiendo por las escaleras, lo hice con precaución porque bien podrían haberse soltado y estar esperándome en el rellano.Pero al abrir la puerta de mi cuarto y antes de encender la luz, ya supe que no lo habían logrado al llegarme el olor a orín reconcentrado.
Era parte de mi plan, un litro de leche por cada una y la imposibilidad de ir al baño no podía tener otro resultado que ambas mujeres lo hubiese tenido que hacer sobre la alfombra persa de su viejo.
«Deben de estar aterrorizadas y hambrientas, anoche les impedí cenar por lo que deben de llevar más de treinta horas sin probar bocado».
Al encender la luz, cerraron los ojos del dolor. Me dieron hasta un poco de pena al observar el resultado de su castigo. Despeinadas, con el rímel corrido, los labios agrietados de la sedy asustadas, terriblemente asustadas.
― ¿Cómo están mis putitas? ― pregunté alegremente.
―Muy bien, amo― contestaron al unísono.
Su recibimiento me sonó a música celestial y al no tener que recordarles mi título, decidí darles un premio.
Yendo al baño, serví un vaso de agua.
― ¿Tenéis sed? ― sus ojos casi se salieron de sus orbitas alcontemplar el preciado líquido ―Tumbaros.
Como perras bien amaestradas, me obedecieron sin tener que repetir la orden y cuando las vi perfectamente acostadas sobre el colchón, derramé el agua sobre sus cuerpos. No les había terminado de decir:
―Bebed― cuando como posesas se lanzaron una sobre otra, absorbiendo el agua que corría por sus cuerpos.
Tanto me gustó el ver como se lamían una a otra los pechos, las piernas, el estómago e incluso el coño en busca de satisfacer su sed que siendo magnánimo les volví a premiar con otro vaso.
Ya con menos sed, me imploraron que las liberase y llorandome juraban que iban a cumplir el pacto. Fueron tan insistentes y sinceras que llegué a cabrearme.
― ¡Silencio! ― les grité: ―No os he dado permiso para hablar.
Todavía no estaban listas, decidí saliendo del cuarto y yéndome a cenar. Después de comerme un pollo recalentado y dos cervezas, no tuve más remedio que hacer caso a mis niñas, no fueran a desmayarse de hambre ya que esta noche las necesitaba enteras. Por lo que abriendo el refrigerador me proveí de lo necesario.
― ¿Tenéis hambre? ― las pregunté, pero al no recibir contestación abriendo la bolsa fui poniendo sobre el aparador lejos de su alcance jamón, queso e incluso un bote de nata montada. Y haciendo que me iba volví a interrogarles diciendo: ― ¿Seguro?
―Sí, mi amo, estoy hambrienta― contestó Eva.
―Y yo, amo― dijo su hermana llorando de vergüenza.
Sin responderlas, me acerqué primero a la mayor y solté la esposa que estaba sujeta al dosel de la cama para acto seguido volvérsela a cerrar sobre su otra muñeca con los brazos hacia atrás y la tumbé en la cama.
Ninguna de las dos conocía mi plan por lo que sumisamente Natalia se dejó que repitiera con ella la misma operación. Una vez en posición de manera que no pudiesen usar sus manos, les abrí las piernas y enchufándoles el bote de nata montada, en sus sexos,se los llené de forma que sus vaginas y entrepiernas quedaron anegadas.
―Ahora comed.
Fue una delicia el observar desde la silla como trataban de llegar a su sexo reptando como culebras sobre el colchón hasta que las dos formaron un perfecto sesenta y nueve, y como con fruición se fueron comiendo entre ellas en un ágape totalmente sexual. Sus lenguas no tuvieron más remedio que buscar el alimento dentro de la vagina de la otra y contra su voluntad tanto deseo hizo que se excitaran, lo que era mi intención.
En esa posición las dejé unos cinco minutos hasta que ya no quedaba ni rastro de la crema en sus coños.
― ¿Queréis más?
A las dos se le había abierto el apetito y las dos me contestaron que sí.
―Bien, pero ahora de una en una.
Y obligando a Eva a tumbarse de cara, le abrí las nalgas y rociando abundantemente su ojete, se lo puse en la cara a su hermana. Natalia no tuvo reparos en comenzar a chuparle el culo. Tanta era su hambre que creo que incluso metió la lengua por el negro agujero. Una vez que había acabado repetí la operación intercambiando los papeles, pero en esta ocasión, Eva no se conformó con la nata, sino que cuando ya no quedaba rastro siguió con el flujo que manaba de la cueva de la morena.
La visión de su culo en pompa mientras le comía todo me hizo poner bruto, pero tuve que reprimir las ganas de pegarle un buen polvo ya que tenía otros planes y separándolas les dije:
―Jamón y queso solo hay para una. ¿A cuál creéis que debo de dárselo?
Se formó un alboroto, las dos mujeres me pedían que fuera ella la elegida. Llorando y chillando se echaban una a la otra la culpa de todo. Que si había sido culpa de Natalia la idea de humillarme, que, si Eva había intentado pegarme un tiro, etc...
No se daban cuenta, pero estaba consiguiendo separarlas, por lo que después de escuchar sus tonterías le ordené callar.
―Homo hominis lupus.
Hubiese pagado por haber grabado sus caras, ninguna de las dos había oído nunca esa sentencia latina por lo que tuve que explicársela.
―El hombre es un lobo para el hombre.
Acto seguido, agarré a la rubia y atándole una mano a cada columna de la cama, liberé a la morena.
―Gracias, te prometo obedecer― suspiró aliviada Natalia al sentir sus muñecas libres.
El consuelo le duró poco, porque poniendo en sus manos una pequeña fusta, le susurré al oído:
―Veinte latigazos, y que sean fuertes.
Eva empezó a chillar pidiéndole a su hermana pequeña que no lo hiciera, mientras me insultaba diciendo que me arrepentiría.
―Treinta― grité.
Mi voz autoritaria sacó a Nati, del ensimismamiento en que había caído y acercándose a su hermana, le contestó:
―Te digo lo que tú me dijiste ayer, ¡lo siento! ―empezando a descargar toda su furia y frustración reprimida sobre el trasero de su hermana.
Latigazo tras latigazo, se vengó de mí, de ella, y de la vida. Gemidos de dolor, insultos, ruegos de Eva, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas al hacerlo, pero sus ojos mostraban una firma resolución que solo se aplacó cuando habiendo terminado vio el resultado de su ira. Ambas nalgas estaban al rojo vivo.
―Come― le dije dándole su premio, al atarla nuevamente.
Devoró las lonchas de jamón y los trozos de queso, mientras yo descolgaba a su hermana. La pobre muchacha estaba llorando, no comprendía que alguien de su propia sangre hubiese sido tan bestial solo por tener algo que llevarse a la boca.
Sacándola de la habitación y llevándola a su cuarto, se llevóla sorpresa que, sobre la cama, había una cena completa, con su sopa, su pan, el pollo que había dejado e incluso una botella de vino.
―Túmbate en la cama, y come mientras te curo― le dije dulcemente mientras le daba un beso en la mejilla.
No creyendo en su fortuna, empezó a cenar mientras yo extendía una crema hidratante en su maltratado culo. ―"¡Pobrecita!", "¡Que bestia!", "¡Como se ha pasado!"―, no dejé de decir mientras la atendía ―pero bebe un poco de vino te vendrá bien.
Con el estómago lleno, y bastante alcohol en el cuerpo, la muchacha no pudo reprimir su dolor y se echó a llorar. Consolándola la abracé acariciándola durante minutos hasta que se hubo repuesto un poco, y entonces le ordené que fuera al baño a hacer sus necesidades.
Me miró agradecida y sin que yo se lo pidiera me dio un beso en los labios diciéndome:
―Gracias, amo.
Aproveché a desnudarme mientras se levantaba al aseo, y al volver era otra, perfectamente peinada y maquillada, venía dispuesta a conquistarme. Yo por supuesto, me dejé, y dando una palmada en el colchón le dije:
―Hoy dormirás conmigo.
Una sonrisa iluminó su cara, y coquetamente se acercó a la cama, tratándome de calentar. No hacía falta, la rubia ya me había puesto a cien, por lo que por primera vez pude disfrutar de esos pechos enormes y de sus negras aureolas.
Buscando el efecto de la zanahoria y el palo, mi lengua recorrió lentamente su cuello, y como si le diera miedo el acercarse a su pezón, tardó una eternidad en decidirse a atacar sus rugosidades y su oscura superficie, pero cuando lo hizo y mis dientes mordisquearon suavemente sus botones, Eva me regaló un suspiro y una buena ración del flujo que manaba de su cueva.
―Amo― le oí decir, antes de que bajando por mi cuerpo su boca se hiciera fuerte en mi miembro, y humedeciéndola empezara a practicar la ancestral penetración oral.
La muchacha, no solo sabía comerse una almeja, sino que además era una experta mamadora, que sin sentir arcadas se incrustó todo mi pene en su garganta. Me apetecía correrme dentro de su boca, pero aún más hacerlo dentro de su culo, por lo que, sacándolo de su prisión, la puse de espaldas, y rociándola con aceite, empecé a relajar su ojete.
―Soy virgen de ahí―, me dijo sin protestar, como pidiéndome que se lo hiciera despacio.
Su sumisión me agradó, y haciéndole caso me entretuve acariciando sus músculos circulares hasta que mi dedo entraba y salía con facilidad. Fue entonces cuando le introduje el segundo. Eva notando que no la iba a forzar, se dejó hacer de forma que rápidamente estaba lista para que la desvirgara.
Acariciando su cabeza, le dije:
―Ponte en pompa.
Cuidadosamente le separé las nalgas, y colocando mi lengua al principio de su espalda, recorrí el canalillo bordeado por sus rotundas nalgas. Su garganta emitió un suspiro cuando mis dientes le dieron un pequeño mordisco a ese glúteo tan apetecible, siguiendo a continuación su camino hacia mi objetivo. Inconscientemente levantó un poco más su trasero para facilitarme las cosas, y por fin pude disfrutar del olor a hembra insatisfecha que manaba su sexo.
Poniendo la punta de mi glande en su entrada trasera, me entretuve jugando con los rebordes de su ano, hasta que viéndola completamente relajada, forcé la entrada de su anillo.
―Por favor―, gritó al sentir la cabeza de mi pene en su interior. Pero sin pausa hice caso omiso de su dolor y lentamente fui completando mi penetración de manera que toda mi piel pudo sentir la dureza de su esfínter al traspasarlo.
Con mi verga completamente en su interior, dejé que se relajara, dándole besos y diciéndole cosas agradables. El dolor era grande, pero soportable, y rápidamente su ano se acostumbró al castigo. Viéndola aliviada, empecé a moverme. Era un movimiento continuo sin brusquedades, de manera que poco a poco su resistencia fue cediendo y mi pene entraba y salía con mayor facilidad.
El placer fue desplazando al dolor, y Eva tomando impulso con sus brazos incrementó el ritmo de nuestra cabalgada, diciendo:
―No me lo puedo creer, ¡me encanta!
Sus palabras fueron el banderazo de salida, a un galope frenético. Con mis testículos golpeando su trasero como si fuera un frontón, y con mis manos apoyadas en sus hombros, éramos yegua y jinete. Y como buena cabalgadura, relinchó de gusto, cuando azotándole el culo le exigí que incrementara su velocidad.
―Más fuerte―, me pidió.
No sabía a qué se refería si al azote o a mis penetraciones por lo que no tuve más que aumentar la fuerza de ambas para complacerla. Era alucinante verla moverse, gimiendo de placer con mi vara en su interior. Totalmente fuera de sí, apoyándose con un solo brazo, usó su mano libre para masturbarse ferozmente, mientras me pedía que me corriera.
Todo en ella, anticipaba su clímax, por lo que acelerando todavía más mis embistes, y usando mi pene como si fuera una espada, la acuchillé cruelmente mientras se desplomaba sobre las sabanas. Su almeja totalmente empapada por el flujo no pudo contener tal cantidad y brotando como un geiser, me mojó las piernas. Tanta calentura, terminó por excitarme y en intensas oleadas de placer, me derramé en su interior, llenando su intestino con mi semilla.
Escucharla decir “Gracias amo” nuevamente, fue como cuando recibí mi primer sobresaliente en la carrera, una pasada, y dándole la vuelta, le coloqué las esposas diciéndole:
―Ves esclava, como si obedeces puedes disfrutar.
Bajó los ojos ruborizada, pero escuché como de sus labios en bajito salía un avergonzado:
―Sí, amo.
Sin darse cuenta, Eva se estaba convirtiendo en mi sierva, paulatinamente la violencia, las privaciones estaban transformando a la pija. Pero la fuerza más potente, con la que contaba era con su espíritu de supervivencia, hermana contra hermana compitiendo por mis favores.
―Quiero verte guapa―, le ordené, ― ¿cuál es tu camisón más sexi?
―El rojo.
Abriendo el cajón de la cómoda, lo saqué, diciéndole que se lo pusiera. La muchacha suspiró aliviada al sentir el tacto de la primera ropa en más de veinticuatro horas.
―Amo, ¿cómo te puedo agradecer esto? ―, me dijo insinuándose.
―Durmiendo, mañana será otro día.
Su cara de felicidad era completa, creía que por fin me había conquistado, se veía ya como mi preferida. Y acomodándose él colchón, se relajó cayendo dormida al instante.
Esperé a que su sueño fuera profundo antes de levantarme. Comprobando que seguía profundamente adormecida, coloqué las sábanas de forma que taparan las esposas, pero mostrando claramente sus piernas apenas tapadas por el camisón.
Salí al pasillo, con dirección al cuarto del viejo. Al abrir la puerta, el tufo a orín me resultó insoportable. Natalia, totalmente sucia y despeinada, lloraba en silencio.
―Nati― le dije usando su apelativo familiar, mientras la liberaba ―no alces la voz, no vaya a ser que nos oiga tu hermana. Déjame que te lleve al baño. Te debes de estar a punto de hacer encima.
La niña, me miró con una mezcla de agradecimiento y de suspicacia, no se fiaba de mis intenciones, pero al ver que la acercaba al cuarto de baño, sin importarle mi presencia, se sentó en él, y violentamente descargó sus intestinos.
―Lo siento, mi niña, pero no puedo hacer nada más por mejorar tu estado, porque he llegado a un acuerdo con tu hermana― dije mientras se limpiaba: ―No sé cómo decírtelo,pero tu hermana te ha vendido.
Alzó la cabeza para gritarme:
― ¡No te creo!
―Ese es tu problema, eres demasiado inocente. Eva se ha entregado a mis brazos, quiere ser mi favorita, sin importarle tú. Es más, mientras se duchaba, y maquillaba se reía de lo sucia que tú estabas.
― ¿Se ha duchado? ― respondió alucinada.
―No solo eso, está durmiendo en su cama, sin esposas, con un precioso camisón, contenta de servirme, y además ha cenado como una dama, y no las obras que tú has comido.
― ¡Es imposible! ¡Cerdo! Mi hermana no lo haría.
Le solté un bofetón:
―Soy amo.
Y colocándole las esposas y un trapo en la boca para que no hablara, la llevé a la otra habitación.
― ¡Mira! ― le espeté señalándole a Eva―No te he mentido, está limpia, suelta, y dispuesta. Te ha engañado, mientras tú sufres, ella disfruta.
La angustia de la muchacha se multiplicó por mil al ver sobre la mesa, los restos de la cena. Totalmente convencida, se dejó llevar de vuelta al cuarto de su viejo. Mentalmente estaba humillada, hundida.
Atándola otra vez a la cama, repleta de orín, al quitarle el bozal hecho con el pañuelo, le di un suave beso en los labios, mientras le decía:
―Tú ibas a ser la primera, pero ella se te ha adelantado.
― ¡Amo!, dime lo que tengo que hacer para ser tu mejor esclava.
Solté una carcajada al escuchárselo decir, y dándole otro beso en los labios, le solté:
―Dormir, mañana será otro día.
Misma frase, distinto significado.
«Le queda poco para ser totalmente mía», pensé mientras cerraba la puerta dejándola hundida en la miseria.
Continuara
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CAPÍTULO 4.
La noche transcurrió sin novedad. Nada que valga la pena contarse, excepto un par de polvos a la muchacha más por satisfacción personal que por necesidad. Natalia tiene una constitución atlética. Un culo duro y un cuerpo escultural que provocan que cualquier hombre que la tenga desnuda a su lado no pueda evitar follársela. Lo único destacable fue que observé un pequeño cambio, la segunda vez que la tomé no solo se dejó hacerlo, sino que participó activamente e incluso creí descubrir un deje de protesta cuando conseguí correrme, como si se hubiese quedado insatisfecha y deseara más.
El despertador sonó a las ocho de la mañana, tenía que irme al trabajo por lo que sin dirigirles la palabra me levanté a ducharme. El agua caliente que cayó sobre mi cara consiguió espabilarme. Siguiendo mi plan preconcebido, me afeité y me vestí tranquilamente sin hacer caso a las dos mujeres que atadas a la cama me miraban expectantes. No sabían que les deparaba mi perversa mente, pero esperaban angustiadas mi siguiente paso.
No tuvieron que aguardar mucho porque después de desayunar opíparamente, volví a la habitación con dos litros de leche.
―Zorritas, tenéis que desayunar.
Dándole a cada una un tetrabrik, me senté a observar mientras les decía:
― Bebéroslo entero. Que no quede gota.
No se hicieron de rogar, cogiendo la leche con ambas manos, se bebieron todo por miedo a enfadarme. Viendo que habían obedecido dócilmente, me despedí de ellas diciéndoles:
―Hasta esta noche.
Eva, asustada, me preguntó que si las iba a dejar así. Cogiéndola del pelo le di un beso posesivo. Mi lengua forzó su boca y durante un minuto me entretuve magreándola antes de contestarle:
― Tú, ¿qué crees?
Al cerrar la puerta, escuché su desamparo.
Durante el día no me dejaron parar los diversos asuntos se amontonaban en mi mesa, no hay que olvidar que el jefe me había dejado solo y ahora tenía que hacer el trabajo de los dos. Reunión tras reunión se fueron pasando las horas sin que me diera cuenta, la actividad del día a día me impidió pensar en las dos bellas muchachas que me esperan pacientemente en casa. Mi secretaria no me dejó descansar durante toda la jornada, que si tenía que autorizar una obra, que si tenía que firmar unos cheques....
Isabel llevaba trabajando conmigo desde que llegué a la empresa y era quizás la persona que mejor me conocía. No tenía que decirle nada que ella sabía en cada momento lo que me ocurría. La confianza con ella era máxima, hasta tal grado que cuando humillado por las hermanitas estuve a punto de dimitir, hablé con ella para que se viniera conmigo al siguiente trabajo.
Por eso cuando al volver, le conté que no la había presentado y tuve que explicarle lo que había pasado, así como lo que pensaba hacer. Ella al igual que yo era de origen humilde, por lo que la idea de hacer pagar a esas dos pijas con su propia cosecha le pareció una idea estupenda y lejos de tratar de convencer para que no lo hiciera, se prestó voluntaria para lo que necesitara.
En ese momento, le dije que por ahora no me hacía falta pero que no me olvidaría de ella si me urgía ayuda. Por eso no me extrañó, cuando ya estábamos a punto de salir de la oficina, que me preguntase como me había ido con las dos fierecillas.
―Bien, son unas niñatas tontas, pero están aprendiendo―contesté.
―No seas malo, ¡cuéntame!
Me hizo gracia su interés y como no tenía nada que perder, ya que si me salía mal el adiestramiento tanto a ella como a mí nos pondrían de patitas en la calle, le hice un pequeño resumen. Le expliqué la reacción de sus novios al enterarse de que no tenían un duro, el castigo que le di a Natalia por echarme un laxante en la comida.
A esa altura sus ojos ya brillaban, pero fue cuando le conté como me habían tratado de asesinar y cuál había sido mi venganza, cuando ya sin reparos me pidió que le diera detalles.
A un hombre no le hace falta que le piquen en demasía para que cuente los detalles de sus conquistas y yo no era una excepción, de forma que le explique cómo les había obligado a regalarme un espectáculo lésbico e incestuoso, como me habían hecho el sexo oral y sobre todo como les había dejado atadas a la cama desde la mañana.
― ¡Que envidia! ― la escuché decir cuando ya se iba.
En ese momento no supe que era lo que envidiaba, si a mí por tener a dos mujeres a mi disposición o a ellas por el tratamiento que les había dado. No me preocupó el descubrir la causa porque recapacitando sobre ello decidí que, en menos de una semana, la haría participe de mi juego y entonces lo sabría.
La idea no me desagradaba, porque, aunque Isabel estaba un poco gordita tenía unos pechos y un culo de escándalo.
Satisfecho con el trabajo realizado y caliente tras la conversación con mi secretaria, salí de mi despacho y bajando al garaje cogí mi coche. Las calles y los semáforos pasaban a mi lado sin darme cuenta, mi mente solo podía pensar en mis dos juguetes esperando atadas a la cama la llegada de su amo.
Las luces del chalé estaban apagadas.
«Buena señal», pensé ya que al salir de la casa era de día y si ellas no habían conseguido zafarse de sus esposas, nadie podía haberlas encendido.
Subiendo por las escaleras, lo hice con precaución porque bien podrían haberse soltado y estar esperándome en el rellano.Pero al abrir la puerta de mi cuarto y antes de encender la luz, ya supe que no lo habían logrado al llegarme el olor a orín reconcentrado.
Era parte de mi plan, un litro de leche por cada una y la imposibilidad de ir al baño no podía tener otro resultado que ambas mujeres lo hubiese tenido que hacer sobre la alfombra persa de su viejo.
«Deben de estar aterrorizadas y hambrientas, anoche les impedí cenar por lo que deben de llevar más de treinta horas sin probar bocado».
Al encender la luz, cerraron los ojos del dolor. Me dieron hasta un poco de pena al observar el resultado de su castigo. Despeinadas, con el rímel corrido, los labios agrietados de la sedy asustadas, terriblemente asustadas.
― ¿Cómo están mis putitas? ― pregunté alegremente.
―Muy bien, amo― contestaron al unísono.
Su recibimiento me sonó a música celestial y al no tener que recordarles mi título, decidí darles un premio.
Yendo al baño, serví un vaso de agua.
― ¿Tenéis sed? ― sus ojos casi se salieron de sus orbitas alcontemplar el preciado líquido ―Tumbaros.
Como perras bien amaestradas, me obedecieron sin tener que repetir la orden y cuando las vi perfectamente acostadas sobre el colchón, derramé el agua sobre sus cuerpos. No les había terminado de decir:
―Bebed― cuando como posesas se lanzaron una sobre otra, absorbiendo el agua que corría por sus cuerpos.
Tanto me gustó el ver como se lamían una a otra los pechos, las piernas, el estómago e incluso el coño en busca de satisfacer su sed que siendo magnánimo les volví a premiar con otro vaso.
Ya con menos sed, me imploraron que las liberase y llorandome juraban que iban a cumplir el pacto. Fueron tan insistentes y sinceras que llegué a cabrearme.
― ¡Silencio! ― les grité: ―No os he dado permiso para hablar.
Todavía no estaban listas, decidí saliendo del cuarto y yéndome a cenar. Después de comerme un pollo recalentado y dos cervezas, no tuve más remedio que hacer caso a mis niñas, no fueran a desmayarse de hambre ya que esta noche las necesitaba enteras. Por lo que abriendo el refrigerador me proveí de lo necesario.
― ¿Tenéis hambre? ― las pregunté, pero al no recibir contestación abriendo la bolsa fui poniendo sobre el aparador lejos de su alcance jamón, queso e incluso un bote de nata montada. Y haciendo que me iba volví a interrogarles diciendo: ― ¿Seguro?
―Sí, mi amo, estoy hambrienta― contestó Eva.
―Y yo, amo― dijo su hermana llorando de vergüenza.
Sin responderlas, me acerqué primero a la mayor y solté la esposa que estaba sujeta al dosel de la cama para acto seguido volvérsela a cerrar sobre su otra muñeca con los brazos hacia atrás y la tumbé en la cama.
Ninguna de las dos conocía mi plan por lo que sumisamente Natalia se dejó que repitiera con ella la misma operación. Una vez en posición de manera que no pudiesen usar sus manos, les abrí las piernas y enchufándoles el bote de nata montada, en sus sexos,se los llené de forma que sus vaginas y entrepiernas quedaron anegadas.
―Ahora comed.
Fue una delicia el observar desde la silla como trataban de llegar a su sexo reptando como culebras sobre el colchón hasta que las dos formaron un perfecto sesenta y nueve, y como con fruición se fueron comiendo entre ellas en un ágape totalmente sexual. Sus lenguas no tuvieron más remedio que buscar el alimento dentro de la vagina de la otra y contra su voluntad tanto deseo hizo que se excitaran, lo que era mi intención.
En esa posición las dejé unos cinco minutos hasta que ya no quedaba ni rastro de la crema en sus coños.
― ¿Queréis más?
A las dos se le había abierto el apetito y las dos me contestaron que sí.
―Bien, pero ahora de una en una.
Y obligando a Eva a tumbarse de cara, le abrí las nalgas y rociando abundantemente su ojete, se lo puse en la cara a su hermana. Natalia no tuvo reparos en comenzar a chuparle el culo. Tanta era su hambre que creo que incluso metió la lengua por el negro agujero. Una vez que había acabado repetí la operación intercambiando los papeles, pero en esta ocasión, Eva no se conformó con la nata, sino que cuando ya no quedaba rastro siguió con el flujo que manaba de la cueva de la morena.
La visión de su culo en pompa mientras le comía todo me hizo poner bruto, pero tuve que reprimir las ganas de pegarle un buen polvo ya que tenía otros planes y separándolas les dije:
―Jamón y queso solo hay para una. ¿A cuál creéis que debo de dárselo?
Se formó un alboroto, las dos mujeres me pedían que fuera ella la elegida. Llorando y chillando se echaban una a la otra la culpa de todo. Que si había sido culpa de Natalia la idea de humillarme, que, si Eva había intentado pegarme un tiro, etc...
No se daban cuenta, pero estaba consiguiendo separarlas, por lo que después de escuchar sus tonterías le ordené callar.
―Homo hominis lupus.
Hubiese pagado por haber grabado sus caras, ninguna de las dos había oído nunca esa sentencia latina por lo que tuve que explicársela.
―El hombre es un lobo para el hombre.
Acto seguido, agarré a la rubia y atándole una mano a cada columna de la cama, liberé a la morena.
―Gracias, te prometo obedecer― suspiró aliviada Natalia al sentir sus muñecas libres.
El consuelo le duró poco, porque poniendo en sus manos una pequeña fusta, le susurré al oído:
―Veinte latigazos, y que sean fuertes.
Eva empezó a chillar pidiéndole a su hermana pequeña que no lo hiciera, mientras me insultaba diciendo que me arrepentiría.
―Treinta― grité.
Mi voz autoritaria sacó a Nati, del ensimismamiento en que había caído y acercándose a su hermana, le contestó:
―Te digo lo que tú me dijiste ayer, ¡lo siento! ―empezando a descargar toda su furia y frustración reprimida sobre el trasero de su hermana.
Latigazo tras latigazo, se vengó de mí, de ella, y de la vida. Gemidos de dolor, insultos, ruegos de Eva, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas al hacerlo, pero sus ojos mostraban una firma resolución que solo se aplacó cuando habiendo terminado vio el resultado de su ira. Ambas nalgas estaban al rojo vivo.
―Come― le dije dándole su premio, al atarla nuevamente.
Devoró las lonchas de jamón y los trozos de queso, mientras yo descolgaba a su hermana. La pobre muchacha estaba llorando, no comprendía que alguien de su propia sangre hubiese sido tan bestial solo por tener algo que llevarse a la boca.
Sacándola de la habitación y llevándola a su cuarto, se llevóla sorpresa que, sobre la cama, había una cena completa, con su sopa, su pan, el pollo que había dejado e incluso una botella de vino.
―Túmbate en la cama, y come mientras te curo― le dije dulcemente mientras le daba un beso en la mejilla.
No creyendo en su fortuna, empezó a cenar mientras yo extendía una crema hidratante en su maltratado culo. ―"¡Pobrecita!", "¡Que bestia!", "¡Como se ha pasado!"―, no dejé de decir mientras la atendía ―pero bebe un poco de vino te vendrá bien.
Con el estómago lleno, y bastante alcohol en el cuerpo, la muchacha no pudo reprimir su dolor y se echó a llorar. Consolándola la abracé acariciándola durante minutos hasta que se hubo repuesto un poco, y entonces le ordené que fuera al baño a hacer sus necesidades.
Me miró agradecida y sin que yo se lo pidiera me dio un beso en los labios diciéndome:
―Gracias, amo.
Aproveché a desnudarme mientras se levantaba al aseo, y al volver era otra, perfectamente peinada y maquillada, venía dispuesta a conquistarme. Yo por supuesto, me dejé, y dando una palmada en el colchón le dije:
―Hoy dormirás conmigo.
Una sonrisa iluminó su cara, y coquetamente se acercó a la cama, tratándome de calentar. No hacía falta, la rubia ya me había puesto a cien, por lo que por primera vez pude disfrutar de esos pechos enormes y de sus negras aureolas.
Buscando el efecto de la zanahoria y el palo, mi lengua recorrió lentamente su cuello, y como si le diera miedo el acercarse a su pezón, tardó una eternidad en decidirse a atacar sus rugosidades y su oscura superficie, pero cuando lo hizo y mis dientes mordisquearon suavemente sus botones, Eva me regaló un suspiro y una buena ración del flujo que manaba de su cueva.
―Amo― le oí decir, antes de que bajando por mi cuerpo su boca se hiciera fuerte en mi miembro, y humedeciéndola empezara a practicar la ancestral penetración oral.
La muchacha, no solo sabía comerse una almeja, sino que además era una experta mamadora, que sin sentir arcadas se incrustó todo mi pene en su garganta. Me apetecía correrme dentro de su boca, pero aún más hacerlo dentro de su culo, por lo que, sacándolo de su prisión, la puse de espaldas, y rociándola con aceite, empecé a relajar su ojete.
―Soy virgen de ahí―, me dijo sin protestar, como pidiéndome que se lo hiciera despacio.
Su sumisión me agradó, y haciéndole caso me entretuve acariciando sus músculos circulares hasta que mi dedo entraba y salía con facilidad. Fue entonces cuando le introduje el segundo. Eva notando que no la iba a forzar, se dejó hacer de forma que rápidamente estaba lista para que la desvirgara.
Acariciando su cabeza, le dije:
―Ponte en pompa.
Cuidadosamente le separé las nalgas, y colocando mi lengua al principio de su espalda, recorrí el canalillo bordeado por sus rotundas nalgas. Su garganta emitió un suspiro cuando mis dientes le dieron un pequeño mordisco a ese glúteo tan apetecible, siguiendo a continuación su camino hacia mi objetivo. Inconscientemente levantó un poco más su trasero para facilitarme las cosas, y por fin pude disfrutar del olor a hembra insatisfecha que manaba su sexo.
Poniendo la punta de mi glande en su entrada trasera, me entretuve jugando con los rebordes de su ano, hasta que viéndola completamente relajada, forcé la entrada de su anillo.
―Por favor―, gritó al sentir la cabeza de mi pene en su interior. Pero sin pausa hice caso omiso de su dolor y lentamente fui completando mi penetración de manera que toda mi piel pudo sentir la dureza de su esfínter al traspasarlo.
Con mi verga completamente en su interior, dejé que se relajara, dándole besos y diciéndole cosas agradables. El dolor era grande, pero soportable, y rápidamente su ano se acostumbró al castigo. Viéndola aliviada, empecé a moverme. Era un movimiento continuo sin brusquedades, de manera que poco a poco su resistencia fue cediendo y mi pene entraba y salía con mayor facilidad.
El placer fue desplazando al dolor, y Eva tomando impulso con sus brazos incrementó el ritmo de nuestra cabalgada, diciendo:
―No me lo puedo creer, ¡me encanta!
Sus palabras fueron el banderazo de salida, a un galope frenético. Con mis testículos golpeando su trasero como si fuera un frontón, y con mis manos apoyadas en sus hombros, éramos yegua y jinete. Y como buena cabalgadura, relinchó de gusto, cuando azotándole el culo le exigí que incrementara su velocidad.
―Más fuerte―, me pidió.
No sabía a qué se refería si al azote o a mis penetraciones por lo que no tuve más que aumentar la fuerza de ambas para complacerla. Era alucinante verla moverse, gimiendo de placer con mi vara en su interior. Totalmente fuera de sí, apoyándose con un solo brazo, usó su mano libre para masturbarse ferozmente, mientras me pedía que me corriera.
Todo en ella, anticipaba su clímax, por lo que acelerando todavía más mis embistes, y usando mi pene como si fuera una espada, la acuchillé cruelmente mientras se desplomaba sobre las sabanas. Su almeja totalmente empapada por el flujo no pudo contener tal cantidad y brotando como un geiser, me mojó las piernas. Tanta calentura, terminó por excitarme y en intensas oleadas de placer, me derramé en su interior, llenando su intestino con mi semilla.
Escucharla decir “Gracias amo” nuevamente, fue como cuando recibí mi primer sobresaliente en la carrera, una pasada, y dándole la vuelta, le coloqué las esposas diciéndole:
―Ves esclava, como si obedeces puedes disfrutar.
Bajó los ojos ruborizada, pero escuché como de sus labios en bajito salía un avergonzado:
―Sí, amo.
Sin darse cuenta, Eva se estaba convirtiendo en mi sierva, paulatinamente la violencia, las privaciones estaban transformando a la pija. Pero la fuerza más potente, con la que contaba era con su espíritu de supervivencia, hermana contra hermana compitiendo por mis favores.
―Quiero verte guapa―, le ordené, ― ¿cuál es tu camisón más sexi?
―El rojo.
Abriendo el cajón de la cómoda, lo saqué, diciéndole que se lo pusiera. La muchacha suspiró aliviada al sentir el tacto de la primera ropa en más de veinticuatro horas.
―Amo, ¿cómo te puedo agradecer esto? ―, me dijo insinuándose.
―Durmiendo, mañana será otro día.
Su cara de felicidad era completa, creía que por fin me había conquistado, se veía ya como mi preferida. Y acomodándose él colchón, se relajó cayendo dormida al instante.
Esperé a que su sueño fuera profundo antes de levantarme. Comprobando que seguía profundamente adormecida, coloqué las sábanas de forma que taparan las esposas, pero mostrando claramente sus piernas apenas tapadas por el camisón.
Salí al pasillo, con dirección al cuarto del viejo. Al abrir la puerta, el tufo a orín me resultó insoportable. Natalia, totalmente sucia y despeinada, lloraba en silencio.
―Nati― le dije usando su apelativo familiar, mientras la liberaba ―no alces la voz, no vaya a ser que nos oiga tu hermana. Déjame que te lleve al baño. Te debes de estar a punto de hacer encima.
La niña, me miró con una mezcla de agradecimiento y de suspicacia, no se fiaba de mis intenciones, pero al ver que la acercaba al cuarto de baño, sin importarle mi presencia, se sentó en él, y violentamente descargó sus intestinos.
―Lo siento, mi niña, pero no puedo hacer nada más por mejorar tu estado, porque he llegado a un acuerdo con tu hermana― dije mientras se limpiaba: ―No sé cómo decírtelo,pero tu hermana te ha vendido.
Alzó la cabeza para gritarme:
― ¡No te creo!
―Ese es tu problema, eres demasiado inocente. Eva se ha entregado a mis brazos, quiere ser mi favorita, sin importarle tú. Es más, mientras se duchaba, y maquillaba se reía de lo sucia que tú estabas.
― ¿Se ha duchado? ― respondió alucinada.
―No solo eso, está durmiendo en su cama, sin esposas, con un precioso camisón, contenta de servirme, y además ha cenado como una dama, y no las obras que tú has comido.
― ¡Es imposible! ¡Cerdo! Mi hermana no lo haría.
Le solté un bofetón:
―Soy amo.
Y colocándole las esposas y un trapo en la boca para que no hablara, la llevé a la otra habitación.
― ¡Mira! ― le espeté señalándole a Eva―No te he mentido, está limpia, suelta, y dispuesta. Te ha engañado, mientras tú sufres, ella disfruta.
La angustia de la muchacha se multiplicó por mil al ver sobre la mesa, los restos de la cena. Totalmente convencida, se dejó llevar de vuelta al cuarto de su viejo. Mentalmente estaba humillada, hundida.
Atándola otra vez a la cama, repleta de orín, al quitarle el bozal hecho con el pañuelo, le di un suave beso en los labios, mientras le decía:
―Tú ibas a ser la primera, pero ella se te ha adelantado.
― ¡Amo!, dime lo que tengo que hacer para ser tu mejor esclava.
Solté una carcajada al escuchárselo decir, y dándole otro beso en los labios, le solté:
―Dormir, mañana será otro día.
Misma frase, distinto significado.
«Le queda poco para ser totalmente mía», pensé mientras cerraba la puerta dejándola hundida en la miseria.
Continuara
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