Una vez sobre la moto, desandé los kilómetros que me separaban de mi amante preferido, toda transpirada, húmeda del carnaval de vereda, empapada de sexo, y prendida fuego de tanto morbo. Llegué todavía caliente, y lo estuve más cuando, todavía con mi nena en marcha, Javier, en su desesperación por desvestirme en pleno garage del edificio, entorpecía mi descenso de la moto, desabrochándome la campera de protecciones para acceder a mis tetas y apretarlas con fuerza. Como pude apagué la moto (de ponerle cadena ni hablar), y sin dejar de comerme la boca me metió la mano dentro del pantalón para empaparse los dedos en mis jugos todavía frescos. Así agarrada recorrimos el camino hasta el ascensor del palier sin dejar de besarnos, y una vez adentro, me susuró al oído, poseído por la calentura “Hija de puta, qué olor a pija que tenés…”. En los tres pisos recorridos me sacó la campera de los hombros y las tetas por el escote, y empezó a chuparlas desesperadamente mientras se abrían las puertas, y la sola idea de que alguien podía encontrarnos así, prendidos uno al otro como si estuviésemos correctamente recluidos en la intimidad de un cuarto, pero en vez de eso, usando desvergonzadamente el espacio público de la propiedad me calentó tanto que se me escapó un gemido, y apreté su cabeza contra mi pecho, señal que él interpretó como luz verde para empezar a usar en mis pezones erectos sus dientes con suavidad y eficiencia. Se despegó de mí lo suficiente para buscar la llave y ensartarla (y no exagero) en la cerradura, abriendo bruscamente la puerta del departamento. Como todavía tenía su mano dentro de mi pantalón (con sus dedos en un lugar más profundo), no le fue difícil manipular mi pequeño cuerpo con la brusquedad que su lujuria le demandaba, y volviendo a besarme, cerró la puerta con su mano libre, con la que inmediatamente me agarró del pelo de la nuca para separarme un poquito de sus labios y repetirme, poseído por la incontinencia “Qué olor a pija que tenés, hija de puta… Me volvés loco!”.
Ahí mismo empecé (¿o volví?) a acabar, así como estaba, con sus dedos en mi concha que la castigaban con penetraciones inmisericordes, con su lengua recorriendo mi boca, que menos de una hora antes había albergado el falo delicioso de otra de mis pobres pero bien atendidas víctimas (aunque en esta ocasión se haya quedado caliente, les juro que lo compensé, aunque esa es otra historia). Javier gimió junto a mí mi orgasmo, y aprovechó ese instante mágico de descenso para llevarme hasta el sillón y, ahora sí, desvestirme toda.
No dejó lugar de mi cuerpo sin degustar, y se entretuvo particularmente allí donde, como un sabueso siguiendo el rastro de una presa, la otra verga me había recorrido. Limpió con su lengua todos los jugos que empapaban mi vulva, y se regaló el sabor a látex dejado por mi chongo anterior.
Vas a acabarme en la boca hasta que tu cuerpo se limpie del gusto a forro que te dejó la otra pija, puta asquerosa - me prometió, inclemente, y volvió a su faena.
Y cumplió su amenaza, porque entre chupadas, mordidas y lametazos, me llevó varias veces por el enconado camino del placer hasta hacerme llegar varias veces al clímax; prueba fehaciente de ello fue su cara embebida en mis flujos, que pude apreciar cuando por fin se despegó de mi concha ardiente para declarar:
Listo, ya estás limpia, lista para mi verga.
Lo bueno de Javier era su completa y absoluta falta de celos idiotas. Cuando me penetró, entre lo mojada que estaba, lo dilatada de calentura, y lo que me había abierto el troncho de Sandro, sus humildes 15 cm. no pudieron hacerse sentir demasiado. Lejos de molestarlo, lo calentó, como buen libidinoso que es.
Ay, hija de puta, estás toda abierta!
Me cogió desenfrenadamente por unos minutos, como poseído por una fuerza sobrehumana, sosteniéndome de las rodillas y bombeándome con insistencia, con sus huevos chapoteando en mis jugos y sus muslos chancleteando contra mis glúteos. Si bien las sensaciones físicas no eran tan intensas debido al estado general de mis genitales, la cara de morboso placer de Javier, sus ojos cerrados y el semblante elevado al cielo, como recibiendo la bendición de una compañera tan lúbrica que le permitiera disfrutar de tan depravados placeres, me llevó a mí misma a tal estado de goce que una nueva serie de orgasmos no tardaron en llegar. Mis contracciones vaginales llamaron a mi amante de nuevo a tierra. Abrió los ojos, y acomodándose sobre mí, apoyó sus manos a los costados de mi cara. Las penetraciones palanquearon directamente en mi punto G e incrementaron mi placer, volcándome nuevamente, en ese delirio que nos envuelve cuando los estímulos nos dejan en el vórtice del deleite. Para rematar ese estado de desvarío, Javier se acercó a mi oreja para compartir conmigo sus pensamientos.
- Qué puta resultaste, dos pijas en un día, en menos de cuánto, ¿dos horas? Ni una hora debe haber pasado desde que te hiciste coger por el otro, ¿no? ¿Y qué hiciste con la leche? No te la habrás tragado, ¿no?
- No papito, no me la tragué.
- ¿Y qué hiciste entonces? No la tendrás en las tetas, ¿no? - preguntó levantando el tono, al momento en que buscaba con su olfato entre mis pechos la leche del otro
- No papito, no la tengo en las tetas.
- ¿Entonces dónde la tenés?
- No la tengo.
- ¿Y dónde está?
- Todavía en sus huevos
Esta respuesta claramente fue la correcta, porque sus ojos tomaron un brillo febril, maníaco, y conducido por la voluptuosidad, sus arremetidas contra mi humanidad se hicieron más bruscas, más fuertes y profundas. "Aaaahh, pero qué hija de puta resultaste - me dijo con furia -, lo dejaste con la leche hirviendo en los huevos. Qué pedazo de trola que sos, no te mereces ni un poquito de clemencia. Ahora te voy a coger bien cogida en nombre de todos los hombres que alguna vez dejaste calientes, putita atrevida…"
Me agarró del pelo por la nuca para sostenerme fuerte, y a esta altura sus bombazos parecían querer partirme al medio. Con la mano libre me tomó un pecho, y al notar mi satisfacción, aumentó la fuerza de su agarre, al punto que terminó pellizcándome el pezón con mucha fuerza. Eso fue mucho más de lo que pude aguantar: su pija en mi punto G, sus dedos apretando mi pezón con fuerza, y sus palabras, tan impúdicas, tan obscenas, tan perversas, llenándome la cabeza… acabé con un squirt que le dio de lleno en la pelvis, y se chorreó en todo el sillón, llegando hasta el piso. En cuanto sintió el chorro, él mismo se abandonó a su propio placer, y llenó el forro de leche, explotando conmigo a su vez.
Sentí cómo su pija de a poco se relajaba hasta salir de mi concha ultra dilatada, a medida que la respiración de ambos se acompasaba, y el sillón seguía chorreando los frutos de nuestra calentura. Javier me sonrió, me besó suavemente, y me preguntó:
- Tus cosas, ¿todo bien? ¿Pongo la pava?
Ahí mismo empecé (¿o volví?) a acabar, así como estaba, con sus dedos en mi concha que la castigaban con penetraciones inmisericordes, con su lengua recorriendo mi boca, que menos de una hora antes había albergado el falo delicioso de otra de mis pobres pero bien atendidas víctimas (aunque en esta ocasión se haya quedado caliente, les juro que lo compensé, aunque esa es otra historia). Javier gimió junto a mí mi orgasmo, y aprovechó ese instante mágico de descenso para llevarme hasta el sillón y, ahora sí, desvestirme toda.
No dejó lugar de mi cuerpo sin degustar, y se entretuvo particularmente allí donde, como un sabueso siguiendo el rastro de una presa, la otra verga me había recorrido. Limpió con su lengua todos los jugos que empapaban mi vulva, y se regaló el sabor a látex dejado por mi chongo anterior.
Vas a acabarme en la boca hasta que tu cuerpo se limpie del gusto a forro que te dejó la otra pija, puta asquerosa - me prometió, inclemente, y volvió a su faena.
Y cumplió su amenaza, porque entre chupadas, mordidas y lametazos, me llevó varias veces por el enconado camino del placer hasta hacerme llegar varias veces al clímax; prueba fehaciente de ello fue su cara embebida en mis flujos, que pude apreciar cuando por fin se despegó de mi concha ardiente para declarar:
Listo, ya estás limpia, lista para mi verga.
Lo bueno de Javier era su completa y absoluta falta de celos idiotas. Cuando me penetró, entre lo mojada que estaba, lo dilatada de calentura, y lo que me había abierto el troncho de Sandro, sus humildes 15 cm. no pudieron hacerse sentir demasiado. Lejos de molestarlo, lo calentó, como buen libidinoso que es.
Ay, hija de puta, estás toda abierta!
Me cogió desenfrenadamente por unos minutos, como poseído por una fuerza sobrehumana, sosteniéndome de las rodillas y bombeándome con insistencia, con sus huevos chapoteando en mis jugos y sus muslos chancleteando contra mis glúteos. Si bien las sensaciones físicas no eran tan intensas debido al estado general de mis genitales, la cara de morboso placer de Javier, sus ojos cerrados y el semblante elevado al cielo, como recibiendo la bendición de una compañera tan lúbrica que le permitiera disfrutar de tan depravados placeres, me llevó a mí misma a tal estado de goce que una nueva serie de orgasmos no tardaron en llegar. Mis contracciones vaginales llamaron a mi amante de nuevo a tierra. Abrió los ojos, y acomodándose sobre mí, apoyó sus manos a los costados de mi cara. Las penetraciones palanquearon directamente en mi punto G e incrementaron mi placer, volcándome nuevamente, en ese delirio que nos envuelve cuando los estímulos nos dejan en el vórtice del deleite. Para rematar ese estado de desvarío, Javier se acercó a mi oreja para compartir conmigo sus pensamientos.
- Qué puta resultaste, dos pijas en un día, en menos de cuánto, ¿dos horas? Ni una hora debe haber pasado desde que te hiciste coger por el otro, ¿no? ¿Y qué hiciste con la leche? No te la habrás tragado, ¿no?
- No papito, no me la tragué.
- ¿Y qué hiciste entonces? No la tendrás en las tetas, ¿no? - preguntó levantando el tono, al momento en que buscaba con su olfato entre mis pechos la leche del otro
- No papito, no la tengo en las tetas.
- ¿Entonces dónde la tenés?
- No la tengo.
- ¿Y dónde está?
- Todavía en sus huevos
Esta respuesta claramente fue la correcta, porque sus ojos tomaron un brillo febril, maníaco, y conducido por la voluptuosidad, sus arremetidas contra mi humanidad se hicieron más bruscas, más fuertes y profundas. "Aaaahh, pero qué hija de puta resultaste - me dijo con furia -, lo dejaste con la leche hirviendo en los huevos. Qué pedazo de trola que sos, no te mereces ni un poquito de clemencia. Ahora te voy a coger bien cogida en nombre de todos los hombres que alguna vez dejaste calientes, putita atrevida…"
Me agarró del pelo por la nuca para sostenerme fuerte, y a esta altura sus bombazos parecían querer partirme al medio. Con la mano libre me tomó un pecho, y al notar mi satisfacción, aumentó la fuerza de su agarre, al punto que terminó pellizcándome el pezón con mucha fuerza. Eso fue mucho más de lo que pude aguantar: su pija en mi punto G, sus dedos apretando mi pezón con fuerza, y sus palabras, tan impúdicas, tan obscenas, tan perversas, llenándome la cabeza… acabé con un squirt que le dio de lleno en la pelvis, y se chorreó en todo el sillón, llegando hasta el piso. En cuanto sintió el chorro, él mismo se abandonó a su propio placer, y llenó el forro de leche, explotando conmigo a su vez.
Sentí cómo su pija de a poco se relajaba hasta salir de mi concha ultra dilatada, a medida que la respiración de ambos se acompasaba, y el sillón seguía chorreando los frutos de nuestra calentura. Javier me sonrió, me besó suavemente, y me preguntó:
- Tus cosas, ¿todo bien? ¿Pongo la pava?
7 comentarios - Compartida - segunda parte
Es como sentirse vengado de antemano... por ser uno de esos hombres que estás dejando caliente "putita atrevida"!