Los momentos románticos con mi marido en medio de la cuarentena continúan a pleno, pero, claro, no podemos ignorar la realidad, la coyuntura en la que estamos inmersos. Cómo cualquier familia debemos procurarnos el sustento diario, o sea salir a comprar en medio de una pandemia.
Los víveres ya estaban escaseando y el Ro tenía sus caprichos, como sus queridas Oreo con Nesquik. Así que me elaboré una lista y me fuí al Coto de Honduras con mi barbijo y los guantes puestos.
Hice dos compras, una para mi familia, y otra para Armando, mi vecino del quinto piso, que me había pasado una lista por Whatsapp. Recuerden, se trata de un hombre mayor, de más de 60 años, por lo que forma parte de uno de los principales grupos de riesgo.
Volví a casa, guardé todo y hasta hice un inventario de lo que teníamos almacenado. Aprovechando que mi marido estaba en plena videoconferencia y parecía no reparar en mi existencia, le di sus oreos al Ro, una chocolatada, le puse una película (Los increíbles 2) y subí a dejarle sus cosas a Armando.
Cuando me abrió, seguí todo el protocolo que ya había hecho en casa al volver de comprar. Me saqué los zapatos, el abrigo, ya que estaba un poco fresco, me desinfecté las manos con alcohol en gel, y cuando me disponía a entrar, me frena poniendo la mano en señal de alto a cierta distancia.
-Me parece que todavía no es seguro, dicen que la ropa puede traer el virus- me dice con una de esas sonrisas de viejo pervertido que ya le conocía.
Pese al encierro y al aislamiento, todavía tenía ganas de jugar.
-Conque la ropa, ¿no?- repito, y asegurándome que no haya nadie cerca, empiezo a desvestirme, frente a su puerta, en medio del pasillo, mientras sus ojos me observan divertidos.
A medida que me saco la ropa, la voy doblando y dejándola en el suelo, a un costadito.
-¿Satisfecho?- le pregunto cuando me quedo en ropa interior, solo bombacha y corpiño.
-Ya sabés que todas las precauciones no son suficientes- alega, ahora sí dejándome entrar.
Descalza llevo las bolsas a la cocina y empiezo a guardar los productos mientras veo que se queda a un costado, mirándome con unas intenciones más que evidentes. Estoy casi desnuda en su cocina, no hace falta ser una genia para adivinar lo que está pensando.
-¿Sabés que hace mucho que no cogemos?- me suelta de repente.
-Sí, obvio, como está la situación ahora veo difícil que podamos volver a coger en un futuro cercano- observo.
-Me podrías hacer una paja por lo menos, ¿no te parece? No solo comida se necesita en ésta cuarentena- repone, apretándose de forma provocativa el paquete.
Guardo la comida de "Cortázar", cierro la despensa y me lo quedo mirando. La verdad es que tenía razón. Allí, solo, con la única compañía de su gato, la debía de estar pasando realmente mal.
Hace rato que no estábamos juntos. Le debía una visita que siempre dejaba para otro día, hasta que estalló la pandemia. He ahí una enseñanza, nunca dejes para mañana el polvo que te podés echar hoy.
Le podía hacer al menos una paja. Una paja no se le niega a nadie, además tendría la oportunidad de variar un poco mis relatos de las últimas semanas, ya que a varios parecieron aburrirles mis experiencias en el sexo conyugal.
-Una paja entonces...- le digo a la vez que con un rápido movimiento me desprendo el corpiño, dejando mis pechos libres de cualquier aprisionamiento.
Entusiasmado se saca el pantalón, el calzoncillo y solo con una camisa puesta se sienta en el sofá, la pija a medio levantar inclinada hacia un costado.
Me cambio los guantes y me acomodo en el suelo, a una prudente distancia. Estiro el brazo y con la mano enguantada se la empiezo a acariciar, notando enseguida como va reaccionando a mis caricias. Se ve que estaba necesitado, porque se le pone dura enseguida, sin necesidad de Viagra ni de ningún ayudín extra.
Se la empuño y se la empiezo a menear... CHACA-CHACA-CHACA... mojándome el guante con el líquido preseminal que comienza a fluir.
Con una mano lo pajeo a él, con la otra me pajeo yo. La sensibilidad no es la misma con los guantes quirúrgicos, pero aún así se disfruta.
Se la siento tan dura, tan pegajosa, tan resplandeciente, que no me puedo aguantar. Me bajo el barbijo y le doy una larga y jugosa chupada. Mientras no haya besos, intercambio o salpicaduras de saliva, se supone que no hay problema. No estoy segura, pero era algo demasiado tentador como para resistirse. Él tampoco dice nada, así que se la sigo mamando, sintiendo entre mis labios la turgencia de las venas que se le marcan como si estuvieran cinceladas al rojo vivo.
Pero mi boca no es la única que pretende disfrutar de semejante delicia, mi conchita también quiere su porción. Así que me vuelvo a poner el barbijo, me levanto y me saco la bombacha, que ya está toda empapada de mi propio flujo vaginal. Me doy la vuelta y así, de espalda me siento sobre esa poronga que parece haberme esperado todo éste tiempo.
-¡Ahhhhhhh...!- me desarmo en un plácido suspiro al sentirla llenándome hasta el último resquicio.
Dejo que esa sensación de gozo y placer se expanda por todo mi cuerpo, recién entonces empiezo a moverme arriba y abajo, montándolo con barbijo y guantes, como si fuésemos un par de infectados cumpliendo su último deseo antes del apocalipsis.
El único punto de contacto entre nuestros cuerpos está dado por nuestros sexos, por lo demás apenas nos rozamos, en cuánto a las manos, que son las más susceptibles al transporte del virus, las manteníamos lo más lejos posible del cuerpo del otro.
Subo, bajo, subo, bajo, la pija de Armando resbalando por mi interior, clavándose con una fuerza irrefrenable.
Me echo hacía delante, las manos apoyadas en mis propios muslos, y acelero el ritmo, sintiendo como se hincha y descontrola, poniéndose en ese punto en que la acabada es inminente.
CHAS-CHAS-CHAS ... el ruido húmedo de nuestros sexos deslizándose el uno dentro del otro, fluyendo, impactando.
Cuándo se produce la explosión, me quedo quieta un momento, dejando que el semen de mi vecino encuentre su propio caudal, y pase a formar parte de mi propia intimidad.
Da gusto sentir otra pija, variar un poco el menú después de tantos días de probar la misma carne.
Me había vuelto a enamorar de mi marido, había empezado a disfrutar del sexo con él, pero la infidelidad, la trampa, los cuernos, siguen latente en mí.
Esto es solo un paréntesis, una pausa, el respiro que te tomás para remontar más alto todavía.
Cuando el orgasmo comenzó a difuminarse, me levanté y recuperando mi ropa interior del suelo, me la puse de nuevo. Armando quedó derrumbado en el sofá, exhausto, amasijado, pero con una cara de felicidad que lo dice todo.
-¿Cuándo puedo pedir otro delivery como éste?- pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.
-Cuando quieras- le digo cambiándome una vez más de guantes -Mientras dure la cuarentena debemos ser solidarios con nuestros vecinos-
Voy a la puerta, me pongo la ropa que estaba apilada a un costado, y vuelvo a casa. Mi marido sigue con su videoconferencia, y el Ro todavía no termina de ver su película.
Me siento como más desahogada, como si el mundo hubiera vuelto a girar sobre su eje, y todo fuera a encaminarse a partir de ahora.
Volver a los cuernos, a la infidelidad, me permite estar más esperanzada, y ver el futuro inmediato con mayor optimismo.
Nada dura para siempre, y menos aún lo malo...
Los víveres ya estaban escaseando y el Ro tenía sus caprichos, como sus queridas Oreo con Nesquik. Así que me elaboré una lista y me fuí al Coto de Honduras con mi barbijo y los guantes puestos.
Hice dos compras, una para mi familia, y otra para Armando, mi vecino del quinto piso, que me había pasado una lista por Whatsapp. Recuerden, se trata de un hombre mayor, de más de 60 años, por lo que forma parte de uno de los principales grupos de riesgo.
Volví a casa, guardé todo y hasta hice un inventario de lo que teníamos almacenado. Aprovechando que mi marido estaba en plena videoconferencia y parecía no reparar en mi existencia, le di sus oreos al Ro, una chocolatada, le puse una película (Los increíbles 2) y subí a dejarle sus cosas a Armando.
Cuando me abrió, seguí todo el protocolo que ya había hecho en casa al volver de comprar. Me saqué los zapatos, el abrigo, ya que estaba un poco fresco, me desinfecté las manos con alcohol en gel, y cuando me disponía a entrar, me frena poniendo la mano en señal de alto a cierta distancia.
-Me parece que todavía no es seguro, dicen que la ropa puede traer el virus- me dice con una de esas sonrisas de viejo pervertido que ya le conocía.
Pese al encierro y al aislamiento, todavía tenía ganas de jugar.
-Conque la ropa, ¿no?- repito, y asegurándome que no haya nadie cerca, empiezo a desvestirme, frente a su puerta, en medio del pasillo, mientras sus ojos me observan divertidos.
A medida que me saco la ropa, la voy doblando y dejándola en el suelo, a un costadito.
-¿Satisfecho?- le pregunto cuando me quedo en ropa interior, solo bombacha y corpiño.
-Ya sabés que todas las precauciones no son suficientes- alega, ahora sí dejándome entrar.
Descalza llevo las bolsas a la cocina y empiezo a guardar los productos mientras veo que se queda a un costado, mirándome con unas intenciones más que evidentes. Estoy casi desnuda en su cocina, no hace falta ser una genia para adivinar lo que está pensando.
-¿Sabés que hace mucho que no cogemos?- me suelta de repente.
-Sí, obvio, como está la situación ahora veo difícil que podamos volver a coger en un futuro cercano- observo.
-Me podrías hacer una paja por lo menos, ¿no te parece? No solo comida se necesita en ésta cuarentena- repone, apretándose de forma provocativa el paquete.
Guardo la comida de "Cortázar", cierro la despensa y me lo quedo mirando. La verdad es que tenía razón. Allí, solo, con la única compañía de su gato, la debía de estar pasando realmente mal.
Hace rato que no estábamos juntos. Le debía una visita que siempre dejaba para otro día, hasta que estalló la pandemia. He ahí una enseñanza, nunca dejes para mañana el polvo que te podés echar hoy.
Le podía hacer al menos una paja. Una paja no se le niega a nadie, además tendría la oportunidad de variar un poco mis relatos de las últimas semanas, ya que a varios parecieron aburrirles mis experiencias en el sexo conyugal.
-Una paja entonces...- le digo a la vez que con un rápido movimiento me desprendo el corpiño, dejando mis pechos libres de cualquier aprisionamiento.
Entusiasmado se saca el pantalón, el calzoncillo y solo con una camisa puesta se sienta en el sofá, la pija a medio levantar inclinada hacia un costado.
Me cambio los guantes y me acomodo en el suelo, a una prudente distancia. Estiro el brazo y con la mano enguantada se la empiezo a acariciar, notando enseguida como va reaccionando a mis caricias. Se ve que estaba necesitado, porque se le pone dura enseguida, sin necesidad de Viagra ni de ningún ayudín extra.
Se la empuño y se la empiezo a menear... CHACA-CHACA-CHACA... mojándome el guante con el líquido preseminal que comienza a fluir.
Con una mano lo pajeo a él, con la otra me pajeo yo. La sensibilidad no es la misma con los guantes quirúrgicos, pero aún así se disfruta.
Se la siento tan dura, tan pegajosa, tan resplandeciente, que no me puedo aguantar. Me bajo el barbijo y le doy una larga y jugosa chupada. Mientras no haya besos, intercambio o salpicaduras de saliva, se supone que no hay problema. No estoy segura, pero era algo demasiado tentador como para resistirse. Él tampoco dice nada, así que se la sigo mamando, sintiendo entre mis labios la turgencia de las venas que se le marcan como si estuvieran cinceladas al rojo vivo.
Pero mi boca no es la única que pretende disfrutar de semejante delicia, mi conchita también quiere su porción. Así que me vuelvo a poner el barbijo, me levanto y me saco la bombacha, que ya está toda empapada de mi propio flujo vaginal. Me doy la vuelta y así, de espalda me siento sobre esa poronga que parece haberme esperado todo éste tiempo.
-¡Ahhhhhhh...!- me desarmo en un plácido suspiro al sentirla llenándome hasta el último resquicio.
Dejo que esa sensación de gozo y placer se expanda por todo mi cuerpo, recién entonces empiezo a moverme arriba y abajo, montándolo con barbijo y guantes, como si fuésemos un par de infectados cumpliendo su último deseo antes del apocalipsis.
El único punto de contacto entre nuestros cuerpos está dado por nuestros sexos, por lo demás apenas nos rozamos, en cuánto a las manos, que son las más susceptibles al transporte del virus, las manteníamos lo más lejos posible del cuerpo del otro.
Subo, bajo, subo, bajo, la pija de Armando resbalando por mi interior, clavándose con una fuerza irrefrenable.
Me echo hacía delante, las manos apoyadas en mis propios muslos, y acelero el ritmo, sintiendo como se hincha y descontrola, poniéndose en ese punto en que la acabada es inminente.
CHAS-CHAS-CHAS ... el ruido húmedo de nuestros sexos deslizándose el uno dentro del otro, fluyendo, impactando.
Cuándo se produce la explosión, me quedo quieta un momento, dejando que el semen de mi vecino encuentre su propio caudal, y pase a formar parte de mi propia intimidad.
Da gusto sentir otra pija, variar un poco el menú después de tantos días de probar la misma carne.
Me había vuelto a enamorar de mi marido, había empezado a disfrutar del sexo con él, pero la infidelidad, la trampa, los cuernos, siguen latente en mí.
Esto es solo un paréntesis, una pausa, el respiro que te tomás para remontar más alto todavía.
Cuando el orgasmo comenzó a difuminarse, me levanté y recuperando mi ropa interior del suelo, me la puse de nuevo. Armando quedó derrumbado en el sofá, exhausto, amasijado, pero con una cara de felicidad que lo dice todo.
-¿Cuándo puedo pedir otro delivery como éste?- pregunta con una sonrisa de oreja a oreja.
-Cuando quieras- le digo cambiándome una vez más de guantes -Mientras dure la cuarentena debemos ser solidarios con nuestros vecinos-
Voy a la puerta, me pongo la ropa que estaba apilada a un costado, y vuelvo a casa. Mi marido sigue con su videoconferencia, y el Ro todavía no termina de ver su película.
Me siento como más desahogada, como si el mundo hubiera vuelto a girar sobre su eje, y todo fuera a encaminarse a partir de ahora.
Volver a los cuernos, a la infidelidad, me permite estar más esperanzada, y ver el futuro inmediato con mayor optimismo.
Nada dura para siempre, y menos aún lo malo...
32 comentarios - Solidaridad vecinal...
en tu caso un tanto putita pero muy loable el gesto jajaja
saludos Misko
Buen relato, van ocho puntos.
Ahora tendras letra para contar mas solidaridades con el vecino jeje