100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.
CAPITULO 1
ANTERIOR
Capítulo 3:
En el verano lo que más disfruto junto a mis amigas y amigos es meternos en la pile y refrescarnos bajo el sol. Obviamente aprovechamos nuestras vacaciones para relajarnos y pasar el tiempo juntos sin preocupaciones. Eso no quiere decir que no pasen cosas interesantes, de hecho, las anécdotas más divertidas suceden en esa época del año. Teniendo en cuenta el calor, las noches de alcohol y los cuerpos bronceados que están por doquier, es entendible que en el verano surja más de una historia interesante para contar. Esta es la mía.
Me llamo Lorena, tengo 19 años y estudio medicina. Allí fue donde conocí a mis nuevas amigas con las que hoy en día comparto la mayor parte de mi tiempo. Podríamos decir que desde que empecé la facultad, casi siempre estamos juntas y nos divertimos entre nosotras. Pero también hay chicos en la anécdota y es ahí donde la cosa se pone interesante. Tuvimos la suerte de caer en un grupo mixto en donde los hombres están uno más bueno que el otro. Julia, una de las chicas, enseguida se enganchó con León y formaron la primera pareja casi a mitad del primer año. Es gracias a esto, que nadie se dio cuenta que entre Tomás y yo sucedía algo a escondidas.
Tomás entró al grupo luego de varios meses cuando teníamos que hacer un trabajo de cinco personas. Julia y León se sumaron al equipo de trabajo que ya habíamos formado con Ana Clara y Tomás llegó ya que era amigo de León. Desde ese momento, los cinco empezamos a juntarnos cada vez más seguido y poco a poco el grupo se fue agrandando, sumando cada vez a más gente. Sin embargo yo había puesto mis ojos en Tomás y en su hermosa sonrisa con dientes perfectos y blancos. Él también se fijó en mí y empezamos a hablar cada vez más seguido, ya sea a través de Instagram o por mensajes de WhatsApp.
Una noche, a finales de primer año, decidió invitarme a su casa aprovechando que sus padres no estaban y tuvimos nuestra primera vez. Por alguna razón, los dos decidimos que iba a ser mejor no contárselo al resto del grupo. El hecho de que la pareja principal fueran Julia y León ayudaba a que nosotros pasáramos de manera disimulada, ya que nadie se imaginaba que otra pareja podía armarse allí. Esa clandestinidad le daba un toque especial a nuestra relación que era exclusivamente sexual.
Nos encantaba estar juntos. Disfrutábamos muchísimo del sexo, el cual era bien ardiente y pasional. Tomás vivía con sus padres en una casa enorme y aprovechando que su habitación estaba en la otra punta de la de sus padres, no había problema en que fuéramos a su casa y estuviéramos allí. Nuestros encuentros eran bien calientes y nos la pasábamos cogiendo por horas, sin importar lo cansados que podíamos llegar a estar. Éramos dos adolescentes prendidos fuego que habían encontrado el punto exacto entre la amistad y el placer.
Luego de nuestro primer año vino el verano y eso significaba fiestas y noches interminables junto a los chicos de la facu. La casa de Tomás era nuestra punto de encuentro favorito y eso se debía al patio enorme que tenía, con una pileta inmensa y un quincho donde podíamos comer y hasta quedarnos a dormir. En más de una oportunidad tirábamos colchones en el piso y luego de pasar horas hablando, tomando o bailando, nos acostábamos para recuperar energías y continuar al día siguiente. Pasábamos fines de semana enteros en ese patio y ese quincho, divirtiéndonos y haciendo lo que se nos cruzara por la cabeza.
Eso fue lo que decidimos hacer ese último fin de semana de Enero, teniendo en cuenta que en Febrero varios de nosotros teníamos que volver a los estudios. Aprovechando que los padres de Tomás estaban de viaje y que él tenía la casa sola, decidimos ir el viernes a la tarde e instalarnos hasta el domingo. La idea era pasar un fin de semana de pura fiesta, con música, alcohol y pileta. En total íbamos a ser ocho personas, que éramos los ocho del grupo, ya que Carla, Javier e Ignacio se habían sumado el año anterior. La primera noche ya hubo indicios de que algo iba a suceder entre Tomás y yo.
En medio de la noche, los chicos decidieron meterse a la pileta. Nosotras, que estábamos vestidas y sin malla, preferimos quedarnos afuera, lo cual no fue la mejor idea ya que ellos enseguida se propusieron mojarnos. Tomás no paró de tirarme agua por un buen rato hasta que terminé empapada y tuve que ir a cambiarme la ropa. Una vez que tuve la malla, me buscó adentro del agua, ya sea para hacerme cosquillas o para mojarme. El resto del grupo no veía lo que en realidad sucedía, pues no sabían que nosotros nos veníamos acostando hacía muchísimo tiempo. A pesar de eso, esa noche no pasó más nada, ya que luego de varias horas de música y pileta, nos metimos adentro del quincho y nos terminamos durmiendo en unos colchones que habíamos llevado.
Al día siguiente Tomás no me sacaba la vista de encima. Desde que nos despertamos al medio día que cada vez que giraba la cabeza, lo encontraba observándome a mí. “¿Qué te pasa que no dejás de mirarme?” le dije en un momento en que los dos entramos a la casa para buscar unas toallas secas. “Es que estás re buena y me encanta mirarte” me dijo y luego me encajó un beso bien fogoso que tuve que cortar por miedo a que alguien nos descubriera. Sin embargo en mi mente siguieron resonando sus palabras durante el resto de la tarde y no podía evitar una leve sonrisa cada vez que me acordaba de ellas. A partir de eso, fui yo la que no pude dejar de mirarlo. Me encantaba ver su cuerpo bronceado y trabajado, su sonrisa perfecta con dientes blancos y su pelo enrulado que se alisaba con el agua.
A la noche los chicos hicieron un asado y luego de eso volvió la música y los juegos. En esa oportunidad, Javier propuso un juego de cartas que consistía en darse besos con quien sacaba el mismo número que vos. Por alguna razón del destino, cada dos o tres manos, Tomás y yo coincidíamos en el mismo número. Obviamente el resto veía esto como algo gracioso, sin embargo nosotros aprovechábamos la oportunidad para besarnos en frente de nuestros amigos sin que ellos sospecharan algo.
Luego de eso, pusimos música y nos dedicamos a bailar un buen rato. Nuevamente Tomás y yo no nos podíamos sacar la vista de encima y él aprovechó un momento de confusión, cuando Carla se cayó al piso, para darme un beso estando los chicos alrededor nuestro. A medida que las horas iban pasando y el alcohol iba circulando, nuestras miradas se hacían más intensas, nos moríamos de ganas de comernos a besos.
Cerca de las cinco de la mañana, Tomás, Ignacio y León se metieron en la pileta, mientras que yo y Ana Clara los veíamos desde el borde y el resto dormía en el quincho. Poco a poco los chicos se fueron yendo a acostar y de golpe, solo quedamos él y yo. Tomás seguía metido en la pileta, mientras que yo permanecía sentada en el borde con las piernas en el agua. Luego de comprobar que Ana Clara e Ignacio se habían acostado, él se acercó a mí y me besó por una milésima de segundo.
- ¿No querés que vayamos adentro?- Le propuse yo señalando la casa con mi mirada.
Sin embargo, él me dijo que estaba re lindo ahí en la pileta y me insistió en que me metiera. Terminé aceptando su propuesta y luego de sacarme la ropa y quedarme con la malla, me metí en el agua para refrescarme. Enseguida, él se acercó a mí y me abrazó a la altura de la cintura y me besó. “¡Acá no!” lo reté yo y me alejé de él mirando al quincho para comprobar que nadie nos estaba viendo. Pero él enseguida me destacó el hecho de que los arbustos que había entre la pileta y el quincho nos ocultaban de lo que cualquiera podía llegar a ver. Tras unos segundos de insistencia, terminó de convencerme de que no había problema y nos volvimos a besar.
Enseguida nos pusimos calientes y toquetones, haciendo que me olvidara por completo de que nuestros amigos dormían a unos metros de distancia. Tomás me llevó contra el borde de la pileta y apoyó mi espalda en él para sujetarme después de la cola y comerme la boca de un beso. Yo lo abracé por encima de los hombros y dejé que la calentura se fuera apoderando de la situación.
Tras unos besos bien fogosos, Tomás llevó una de sus manos hasta la parte de arriba de mi bikini y me la corrió de lugar dejando mis tetas al descubierto. “¡Ojo!” le dije yo levantando la mirada en dirección al quincho, pero al ver que los arbustos me impedían la visión, dejé que él siguiera. Metiendo su cabeza abajo del agua, empezó a lamerme las tetas. Era algo bastante gracioso, pues tenía que salir cada dos por tres a tomar aire, pero no podía negar que me gustaba sentir su lengua fría por encima de mis pezones totalmente mojados.
Nos fuimos trasladando hasta la parte de la pileta donde está la escalera y allí él se sentó y yo me coloqué encima suyo. Sus manos volvieron a ir a mi cola y entre besos y caricias nos fuimos calentando más y más. Llevé una de mis manos hasta su malla y sentí como su pija se había endurecido por completo, tentándome mucho más de lo que ya estaba. Entonces metí la mano por debajo de la malla y lo empecé a pajear al mismo tiempo que él me besaba la boca y me mordía los labios.
No me pude aguantar las ganas y con brusquedad le saqué la malla y me deshice de la mía, que empezaron a flotar por la pileta. Me coloqué encima de su cuerpo y sentí como su verga bien firme y dura, penetraba mi conchita que estaba empapada y no por el agua de la pileta. Enseguida empecé a moverme sobre su cuerpo dejando que mi cintura se volviera loca, pero controlando mis gemidos para que nadie pudiera oírnos. Él me miraba con fascinación recostado sobre la escalera y con sus manos en mi cintura.
Me incliné hacia adelante y lo besé con ganas, sin dejar de moverme y de disfrutar de su pija bien dura adentro de mi cuerpo. Él me sujetaba firmemente a la altura de la espalda, pero reclinaba su cuerpo hacia atrás, tratando de permanecer recostado en las escaleras. El agua apenas nos llegaba a la cintura, pero se movía hacia todos lados a causa del movimiento que nosotros hacíamos. Yo me movía hacia adelante y hacia atrás, gozando y disfrutando a pleno del momento, mientras me mordía la boca tratando de evitar los gemidos. Su boca dejó escapar una sonrisa perfecta y blanca que me voló la cabeza.
Me levanté de encima de él y comencé a nadar sobre la pileta, totalmente desnuda y llamándolo con los brazos. Tomás me siguió enseguida y nos encontramos nuevamente un poco más en lo profundo contra uno de los bordes, donde el agua nos llegaba a los hombros. Él me estampó contra la pared y levantándome de las piernas, volvió a meter su pija adentro de mi cuerpo. Fue tal el placer que sentí en ese momento, que no pude evitar largar un gemido bien agudo que rebotó en las paredes de la pileta y salió de esta por los aires. Tomás y yo nos miramos un segundo, nos quedamos quietos esperando a ver si había respuesta y al ver que no sucedía nada, volvimos a la acción.
Nos comimos la boca en un beso bien apasionado al mismo tiempo que él empezaba a cogerme con ganas. Sus manos fueron directamente a mis nalgas, las cuales agarró con fuerza y empezó a mover hacia arriba y hacia abajo, provocando que mi cuerpo saliera y se hundiera nuevamente en el agua. Yo me sujetaba por encima de sus hombros y enredaba mis dedos en los pelos enrulados de su nuca. Tomás me besaba para poder callar mis gemidos, los cuales resonaban como eco contra el borde contrario de la pileta, sin importarme que nuestros amigos pudieran oírnos.
- ¡Voy a acabar, Lore!- Me advirtió él de golpe y su rostro se dibujó en uno completamente orgásmico.
Sin dudarlo, lo empujé hacia atrás y luego lo tomé de la mano hasta llevarlo nuevamente a las escaleras. Él se sentó en ellas y yo me coloqué delante suyo y comencé a hacerle una paja debajo del agua. Su cara orgásmica me encantaba mucho más y me volvía loca. Mientras lo tocaba con la mano derecha, con la izquierda frotaba mi propio clítoris, disfrutando así el doble. Él comenzó a lanzar fuertes suspiros y cerró los ojos luego de inclinar la cabeza hacia atrás. Me encantaba su expresión de placer y la manera en la que gozaba como yo lo estaba tocando en ese momento.
De golpe, un chorro de semen emergió desde la punta de su pija y salió disparando por aires, saliendo del agua y cayendo nuevamente en esta. El resto de la leche se fue flotando por la superficie y quedó esparcida por toda la pileta, dejando así una marca de lo que habíamos hecho. Él se levantó rápidamente y me besó con ganas, comiéndome la boca de una manera en la que nunca antes lo había hecho. Mirándome fijo a los ojos, me dijo las palabras que nunca me imaginé que me iba a decir en ese momento:
- Te amo, Lore.- Murmuró y sonrió revelando esa mágica sonrisa.- Quiero que seas mi novia.
Sin pensarlo, lo abracé y le dije que sí, que yo también lo amaba y que quería estar por siempre al lado suyo. Entonces los dos nos caímos hacia atrás y nos hundimos en el agua mientras nos dábamos un beso bien apasionado. Después de eso juntamos nuestras ropas y nos la pusimos para salir del agua y disfrutar del amanecer sentados en unas reposeras que había en el patio. Poco a poco nos fuimos quedando dormidos, sentados uno al lado del otro y tomados de la mano. Ya los chicos se enterarían de lo nuestro, cuando nos vieran al día siguiente con nuestros dedos entrelazados.
Lugar n° 3: Pileta privada
SIGUIENTE
OTRAS HISTORIAS:
UNA NOCHE PARA EL RECUERDO (HISTORIA CORTA + FOTOS)
LABIOS ROSA (FANTASÍA)
LAS 10 COSAS QUE APRENDÍ DE SEXO. CAPÍTULO 1
2 comentarios - 100 lugares donde tener sexo. Capítulo 3